CAPITULO VII.
LA VIDA EN FAMILIA HASTA LA DESENCARNACIÓN DE JOSÉ
Nada anormal hay en este período, a no ser el constante sufrimiento de la Madre
por ausencia del hijo.
Continuaba éste en el Colegio bajo la égida de José de Arimatea,
pero Jesús había rememorado tanto en las Escrituras como en la Kábala sobre la
Misión que tenía en la Tierra, que parecía cada vez más olvidado de la familia y
no era tal olvido falta da amor sino sacrificio de sí mismo , pues
comprendía bien que no podía dejarse llevar del sentimiento familiar, y así
evitaba aun en las vacaciones ir a Nazareth, para no amargarse ni amargar a
María , pues todos sus hermanos se oponían a sus tendencias y más cuando
les llegaban algunas noticias de las arengas que el estudiante hacía más
de una vez en el pueblo en sus conferencias, lo que les hacía prever el
fin que le esperaba.
María callaba sus sufrimientos y por todos los medios trataba de atraerlo y de
alejarlo del peligro que presentía podría traerle su vida revolucionaria y se
alegró cuando supo del amor de María de Magdala por él, a la que animaba
la madre a fin de que Jesús esquivara el peligro que su vida le habría de traer;
pero todo era en vano, podía en él más el Amor Universal que el Amor particular
y el de la familia aunque en ella estuviera María. En casa eran ya todos
mayores, menos el amado Jaime y el taller era una verdadera gloria con seis
robustos oficiales y el padre como Director y la Madre el lazo de
unión que a todos contentaba y alegraba con su amor y hermosura de
matrona, aunque algo ajada por el dolor.
José había entrado ya en los 70 años, teniendo Jesús 23 y desencarnó,
no pudiendo darle como padre su último beso, pues Jesús no estaba
presente.
Si hasta allí la vida de María fue de sufrimiento, ahora comenzaban los dolores
y ya viuda y acordado en consejo de familia, María con su
pequeño Jaime y dos más de sus hijos se dirige a Jerusalén para ver a Jesús y
llegando al colegio se anunciaron; y aquí recibió María la mayor lanzada,
pues avisado Jesús que su Madre y hermanos le esperaban, él contestó: "Mi Madre
y mis hermanos son todos lo que hacen la voluntad de mi Padre".
No es que no comprendiera María el significado de las palabras de su
hijo, sino que su corazón de Madre gritaba y en su corazón había protestas
contra el extremado rigor del hijo para sí mismo, pero ella en su percepción se
calmaba, en tanto que los hermanos se sulfuraban y no se conformaban con tal
conducta; pero al fin amaban demasiado a la Madre y acababan por oír las
disculpas que ésta tenía para el proceder de Jesús.
Mas si hubieron de verlo fue en el paseo, pero no hablaron y era esa la
primera vez que Jaime lo veía.
De esta negativa de Jesús creció entre algunos de sus hermanos cierto tedio
hacía él, que se acrecentó cuando salió a la vida pública y se llamó
hijo de Dios.
Aquí veían ellos la deshonra de la madre y el padre y humanamente no les faltaba
razón, pero María en su amor de Madre todo lo dispensaba y dobló entonces
sus esfuerzos con María de Magdala para retirarlo de la vida peligrosa y nómade,
pero nada consiguió de sus propósitos. Ya María se iba quedando cada año más
sola, pues los hijos ya todos acomodados se esparcieron por varias ciudades con
su oficio y todo esto era naturalmente para mayor amargura y crecía el recuerdo
del rebelde Jesús.