PÁRRAFO II
LEY DE AFINIDAD

Prescindamos aquí del infinito trabajo de esta ley sobre todas las cosas de la naturaleza del hombre abajo, porque es labor de la Química y de la Electricidad demostrarlo, porque es del dominio de las matemáticas positivas, lo mismo que los efectos producirlos por el amor material.

Nosotros tenemos el deber de pasar más adelante de esas ciencias físicas e internarnos en la fría metafísica, con todos sus intríngulis, zip-zags y recobecos.

Y no nos asusta: porque ya hemos recorrido ese laberinto para sentar los axiomas de «El Espiritismo en su Asiento» y los principios de la «Filosofía Austera Racional», por lo cual aquí más bien vamos a recrearnos en su grandeza, aunque quizás nuestro rico idioma no lo sea bastante para ponderarla.

Como el amor del Padre lo baña todo, lo llena todo y lo vivifica todo, pero que está, por ley forzosa, más puro y latente en su epicentro, que llamamos centro vibratorio, desde luego, todas las moléculas que componen el Universo infinito, en Mundos, seres y formas, por el magnetismo remanente que cada una conserva de su estancia y vida hasta su desprendimiento de aquel centro en el que vibra el Padre Creador de todo, que podemos decir con justicia que el Éter es su aliento y su pensamiento eterno de la creación

Cada molécula, repito, por ese magnetismo remanente, no se querría ( permítaseme expresarlo así), no querría separarse de aquel seno materno. Pero, es necesario separarse para la demostración de la vida en formas y a la ley de afinidad le es confiada esta tremenda tarea, que la sabe cumplir el espíritu, que en la unidad solidaria que compone el espiritismo obran la omnipotencia del Padre.

¡Hermanos! Fijar bien este punto que por primera ver se os descubre a los hijos de la tierra.

Un espíritu A, por ejemplo, tiene el cargo de reunir todas las moléculas H (hierro) para un mundo B, del grado C.

A, en el centro vibratorio, se carga de las moléculas H, más potentes del grado C, y se coloca en el punto apartado conveniente, donde atrae, por la ley magnética, a las moléculas H; hasta la compensación de sus fuerzas.

Esta operación no se realiza al capricho, sino que se atiene a hechos matemáticos. Lo que quiere decir, justos o de justicia.

Mientras el espíritu A está en esa operación Afínica, otro maestro habrá recogido un germen telúrico que un mundo central, o Sol, habrá evacuado, dando nacimiento a un mundo nuevo: y en su momento justo, el espíritu A, con toda su carga H, penetra en el mundo que denominamos B y descarga, dejando allí aquello, que será el epicentro de atracción magnética de cuantas moléculas afines se pongan al alcance de su potencia y que constituirán durante la vida de aquel mundo, el elemento hierro.

Lo mismo sucede para todas las otras moléculas de la inmensa variedad universal, que compondrá él todo de ese mundo; y cada epicentro magnético de cada especie, son ahora, los policías de la ley de afinidad, atrayendo moléculas vivas, llenas de valor y fuerzas vivificante, y expeliendo las viejas, gastadas por el trabajo de generar formas, por la más alta química de la metamorfosis, las especies movientes qué demuestran la vida, para preparar otras vidas; ascendentes, en perfección, hasta que, llegadas las cosas a un punto Matemático-Alquímico, se reúnen los productos todos, de todas las cosas de los tres reinos, y crean el cuerpo y alma humana, resumen del poder de la naturaleza; y, por justicia del progreso, no puede terminar ahí proceso de tanta industria inteligente; y es entonces cuando, según sea el grado del mundo creado, embrionario, de prueba, primitivo de expiación, o progreso, lo ocupará una familia espiritual, que toma del cuerpo materia y alma animal, esencia depurada de la materia, con los que cada espíritu, forma su cuerpo y su alma primitivos de aquel mundo, apareciendo el hombre espontáneo, como cada especie.

Todo esto es preparado por la ley de afinidad. Pero es ahora cuando empieza para ella un trabajo mucho más delicado y grande, pues tiene que hacer afines consanguíneos, por cruzamiento en sus cuerpos, a toda la familia espiritual.

Mas como ya obra ahora la Ley de afinidad, con las otras tres leyes gemelas y primordiales y la hemos de seguir señalando por fuerza, la dejaremos aquí, como queda expuesta, para ir explicando las otras.

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