La espera en Barcelona
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"Según me comentó
el general Prieto, que en aquellos dias era capitán de la
Guardia Civil, incluso las autoridades policiales granadinas, al
comprobar que no se encontraban en la zona, enviaron a Barcelona
al Capitán Rafael Caballero Ocaña, jefe de la Brigadilla
de Información, para que vigilara a los familiares con los
que seguramente entrarían en contacto, ya que el jefe del
grupo, Perez Rubiño, tenía familia y a una antigua
compañera sentimental en Barcelona.
Pero los guerrilleros optaron por
otra ruta y acertaron. El capitán Caballero los estuvo esperando,
junto con un ex-guerrillero colaborador de la Guardia Civil que
conocia personalmente a los fugitivos, en Barcelona hasta el 28
de noviembre de 1952."
(José Aurelio Romero Navas)
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Alcañiz
Caspe
Mequinenza
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(ANTERIOR)
Un dia, al aterdecer, los guerrilleros se suministraron
de víveres en Castellote, vestidos
de paisano y continuaron hasta el municipio de Valderrobres.
Allí, hacia las dos de la mañana, pararon para fumarse un
cigarrillo, apoyados en los muros de un caserón derruido, cuando,
a unos 40 metros vieron moverse unas sombras: eran guardias que se dirigían
al caserón, charlando, y sin saber quienes estaban allí.
Los guerrilleros, conscientes del grave peligro que se cernía sobre
ellos, y comunicándose entre señas, les cedieron el sitio,
deslizándose sigilosamente, sin que los guardias se percataran
de su presencia y ocupando su lugar en la tapia. Con toda lógica,
y haciendo un alarde de autocontrol, prefirieron evitar el enfrentamiento
para no correr mayores riesgos y evitar muertes inútiles. Pero
los guardias nunca supieron lo cerca que estuvieron de los lazos corredizos,
bien engrasados, de los guerrilleros.
Un tropiezo
Una vez pasado el peligro, se dirigieron a Calaceite,
extremando las medidas de seguridad; así, si cruzaban caminos o
carreteras durante el día, lo hacían a gatas, pegados al
terreno. A veces contemplaban el paso de rebaños y oían
las jotas que entonaban algunos pastores, así como una canción
que pronto les atañería a ellos, La Canción
del Emigrante, de Juanito Valderrama.
En Alcañiz compraron víveres
y uno ellos tropezó de repente con un guardia civil que salía
de un edificio grande, posiblemente un Cuartel. Ocurrió que el
guardia estaba vuelto de espaldas a la acera, conversando alegremente
con otro compañero que estaba dentro del edificio, cuando, de pronto,
se despidió de su interlocutor y echó a andar, dándose
de bruces con el guerrillero, cayendo casi ambos al suelo; el guardia,
sin imaginar con quién tropezaba, se excusó y cada cual
continuó su camino. El guardia que estaba en el interior se hechó
a reir. Durante unos dias éste tropiezo fué motivo de bromas
entre los huidos.
Ya en Zaragoza, pasaron por Maella
y Caspe donde descansaron antes de
atravesar el temido y caudaloso Ebro.
El temido Ebro
El río Ebro iba muy crecido, dos de los guerrilleros no sabían
nadar; por otro lado, el cruce por los puentes era muy dificil, pues todos
estaban vigilados, así que anduvieron por las riberas hasta que
encontraron una barca; como remo emplearían una madera que encontraron.
Acordaron realizar la travesía en dos turnos; en el primero, tres
de ellos -los dos que no sabian nadar con "Fermín", que
sí tenía experiencia- con todos los macutos, y los otros
tres nadando junto al bote. Pero la fuerte corriente -los que no sabían
nadar le gritaban a "Fermín" que adonde llegaba ese río,
a lo que les contestaba entre el oleaje "A Tortosa"- impidió
culminar con éxito la empresa. 3 de ellos perdieron el contacto
con la barca y quedaron aislados, en la ribera Sur del río. Lo
intentaron de nuevo pero volvieron a fracasar cuando ya apuntaba el amanecer,
así que se ocultaron, pero, al poco decidieron actuar nuevamente
aunque fuese de día, no podían perder el tiempo, sabían
que el Ebro era la zona más controlada por la GC.
En calzoncillos
Uno de ellos, en calzoncillos y con el hato de sus ropas totalmente empapadas,
localizó a un campesino, obligándole a que le entregara
las suyas, lo que no dejó de costar una buena discusión
entre ellos, accediendo al final y siendo remunerado por ello. Ya con
los nervios mas calmados, y habiéndole explicado su difícil
situación, el paisano les informó que más abajo se
estaba construyendo una casa y que los albañiles contaban con un
barquero para atravesar el río con los materiales de construcción.
El barquero, logicamente también se negaría a colaborar
en un principio, alegando que para la travesía se precisaba el
permiso de la Guardia Civil y que él no deseaba tener problemas
con ellos; Los guerrilleros lo encañoraron con sus pistolas y finalmente,
accedió, transportándoa los tres que faltaban hacia la otra
orilla donde les esperaban sus compañeros.
Era precisamente en el intento de atravesar el Ebro, donde
la Guardia Civil tenía más esperanza en capturarlos y, todavía,
algunos manifiestan su perplejidad ante el hecho de que consiguieran pasarlo.
Para retrasar los efectos de la posible denuncia del barquero, al que
pagaron 1.000ptas por las molestias, volcaron la barca y dejaron que se
la llevara la corriente. El paisano y barquero despues darían conocimiento
a la GC, teniendo que abonarles las cantidades recibidas por los guerrilleros.
Una vez ganada la otra orilla, y bajo la luz solar, siguieron caminando
en zig-zag y en diagonal, en la dirección del curso del rio, que
quedaría cada vez más atrás, mientras veían
sendas patrullas de guardias civiles buscándoles afanosamente a
ambos lados del río. Sólo se detuvieron para descansar unas
horas al atardecer.
Caminaron sin parar aquella noche y las siguientes, por los términos
de Fayón y Mequinenza,
atravesando sin dificultades el Segre
y descansando, luego, dos días. La proximidad de la frontera, cada
vez más cerca, les levantó la moral.
El Dilema
El dilema que se les presentaba ahora era decidir si alcanzar
la frontera por el Valle de Arán
o por Huesca; finalmente decidieron
que fuesen las circunstancias las que determinasen la dirección
a seguir, pensando que así sus perseguidores no podrían
prever un itinerario que ellos mismos desconocían. Abandonaron
la provincia de Zaragoza para adentrarse
por la de Lérida y, dos de
ellos, entraron en la misma capital, comprando suministro en varias tiendas.
Fue, hasta entonces, la única ocasión en que compraron bebidas
alcohólicas, en concreto una botella de coñac.
Siguieron por los municipios de Balaguer
y Albesa y volvieron a descansar de
día, con el objetivo, ya decidido, de no aproximarse al Valle de
Arán o a Andorra, sino de pasar los Pirineos
a través de las cumbres mas altas que divisaban, pues creían
que estarían menos vigiladas al ser mas escabrosas. La experiencia
les demostraria que sólo contaban con parte de razón ya
que, si bien estaban desguarnecidas y sin vigilancia, en su acceso, era
casi inevitable tropezar con algún fortin de piedra, con aspilleras
camufladas por medio de matojos secos. También había sabinas
bastantes grandes, cuyas ramas ocultaban piedras amontonadas que parecían
nidos de fortificación.
Atravesaron un rio, posiblemente afluente del Segre, adentrándose
en la provincia de Huesca, por Estopiñán
y Estadilla. Dos de ellos entraron
en Barbastro, donde uno de los guerrilleros
se puso muy nervioso al observar a muchos soldados, ya que se encontraron
con que se trataba de una fuerte plaza militar; para tranquilizarlo, su
compañero le invitó a tomar algo en una taberna, pero, cuando
ya estaban sentados, aquel palideció de repente: había visto
a un guardia civil asomado a la puerta, que les miró y que se marchó
al momento, sin entrar siquiera. Sin embargo, en la calle todo estaba
normal y es que, probablemente, el guardia estaría fuera de servicio
y buscaría a algún compañero o amigo entre los clientes
y, al no hallarlo, se marchó sin entrar.
Uno de los maquis entró en una confitería donde compró
pasteles y algunas botellas de coñac y de Licor
43. Para que el dueño no sospechara, comentó
que era para un bautizo en el que él era el padrino y tío
de la criatura; seguidamente, abandonaron el pueblo.
El Pirineo
Aunque esta idea de comprar licores no fuese preconcebida, luego, mostraría
su utilidad, cuando tuvieron que caminar sobre la nieve; de hecho, ya
en Francia, les dirían que otros compañeros habían
llegado con los miembros inferiores totalmente congelados.
Reemprendieron la marcha por los términos de Naval,
Alquézar, Boltaña
y Bielza; caminaban por la mitad de
las laderas para esquivar cualquier sorpresa procedente de los nidos fortificados.
Si se encontraban con niebla, caminaban de día y, cuando se disipaba,
permanecían totalmente pegados al terreno y sin moverse. Fue entonces
cuando observaron a un pastor con su rebaño de ovejas, cerca de
una cueva habilitada como corral y de otra más pequeña.
Al oscurecer, vieron que el pastor se dirigía hacia ellas, encerrando
el ganado y encendiendo fuego en la otra, para prepararse la cena. Se
dirigieron a cenar con él y durante la conversación, el
pastor les explicó cómo podían alcanzar la frontera,
pero ellos le expusieron que el mejor práctico del terreno sería
él y, aunque estaba remiso a dejar allí su ganado, finalmente
cedió, con la advertencia, además, de que si los conducía
a una trampa, el primer tiro sería para él. Según
el pastor, estaban en el Monte Perdido.
Iluminados por la luna, caminaron varias horas sin descanso, hasta el
amanecer, ya sobre la nieve, envueltos en una intensa niebla, siempre
subiendo y bajando montes, sorteando toda clase de roquedales. Cuando
la niebla desapareció, uno de los guerrilleros, observando que
tenían el sol del amanecer a la izquierda, le preguntó al
pastor si iban bien y, al responder éste afirmativamente, le dieron
una bofetada, pues sospechaban que en realidad los estaba llevando de
nuevo hacia el sur, lejos de la frontera francesa. Tras beber un trago
de coñac, rehicieron lo andado, ...y ya el pastor no volvió
a equivocarse.
Alrededor de las once de la mañana, se dispusieron a caminar por
un sendero de unos 40 centímetros de ancho excavado en la roca,
que bordeaba la pared de un profundo abismo; todo ello, a lo largo de
30 metros y cubierto de nieve muy dura; pegado a la pared había
un cable que servía para agarrarse, facilitándoles que pasaran
de espaldas al precipicio, con sus morrales y armamento, luchando por
sostenerse entre el frío glacial, el fuerte viento que los azotaba
y el resbaladizo suelo de hielo.
(SIGUE)
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