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La tentación de la siesta

La siesta es un invento genial. Como no sabemos quien la inventó no hemos podido levantarle un monumento. Pero el anónimo inventor se lo merecía. ¡Qué bien vienen veinte minutos de relajación, medio dormido, después de comer. Facilita la digestión, se olvidan los problemas, se distiende uno, la vida parece aceptable a pesar de todo. Incluso uno llega a tener buena conciencia. Pero después de ese rato, no demasiado largo, vuelve uno a lo ordinario más relajado y con más ánimos.

Claro que la tentación puede ser la de vivir en siesta perpetua. En lo profesional, en lo familiar, en lo social resulta prácticamente imposible. Pero ¿y en lo cristiano y en lo fraterno? Tal vez ahí la tentación sea mayor. Como nadie me pide fichar, ni me controla, ni me pide resultados… Es cierto que se trata de algo más serio que todo eso: es nada menos que una cuestión de amor. Por allá arriba, o más bien cerca del sesteante, hay quienes sufren en silencio. El Señor a quien prometí mi amor en mi bautismo; María a quien estoy consagrado porque la quiero. ¡Cuidado! ¡Despierta!

A veces tengo la impresión de que la siesta fraterna puede ser colectiva. ¡Toda la fraternidad sesteando! Hay reunión de buenos amigos: no se toma demasiado en serio la formación, aunque todos tenemos "nuestras" opiniones (según lo que "nos piensa" el periódico); la oración resulta una fórmula intelectual de personas cultas, pero muy poco cordial (de amor sencillo al Señor); la revisión de vida no toca nuestras comodidades... Estamos instalados en nuestra buena conciencia. Echamos unas tranquilizantes monedas para el fondo de solidaridad, pero hacemos gastos superfluos, sobre todo si ya hemos conseguido un nivel social coquetón. La misa de los domingos nos la tomamos como opcional: ¡estamos tan ocupados y cansados! ¡y los niños! ¡y las "obligaciones" sociales! ¡Alerta! Hay que examinarse colectivamente: ¿estamos sesteando?

Ayudémonos unos a otros a despertar de la siesta personal y colectiva. Todos sin excepción, porque la tentación de sestear es universal. Hay demasiado trabajo que nos espera. Hay que intentar ser santos y hay que echar las redes donde parece que no hay peces: es lo que el Papa ha pedido este verano a la Familia Marianista.

 

José María Salaverri sm.

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