ELOI

Cómo deben corresponder los niños al amor infinito del Padre Creador y a las ternuras y cuidados de sus padres materiales.

Síntesis de los consejos y recomendaciones a los juramentados.

Abril 28 de 1939

Esta mi última plática será dedicada a los hermanitos juramentados que me escuchan en espíritu, ya que miles de ellos han acudido en estos momentos.

Podéis oír sus risas infantiles, podéis daros cuenta de la alegría que envuelve ahora vuestro recinto, de la belleza que encierra vuestro ambiente.

A vosotros, hermanitos, me dirijo:

La mayoría sois felices porque tenéis padres que os aman, que os llenan de caricias, de besos, de ternuras y atenciones que vosotros en materia, recibís con toda naturalidad, como si tuvierais derecho a ello; pero vuestros espíritus se dan cuenta de que esas ternuras, esos sacrificios para hacer vuestra vida dulce y agradable tienen que ser correspondidos; tenéis muchos deberes que cumplir, grandes obligaciones que llenar.

Vuestros padres representan al gran padre Creador, que es Amor y Sabiduría y son todo para vosotros en vuestra actual existencia.

Desde que se inicia vuestra gestación, vuestros padres aportan su sacrificio, sobre todo vuestra madre que os alberga en sus entrañas, os da su sangre y su vida y con dolor os trae al mundo.

Después, durante vuestros primeros días. meses, años, que gran ternura, cuánto sufrimiento, qué interés tan intenso de su parte.

Vosotros lo sois todo para ellos. Todo se olvida, todo se deja, se desentienden de sí mismos por proporcionaros, no sólo lo necesario, sino hasta lo superfluo.

Desde pequeños debéis comprender que lo que recibís debéis pagarlo, y cuanto antes mejor.

Debéis corresponderles con vuestra atención y cariño, así como con vuestra obediencia, obediencia que debe ser ciega mientras la luz de la razón no brille en vuestro cerebro, en tanto que el espíritu no os hable claramente, y la conciencia sea vuestra.

Son ellos, -vuestros padres- los que representan a ese Padre de quien todos somos hijos, como lo sabéis ya; ese Padre amoroso que en su sabiduría infinita os ha concedido la satisfacción de haber sido vosotros mismos los que escogisteis a vuestros progenitores.

¿Cómo debéis ser, entonces, desde vuestros primeros años?

Cumplidos, atentos, cariñosos con ellos, que lo son todo para vosotros.

Debéis ser alegres, muy alegres; los niños no deben estar nunca tristes porque en esa edad de la inconciencia vuestras materias tienen todo lo necesario para su sostenimiento y recreo y no hay razón para que haya tristeza entre los niños de la tierra.

Venís a cumplir aquí grandes misiones que habéis jurado llevar a cabo, para lo que se os presta ayuda, estímulo y se os prepara hasta donde la fuerza de vuestros padres lo permite.

Desde ahora debéis comprender que necesitáis estudiar mucho y que, en el momento del estudio, vuestra atención debe concentrarse, intensificarse. Olvidaos en ese momento de todo lo que no sea vuestra tarea y aprended un poco cada día, tanto como vuestras facultades os lo permitan.

A la hora del juego -que en vuestra corta edad es casi todo el día- gozad, reíd, sed alegres, felices, porque debéis serlo; no debéis estar tristes, al contrario.

Sabéis que estáis comprometidos en una gran lucha y que sois vosotros los que vais a la vanguardia llevando los estandartes en que puede leerse: VERDAD, FUERZA, GRANDEZA.

Nunca digáis mentiras; ya se os ha dicho el perjuicio tan grande que recibe vuestro espíritu aún con esas mentirillas que en labios infantiles parece que no tienen importancia.

Jamás engañéis a vuestros padres; sed siempre claros y francos con ellos; no les ocultéis dolores, enfermedades o pequeñas molestias. Cuántas veces algo, que pudo ser sencillo, se agrava por falta de oportuno aviso y puede ocasionar hasta vuestra prematura desencarnación.

Acostumbraos a que vuestros padres lean vuestro pensamiento como leen en vuestro corazón. A vuestra madre no la podéis engañar; con solo ver vuestros ojos lee hasta el fondo de vuestro pensamiento y se da cuenta si tratáis de decirle una falsedad.

Acordaos de que sois transparentes para vuestros padres y es por demás que tratéis de mentirles, porque ellos -que os aman tanto y representan todo para vosotros- sólo viven de vosotros y vuestro cerebro está abierto para ellos, como lo está también vuestro corazón.

Os observan, os estudian, no necesitan que les digáis lo que pensáis o sentís; sin embargo, no por eso creáis que no debéis decírselos; vuestro primer deber es ser verídicos, claros y francos con ellos.

Amando a vuestros padres os enseñaréis a amar a ese otro Padre del que ya os he hablado; ese Padre de quien en vuestras mentes infantiles no podéis tener una idea siquiera aproximada de su grandeza; pero sabed que es el Padre que lo provee todo; es él quien os da el pan que coméis, la leche que bebéis; quien os da esa madre que es todo ternura para vosotros, os ofrece sus brazos -la mejor de vuestras cunas- y os da su corazón, el más seguro de vuestros refugios. Es él también quien os da ese padre que os proporciona lo que necesitáis para vuestra materia, que trabaja mucho, mucho, para daros la ropa, el calzado, todo lo que requerís en la escuela, en vuestros juegos, en todos los actos de vuestra vida.

Ese amoroso Padre os da también las flores que tanto os alegran; los pajaritos que cantan jubilosos para que estéis contentos como ellos; ese brillante sol que os vivifica con sus rayos bienhechores; esa luna que ilumina vuestras noches y esa tierra, que es otra madre que os ofrece todo lo necesario para subsistir.

Ya podéis imaginar cuán grande, amoroso y omnipotente es ese Padre de que os hablo.

Para formaros una pequeña idea de su grandeza, levantad los ojos al cielo; mirad qué hermoso es, tanto de día como de noche; ved esos astros que os llenan de admiración; contemplad esa luna que alumbra con su luz tenue y agradable a vuestros ojos.

Esas pequeñas lucecitas que os llaman tanto la atención, son otros mundos donde hay casas como las vuestras, y familias con niños como vosotros, muchos más de los que podéis imaginar, y todos esos mundos son creados, son formados por la voluntad de ese Padre Omnipotente.

Si él os da tanto, ¿qué debéis hacer para corresponderle? ¡Os pide tan poco! en su magnanimidad, sólo exige que seáis verídicos, rectos, estudiosos y cumplidos; que améis a vuestros padres, los respetéis y obedezcáis, porque amándolos, amáis también a ese Padre -el único santo- que desde pequeños se os enseña a conocer y amar, que es un padre que siendo tan grande, se acerca a vosotros y estáis también vosotros dentro de él, porque sois parte de él y le pertenecéis por entero.

Ese Padre se llama ELOI, para que todos los niños lo sepáis, y podéis hablarle con tanta confianza, tan íntimamente como habláis con vosotros mismos.

José de Arimatea.

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