CAPÍTULO SEGUNDO
El amor a la salud impone la higiene

Se ha sentado: <<Mens sana in corpore sano>>. Pero hoy podemos decir que, si el espíritu está enfermo, no puede estar la mente sana.

Ni aun la Teología, que tiene un absurdo en cada juicio cuando no en cada palabra, ha podido prescindir de decir que: <<Salud es un estado de gracia espiritual y salvación>> ¿Lo veis? Aquí mismo, para asentar una verdad moral, se ha cometido el absurdo al decir gracia, que yo he subrayado para señalar el absurdo.

No, no es una gracia dada; esa salud está representada en la tranquilidad de la conciencia que es capaz de tener el espíritu por su conducta, por su progreso, por su sabiduría, que a nadie se le deberá sino a él mismo, a su esfuerzo y a su trabajo.

Según la ciencia, mucho más racional que la Teología y de valor matemático, <<Salud es un estado normal del ser orgánico>>, y según la sociología, <<Salud es la libertad y el bien público y particular>>. Pero todo esto, no se puede obtener ni tener sin la salud del espíritu, cuya comprobación la hemos expuesto es sus correspondientes capítulos de la <<Filosofía Austera Racional>>.

La salud del espíritu, repito, la adquiere en la sabiduría que conquista al cumplir los mandatos de la inflexible ley de la vida, en cuyos trabajos desarrolla su poder Psíquico, que lo demuestra en sus actos de atracción magnética, atrayéndose cada vez mayor número de amistades y más grandes conocimientos experimentales de las cosas que dañaron sus organismos y que para poner remedio se ve en la imperiosa necesidad de elegir todo aquello que le puede proporcionar contento y bienestar.

Mientras el espíritu no es capaz de intuir y dominar a los instintos de que se compone su alma y cuerpo, podrá gozar el cuerpo de exuberancia y fuerza animal; pero ese individuo no lo veréis capaz de idearse por sí propio la higiene que le proporcione la salud corporal. Y si la educación es descuidada, será tanto más bruto en sus actos, cuanto mayor sea su fuerza animal que al fin acabará vencido por su misma fuerza, en cualquiera de los casi innumerables modos que en la historia médica se pueden controlar.

Hay constituciones de hombres que parecen una belleza en sus formas y robustez, y sin embargo son hediondos, su sudor fétido y agrio o corrompido envenena el ambiente a su alrededor, hasta notarse un malestar que enferma. En cambio vemos otras constituciones, al parecer más enclenques, descoloridos y de un parecer más enfermizo y no despiden miasmas pútridas, aunque cuiden menos de la higiene corporal.

Si hacemos la anatomía analítica de estos casos generales, descubriremos que el segundo tiene su materia más pura, o porque la purificó su espíritu, o porque se cuidó, desde el instante de su concepción, de escoger las moléculas más purificadas para formar sus organismos; pero en ambos modos, ese espíritu demuestra mayor sabiduría que el del primer caso.

Todo esto tiene una comprobación experimentada en todos los tiempos y nos basta una suma de los hombres sabios que anota la historia y se verá que el 95% de esos sabios son enjutos de carnes, pero de energías superiores a los corpulentos o barrigones y moles de carne, que a poco esfuerzo se sofocan, sudan y su respiración es entrecortada; bufan como un rinoceronte. Estos son perezosos y tardos, aquellos diligentes y siempre dispuestos a la labor fecunda y no se agobian, aunque se cansen. Es que llevan la higiene en su espíritu y fluidifican su alma y su cuerpo continuamente.

Estos ven, por eso mismo, el peligro que les amenaza por causa del retraso de los otros y se ven en la necesidad de imponer la higiene externa a los miasmáticos, para lo cual han extraído las esencias de la naturaleza que con el agua, esencia primera, se neutralice y anule el peligro de las emanaciones de los cuerpos todos, de los que el humano es el más delicado.

Aquí es donde se ha de ver en primer término, las ventajas y beneficios del amor ciudadano, que con un pequeño sacrificio de parte de cada individuo, se construye aquello que sería imposible a una sola familia.

Sí, esas redes de desagües de las aguas servidas y de las otras redes de las aguas corrientes y redes de alumbrado que higienizan, embellecen y aseguran la vida placentera y tranquila de los ciudadanos; y son muy justas las penas que se establecen a los infractores.

Mas la condición humana es extrema en todas las cosas, cuando el espíritu es ignorante.

En efecto; podría citar por millones los casos de abuso por placer en los baños sobre todo y veremos que esos abusadores son en general <<Medinetes>> que en su infancia no conocieron tales cosas, pero que por cualquier causa salieron de su terruño, entrando en la ciudad, que las deslumbró, y corrieron como mariposas inexpertas y encandiladas, cayeron en un encontrón con un moscardón que astuto acechaba y las inició en el deleite, del que se refinan inmoralmente y aventajan en la toilete a las aristócratas que abusan de los afeites y esto ya no es higiene provechosa; pero lo necesitan por efecto mismo del abuso de las pasiones que en ellas se desencadenan con horrores de tempestad devastadora en ellas mismas y de cuantos les circundan.

Este es el reverso de la medalla ciudad. Pero no por ello se ha de calificar mala la vida ciudadana, sino que ha de servir de estudio a los espíritus sabios, higiénicos, higienizadores y morales, para encontrar modo de cortar esos abusos, y en efecto los encuentran con la carestía.

Desde luego que esa carestía es perjudicial, porque priva de lo justo a la mayoría; pero es una ley que hemos establecido nosotros cuando hemos dicho que <<Sólo el saciamiento corrige>> y el escarmiento se encarga de enseñar al ignorante.

Las reglas morales de una higiene conveniente requerida para la salud pública y privada, la establecen los higienistas; y en nuestro << Profilaxis de la vida >> exponemos la verdadera higiene del cuerpo y del espíritu y la codificamos en nuestro <<Código de Amor>>.

Aquí sólo tratamos de la ética de la higiene y hemos dicho la razón suprema de esa moral, que es el progreso espiritual.

Es efectivamente la sabiduría el que señala la norma de conducta al individuo; que es verdad que la educación modula en general la moral social, por el contagio Magnético-Ambiente, que deja en los educandos un remanente, que ya no podrá echar de sí, sino que se lo hará hábito: éste es el sacrificio que se impone la colectividad que forma la ciudad.

Extremar la educación de la higiene es asegurar el bienestar y la salud de la ciudad.

La ciudad, mirando bajo ese punto de peligro de infección, tendríamos por fuerza que confesar que ha sido un equívoco su formación, y lo es en cuanto a carestía y enfermedades; pero esto es secundario, ya que se impone por ley de progreso la unión del esfuerzo de todos los individuos, puesto que nadie se basta a sí mismo; y además está la ley mayor y mandato omnímodo de amarnos todos como hermanos.

Luego los peligros de enfermedad y la carestía de la vida que ocasiona la vida ciudadana, no se puede tener en cuenta más que como cuestión económica, que debe salvarla la moral que al pueblo se le inculque con el ejemplo.

Cuando el colegio sea lo que tiene que ser, lo que en nuestro Código prevenimos, o sea el jardín donde se estudia cada planta, entonces esa moral será eficiente, porque cada niño, cuando salga de él, sabrá sus cuidados, deberes y derechos para consigo mismo y para con los demás seres de la sociedad.

Esto no ha podido ser mientras las religiones han tenido bajo su férula la educación de las juventudes, con cuya moral irracional ha pervertido los sentidos y el sentimiento.

La fórmula irracional prohibitiva impuesta por esa educación antinatural, ha degenerado en muchos grados a la humanidad.

Se han llevado a educar a unas niñas a un colegio o convento de monjas. Ha llegado el momento en que la naturaleza la declara mujer y por causa de lo irracional de la regla establecida, no se la auxilia, no se la instruye, y aquella joven cree que ha cometido pecados miserables, pues hasta se le hace creer que <<es un castigo de Dios impuesto a la mujer, por haber dado a comer de la manzana Eva a Adán>>.

La naturaleza sigue su curso y aquella pobre niña se convierte en una asquerosa inmundicia que le acarrea miles de molestias y maldice su ser de mujer.

Si su espíritu es sabio y logra intuir los remedios, la limpieza siquiera, no podrá efectuarla sin tocarse y hay una desesperación horrible, porque según se le ha enseñado, eso significa una grave falta, un pecado mortal. Podríamos decir que se ha inutilizado a la mujer, porque de esa desesperación vendrán infinitos males que, por su índole, no los queremos enumerar.

Ese momento solemne en que la naturaleza determina el paso de la niña a la categoría de mujer, es en el que, cuando esté la educación de la mujer a cargo de la verdadera ciencia, desempeñada por la mujer altamente experimentada, ese momento solemne será el que forme a las grandes madres, a las amantes esposas, con el más grande caudal de conocimientos naturales, que por la higiene la librarán de ser un censo y una cataplasma de la sociedad y el sentimiento llegará a su grado superlativo y de verdadera higiene moral.

¡Cuántos dolores encierra para la mujer esa ignorancia y cuántas vidas cuesta a ella y malogra muchas otras!

No es menos dañina la educación dada a los varones, por otros célibes que... no guardan el celibato, porque la naturaleza se impone. Pero las prácticas religiosas sembradas en esos jóvenes, malogran muchos años de progreso y anulan la moral social y rompen la fraternidad que nace de la vida ciudadana.

Mas como no son estas materias de este libro, no seguimos este estudio aquí, y porque ya tenemos codificada la instrucción para el régimen de la Comuna, donde la inmoralidad no cabe y la higiene será el hábito que asegura la salud de los cuerpos.

Tenemos, pues, que, para que el cuerpo sea sano, es necesaria la higiene; pero aseguramos también, que el hábito de la higiene, sólo puede ser cuando el espíritu es progresado.

No han de tomarse las cosas nunca por los extremos, como los que toman la higiene por mero gusto y placer, encareciendo los productos que el progreso alcanza y saca a la naturaleza, con lo que privan a los demás de esos medios.

Al respecto, el maestro educador, con el concurso del médico higienista del colegio, entre los conocimientos útiles que debe llevar cuando ya sale el educando para formar parte en la vida ciudadana, ha de figurar en nota especial, cuántos baños y qué clase de baños debe tomar; qué ejercicio y qué cantidad conviene a su estructura y psicología, lo mismo que la cantidad y calidad de alimentos y la ocupación conveniente, arte, oficio y ciencia para que viene más dispuesto, sin olvidar el tipo de mujer que para formar su hogar le conviene, conforme a sus cualidades.

Todo esto es de rigor que sepa el hombre y la mujer, antes de entrar en la vida ciudadana, y sólo con ello se tendrá la moral necesaria y la higiene se impondrá por sí sola, asegurando la salud del individuo y por lo tanto la felicidad posible en la familia ciudadana.

La vida campestre, lleva consigo muchas ventajas a la vida ciudadana para la salud individual; pero hay que confesar que eso es demasiado egoísta y antiprogresista y se impone la vida en la ciudad. Pero no es menos cierto también, que en el campo no puede tener el individuo todas las cosas que puede tener en la cooperación comunal de la ciudad, en la que tampoco cada familia ni individuo puede tenerlo, porque no se basta nadie a sí mismo. Lo que no es necesario argumentar y por lo cual se prueba que, <<el amor ciudadano es más perfecto que el amor de familia>>.

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