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                                                   La confusión y yo 

¿Cuál sería el siguiente blanco de Michael Moore en su primera película en los años de Obama? Lógicamente, el sistema al que considera su enemigo natural. Pero la pólvora de sus argumentos está húmeda pues no puede pensar en un sistema mejor sin caer en contradicciones. Más que una historia de amor, es una historia aburrida

Capitalism: A Love Story
Dirigida por Michael Moore
2009


OCTUBRE, 2009. Algo debe haber para resaltar en torno a la primera película que Michael Moore estrena en los años de Barack Obama. Después de todo el cineasta ya se salió con la suya: George W, Bush se ha largado a su rancho de Texas y en su lugar tenemos a un mandatario cuyo principal apoyo moral era un reverendo de ideas radicales, a lo cual debe añadirse el incienso encendido por la prensa y aun el mismo Michael Moore. ¿Hacia dónde podrían entonces enfocarse sus baterías? Claro, al que considera su enemigo natural pese a haberlo enriquecido: el capitalismo.

Antes de ver Capitalism: A Love Story realicé un pequeño listado de las cosas que vería como argumentos de Moore; como se sabe, la izquierda es uno de los pocos sectores que manejan abiertamente el cliché sin que se les critique por ello. Entre éstos destacaban a) intereses de las insaciables corporaciones alrededor del mundo, b) la corrupción en Wall Street, c) la abierta propuesta del socialismo como remedio a todos las pestes humanas y d) todos los pecadillos del gobierno norteamericano serán responsabilidad directa de George W. Bush mientras que Obama hará aquí función de bomberos tapahoyos.

Ah, por supuesto, Moore nos presentaría a familias enviadas a la miseria por haber sido engatusados en negocios ruinosos, naturalmente que el cineasta insistiría en que estamos viviendo una repetición de la Depresión de 1929.

Desde los créditos iniciales ya podemos predecir que no estamos tan errados con las referencias claras al último año del decenio de los 20. Moore busca todas las similitudes posibles: en el 29 estaba el presidente era Herbert Hoover y en el 2008 George W. Bush, ambos republicanos, y en ambos casos los responsables jamás fueron castigados, aunque les seguirían dos mandatarios "progresistas" igualmente aplaudidos por Moore. Sin embargo a Franklin D. Roosevelt lo critica por no haber "llevado más a fondo" reformas que garantizaran la seguridad social gratuita, un hogar decente, buena educación y, dice "protección adecuada en casos de desempleo, enfermedad y vejez".

Ante tal situación a los latinoamericanos nos brota un preocupante cosquilleo ya que todos esos planteamientos se aplicaron en nuestros países, y en ocasiones en forma más radical, como la reforma agraria. Constitucionalmente existen aquí todos esos derechos pero nadie quisiera arriesgarse a afirmar que son "decentes", ya no digamos funcionales. Irónicamente, la calidad que Estados Unidos brinda en tales servicios es mucho mejor. Pero Moore no lo ve así; a él lo que le irrita es el "cómo", no el "qué", es decir, si el servicio tiene un costo es reprobable pero si lo proporciona Papá Gobierno es porque se cumple una función social. Previsiblemente Moore se abstiene de mencionar cómo el Welfare, o seguro del desempleo --una de las reformas de Roosevelt que fue aprobada-- trajo consigo un déficit astronómico que ha sido aprovechado por no pocos vividores. Tampoco aborda nada sobre el fracaso que esas medidas han tenido en otras latitudes, empezando por su adorada Suecia.

Sorprende cómo Moore es capaz de entrar en las incongruencias más absolutas seguro que los espectadores se las tragarán completitas. Primero alaba a Barack Obama por su propuesta de "repartir la riqueza" y luego critica al ex secretario del Tesoro Robert Rubin por sus componendas mientras fue parte de un bufete jurídico pero olvida decirnos que se trata de uno de los principales asesores de Obama; por un lado se queja de los grandes corporativos que según él manejan al gobierno a su antojo pero en lo absoluto se refiere al cerro de regulaciones que tienen a ese país en la situación financiera en la que se encuentra. Para Moore todo quien hace negocios es un Bernie Madoff sin asumir por un momento que la crisis financiera es responsabilidad de dos extremos, el público y los bancos privados, los cuales a su vez, fueron obligados por la ley a otorgar préstamos de alto riesgo.

A lo largo de la cinta queda claro que Moore dispara a ciegas en espera que alguno de sus tiros pegue en la diana. En principio, para él "capitalismo" no es otra cosa que la sucia colusión entre megaconsorcios para exprimir al consumidor. Por ningún lado vemos ejemplos de la prosperidad que una economía de mercado ha traído a los norteamericanos, pero es una confusión peor: ¿alguien le habrá dicho que lo que él denuncia viene a ser un mercantilismo, donde los grandes cierran el acceso a los monopolizan el coto de ventas, todo ello dentro de un Estado que protege a sus favoritos. Y eso, señor Moore, es lo que ocurrió con los rescates financieros hacia la Banca y General Motors, pero omite a esta última compañía entre los villanos de la historia.

La confusión es compartida por Bernie Sanders, el congresista abiertamente considerado de izquierda radical y quien es entrevistado por Moore para que defina lo que es socialismo y éste responde de una manera increíble al decir que "es cuando el gobierno representa a la clase media y a la clase trabajadora, no a la oligarquía", respuesta bastante vaga y, por supuesto, muy ajena a lo que por años hemos conocido como socialismo, es decir, propiedad de los medios de producción por parte de los trabajadores y abolición de la propiedad privada. Más adelante Moore dice que en ningún lado de la Constitución norteamericana señala que el capitalismo debe ser el sistema económico de ese país. Bueno, tampoco en la Constitución cubana aparecen una sola vez los términos "comunismo" o "dictador" ni se puntualiza que el Jefe Máximo pasará la estafeta a su hermano menor al momento que se le pegó la gana y sin consultarlo con nadie.

Pero finalmente el punto de Moore es engañoso, la economía de mercado en Estados Unidos es una consecuencia de la Constitución, y no una causa, pero aún así es relativamente libre dado que de forma lenta pero sin detenerse, la injerencia del Estado no ha dejado de avanzar desde los tiempos de Roosevelt. Hubo un momento en que se intentó cambiar el rumbo de esta tendencia en los tiempos de Ronald Reagan -a quien, por supuesto, Moore atribuye el haber iniciado el embate corporativo-- pero hoy la regulaciones han distorsionado tanto el libre mercado que las consecuencias son evidentes. 

Al final todas los puntos resultaron ciertos, a excepción de lo que, según Moore, debe reemplazar al capitalismo, y no le llama socialismo, sino democracia. Es el colmo de la incongruencia mooreiana dado que la democracia es la libertad de escoger a quienes nos gobernarán y la economía de mercado no es otra cosa que la libertad de escoger el producto que más nos satisfaga ante una variedad de ofertas. Moore odia la idea de quye alguien gane dinero con un producto, punto, o lo que es lo mismo, se odia a sí mismo; de otro modo jamás se le ocurriría cobrar el costo del boleto para ver sus películas.

En otras cintas de Michael Moore por lo menos veíamos una propuesta con la que se podría o no estar de acuerdo, pero presentaba puntos por lo menos sólidos. En Capitalism: A Love Story lo que tenemos es un caos, doble discurso hasta el mareo y que difícilmente le traerá nuevos adeptos a su causa; antes bien, quizá con el advenimiento de Obama se marca se agudizará la decadencia de quien es incapaz de aplicar a sus posturas un solo gramo de contrapesos.

                                         © copyright, Derechos Reservados, 2009

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