PÁRRAFO X
SOLO EL ESPÍRITU ES RESPONSABLE DE LOS ACTOS DE LOS HOMBRES

Seguimos la trama de la misma tela y no podemos perder el hilo para sacar buen tejido.

Decía en el párrafo anterior, que el espíritu no es obligado a tomar este cuerpo o aquella alma determinada y así es y así tiene que ser por justicia y por libre albedrío que sólo le es dado al espíritu. En efecto, el espíritu, en estado libre. estudia lo que le hace sufrir de sus anteriores existencias, por debilidad, por equívocos y siempre por ignorancia. Sabe además que una vez que se envuelve en la materia, pierde la noción de todo; esto, es justicia que suceda, porque la materia es opaca y porque también sólo debe atender en aquella existencia, a cumplir lo que se propone.

En efecto; el espíritu forma su plan y su juicio y pide permiso al espíritu maestro, a quien expone lo que se propone hacer; los medios con que cuenta; las afinidades que elige y la justicia que le obliga y hasta el tiempo que le ha de ocupar; si está en la justicia, le es concedido y empieza a preparar sus materiales, escogiendo los que cree que lo han de llevar a buen término.

Entonces ya, empieza por la incitación en el que eligió por padre, en el que ya deposita el espíritu los gérmenes que se ha preparado y busca la unión de aquel hombre con la mujer que eligió por madre, conforme a la justicia.

No siempre triunfa en este trabajo por las leyes humanas, porque quizás, por la justicia, tiene que unir un hombre humilde con una dama o señorita de alta posición, o viceversa; o porque un hombre vive ya en compañía de una mujer y es otra que vive con ( ) otro hombre la que ha elegido por madre; o porque las circunstancias hicieron emigrar a otros países a uno de los dos elegidos y él se esfuerza en hacer emigrar al otro; muchas veces lo consigue, pero otras fracasa y pasa aquella existencia de los que han de ser sus progenitores sin poder él realizar su plan y tiene que esperarlos en el espacio y los junta y otra vez parte hacia la tierra, previo juicio y su cumple la justicia.

Es tal el engranaje que hay que mover antes de cada existencia por el espíritu, que al hombre, aunque sea sabio y viva su trinidad, le es imposible abarcarlo; es sólo del espíritu.

Y no de uno solo, o sea del que ha de encarnar, sino de sus guías y protectores y aun así, muchas veces, no puede cumplirse cuando se lo propone, debido a que otros estorban su cumplimiento, porque se persiguen unos a otros por odio y por tendencias contrarios, durante los seis días de trabajo, hasta que se logra por los misioneros crear mayoría de conscientes y se abre un juicio, por el que son sometidos y expulsados los perturbadores y se llega al régimen de la comuna, en el que ya le es relativamente fácil al espíritu cumplir sus deberes, porque reinan la justicia y el amor.

Y no sólo el espíritu tiene que elegir padres, familia, condiciones y modo de vida, sino también el sexo y compañera para procrear, porque éste es el primero y principal fin de la creación de los mundos y de la vida temporal de los espíritus en los cuerpos, y todos vienen ya a la tierra sabedores de quiénes serán compañeros y hasta de los hijos a quienes deben dar vida.

Es decir, la encarnación de un espíritu requiere el movimiento de todo el organismo universal; y no cuesta más crear un mundo que encarnar un espíritu; pero sí le cuesta más a la ley de afinidad poner todas las cosas en su punto, para que se cumplan en la encarnación y vida temporal de un espíritu en la tierra o en otro planeta, que crear un mundo y que él cumpla todo lo referente a la ley natural, en todos los órdenes.

Ved y admirad, hombres de la comuna, lo que hemos luchado los misioneros para llevar a la humanidad al estado de dicha que disfruta en el séptimo día y estudiad ahora su paz y calma todas estas grandezas, en el amor de Eloí.

Ahora bien; ya veis, que nada se le niega al espíritu y que no se le obliga (salvo raras excepciones de justicia) a tomar unos u otros elementos, sino que él traza un plan y si es de justicia se le autoriza por el espíritu maestro y aun se le dan guías y protectores.

Luego, si él es el que elige los materiales, el terreno y los instrumentos, él sólo puede ser responsable de sus actos y no los instrumentos de que se sirve y que son el cuerpo y el alma.

Así, pues, el espíritu sólo es el responsable de sus actos y él los sufre. Pero me diréis, que el cuerpo y el alma sufren y gozan durante la vida corporal y aun el alma, después de la desencarnación de aquel cuerpo.

Cierto, es así; pero es sólo en la apariencia en cuanto al cuerpo y una realidad en cuanto al alma; mas sufrir y gozar, no es ser responsable; sino consecuencia lógica de ser instrumentos, como sucede con las herramientas del trabajo, que se gastan y hay que meterlas en la fragua y martillarla y limarlas, templarlas y pulimentarlas y todo esto es en ley.

Ya sabéis, que el cuerpo y el alma llevan en sí todos los gérmenes de vida, descomposición, virtudes y defectos de los tres reinos de la naturaleza; y que el espíritu, para purificarlas, se encierra en ellos, proveyéndose de todos los medios y se entabla una lucha entre el espíritu y el alma que debe ser acrisolada por el espíritu; y como esto no deja de ser una amputación, el dolor de la operación ha de reflejarse necesariamente en el cuerpo, al que está tan perfectamente ligada el alma, en la que se encierra el espíritu; porque el alma, ataca a su vez al mismo defecto que hay en el organismo del cuerpo, semejante al que en ella amputa el espíritu; y tanto mas lo sentirán uno y otra, cuanto más arraigado lo tengan y no quiera ceder; y tanto es así, que suele el espíritu emplear varias existencias y a veces centenares de existencias en corregir un solo defecto y expulsarlo del alma.

Cuando lo consigue, goza el alma y repercute en el cuerpo, como repercutía el dolor; pero el sufrimiento es del espíritu solo; alma y cuerpo, sólo lo sienten por reflexión; y son tiranos (tanto el alma como el cuerpo), hasta que el alma, en su sensibilidad, puede hacer conciencia del amor del espíritu, al que tiene aprisionado y anublado, mientras ella sigue sus inclinaciones, que sólo son animales, como es su esencia.

Es ahí precisamente, donde empiezan las pasiones, que pasan a constituir una falta contra la ley que no prohíbe nada ni su justa medida y en el empleo, para que son vitalizadas por la ley universal; pero la causa es el espíritu, que no luchó o tomó parte indebida, consintiendo al alma la inclinación fuera de la ley, porque desde ese momento rompe el equilibrio, tomando lo que a otro pertenece; y el espíritu entonces se anubla más, porque se carga más su alma y ya le costará (no sabemos cuántas existencias) corregir la falta y pagar la deuda; y más si el que fue dañado también es un espíritu obscuro y, en vez de perdonar, odia. De una primera falta de esa naturaleza, surgieron en el mundo tierra todas las hecatombes, las guerras, los asesinatos y todo el error por el que se crearon sectas, ídolos y religiones; pero la causa es la ignorancia, que sólo desaparece, cuando se ama; y también es principal causa, el gran número de imperfecciones que tiene la materia y que el espíritu tiene que expulsar.

De su primer error nació toda la confusión; e igualmente, de su primer triunfo, nació todo el triunfo; y como él trabaja siempre con la misma herramienta, cada vez mayor, más fuerte y más templada (con arreglo al número de existencias) cuando triunfa, es mayor la grandeza de su alma y cuanto es mayor grado de purificación, tanto más brilla y tanto más será su potencia, cuanto más esfuerzo realizó, que lo demostrará en sabiduría; y su premio será el amor y la fruición de la ley suprema, que es amor, por el que, un día será un maestro y verá al creador su progenitor, continuando ya la vida de luz, en la luz eterna.

He aquí pues, cómo sólo el espíritu sufre y goza por sus actos, siendo él solo responsable; el Padre no llama a las almas ni a los cuerpos, sino al espíritu; es claro que, como el espíritu no ha de llegar sin su alma, porque no puede, con su alma se presenta; y en ésta, aunque el cuerpo no pueda ascender, no deja por eso de experimentar las sensaciones y sufre o goza, porque son los tres uno para la obra, como lo son los materiales, las herramientas y el arquitecto; pero de la belleza de la obra, no disfrutan los materiales y las herramientas de la belleza que con ellos se hizo, sino que, la gloria, el mérito y el precio, son del arquitecto.

¿Y qué le queda al padre, de todas estas interminables luchas de los espíritus en los mundos?

¿Y qué le damos por tantos cuidados, por las leyes que nos dio, por los materiales que hemos tomado? ¡Oh!... ¡hermanos míos! Aquí estalla el corazón del maestro, de admiración, porque comprende la grandeza del Padre.

El, todo nos lo ha dado, y, sobre no pedirnos nada, aun nos paga con la luz de su propia casa, como premio de haber vencido; y con amor de padre nos entrega nuevas moradas de dicha, donde disfrutemos de mayor belleza; y él sólo se contenta con ver felices y triunfantes ha sus hijos y se paga con tener hijos sabios. ¡Bendito seas, Padre, en tan grande amor!...

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