PRIMERA PARTE.
CAPITULO PRIMERO
JOAQUÍN Y ANA PADRES NATURALES DE MARÍA.
En las floridas riberas del Jordán y en lo más hermoso del valle de
Jericó vivían en el crepúsculo de la Ley Mosaica y en los albores de una nueva
era de luz, de cuya antorcha ellos serían los progenitores, dos seres
dichosos en su humildad de laboriosos pastores, apreciando la naturaleza
a la que comprendían lo suficiente para su felicidad y como seres destinados a
dar a la humanidad un ser que sería el arca de la Alianza entre todos los
hombres, pues de su seno nacería el Misionero de la Libertad, el enviado del
Padre a predicar el Amor, el Libertador de la conciencia humana,
pero hombre como todos los hombres, e hijo del hombre como los demás
hombres, sin que el "Espíritu Santo" tuviera otra participación
que la que tiene establecida para todos los seres en la Ley armónica del
Universo.
Aquellos seres son JOAQUÍN Y ANA.
En la madurez de su edad y para alegría de su hogar, fue elegida la materia de
estos virtuosos trabajadores por el Altísimo Espíritu de la que venía con la
alta misión de dar carne en sus entrañas a Jesús, espíritu de alta misión
que hasta entonces había venido a la Tierra en su carácter de Amor y Rebeldía, y
necesitaba por esto que la materia que había de amamantarlo fuera lo más
perfecta posible y de la raza Adámica, para que justamente estuvieran en esa
materia la fortaleza y la virtud en su más alto grado.
En el mes de Tisseri del año Adámico de 3.743 Ana se sintió madre y Joaquín era
un elevado espíritu y poseía facultades medianímicas, fue intuido por los
Espíritus de Luz y le fue revelado por éstos lo que se les confiaba (lo mismo
que sucede hoy en muchísimos casos con nuestros médiums), y como Joaquín y Ana
eran espíritus ya redimidos por su misma fuerza y a través de muchas
reencarnaciones sabían adorar en el fondo de sus conciencias a la causa de todo
bien, amaban al Creador sin temerle y a sus semejantes como a sí mismos. Fácil
es comprender la alegría de aquel justo varón y de aquella venturosa mujer al
saber por los hermanos mayores la distinción con que eran investidos por los
Consejos del Padre Común y el cuidado que tendrían en prepararse a recibir en su
hogar aquella niña que luego seria cantada por el Universo llamándola Rosa de
Jericó.
Mas nuestro Padre Común, todo lo hace bien y delante de esta niña había
nacido un varón, su hermano que conocemos con el nombre de Jaime, que le
serviría de defensa en su niñez y de compañía en su viudez y procurador de lo
material durante su vida de Misionero, al hijo de María, Jesús, a quien
acompañó hasta el Gólgota.
¡Cómo hay que admirar en estas sabias disposiciones a la providencia!
Llegó por fin el día 8 de Tebet (Septiembre) de 3744 y reciben aquellos
esposos en sus brazos aquella flor selecta del Jardín del Padre, que en su
mirada traía el amor y la bondad sumos y bellas sus formas materiales, preparada
así a dar materia a otra vida, que en perjuicio de su grandeza habían de ocultar
hombres sin escrúpulos y agiotistas de Jesús su hijo, al que amó más que a sus
otros seis, no por singularidad o parcialidad sino por la rebeldía y vida no
común que éste se impuso desde sus primeros años; y esto es común en todas las
madres, demuestran más bondad con aquel hijo a quien comprenden
desgraciado y Jesús lo era demasiado por lo que se refiere al seno de su familia
(porque al venir él al mundo se encontró con cinco hermanos de padre;
como veremos en su lugar, y su padre José tenía alguna predilección por los
primeros) y esto le quitó a Jesús las alegrías de la infancia y María empezó a
beber el amargo, del cáliz que más tarde consumiría.
He adelantado estos datos en éste capítulo a fin de hacer justicia a los
padres de María pues abarcando de una ojeada la vida de ésta, se puede
colegir y apreciar la Educación Moral y Doméstica, que dieron Joaquín y Ana
a su hija y tal fue, que supo dar gloria a sus progenitores, desempeñando
las cargas de una casa de artesanos que José le ofreciera en dote, donde
la esperara con cinco hijos de cinco diferentes genios y el de
José, que valía por lo áspero al de los cinco vástagos y en este
momento aún María no contaba más que dieciséis años.
¡Honor a vosotros, ancianos venerables, laboriosos obreros de la viña del Padre!
Cumplisteis como buenos y sois reverenciados por los Espíritus Elevados y en la
Tierra vuestro nombre durará lo que la Humanidad.
Joaquín significa "preparación del camino" y Ana "medida a partes iguales". Yo
veo en esto toda La Ley de Justicia del Padre, ¡que los hombres
todos así lo vean para vuestro honor y satisfacción!