PARTE CUARTA
CONOCIMIENTOS DE RÉGIMEN

CAPÍTULO IX
El hombre ante la ley

PÁRRAFO III
LAS LEYES DE LA MAYORÍA, SON EL RETRATO DE LA HUMANIDAD.

Las exposiciones que el mundo celebra reuniendo en ellas todo el progreso de sus industrias y productos del trabajo, sirven para apreciar desde un solo sitio todos los adelantos periódicos de una región y aun de todo el mundo, cuando son universales.

Los hombres, en todas partes, son la exposición constante de la naturaleza y las ciencias recogen los fósiles más antiguos de las épocas geológicas y en los museos vemos también el progreso secular ,paulatino, de la naturaleza, comparados los ejemplares del día con los más antiguos.

Todo esto, en lo material, nos da una idea clara del progreso, que no se puede negar; mas en lo moral y en lo espiritual sólo podemos verlo en las leyes de los códigos regimentales, porque en otra forma, aun el hombre no ha sabido demostrarlo y en ellas hay que verlo.

No es erróneo el aserto de que “las leyes son el retrato de la sociedad que las hace”, como no es errónea la figura producida en el espejo plano de la persona que a él se acerca para examinarse; y como éste es inflexible, que reproduce lo que ve sin piedad de que se entristezca la dama que tuvo líneas y formas impecables y al presente, sólo arrugas, desfiguraciones y canas presenta.

Así, las leyes no pueden decir otra cosa que la verdad de los hechos de la sociedad que las mantiene en vigor.

Se ha retratado la sociedad humana, por sus hechos, de todos los libros que anteceden hasta el “Buscando a Dios”, por lo cual no tengo más que repetir aquí el argumento irrebatible que en otro lugar hice; y es que, las leyes divinas son buenas porque con sabiduría y amor, y si los hombres las cumplen, serán buenos, sabios y amorosos. ¿Qué son los hombres hoy? Todo lo que hemos estudiado, toda la gran exposición del mundo, nos demuestra y nos prueba que los hombres son malos e ignorantes y que se odian unos a otros hasta entre padres e hijos y hermanos con hermanos, nacidos de un mismo vientre; luego, no cumplen las leyes divinas, y si no las cumplen, es porque las leyes de los códigos están también fuera de la ley divina; porque, como ya atrás se probó, esas leyes siembran el odio, porque se fundan en la supremacía individual, o de patria y religión con lo que todos a todos se consideran diferentes y más bajos y enemigos. ¿Es culpa de la ley? La ley la han hecho los hombres y por lo tanto, es el retrato de los hombres que hicieron las leyes; pero éstas no fueron hechas ni sancionadas por plebiscitos, como probé en el párrafo anterior y con ello me obliga a decir, en verdad, que las leyes de hoy en todo el mundo, son el retrato exacto de la humanidad, por lo que, los poderes, no están constituidos por el libre plebiscito, sino por un plebiscito parcial que mata la libertad y, por tanto, las leyes de hoy sólo representan el libertinaje, amparado por la fuerza bruta; no es, sin embargo, la ley humana hoy, desde la mitad del siglo XIX, el retrato de la humanidad, porque había llegado una anormalidad, señalada en la ley de justicia, y las anormalidades, no son el estado de verdad de las cosas y por tanto, es una ficción de la visual.

Dije en un párrafo anterior que “llegaba el tiempo de la justicia y ésta impuso la reencarnación forzosa a todos los espíritus que en su libre albedrío habían delinquido y tenían cuentas pendientes en la tierra y hubo el acuerdo, mandato sabio, de encarnar acusadores y deudores en los puntos respectivos y en las clases adecuadas”. El ser un acto forzado, es un caso anormal que la ley suprema puede provocar, pero que es la mayor prueba de amor y la vamos a probar.

Suponed un hombre de negocios, hábil para éstos, pero mal administrador; por lo que, aunque hace producir sus obras, por la mala administración consume todo, o lo derrocha; el caso es, que no paga a sus proveedores y ni aun a los trabajadores, pero todos lo reconocen como hombre de valía; llega el momento en que los acreedores lo enjuician, pero le dicen que es para salvarlo a él y cobrar ellos; para lo cual, de acuerdo con la ley, los acreedores ponen un representante y encargan a los buenos obreros que sigan el trabajo bajo la dirección de su patrón y que presenten sus planillas y facturas al visto bueno de él para ser pagados, al par que se le dan todos los medios de saldar sus cuentas al deudor. ¿Hay aquí injusticia? Se le ha enjuiciado; se le ha quitado el libre albedrío que entendía mal y convertía en libertinaje; pero se le da la libertad de desenvolvimiento y esa justicia es amor.

Los obreros y proveedores le piden reiteradamente sus haberes; no pueden ignorar que se encuentra en estado anormal, porque le es recordado por el pedido; y si él tiene ideas de regenerarse, aprovechará esa anormalidad de justicia y aun agradecerá a sus acusadores la sabia lección; no podrá decir que su enjuiciamiento fue para deshonrarlo, sino para rehabilitarlo en amor, bajo la acción de la justicia.

Mas si no tiene ideas de regenerarse, le veréis burlarse de la justicia, ya descuidando la producción, ya buscando subterfugios, porque en él no está la voluntad de pagar. ¿Qué hay que hacer ahora con ese hombre que busca todos los recursos imaginables para no pagar, que no oye los pedidos de pago de los proveedores y ni aun de los trabajadores? Por de pronto, la ley lo declara malversador y lo deshabilita; luego lo encausa como culpable, desposeyéndolo de su negocio porque es de sus deudores y la ley pone éste en manos de sus verdaderos dueños.

Esa ley, es el retrato de los acreedores que le dieron todos los medios de amor, dentro de la justicia; pero no es el retrato de los malversadores y por lo tanto, no es la ley ésa el retrato de la humanidad, aunque sea el retrato de una sociedad de intereses parciales. Por eso admite subterfugios y burlas.

Pero es ley de mayorías creada para casos anormales, y ella dará pié a la ley común, cuando todos los hombres se sujeten a ella por sentimiento de la justicia; si hoy no lo es, es porque toda la humanidad no tiene el sentimiento común, y así la ley, está llena de parcialidades, según son los hombres en la individualidad y la sociedad, colectivamente; y es claro que así sea, porque hay deudores de mala voluntad y acreedores obligados a cobrar por la ley que no admite subterfugios y es la ley de justicia divina que burla todas las leyes humanas, cuando no son su reflexión y no son inflexibles. Por lo tanto, no son ley, ni retrato de la humanidad que hoy puebla la tierra y está probado que por esas leyes sufren todos, hasta los malversadores que están continuamente amenazados por el pedido de los trabajadores que se ven acosados por el hambre, para que sea más intensa la fuerza de su pedido, a fin de que algunos más de los morosos, paguen, mientras llega la ley verdadera, que será retrato de la justicia inflexible en la que todos los hombres son salvos, porque tendrán en sí mismos la justicia, por sentimiento.

De éstos hay mayoría en la tierra y son tantos como los trabajadores: pero saben éstos que están en la anormalidad de un caso de la ley divina y, ésta es la razón por la que las leyes de hoy no son el retrato de la humanidad.

Al llamar la justicia universal del Padre a todos los que tenían cuentas pendientes, hubo el acuerdo dicho atrás, viniendo todos los acreedores de la clase obrera y trabajadora y los deudores en las clases pudientes, o que tenían acaparado el producto del trabajo, diciéndoles los acreedores: “Nosotros nos sometemos al sufrimiento, a fin de que os pidamos y vosotros nos paguéis con lo mismo nuestro, que os lo pediremos recordándoos este acuerdo y seréis justificados y admitidos en la armonía comunal si cumplís, y sino, la justicia os desposeerá de lo que es nuestro, declarándoos malversadores y de mala voluntad, por lo cual seréis desalojados de la tierra que nosotros hemos cultivado y la justicia del Padre nos da en usufructo común, por nuestro trabajo que siempre es común”.

De modo que, los acreedores han cumplido y sufren las miserias causadas por la ley de desigualdades que sólo es el retrato de falsos plebiscitos y por lo mismo, sociedades parciales y de individualidades morosas y de mala fe, quedando, sólo como retrato de la humanidad en la mayoría de la justicia, la ley del Sinaí aclarada por Jesús y sancionada en la carta universal de Santiago, prohibiendo la acepción de personas; a cuya ley, han opuesto los transgresores la ley de propiedad, que estableció el feudalismo.

No hay, pues, una ley humana sancionada por los pueblos, que represente a la humanidad; y es necesario que se proclame; pero para eso, es necesario que se expulse a los morosos y malversadores, restituyendo todo el fondo común; y a eso llega la justicia divina que establecerá la ley de igualdad, retrato de la humanidad que la acató.

Pero sí hay en cada pueblo, una ley que retrata a cada pueblo; y aunque cada una es diferente, entre todas encontramos fiel el retrato heterogéneo de la composición anormal de la humanidad de la tierra en este hecho de justicia de la liquidación, por la fuerza de la justicia; por esto veis el tremendo desconcierto, el chirriar de las conciencias acusadoras y acusadas, que se resisten al deber de pagar y, en vez de hacerlo y disfrutar de la paz y calma del deber cumplido, los deudores contestan al justo pedido de los acreedores con la fuerza bruta, llegando, (desde la fecha en que encarnaron, convencidos o forzados por la justicia) a las guerras más sanguinarias que los siglos han conocido en cantidad y calidad, pues la ley hoy se muestra (12 de septiembre de 1913) para enseguida, será en su magnitud, igual a la suma de todas las guerras habidas (1).

La causa es, que la ley no es el retrato de la mayoría consciente y sabia, sino de la mayoría feudataria, malversadora y morosa por malicia e ignorancia de la ley divina de justicia; pero aun así es el retrato fiel de la humanidad anormal constituida por la fuerza de la justicia, pues heterogénea es la humanidad y heterogéneas son todas las leyes de los pueblos en que se divide la tierra, pues como ya dije, el hecho de la división, significa injusticia. Por lo tanto, las leyes en que ha de apoyarse la división, tienen que ser también injustas dentro de una sociedad o de un pueblo y entre nación y nación, porque cada individuo se considera mejor que el otro y cada nación superior a la otra. De aquí el estrépito horrible del chirriar de los goznes de las conciencias que están oxidados porque nunca se abrieron para franquear su registro y hoy son forzados esos goznes a girar, porque la justicia escrutadora se impone. Pero hay muchos de esos goznes corroídos por el orín y que al ser forzados a girar se rompen y caen con estrépito sus puertas, dejando escapar los reptiles que encerraban, en vez de sentimientos. ¡Qué vergüenzas quedan al descubierto en esos antros que deberían ser sagrarios dorados repletos de virtudes, formando sólo una virtud: amor! Pero todo ello está substituido por orgullo execrable, abominable furor, odio inconcebible y crasa ignorancia… Hay también apariencias desastrosas, pues se ven tabernáculos dorados y orlados de pedrería exteriormente y de los que, al abrir, salen sólo reptiles empozoñados de muerte irremediablemente, envenenando el ambiente con su aliento pestilente. ¡Da horror y lástima!

Pero ya no hay más remedio que abrir esas conciencias y sacar al sol de la justicia esos animalejos, quemarles las alas y desdentarlos, obligándolos a ir a refugiarse en otras madrigueras, en los mundos de sus merecimientos y sanear la tierra, purificándola por el fuego del amor, defendiéndonos con las tenazas de la justicia y purgándonos con la sabiduría de la ley divina, única que puede ser desde hoy el retrato de la humanidad de la tierra, expulsados ya que fueron los malversadores divisionarios y los viciosos ciegos que no han querido ver las miserias que les rodean ni oír los pedidos de justicia, porque se pusieron en los oídos dos tapones comprimidos impermeables que son, el odio y la ignorancia, adornados con todos los males derivados de ellos.

Son, pues, las leyes heterogéneas que hay hasta hoy en la tierra, el retrato de la anormalidad de un caso único que ocurre en los mundos; y aunque no son esas leyes el retrato del sentimiento de la mayoría de los hombres, son el retrato de la mayoría supremática, o deudores de mala voluntad, por lo que son derogadas todas las leyes y códigos en el momento de la expulsión de sus sostenedores, porque se implanta la ley de amor, que es el retrato fiel de los trabajadores, que reciben la tierra en usufructo de su trabajo, y cuya ley de amor está apoyada y sancionada en plebiscito espiritual y está refrendada en nombre de Eloí, por la cosmogonía y el Espíritu de Verdad.

Mas aun pudieran hacerme una objeción algunos hombres de los que quedan garantizados por nosotros, que al abrirles su conciencia se avergonzaron de ver reptiles en vez de sentimientos, pero que, porque se reconocieron y tenían buena su raíz, pidieron que se les dejara en el trabajo y se les admitió. Esa objeción podría ser la siguiente: si la ley ha de regir a los hombres, ¿por qué la han de sancionar los espíritus, que nada de lo material necesitan? Voy a contestarla, preguntando primero: ¿por qué en el caso de enjuiciar a un hombre como en el caso expuesto, lo enjuicia otro que lo provee de lo necesario, cuando el proveerlo indica que necesita menos que el proveído, o lo que es probable que no necesita nada? La contestación, sólo puede ser: “Porque le pertenece según la ley y es por moralidad y por justicia social”.

Pues, del mismo modo, los espíritus lo hacen, porque esas cuentas son de su deber, porque trabajaron den la tierra; y como por justicia saben que tienen que volver a trabajar y disfrutar de su trabajo, por eso son quién para sancionar la ley que les ha de regir mañana; y no sólo es por amor a sus hermanos encarnados, sino que les incumbe también directamente y aun son obligados por la justicia y, ya sabéis que todo es obra del espíritu, dentro de esa misma justicia; si de ese deber se eludiera el espíritu, faltaría a su ley y, el espíritu no puede eludir las leyes divinas y las cumple totalmente. He aquí el porqué de la obligación de los hombres conscientes de darle participación al espíritu en la confección de sus leyes; y mejor si se les confía a ellos su dictado, sin dejar el hombre sus derechos de revisión y aprobación en plebiscito completo.

Aun os diré otro punto que no debéis ignorar en vuestras materias, porque no todos (en el primer momento) os daréis cuenta, como hombres, de este hecho de daros la ley suprema, sancionada por la cosmogonía y el Espíritu de Verdad.

¿Quizás creeréis que la ley la escribí yo sólo por mi parecer y sin la consulta de todos los hombres conscientes? No. Yo escribí la ley ordenada por el Creador; pero esto sólo puede ser cuando un mundo presenta méritos suficientes y el pedido es de la mayoría; y aunque como hombres ignoréis que me autorizasteis para llegar a peticionar, vuestros espíritus saben que me autorizaron y me entregaron vuestros archivos, de los que formé el ramillete de merecimientos que acompañé al pedido; y yo primero y luego también mis asesores del tribunal hoy, somos conscientes como hombres y como espíritus de esa autorización, con la cual yo obré en justicia de ley y pude unir las dos potencias, materia y espíritu, resultando de ahí la unión de los dos mundos (que son lo mismo), el material y el espiritual y formamos así la solidaridad universal demostrada en el espiritismo, por cuya aceptación y reconocimiento el Padre nos dio su universal nombre, con el que es conocido: Eloí.

De modo que, ya sabéis que ésta ley que se os da, no es sólo de los espíritus, sino de todos los hombres que cooperaron para ello bajo mi representación autorizada por todos vosotros, como hombres, sin distinción de sexos ni edades y por todos los espíritus libres de la tierra, siendo el primero y más sublime plebiscito que la tierra celebró y celebrará en materia de leyes, porque es su carta fundamental, lo mismo que lo hicieron Neptuno de donde procedemos los misioneros y todos los mundos de luz que nos enseñan su régimen comunal.

Es así como esta ley es el retrato verdad del sentimiento plebiscitario, por lo que el Padre sanciona renovando la faz de la tierra, que nos entrega en usufructo.

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(1) Esa guerra surgió 13 meses más tarde, de cuyos horrores y consecuencias dijimos mucho antes en nuestro libro “Los extremos se tocan”.

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