1.- El Culto a la Materialidad (el becerro de oro):
La civilización moderna, verdadera anomalía de la historia, es la
única que se ha desarrollado en un sentido puramente material y la
única también que no se apoya en un principio superior.
Este privilegio del desarrollo material, uniformemente acelerado desde
su origen, ha sido acompañado de una profunda regresión de la
verdadera y pura intelectualidad, que algunos incorrectamente llaman
"espiritualidad". Con ello, lo único que hizo la civilización
materialista occidental, fue condenarse a su degradación también
uniformemente acelerada, tomando como rehén a la humanidad, para
sumirse con ella en una profunda crisis de la que el "globalizado" mundo
occidental parece no encontrar salida.
Esta pérdida de la verdadera intelectualidad es lo que ha
producido a su vez dos grandes errores, opuestos solo en
apariencia, pero más bien correlativos y complementarios: el
racionalismo y el sentimentalismo: en el primer caso, la negación que
desde Descartes se ha hecho al conocimiento puramente intelectual
condujo al positivismo, al agnosticismo y a todas las aberraciones
"cientificistas" que actualmente
podemos presenciar y hasta en algunos casos, sufrir; en el
segundo, siempre que las teorías racionalistas contemporáneas no
encuentran explicación a ciertos fenómenos, se pretende entonces
encasillarlos por el lado del sentimiento y del instinto, es
decir, por debajo de la razón, no por encima de ella.
En consecuencia, la Verdad ha sido
rebajada hasta ser considerada un mero reflejo de la realidad
sensible o "sensual", finalmente identificada por el pragmatismo con la
"utilidad", lo que equivale a suprimirla pura y simplemente, pues
en todo caso ¿qué importa la verdad en un mundo cuyas aspiraciones
son única y exclusivamente materiales y sentimentalistas?
La enseñanza de la doctrina tradicional está casi totalmente
reemplazada por vagas consideraciones morales y sentimentales, que
quizás complazcan a algunos pero que repelen y alejan a quienes
tienen alguna aspiración de carácter intelectual. Y pese a todo,
los hay todavía en nuestra época. Quienes justifican esta situación
argumentan que no es posible que alguien en la actualidad
comprenda una exposición de pura doctrina, pero con ello no se comete
más que un error doble: Por un lado, ¿por qué querer atenerse siempre al
nivel más bajo so pretexto de que es el de la mayoría, basándose
en un espíritu democrático mal entendido, como si lo importante en
estos aspectos fuera la cantidad en lugar de la calidad?; y, por
otro, ¿por qué pensar que la gente no va a comprender la doctrina,
si para ello lo que se necesita precisamente es habituarse a ella
mediante su reflexión y práctica?, aunque pocos comprendieran
mucho y muchos comprendieran poco, evidentemente habría de todos modos
una ganancia significativa. Precisamente, la crítica más acre que han
hecho y siguen haciendo los orientales hacia lo occidental es su
carencia absoluta del sentido de la tradición.
Un oriental no puede concebir que una organización social no esté
sustentada en principios tradicionales. Para un musulmán, por
ejemplo, el Derecho es solo una parte de
la religión; para el occidental el Derecho se sobrepone a la religión, a
la que considera simplemente como un fenómeno social. Esto no ha sido
siempre así, recordemos la sociedad cristiana de la época
medieval. Pero el hecho es que estas relaciones entre materialidad
e intelectualidad se han desequilibrado desde el llamado "renacimiento",
que dio comienzo a la también denominada "época moderna", y todavía
peor, ahora, el sentido verdadero de la religión se ha perdido.
Incluso los que se creen religiosos no tienen de la religión más
que una idea por demás disminuida, que por cierto no influye en lo
más mínimo para modificar ni su pensamiento, ni menos aún su modo
de actuar. Para la gran mayoría, incluidos muchos de los feligreses más
aplicados, la religión se ha confundido religión con pseudo
religiosidad, o más aún, con una especie de moralidad mojigata,
muy representativa del mundo moderno.
La religión para ellos no es más que un asunto de sentimiento, sin
ningún alcance Intelectual, es decir, accesible y asequible mediante el
pensamiento y la palabra. El lenguaje es el espejo del estado de
las mentes, sean individuales o colectivas. Es tal la confusión y
la ignorancia del sentido de la palabra "Religión" en el mundo moderno,
que podemos escuchar negligencias de lenguaje tales como cuando se habla
de la "religión de la ciencia", de la "religión del deber", de la
"religión de la patria", etc.
En general, resulta obvio el hecho de que existe una gran desconfianza,
si no animadversión de parte del clero y de las demás entidades
que controlan el poder para construir un mejor ser humano, no solo
por fuera, como lo busca la ciencia positivista moderna, sino
también por dentro. De ahí la gran hostilidad, ya tácita, ya
confesa, de estos representantes del poder material hacia el simbolismo.
Y es que el simbolismo es el medio de expresión de la
intelectualidad mejor adaptado a la enseñanza de las verdades de orden
superior, religiosas, metafísicas en el amplio sentido de la palabra; es
decir, de todo lo que desdeña y rechaza el pensamiento moderno.
Es todo lo contrario de lo que conviene al racionalismo, al
cientificismo.
2.- La opción del simbolismo (el árbol edénico):
La creciente mediatización del ser humano hacia el materialismo
racionalista, ha provocado que el simbolismo se haya hecho ajeno a
la mentalidad moderna, pues el hombre moderno por su formación
(mejor dicho, por su deformación) rechaza o desconfía de lo que no
comprende o no puede someter a su rígido esquema positivista.
Sin embargo y paradójicamente, el simbolismo es una vía de conocimiento
universalmente útil y provechosa; ayuda a todos los que lo
practican a comprender de una manera más o menos completa y
profunda, según la medida de los alcances y limitaciones
racionales y sensibles de cada quien, la Verdad trascendental, expresada
en sus diversos elementos. Por esta razón, sería difícil concebir
una evolución intelectual íntegra con el solo aprendizaje por la
vía del conocimiento racional "cartesiano", dejando a un lado el
conocimiento a través del simbolismo. En este sentido, el simbolismo,
más que una necesidad, es un soporte, un punto de apoyo que nos
permite caminar por el sendero de la intelectualidad de forma más
fácil y efectiva. Por ende, y siguiendo la Metáfora del Caballo de
Tomas de Aquino, los ritos y los símbolos no son necesarios por
una necesidad absoluta, sino por razón de conveniencia, de acuerdo
a la propia naturaleza humana. Y es que pareciera ser que el simbolismo
hubiera sido diseñado "ex profeso" para adaptarse naturalmente a
las condiciones específicas del ser humano: múltiple, complejo,
abstracto, de composición al mismo tiempo racional y sensible y producir
su evolución hacia estadios superiores.
3.- Lenguaje y Símbolo (las dos CCol:.):
En el fondo, toda expresión, toda formulación, sea cual sea, no es
más que un símbolo del pensamiento, al cual traduce exteriormente.
El lenguaje no es más que un simbolismo. Es por eso que no debe
haber ninguna oposición entre el uso sincrónico de palabras y de
símbolos figurativos, ya que ambos son más bien complementarios y
hasta pueden combinarse, como en el caso de muchos idiomas
orientales, como el Chino por
citar solo un ejemplo. En este contexto, puede decirse que la forma del
lenguaje es analítica, discursiva, como la razón, que precisamente lo
usa de instrumento para poderse exteriorizar; mientras que la
forma del simbolismo es sintética,intuitiva, por lo que la
intuición intelectual, que está por encima de la razón pura, lo usa de
instrumento. El lenguaje, de significaciones más definidas y fijas, pone
siempre al entendimiento límites más o menos estrechos, en tanto
que el simbolismo abre siempre posibilidades de concepción
verdaderamente ilimitadas.
4.- El símbolo como vía de conocimiento del Verbo o Logos:
El Evangelio de San Juan comienza con la sentencia "En el
principio era el Verbo".
El Verbo o Logos es a la vez pensamiento en lo interior (símbolo)
y palabra en lo exterior (lenguaje), es en sí el Intelecto Divino,
el "lugar de los posibles". La creación es obra de este Verbo Divino,
por eso aquella es medio de manifestación, afirmación exterior de
éste. El mundo es el lenguaje por el cual el espíritu infinito
habla a los espíritus finitos; es el efecto de la palabra divina
proferida en el origen de los tiempos. Todas las tradiciones antiguas
concuerdan en enseñar que el verdadero nombre de un ser es uno con
su naturaleza o esencia misma; por eso, toda significación debe
tener en el origen su fundamento en alguna conveniencia o armonía
natural entre el signo y la cosa significada (Porque Adán recibió
de Jehová el conocimiento de la naturaleza de todos los seres vivos,
pudo darles sus nombres <Génesis, II, 19-20>); por eso el mundo
es como un lenguaje divino para aquellos que saben comprenderlo.
En efecto, la naturaleza adquiere su plena significación si se le
considera un medio para permitir al ser humano elevarse
hacia el conocimiento de las verdades divinas, y éste es
precisamente el fin primero y último del simbolismo. En la naturaleza,
lo sensible puede simbolizar lo suprasensible, el orden natural
íntegro puede a su vez ser un símbolo de lo divino. Por
tanto, si el simbolismo tiene su fundamento en la naturaleza misma de
los seres y las cosas; si su estructura está de acuerdo a las
leyes que la rigen y si estas leyes no son más que una expresión de la
voluntad divina, entonces los símbolos -tal como afirman los hindúes-
son de origen "no humano", es decir,van más lejos y más alto que la
condición humana; la refleja, pero también refleja lo divino.
Al final de cuentas, ¿no es acaso el hombre un símbolo del Creador
por estar -como señala la Biblia- hecho a su imagen y semejanza?
(Génesis, I, 26-27). Todas las cosas y sus símbolos se encadenan
y corresponden para concurrir a la total armonía del universo, que
es como un reflejo de la Unidad del todo, del Uno. Esta
correspondencia de todo con todo es el verdadero fundamento del
simbolismo.
5.- Francmasonería, Simbolismo y Verbo:
La ley hermética de la correspondencia, permite a su vez que la
estructura simbólica de un dominio inferior (como por ejemplo, en
el caso de la Masonería, la arquitectura) pueda siempre tomarse
para representar una realidad de orden superior, donde la primera
adquiere su razón profunda, su principio y su fin. El simbolismo
adquiere toda su plenitud a través de la iniciación, llave que
abre la puerta de la apreciación sensible del Verbo al ser humano
moderno. La ciencia y la religión, lo relativo y lo absoluto, la materia
y el espíritu son soberanos en sus reinos. No obstante, la
francmasonería los funde para formar un tercer elemento, fruto
resultante de la mágica fusión, en efecto, pero dueño de una
identidad propia y única, independiente de sus componentes originales.
De ahí que simbolismo e iniciación constituyan los ingredientes de una
especie de receta alquímica, que permite al ser humano abrir las
puertas del verdadero Logos. De esta manera, la Francmasonería podría
entenderse como el vehículo, el simbolismo como el camino y el
Verbo como la meta.
A manera de conclusión:
En todo caso, Mantenerse a merced de esta verdadera "corriente"
inhumana y antihumana de la materialidad positivista que vivimos desde
el "renacimiento" hasta la actualidad, es facilitar la tarea a los
adversarios. Es hora de reaccionar contra esta tendencia, pero la
tarea no es fácil: para ello, sería tal vez preciso reformar toda la
mentalidad moderna. Empero, no se trata de innovar, ni de destruir, ni
suplantar; se trata de ser original, es decir, de regresar al
origen para refundarlo como uno nuevo, de recuperar la tradición
de la cual nos han apartado, de recobrar lo que nos han hecho
perder: el equilibrio entre la intelectualidad y la materialidad, y con
él, el verdadero sentido de la doctrina y la tradición, tal como
lo han buscado desde siempre, por ejemplo, todas las escuelas
iniciáticas. En efecto, el simbolismo es hoy incomprendido, pero esta es
una razón más para insistir en él, de exponer de una manera lo más
explícita posible sus principios y fines, sus joyas más notables,
sus piedras fundamentales, restituyéndoles todo su alcance intelectual,
en vez de utilizarlo como vehículo de exhortaciones sensibleras, para
las cuales por lo demás, el simbolismo es por demás inútil. La
reforma de la mentalidad moderna, con todo lo que ella implica:
restauración de la intelectualidad verdadera, de la doctrina
tradicional, unidas entre sí desde el origen, es en efecto una
tarea considerable, pero ¿constituye esto una razón
para no emprenderla? Al contrario, nos parece que esta es
indiscutiblemente una de
las misiones más altas e importantes que pueda proponerse una sociedad
como la Francmasonería. La Francmasonería es la escuela iniciática más
importante de occidente. Tal vez por este motivo, como lo señalaba
Guénon, recaiga en ella la grave responsabilidad de constituirse
en el vehículo más adecuado para recuperar la verdadera
intelectualidad, mediante el simbolismo y el conocimiento
científico para la acción objetiva y trascendente.
Es cuanto José Ramón González Chávez