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 EL ÁGUILA PARDA  
   
     
 

 

EDDAS POÉTICAS

 

PRÓLOGO

 

La lluvia vino quebrando una eternidad de sequía,

preludio del alumbramiento,

una época de espadas y metal comenzaba

llegando el guerrero a este mundo.

Su llanto se transformó en un grito de guerra

cuando el viento raudo le llenó los pulmones

y creció fuerte como una montaña,

hecho de acero y tempestades

hasta convertirse en la encarnación misma

de nuestra madre, la batalla.

 

30/09/1977, nacimiento de un gran tipo.

 

 

MÁXIMAS DE SABIDURÍA, LIBRO I, LORD YISUS MANODEMARTILLO

 

I

 

Que su espada brille como nunca en la fiesta del águila parda,

que su puño infunda el terror al enemigo,

gloria por siempre cantada al blasón insigne de su casa.

Siembre el terror y quiebre la lanza,

que sea su día de caza porque

al anochecer su cuerpo saciara las ratas.

Estamos en guerra.

 

II

 

Forjamos nuestras espadas en el fragor de la batalla,

cobran vida cada vez que oímos su llamado

y al sonido de los cuernos de la guerra

corremos hacia nuestros enemigos.

Fuego, acero y destrucción a nuestro paso sembramos.

A tu servicio por siempre,

jamás rendiremos nuestros filos

y montados en la gloria de morir en la contienda,

hacia el jardín de los héroes las valquirias nos llevarán.

 

III

 

Del bosque de la muerte una rama putrefacta

pisada y roída, ajada,

como el hueso de su pierna

rota la rodilla la carne desgarrada,

se extiende en la pisada del Rey Lich.

El azote avanza, crece la rama hacia los reinos

y la vida que serán perdidos y olvidada,

el árbol se ha quebrado

todo muerte y da su fruto decadente.

El viento aúlla entre sus ramas que crecen tumefactas,

son mis brazos apuntando hacia tu casa.

No corras mortal

quieta y fría siempre te alcanza

en esta muerte no hay honor,

ven tú a mi casa

alimenta mis gusanos.

Aumenta mis filas y sirve en la hueste del quebranto,

que tú seas el yunque y el martillo mi mano,

así será tarde o temprano.

 

IV

 

Me enviaste a éste mundo

con mi voluntad y mi alma,

las llamaste escudo y espada.

Me has dado batallas

para pelear y he encontrado el fuego

amigo junto al hielo del quebranto.

El manto ya ha sido tejido,

la senda está marcada

aunque a veces parece difusa

en la niebla de guerra.

Pero los cuervos la despejarán,

veré venir a mis enemigos

cubiertos de armaduras,

débiles de corazón y temerosos

de lo que les espera

vendiéndose por monedas.

No me dejarás caer

hasta que la lanza se incline

sobre mí y entonces

en las alas del viento

una doncella me cargará.

Protege a los que amo

como yo los protegeré

en vida y velaré por

ellos, mientras preparo mi

hacha de dos cabezas

para cargar contra los gigantes

en el destino de los Dioses.

 

V

 

Salve, ¡Oh Piero “El Cretense”!

soldado de escudo refulgente,

fiero en la batalla como la sombra de la parca

duro como granito, roca dura.

Guerrero glorioso de muchas batallas

pero no sin marcas, sangre y tierra.

Recuerde el barro de despojos

y el lago de mansa agua,

la marea rompe la montaña

(hueste fiera de la horda)

y la reduce al polvo de la playa.

El hueso es como agua,

sólo que algo más duro

cuando atraviesa las entrañas.

 

VI

 

El viento calla,

la noche fría,

las huestes esperan,

cien mil espadas

una al lado de la otra,

las monturas distantes

entrando al bosque del quebranto,

la respiración contenida

avanzando, buscándote,

son mis legiones del Tártaro

que vienen por ti mortal.

Yisus el negro las comanda,

la muerte cantara su canción,

ya lo veréis.

 

VII

 

Somos muchos y duros como piedra

no vengas con las armas levantadas,

porque sobre tus cadáveres

caminaremos a tu casa.

Es mejor que llegues como aliado

a conocer el valor de nuestra honra,

el peso de la palabra, la memoria, larga.

Las afrentas serán vengadas, salud.

 

VIII

 

El día se volvió oscuridad,

a la llanura llegaron las huestes de Woden.

Los lobos vinieron abriendo el paso

sus cuervos volaron hacia la noche que llegaba,

las legiones de acero se alinearon

detrás del Padre de Todos.

El cuerno había sonado,

el guardián dejaba su puesto,

llegaban los gigantes,

con ellos el traidor

y sus hijos...dragón y lupino

El martillo caerá una vez más

mientras la serpiente se arrastra,

mi espada canta su canción de muerte

aún ahora en éste final más allá del final.

 

IX

 

Ya estoy oxidado,

viejo y quebrado,

roto del codo al corazón.

Ya estoy oxidado

y de una herrumbre negra,

nominada decadencia.

 

Ya morí y mando mi hueste negra

la putrefacción se extiende,

mi fuerza, gangrena, dolor.

 

Morirás si puedes hacerlo

sino sufrirás algo peor,

no muriendo, no viviendo

 

Sabrás del horror,

oirás mi nombre

y dirás ¡Señor!

 

Ahhh de la tormenta

y del viento devastador

que el rayo caiga y reviente,

que mi gente ya está muerta

y no les hiela el corazón.

Ya es escarcha, ya es recuerdo,

o ni siquiera, lejano el primer

estertor, la agonía, que es eterna

hace fiereza el dolor,

mi hueste es gente olvidada

la tuya, peor.

 

X

 

Frío, más frío que el estertor final de la parca,

sentado en su trono de acero y oscuridad

nuestro señor de las tinieblas,

único regente de las huestes del abismo,

enfriando hasta el rincón más caliente del infierno.

King Yisus

rige con guante de hierro

aplastando a los enemigos,

como si fueran arena

caerán los impertinentes

y los que ataquen a sus aliados.

 

 

XI

 

Se yerguen las Parcas sobre el campo maldito

¡justicia!, ¡justicia!, ¡justicia!,

hasta los inmortales tendrán que pagar.

Son potencias oscuras y antiguas,

anteriores a los dioses antiguos

y la antigua piedad,

no saben sino de justicia

todo lo hecho se deberá pagar.

Que tiemblen los réprobos

morirán mil muertes,

que tiemblen los justos

todos deben pagar,

pagar, pagará las sombras antiguas

que no saben nada de la antigua piedad.

Pagar, pagar, que ellas son tan viejas

que de la mota de polvo no tienen piedad,

antiguo, piedad, la piedad es nueva

y su dedo de acero te va a señalar

 

XII

 

Tormenta, llanto de ángeles

y el martillo cayendo

sobre los gigantes.

El viento llevando las naves

a través de un manto negro,

mientras la espada es forjada.

Los mortales se escabullen

en rincones de temor,

cuando los dioses

hacen estallar la tempestad.

Sólo los lobos

y sus hijos no temen…

saben que la batalla está cerca.

 

XIII

 

En el centro de la tormenta

la forja no cesa de trabajar,

el fuego eterno lo derrite,

el metal toma forma

en las manos del herrero.

Un golpe tras otro,

un resplandor por cada uno

dándole forma lentamente,

marcando en ella

la runa de su destino.

La espada cobrará vida

en la forma del alma,

guiará sus pasos

por el mundo de los hombres,

lo cubrirá en la batalla,

será la luz en medio

de las tinieblas

y volará al final hacia los cielos

más allá del puente donde

todo es una sola cosa.

 

XIV

 

Surca el cielo,

desciende llevado por el viento

hacia lo alto de la cima,

bajando lentamente

hasta encontrarnos.

El ave ha venido a susurrarme

sólo el viento se oye aquí,

sobre la roca eterna nieve.

Un segundo,

ya se fue,

volando de regreso

otra vez a lo alto.

Mi montura espera,

el acero pende de ella

silencioso y alerta.

Pronto volverá a brillar

en medio de nuestra única Madre.

 

XV

 

Al anochecer, cuando los hombres

se escondan para escapar de sus temores,

cuando el lobo le grite

a la luna en lo alto

para recordarles lo que perdieron,

las monturas estarán listas.

Cabalgaremos uno al lado del otro,

las espadas listas, acero azul para los paganos.

Cortaremos el aire y

caeremos sobre ellos.

Que huyan ahora

porque el castigo viene

en la forma de los jinetes,

corriendo cuesta abajo,

abriendo heridas

y sembrando el caos.

Que el puño del castigo

los alcance, para enviarlos

a pagar por sus crímenes.

 

XVI

 

Cuando el mundo se oscureció

y todos los muros estuvieron levantados,

en el horizonte lejano

aparecieron tres estrellas de fuego.

La primera vino como una flecha

dorada y roja, fulminante,

explotando en el cielo,

comenzando a latir

corazón de magma.

La segunda llegó en el invierno,

diminuta e imperceptible,

más con el tiempo

el frío desapareció y

ella resplandeció en lo alto

junto a su hermana.

Finalmente

la más pequeña de las tres,

hija del león y el mar,

emergió para mostrarme

que no estaba solo.

Que aún en la oscuridad

existirá la luz,

en una forma u otra

aunque al principio se vea

frágil y tenue.

 

 

CÓMO LANZAR UNA BOLA DE FUEGO, LIBRO II, NO TANTA SABIDURÍA Y MÁS BATALLAS

 

I

 

Las bestias de la noche,

las criaturas rastreras

de vientres pesados.

Mil ojos, mil patas…

bailaron la danza

más vieja y macabra.

Tan hartas y henchidas

de tripas y grasa, llamaron

por sangre a la hueste olvidada.

Tan viejas y avaras

tan resentidas

que de lo vivo no dejarán nada.

El buitre, la araña,

el escorpión y el egipcio,

llamaron tres veces

a la puerta macabra

y con satánico celo,

el portero,

que es sombra sin alma,

rechinó los goznes...

con cruel carcajada...

Ya están invitados

los muertos en vida

a entrar a tu casa,

subirán despacio

por la tela de araña

arrullando en las noches

con dientes muy blancos

las siestas más largas…

Y así todo acaba,

y nace siniestra,

la nueva alianza

se sella con sangre,

veneno y garra…

la sangre es de niño

el veneno de araña

y la garra…

la garra, simplemente señala

con sus dedos torcidos,

sus uñas tan largas…

al hermano que viene…

sin vida

sin alma.

 

II

 

Ya viene la noche,

ya viene mi espada

a beber tú sangre pagana.

No corras pequeño,

es inútil, ya estoy aquí,

montado en el viento,

oscuro como la muerte,

listo y certero

para dar con tu presencia

y desaparecerla,

la carne hundiéndose en la nada

tu alma atada a mi acero,

ven sirve a mi rey.

Más oscuro es él,

King Yisus es su nombre,

pronúncialo

y tiembla...él está a mi lado

cuando te busco en las tinieblas.

 

III

 

Y ahora en esta oscuridad

siento las lágrimas de los ángeles

caídos, mientras la tempestad

se precipita sobre este mundo.

Recuerdos de batallas pasadas,

sangre y acero

combinándose en un todo

antes del crepúsculo.

El lobo viene en la noche

a la guarida del dragón,

chocando mientras

los dioses van a la guerra.

El carro corre por el cielo,

caerán los gigantes

ante el martillo,

mientras la sinfonía

de metal y carne

reúne a los hermanos,

uno al lado del otro

precipitando a los enemigos

hacia los confines

donde mora la reina de los condenados.

 

IV

 

Una nube de acero,

tempestad que azota desde el cielo,

quebrando escudos

derramando sangre

segando las vidas de cientos de guerreros.

Las espadas chocan

mientras las hachas rompen

blasones y abaten enemigos.

El acero se abre paso,

una luz en el medio de la batalla,

el sudor cae por la frente del guerrero

mientras danza la espada

y los enemigos siguen cayendo.

La lluvia viene para purificar

los despojos de la contienda,

haciendo correr ríos rojos.

Un cuervo cruza el cielo,

tan negro como las nubes que lo cubren,

el trueno y el relámpago

acompañan el batir de sus alas.

Sus ojos oscuros

ven más allá de la niebla

que cubre el campo de batalla

y elevándose se dirige hacia lo alto.

El Padre espera en su trono

dentro del salón que alberga

a los caídos, adonde el cuervo

volara al atardecer.

O acaso es la noche

no lo sé,

es que recién mi espada

puede descansar.

Todo es silencio ahora,

apenas unas gotas golpeando

mi armadura, esperando a que

se seque para volver a derramarla.

 

V

 

No recuerdo nada

de cómo eran las cosas antes

del olvido y la oscuridad en mi mente.

La nave naufragó

en un mar de silencio y

fui hecho prisionero.

Vivían cerca de la costa,

enormes navíos de dragón,

curtidos guerreros

adoradores de un Dios

cuyo Hijo corría por el cielo

montado en su carro.

La aldea fue atacada,

el fuego se ocupó de mis ligaduras,

el acero de alguna manera

vino a dar a mi mano.

Y entonces los enemigos

cayeron como moscas,

no sabiendo de dónde venía

la impiadosa segadora de bastardos.

Uno a uno fueron

a rendir tributo al inframundo,

todos al compás

de la espada que empuñaba

en ese momento.

Cuando los guerreros volvieron

me encontraron sentado entre

sus cadáveres con las marcas,

demasiadas, que indicaban

cuantos fueron destajados.

La lluvia lavó la sangre,

el relámpago y el metal

bautizaron al asesino

que nació ese día

desde las cenizas del esclavo.

 

VI

 

Ya nadie duerme

cuando la tormenta azota

los recuerdos y tu vos

se escurre hacia lo alto.

Las estrellas se han levantado,

encontrando al final

la victoria en el amanecer

volando el alma

lejos de las miserias de la carne,

dejando una ausencia

tan grande que el pesar

me inunda el corazón.

No hay mueca en

que transformar el dolor,

ni chaqueta que vestir

sólo esto.

Dolor porque te has ido.

 

VII

 

Y entonces en este mar de cenizas

ya no habrá lágrimas que derramar,

el viento se ocupó de las que quedaban

drenando la sangre y oscureciendo.

Se fue,

no hay cómo arreglarlo,

el mundo se corrompió,

todo muere en este océano gris.

La espada aún en mi mano

late cada vez que la furia

llega al extremo de la explosión

y entonces el grito de batalla

se convierte en un tornado

arrasando sobre la destrucción.

Voces del pasado

vienen esta noche

a susurrar en medio de los sueños

mientras el lobo corre

por esta desolación,

no encontrando a la luna

que desapareció

tras esos dos faroles azules.

 

VIII

 

Es tiempo de reposar,

de dejar a un lado la espada

y cerrar viejas heridas

mientras el tiempo se desliza

cómo el río hacia el mar.

Los ecos de las contiendas pasadas

duermen ahora en la memoria

mientras la fogata arde en torno

a nosotros.

Basta de esperar

a que los enemigos acechen

en el bosque profundo.

Sólo no temer

ni buscar el choque,

aguardando

a que el cuerno suene lejano

llamándonos a la gloria.

 

IX

 

El mago del fuego duerme

en su morada, mientras las

llamas crepitan envolviendo

su sueño.

El druida en su salón

también se ha sumido en las tinieblas

mientras la sacerdotisa

y su fiel montura velan por él.

El dragón no ha sido la excepción

y también se halla en lo más profundo

de un viaje, esperando

a que la marea regrese.

Entonces azotaran

al mundo corriendo

a través de él, cual plaga

venida desde el averno

para castigar a los infieles.

 

X

 

Vino desde el cielo,

cayendo y quebrando la tormenta,

una luz cegadora

acompañada del sonar de un

cuerno de batalla.

Se clavó en la tierra

y aun humeante a mi mano llegó,

el símbolo de Donnar estampado en la hoja,

acero, trueno y metal

templados por la lluvia.

A diestra y siniestra,

convirtiéndose en una luz

para arrebatar a los enemigos de éste mundo,

grabándolos uno a uno en la hoja.

La lluvia lavará la sangre,

que no cesa de mojar

la superficie pulida.

Cien mil caen por un solo golpe

mientras el estrépito de la batalla,

coro de einheriar marchando hacia

la llanura del destino,

acompaña cada movimiento de mi alma.

 

XI

 

El espíritu se alimenta

mientras el cuerpo descansa.

Metal, trueno y batallas

lo nutren dotándolo de más vida

mientras las heridas se curan,

esperando el amanecer para oír

el llamado de la contienda

que como el relámpago distante

al final caerá.

El espíritu se renueva

afilándose cada vez más,

ya que después de todo

ha sido la espada que una

y otra vez se ha convertido

en mi guía entre el océano

de hombres que chocan

en la planicie lejana.

 

XII

En lo alto de la cumbre

donde sólo moran el viento

y la nieve eterna

la bestia acecha.

Sus ojos rojos encienden la noche

mientras está envuelto

en la oscuridad,

más negro que la peor

de las naves de batalla

arribando antes del diluvio.

Los enemigo se alejaron del valle

temiendo y rogando inútilmente

porque sus colmillos blancos

no los alcancen.

Volviendo a la guarida

donde su jinete duerme

sabiendo que sólo existe la paz.

Recostándose junto a el

al calor del fuego amigo

que ahora inunda la caverna.

 

XIII

 

El pequeño jugaba

en las playas lejanas

de la isla de Creta,

mientras las olas

se mecían al compás

del viento.

Nada quebraba aquella

calma en esos tiempos lejanos,

todo era regocijo y paz.

Llego un día,

el viaje comenzó

y la nave partió desde

los puertos de la isla.

Una época para ver

el mundo más allá de

las defensas de arena.

El tiempo lo marcó

con enormes cicatrices,

que el tiempo mismo

no borró.

Conoció la crueldad

y la falsedad

a través de ese viaje,

el instinto lo hizo sobrevivir

a fuerza de golpes

hasta que un día despertó

en una costa cubierta de plata

y el pequeño se había ido.

Sólo quedó el lobo

recordando y retorciéndose

en sueños en la noche,

mientras la agonía perduraba.

 

SENDAS, LIBRO III, LOS CUERVOS EN LA TEMPESTAD

 

I

 

La aldea ardía,

la legión del fuego la consumía

mientras el acero oscuro

abría los cuerpos de las víctimas.

La mujer corrió a través

del bosque en un intento

por salvar su vida,

mientras la jauría demoníaca

seguía sus pasos.

 

El precipicio se antepuso

a su intento de escape,

nefasta señal de lo qué estaba por venir

y los perros del averno

llegaron sólo para ver como

caminaba hacia el vacío.

 

Abandonando la cacería

volviendo a saquear lo que quedaba,

no notando el pequeño bulto

que yacía suspendido en el vació.

El viento y el trueno

apagaban el llanto de la criatura.

 

II

 

Oscuro predador de la noche

sus ojos rojos quiebran la oscuridad,

se desplaza hermanado con el viento

golpeado por la lluvia,

su corazón latiendo

igual que el trueno

mientras el carro corre por el cielo.

 

En el borde del abismo encontró

el rastro de una presencia

alejándose hacia la noche

y se percató del pequeño bulto

que se sacudía, cortando la noche

con sus dos brasas.

 

Cargándolo se alejó

de vuelta a la seguridad del bosque

hacia la caverna donde su progenie aguardaba.

 

III

 

La loba espantó al predador

tomando a la pequeña y amamantándola

al cobijo junto a sus seis vástagos.

 

Sólo el viento se sentía

en aquel lugar de nieve eterna,

pero todo ello era un rumor lejano

al calor de la nueva familia.

 

El padre de la prole se mantuvo

alejado durante toda la mañana

volviendo al anochecer con caza fresca

y contemplando asombrado a su nueva cría.

 

IV

 

Acechando a la presa,

cayendo sobre ella,

no dándole tiempo a huir

repitiéndolo una y otra vez

cuando sólo encontraba el vacío.

 

El abismo, la noche y los lobos,

visiones lejanas dormidas en la mente

aguardando el día en que habrían

de tornarse reales para

llevar a cabo la tarea que

Wyrd tenía para ella.

Ni siquiera los dioses escapan

a los designios del destino.

 

 

V

 

Una presencia inquietando el sueño,

parado en la colina recreando el momento

del adiós a su madre,

despertando a la bestia que dormía

hasta ese momento

y obligándola a salir hacia la noche

seguida por la loba.

 

Descendiendo hacia la espesura

del bosque del quebranto,

buscando una señal para

alcanzar el propósito de su vida,

encontrando en un claro

al extraño, cubierto de un manto de oscuridad,

ante él que lobos se posan.

 

VI

 

Extendió su mano

hacia la guerrera que ahora

estaba frente a él.

 

La espada surgió de la nada,

hecha de trueno y metal

por el mismísimo dios del viento.

 

Los cuervos volaron en la noche

de regreso a la morada de acero

mientras el viajero

desaparecía en una atmósfera de plata.

 

 

Al tomar la espada

todo los recuerdos la golpearon

encomendándole limpiar al mundo

de los asesinos que aún vagaban sin castigo.

 

VII

 

Los demonios cayeron igual que

toda la casta de asesinos,

purgando a la tierra de su presencia

mientras el mal se fundía

en una inmensa masa

surgiendo de ella

el último y el peor de los guardianes

de la oscuridad.

 

Sus garras quebraban el suelo,

los ojos centelleaban

rugiendo a cada paso.

La guerrera se aprestó para golpear

al unísono con sus seis hermanos

mientras el segador

iniciaba su arremetida de destrucción.

 

Fundidos en uno solo los siete

golpearon al enemigo,

la tierra tembló

volando el magma hacia el cielo

cayendo y quemando los restos

de la última fortaleza del mal.

 

Ni rastros del demonio

ni presencia de los siete,

formándose en el cielo helado

una diadema de estrellas

y en su centro la más brillante,

igual que el alma de la niña

que del abismo llegó

para devolver la luz

que el mundo había perdido.

 

SENDAS, LIBRO IV, FUEGO DESDE EL CIELO

 

I

 

La brisa marina trae paz

sobre la aldea de pescadores

adormeciendo al vigía,

la lanza caída

sumido en el mundo

de tinieblas y recuerdos.

 

Algo lo sobresalta,

a tientas busca

el arma y escudriña la noche,

sólo el aullido del lobo

en la lejana cumbre nevada.

 

Viene desde el cielo

cortando a la luna,

demasiado rápido para ser una tormenta

descendiendo y descargando

una lluvia de fuego sobre

el poblado.

 

Al alba encontraron los

restos ardientes

y la mano de plata se ciñó sobre

la empuñadura del acero.

 

II

 

El retoño de dragón

se convirtió en una bestia

y surcó el cielo buscando

la presencia de sus ancestrales enemigos.

 

Nada que alterara la lejana

calma del valle,

el viento danzando entre los árboles

y sonando en lo alto

de la corona helada,

morada de la bestia alada.

 

Desplegándose en toda

su magnitud como un crucero de batalla,

continuó surcando el cielo

fundiéndose al crepúsculo

con el sol rojo sangre.

 

III

 

El guerrero tomó la lanza,

dejando a un lado la montura

en el límite del bosque

y se aprestó a subir la mole de roca.

 

Sus hermanos lo vieron alejarse

fundiéndose con la inmensidad,

sus callosas manos

se aferraron a las grietas

como garras de la bestia

que en ese día estaba cazando.

 

El sol no calmaba

los helados vientos

de aquel lugar

mientras continuaba la ascensión.

 

Al llegar a la cumbre

encontró la guarida del dragón

y se aprestó para la batalla.

 

IV

 

La caverna se sacudía

en un concierto

de rugidos y llamas,

la lanza reflejaba un

mar rojo y unos colmillos blancos

como la nieve.

 

El guerrero retrocedió

buscando cobijo en las rocas

desmoronadas de la cueva,

mientras todo ardía a su alrededor.

 

La bestia dormía cuando

la encontró y en un instante

se desató como la tormenta.

Ahora solo se oía su hálito

de fuego cubriéndolo todo.

 

Tomó la lanza

y emergió desde su refugio

arrojándola hacia la bestia.

El dragón lo observó

para luego reírse,

una sinfonía gutural

invadió la caverna.

 

Estaba perdido

la masa roja se acercó a él

y una de sus garras

lo catapultó fuera de la cueva

aterrizando entre la nieve.

¡Lárgate!, susurró el dragón

 

V

 

Hacia el sur donde moran sus enemigos,

carroñeros que se esconden en la noche

cayendo sobre sus victimas

llevando a los humanos

equivocadamente hacia su guarida.

 

El viento del norte ya no se siente

mientras surca el cielo

hacia las tierras del yermo,

donde los dragones negros

se esconden vilmente,

esperando para salir a

asesinar y destruir en la noche,

fundiéndose con la oscuridad.

 

VI

 

Chocaron en lo alto,

negro y rojo,

llamaradas cortando la inmensidad.

Los demás miembros del clan

los contemplaron mientras

la batalla continuaba.

 

La carga impetuosa

del dragón rojo

cayendo sobre el negro,

cerrándose sus colmillos

sobre la garganta de la bestia

y precipitándolo al averno.

 

Un descenso en picada

hacia donde su enemigo aún

se movía para

enviarlo con los dioses

en medio de una lluvia de fuego.

 

Una advertencia para el resto,

jamás osen dirigirse

a las tierras del norte.

 

SENDAS, LIBRO V, PRELUDIO PARA UNA NUEVA ERA

 

I

 

Cruzando la tempestad,

evitando el muro

de roca que se levantaba en la costa

la nave dragón

se mantuvo firme hasta el final del viaje.

 

Los guerreros que llevaba,

hombres de numerosas batallas,

tenían sus escudos y espadas

recubiertas de marcas.

 

Se habían desplazado

a lo largo de tierras extrañas

saqueando y quemando a su paso

para traer la barca

recubierta con su botín.

 

Ahora,

el hogar estaba cerca

y con ello un lugar

en dónde pasar un tiempo

a la espera de otro viaje

en las alas del dragón.

 

II

 

La aldea se levantaba,

o lo que quedaba de ella,

como una montaña de cenizas

única muestra de la devastación.

 

Silencio y vacío

los recibieron al llegar.

Ya no más música

ni niños jugando,

ningún lugar adónde volver.

 

Sólo el páramo

en dónde alguna vez

se levantó el poblado.

 

Algunos maldijeron hacia lo alto

y fueron acallados

por la furiosa voz de su líder

que se elevó como el trueno en

el cielo para recordarles

que debían continuar

y empezar de nuevo.

 

III

 

Las huellas de la criatura

se alejaban hacia el bosque oscuro,

el lugar donde los niños

no debían entrar.

 

De allí vino el ataque

y los ancianos nada pudieron hacer

para evitar la masacre y el festín

de carne de las bestias.

 

El explorador hurgó más allá

de la niebla que cubría

el bosque y descubrió

el lugar dónde los enemigos

se había desviado para

escapar de eventuales perseguidores.

 

El resto del grupo lo siguió

internándose en el manto grisáceo

que se extendía ante ellos.

 

IV

 

Encontraron al primer grupo

de bestias de piel verde

y cayeron sobre ellos

con mortal precisión.

 

Aún éste era solo

un grupo de exploradores.

Siguieron las pisadas

de los asesinos hacia

el corazón mismo del bosque.

 

La lluvia vino desde el cielo

acompañada por el trueno

y el relámpago, tambores de la batalla

que se avecinaba.

 

Las manos de los guerreros

se cerraron sobre las empuñaduras

del acero, una extensión

de sus propios brazos.

 

La niebla se borró

por el manotazo invisible

del Dios del Viento

y entonces vieron a sus enemigos.

 

V

 

Las espadas chocaban

abriendo los escudos

de las bestias verdes.

 

El trueno resonaba

al compás de la contienda

mientras la sangre cubría el suelo.

 

 

Los líderes de cada bando

chocaron en el medio

del concierto de acero

y el guerrero nórdico

abrió de lado a lado

a su rival enviándolo

a la noche de los tiempos.

 

Se detuvo mientras

la lluvia lavaba sus heridas

para contemplar la escena

final del encuentro.

 

Muchos murieron aquel día

de un lado y del otro.

Llevaron a los caídos hacia el mar

para enviarlos 

a los salones de Wotan.

 

Las flechas volaron

fundiéndose con la tormenta

que aún cubría el cielo.

 

Al crepitar las llamas

se desataron las cadenas mortales

que los sujetaron a este mundo

y se fueron junto a las valquirias

hacia el Valhalla.

 

El fuego cortó en ese momento

el manto gris que cubría el cielo

desde su llegada a las costas.

 

VI

 

Esa noche en el improvisado

poblado y su ahora nuevo hogar

los hombres brindaron

recordando a los caídos

ese día y en anteriores batallas,

nombres que para siempre

se habían grabado en sus corazones.

 

Una a una las canciones

se sucedían entre el griterío

de los guerreros y sus risas eran iguales

a las que alguna vez

sus camaradas habían

lanzado en el medio de

la sinfonía del acero.

 

Estaban vivos

con heridas nuevas en

sus cuerpos y marcas

recientes en el blasón.

 

Era la época de comenzar

a formar una nueva fortaleza

en dónde refugiarse después

de cada viaje.

 

Odín en lo alto

recibía a los caídos

y les permitiría ocupar un lugar

en el gran salón del Valhalla.

 

VII

 

El niño escudriñó la noche

y se aventuró a correr hacia

dónde aún brillaba una luz.

 

El centinela se despertó al ser

sorprendido por un pequeño

que lo abofeteaba para luego

darle puntapiés hasta que

logro ponerse en pie.

 

Tomó el cuerno que pendía

de su cinturón y lo hizo

sonar quebrando la paz

que reinaba.

 

Los hombres acudieron

con las espadas brillando a

la luz de la luna.

 

Otro poblado corrió la misma

suerte que el anterior,

pero esta vez alguien había vivido

para contarlo y clamar

venganza ante esos gigantes

de trueno y metal.

 

SENDAS, LIBRO VI, NACIDO EN LA BATALLA

 

I

 

Se volvió un gigante

hecho de gloria y sangre,

irguiéndose como una torre

de metal y granito

en medio del barro del despojo.

 

Sus enemigos temieron

su nombre y su grito

en medio de la batalla.

 

Pero aún más

se aterraron ante la espada

que mandaba a sus pares

al inframundo.

 

Acero era su nombre

engendrado por la venganza

y bautizado en la batalla.

 

 

II

 

Se detuvo por un instante

mientras contemplaba

el tan familiar terreno

de caza, sintiendo al viento

susurrarle una vez más.

 

Descendió desde la cima

mientras el día moría

lentamente, preludio

de la noche de la contienda.

 

En el bosque esperaban

los guerreros del norte

que lo habían acogido

y criado en su seno

mientras era tan sólo un pequeño.

 

Los demonios se replegaban

hacia la profundidad del

bosque, último baluarte

de su decreciente poder.

 

Era tiempo de terminar con

esa persecución

y vengar al fin a sus padres.

 

III

 

La lluvia barría la escena

estrepitosa y mortal,

mientras Acero se

habría paso entre sus enemigos

buscando al líder de esa horda

de engendros salidos del averno.

 

Lo encontró sobre una saliente

con una enorme espada corva

en la mano, chocando contra él,

confundiéndose en medio de la tormenta.

 

Los rayos iluminaban

el escenario de la contienda

mientras la horda retrocedía

asediada por los guerreros del norte.

 

La espada negra abrió

al medio al líder enemigo

y con su caída

Acero ascendió al mando

de las huestes nórdicas

que había perdido a su jarl en

este último enfrentamiento.

 

IV

 

Levantaron su nueva nación

sobre las ruinas de

la destruida horda

y en esa noche de victoria

recordaron a su líder caído,

alzando al cielo sus armas

para coronar a su nuevo rey.

 

Las marcas en el escudo

le daban todo lo que necesitaba

para guiarlos en esa tierra

salvaje e inhóspita

que alguna vez fue su hogar.

 

Ahora la habían recuperado

enviando fuera a los demonios

y por fin podían descansar.

 

 

CRÓNICAS AZULES, LIBRO VII, GUERREROS

 

I

 

En el principio estaba Yisus

a quien sus enemigos conocerían

como HammerHand.

 

En los primeros tiempos condujo

a la horda a través de mares

y tierras inhóspitas

para finalmente formar

la nación del quebranto.

 

Sumiendo a los osados

que se levantaban contra él

en un mundo de agonía sin fin

y dolor terrenal insoportable.

 

Los que se opusieron

le terminaron sirviendo

formando la incesante marea

de oscuridad que asoló

los reinos humanos.

 

II

 

Atraído por toda esa oscuridad

llego el príncipe de los abismos

a quien llamaron Abaddón.

 

A veces bajo la forma de un guardián,

otras convertido en señor de las tinieblas,

escabulléndose siempre y dejando

a sus enemigos desconcertados

en el campo de batalla.

 

Tomó de Yisus su estrategia de dominio

y con mano de hierro sometió

a sus enemigos en los abismos

donde ahora mora como rey

de los ángeles caídos,

en la fortaleza inexpugnable

de muerte y decadencia.

 

III

 

Un joven guerrero humano

fue atraído por Yisus

convirtiéndose en su primer aprendiz.

 

Guiando a sus corruptas fuerzas

se deshizo de todo él que

podía oponérsele matando a los traidores

y sacrificando a su gente

para que sirvieran a sus propósitos.

 

Los enemigos se referirían a él

como el señor de los pantanos

y las tierras devastadas,

sentado en su trono

recubierto de traiciones

y las calaveras de sus vasallos.

Las comarcas valencianas

eran sus dominios.

 

IV

 

Trueno, tormenta y lluvia,

la espada cubierta de marcas,

la sangre de sus enemigos

bañándolo junto a la tempestad.

 

El general de los ejércitos del quebranto,

mejor ejecutor de la marea de oscuridad

reclamando los reinos paganos

para su todopoderoso señor

el Hacedor de Huesos.

Los infieles temen a su señor

y a su implacable ejecutor,

que asola los reinos

para convertirlos en esclavos

del Rey del Quebranto.

 

V

 

Los dominios del bosque oscuro

poblados por los desterrados y

los traidores se sacuden ante el avance

de Dolafo, la montura de Moonspell.

 

Sacerdotisa de la noche

quien empuña el arco del castigo

enviando sus flechas negras

para que los caídos sirvan

bajo el poder del Rey Mano de Martillo.

 

Moonspell cabalga, llevada por el viento,

oscuridad y gritos envolviendo la escena

para engrandecer aún más el poder del Único.

 

VI

 

El fuego es su elemento

con él que purga a los condenados

que se levantaron contra el reino.

 

Persiguiéndolos a través

de la tierra y el mar,

alcanzándolos para destruirlos.

 

Kael, Señor del Fuego, comanda

a la implacable secta de elfos destructores,

quemándolo todo a su paso.

 

Huyendo mientras sus adversarios

no saben qué los golpeó,

retornando para rematarlos

y aumentar a los siervos del quebranto.

 

VII

 

El campo de batalla explotaba

entre lamentos y horrendos gritos

de enemigos siendo destajados.

 

El tigre de Moonspell

despedazaba a los caídos

mientras las flechas aumentaban

el daño a los adversarios.

 

Los que huían eran golpeados

por el poder combinado del

fuego, el trueno y el metal

mientras Abaddón reclamaba alguna almas

para que le sirvieran en el abismo astral.

 

Los pocos que quedaron vivos

fueron sacrificados

en los pantanos valencianos,

mientras su Rey

veía cómo sus huestes

se incrementaban con la fuerza

y la furia de sus lugartenientes.

 

CRÓNICAS AZULES, LIBRO VIII, RUMBO AL OESTE

 

Acto I: Demonios

 

El fuego cubría la fortaleza dorada

derrumbándose sus muros

en una catarata derretida,

mientras las voces agónicas

de los defensores completaban

esta sinfonía de destrucción.

Los poderes demoníacos

se habían despertado en la sala

donde los conjuradores habían

cruzado él limite invisible

en su afán de más poder,

trayendo a los consumidores

de todo lo vivo hacia este mundo.

Enormes seres de fuego blandiendo

espadas ígneas barrían a los

indefensos habitantes del baluarte

mientras los magos lanzaban impotentes

hechizos para detenerlos.

Sólo uno se mantenía inalterable

frente a esta escena de muerte

conjurando el último y más

terrible de todos los encantamientos

mientras la oleada comenzaba

a destruir el escudo que los demás

hechiceros sostenían.

Se quebró la defensa y el oscuro señor

de esta horda infernal sonrió

ante la cercanía de tener

bajo su control las esferas

que contenían el poder arcano

para dominar todo lo conocido,

un juguete inútil en las manos

de aquellos mortales.

Entonces oyó entonar al anciano

aquel hechizo que conocía tan bien

que lo había enviado más allá

de estos reinos mortales

y se retorció en agonía

cuando la energía brotó del báculo

de aquel endeble mortal,

enviando una poderosa onda

que destruyó todo pereciendo los

defensores junto a los invasores,

esparciéndose las esferas

hacia tres direcciones del reino

de Rellivadi, dejando una estela

en el cielo mientras la calma

cubría ese lugar atrayendo

a la horda que moraba en los

pantanos cercanos.

 

Acto II: Serpiente

 

La caravana había dejado atrás

el bosque antiguo que separaba

a la ciudad de plata del gran desierto

que se extendía hacia el norte.

Los brazos del bosque se abrían

hacia el oeste y el este

chocando con los pantanos y las montañas

hacia uno y otro lado.

El desierto sé abría paso como un

océano de arena abrasador

que se llevaba consigo expediciones

enteras sin que se las encontrara jamás.

Hacia el centro de este mar arenoso

se encontraba el cementerio de los dragones,

los primeros habitantes de aquel reino

quienes eran ahora tan sólo una leyenda.

Los carros eran hormigas entre la arena,

el viento castigaba los ojos de los guías

mientras el sol calcinaba a los aventureros.

Un paso tras otro en aquel infierno

hasta ver las enormes columnas

que indicaban el lugar dónde

comenzaba la última morada de los dragones.

Entonces cuando estaban a la mitad de

ese sepulcro ancestral el viento cesó

dejando oír un crujido que estremeció a todos

los que integraban aquella expedición.

El suelo se agrietó mientras la bestia

comenzaba el ascenso para cubrir con su

cuerpo el cielo, cayendo encima de los desdichados

y hundiendo a todos los que estaban vivos

en las entrañas de la arena, devorándolos

en un abrir y cerrar de ojos.

Luego reinó el silencio mientras el viento

cubría las huellas de aquel festín

que la enorme serpiente se había

propinado en ese día.

 

Acto III: Rey

 

La forja trabajaba sin cesar,

un golpe tras otros

sobre el acero incandescente

acompañado del retumbar de los picos

buscando el metal en las cavernas.

Los enanos moraban en las montañas

del este en sus palacios de piedra y metal

fabricando armas para los hombres del sur,

maldiciendo a los elfos.

El anciano herrero trabajaba sin cesar

dándole forma al último martillo

que acompañaría a su rey en la misión

que ahora tenía adelante.

Estuvo listo el mazo

y las puertas de la fortaleza se

abrieron dando paso al señor

de aquel lugar quien descendió

por las montañas nevadas

bordeando el bosque de los elfos

rumbo a los pantanos del oeste

donde su destino lo aguardaba.

El retumbar de su armadura

hacía eco en el bosque

despertando la atención de

los trolls que allí moraban

e instándolos a la persecución.

Acto IV: Guerrero

 

Un manto de oscuridad lo cubría

cuando penetró en los salones

de la ciudad de plata

fundiéndose con las sombras

y deshaciendo los conjuros

que los guardias habían colocado

en torno a la esfera blanca.

La tomó en sus manos

resplandeciendo e iluminando

aquel oscuro recinto.

Entonces una flecha cortó el

aire mientras él se desvanecía

para materializarse en un extremo

llevando consigo una de las tres.

Los señores de la ciudad enviaron

a sus mejores guerreros tras aquel ladrón

pero él destruyó sus hechizos

en un abrir y cerrar de ojos

aventándolos por los aires

para luego internarse en el bosque,

perdiéndose una vez más en las sombras.

 

Acto V: Navegando

 

El drakar corta la distancia

llevado por el viento del dios del trueno,

mientras dos de sus hijos

esperan a bordo divisar las costas

de la ciudad azul dónde los aguarda

el destino que les fue marcado

en medio de los sueños.

Sus escudos están cubiertos de marcas

de batallas peleadas y de sangre

mezclándose con ellas, formando un todo.

La nave deja detrás de sí una estela

marcando el camino invisible que

los guiara hacia el hogar

que quedó oculto en las tierras heladas

desde dónde los dos guerreros proceden.

Un resplandor se observa en la noche

del norte indicando la senda

que cruzan las valquirias

llevando a sus hermanos caídos.

Saben que en algún momento

de su existencia ellos irán por ese camino,

pero ahora la atención se concentra en

el horizonte a la espera de las torres azules.

 

Acto VI: En el desierto

 

La serpiente mordió la arena

y su furia se hizo sentir

a la vez que el pánico la invadía.

No podía ver a aquel enemigo

que parecía la oscuridad misma

y volvió debajo de la tierra

a la espera de otra oportunidad.

Entonces sintió los pasos en la

superficie y su instinto asesino

la impulsó hacia arriba, ascendiendo,

quebrando la tierra y recibiendo

los rayos del sol que odiaba.

Fue un instante apenas en él que

vislumbró a su enemigo, cayendo sobre él

sintiendo cómo erraba el golpe

mientras el acero le abría el vientre,

esparciéndose sus entrañas por

la arena y derrumbándose en medio

de un estertor hacia la eternidad.

Contempló el cadáver de aquel ser

y conjuro un hechizo quemándolo,

no dejando rastro de él

tan solo la segunda esfera que

brillaba a la luz del sol.

Debía darse prisa ya que lo perseguían

centenares de caballeros de la ciudad

de plata, llegándole el aviso en el viento.

Se desvaneció en un instante

cubriendo la brisa el lugar

de aquella batalla donde feneció al bestia.

 

Acto VII: Martillo

 

Los elfos del bosque

encontraron el lugar de la batalla

donde los cadáveres de los trols

se apilaban junto a sus lanzas y espadas,

destrozados los escudos,

arrasado ese lugar, esparcidos los árboles.

Las huellas del perpetrador se dirigían

hacia el oeste en dirección a los pantanos

y el fuego aun marcaba aquel claro

como si el castigo hubiera venido del cielo.

Se movieron rápido fundiéndose con el viento

mientras la noche comenzaba a caer

sobre aquel lugar y el fuego de

la devastación se apagaba lentamente.

Entonces la lluvia llegó cubriéndose

el cielo de un manto negro

mientras el rey de los enanos

se acercaba más a su destino.

 

Acto VIII: En la ciudad azul

 

Los dos hermanos se abrieron paso

hacia la cima de la torre

dónde el guerrero los aguardaba.

Llevados allí por una visión

se reunieron rodeados del silencio

mientras él escudriñaba en la antigua

biblioteca hasta dar con el libro negro

que aparecía invisible al ojo humano,

pero no a la magia del conjurador.

Recitó el hechizo que abriría el manuscrito

y una brisa recorrió la habitación

cuando el tomo se abrió dando paso

a los secretos que contenía.

Cien años desde aquella noche

en la ciudad dorada cuando los demonios

despertaron y el último hechicero conocido

los mandó de regreso al inframundo

a costa de su propia vida.

Nada decía de la manera de usar las esferas

ni de dónde hallar la tercera

pero la advertencia estaba plasmada

al comienzo de aquel libro.

Los demonios encontrarían la manera de

volver y sólo el poder de las tres

los erradicaría de este mundo.

Un murmullo llegó desde abajo,

los llamados magos de la ciudad

detectaron el conjuro de apertura

y enviaron a sus huestes hacia ellos.

Los dos hermanos quebraron escudos,

precipitaron a los defensores

al suelo mientras se abrían paso

buscando una escapatoria,

protegiendo al conjurador

cuya magia había mermado

en los últimos días.

Llegaron hasta la puerta de la ciudad

enfrentándose al más peligroso

de los magos azules quien los atacó

conjurando los poderes del fuego,

obligando a los hombres del norte

a usar sus escudos para protegerse

a la espera de una oportunidad

mientras el guerrero permanecía inalterable

buscando algún hechizo que los ayudara.

Entonces apuntó su mano hacia su enemigo

reuniendo la magia que aún le quedaba

e iniciando un ataque que distrajo

a aquel defensor solo una fracción

de segundo, lo suficiente para que

un golpe de escudo lo dejara fuera

de combate mientras los tres escapaban

hacia la noche, rumbo al oeste.

 

Acto IX: Parte I, Pantanos

 

Los orcos de los pantanos

se proclamaron dueños de la ciudad

pero aquella noche supieron de su error.

Primero fue un rey enano quien atravesó

sus líneas defensivas en los pantanos

descargando su pesado martillo

y sembrando el cielo de rayos.

Luego un grupo de elfos que

ocultándose en las sombras

llenó de flechas el cielo.

Cuando aún no se habían recuperado

de este segundo ataque

encontraron a sus centinelas

desparramados por el suelo.

Algunos murmuraban que dos

hombres se abrieron paso a golpe

de escudos y planazos de espada

cargando consigo a un tercero

rumbo a la ciudad dorada.

Los orcos se reunieron listos

para marchar cuando la caballería

de la ciudad de plata los pasó por encima

y una lluvia de fuego los incineró

mientras los magos azules se abrían paso.

Los que lograron sobrevivir huyeron

a refugiarse en las zonas más

profundas de aquellos pantanos

donde se sintieron seguros.

 

Acto IX: Parte II, La ciudad dorada

 

El fuego se encendió esa noche

ardiendo una vez más las ruinas

de la ciudad mientras los fantasmas

del pasado se hacían oír.

Los demonios y su señor oscuro

habían vuelto, mil veces más fuertes

que en la primera oleada.

Los lacayos infernales se enfrentaron

a los restos de la horda que trataba

de reaccionar ante ese ataque demencial

mientras desde afuera llegó la carga

conjunta de magos, caballeros, elfos

y un rey enano que segaba a todo el mundo,

trayendo la tormenta sobre la cabeza

de demonios y orcos para fulminarlos

con descargas y mazazos.

Los dos hombres del norte unieron

sus espadas a las del enano

abriéndose paso entre las filas enemigas

mientras el guerrero comenzaba a despertar

ascendiendo las esferas que llevaba

y rodeándolo en tanto su mente se abría.

La tercera esfera no estaba perdida

residía en él mismo y entonces el poder

se liberó fundiéndose las otras dos con él

cubriéndolo la armadura negra y apareciendo

el acero en su mano mientras sus ojos

buscaban al peor de todos esos demonios.

Chocaron en el centro de la ciudad

mientras el cielo se cubría de nubes

y el trueno anunciaba el comienzo

de la última batalla,

arremetiendo contra ese demonio

resquebrajándose la tierra

en el fragor de aquella contienda

mientras a su alrededor la magia, las espadas,

los relámpagos, armaduras y flechas

completaban el cuadro de esa escena.

Dio un golpe terrible al señor oscuro

quien retrocedió herido mortalmente

para desaparecer en una explosión

que la armadura absorbió.

Entonces cuando todo terminó

el señor de los enanos posó su martillo

en el suelo y cargo en sus brazos

a uno de los hermanos que había caído

en aquella batalla.

Las llamas se llevaron el cuerpo

del hombre del norte mientras

el guerrero se deshacía de la poderosa

armadura, la que desapareció

liberándose la energía en el reino

de Revidalli y restaurando el bosque

a lo largo de todo el océano de arena

mientras el conjurador desaparecía

fundiéndose en las sombras.

 

Y en lo alto un corcel

cabalga rápido hacia los palacios de acero

llevando consigo al hermano caído.

Su andar deja una estela,

la misma que el drakar regresando

hacia el norte donde el hogar aguarda.

 

Escrito hace demasiado tiempo, entre Enero de 2006 y algún momento del 2007, contando con la inestimable colaboración del todopoderoso “Yisus HammerHand” (Libro I: I, III, V, VII, IX, XI y Libro II: I)

 

 

     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EDDAS POÉTICAS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PRÓLOGO

 

La lluvia vino quebrando una eternidad de sequía,

preludio del alumbramiento,

una época de espadas y metal comenzaba

llegando el guerrero a este mundo.

Su llanto se transformó en un grito de guerra

cuando el viento raudo le llenó los pulmones

y creció fuerte como una montaña,

hecho de acero y tempestades

hasta convertirse en la encarnación misma

de nuestra madre, la batalla.

 

30/09/1977, nacimiento de un gran tipo.

 

 

MÁXIMAS DE SABIDURÍA, LIBRO I, LORD YISUS MANODEMARTILLO

 

I

 

Que su espada brille como nunca en la fiesta del águila parda,

que su puño infunda el terror al enemigo,

gloria por siempre cantada al blasón insigne de su casa.

Siembre el terror y quiebre la lanza,

que sea su día de caza porque

al anochecer su cuerpo saciara las ratas.

Estamos en guerra.

 

II

 

Forjamos nuestras espadas en el fragor de la batalla,

cobran vida cada vez que oímos su llamado

y al sonido de los cuernos de la guerra

corremos hacia nuestros enemigos.

Fuego, acero y destrucción a nuestro paso sembramos.

A tu servicio por siempre,

jamás rendiremos nuestros filos

y montados en la gloria de morir en la contienda,

hacia el jardín de los héroes las valquirias nos llevarán.

 

III

 

Del bosque de la muerte una rama putrefacta

pisada y roída, ajada,

como el hueso de su pierna

rota la rodilla la carne desgarrada,

se extiende en la pisada del Rey Lich.

El azote avanza, crece la rama hacia los reinos

y la vida que serán perdidos y olvidada,

el árbol se ha quebrado

todo muerte y da su fruto decadente.

El viento aúlla entre sus ramas que crecen tumefactas,

son mis brazos apuntando hacia tu casa.

No corras mortal

quieta y fría siempre te alcanza

en esta muerte no hay honor,

ven tú a mi casa

alimenta mis gusanos.

Aumenta mis filas y sirve en la hueste del quebranto,

que tú seas el yunque y el martillo mi mano,

así será tarde o temprano.

 

IV

 

Me enviaste a éste mundo

con mi voluntad y mi alma,

las llamaste escudo y espada.

Me has dado batallas

para pelear y he encontrado el fuego

amigo junto al hielo del quebranto.

El manto ya ha sido tejido,

la senda está marcada

aunque a veces parece difusa

en la niebla de guerra.

Pero los cuervos la despejarán,

veré venir a mis enemigos

cubiertos de armaduras,

débiles de corazón y temerosos

de lo que les espera

vendiéndose por monedas.

No me dejarás caer

hasta que la lanza se incline

sobre mí y entonces

en las alas del viento

una doncella me cargará.

Protege a los que amo

como yo los protegeré

en vida y velaré por

ellos, mientras preparo mi

hacha de dos cabezas

para cargar contra los gigantes

en el destino de los Dioses.

 

V

 

Salve, ¡Oh Piero “El Cretense”!

soldado de escudo refulgente,

fiero en la batalla como la sombra de la parca

duro como granito, roca dura.

Guerrero glorioso de muchas batallas

pero no sin marcas, sangre y tierra.

Recuerde el barro de despojos

y el lago de mansa agua,

la marea rompe la montaña

(hueste fiera de la horda)

y la reduce al polvo de la playa.

El hueso es como agua,

sólo que algo más duro

cuando atraviesa las entrañas.

 

VI

 

El viento calla,

la noche fría,

las huestes esperan,

cien mil espadas

una al lado de la otra,

las monturas distantes

entrando al bosque del quebranto,

la respiración contenida

avanzando, buscándote,

son mis legiones del Tártaro

que vienen por ti mortal.

Yisus el negro las comanda,

la muerte cantara su canción,

ya lo veréis.

 

VII

 

Somos muchos y duros como piedra

no vengas con las armas levantadas,

porque sobre tus cadáveres

caminaremos a tu casa.

Es mejor que llegues como aliado

a conocer el valor de nuestra honra,

el peso de la palabra, la memoria, larga.

Las afrentas serán vengadas, salud.

 

VIII

 

El día se volvió oscuridad,

a la llanura llegaron las huestes de Woden.

Los lobos vinieron abriendo el paso

sus cuervos volaron hacia la noche que llegaba,

las legiones de acero se alinearon

detrás del Padre de Todos.

El cuerno había sonado,

el guardián dejaba su puesto,

llegaban los gigantes,

con ellos el traidor

y sus hijos...dragón y lupino

El martillo caerá una vez más

mientras la serpiente se arrastra,

mi espada canta su canción de muerte

aún ahora en éste final más allá del final.

 

IX

 

Ya estoy oxidado,

viejo y quebrado,

roto del codo al corazón.

Ya estoy oxidado

y de una herrumbre negra,

nominada decadencia.

 

Ya morí y mando mi hueste negra

la putrefacción se extiende,

mi fuerza, gangrena, dolor.

 

Morirás si puedes hacerlo

sino sufrirás algo peor,

no muriendo, no viviendo

 

Sabrás del horror,

oirás mi nombre

y dirás ¡Señor!.

 

Ahhh de la tormenta

y del viento devastador

que el rayo caiga y reviente,

que mi gente ya está muerta

y no les hiela el corazón.

Ya es escarcha, ya es recuerdo,

o ni siquiera, lejano el primer

estertor, la agonía, que es eterna

hace fiereza el dolor,

mi hueste es gente olvidada

la tuya, peor.

 

X

 

Frío, más frío que el estertor final de la parca,

sentado en su trono de acero y oscuridad

nuestro señor de las tinieblas,

único regente de las huestes del abismo,

enfriando hasta el rincón más caliente del infierno.

King Yisus

rige con guante de hierro

aplastando a los enemigos,

como si fueran arena

caerán los impertinentes

y los que ataquen a sus aliados.

 

 

XI

 

Se yerguen las Parcas sobre el campo maldito

¡justicia!, ¡justicia!, ¡justicia!,

hasta los inmortales tendrán que pagar.

Son potencias oscuras y antiguas,

anteriores a los dioses antiguos

y la antigua piedad,

no saben sino de justicia

todo lo hecho se deberá pagar.

Que tiemblen los réprobos

morirán mil muertes,

que tiemblen los justos

todos deben pagar,

pagar, pagará las sombras antiguas

que no saben nada de la antigua piedad.

Pagar, pagar, que ellas son tan viejas

que de la mota de polvo no tienen piedad,

antiguo, piedad, la piedad es nueva

y su dedo de acero te va a señalar

 

XII

 

Tormenta, llanto de ángeles

y el martillo cayendo

sobre los gigantes.

El viento llevando las naves

a través de un manto negro,

mientras la espada es forjada.

Los mortales se escabullen

en rincones de temor,

cuando los dioses

hacen estallar la tempestad.

Sólo los lobos

y sus hijos no temen…

saben que la batalla está cerca.

 

XIII

 

En el centro de la tormenta

la forja no cesa de trabajar,

el fuego eterno lo derrite,

el metal toma forma

en las manos del herrero.

Un golpe tras otro,

un resplandor por cada uno

dándole forma lentamente,

marcando en ella

la runa de su destino.

La espada cobrará vida

en la forma del alma,

guiará sus pasos

por el mundo de los hombres,

lo cubrirá en la batalla,

será la luz en medio

de las tinieblas

y volará al final hacia los cielos

más allá del puente donde

todo es una sola cosa.

 

XIV

 

Surca el cielo,

desciende llevado por el viento

hacia lo alto de la cima,

bajando lentamente

hasta encontrarnos.

El ave ha venido a susurrarme

sólo el viento se oye aquí,

sobre la roca eterna nieve.

Un segundo,

ya se fue,

volando de regreso

otra vez a lo alto.

Mi montura espera,

el acero pende de ella

silencioso y alerta.

Pronto volverá a brillar

en medio de nuestra única Madre.

 

XV

 

Al anochecer, cuando los hombres

se escondan para escapar de sus temores,

cuando el lobo le grite

a la luna en lo alto

para recordarles lo que perdieron,

las monturas estarán listas.

Cabalgaremos uno al lado del otro,

las espadas listas, acero azul para los paganos.

Cortaremos el aire y

caeremos sobre ellos.

Que huyan ahora

porque el castigo viene

en la forma de los jinetes,

corriendo cuesta abajo,

abriendo heridas

y sembrando el caos.

Que el puño del castigo

los alcance, para enviarlos

a pagar por sus crímenes.

 

XVI

 

Cuando el mundo se oscureció

y todos los muros estuvieron levantados,

en el horizonte lejano

aparecieron tres estrellas de fuego.

La primera vino como una flecha

dorada y roja, fulminante,

explotando en el cielo,

comenzando a latir

corazón de magma.

La segunda llegó en el invierno,

diminuta e imperceptible,

más con el tiempo

el frío desapareció y

ella resplandeció en lo alto

junto a su hermana.

Finalmente

la más pequeña de las tres,

hija del león y el mar,

emergió para mostrarme

que no estaba solo.

Que aún en la oscuridad

existirá la luz,

en una forma u otra

aunque al principio se vea

frágil y tenue.

 

 

 

 

 

 

CÓMO LANZAR UNA BOLA DE FUEGO, LIBRO II, NO TANTA SABIDURÍA Y MÁS BATALLAS

 

I

 

Las bestias de la noche,

las criaturas rastreras

de vientres pesados.

Mil ojos, mil patas…

bailaron la danza

más vieja y macabra.

Tan hartas y henchidas

de tripas y grasa, llamaron

por sangre a la hueste olvidada.

Tan viejas y avaras

tan resentidas

que de lo vivo no dejarán nada.

El buitre, la araña,

el escorpión y el egipcio,

llamaron tres veces

a la puerta macabra

y con satánico celo,

el portero,

que es sombra sin alma,

rechinó los goznes...

con cruel carcajada...

Ya están invitados

los muertos en vida

a entrar a tu casa,

subirán despacio

por la tela de araña

arrullando en las noches

con dientes muy blancos

las siestas más largas…

Y así todo acaba,

y nace siniestra,

la nueva alianza

se sella con sangre,

veneno y garra…

la sangre es de niño

el veneno de araña

y la garra…

la garra, simplemente señala

con sus dedos torcidos,

sus uñas tan largas…

al hermano que viene…

sin vida

sin alma.

 

II

 

Ya viene la noche,

ya viene mi espada

a beber tú sangre pagana.

No corras pequeño,

es inútil, ya estoy aquí,

montado en el viento,

oscuro como la muerte,

listo y certero

para dar con tu presencia

y desaparecerla,

la carne hundiéndose en la nada

tu alma atada a mi acero,

ven sirve a mi rey.

Más oscuro es él,

King Yisus es su nombre,

pronúncialo

y tiembla...él está a mi lado

cuando te busco en las tinieblas.

 

III

 

Y ahora en esta oscuridad

siento las lágrimas de los ángeles

caídos, mientras la tempestad

se precipita sobre este mundo.

Recuerdos de batallas pasadas,

sangre y acero

combinándose en un todo

antes del crepúsculo.

El lobo viene en la noche

a la guarida del dragón,

chocando mientras

los dioses van a la guerra.

El carro corre por el cielo,

caerán los gigantes

ante el martillo,

mientras la sinfonía

de metal y carne

reúne a los hermanos,

uno al lado del otro

precipitando a los enemigos

hacia los confines

donde mora la reina de los condenados.

 

IV

 

Una nube de acero,

tempestad que azota desde el cielo,

quebrando escudos

derramando sangre

segando las vidas de cientos de guerreros.

Las espadas chocan

mientras las hachas rompen

blasones y abaten enemigos.

El acero se abre paso,

una luz en el medio de la batalla,

el sudor cae por la frente del guerrero

mientras danza la espada

y los enemigos siguen cayendo.

La lluvia viene para purificar

los despojos de la contienda,

haciendo correr ríos rojos.

Un cuervo cruza el cielo,

tan negro como las nubes que lo cubren,

el trueno y el relámpago

acompañan el batir de sus alas.

Sus ojos oscuros

ven más allá de la niebla

que cubre el campo de batalla

y elevándose se dirige hacia lo alto.

El Padre espera en su trono

dentro del salón que alberga

a los caídos, adonde el cuervo

volara al atardecer.

O acaso es la noche

no lo sé,

es que recién mi espada

puede descansar.

Todo es silencio ahora,

apenas unas gotas golpeando

mi armadura, esperando a que

se seque para volver a derramarla.

 

 

 

V

 

No recuerdo nada

de cómo eran las cosas antes

del olvido y la oscuridad en mi mente.

La nave naufragó

en un mar de silencio y

fui hecho prisionero.

Vivían cerca de la costa,

enormes navíos de dragón,

curtidos guerreros

adoradores de un Dios

cuyo Hijo corría por el cielo

montado en su carro.

La aldea fue atacada,

el fuego se ocupó de mis ligaduras,

el acero de alguna manera

vino a dar a mi mano.

Y entonces los enemigos

cayeron como moscas,

no sabiendo de dónde venía

la impiadosa segadora de bastardos.

Uno a uno fueron

a rendir tributo al inframundo,

todos al compás

de la espada que empuñaba

en ese momento.

Cuando los guerreros volvieron

me encontraron sentado entre

sus cadáveres con las marcas,

demasiadas, que indicaban

cuantos fueron destajados.

La lluvia lavó la sangre,

el relámpago y el metal

bautizaron al asesino

que nació ese día

desde las cenizas del esclavo.

 

VI

 

Ya nadie duerme

cuando la tormenta azota

los recuerdos y tu vos

se escurre hacia lo alto.

Las estrellas se han levantado,

encontrando al final

la victoria en el amanecer

volando el alma

lejos de las miserias de la carne,

dejando una ausencia

tan grande que el pesar

me inunda el corazón.

No hay mueca en

que transformar el dolor,

ni chaqueta que vestir

sólo esto.

Dolor porque te has ido.

 

VII

 

Y entonces en este mar de cenizas

ya no habrá lágrimas que derramar,

el viento se ocupó de las que quedaban

drenando la sangre y oscureciendo.

Se fue,

no hay cómo arreglarlo,

el mundo se corrompió,

todo muere en este océano gris.

La espada aún en mi mano

late cada vez que la furia

llega al extremo de la explosión

y entonces el grito de batalla

se convierte en un tornado

arrasando sobre la destrucción.

Voces del pasado

vienen esta noche

a susurrar en medio de los sueños

mientras el lobo corre

por esta desolación,

no encontrando a la luna

que desapareció

tras esos dos faroles azules.

 

VIII

 

Es tiempo de reposar,

de dejar a un lado la espada

y cerrar viejas heridas

mientras el tiempo se desliza

cómo el río hacia el mar.

Los ecos de las contiendas pasadas

duermen ahora en la memoria

mientras la fogata arde en torno

a nosotros.

Basta de esperar

a que los enemigos acechen

en el bosque profundo.

Sólo no temer

ni buscar el choque,

aguardando

a que el cuerno suene lejano

llamándonos a la gloria.

IX

 

El mago del fuego duerme

en su morada, mientras las

llamas crepitan envolviendo

su sueño.

El druida en su salón

también se ha sumido en las tinieblas

mientras la sacerdotisa

y su fiel montura velan por él.

El dragón no ha sido la excepción

y también se halla en lo más profundo

de un viaje, esperando

a que la marea regrese.

Entonces azotaran

al mundo corriendo

a través de él, cual plaga

venida desde el averno

para castigar a los infieles.

 

X

 

Vino desde el cielo,

cayendo y quebrando la tormenta,

una luz cegadora

acompañada del sonar de un

cuerno de batalla.

Se clavó en la tierra

y aun humeante a mi mano llegó,

el símbolo de Donnar estampado en la hoja,

acero, trueno y metal

templados por la lluvia.

A diestra y siniestra,

convirtiéndose en una luz

para arrebatar a los enemigos de éste mundo,

grabándolos uno a uno en la hoja.

La lluvia lavará la sangre,

que no cesa de mojar

la superficie pulida.

Cien mil caen por un solo golpe

mientras el estrépito de la batalla,

coro de einheriar marchando hacia

la llanura del destino,

acompaña cada movimiento de mi alma.

 

XI

 

El espíritu se alimenta

mientras el cuerpo descansa.

Metal, trueno y batallas

lo nutren dotándolo de más vida

mientras las heridas se curan,

esperando el amanecer para oír

el llamado de la contienda

que como el relámpago distante

al final caerá.

El espíritu se renueva

afilándose cada vez más,

ya que después de todo

ha sido la espada que una

y otra vez se ha convertido

en mi guía entre el océano

de hombres que chocan

en la planicie lejana.

 

XII

En lo alto de la cumbre

donde sólo moran el viento

y la nieve eterna

la bestia acecha.

Sus ojos rojos encienden la noche

mientras está envuelto

en la oscuridad,

más negro que la peor

de las naves de batalla

arribando antes del diluvio.

Los enemigo se alejaron del valle

temiendo y rogando inútilmente

porque sus colmillos blancos

no los alcancen.

Volviendo a la guarida

donde su jinete duerme

sabiendo que sólo existe la paz.

Recostándose junto a el

al calor del fuego amigo

que ahora inunda la caverna.

 

XIII

 

El pequeño jugaba

en las playas lejanas

de la isla de Creta,

mientras las olas

se mecían al compás

del viento.

Nada quebraba aquella

calma en esos tiempos lejanos,

todo era regocijo y paz.

Llego un día,

el viaje comenzó

y la nave partió desde

los puertos de la isla.

Una época para ver

el mundo más allá de

las defensas de arena.

El tiempo lo marcó

con enormes cicatrices,

que el tiempo mismo

no borró.

Conoció la crueldad

y la falsedad

a través de ese viaje,

el instinto lo hizo sobrevivir

a fuerza de golpes

hasta que un día despertó

en una costa cubierta de plata

y el pequeño se había ido.

Sólo quedó el lobo

recordando y retorciéndose

en sueños en la noche,

mientras la agonía perduraba.

 

SENDAS, LIBRO III, LOS CUERVOS EN LA TEMPESTAD

 

I

La aldea ardía,

la legión del fuego la consumía

mientras el acero oscuro

abría los cuerpos de las víctimas.

La mujer corrió a través

del bosque en un intento

por salvar su vida,

mientras la jauría demoníaca

seguía sus pasos.

 

El precipicio se antepuso

a su intento de escape,

nefasta señal de lo qué estaba por venir

y los perros del averno

llegaron sólo para ver como

caminaba hacia el vacío.

 

Abandonando la cacería

volviendo a saquear lo que quedaba,

no notando el pequeño bulto

que yacía suspendido en el vació.

El viento y el trueno

apagaban el llanto de la criatura.

 

II

 

Oscuro predador de la noche

sus ojos rojos quiebran la oscuridad,

se desplaza hermanado con el viento

golpeado por la lluvia,

su corazón latiendo

igual que el trueno

mientras el carro corre por el cielo.

 

En el borde del abismo encontró

el rastro de una presencia

alejándose hacia la noche

y se percató del pequeño bulto

que se sacudía, cortando la noche

con sus dos brasas.

 

Cargándolo se alejó

de vuelta a la seguridad del bosque

hacia la caverna donde su progenie aguardaba.

 

III

 

La loba espantó al predador

tomando a la pequeña y amamantándola

al cobijo junto a sus seis vástagos.

 

Sólo el viento se sentía

en aquel lugar de nieve eterna,

pero todo ello era un rumor lejano

al calor de la nueva familia.

 

El padre de la prole se mantuvo

alejado durante toda la mañana

volviendo al anochecer con caza fresca

y contemplando asombrado a su nueva cría.

 

IV

 

Acechando a la presa,

cayendo sobre ella,

no dándole tiempo a huir

repitiéndolo una y otra vez

cuando sólo encontraba el vacío.

 

El abismo, la noche y los lobos,

visiones lejanas dormidas en la mente

aguardando el día en que habrían

de tornarse reales para

llevar a cabo la tarea que

Wyrd tenía para ella.

Ni siquiera los dioses escapan

a los designios del destino.

 

 

V

 

Una presencia inquietando el sueño,

parado en la colina recreando el momento

del adiós a su madre,

despertando a la bestia que dormía

hasta ese momento

y obligándola a salir hacia la noche

seguida por la loba.

 

Descendiendo hacia la espesura

del bosque del quebranto,

buscando una señal para

alcanzar el propósito de su vida,

encontrando en un claro

al extraño, cubierto de un manto de oscuridad,

ante él que lobos se posan.

 

VI

 

Extendió su mano

hacia la guerrera que ahora

estaba frente a él.

 

La espada surgió de la nada,

hecha de trueno y metal

por el mismísimo dios del viento.

 

Los cuervos volaron en la noche

de regreso a la morada de acero

mientras el viajero

desaparecía en una atmósfera de plata.

 

 

Al tomar la espada

todo los recuerdos la golpearon

encomendándole limpiar al mundo

de los asesinos que aún vagaban sin castigo.

 

VII

 

Los demonios cayeron igual que

toda la casta de asesinos,

purgando a la tierra de su presencia

mientras el mal se fundía

en una inmensa masa

surgiendo de ella

el último y el peor de los guardianes

de la oscuridad.

 

Sus garras quebraban el suelo,

los ojos centelleaban

rugiendo a cada paso.

La guerrera se aprestó para golpear

al unísono con sus seis hermanos

mientras el segador

iniciaba su arremetida de destrucción.

 

Fundidos en uno solo los siete

golpearon al enemigo,

la tierra tembló

volando el magma hacia el cielo

cayendo y quemando los restos

de la última fortaleza del mal.

 

Ni rastros del demonio

ni presencia de los siete,

formándose en el cielo helado

una diadema de estrellas

y en su centro la más brillante,

igual que el alma de la niña

que del abismo llegó

para devolver la luz

que el mundo había perdido.

 

SENDAS, LIBRO IV, FUEGO DESDE EL CIELO

 

I

 

La brisa marina trae paz

sobre la aldea de pescadores

adormeciendo al vigía,

la lanza caída

sumido en el mundo

de tinieblas y recuerdos.

 

Algo lo sobresalta,

a tientas busca

el arma y escudriña la noche,

sólo el aullido del lobo

en la lejana cumbre nevada.

 

Viene desde el cielo

cortando a la luna,

demasiado rápido para ser una tormenta

descendiendo y descargando

una lluvia de fuego sobre

el poblado.

 

Al alba encontraron los

restos ardientes

y la mano de plata se ciñó sobre

la empuñadura del acero.

 

II

 

El retoño de dragón

se convirtió en una bestia

y surcó el cielo buscando

la presencia de sus ancestrales enemigos.

 

Nada que alterara la lejana

calma del valle,

el viento danzando entre los árboles

y sonando en lo alto

de la corona helada,

morada de la bestia alada.

 

Desplegándose en toda

su magnitud como un crucero de batalla,

continuó surcando el cielo

fundiéndose al crepúsculo

con el sol rojo sangre.

 

III

 

El guerrero tomó la lanza,

dejando a un lado la montura

en el límite del bosque

y se aprestó a subir la mole de roca.

 

Sus hermanos lo vieron alejarse

fundiéndose con la inmensidad,

sus callosas manos

se aferraron a las grietas

como garras de la bestia

que en ese día estaba cazando.

 

El sol no calmaba

los helados vientos

de aquel lugar

mientras continuaba la ascensión.

 

Al llegar a la cumbre

encontró la guarida del dragón

y se aprestó para la batalla.

 

IV

 

La caverna se sacudía

en un concierto

de rugidos y llamas,

la lanza reflejaba un

mar rojo y unos colmillos blancos

como la nieve.

 

El guerrero retrocedió

buscando cobijo en las rocas

desmoronadas de la cueva,

mientras todo ardía a su alrededor.

 

La bestia dormía cuando

la encontró y en un instante

se desató como la tormenta.

Ahora solo se oía su hálito

de fuego cubriéndolo todo.

 

Tomó la lanza

y emergió desde su refugio

arrojándola hacia la bestia.

El dragón lo observó

para luego reírse,

una sinfonía gutural

invadió la caverna.

 

Estaba perdido

la masa roja se acercó a él

y una de sus garras

lo catapultó fuera de la cueva

aterrizando entre la nieve.

¡Lárgate!, susurró el dragón

 

V

 

Hacia el sur donde moran sus enemigos,

carroñeros que se esconden en la noche

cayendo sobre sus victimas

llevando a los humanos

equivocadamente hacia su guarida.

 

El viento del norte ya no se siente

mientras surca el cielo

hacia las tierras del yermo,

donde los dragones negros

se esconden vilmente,

esperando para salir a

asesinar y destruir en la noche,

fundiéndose con la oscuridad.

 

VI

 

Chocaron en lo alto,

negro y rojo,

llamaradas cortando la inmensidad.

Los demás miembros del clan

los contemplaron mientras

la batalla continuaba.

 

La carga impetuosa

del dragón rojo

cayendo sobre el negro,

cerrándose sus colmillos

sobre la garganta de la bestia

y precipitándolo al averno.

 

Un descenso en picada

hacia donde su enemigo aún

se movía para

enviarlo con los dioses

en medio de una lluvia de fuego.

 

Una advertencia para el resto,

jamás osen dirigirse

a las tierras del norte.

 

SENDAS, LIBRO V, PRELUDIO PARA UNA NUEVA ERA

 

I

 

Cruzando la tempestad,

evitando el muro

de roca que se levantaba en la costa

la nave dragón

se mantuvo firme hasta el final del viaje.

 

Los guerreros que llevaba,

hombres de numerosas batallas,

tenían sus escudos y espadas

recubiertas de marcas.

 

Se habían desplazado

a lo largo de tierras extrañas

saqueando y quemando a su paso

para traer la barca

recubierta con su botín.

 

Ahora,

el hogar estaba cerca

y con ello un lugar

en dónde pasar un tiempo

a la espera de otro viaje

en las alas del dragón.

 

II

 

La aldea se levantaba,

o lo que quedaba de ella,

como una montaña de cenizas

única muestra de la devastación.

 

Silencio y vacío

los recibieron al llegar.

Ya no más música

ni niños jugando,

ningún lugar adónde volver.

 

Sólo el páramo

en dónde alguna vez

se levantó el poblado.

 

Algunos maldijeron hacia lo alto

y fueron acallados

por la furiosa voz de su líder

que se elevó como el trueno en

el cielo para recordarles

que debían continuar

y empezar de nuevo.

 

III

 

Las huellas de la criatura

se alejaban hacia el bosque oscuro,

el lugar donde los niños

no debían entrar.

 

De allí vino el ataque

y los ancianos nada pudieron hacer

para evitar la masacre y el festín

de carne de las bestias.

 

El explorador hurgó más allá

de la niebla que cubría

el bosque y descubrió

el lugar dónde los enemigos

se había desviado para

escapar de eventuales perseguidores.

 

El resto del grupo lo siguió

internándose en el manto grisáceo

que se extendía ante ellos.

 

IV

 

Encontraron al primer grupo

de bestias de piel verde

y cayeron sobre ellos

con mortal precisión.

 

Aún éste era solo

un grupo de exploradores.

Siguieron las pisadas

de los asesinos hacia

el corazón mismo del bosque.

 

La lluvia vino desde el cielo

acompañada por el trueno

y el relámpago, tambores de la batalla

que se avecinaba.

 

Las manos de los guerreros

se cerraron sobre las empuñaduras

del acero, una extensión

de sus propios brazos.

 

La niebla se borró

por el manotazo invisible

del Dios del Viento

y entonces vieron a sus enemigos.

 

V

 

Las espadas chocaban

abriendo los escudos

de las bestias verdes.

 

El trueno resonaba

al compás de la contienda

mientras la sangre cubría el suelo.

 

 

Los líderes de cada bando

chocaron en el medio

del concierto de acero

y el guerrero nórdico

abrió de lado a lado

a su rival enviándolo

a la noche de los tiempos.

 

Se detuvo mientras

la lluvia lavaba sus heridas

para contemplar la escena

final del encuentro.

 

Muchos murieron aquel día

de un lado y del otro.

Llevaron a los caídos hacia el mar

para enviarlos

a los salones de Wotan.

 

Las flechas volaron

fundiéndose con la tormenta

que aún cubría el cielo.

 

Al crepitar las llamas

se desataron las cadenas mortales

que los sujetaron a este mundo

y se fueron junto a las valquirias

hacia el Valhalla.

 

El fuego cortó en ese momento

el manto gris que cubría el cielo

desde su llegada a las costas.

 

 

VI

 

Esa noche en el improvisado

poblado y su ahora nuevo hogar

los hombres brindaron

recordando a los caídos

ese día y en anteriores batallas,

nombres que para siempre

se habían grabado en sus corazones.

 

Una a una las canciones

se sucedían entre el griterío

de los guerreros y sus risas eran iguales

a las que alguna vez

sus camaradas habían

lanzado en el medio de

la sinfonía del acero.

 

Estaban vivos

con heridas nuevas en

sus cuerpos y marcas

recientes en el blasón.

 

Era la época de comenzar

a formar una nueva fortaleza

en dónde refugiarse después

de cada viaje.

 

Odín en lo alto

recibía a los caídos

y les permitiría ocupar un lugar

en el gran salón del Valhalla.

 

 

VII

 

El niño escudriñó la noche

y se aventuró a correr hacia

dónde aún brillaba una luz.

 

El centinela se despertó al ser

sorprendido por un pequeño

que lo abofeteaba para luego

darle puntapiés hasta que

logro ponerse en pie.

 

Tomó el cuerno que pendía

de su cinturón y lo hizo

sonar quebrando la paz

que reinaba.

 

Los hombres acudieron

con las espadas brillando a

la luz de la luna.

 

Otro poblado corrió la misma

suerte que el anterior,

pero esta vez alguien había vivido

para contarlo y clamar

venganza ante esos gigantes

de trueno y metal.

 

 

 

 

 

 

 

SENDAS, LIBRO VI, NACIDO EN LA BATALLA

 

I

 

Se volvió un gigante

hecho de gloria y sangre,

irguiéndose como una torre

de metal y granito

en medio del barro del despojo.

 

Sus enemigos temieron

su nombre y su grito

en medio de la batalla.

 

Pero aún más

se aterraron ante la espada

que mandaba a sus pares

al inframundo.

 

Acero era su nombre

engendrado por la venganza

y bautizado en la batalla.

 

 

II

 

Se detuvo por un instante

mientras contemplaba

el tan familiar terreno

de caza, sintiendo al viento

susurrarle una vez más.

 

Descendió desde la cima

mientras el día moría

lentamente, preludio

de la noche de la contienda.

 

En el bosque esperaban

los guerreros del norte

que lo habían acogido

y criado en su seno

mientras era tan sólo un pequeño.

 

Los demonios se replegaban

hacia la profundidad del

bosque, último baluarte

de su decreciente poder.

 

Era tiempo de terminar con

esa persecución

y vengar al fin a sus padres.

 

III

 

La lluvia barría la escena

estrepitosa y mortal,

mientras Acero se

habría paso entre sus enemigos

buscando al líder de esa horda

de engendros salidos del averno.

 

Lo encontró sobre una saliente

con una enorme espada corva

en la mano, chocando contra él,

confundiéndose en medio de la tormenta.

 

Los rayos iluminaban

el escenario de la contienda

mientras la horda retrocedía

asediada por los guerreros del norte.

 

La espada negra abrió

al medio al líder enemigo

y con su caída

Acero ascendió al mando

de las huestes nórdicas

que había perdido a su jarl en

este último enfrentamiento.

 

IV

 

Levantaron su nueva nación

sobre las ruinas de

la destruida horda

y en esa noche de victoria

recordaron a su líder caído,

alzando al cielo sus armas

para coronar a su nuevo rey.

 

Las marcas en el escudo

le daban todo lo que necesitaba

para guiarlos en esa tierra

salvaje e inhóspita

que alguna vez fue su hogar.

 

Ahora la habían recuperado

enviando fuera a los demonios

y por fin podían descansar.

 

 

 

 

CRÓNICAS AZULES, LIBRO VII, GUERREROS

 

I

 

En el principio estaba Yisus

a quien sus enemigos conocerían

como HammerHand.

 

En los primeros tiempos condujo

a la horda a través de mares

y tierras inhóspitas

para finalmente formar

la nación del quebranto.

 

Sumiendo a los osados

que se levantaban contra él

en un mundo de agonía sin fin

y dolor terrenal insoportable.

 

Los que se opusieron

le terminaron sirviendo

formando la incesante marea

de oscuridad que asoló

los reinos humanos.

 

 

II

 

Atraído por toda esa oscuridad

llego el príncipe de los abismos

a quien llamaron Abaddón.

 

A veces bajo la forma de un guardián,

otras convertido en señor de las tinieblas,

escabulléndose siempre y dejando

a sus enemigos desconcertados

en el campo de batalla.

 

Tomó de Yisus su estrategia de dominio

y con mano de hierro sometió

a sus enemigos en los abismos

donde ahora mora como rey

de los ángeles caídos,

en la fortaleza inexpugnable

de muerte y decadencia.

 

III

 

Un joven guerrero humano

fue atraído por Yisus

convirtiéndose en su primer aprendiz.

 

Guiando a sus corruptas fuerzas

se deshizo de todo él que

podía oponérsele matando a los traidores

y sacrificando a su gente

para que sirvieran a sus propósitos.

 

Los enemigos se referirían a él

como el señor de los pantanos

y las tierras devastadas,

sentado en su trono

recubierto de traiciones

y las calaveras de sus vasallos.

Las comarcas valencianas

eran sus dominios.

 

 

IV

 

Trueno, tormenta y lluvia,

la espada cubierta de marcas,

la sangre de sus enemigos

bañándolo junto a la tempestad.

 

El general de los ejércitos del quebranto,

mejor ejecutor de la marea de oscuridad

reclamando los reinos paganos

para su todopoderoso señor

el Hacedor de Huesos.

Los infieles temen a su señor

y a su implacable ejecutor,

que asola los reinos

para convertirlos en esclavos

del Rey del Quebranto.

 

V

 

Los dominios del bosque oscuro

poblados por los desterrados y

los traidores se sacuden ante el avance

de Dolafo, la montura de Moonspell.

 

Sacerdotisa de la noche

quien empuña el arco del castigo

enviando sus flechas negras

para que los caídos sirvan

bajo el poder del Rey Mano de Martillo.

 

Moonspell cabalga, llevada por el viento,

oscuridad y gritos envolviendo la escena

para engrandecer aún más el poder del Único.

VI

 

El fuego es su elemento

con él que purga a los condenados

que se levantaron contra el reino.

 

Persiguiéndolos a través

de la tierra y el mar,

alcanzándolos para destruirlos.

 

Kael, Señor del Fuego, comanda

a la implacable secta de elfos destructores,

quemándolo todo a su paso.

 

Huyendo mientras sus adversarios

no saben qué los golpeó,

retornando para rematarlos

y aumentar a los siervos del quebranto.

 

VII

 

El campo de batalla explotaba

entre lamentos y horrendos gritos

de enemigos siendo destajados.

 

El tigre de Moonspell

despedazaba a los caídos

mientras las flechas aumentaban

el daño a los adversarios.

 

Los que huían eran golpeados

por el poder combinado del

fuego, el trueno y el metal

mientras Abaddón reclamaba alguna almas

para que le sirvieran en el abismo astral.

 

Los pocos que quedaron vivos

fueron sacrificados

en los pantanos valencianos,

mientras su Rey

veía cómo sus huestes

se incrementaban con la fuerza

y la furia de sus lugartenientes.

 

CRÓNICAS AZULES, LIBRO VIII, RUMBO AL OESTE

 

Acto I: Demonios

 

El fuego cubría la fortaleza dorada

derrumbándose sus muros

en una catarata derretida,

mientras las voces agónicas

de los defensores completaban

esta sinfonía de destrucción.

Los poderes demoníacos

se habían despertado en la sala

donde los conjuradores habían

cruzado él limite invisible

en su afán de más poder,

trayendo a los consumidores

de todo lo vivo hacia este mundo.

Enormes seres de fuego blandiendo

espadas ígneas barrían a los

indefensos habitantes del baluarte

mientras los magos lanzaban impotentes

hechizos para detenerlos.

Sólo uno se mantenía inalterable

frente a esta escena de muerte

conjurando el último y más

terrible de todos los encantamientos

mientras la oleada comenzaba

a destruir el escudo que los demás

hechiceros sostenían.

Se quebró la defensa y el oscuro señor

de esta horda infernal sonrió

ante la cercanía de tener

bajo su control las esferas

que contenían el poder arcano

para dominar todo lo conocido,

un juguete inútil en las manos

de aquellos mortales.

Entonces oyó entonar al anciano

aquel hechizo que conocía tan bien

que lo había enviado más allá

de estos reinos mortales

y se retorció en agonía

cuando la energía brotó del báculo

de aquel endeble mortal,

enviando una poderosa onda

que destruyó todo pereciendo los

defensores junto a los invasores,

esparciéndose las esferas

hacia tres direcciones del reino

de Rellivadi, dejando una estela

en el cielo mientras la calma

cubría ese lugar atrayendo

a la horda que moraba en los

pantanos cercanos.

 

 

 

 

Acto II: Serpiente

 

La caravana había dejado atrás

el bosque antiguo que separaba

a la ciudad de plata del gran desierto

que se extendía hacia el norte.

Los brazos del bosque se abrían

hacia el oeste y el este

chocando con los pantanos y las montañas

hacia uno y otro lado.

El desierto sé abría paso como un

océano de arena abrasador

que se llevaba consigo expediciones

enteras sin que se las encontrara jamás.

Hacia el centro de este mar arenoso

se encontraba el cementerio de los dragones,

los primeros habitantes de aquel reino

quienes eran ahora tan sólo una leyenda.

Los carros eran hormigas entre la arena,

el viento castigaba los ojos de los guías

mientras el sol calcinaba a los aventureros.

Un paso tras otro en aquel infierno

hasta ver las enormes columnas

que indicaban el lugar dónde

comenzaba la última morada de los dragones.

Entonces cuando estaban a la mitad de

ese sepulcro ancestral el viento cesó

dejando oír un crujido que estremeció a todos

los que integraban aquella expedición.

El suelo se agrietó mientras la bestia

comenzaba el ascenso para cubrir con su

cuerpo el cielo, cayendo encima de los desdichados

y hundiendo a todos los que estaban vivos

en las entrañas de la arena, devorándolos

en un abrir y cerrar de ojos.

Luego reinó el silencio mientras el viento

cubría las huellas de aquel festín

que la enorme serpiente se había

propinado en ese día.

 

Acto III: Rey

 

La forja trabajaba sin cesar,

un golpe tras otros

sobre el acero incandescente

acompañado del retumbar de los picos

buscando el metal en las cavernas.

Los enanos moraban en las montañas

del este en sus palacios de piedra y metal

fabricando armas para los hombres del sur,

maldiciendo a los elfos.

El anciano herrero trabajaba sin cesar

dándole forma al último martillo

que acompañaría a su rey en la misión

que ahora tenía adelante.

Estuvo listo el mazo

y las puertas de la fortaleza se

abrieron dando paso al señor

de aquel lugar quien descendió

por las montañas nevadas

bordeando el bosque de los elfos

rumbo a los pantanos del oeste

donde su destino lo aguardaba.

El retumbar de su armadura

hacía eco en el bosque

despertando la atención de

los trolls que allí moraban

e instándolos a la persecución.

Acto IV: Guerrero

 

Un manto de oscuridad lo cubría

cuando penetró en los salones

de la ciudad de plata

fundiéndose con las sombras

y deshaciendo los conjuros

que los guardias habían colocado

en torno a la esfera blanca.

La tomó en sus manos

resplandeciendo e iluminando

aquel oscuro recinto.

Entonces una flecha cortó el

aire mientras él se desvanecía

para materializarse en un extremo

llevando consigo una de las tres.

Los señores de la ciudad enviaron

a sus mejores guerreros tras aquel ladrón

pero él destruyó sus hechizos

en un abrir y cerrar de ojos

aventándolos por los aires

para luego internarse en el bosque,

perdiéndose una vez más en las sombras.

 

Acto V: Navegando

 

El drakar corta la distancia

llevado por el viento del dios del trueno,

mientras dos de sus hijos

esperan a bordo divisar las costas

de la ciudad azul dónde los aguarda

el destino que les fue marcado

en medio de los sueños.

Sus escudos están cubiertos de marcas

de batallas peleadas y de sangre

mezclándose con ellas, formando un todo.

La nave deja detrás de sí una estela

marcando el camino invisible que

los guiara hacia el hogar

que quedó oculto en las tierras heladas

desde dónde los dos guerreros proceden.

Un resplandor se observa en la noche

del norte indicando la senda

que cruzan las valquirias

llevando a sus hermanos caídos.

Saben que en algún momento

de su existencia ellos irán por ese camino,

pero ahora la atención se concentra en

el horizonte a la espera de las torres azules.

 

Acto VI: En el desierto

 

La serpiente mordió la arena

y su furia se hizo sentir

a la vez que el pánico la invadía.

No podía ver a aquel enemigo

que parecía la oscuridad misma

y volvió debajo de la tierra

a la espera de otra oportunidad.

Entonces sintió los pasos en la

superficie y su instinto asesino

la impulsó hacia arriba, ascendiendo,

quebrando la tierra y recibiendo

los rayos del sol que odiaba.

Fue un instante apenas en él que

vislumbró a su enemigo, cayendo sobre él

sintiendo cómo erraba el golpe

mientras el acero le abría el vientre,

esparciéndose sus entrañas por

la arena y derrumbándose en medio

de un estertor hacia la eternidad.

Contempló el cadáver de aquel ser

y conjuro un hechizo quemándolo,

no dejando rastro de él

tan solo la segunda esfera que

brillaba a la luz del sol.

Debía darse prisa ya que lo perseguían

centenares de caballeros de la ciudad

de plata, llegándole el aviso en el viento.

Se desvaneció en un instante

cubriendo la brisa el lugar

de aquella batalla donde feneció al bestia.

 

Acto VII: Martillo

 

Los elfos del bosque

encontraron el lugar de la batalla

donde los cadáveres de los trols

se apilaban junto a sus lanzas y espadas,

destrozados los escudos,

arrasado ese lugar, esparcidos los árboles.

Las huellas del perpetrador se dirigían

hacia el oeste en dirección a los pantanos

y el fuego aun marcaba aquel claro

como si el castigo hubiera venido del cielo.

Se movieron rápido fundiéndose con el viento

mientras la noche comenzaba a caer

sobre aquel lugar y el fuego de

la devastación se apagaba lentamente.

Entonces la lluvia llegó cubriéndose

el cielo de un manto negro

mientras el rey de los enanos

se acercaba más a su destino.

 

Acto VIII: En la ciudad azul

 

Los dos hermanos se abrieron paso

hacia la cima de la torre

dónde el guerrero los aguardaba.

Llevados allí por una visión

se reunieron rodeados del silencio

mientras él escudriñaba en la antigua

biblioteca hasta dar con el libro negro

que aparecía invisible al ojo humano,

pero no a la magia del conjurador.

Recitó el hechizo que abriría el manuscrito

y una brisa recorrió la habitación

cuando el tomo se abrió dando paso

a los secretos que contenía.

Cien años desde aquella noche

en la ciudad dorada cuando los demonios

despertaron y el último hechicero conocido

los mandó de regreso al inframundo

a costa de su propia vida.

Nada decía de la manera de usar las esferas

ni de dónde hallar la tercera

pero la advertencia estaba plasmada

al comienzo de aquel libro.

Los demonios encontrarían la manera de

volver y sólo el poder de las tres

los erradicaría de este mundo.

Un murmullo llegó desde abajo,

los llamados magos de la ciudad

detectaron el conjuro de apertura

y enviaron a sus huestes hacia ellos.

Los dos hermanos quebraron escudos,

precipitaron a los defensores

al suelo mientras se abrían paso

buscando una escapatoria,

protegiendo al conjurador

cuya magia había mermado

en los últimos días.

Llegaron hasta la puerta de la ciudad

enfrentándose al más peligroso

de los magos azules quien los atacó

conjurando los poderes del fuego,

obligando a los hombres del norte

a usar sus escudos para protegerse

a la espera de una oportunidad

mientras el guerrero permanecía inalterable

buscando algún hechizo que los ayudara.

Entonces apuntó su mano hacia su enemigo

reuniendo la magia que aún le quedaba

e iniciando un ataque que distrajo

a aquel defensor solo una fracción

de segundo, lo suficiente para que

un golpe de escudo lo dejara fuera

de combate mientras los tres escapaban

hacia la noche, rumbo al oeste.

 

Acto IX: Parte I, Pantanos

 

Los orcos de los pantanos

se proclamaron dueños de la ciudad

pero aquella noche supieron de su error.

Primero fue un rey enano quien atravesó

sus líneas defensivas en los pantanos

descargando su pesado martillo

y sembrando el cielo de rayos.

Luego un grupo de elfos que

ocultándose en las sombras

llenó de flechas el cielo.

Cuando aún no se habían recuperado

de este segundo ataque

encontraron a sus centinelas

desparramados por el suelo.

Algunos murmuraban que dos

hombres se abrieron paso a golpe

de escudos y planazos de espada

cargando consigo a un tercero

rumbo a la ciudad dorada.

Los orcos se reunieron listos

para marchar cuando la caballería

de la ciudad de plata los pasó por encima

y una lluvia de fuego los incineró

mientras los magos azules se abrían paso.

Los que lograron sobrevivir huyeron

a refugiarse en las zonas más

profundas de aquellos pantanos

donde se sintieron seguros.

 

Acto IX: Parte II, La ciudad dorada

 

El fuego se encendió esa noche

ardiendo una vez más las ruinas

de la ciudad mientras los fantasmas

del pasado se hacían oír.

Los demonios y su señor oscuro

habían vuelto, mil veces más fuertes

que en la primera oleada.

Los lacayos infernales se enfrentaron

a los restos de la horda que trataba

de reaccionar ante ese ataque demencial

mientras desde afuera llegó la carga

conjunta de magos, caballeros, elfos

y un rey enano que segaba a todo el mundo,

trayendo la tormenta sobre la cabeza

de demonios y orcos para fulminarlos

con descargas y mazazos.

Los dos hombres del norte unieron

sus espadas a las del enano

abriéndose paso entre las filas enemigas

mientras el guerrero comenzaba a despertar

ascendiendo las esferas que llevaba

y rodeándolo en tanto su mente se abría.

La tercera esfera no estaba perdida

residía en él mismo y entonces el poder

se liberó fundiéndose las otras dos con él

cubriéndolo la armadura negra y apareciendo

el acero en su mano mientras sus ojos

buscaban al peor de todos esos demonios.

Chocaron en el centro de la ciudad

mientras el cielo se cubría de nubes

y el trueno anunciaba el comienzo

de la última batalla,

arremetiendo contra ese demonio

resquebrajándose la tierra

en el fragor de aquella contienda

mientras a su alrededor la magia, las espadas,

los relámpagos, armaduras y flechas

completaban el cuadro de esa escena.

Dio un golpe terrible al señor oscuro

quien retrocedió herido mortalmente

para desaparecer en una explosión

que la armadura absorbió.

Entonces cuando todo terminó

el señor de los enanos posó su martillo

en el suelo y cargo en sus brazos

a uno de los hermanos que había caído

en aquella batalla.

Las llamas se llevaron el cuerpo

del hombre del norte mientras

el guerrero se deshacía de la poderosa

armadura, la que desapareció

liberándose la energía en el reino

de Revidalli y restaurando el bosque

a lo largo de todo el océano de arena

mientras el conjurador desaparecía

fundiéndose en las sombras.

 

Y en lo alto un corcel

cabalga rápido hacia los palacios de acero

llevando consigo al hermano caído.

Su andar deja una estela,

la misma que el drakar regresando

hacia el norte donde el hogar aguarda.

 

Escrito hace demasiado tiempo, entre Enero de 2006 y algún momento del 2007, contando con la inestimable colaboración del todopoderoso “Yisus HammerHand”

((Libro I: I, III, V, VII, IX, XI y Libro II: I)