CAPITULO OCTAVO
EL AMOR COMUNAL DA A TODOS LA SABIDURÍA

Siendo el mayor blasón de una familia, que todos sus individuos sean ilustrados y de provecho a sí mismos, requiere la grandeza de una Nación, tener hombres sobresalientes en las ciencias, artes, oficios, industrias, leyes y moral.

Pero como todo eso no está comunizado, disfruta primero, más y siempre, la Nación que los tiene.

En «El mundo todo Comunizado» no pasa así. Como todo el mundo está dependiente de un solo Consejo Supremo, es en éste donde tienen su labor y asiento todos los hombres más sobresalientes de cada región y ciudad y ahí se estudia, por todos, la ciencia de cada uno, para darla hecha sabiduría a todo el mundo, en un solo día, porque así es de la más estricta justicia, que todos disfruten al mismo momento de cada grado del progreso.

Se habla de sabios con frecuencia y es un vicio de orgullo; pero sabios, ¡ha habido tan pocos!... que sobran dedos en las manos de un hombre para contarlos.

Si por sabiduría queréis entender conocimientos científicos, nosotros sentamos que, entre todas las ciencias y las artes que dieron base al por qué de las ciencias, forman el primer grado de la sabiduría.

Pero la verdadera sabiduría consiste en saber sacar bien del mal y tomar del mal el menos.

Esto es fácil si el hombre no tiene prejuicios de ninguna clase. Pero es difícil encontrar un hombre sin ningún prejuicio.

Se ha dicho que el silencio es sabio. En los tiempos de las intrigas religiosas y políticas, le ha sido necesario al sabio, la prudencia del silencio. Pero en el régimen Comunal sería una usurpación a sus hermanos, y el más sabio hablará siempre las verdades de su sabiduría a todos sus hermanos, para que todos sean sabios.

No creáis por esto que no habrá grados ascendentes de la sabiduría sobre cada individuo de la Comuna. Hemos sentado que cada hombre es un grado del Progreso, y por lo tanto, habrá un grado diferente de sabiduría, de individuo a individuo.

Pero el ser todos sabios en la Comuna, consiste en que todos sabrán sacar bien del mal y tomarán del mal el menos, por su educación e ilustración adecuada, de la que cada uno sacará el grado inteligente de que sea capaz, de un común principio.

Esto equivale a decir la verdad de que la perfección no existe del Creador abajo, ni aun en la naturaleza; pero sí existe en sus leyes, porque las encontramos inmutables.

Efectivamente es así. Vemos el progreso alcanzado cada día, por ejemplo, en la química, la que descubre cada vez nuevos elementos y hace nuevas combinaciones; pero la ley de afinidad que rige esa ciencia, no ha cambiado en lo más mínimo. Siempre encontraremos las mismas fórmulas que indicarán diferentes resultados, según a que se apliquen.

Por consiguiente, si yo alcanzo sólo al grado 99 de la Ley de los afines, el que alcanza al grado 100 es más sabio que yo en esa Ley.

Pero puede ser que en la Ley Suprema de amor, mi émulo en la química, esté grados más bajo que yo; y entonces, mi sabiduría es tanto mayor que la de mi émulo químico, cuantas grados menos posea de la Ley Madre: porque cada grado de la Ley de amor, es una ciencia, de la que se encargan de estudiar un cierto número de espíritus que, su amor a esa ciencia, los determina para que, materializando el principio que emite la Ley Madre, lo popularicen entre todos sus hermanos y les den el conocimiento del por qué y sus productos.

No se pierda de vista que, aquel que enseña y explica y practica la ley Madre o de Amor, para todos los hombres, es porque la misma ley lo designa por su afinidad; y por lo tanto, tendrá ese ser, los conocimientos de todos los principios de todas las leyes y ciencias, y por ende y antes, los conocimientos practicados de todas las artes que fueron capaces de elevarse a ciencias.

Ese será indudablemente el más sabio de la familia, y si no, no podría mostrar la ley de amor, ni ésta lo podría designar su representante administrador para todo el mundo.

No os quepa duda que habrá practicado como hombre, en millones de existencias y en miles de mundos, todas esas ciencias, artes, oficios y posiciones y que en él están latentes todos ellos; y si no, no podría enseñar, ni representar la Ley Madre.

Pero no vayáis a ser como aquel obrero que me dijo: «Yo le daré la paleta al arquitecto para que siente él el ladrillo».

Entended bien que, si el hoy arquitecto no hubiera sido antes albañil y peón y herrero y carpintero y pintor; etc., etc., no podría en ninguna forma penetrarse del trabajo muscular, calcular los espesores de los muros, las fuerzas de las tiranterías, ni idear la belleza arquitectónica, etc., etc. Si es capaz, es porque lo ejerció antes prácticamente y queda en su archivo, que su espíritu maneja, porque nada olvida. Lo que nos confirma eficientemente la, necesidad de la reencarnación, sin la cual el progreso y la belleza no existirían; y el progreso, no es otra cosa que belleza, perfección relativa.

El que pueda representar y enseñar la ley de amor, como el arquitecto y lo mismo el labrador de tierra, o el picapedrero, trajeron una materia (cuerpo) de una complexión y conforme a las aptitudes que debe desempeñar por su destino, para esa existencia. Y si es verdad que puede desempeñar muchas cosas con discernimiento, no pueden cambiarse los papeles del que vino a gastar los materiales, con el técnico que debe estudiados en armonía, buscando la armonía, la economía y la estabilidad.

Poned a delinear un plano al que está hecho a tener en su mano una herramienta pesada y el tiralíneas se le escapa de la mano.

Un gran espíritu músico, Sarasate, el Mago del violín, pesaba todos los instrumentos que había de manejar con su mano derecha, para que su bastón y cualquiera otro adminículo, no pesara más que el arco con el que arrancaba sus notas al mudo instrumento, y aun nadie lo ha aventajado en su arte.

El que vino, pues, a ser una cosa, trajo sus mentalidades, sus músculos y sus fuerzas preparadas; y sacarlo de su centro, es un desequilibrio, que lo pagará el común del progreso.

No, aquel que dijo: «Zapatero a tus zapatos», era un sabio mayor que el que dijo: «El silencio es sabio»: y sienta una perfecta moral.

Hay una cosa que no es oficio, aunque sea ocupación y arte, pero que necesita la mayor cantidad de experiencia moral y sabiduría, amén del amor más perfecto: la dirección de la Comuna. Pero repito que no necesita más que mayor capacidad que la para gobernar y regir una casa de familia, un hogar.

Si al hombre se le educa en la niñez y aun antes de nacer, en el amor sin acepción de personas, esa misma moral hará apto a cualquier hombre de experiencia fundada y de sabiduría probada, para regir todo el mundo.

Porque al hombre no se le educó en esa forma, no pueden arreglar sus pequeños pueblos todas esas nulidades llamadas reyes.

Hubo un Guillermo II, en los presentes tiempos, que quiso a su pueblo rico y lo hizo rico. Pero no lo educó en la fraternidad, y a la primera ocasión, su orgullo envolvió a la humanidad en la más grande tragedia que la historia registra; y aunque todas, las naciones son culpables cada una de su odio, Alemania (si el mundo hubiera de seguir bajo las políticas falaces que hasta hoy), Alemania, digo, sólo nombrarla sería una pesadilla y de cada boca saldría una maldición; por lo que, vencida a causa de su orgullo, se han complotado contra ella todos sus mentidos vencedores. Y digo mentidos vencedores, porque nadie venció a nadie, y sólo la ley máxima venció a todos esos engañadores del Pueblo.

Debo recordar que, en el año 1912, en una conversación de sobremesa, en el negocio de unos amigos y adherentes ahora de esta Escuela, tuve ocasión de decir: «Si el mundo supiera el cataclismo que se le viene encima, preferirían los hombres que el mundo se acabara». Hubo sonrisas despectivas y negativas en algunos. 20 meses más tarde estalló la guerra europea. Estallada ya la conflagración me dicen: « Vd. tuvo razón, pero debió habernos dicho lo que era» -Lo pude decir, pero ¿Para qué os habíais de reír de lo que os haría llorar? -¿Y cuánto durará la guerra? me interrogaron. Y contesté: -« Hasta que la guerra mate a la guerra; pero hay tres períodos: seis meses, o un año; si en esos dos períodos no se terminó... entonces hablaremos el año 18... -¡Oh, imposible! El mundo no puede resistir, replicaron. -Resistirá, repuse; y si para el año 18 no se. hubiera arreglado todo ese cotarro, entonces... será entonces. -¿Pero quién triunfará?... -El pueblo. -¡Oh... eso no puede ser!... -Será, porque todos los beligerantes quedarían destruídos y entonces el pueblo hará la Comuna y... el año 23 hablaremos.

Vivos están los que lo oyeron y lo han dicho a muchos otros, en mi presencia.

Por lo que toca al dolor de la humanidad, hubiera querido equivocarme ; pero por lo que afecta a la ley de los destinos, estoy satisfecho y pido y aun si es posible, meto fuego a los medios de esa ley, para que apriete y consuma todo el combustible de odios y estorbos, para que luego no los haya.

Sí, nos encontramos en marzo de 1921 y todo se ha enredado en una forma que no hay hábil devanador que encuentre el cabo de la madeja.

Y aunque nosotros lo vemos, como no, sirve ese hilo para nuestra hilaza, preferimos que le metan tijera y corten y se queme también. De los fragmentos, nosotros haremos un homogéneo y nadie verá los nudos: no los habrá: Sacaremos bien del mal y  tornaremos del mal el menos.

A este punto queremos llevar al hombre y sólo en la Comuna de Amor y Ley puede ser la Sabiduría, porque reinará el Amor.

¿Qué se necesita para esto? Conocer las preguntas del Capítulo IV de la Quinta parte de la «Filosofía Austera Racional» y, en una palabra, conocerse a sí mismo: amar al hermano.

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