El hombre recién nacido.

Junio 30 de 1950.

Qué inerme, que torpe es el hombre-niño cuando acaba de encarnar.

La mayoría de los animales son más precoces que él; aunque no ven, buscan alimento, se acercan a la madre para que les de calor, se arrastran y parece que en ellos hay ya el instinto de la vida. La necesidad despeja su inteligencia; pero en el hombre niño todo es torpeza ¿por qué?

Muchos de vosotros os habréis hecho esta pregunta. Es una masa de carne, una masa de carne que parece que no tiene inteligencia, que parece que no trae instinto. Llora porque tiene hambre, pero no se proporciona el alimento, no se acerca a la madre a que lo caliente.

¡Qué torpe es el hombre niño!... pero aquella masa de carne alberga en sí la chispa divina, el espíritu, que no trae el animal, y los padres y los afines lo rodean de cuidados y de ternuras, tienen paciencia para esperar el primer destello de inteligencia; la primera luz en sus ojos llenos de alegría, la primera sonrisa los hace felices, la primera demostración de conocimiento para los padres los enorgullece. ¡Cuánta felicidad! Cómo se recrean los padres viendo aquel pedacito de carne que va cobrando inteligencia, que va teniendo luz, y siguen su desarrollo lentamente. Están los padres siempre pendientes, siempre cuidándolo, porque tarda muchos años para poder valerse a sí mismo, y después llega a la mayoría de edad y los ardores juveniles lo arrancan de los brazos paternos y del hogar; entonces se entrega de lleno a los placeres propios de su edad, hasta que se harta, hasta que se hastía y luego, muchos forman un nuevo hogar, y responden a sus deberes; pero la mayoría de los jóvenes actuales olvidan los cariños, la educación de los padres, sus ternuras y, como vulgarmente decís, se sienten acabados, hastiados, porque la enfermedad los hace su presa y no les queda más remedio que confinarse, porque no tienen ya fuerzas juveniles, porque no hay salud en sus cuerpos podridos. Pero la Ley sigue su obra, sus afines y protectores no desmayan, tienen paciencia y vuelven a nacer y vuelve a repetirse la historia, hasta que, poco a poco, van comprendiendo su deber y van dándose cuenta también de su valer.

Qué lentamente se van percatando de sus posibilidades, de los tesoros que llevan en sí mismos, de la fuerza que los anima, de su origen divino, que tiene que revelarse y del que no sacan provecho porque desconocen las facultades que traen.

Vosotros habéis presenciado ya el progreso rápido de la humanidad en los últimos años. ¿Por qué? porque muchos espíritus, si no la mayoría, han entrado ya a ese período en forma desordenada, impaciente, cometiendo abusos, lo que llamáis excesos, la perdición.

Los religiosos creen que el hombre ha llegado al máximo de sus vicios y que la Tierra se acabará porque no se puede tolerar ya más prostitución. No es así; los momentos son críticos, pero aquellos que ya han logrado su mayoría de edad espiritual están ya en equilibrio. Los otros, en su desesperación por encontrar el camino, en el disgusto y la amargura que sienten al no haber correspondido, al no haber cumplido con su deber, se entregan, con frenesí, a las pasiones más bajas. Sienten prisa por saciar sus apetitos aún despiertos, y por eso es ese desenfreno, hermanos míos, y por eso es este contraste. Cuántos sabios, cuántos hombres de talento, cuánta cultura en este siglo y cuánta prostitución y cuánta infamia y cómo pisotea la mayoría de los hombres las leyes de la moral, el orden social, las doctrinas antiguas, que eran el freno para la juventud y para la edad madura; pero vosotros sabéis el por qué y sabéis que los extremos se tocan y de esta vorágine de pasiones y de este torbellino de vicios, de este lodo que mancha a todos, porque ya no hay concepto del amor y del deber, brotará la verdadera luz y surgirá la nueva vida en la Tierra.

Hubo paciencia de los padres para esperar al niño; el niño creció, el niño no correspondió a sus esperanzas; pero esos padres deben saber que aquel hijo va a volver a una nueva vida y entonces mejorará, tal vez poco, tal vez mucho.

Y así como los padres esperan pacientemente, así esperamos los hermanos mayores, con amor, con paciencia, a que nuestros hermanos, nuestros guiados, reciban la luz y vuelvan a una encarnación brillante donde desempeñen ya, a conciencia, alguna misión, porque ya serán conscientes de su trinidad y sabrán cumplir su deber; y esos misioneros vendrán a la Tierra para establecer la verdadera Comuna de Amor y Ley, que hoy asusta a los hombres.

Cuántas encarnaciones, cuántos sufrimientos, cuántas lágrimas, cuánta sangre derramada. Cuántas madres martirizadas, cuántos pensamientos de rebeldía y decepción; pero este dolor contribuye a que los espíritus se depuren y a que obren por sí mismos para que aprendan que el hombre es poderoso porque tiene facultades que ni siquiera sospecha.

Cuando el hombre no necesite de los médicos, cuando el hombre sepa alimentarse, cuando el hombre sepa aprovechar todos los minutos de su tiempo, cuando el hombre sepa vivir como verdadero hombre trino, entonces habrá luz en la Tierra y reinarán la paz y el amor.

Pidamos todos porque esos sufrimientos de padres y madres (porque aquí todos lo sois y lo habéis sido o lo seréis) conviertan al hombre de mañana en el hombre poderoso que debe habitar ya en la Tierra.

Que el Padre os bendiga.

José de Arimatea.

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