PÁRRAFO VII
TRABAJO DEL ESPÍRITU; SU FIN

El trabajo del espíritu se encamina en el cumplimiento de las leyes espíritas, a adquirir la omnipotencia; y es el fin que persigue; porque este es su mandato.

Hemos dejado sentada en el párrafo anterior la omnipotencia del espíritu, en la comunión universal; ya dije también que, esa comunión se llama espiritismo y que cuando comulga en el es omnipotente; y en tanto no comulga en el, es sólo plenipotente, en todo aquello que es fuerza que se ocupe porque las leyes le obligan para la vida suya misma; por lo que, en primer lugar, los trabajos del espíritu tienen por base, llegar a la omnipotencia.

También hemos probado, que todo en la creación y en la demostración de la vida, es obra del espíritu, universal e individualmente, y todo nos lleva a la misma conclusión y al mismo fin; ¿Cuál es, pues, el trabajo del espíritu que hemos de estudiar en este párrafo, desde que toda obra es trabajo y hemos convenido en que toda obra es del espíritu? Comentaremos. El trabajo que vamos a estudiar aquí, es el principal, en el estudio que hace el espíritu fuera de los cuerpos en que encarna; cuando ese espíritu no tiene más estorbo que su alma, tiempo en el cual repasa su archivo y hace sus balances.

Figuraos un comerciante, de los que tantos hubo hasta hoy aun después del juicio en que esperamos la renovación de la faz de la tierra, y por fortuna desde ese día en que empieza la comuna ya no habrá más comerciantes; figuraos - digo - que uno de esos comerciantes abarca negocios y más negocios, sin preocuparse de si pierde o gana, porque no hace balance; no sabe si es rico o pobre, ni si le substraen sus ganancias; en un momento dado, este hombre no puede emprender con conciencia una empresa, porque no sabe si tiene caudales o si podría tomar un socio al que le pudiese garantizar, en justicia, que el capital que le pidiera, quedaría asegurado.

Vamos a suponer también, que una intachable conducta y buena fe, es todo lo que le queda en su favor. ¿Haría una cosa de justicia, si tenía bastante capital para realizar la empresa por sí solo, tomando un socio con quien habría de partir también las ganancias? No haría justicia, porque, leyes que desconocen los hombres como la de compensación que es ley divina, pero la más humanizada, para que todos los hombres, en los seis días de trabajo consuman igual, sufran igual y gocen igual, le pusieron en los medios que le corresponden en ley.

Pero tampoco haría justicia, porque la nobleza obliga al no poner a nadie en peligro y es peligro no saber si tiene en su haber con que responder a aquel a quien compromete y que aceptará juzgando por las apariencias.

Esto es en ley humana; pero debo decir, de paso, que no faltaría a la justicia por el dinero que le hiciera perder, sino por el daño moral que le causara, porque esto afecta al espíritu y es divino; el dinero es de la materia y no tiene valor ni representación en la ley del padre.

Pues bien; ese comerciante, por honrado que sea, por buena fe que tenga, es un mal comerciante ante la ley humana comercial y está desahuciado por la misma ley para ejercer el comercio, que le obliga a llevar sus cuentas y administración en ley, y hasta tiene el poder civil sus tribunales que amparan a los comerciantes que quiebran por la fatalidad y han cumplido los requisitos de ley; pero condenan hasta con prisión, a aquellos que no llevaron su administración con arreglo a las leyes establecidas; su buena fe será, cuando más, una atenuante, pero nunca una eximente.

Ya veis, hermanos míos que hasta las leyes más materiales nos enseñan las divinas; es cierto que han sido dictadas por el espíritu (sin que los hombres se hayan dado cuenta), para, ir preparando así los caminos en todos los extremos; pero todo indica, que en todo trabajo material y espiritual, el espíritu como espíritu y el hombre como hombre, tienen que examinar y estar al tanto de su balance. Este es, pues, él trabajo del espíritu, en los períodos en que está desencarnado; suma sus cuentas, resta el haber y el debe de cada uno de sus deudores y acreedores; ve quiénes son los acreedores más apremiantes (que siempre son aquellos que reclaman vidas) y junta para su juicio, a los que como él son deudores o acreedores y forman el plan de saldar éstas a aquéllas primero y verán, en justicia, quién será el padre, quién la madre y cuales los hijos; esto, cuando son de buena fe, porque les asiste la atenuante de que llevaron sus cuentas; que si no las llevaron, la justicia, llama, a pedido de alguno o algunos acreedores y le obliga a venir a la tierra; esto es más riguroso y más vergonzoso que formarse el juicio a sí mismo y presentarlo, porque esto indica, que hay amor mutuo y deseo de pagarse el uno al otro. Estos, seguramente tendrán en la tierra amor y cariño, que no tendrán, sin duda, los que son forzados por la justicia; porque el libre albedrío, no lo debéis entender absoluto sino dentro de la ley, pues no hay libre albedrío para causar daño; los que lo hacen, se cortan las afinidades y se declaran insolventes.

Todo esto es, mientras el espíritu tiene cuentas pendientes que pagar en la tierra; que cuando no tiene ya cuentas que pagar, le queda la deuda perpetua para con el creador; es decir, para con la creación; y esta deuda, nunca la podemos saldar, en el infinito, porque la ley de amor llama siempre más allá y, ¡tenemos que estudiar tanto! ¡tenemos que aprender tanto! ¡es tan grande el infinito!... que en la eternidad, no llegamos; cada espíritu forma un mundo y, acabará ese mundo su larga carrera y el espíritu siempre será nuevo; siempre estará en el presente; será más sabio; será potencia mayor; dominará mayor radio, pero siempre estará empezando y siempre verá que hay quien alumbra más que él y se verá impedido, por el amor, a seguir estudiando y ascendiendo, sin encontrar fin.

Llegará, (luego que ya sea maestro) a mundos de expiación y será un misionero del progreso; elevará las ciencias y la cultura y trabajará para civilizarlos, recordando entonces sus sufrimientos anteriores; y, al desencarnar, irá a mundos mayores para apreciar mejor la dicha, después del sufrimiento entre los civilizados. Así, eternamente caminamos en el estudio y purificando nuestra alma, adquiriendo luz y potencia individual, usando cada vez más la omnipotencia de la unidad universal, comprendiendo el espiritismo, por la mayor sabiduría.

He ahí expuestos, entre otros, muchos de los trabajos del espíritu cuando se halla emancipado, que es el primer paso de progreso, inmediato al descubrimiento de la trinidad del hombre; en ello se ocupan los primeros espíritu que en un mundo de expiación se pueden emancipar enseñados por los misioneros, que traen de los mundos adelantados, sus industrias y su progreso, hasta conseguir hacer una mayoría para implantar la comuna.

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