PARTE CUARTA
CONOCIMIENTOS DE RÉGIMEN

CAPÍTULO IX
El hombre ante la ley

PÁRRAFO I
EL HOMBRE TIENE IMPRESA LA LEY DIVINA

Di por terminada la esencia de mi estudio y encargo que trajera de aclararos los decretos de la vida eterna y la ley divina; quedan aclarados fundamentalmente todos sus principios, para que el hombre se conozca a sí mismo con verdad y sabiduría.

Voy ahora, por otro momento, a estudiar sobre las leyes humanas (o de régimen) para una buena sociedad, la cual debe ser como una sola familia en todo el mundo, primero, y de ahí elevarnos a la familia universal, a la que ya la humanidad de la tierra pertenece desde el día venturoso del juicio de mayoría por la que fue decretada la comuna en la que entramos de lleno, cumpliendo las leyes del “Código de Amor Universal” que nos regirá, y de este estudio, resultará aclarada, primero, la ley de hacienda y de elecciones del código, porque esos dos capítulos son los primeros necesarios a la vida del hombre.

El título de este párrafo y su contenido, es sólo con el fin de establecer el fundamento de esta parte de estudio, pues es sólo y todo, derivado del capítulo segundo de la primera parte de esta obra, que estudia allí las leyes del espíritu; con esto también os doy lección de que todo debe fundamentarse sólido antes de empezar toda obra; pues del nacimiento depende la vida del hombre y así de toda obra y cosa.

Que “el hombre tiene impresa la ley divina” es muy fácil deducirlo de la lógica del conocimiento de sí mismos, porque sabéis que ,el hombre sólo lo es por el espíritu y que a éste, sólo le rige y le impera la ley divina.

Hemos atomizado la creación, el espíritu y el hombre, en su ser espiritual y material; y en todo él y en sus funciones sólo la ley suprema domina, en el tiempo, en los instintos y pasiones y al fin, vemos triunfar al hombre trino, para el que vamos aquí a estudiar quitándole las piedras del camino, ya que los senderos los recorrió todos.

Sí; el hombre sólo es por el espíritu y sólo es hombre cuando vive su trinidad; por lo que, aseguramos saber que en el hombre está impresa la ley divina, no sólo cuando trino, sino desde que aparece en los mundos; causa por la cual triunfa de todos los instintos animales que en él se juntan de todas las especies que cubren la tierra, con más los vegetales y minerales.

Es por esta composición que, el hombre en sí es el Universo entero, más intenso que entre todos los seres que lo forman; y unido este poder magnético al poder espiritual que lo hace ser hombre, se despierta cuando llega a su trinidad, esa inmensa fuerza psíquica dominadora de toda la naturaleza, tanto más cuanto mayor es la elevación del espíritu, hasta llegar a traspasar y ver en su conciencia realmente, las cosas del más allá; y es sólo porque, en él está el principio impreso en su espíritu; y no podía ser menos, desde que, el espíritu es consubstancial del Creador su padre.

Mas para ser consciente de esa fuerza psíquica, es necesario vivir la trinidad, independizadas en su acción las tres entidades, cuerpo, alma y espíritu, estando el cuerpo en la acción material y el alma sirviéndole de dominador y de agente y dominando el espíritu, que estará en sus estudios extraterrenales y también intraterrenales, pero extracorporales, viendo y aprendiendo, o corrigiendo y enseñando, o guiando a sus afines por su fuerza psíquica, al propio tiempo que el cuerpo está dominando todo lo que le rodea, magnéticamente. Esto se llama estar unidas las dos potencias material y espiritual, cuando se opera dentro del mundo, pero extracorporalmente. Y cuando el trabajo es extraterrestre, en otro mundo o en el espacio, ello es y así se dice, unir los dos mundos; pero es el mismo significado, material y espiritual; sólo que denota grados de progreso, de potencia psíquica, o facultades espirituales, que llegan en las mediumnidades que leeréis en el código, hecho ley.

Mas si la ley divina no estuviera impresa en el hombre, no conseguiría esos dominios y esos triunfos, por mucha educación que se le diera y tampoco ésta podría existir, desde que sería contra la ley de la sabiduría que impera en el espíritu y por la que el hombre se domina, lo domina todo y todo lo crea, en coyunda con las leyes que el espíritu entiende y el cuerpo no puede comprender, porque no son suyas; pero él, el cuerpo, sí es de las leyes del espíritu y es otra razón por la que el hombre hace leyes que lo ayuden en sociedad, a perfeccionar ésta, hasta llegar al desiderátum de la ley primordial o de amor, que es la que va impresa en el espíritu y con ella triunfa de todo el Universo, y porque el espíritu está sobre el universo por su naturaleza, que es la del Creador.

La ley impresa en el espíritu es la ley de amor; ésta todo lo iguala y no quiere el mal de nadie, ni la desunión y por tanto, condena la acepción de personas, que con tanto ahínco condenó Santiago en su carta universal y todo esto, no indica sino que, la ley común, el derecho común y las obligaciones comunes; por lo tanto, lo que persigue la ley impresa en el hombre es la comuna, como perfección de su carrera en los mundos.

He ahí el fin perseguido por la ley desde el principio de los mundos y en el Universo; es ley que empieza en todos, en la más perfecta elevación, después de pasar de los mundos de expiación, en los cuales, las humanidades la han de practicar y hacerse sabias en el régimen, para lo cual se establece en todos los mundos en seguida del juicio final, con lo que dejan de ser mundos de expiación, para entrar en la última categoría de perfección posible y relativa, y se llama ese mundo, desde ese momento, mundo regenerado; ésta es la tierra ya, felizmente y gracias al amor de Eloí que nos iluminó y ayudó por sus maestros del Universo, para que los misioneros pudiéramos educar a más de dos billones de espíritus, que componen la familia de la tierra y en unos cortos 57 siglos, por lo que pudimos llegar a dar los principios fundamentales de la verdad eterna y los conocimientos del régimen de la comuna, en que la mayoría, debidamente computada en ambos sexos y sin excluir el espíritu, se rige por el voto del plebiscito en todas las cosas, imperando sólo el amor de la ley que a todos hace hermanos y en la que, si hay grandes en progreso, o mayores y menores, no hay diferencias de clases, porque no hay supremáticos: sólo hay maestros y discípulos, pero todos hermanos que reconocen en fruición un solo padre, Eloí; un solo credo, espiritismo, y una sola ley, amor.

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