Un día vino de lejos, tan lejos que ni me acuerdo, un timple pequeño y bueno, que además de bien timplado era un gran aventurero. No había montaña, barranco, ciudad o pueblo donde no llegara él, bien timplado y zalamero.

Vino a tu pueblo aquel día... ¿te acuerdas? ¡qué gran encuentro! tú... asustado de mirarlo, él sonriendo primero. Sin dejar sus cuerdas nuevas tan nuevas como el acero, sacó de panza grande, un gran montón de luceros. De luceros... y de notas, de clarines y de arpegios que tejió
-¡qué gran acierto!- la luna a sus cuatroo tiempos.

Muy pronto se formó el lío. Se juntó, que ni me acuerdo, un montón de gente alegre, viejos, jóvenes y perros... y, sin pensarlo dos veces, sin ni siquiera pedirle permiso al Ayuntamiento, comenzó el gran tenderete, empezó el genial invento.

El timple, bien timplado y zalamero, hinchó su panza redonda, estiró sus cuerdas diestro y empinándose con gracia sobre su cuerpo pequeño, empezó una ISA alegre, muy alegre y parrandera.
mccl1h.gif Las notas que se escaparon de sus cuerdas mañaneras, hacían bailar contentos al abuelo, a la abuela, al perro de la esquina y al hijo de la maestra...

¿Te acuerdas? con una cara de susto que llegaba a la orejas, mirabas... ¡qué gran asombro! al timple, al perro, al la abuela... y casi sin darte cuenta, empezó el timple timplado, con voz aguda y sonora, la canción de aquella ISA muy alegre y juguetona:

¡Vengan chicos y mayores
para cantar un ISA,
canto alegre de mi tierra
 para que bailen las niñas!


Con la música del timple cantaba la plaza entera:

Vamos todos a la fiesta
 con papas, vino y gofio,
date prisa Mariquilla
   que se te pega el sancocho.


Al fin tu cara de susto se fue poniendo contenta... y bailaste... bailaste como un trompito con la música y la abuela. ¡Qué bueno! ¡qué timple tan parrandero! sin pensar, sin anunciarlo primero, empezó a cantar folias, de su panza y de mi pueblo.

Tú... tú te paraste en seco. Miraste al timplillo bueno, y sin poder entenderlo, escuchaste una folia que se elevaba hasta el cielo:

Escucha niño canario
las folias de tu pueblo
son lágrimas de los guanches
que en esta tierra nacieron.


Algo serio, algo estiradas sus cuerdas de mil ensueños se escaparon en la tarde en busca de algún lucero... Al estribillo radiante se unió una guitarra buena que, de un salto gigantesco, dejó su funda de cuero y cantó con muy buen tono, el estribillo contento:

¡Ay como se oía!
¡ay como se oía
al guanche de ahora
cantando folias!

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El laúd vino deprisa. Se vistió con mil trabajos pues sus cuerdas dormilonas ni se habían despertado. Una a una... ¡hasta doce! las llamó con gran urgencia, pues el tenderete alegre del timple, la guitarra y la gente novelera ya cantaba la folia... ¡lo mejor de nuestra tierra!

El laúd... ¡qué gran sorpresa! ¡con qué alegría llegaba a lo grande de la fiesta!

¡Timple! ¡Guitarra! ¡Laúd! ya formaban una orquesta... ¿qué digo? ¡una orquesta de primera! Tú escuchabas asombrado... ¿te acuerdas? ¡que rosas había en tu cara cuando con pulso pulsado sonaron las doce cuerdas! ¡y las cuatro del buen timple! ¡y las seis de la guitarra!

Quiero decirte un secreto del timple tan zalamero: a veces, se guarda una y la saca con su gracia cuando canta en Lanzarote, Fuerteventura y Las Palmas.

¡Cómo aplaudiste mi niño, con tu cara de geranio! ¡y es que la música nuestra hace bailar hasta el gato!
Una pausa, un silencio y el timple, timplado y aventurero, elevó el traste derecho y así habló a nuestro pueblo:

¡Grandes, chicos y mayores. Gorgojos y otros insectos, guarden silencio callado porque con mucha tristeza, llega el canto más sentido de una dulce malagueña!

Cuando canto malagueñas
siento una tristeza grande,
porque me parece oír
el lamento de los guanches.


Y aquel canto se agrandaba, se colocaba justito, encima de los volcanes, cerca del cielo infinito.

¡Ay canta canario,
no pares jamás
 porque en esta tierra
  hay mucho que andar!


El timple, timplado y aventurero, se empinó muy despacito, y casi sin pretenderlo, se acercó donde tú estabas, cara de geranio abierto y te dio... ¿no lo recuerdas? un fuerte un sonoro beso. Tú... te asustaste enseguida, lo miraste asombrado, pero el timple aventurero ya se iba muy despacio.

... Y como mismo llegó la tarde que ni me acuerdo, hinchó su pancita buena, arregló su traste izquierdo, y sin pedirle siquiera permiso al Ayuntamiento, se marchó muy despacito, a visitar otros pueblos. Y es que el timple, bien timplado, timplado y aventurero, llevaba en sus cuerdas viejas, lo mejor de nuestro pueblo.

Extraído del libro "Cuentos Canarios para Niños" de Isabel Medina

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