CAPITULO QUINTO
EL AMOR NECESITA TODO EL MUNDO

Ponerle fronteras al amor, es como ponérselas al pensamiento: una idea irracional: imposible.

Sin embargo, hay una cosa que ata el amor y debilita el pensamiento: la religión.

Pero la religión es freno de los ignorantes, de los espíritus débiles y pobres y éstos son y nada más que éstos sus conspicuos y creyentes.

Por esto, en cuanto un espíritu libre, lo mismo que encerrado, logra transpasar el tupido velo de su alma densa, protesta de las trabas religiosas y sociales y se liberaliza y se liberta y.. . «Vuela y revuela», como dijo Castelar, alrededor de la llama, buscando la luz.

Habladle al ignorante de su libertad de pensar y no conseguiréis más que exclamaciones de terror y temor de condenarse: ese vive encerrado en una bolsa tupida: no le importa de vallas ni fronteras: le basta su zurrón, su mazmorra obscura: la luz es su mayor enemigo.

Habladle, en cambio, de vallas, de prohibiciones, de religión, en fin, al hombre liberado, al sabio y en el mejor de los casos le oiréis: «Conmigo no reza nada de eso». «Eso es para los débiles, para los pobres y enfermos de espíritu, que les puede bastar el obscuro templo o la estrecha celda de los holgazanes». «Yo necesito todo el mundo como hombre y mi pensamiento todo el Universo infinito».

Pero habladle al religioso de la defensa de la religión y no os preguntará si aquellos otros no son hombres igual que los de su religión: a él lo que le interesa es su religión, sus sacerdotes, ministros de Dios, impecables, aunque le hayan corrompido a la hija y deshonrado a la  la esposa: no tratéis de advertirlo, porque él mismo os acusará: no hay conciencia: no puede haber dignidad, porque no sabe ni quiere pensar. Es un esclavo.

El hombre libre saldrá en defensa de alguien ultrajado por la religión y lo veréis ser el blanco de las iras de todos los borregos religiosos: es que su pasión no les permite discurrir más allá del estrecho horizonte que le traza la religión: no conocen el amor; por eso el fanatismo se enciende en ellos, porque está preso su sentimiento de amor.

En el hombre libre de la presión religiosa, el sentimiento de amor vuela con su pensamiento y transmite su querer, sus ideas, y no es extraño que por esta transmisión suceda que la misma idea surja en dos o más continentes a la vez. «El amor no tiene fronteras y necesita todo el mundo».

La razón suprema de que el Amor necesita todo el mundo como hombres, está en que, siendo el hombre un Microcosmo, contiene en sí mismo todos los gérmenes de todas las cosas de la Naturaleza, que se reclaman por su Ley.

Si tratáis por cualquier causa religiosa o partidista de prohibir que vuestras moléculas anímicas y corpóreas, se comuniquen por el sentimiento de Amor, ya sea por trato personal, como por la transmisión del pensamiento, aprisionáis vuestro propio yo y tendrá uno de estos resultados: caerá en la molicie, abandonándose y siendo un juguete, o estallará en un fanático, peligroso para muchos y para él mismo.

En cambio, el hombre que dio ya libertad a; su espíritu (cosa que sólo puede ser a causa de altos amores, el 4.° por lo menos), veréis que este hombre es, comunicativo, alegre y virtuoso y capaz de convivir hasta con sus enemigos, porque sabe que son grados distintos del amor y por lo tanto de la sabiduría.

Un ejemplo inolvidable de esto lo tenemos en Demócrito. Veía todas las veleidades de los hombres, los equívocos de algunos de sus condiscípulos y reía de unas y otras locuras; pero él seguía impertérrito, deshaciendo la unidad en átomos y volviendo todos los átomos a la unidad indivisible Universo, siguiendo riéndose de las zonas que los dioses religiosos señalaban en la superficie del globo.

Las alas de nuestro espíritu, una vez que las despliega, son mucho mayores que el terrón en que viven animando un cuerpo; pero mientras como hombre no puede comprimir a todo el mundo dentro de sí mismo, viéndolos y sintiéndolos a todos los hombres en su sentimiento de Amor, le es imposible salir y expandirse fuera del terrón.

Esto es científico y lógico. Porque, ¿qué tendremos que llevar si no hemos adquirido? ¿A quién le ocurre ir a visitar a quien no conoce, sin una recomendación eficiente? Y aun en el supuesto que seamos llamados, ¿quién será el que no cuide de su indumentaria y aseo para no sufrir una impresión poco favorable? Pues nuestro espíritu, que sabe esas reglas de urbanidad universal, cuando ya ama en libertad, recurre con el pensamiento a todas partes, no encontrando fronteras en parte alguna, porque no las hay para el pensamiento, más que en nuestros prejuicios de religión. Patria mal entendida y por todo en la ignorancia.

Hay otra razón, también suprema, para que al amor le sea necesario todo el mundo y es el mandato infalible de fraternizarse todos los hombres y regirse, en su séptimo día, por la Comuna de Amor y Ley. Y, ¿cómo podríamos entender fraternidad, si encontramos fronteras, en las que al otro lado somos extranjeros? Y si a pesar de quitar las fronteras, cada uno guardase una propiedad de la que no podamos disfrutar siéndonos necesaria a la vida, ¿podríamos decir que eso era fraternidad? Pero todo esto tendrá capítulo aparte, donde entraremos más de lleno, y vamos a fijarnos en otra razón suprema de afinidad, por la que se impone que el amor, para su desarrollo, rompa las fronteras y quite la propiedad individual.

El hombre, en su cuerpo y alma, está constituido por un instinto de cada ser que existe y de una molécula o muchas de todas las cosas de los tres reinos de la Naturaleza, en sus especies mineral, animal y vegetal, por lo cual, siendo el hombre un Microcosmo del universo, es también un Macrocosmo de la naturaleza de su mundo, causas las dos por las que el hombre todo lo domina, cuando sabe lo que es, cuando se conoce a sí mismo.

Ahora bien. Si tenemos en cuenta que toda molécula de lo cuerpos (materia) conserva por fuerza un remanente de Magnetismo de la vida eterna; en la que se forma, llegamos a la conclusión incontrovertible, incontrarrestable e innegable de que en la molécula que en nosotros está y cuya materia en conjunto vive o yace por ejemplo en la Australia, es forzosamente atraída y requerida nuestra molécula por el todo de la masa y la recibirá a nuestra defunción. Aplíquense aquí las leyes de afinidad y se comprobará.

Pero, entre tanto, ¿quién puede negar que esa molécula está siempre inclinada hacia el cuerpo mayor y que durante la vida en el cuerpo del hombre, del que forma parte, tiende hacia aquel lugar donde está su todo?

Esto mismo, pues, nos obliga a romper las fronteras y es a causa, del amor de la molécula por la molécula y de todo nuestro ser.

Mas esto, con ser tan gran razón y suprema razón, no es el todo. La «Non Plus Ultra» razón, radica en la reencarnación del espíritu, necesaria a la justa compensación, y sin cuyo medio, la fraternidad de los hombres como hombres, no podría ser, aunque quisiera el Creador, si pudiera querer algo fuera de sus leyes establecidas.

Entonces y obedeciendo al mandato de fraternizarse cada mundo para cantar su quinto amor, el espíritu se ve obligado a encarnar en todos los continentes, razas y familias, dejando por lo consiguiente depósitos de amor, de progreso y materiales.

Pero él se lleva instintos y esencias que para siempre tirarán hacia aquellas afinidades y nada estorbará en el tiempo que se solidaricen, como ahora ocurre.

Las razones y motivos expuestos son matemáticos y axiomáticos y son bastante a que entréis en su profundo estudio Ético­Comunista-Espiritual, y no queremos extendernos más, para no privaros de vuestro desarrollo en este asunto el más importante para todo hombre, de cuyas luces adquiridas debe resultar la convicción de que sólo puede tenerse un régimen que haga iguales a todos los hombres, en obligaciones y derechos: que ese régimen no puede ser otro que la Comuna de Amor y Ley que sostiene esta Escuela, y que eso no puede conseguirse teniendo fronteras, con las que el amor no puede extenderse a todo el mundo, y el amor necesita todo el mundo para que reine la Comuna.

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