CAPITULO NUEVE.
EL AMOR A LA IGUALDAD LLEVA A LA FRATERNIDAD.

Libertad, Igualdad, Fraternidad. He aquí la antesala de la Paz; que regidos esos atributos del hombre y del espíritu por la Ley Madre, el Amor, componen la carta orgánica político-social de la Comuna legal, a la que arribamos ya.

En la Filosofía hemos argumentado lo necesario para encarrilar al hombre por esas vías que han de alfombrarse de flores; pero hoy, por causa del libertinaje y el egoísmo individual, con el odio de las clases, castas y razas, están esas vías sembradas de abrojos y espinas entre chinarros de pedernal que nos destrozan al caminar por ellas; y no podemos menos de arrostrar tal sufrimiento y sacrificio, si hemos de conquistar el plácido valle que al final hay, donde podamos fraternizarnos, igualándonos en la obligación y el derecho.

El Amor a la igualdad, es lo mismo innato en el hombre: y salvo rarísimas excepciones de avaros muy singulares, todos, más o menos, tienden a la igualdad de satisfacciones, ya que sin que nadie pueda eludirse, todos sentimos las mismas necesidades por la existencia.

Esto se ve claro en la urbanización de las ciudades y la unión por vías de comunicación y redes telegráficas de ciudad a ciudad, para estar en contacto y comunicarse cualquier novedad que atañe, no sólo a la vida común, sino a las cosas individuales.

Esto, que al parecer es sólo egoísmo de las empresas, no es más que la fuerza y sabiduría de la Ley Máxima, que el Espíritu en Luz y progresado sabe utilizar para sacar bien del mal y tomar del mal el menos.

Es así efectivamente que se constituyen esas empresas explotadoras de un capital no ganado ni producido por ellas; pero que en su deseo de amontonar más dinero, no vacilan en entregarlo al trabajo, que ellos, ni saben, ni pueden desempeñar.

Los ingenieros y los administradores podrían arruinar en un momento a las empresas; y sin embargo, muestran éstos más interés en acrecentar los rendimientos del capital, aun sabiendo que son pagados, como cualquier obrero, salvo la consideración de clase y responsabilidad.

Pues bien. Tanto el capital, como sus ganancias, producto del trabajo manual y científico, por cualquier lado donde se le mire, fuera de la intrínseca materialidad, veremos que hay un principio y un fin de amor a la igualdad de disfrute en los beneficios morales y aun en los materiales y económicos, porque de sus resultados productivos, disfrutará por fuerza de la necesidad de mantener la explotación todo el país, región o nación a quien la explotación sirva.

Se trata, por ejemplo, de una línea férrea y vemos que se unen los pueblos y se crean pueblos, por el goce de la comodidad y rapidez con que se transportan hombres y productos, ideas y costumbres.

Sea otra empresa de tranvías urbanos y tocamos en seguida el beneficio de trasladarnos con descanso y rapidez de nuestra casa al trabajo, o a casa del amigo y de la familia, estando unidos, aunque vivamos de un extremo a otro de la ciudad.

La necesidad de una mayor higiene, nos sugiere la necesidad de una red sanitaria, donde se desaguan las aguas servidas, que con las aguas corrientes cada uno abra un grifo y toma el agua que ha de menester. Pero como es en estos dos servicios, con la limpieza y el alumbrado de la ciudad, se ha creído (y así es de conveniente) que éstos, aunque se exploten por empresas, son municipales; es decir, que han de estar sujetas y supeditadas a las disposiciones que convengan a la Comuna, y son declarados bien común.

¿Quién dirá que en todo esto no se ve patente en cada uno de los individuos, el innato amor a la igualdad? ¿Y acaso la igualdad no es patrimonio de la fraternidad de los hombres, en la familia del hogar, agrandada luego a la ciudad y a la región por intereses comunes creados por la común necesidad?

No le importa a la ley suprema de los reversos que los hombres hagan de la medalla sociedad, ni del progreso; eso es de los hombres consentirlo o no, o tolerarlo por un tiempo. Lo que le importa a la ley es que, por empresas explotadoras, por colectividades fraternizadas, o por Comunas ciudadanas o regionales, se hagan las obras que las evoluciones marcan para cada grado de progreso. Lo demás, es cuestión del arbitrio de los hombres en dejarse o no explotar o esclavizar por más o menos tiempo; porque también sabe la ley, que más tarde o más temprano, los trabajadores conocerán su yerro de no estudiar los derechos iguales y su pecado original de haberse dejado dominar por la falacia religiosa, creadora única de las diferencias de castas y clases, con mayores derechos y menos obligaciones los unos, que los otros.

Pues bien; el conocimiento de sus yerros, los trabajadores de todo el mundo lo han visto y ya no quieren ser explotados y, ahí lo tenéis al trabajador universal juramentándose para abolir las clases y los privilegios, reconquistando sus derechos a cualquier precio y del modo que les obligue el parasitismo, que se agarra como pulpo a su piedra, prefiriendo que le corten los tentáculos antes de soltar su presa; pero que no ignoran que se ha impuesto el trabajador de las mañas y marañas de los pulpos y están en vela sobre ellos: y en cuanto aflojan un poco, es apresado y restituida su presa al depósito común.

Hagamos memoria de un poco de historia, para ver por la lógica lo despacio que evoluciona el hombre cuando ha caído esclavo de la religión cuyos prejuicios gravitan sobre él como losa sepulcral.

Quedamos probado en nuestra Filosofía lo que es religión, o sea, Relegación de derechos.

Hemos expuesto la doctrina suprema del reformador Shet, donde declarando «Todos los hombres de toda la tierra hermanos son», entraña la Comuna, y ésta no podría ser con diferencias entre los hombres.

Saltemos desde Shet (siglo primero de Adán) al gran siglo 15 en su última década y las dos primeras del 16, dejando más de 52 siglos en medio, en los que Noé, Jacob, Abrahán, Moisés y Jesús nos hablan de fraternidad y nos indican el gobierno Comunal.

Se ha hecho la imprenta para comunizar el pensamiento y las ideas. Cayó Constantinopla, juntándose los sabios de Oriente y Occidente. Se ha descubierto un nuevo mundo, donde se verterán todas esas ideas y se haría un homogéneo humano, de todas las razas heterogéneas; y todo ello, no es sino que el amor a la igualdad es innato en el hombre y los empuja inconscientes a la obra de fraternización.

Dicen (y lo dicen hasta españoles que pasan por grandes hombres y lo he oído yo, repugnándome el oírlo de boca de José Francos Rodríguez, hace pocos días en el salón de la Sociedad Patriótica Española) dicen, digo, que España trajo a estas tierras todo: sus ideas, su progreso, su civilización, su idiosincrasia, su idioma y su religión; y yo protesto de lo último aunque lo diga Franco Rodríguez y todos no Francos ni Rodríguez incluso santos si los hay para alguien, porque España, bajo una religión que no fue, ni es, ni será suya la religión Católica ni Cristiana, puesto que por letras de Pontífices podemos ver, que «España es Pagana», y aunque Isabel jure catolicismo, Carlos V. castigó al Papa Romano, poniéndolo preso y basta este juicio.

La religión católica en España, estaba como antes dije: pegada como el pulpo; y desde luego los españoles, no tenían que vivir siempre en guerra, o aguantarla por la imposición de muchas otras naciones.

Pues bien: Descubierta América, para fundir todas las razas en una sola raza y con un solo idioma, traían también los españoles aquellos la idea Comunista, nacida y declarada en las comunidades de Castilla y fortalecida por la sangre de sus sostenedores, Padilla, Bravo y Maldonado, decapitados por consejo religioso. Mas la semilla de las ideas no muere; y menos pueden morir las ideas innatas del amor a la igualdad fraternal, radicadas en el comunismo y vamos a ver que han germinado y ya dan frutos óptimos.

Francia, es el alma de la Religión Católica (la Francia oficial) y contagió al pueblo en las inmoralidades de sus reyes y magnates bendecidos, consagrados y sostenidos por la religión y sus Pontífices, ocasionando el gran hecho de la Bastilla y cantan a la Comuna; pero su germen, su raíz, está en las cabezas sagradas de los Comuneros de Castilla, dos siglos antes.

Ya el pulpo aprieta demasiado y Francia se dejó ahogar por él y la revolución no dio frutos dignos, acaso porque no había mayoría de dispuestos a la fraternidad; y ni aun los compañeros de Robespierre tenían el conocimiento exacto del comunismo social y ninguno, del Comunismo de Amor y legal: pero castigaron (y era el pueblo el que castigaba) a sus verdugos, hijos y esclavos de la Religión.

No es Francia la que ha de dar al mundo los grandes ejemplos, ni la moral social necesaria para la implantación de la Comuna. Francia fue y sigue siendo la prevaricadora del Apocalipsis: es la hija predilecta de la Iglesia Católica y aun lo confiesa ella misma sin sonrojarse, en estos mismos días y con letras de molde en sus periódicos y conferencias.

Por el año 1830, el Gaditano y fuerte banquero, do Juan de Dios Álvarez Méndez (luego transformado en Mendizábal, que la historia con justicia lo bautiza «Don Juan y medio») Mendizábal digo, por esos años está en Francia y presta grandes cantidades como banquero.

De Francia sale Carlos a disputar la corona a la joven Isabel II ¿Qué ha visto Mendizábal para que como español, vuelva a su patria, se gane la voluntad de la corte y sea nombrado Ministro Regente? Lo que vió y oyó, no pasa a la historia; queda en las confidencias políticas; pero se deduce de los hechos que Mendizábal obró, derrotando al Carlismo y castigando como nadie lo ha hecho a la Religión Católica y lo hace con carácter verdaderamente Comunista.

Sus luchas han sido tremendas y su glorioso epílogo está en sus famosos decretos, que al comentarlos el gran Pérez Galdós dice que «su frialdad es pasmosa y su entereza aterradora». Copiémoslos.

Luego del incuestionable preámbulo, despiadado, frío, cruel, el Art. 1° dice con aterrador laconismo: «Quedan suprimidos todos los conventos, monasterios, colegios, congregaciones y demás casas de comunidad o de institutos religiosos de varones, incluso las de clérigos regulares y las de las cuatro órdenes militares existentes en la península, Islas adyacentes y posesiones de España en África».

En otro decreto simultáneo, más pavoroso que el anterior (lo da, dice Pérez Galdós), con tanta naturalidad «Como quien no rompe un plato», y dice: Art. 1° Quedan declarados en venta desde ahora, todos los bienes raíces de cualquier clase que sean que hubiesen pertenecido a las comunidades y corporaciones religiosas extinguidas y demás que hayan sido adjudicadas a la Nación por cualquier título o motivo y también los que en adelante lo fueren desde el acto de su adjudicación».

«Y quedóse Mendizábal como embelesado, mirando al espacio y a España limpia de sanguijuelas a las que arrancaba de un plumazo la soberbia suma de Siete mil millones que le habían robado al progreso del pueblo». Episodios Nacionales.

Que ahora hágase lo que se haga en el mundo ¿En dónde tiene su raíz? Y entendedlo bien y para ejemplo sirva. Hasta que España, o sus hijos, no dirá al mundo «La Comuna de Amor y Ley» es el régimen Universal, no será. Pero como ya lo han anunciado los hombres, aun sin poseer el secreto del «Código de Amor Universal», ya se lanza a la conquista, aún a costa de sus vidas.

Y es porque aún hay mucho que depurar en el mismo pueblo y es necesario que se depuren los hombres, que apaguen sus odios, se desfoguen y hagan familiar al nombre único de hermano; y lo van haciendo, por el amor innato a la igualdad de derechos y obligaciones, que supone la verdadera fraternidad.

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