(HASTA LA INVENCIÓN DEL TELÉFONO Y LA RADIO)
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◉ 01.- INTRODUCCIÓN. PREHISTORIA DE LAS COMUNICACIONES A DISTANCIA ◉ 02.- LOS TELÉGRAFOS ÓPTICOS ◉ 02.1.- Sistema francés de Claude Chappé (1792) ◉ 02.2.- Sistema sueco de Edelcrantz (1794-95) ◉ 02.3.- Sistema británico de Murray (1794) ◉ 02.4.- Los semáforos marítimos ◉ 02.5.- En Estados Unidos ◉ 02.6.- El telégrafo propuesto por Chudy ◉ 03.- LOS TELÉGRAFOS ÓPTICOS EN ESPAÑA ◉ 03.1.- Sistema hispano-francés de Betancourt y Bréguet (1796) ◉ 03.2.- El telégrafo de Hurtado ◉ 03.3.- España hasta 1844. Los telégrafos de Lerena y de Santa Cruz ◉ 03.4.- Sistema español de Mathé (1844-1857) ◉ 03.5.- La red de telegrafía óptica militar catalana ◉ 03.6.- La red de telegrafía óptica militar del general Salamanca ◉ 03.7.- El telégrafo óptico militar de Baleares ◉ 04.-LOS HELIÓGRAFOS ◉ 05.- EL TELÉGRAFO ELÉCTRICO. ◉ 05.1.- Los antecedentes. Salvá y Campillo. ◉ 05.2.- Telégrafos de Agujas ◉ 05.3.- Telégrafos de Cuadrante y otros de primera época ◉ 05.4.- Telégrafos escritores. Telégrafo Morse ◉ 05.5.- Telégrafos de impresión (Teletipos). El telégrafo de Hughes. ◉ 05.6.- Telégrafos de imágenes ◉ 05.7.- España y la telegrafía eléctrica ◉ 05.8.- Desarrollo de las redes nacionales. Aspectos tecnológicos. ◉ 05.9.- Los primeros intentos de telegrafía sin hilos. ◉ 06.- LA TELEGRAFÍA A TRAVÉS DEL MAR ◉ 07.- HACIA LA RED TELEGRÁFICA INTERNACIONAL. LA UIT.
Desde los orígenes de la Humanidad el hombre ha sentido la necesidad de comunicarse con sus semejantes. En la antigüedad la aparición de la escritura permitió que el hombre pudiera registrar informaciones y pensamientos y difundirlos a sus semejantes. Posteriormente, la Historia nos muestra cómo la necesidad de comunicación y su evolución ha estado siempre ligada a la transmisión de la información y del pensamiento. Las comunicaciones a lo largo de la historia han sido pieza clave en la evolución de las sociedades, y su desarrollo ha ido parejo a los avances científicos.
Pero la necesidad de la comunicación a distancia surge con la profundización de la expansión territorial, lo que daba lugar a la creación de nuevas comunidades en territorios alejados. Fueron las necesidades de carácter bélico, necesarias para la supervivencia de las comunidades, las que estimularon la búsqueda de sistemas de comunicación a distancia. Inicialmente las noticias a transmitir eran generalmente para prevenir ataques de grupos enemigos, conocer el desarrollo y consecuencias de las batallas, avisar de acontecimientos notables, llevar órdenes y mandatos de la autoridad, etc.
En muchas pueblos y comunidades antiguas, hombres a pie o a caballo fueron un medio para llevar mensajes a lugares remotos. Este sistema era lento, requería muchos hombres en inmejorable estado de salud y condición física, bien alimentados, conocedores de la geografía y del terreno, y con mucha astucia para evadir las probables y frecuentes incursiones y ataques del enemigo. Para el caso de la mensajería a caballo, se necesitaba poseer caballerizas de gran tamaño, y una logística humana y equina, hecha a medida, en los pueblos y ciudades. Era un servicio de alto costo, de mano de obra intensiva, y a la vez, seguía siendo un sistema muy lento y poco eficaz. Los aztecas en Méjico usaron sistemas de mensajería mediante hombres atléticos bien entrenados para correr (el caballo no se conoció en América hasta la llegada de los españoles). Los incas, en Sudamérica, parece que tenían un sofisticado sistema de postas y relevos. Los antiguos persas usaban jinetes con caballos veloces más una red de estaciones de relevo en las cuales los jinetes que llegaban pasaban la información al siguiente relevo. Los romanos tomaron ejemplo de los persas y desarrollaron su propio sistema de postas, del cual derivaría el término actual de “servicio postal”. Un buen sistema de postas de hombres a caballo podía hacer avanzar un mensaje a una “velocidad” de hasta unos 400 km por día.
Volviendo a la antigüedad, ya los griegos, romanos o cartagineses hicieron uso de sistemas de comunicación a distancia que intentaran cubrir largas distancias en el menor tiempo posible. Eran sitemas siempre vinculados a luchas, batallas y conquistas. Para esto inicialmente se utilizaron los sonidos vocales; más tarde, los sonidos de percusión (instrumentos idiófonos) como el "tam-tam" (obtenidos percusionando con palos en un tronco seco y hueco), o instrumentos de viento como las trompas, fabricadas con caracoles marinos o astas de reses. El uso de tambores, trompetas, campanas y otros artilugios sonoros también fueron empleados para transmitir mensajes a cierta distancia. Eran sistemas acústicos de comunicación a distancia.
Como ejemplo de ello, el historiador griego Diodorus Cronus, en el siglo IV A.C. cita que el rey persa Darío I (522 al 486 A.C.) para enviar noticias a través de su vasto imperio (que iba desde la India al Danubio) utilizaba a una serie de personas, con buena voz y pulmones, apostadas en lugares elevados, que se gritaban el mensaje de unas a otras. Ello era un sistema de comunicación relativamente rápido, pero que exigía un alto número de personas, ya que éstas debían de estar apostadas a distancias máximas de hasta 200 metros, ya que a mayores distancias los mensajes comunicados a gritos podían ser poco compresibles. Un sistema parecido emplearían unos siglos más tarde los galos para comunicarse, según comenta César, durante la conquista romana de las Galias. El sistema podría ser rápido, pero posiblemente poco secreto, y requerían un muy alto número de personas para mantener un sistema de comunicación de este tipo.
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Las fogatas de Agamenón durante la guerra de Troya |
Cuando el hombre descubre y domina el fuego, lo utiliza también para comunicarse. Grandes hogueras en las cimas de los montes servían a tal efecto. Los persas ya usaban la transmisión de informaciones a distancia mediante procedimientos ópticos, procedimientos perfeccionados posteriormente por los griegos. Estos usaron fuegos durante la noche y reflexiones de la luz solar en superficies brillantes bien pulidas (espejos) y señales de humo durante el día para comunicarse. En la obra Agamenón, de la trilogía mitológica griega La Orestíada de Esquilo, se narra cómo Agamenón tenía dispuestas montañas de leña en todos los cerros desde Troya hasta su palacio de los Atridas en Asgos, en Micenas, para enviar noticias de la guerra de Troya a sus palacios, prendiendo fuegos en las cimas de los montes, a relevos, y anunció a Clitemnestra (su mujer) la victoria sobre los troyanos y su retorno a Micenas. Esta comunicación mediante señales de fuego debió de funcionar (se supone que durante 10 años por la duración de la guerra), ya que Clitemnestra pudo preparar el asesinato de Agamenón sin sorpresas.
El historiador griego Polibio (del siglo II A.C) en varios fragmentos de su gran obra Historia hace referencia a la transmisión de información en el siglo IV a.C. descrita por Eneas el Táctico, conjugando el fuego y el agua en un recipiente llamado Clepsidro (nombre con el que se denomina actualmente a los relojes de agua). Eneas el Táctico, mítico defensor de Troya contra los griegos, fue el primer escritor occidental que escribió varios tratados sobre el arte de la guerra, y posiblemente fue estratega militar arcadio o uno de los muchos jefes mercenarios que abundaron, en el siglo IV a. C., en Grecia. Hay constancia de que este sistema de comunicación a distancia se utilizó en la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.) entre cartagineses y romanos.
El clepsidro descrito por Eneas estaba formado por un vaso cilíndrico de gran tamaño lleno de agua, provisto de un grifo en su parte inferior, y en cuyo interior había fijada una tablilla vertical en la cual habían grabados unos símbolos convencionales, cada uno de ellos a una altura determinada y con un significado concreto. Usando dos clepsidros iguales, uno en cada estación terminal (las cuales se ubicaban en puntos elevados y estratégicos), se llenaban hasta el borde y entonces se operaba sobre los grifos, abriéndolos o cerrándolos al mismo tiempo. La sincronización de estas operaciones se realizaba mediante señales ópticas, con teas encendidas: Para iniciar la comunicación, el emisor encendía una antorcha y cuando el receptor hacía lo mismo con la suya, ambos abrían a la vez el grifo situado en parte inferior del recipiente. Al abrir los grifos simultáneamente, el nivel del agua debía disminuir en ambos clepsidros de manera igual, de manera que al cerrar los grifos al mismo tiempo posteriormente, ambos clepsidros deberían tener el nivel del agua en el mismo símbolo de la tablilla. Cuando en el clepsidro emisor el nivel de agua estaba en el símbolo que indicaba la noticia que se quería comunicar, el emisor apagaba la antorcha, indicando así el "fin de mensaje" al receptor, y se cerraban los grifos en ambos clepsidros.
Los cartagineses disponían de un sistema similar. Éstos situaban sobre torres de igual altura soldados provistos de un farol y un gran vaso lleno de agua en cuyo fondo había un grifo. Flotando en el agua se disponían unas tablillas dotadas de unos bastoncillos verticales de distintas longitudes. Cada tablilla tenía un significado: peligro, paz, guerra, victoria, derrota, etc... Dejando ir el agua al mismo tiempo en ambas torres, al bajar el nivel del agua, bajaban también las tablillas flotantes. La noticia comunicada era aquella que correspondía al bastoncillo que al final de la transmisión su punta quedaba a la altura del borde del vaso. Los guardianes de las dos estaciones se sincronizaban con señales realizadas con los faroles (moviéndolos de arriba a abajo, o de izquierda a derecha), e incluso verificaban si la noticia recibida era la misma que había transmitido la otra estación, y si no era así, comenzaba de nuevo la operación, hasta recibirse la noticia correctamente.
Como se puede ver, todos estos primeros sistemas de comunicación a distancia eran tremendamente sencillos, pero muy limitados en cuanto al contenido de los mensajes. Normalmente usados en el ámbito militar, sólo podían usarse para enviar mensajes pre-acordados que debían conocer emisor y receptor: Cada señal empleada en la comunicación tiene un significado concreto preconvenido, como puede ser "Victoria", "Derrota", "Enviar refuerzos", "Todo está en calma", etc... Ello no permitía enviar otros mensajes de contenido imprevisible, pero que podían ser importantes, tales como "Ha habido una traición", "En la ciudad se ha producido una revuelta (o una matanza)" y otros por el estilo. No podían existir tantas señales preconvenidas para notificar mensajes de contenido imprevisible.
Sin embargo, esto lo solucionaron los griegos, según cuenta el historiador griego Polibio en el Libro X de su obra Historias. Según cita, dos ingenieros e historiadores griegos del siglo III A.C. poco conocidos, Kleoxenos (Cleóxeno) y Demokleitos (o Democlito) idearon un sistema de transmisión con señales de fuego para transmitir para letras del alfabeto griego, y por tanto mensajes de cualquier contenido. De los dos, Kleoxenos es el mejor conocido, ya que escribió una Historia de los Persas, que se perdió hace mucho tiempo.
Para ello Kleoxenos y Demokleitos idearon un sistema de comunicación a distancia basado en el uso de antorchas llamado Fryctoria, el cual se basaba en una extensa red de torres (las Fryktories) situadas en lugares elevados fácilmente visibles desde una distancia de varios kilómetros. Lo que hacía este sistema diferente de los anteriores era que en cada torre se situaban dos grupos de cinco antorchas cada uno, de tal forma que el número de ellas encendidas en cada grupo determinaba una letra. Las antorchas eran abatibles y se podían ocultar tras dos paredes o tablones (una al lado de la otra, separadas una corta distancia), o alzarlas sobre éstas para hacerlas visibles en la distancia. La codificación empleada se basaba en el número de antorchas encendidas que se mostraban en el grupo de la izquierda y en el grupo de la derecha, y correspondía a la siguiente tabla:
Izq./Dcha. |
1 |
2 |
3 |
4 |
5 |
1 |
α |
β |
γ |
δ |
ε |
2 |
ζ |
η |
θ |
ι |
κ |
3 |
λ |
μ |
ν |
ξ |
ο |
4 |
π |
ρ |
σ |
τ |
υ |
5 |
φ |
χ |
ψ |
ω |
Este sistema permitía codificar 24 letras del alfabeto griego (el número de combinaciones posibles es de 25). Así, por ejemplo, para transmitir la letra beta (β) se mostraban encendidas dos antorchas en el grupo de la derecha y una en el grupo de la izquierda. la letra omega (ω) correspondía a mostrar encendidas 4 antorchas del grupo de la derecha y las 5 del grupo de la izquierda. Mostrar encendidas las cinco antorchas en el grupo de la izquierda y en el grupo de la derecha (la combinación número 25) significaba comienzo de un mensaje y fin de palabra. Como se puede apreciar, este sistema permitía la realizar comunicaciones a largas distancias con mensajes precisos, pero era un sistema de empleo bastante engorroso.
El propio Polibio mejoró este sistema hacia el 134 A.C., lo que hizo que este sistema de comunicación se conozca hoy en día como Cuadrado de Polibio, y lo que hizo fue reducir el número de antorchas a dos y regular su uso para transmitir las letras. Para ello, al iniciarse el envío de un mensaje, quien lo enviaba debía alzar ambas antorchas (una en cada mano) al mismo tiempo para avisar al receptor. Éste debía contestar alzando a su vez ambas antorchas. Entonces el emisor baja las dos antorchas (escondiéndolas a la vista del receptor), y a continuación, para transmitir cada letra del mensaje, el emisor primero alza y esconde la antorcha de su mano izquierda tantas veces para indicar la fila donde está la letra a transmitir en una tabla similar a la anterior (el cuadrado de Polibio), y luego hará lo mismo con la antorcha de la mano derecha para indicar la columna de la tabla donde está dicha letra. Con ello queda identificada la letra transmitida.
Los griegos también revolucionaron los sistemas de transmisión a distancia al introducir el uso de banderas de distintos colores, método que profundamente modificado actualmente se sigue usando en algunos ámbitos (p.ej, en la marina).
Un ejemplo de comunicaciones con telas de distintos colores y que fue el primer error de transmisión conocido (supuestamente) de la historia se produjo en Atenas, cuando el héroe mitológico Teseo, al partir hacia Creta para pagar tributo al rey Minos, convino con su padre Egeo, rey de Atenas, que pondría a sus naves velas negras si había sucumbido ante el Minotauro, y velas blancas si había vencido. Teseo consiguió dar muerte al Minotauro de Creta y logró salir del laberinto donde éste habitaba, y al regresar a Atenas, con la alegría del triunfo se olvidó de este convenio, y su padre, el viejo Egeo, al avistar desde el promontorio del cabo Sunión (en Atenas) las velas negras de las naves de Teseo, se arrojó al mar (al cual da su nombre) y pereció.
Los romanos también dispusieron de sistemas de comunicación rápida, basados en el uso de antorchas colocadas en distintas posiciones sobre torres situadas, a distancias apropiadas, a lo largo de las grandes calzadas del imperio romano, y a ser posible en ubicaciones elevadas (picos de montañas). Los mensajes iban avanzando en cadena, de torre en torre que actuaban como estaciones repetidoras, lo que permitía enviar mensajes a grandes distancias. De hecho, hay una imagen de este sistema en los bajorrelieves de la columna de Trajano (en Roma). Una reproducción de esta columna se encuentra en Saint Germain en Laye, cerca de París (Francia). Los romanos tuvieron en cuanta la posibilidad de que terceros enemigos pudiesen descifrar el contenido de los mensajes, por lo que desarrollaron el primer concepto de codificación de los mensajes.
El método de las ahumadas, o comunicación mediante señales de humo, ya arranca desde la época romana, y también se empleó en muchos otros lugares del mundo. Los incas lo usaron para transmitir noticias desde todos los confines de este imperio andino hasta Cuzco, su capital. Y conocido es también el uso que hacían de este sistema algunos pueblos indios nativos de Norteamérica. (Nota: Según el Diccionario de la Real Academia Española, una ahumada es una señal que para dar algún aviso se hacía en las atalayas o lugares altos, quemando paja u otra cosa).
En España el uso de las señales de fuego y de humo ya se emplearon desde tiempo de los íberos, los cuales se comunicaban de uno a otro lugar empleando hogueras. Cartagineses, romanos y árabes crearon sus redes de atalayas o torres de vigilancia para alertar rápidamente de cualquier incursión en su territorio. En la Edad Media se emplearon tanto por los moros como por los cristianos, y eran sistemas que avisaban, de castillo en castillo y/o de colina en colina, de que se había producido algún hecho esperado, o para alertar de los avances militares tanto en territorio musulmán como cristiano. De hecho, aún perduran en muchos puntos de España torres almenaras (torres para señales de fuego) o atalayas erigidas en época medieval desde las que se vigilaba y efectuaban estas hogueras o ahumadas. La elección de los puntos para la ubicación de estas torres venía definida por la mayor extensión de terreno que podía divisarse desde ellas así como por la mayor extensión de terreno desde el que se podía divisar la torre. En la actualidad, muchos de los lugares donde estuvieron instaladas estas torres son vértices geodésicos, y algunas torres o sus restos aún se pueden contemplar (como por ejemplo, la bien conservada Torre de "La Mira", situada en una cima próxima al circo de Gredos, en la Cordillera Central).
Algunas de estas torres de vigilancia estuvieron en uso en zonas costeras, sobre todo en el levante español, hasta bien entrado el siglo XVIII para la vigilancia y defensa de la costa de los ataques de piratas, normalmente procedentes de la costa norte de África. Muchas de estas torres se conservan hoy en día.
Por lo que cuentan las crónicas reales, el método de las ahumadas fue utilizado en España y Francia hasta bien entrada la Edad Moderna. Era una época en la que las comunicaciones eran lentas y dependían de estado de los caminos, de la fuerza y la velocidad de los caballos. Este método consiste en transmitir informaciones mediante el uso de señales de humo que se hacían desde montículos, naturales o artificiales, situados sucesivamente, a distancias de no más de 12 Km, y divisables unos de otros. Las noticias se iban sucediendo de una a otra ahumada hasta llegar a su destino, y su mejor cualidad era la velocidad de transmisión, y eso que aún no se contaba con la ayuda de catalejos.
Por el sistema de las ahumadas se constituyó una importante red de comunicaciones en España, que enlazaba las principales ciudades del reino. Parece ser, a tenor de las investigaciones históricas, que hubieron unos cinco intinerarios generales que formaban una red que iba desde León hasta Sevilla, pasando por Valladolid y Zaragoza. El "centro de comunicaciones" estaba en Medina del Campo (Valladolid).
De la velocidad de transmisión de las ahumadas se sabe que entre Valladolid y Toledo, teniendo preparadas buenas resinas y pajas para las hogueras y una buena antorcha para el encendido, un mensaje tardaba dos horas en llegar, lo cual era un gran adelanto frente al método mucho más lento de mensajeros a caballo. A modo de ejemplos, a finales del siglo XIV, Pedro IV de Aragón (1319-1387) usó un sistema de ahumadas para comunicar movimientos de flotas o ejércitos enemigos a sus propias tropas, y en el año 1405, se comunicó al rey castellano Enrique III Trastamara (1379-1406), que se hallaba en Segovia, el nacimiento de su hijo Juan en la ciudad de Toro (Zamora), situada a unos 200 km de distancia, a las dos horas de haber tenido lugar el alumbramiento.
Estos sistemas no cambiaron mucho a lo largo de varios siglos, y así p.ej., la presencia de la Armada Invencible española (que debía atacar Inglaterra), divisada en Plymouth (Inglaterra), fue señalada por medio de fuegos a Londres, distante unos 300 km, donde la noticia llegó en media hora, y permitió preparar el enfrentamiento. Esto ocurrió en 1588.
Se puede citar la aportación que tuvo a estos medios de comunicación óptica la invención del catalejo en el siglo XVI por Zacarías Jannsen, que permitía la observación de señales ópticas a una distancia mayor, y de hecho sirvió de base un par de siglos después para la implantación de los denominados sistemas de telegrafía óptica.
Estos sistemas aportaron una gran rapidez a las comunicaciones entonces existentes, pero tenían varios inconvenientes: Por un lado, estaban limitados en cuanto al contenido de los mensajes, pues sólo se utilizaban para transmitir informaciones prefijadas o previamente convenidas del tipo "peligro, alarma, victoria...", no pudiendo codificarse cualquier otro contenido en los mensajes, ni detalles del mensaje transmitido. Por otro lado el alcance de cada transmisión estaba limitada al límite del sentido de la vista, si bien con torres repetidoras se podía llevar un mensaje mucho más lejos. Y las condiciones atmosféricas adversas entorpecían mucho las comunicaciones ópticas (la niebla, la lluvia, el viento...). Y por otro lado, estos medios de comunicación estaban limitados a las altas esferas de los dirigentes del reino o nación, siendo un secreto de estado los códigos usados en las comunicaciones. Una noticia privada, por urgente que fuera, no tenía otro camino para llegar a su destino mas que el tradicional por correo.
Estos sistemas de comunicación visual no se pueden considerar técnicamente como sistemas de telegrafía óptica ya que no utilizaban un sistema unificado con unas reglas homogéneas y regularizadas. Esto comenzará a ser una realidad a finales del siglo XVII.
El telégrafo óptico constituye una versión muy mejorada de las primitivas y sencillas señales de humo y permite el envío de mensajes perfectamente adaptados al lenguaje escrito del país y, por tanto, la transmisión de las noticias con toda clase de detalles y máxima precisión. Los elementos esenciales del telégrafo óptico son: el Indicador mecánico de varias posiciones diferentes para exponer signos, letras, etc., de acuerdo con un determinado código; la Torre de cierta elevación, sobre la cual se monta el indicador, y el anteojo para poder divisar a mayor distancia las señales.
La primera idea sobre el empleo de las leyes ópticas para la transmisión a distancia de signos es atribuible al físico-químico inglés Robert Hooke (1635-1703). Éste la expone públicamente en su discurso pronunciado en la Royal Society de Londres, en 1664, pero no merece la atención suficiente por parte de los investigadores de la época a pesar de los numerosos detalles del sistema que planteó. Han de transcurrir casi un siglo para que se inicien los trabajos sobre dicha idea.
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Propuesta de telégrafo óptico de Hooke |
También existe un grabado de 1616 del alemán Franz Kessler (1580-1650) que representa el primer telégrafo óptico capaz de enviar mensajes letra a letra. En este telégrafo el emisor es un barril tumbado sin una de las tapas que contenía en su interior un fuego, que se dejaba ver a distancia levantando una tabla de madera situada delante de la boca abierta del barril. Levantarla una vez representaba la letra A, dos veces la letra B, y así sucesivamente. Este sistema no era muy práctico para crear una línea telegráfica mediante cadenas de estaciones de este tipo, y posiblemente su uso estaba restringido para salvar un solo tramo, por ejemplo, un brazo de mar o un ancho río.
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Telégrafo óptico dibujado por Kessler (Imagen tomada de la portada de una monografía de L.M. Ericsson sobre transmisiones inalámbricas, sin fecha de edición) |
Los textos históricos señalan que ni Robert Hooke ni Franz Kessler construyeron algún telégrafo óptico práctico. Simplemente se limitaron a escribir sobre sus ideas y las presentaron en círculos académicos de la época.
Hay que mencionar aquí la invención del primer catalejo, anteojo o telescopio, en los últimos años del siglo XVI, dispositivo que contribuiría significativamente a mejorar las distancias alcanzadas con los sistemas ópticos de transmisión de mensajes, al permitir observar con nitides objetos y señales mucho más distantes que con la simple vista humana. Hay controversias sobre quién fue su inventor. Lo único que parece seguro es que era de los Países Bajos. Según las fuentes, se citan a Zacharias Janssen, a Hans Lippershey, a Jacob Metius, e incluso al mismo Galileo Galilei, como inventores del catalejo. Sin embargo, la primera patente de este dispositivo la presentó Hans Lippershey.
Con la industrialización, las nuevas necesidades de la época, tanto militares, comerciales e incluso ciéntíficas, hacían que se deseara conseguir sistemas de comunicaciones a distancia más rápidamente, y por ejemplo, a nivel científico en 1787 ya se estaban realizando mediciones sobre el tamaño de la Tierra colaborando los observatorios de Greenwich (Inglaterra) y de París (Francia). Mediante hogueras a uno y otro lado del Canal de la Mancha se podían realizar triangulaciones, pero no se podían pasar datos al no tener un sistema de señales adecuado para ello.
También en esa época ya se contaba con un instrumento óptico perfeccionado, el anteojo acromático, instrumento que ya permitía ver con detalle objetos y símbolos situados a distancias similares a las que separaban las hogueras y ahumadas empleadas en los sistemas de comunicación de avisos. Anteriormente los anteojos tenían el problema de la aberración cromática, por la cual el vidrio de las lentes dispersaba algo la luz en sus distintos colores y provocaba que los bordes y los pequeños detalles de los objetos se vieran borrosos (con una mezcla de colores), y por ello los objetos distantes se veían borrosos. El anteojo con lentes acromáticas (que empleaban un nuevo tipo de vidrio para las lentes, lo que permitía en éstas la refracción de la luz sin descomponerla en los colores que la integran) permitió ver con nitidez objetos incluso a mayores distancias, lo que permitiría espaciar más las ubicaciones de las estaciones ópticas.
En esa época, en julio de 1789, en Francia y en plena Revolución Francesa es nombrado 'Abad comendatario' un joven francés de 25 años, llamado Claude Chappé d'Auteroche. Chappé había nacido en Brülon en diciembre de 1763, siendo el segundo hijo (de 5 hermanos) de una familia acomodada, nieto de un barón francés. Realizó sus estudios en el Collège Royal de La Fleche, una escuela preparatoria para la escuela militar. Pero siendo aún alumno de dicha escuela, cambiaron los estatutos de ésta y la escuela pasó a dedicarse a la formación de futuros magistrados y eclesiásticos. Al finalizar sus estudios, fue nombrado 'Abad comendatario', dignidad eclesiástica de tipo secular que conllevaba ciertos beneficios, como recibir una renta eclesiástica como paga, lo que le permitió vivir con cierto desahogo económico. Existe la creencia muy extendida que Chappé había sido ordenado sacerdote, creencia fundada en este nombramiento.
Transcurrido un tiempo, la Revolución Francesa suprime las rentas eclesiásticas, Chappé pierde su paga, se truca su carrera religiosa, y tiene que volver a su ciudad natal, Brülon, coincidiendo con sus hermanos Ignace, René, Abraham y Pierre-François, que también regresaron por razones parecidas (desempleo).
Claude Chappé, que se había dedicado a estudiar física y química (como muchos ilustrados de la época), es ayudado por sus hermanos, y empezó a experimentar en física, publicando cinco ensayos, abordando la posible transmisión a distancia de impulsos eléctricos por hilos, tema que pronto abandonó, quizás por no disponerse en aquella época de suficiente información sobre electricidad. Y comenzó a trabajar junto con sus hermanos en un sistema de comunicaciones a distancia por medio de señales ópticas que fuera eficaz, con ánimo de lucro.
En 1790 Claude Chappé y sus hermanos habían concebido un sistema de señales ópticas que permitía, por medio del correspondiente código, transmitir signos alfabéticos y numéricos a distancia, lo cual permitía enviar verdaderos mensajes, compuestos por palabras y siguiendo un código convencional. De hecho, su sistema ya lo experimentó en 1791. Se trataba de un sistema sincronizado de de señales ópticas.
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Representación del sistema sincronizado de telegrafía de Chappé (1791), por Dubious. |
En este modelo de telégrafo, una aguja podía girar sobre un panel vertical (similar a la esfera de un reloj clásico), pudiendo adoptar hasta 10 posiciones distintas. Una vez se ha posicionado la aguja en la posición seleccionada, el operador enviaba un sonido con una campana, para indicar al observador distante la transmisión del símbolo seleccionado. Este modelo de telégrafo tenía como inconveniente su poca resolución angular : la separación angular entre símbolos adyacentes es demasiado pequeña para poder distinguir desde la distancia la posición exacta de la aguja.
Claude y sus hermanos se trasladaron a París en 1791 quizá en busca de mayores posibilidades, encontrándose con ciertas dificultades debido a la propia Revolución, que estaba en curso. En efecto, la Revolución Francesa había depuesto al rey frances Luis XVI (preso y cuya cabeza rodaría en la guillotina en 1793), y ello supuso que entrara en guerra con los estados monárquicos de Inglaterra, Prusia, Austria, Holanda y España, y además padecía sublevaciones en Marsella y Lyón. Ante esta situación, la Asamblea Nacional Francesa (el Gobierno Central) tenía la necesidad imperiosa de disponer de un sistema de comunicación más rápido y eficiente que los mensajeros a caballo para recibir y transmitir órdenes y despachos de guerra.
Chappé ofreció su invento al gobierno, y obtuvo permisos para hacer ensayos. Chappé ensayó diversos modelos de telégrafos ópticos, pero en dos ocasiones fue destruido el aparato que instaló en la plaza de l´Etoile (en París) en las revueltas populares, frecuentes por entonces. El primero desapareció una noche y el segundo fue quemado en una algarada callejera que creía que eran instrumentos para una conspiración monárquica auspiciada por el rey Luis XVI, y que esa máquina servía para comunicar secretamente con el rey Luis XVI, entonces prisionero en el Temple. Estas dificultades desanimaron a Chappé, pero su hermano mayor, Ignace Chappé (1760-1829), le animó a que siguiera con sus experimentos, ya que al hallarse el país en plena revolución, y en guerra cercado por fuerzas aliadas monárquicas, el gobierno necesitaba tener comunicaciones seguras y rápidas.
Entre 1791 y 1792 ensayaron un telégrafo óptico basado en el uso de varios paneles señalizadores, paneles que podían adoptar dos posiciones para un observador distante: "visto" y "no visto". Este modelo de telégrafo sería deshechado por Chappé, aunque sería copiado pocos años después en Inglaterra, y Chappé ensayaría otro modelo de telégrafo.
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Retratos de Claude Chappé. (Clic en las imágenes para ampliarlas). |
Por ello la Asamblea Nacional se interesó finalmente por las posibilidades del sistema de Chappé, y finalmente su modelo, el que había de ser el definitivo, fue presentado a la Asamblea Nacional a través de su hermano mayor, Ignace Chappé, que era diputado, ante la Convención Francesa el 22 de mayo de 1792, siendo muy bien acogido. Se concedió a Chappé una subvención de 6.000 francos para la construcción de una línea de prueba, constituida por tres estaciones de propiedad del estado (situadas en Menilmontant, Ecouen y Saint Martin du-Tertre).
Chappé había ideado una red que pudiera comunicar París con los frentes de batalla, y dicha red estaría integrada por una serie de torres con unos brazos articulados en la parte superior que, según la combinación de los ángulos que formaran los brazos, podían formar las letras del alfabeto, y que se transmitirían repitiéndolos de una torre a la siguiente.
El año siguiente (1793) la Convención promulgó un decreto mandando ejecutar la primera línea, como prueba, para atender las necesidades militares. En abril se concedió un crédito de 6000 francos para realizar esta primera línea telegráfica de pruebas, entre París y Lille, distantes unos 230 Km, y con 22 estaciones telegráficas. Chappé se pone al frente de la construcción de esta línea.
Chappé acuñó para este sistema de comunicaciones los términos "Telégraphe" (telégrafo, "el que escribe a distancia") y Telegraphie (telegrafía). Chappé había barajado inicialmente el término "Tachigraphe" (taquígrafo, "el que escribe deprisa"), pero tras consultarlo con varias personas, fue finalmente el helenisa y militar Mr. Miot de Mélito (1762-1841) quien le sugirió la palabra "Telegraphe", que sería la adoptada. Según uno de sus hermanos, al escribir la historia del invento de Chappé, esto ocurrió en 1798.
Con la aceptación de las palabras telégrafo y telegrafía quedarían atrás otros intentos posteriores para denominar estos nuevos sistemas de comunicación a distancia, como la palabra "telelograph " o "tellograph ", empleada por el irlandés Richard Lowell Edgeworth (1744-1817) para su telégrafo óptico y cuyo significado literal es "máquina que envía palabras a distancia", o la más extravagante, la palabra "Porrología " (del griego porro = lejano y lógos = estudio o palabra), acuñada por el español Vicente Requeno y Vives (1743-1811). Requeno fue un jesuita, arqueólogo, musicólogo, numismático, historiador del arte, filósofo e inventor español, nacido en Zaragoza, que estaba convencido de que los antiguos griegos y romanos ya habían inventado los métodos de comunicación a distancia en su tiempo, y que por tanto no hacía falta inventar nada más.
La línea París-Lille, de 230 km, estaba montada sobre 22 torres ópticas, la última de las cuales estaba ubicada en la cúpula del Palacio del Louvre, al cual incluso realzaba. Las torres constituían las distintas estaciones de la línea, unas se construyeron a tal efecto, y otras se ubicaron en edificios prominentes. Era condición necesaria que cada torre tuviera a la vista a la torre anterior y a la siguiente. Con esta línea, ese mismo año de 1793 se enviaron con éxito los primeros mensajes de prueba entre París y Lille. Los trabajos de Chappé le son recompensados en 1793 nombrándole Ingeniero telegrafista, siendo el suyo el primer título mundial de ingeniero telegrafista.
El 19 de julio de 1794 la Convención (gobierno francés) recibe el primer telegrama de la historia, en cuyo texto se anunciaba la toma por parte del ejército republicano francés de la plaza fuerte de Condé-sur-l'Escaut, hasta entonces en poder de las fuerzas austriacas. El mensaje decía: "Condé de nuevo en nuestro poder: La guarnición enemiga se ha rendido esta mañana a las seis". La noticia había sido transmitida hasta París desde la ciudad de Lille, por la citada línea de telegrafía óptica, y llegó a París en menos de una hora después del acontecimiento.
Este éxito hizo que rápidamente se construyeran otras líneas, incluida la línea París-Marsella-Toulon (de unos 1000 km de recorrido). Incluso en noviembre de 1794 una línea unía Francia con Austria (habían cesado las hostilidades entre ambos países), pudiendo enviarse un mensaje a lo largo de toda la línea en 3 horas (normalmente con los medios de la época tardaba 3 días en ser entregado).
El sistema de Chappé fue conocido casi desde sus inicios en otros países gracias a los informes de este avance tecnológico de sus servicios de información y espionaje, por lo que el sistema fue copiado en unos países europeos y en otros realizaron sus propios sistemas de telegrafía óptica. Curiosamente en España, el 14 de octubre de 1794 el periódico La Gazeta (de Madrid) dio la noticia de que se había usado en Francia un moderno sistema de transmisión para conocer en París noticias del campo de batalla, al cual denominó 'Telégrafo', por lo que esta palabra aparece ya cuatro años antes de que Chappé la comenzara a utilizar oficialmente para su sistema de transmisión de señales.
El segundo país en establecer una red de telegrafía óptica fue Suecia, casi a la par que Hungría. España, el Reino Unido y Alemania tampoco tardarían en dotarse de este sistema de comunicación. En Estados Unidos se comenzó a principios del siglo XIX a establecer una red de telegrafía en la costa Este, aunque no llegaría a tener relevancia ya que nunca llegó a abarcar una parte apreciable de su territorio.
Francia estaba en situación de guerra permanente con Inglaterra, y su situación política interior se tranquilizó en 1802, y a consecuencia de ello dejan de usarse muchas de las líneas telegráficas de Chappé, excepto la de Brest, que era usada y financiada por la Armada francesa. En 1804 Napoleón se autoproclamó emperador en Francia y entró en guerras con varios países europeos, y tuvo gran confianza en el sistema de Chappé como medio para coordinar el imperio y el ejército, y multiplicó las líneas telegráficas. En 1812 encargó el desarrollo de un telégrafo móvil para desplazar a los frentes de guerra. Napoleón hizo buen uso de una red de telégrafos móviles durante su campaña de Rusia (aunque ésta acabara siendo un desastre por culpa del duro invierno ruso).
Cuando a mediados del siglo XIX apareció la telegrafía eléctrica, en Francia el entramado de las líneas de telegrafía óptica alcanzaba casi los 5.000 km, contaba con 556 estaciones en 1852 (con una separación aproximada entre estaciones de unos 10 km), y unía en una gran red treinta ciudades con la capital (París). La red francesa constaba entonces de tres líneas que salían de París: Una hacia hacia el norte, otra hacia el este, y otra hacia Bretaña.
A causa de una depresión, Chappé se quitó la vida en el año 1805 tirándose a un pozo en su hotel de París, quizás por no superar una depresión de tipo melancólico, por las críticas a su invento, y por las demandas ante rivales que habían plagiado su modelo de telégrafo óptico militar. Sus hermanos seguirían trabajando con su sistema telegráfico. Ignace y Pierre François continuaron su obra a título de administradores de telégrafos hasta 1823, fecha de su dimisión. Sus hermanos más jóvenes, René y Abraham, se convirtieron en adjuntos a los puestos de sus hermanos.
Debido a sus características, el mantenimiento del sistema telegráfico de Chappé era costoso, y el Gobierno no daba suficiente presupuesto para el mantenimiento, por lo que Chappé propuso dar a conocer a diario el curso de la Bolsa de París a través del telégrafo, pero el Gobierno no lo aceptó. El telégrafo era de uso exclusivamente gubernamental. Sí aceptó la transmisión de los números ganadores de la lotería nacional, a cambio del pago anual de 150.000 francos franceses. Incluso en 1824 Ignace Chappé, hermano del ya fallecido Claude Chappé, intentó aumentar el interés civil en el uso del telégrafo óptico empleándolo para la transmisión de mensajes comerciales a precios asequibles. Sin embargo la comunidad empresarial se resistió a esta propuesta. Ese mismo año de 1824, Ignace Chappé publicó el libro “Histoire de la Télégraphie ” (Historia de la Telegrafía).
En 1846 el gobierno francés se inclinó por un nuevo medio de comunicación, el telégrafo eléctrico. En aquel momento muchos intelectuales advirtieron de la debilidad del nuevo sistema, ya que un cable telegráfico podía sabotearse fácilmente cortándolo. En 1853 se implantó definitivamente la telegrafía eléctrica en Francia y se comenzó a abandonar el sistema óptico de Chappé, el cual ya constituía una red de unos 5.000 km de extensión.
El telégrafo de Chappé se había mantenido funcionando con eficacia más de 50 años, en una época muy agitada de la historia moderna de Francia, e incluso se vio rodeado de una leyenda romántica, que inspiró a poetas como Víctor Hugo y a cantantes populares de la época. Incluso el telégrafo óptico de Chappé tiene un papel relevante en la obra de Alejandro Dumas El Conde de Montecristo, en la que el conde soborna a un operador descontento de una de las torres para que envíe un mensaje financiero falso, que sirve para arruinar a un rico banquero que injustamente hizo que le enviaran a prisión 20 años antes. En la novela el autonombrado conde de Montecristo paga generosamente al operador de la torre para que pase un mensaje diferente del que recibe, en el que se informa que la revolución ha estallado en España, y que el rey de España se exilia, ocasionando la devaluación inmediata de toda la deuda española. El banquero, que tiene mucha inversión en España, malvende, y pierde una gran cantidad de dinero en la operación, arruinándose con ello.
España no dió la espalda al progreso y son varios los proyectos de telegrafía óptica que ven la luz entre 1794 y 1808, destacando entre ellos los de hombres como Ximénez Colorado, Salvá y Campillo, Hurtado y Betancourt.
Como curiosidad, fuera del ámbito europeo, el sistema de Chappé también encontró aplicación en Egipto, donde había estado también Napoleón a finales del siglo XVIII.
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Torre del telégrafo de Chappé restaurada en Annoux (Francia) |
Cuando comenzaron a desarrollar los hermanos Chappé un modelo de telégrafo óptico, determinaron experimentalmente que era más fácil ver y distinguir en la distancia ángulos en una vara que la presencia o ausencia de banderas o paneles señalizadores, por lo que el telégrafo de Chappé se desarrolló siguiendo el principio de una vara señalizadora que podía cambiar de posición.
Sintetizando, el telégrafo de Chappé constaba de un mástil situado en la cúspide de una torreta o construcción similar a una torre, en cuyo extremo superior podía bascular (mediante un eje central) un travesaño de 4,25 m de largo, denominado "Regulador". En sus extremos el regulador llevaba otros dos travesaños más pequeños, de 1,8 metros de largo, pintados de negro (para que pudieran ser bien vistos en la distancia) y también giratorios sobre un eje, llamados "Indicadores". Regulador e indicadores eran manejados por el operario de la torre donde estaban montados a través de un sistema de cuerdas y poleas (una polea por cada elemento giratorio), y estaban bien contrapesados (cada indicador disponía de un contrapeso adecuado), por lo que el operador podía manejar el conjunto con muy poco esfuerzo con sólo dos manijas.
Cada polea podía hacer que reguladores e indicadores tomaran posiciones diferentes, a cada una de las cuales se le asignaba un significado. Este sistema de brazo articulado permitía hasta 98 configuraciones o señales diferentes, que el operador de la siguiente torre leía con la ayuda de un catalejo, transmitiéndolo por el mismo método a la siguiente estación. Obviamente, las torres debían de estar a la vista una de la otra. Las torres estaban situadas a distancias que oscilaban entre los 12 y los 20 kilómetros, y cada una tenía un telescopio o catalejo apuntando a la torre anterior y otro apuntando hacia la torre posterior de la línea. También se hicieron experimentos con faroles colocados en los brazos para su uso nocturno, pero demostraron una baja eficacia.
Cada indicador podía adoptar 8 posiciones diferentes, separadas entre sí 45 grados (vertical, horizontal, oblicua a derecha y oblicua a izquierda), aunque se prescindió de aquella en que el indicador se solapaba con el travesaño regulador. Esto permitía utilizar 7 posiciones diferentes, por lo que entre los dos indicadores se conseguían 49 combinaciones distintas para una sola posición del travesaño regulador. Chappé había considerado que 45 grados era la menor diferencia entre posiciones de los indicadores que fueran lo suficientemente diferentes como para que no se pudieran confundir a distancia, y las 4 posiciones adoptadas eran las mejor definidas y más diferenciadas.
El regulador podía adoptar dos posiciones, horizontal y vertical, de manera que el total de combinaciones obtenibles en el telégrafo de Chappé son las 98 mencionadas. Otras dos posiciones del regulador, inclinadas 45 grados, son posiciones de servicio.
Al mecanismo de manubrios, cuerdas, poleas y contrapesos que movían el regulador y los indicadores se acoplaba también dentro de la torreta a una maqueta pequeña del telégrafo, de manera que ésta reproducía y mostraba al operador de la torre en todo momento cual era la posición de los distintos brazos del telégrafo. Este mecanismo fue desarrollado para Chappé por el genial relojero suizo-francés Abraham Louis Bréguet en 1792.
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Torreon del sistema óptico de Chappé (Haz clic en la imagen para ampliarla) | Mecanismo del telégrafo óptico de Chappé | Mecanismo del telégrafo óptico de Chappé |
Durante los cincuenta años que duró el uso del telégrafo de Chappe se emplearon diversos sistemas de codificación, desde un primitivo código alfabético (se asignó una letra o número a cada combinación del telégrafo), desechado rápidamente por su lentitud, hasta varios compendiados en diccionarios que permitían cifrar un número finito de expresiones. El código utilizado al principio fue silábico. Cada una de las 98 combinaciones se correspondía con una sílaba, adoptando un código similar al de la taquigrafía. Más tarde se pasó a códigos de vocabulario, según número de página en un libro y número de orden de la palabra en ella. El que más se empleó utilizaba un diccionario de 92 páginas con 92 palabras por página, lo que hacía un vocabulario de 8464 palabras (= 92×92). Cada palabra se transmitía con dos signos: El primero para indicar la página del libro de códigos y la segunda para indicar el número de orden en dicha página que ocupaba la palabra transmitida. Para esta codificación se empleaban 92 de los 98 signos o señales que permitía el telégrafo, y los 6 signos restantes se emplearon para señales auxiliares del sistema telegráfico.
El sistema de Chappé era un tanto engorroso: Había que visualizar y memorizar cada uno de los signos recibidos, buscarlo en el libro de códigos, y volverlo a transmitir moviendo los manubrios que desde la torre controlaban regulador e indicadores. Una vez transmitido un signo, la torre receptora debía de repetirlo, con lo que en la torre transmisora se confirmaba que la receptora lo había recibido bien, y podía pasar a transmitir el siguiente signo. Por tanto, las torres telegráficas actuaban como estaciones repetidoras de los signos transmitidos, no teniendo los torreros (los operarios de las torres telegráficas) conocimiento del significado de éstos.
Para transmitir un signo, el operador debía colocar primero el travesaño regulador en una de las dos posiciones de servicio (regulador inclinado 45 grados), y a continuación, colocar los dos travesaños indicadores en las posiciones adecuadas con respecto al travesaño regulador. Una vez realizado esto, se llevaba el regulador a la posición horizontal o vertical (según el símbolo a transmitir), las cuales servían además como validación del símbolo.
La velocidad de la transmisión de un mensaje dependía de la efectividad del personal de la torre, pero con todo, el sistema era lo suficientemente rápido para transmitir frases más usuales del lenguaje corriente. Aunque el sistema de Chappé contaba con la limitación debida a las condiciones meteorológicas adversas, la experiencia y habilidad de los operadores franceses era tal que una noticia tardaba en recorrer los más de 1000 Km que separan Marsella de París en no más de media hora. Como curiosidad, cada uno de los símbolos transmitidos requería unos 20 segundos en cada torre, tiempo necesario para posicionar los travesaños del telégrafo. Esto suponía preparar y transmitir 4 señales telegráficas por minuto. Un mensaje de 150 señales, equivalente a la mitad de la página normal de una carta, tardaba una hora en ser transmitido.
Además el sistema se podía hacer fácilmente portátil y de hecho el ejército francés lo usó de esta manera (una estación telegráfica se podía transportar e instalar fácilmente). Hay constancia que cuando entraron en España los 100.000 hijos de San Luis, en 1823, en apoyo del rey español Fernando VII frente a los constitucionalistas, disponían de una brigada telegráfica militar dotada de estaciones telegráficas portátiles de Chappé, estableciéndose una línea que inicialmente iba de París a Burdeos, y que fue ampliada hasta Bayona (próxima a la frontera con España), y en agosto de ese año quisieron establecer una línea óptica Madrid-Aranjuez, instalando dos de sus estaciones en el Observatorio Astronómico de El Retiro y en el Cerro de los Angeles, respectivamente, y con la intención de prolongar posteriormente la línea hacia Andalucía. La línea de Bayona estuvo en funcionamiento desde 1823 hasta 1853, año en que se implantó definitivamente la telegrafía eléctrica en Francia y se comenzó a abandonar el sistema óptico de Chappé.
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Ilustración con una torre del telégrafo de Chappé. (Clic en la imagen para ampliarla). | Reproducción de un telégrafo óptico de Chappé, de campaña. (Clic en la imagen para ampliarla). |
Uno de los mayores problemas que presentaba el telégrafo óptico de Chappé (y por extensión, los que le sucedieron en otros países de Europa) era que los símbolos o señales producidos por el telégrafo eran planos, por lo que habían de ser mirados de frente para ser leídos bien. Un telégrafo óptico visto desde posiciones laterales no presentaba información alguna, o era difícil de leerse correctamente, como puede imaginarse. Esto obligaba a que los trazados de las líneas de telegrafía óptica fuesen casi rectilíneos y el tener que dar una curva en el trayecto era realmente complicado. De todos los sistemas de telegrafía óptica que existirían en Europa, los ideados por los españoles Betancourt y por Mathé (ver más adelante) fueron los que admitían mayor ángulo de visión (más de 45º), muy superior a la del telégrafo de Chappé, por lo que ambos sistemas serían muy elogiados en círculos científicos del continente.
Pero el que quizá era el mayor inconveniente de los sistemas de telegrafía óptica era el derivado de las lógicas inconveniencias de su medio. De noche eran poco fiables y aunque se hicieron experimentos fijando faroles a los elementos señalizadores de los telégrafos, lo cierto es que ninguno de los prototipos superaría la prueba con resultados satisfactorios en ningún país de Europa. Por entonces los sitemas de iluminación de la época se basaban en el uso de velas, resinas, grasas... y no tenían suficiente potencia lumínica como para alcanzar la distancia de separación entre torres. El telégrafo de Chappé nunca llegó a funcionar de noche.
Por otro lado, las condiciones meteorológicas adversas, como la lluvia intensa, niebla, brumas matinales o vespertinas, nieve o calima se hacían prácticamente invisibles las estaciones contiguas, por lo que la transmisión quedaba interrumpida, a veces durante uno o dos días. También afectaron a la eficacia del telégrafo en algunos casos el crecimiento de los árboles de bosques por los que pasaba la línea telegráfica, interrumpiendo la visibilidad entre estaciones contiguas, lo que obligaba a talarlos o podarlos.
Y a nivel social, todos estos sistemas de comunicación rápidos (para la época), estaban al servicio de los altos dirigentes de las naciones, los códigos empleados en las comunicaciones eran secreto de estado, y el público estaba totalmente excluido para servirse de este rápido sistema de comunicación, debiendo recurrir al correo para sus comunicaciones.
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Abraham Niclas Clewberg-Edelcrantz (1754-1821) |
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Telégrafo óptico de Edelcrantz |
El ejemplo del telégrafo de Chappé fue pronto seguido en otros países, y fue Suecia el segundo país que instaló una red de telegrafía óptica después de Francia, en 1795, casi a la par que Inglaterra. Su implantación fue debida a un sueco nacido en la ciudad costera báltica de Abo (actualmente ciudad de la actual Finlandia), Abraham Niclas Clewberg (1754-1821), científico y poeta que fue secretario privado del rey sueco Gustavo III, y cuyo apellido lo cambió por el de Edelcrantz tras recibir en 1783 una carta de nobleza.
Edelcrantz comenzó a diseñar su telégrafo óptico en septiembre de 1794 (un año después de que el famoso telégrafo francés de Chappé entrara en servicio), basándose inicialmente en algún modelo de telégrafo óptico francés previo al de Chappé, y desarrollando finalmente un telégrafo de paneles giratorios o abatibles, siendo bastante diferente al telégrafo de Chappé. Con este modelo, comenzó la construcción de la primera línea de telegrafía óptica sueca en 30 de enero de 1795 entre la iglesia de Katerina en el centro de Estocolmo, y la fortaleza de Vaxholm, distante unos 35 Km. El telégrafo de Edelcrantz resultaría ser un telegráfo casi dos veces más rápido que el de Chappé.
Cada aparato telegráfico típicamente constaba de un bastidor o armazón de tres travesaños de madera horizontales soportados por dos largos listones verticales, uno más largo que el otro, sobre los cuales se montan 10 paneles de hierro abatibles o giratorios en sentido vertical, distribuyendo 9 de los paneles en configuración de 3×3 (tres filas horizontales, tres columnas verticales) en los travesaños horizontales y situando el décimo panel en la parte superior del listón vertical más largo. Este listón con el décimo panel indicaba cuál era el orden de lectura de los 9 paneles inferiores, ya que quedaba situado entre las columnas verticales de paneles 1 y 2. Los paneles eran operados por cuerdas y poleas desde la caseta del operador del telégrafo, ubicada en la base del armazón con los paneles.
La codificación de los mensajes se basa en un sistema de tipo binario (siendo por ello un predecesor de los modernos sistemas de transmisión de datos), en el que los paneles puestos en posición horizontal (ocultos a la vista en la distancia) representan un "0" binario, y en posición vertical (visibles en la distancia) representan un "1" binario. Para transmitir un signo telegráfico, se preparaba primero el correspondiene código en los 9 paneles inferiores, con el décimo panel (panel superior) en posición de "0" (no visible), y una vez preparado el código, se validaba para su transmisión poniendo el panel superior en posición "1" (visible).
Los mensajes se transmitían mediante codificación silábica. Cada letra y cada sílaba tenía asignado un código decimal de tres cifras, según una tabla de códigos, y cada cifra decimal corresponden al código binario que forman los paneles de la correspondiente columna vertical, leída de arriba a abajo. Con tres paneles en cada columna, cada una de ella puede codificar los valores binarios del 000 (los tres paneles en posición de "oculto" al 111 (los tres paneles en posición de "visible"), es decir, del 0 al 7 en valor decimal. Por tanto, los códigos decimales que podía transmitir el telégrafo estaban en el rango del 000 al 777 (excluyendo las cifras 8 y 9). Cada uno de ellos estaba asignado a una letra o sílaba según la tabla de códigos empleada (en realidad, estaban asignados los códigos 001 al 677, con los 10 primeros códigos asignados a las cifras 1 al 9 y el 0).
La red telegráfica óptica sueca era de uso estrictamente militar, y se extendió entre 1795 y 1797, creando líneas telegráficas entre Estocolmo y Fredricsborg, y entre Grisslehamn a a Signilsskär y Eckerö (ambas en la isla Åland), y posteriormente a Gotemburgo (con una línea con Marstrand), y a Karlskrona (enlaces con las fortalezas de su zona). Las estaciones telegráficas se dispusieron separadas unos 10 km de distancia unas de otras, uniendo castillos y fortalezas.
En 1801 se construye otra importante línea telegráfica con Hälsingborg, puerto limítrofe con Dinamarca, con la intención de enlazar la red óptica sueca con una incipiente red óptica danesa. Pero a los tres días de abrirse la comunicación, la escuadra británica ataca Dinamarca, desde Dinamarca se envía una petición telegráfica de auxilio, los mandos navales suecos no responden, Copenhague es bombardeada por la escuadra británica, y como consecuencia, los daneses pierden todo el interés por la interconexión telegráfica entre ambos países, y esta línea se abandona.
En 1808 Edelcrantz es nombrado director de la Real Institución Sueca de Telégrafos, y aprovecha para revisar su sistema de codificación, ampliándolo a un mayor número de combinaciones. También ese año estalla una guerra con Rusia a causa de Finlandia (por entonces sueca, pero con aspiraciones por parte de Rusia) y la red óptica sueca se extendió por ello rápidamente a importantes plazas de la costa este de Suecia. Finalizada la guerra finlandesa en 1809 con un tratado de paz con Rusia, la red óptica cayó rápidamente en desuso salvo en el área de Gotemburgo. Unos 20 años después la situación política de Europa se volvió tensa y el gobierno sueco reconstruyó las líneas ópticas de Estocolmo, Gotemburgo y Karlskrona para reforzar las defensas costeras. Posteriormente la red óptica se abrió a la sociedad civil, pero apenas tuvo tráfico, en parte porque muchas veces la red era afectada por las numerosas inclemencias meteorológicas (típicas de las zonas costeras) y no se podía emplear satisfactoriamente. Y con la aparición e implantación de la telegrafía eléctrica hacia la segunda mitad del siglo XIX, la red óptica se volvió obsoleta y la última línea en servicio se cerró definitivamente en 1881.
Como se ha dicho anteriormente, el ejemplo del telégrafo de Chappé fue pronto seguido en otros países, y en el caso de Inglaterra, fue Lord George Murray (noble escocés y obispo anglicano), quien ideó e instaló un sistema de telegrafía óptica, en el cual se sospecha que tomó como modelo el sistema sueco de paneles abatibles de Edelcrantz, lo perfeccionó y lo adaptó a las exigencias inglesas del momento. Los ingleses estaban en guerra con la República francesa, y tenían una gran necesidad en establecer un sistema de comunicación rápido entre Londres y los puertos del Canal de la Mancha, y se sintieron espoleados a instalar líneas de telegrafía óptica para cubrir tal necesidad por la noticia del telégrafo de Chappé, de reciente instalación en Francia.
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Telégrafo Murray en Shutter (Inglaterra), año 1795 |
En otoño de 1974 Lord Murray propuso al Almirantazgo inglés el sistema de telegrafía óptica que había desarrollado, basado en el sistema de panel ideado por Chappé en 1791-1792, y por tanto, sin semejanzas con el telégrafo que finalmente Chappé instaló en Francia. El telégrafo de Murray se instaló, y su importancia quedó probada de sobras, ya que es base fundamental de la telegrafía moderna e incluso introduce conceptos básicos de la informática.
En 1794 los ingleses construyeron varias líneas para enlazar Londres y los puertos del Canal de La Mancha, siendo la primera línea la línea de Londres a Deal (en el Paso de Calais), y a la que siguieron las líneas con Portsmouth, Plymouth, Yarmouth y otros puertos ingleses del canal de La Mancha. El sistema estuvo en funcionamiento unos 20 años, algunas de estas líneas se mantuvieron hasta 1814, mientras duró el enfrentamiento bélico con Francia que acabó con la derrota final de Napoleón. Una vez producida ésta, el gobierno británico abandonó la telegrafía óptica dejándola a favor de la iniciativa privada, principalmente comerciantes y compañías navieras interesadas en comunicar con rapidez las llegadas y partidas de los barcos mercantes.
Como anécdota, la estación de Chelsea quedaba fuera de servicio cada vez que el viento soplaba del este, a causa del humo industrial que traía procedente de la ciudad de Londres, que invadía el valle del Támesis, y que dificultaba mucho la visión a distancia.
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Lord George Murray |
Mientras que el telégrafo de Chappé se basa en el uso de listones de madera que podían orientarse en el plano vertical adoptando diversos ángulos para codificar la información a transmitir, el telégrafo de Murray se basa en el uso de 6 paneles señalizadores que pueden adoptar dos posiciones: visible y no visible (se cree que copió la idea del telégrafo del sueco Edelcrantz, aunque ello no está demostrado). Las distintas combinaciones de paneles en posición de "visible" se corresponden con los distintos caracteres alfanuméricos (es un código literal).
El equipo telegráfico de Murray estaba formado por un bastidor vertical de madera con dos filas verticales paralelas de tres grandes agujeros rectangulares cada una (6 agujeros en total), montado todo ello sobre la caseta de los operadores telegrafistas. Dentro de cada agujero rectangular podía girar un disco oscuro, adoptando éste las posiciones vertical (de plano) y horizontal (de perfil), que correspondían a "visto" (agujero tapado) y "oculto" (agujero visible) respectivamente para un observador alejado. Los discos eran accionados por los telegrafistas mediante cuerdas y poleas desde la caseta sobre el que se instalaba el bastidor de madera. Desde dentro de la caseta, el operador del sistema empleaba un catalejo para observar a través de una pequeña ventana la siguiente estación telegráfica.
Los seis rectángulos en posición de "visto" y "oculto" configuraban un conjunto de señales codificadas. El número posible de combinaciones era de 64, utilizándose un código literal: Cada combinación se correspondía con una letra o un número. No obstante, también se utilizó un código de frases (basado en el uso de diccionarios de expresiones cifradas).
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Telégrafo óptico de Murray y varias de las posibles combinaciones. Tomada de la publicación de la UIT "Del semáforo al satélite" (1965). (Clic en la imagen para ver más detallado el telégrafo). |
El telégrafo óptico de Chappé comenzó a funcionar en 1794 y tuvo muy buena acogida, siendo el primer sistema práctico de transmisión de mensajes a largas distancias, implantándose en Francia. Pero eran los años que siguieron a la Revolución Francesa y Francia estaba en guerra con los británicos, y la marina británica se dedicaba al bloqueo de las costas y puertos franceses, de ahí que surgiera por parte de los franceses la necesidad de mejorar la vigilancia del litoral galo, necesitando una manera eficaz y homogénea de transmitir órdenes y avisos. Napoleón confió esta misión a su entonces Ministro de Marina y Colonias, Denis Decrès. En 1798 el ingeniero naval Laval y el responsable del puerto de Le Havre, Peytes-Moncabrié, proponen otro tipo de telégrafo que permitía a la vez de la comunicación terrestre, enviar mensajes a los navíos. A dicho telégrafo de costas su inventor lo denominó "Vigigraphe" (que vendría a significar "vigía que escribe sus observaciones".
El vigigraphe resultó complicado de operar y fue sustituido por un diseño del oficial de artillería Charles Depillon (1768-1805) y puesto en práctica por el capitán de navío Louis Léon Jacob denominándolo "semaphore" (semáforo). Etimológicamente la palabra semáforo significa "portador de señal" (del griego sema = señal y phoros = "que lleva").
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Semáforo de Depillon, para uso costero |
Por entonces tanto la palabra telégrafo como semáforo se emplearon indistintamente para definir las múltiples variantes y mejoras diseñadas en diversos países de estos sistemas de comunicación óptica a distancia, si bien, pronto surgieron ligeros matices que permitían adoptar una u otra palabra según los casos.
La palabra Telégrafo se empleó para las redes de comunicaciones ópticas bidireccionales y más complejas, que requerían un sistema de control más desarrollado. En cambio, la palabra Semáforo se empleó en las redes más sencillas, normalmente asociadas a la vigilancia costera, y no necesariamente bidireccionales, siendo su mínima expresión un único aparato que enviaba mensajes limitados y que no requería contestación por parte de los destinatarios.
Sería el desarrollo del ferrocarril en la primera mitad del siglo XIX, junto con el desarrollo de la telegrafía eléctrica (que irían parejos, como ya veremos), los que acabarían ayudando a fijar el significado inequívoco de ambas palabras, al adoptarse el telégrafo eléctrico como un sistema de transmisión de mensajes abierto al público, y limitarse el uso de los semáforos al control del tráfico ferroviario.
Los primitivos semáforos eran, como los telégrafos de Chappé, dispositivos señalizadores con brazos mecánicos, y sólo con la aparición de la electricidad evolucionarían en el siglo XX hasta los semáforos de luces (como los usados actualmente para regular el tráfico rodado, con sus luces rojas, ámbar y verdes).
El semáforo de Depillon consistía en un mástil de madera que soportaba a distinas alturas tres alas o palas alargadas divididas en dos mitades, una de ellas opaca y la otra vacía, esta última ejerciendo el papel de contrapeso. Estas alas, fijadas al mástil por su punto central, podían girar accionadas mediante tres ruedas con manivela situadas en la base del mástil, cuyo movimiento es transmitido a las respectivas alas mediante cuerdas. Cada una de estas ruedas estaba estaba dividida en ocho sectores iguales identificados por unos engranajes o agujeros (según el caso), dotados cada uno de una marca numérica, por lo que podían transmitir a su respectiva ala hasta 8 posiciones (separadas entre sí 45 grados). Una vez realizada la orientación de cada ala, la rueda correspondiente era inmovilizada.
Cada posición representaba un número, siendo asignado el número cero a las dos posiciones que quedaban alineadas con el mástil (alas en posición vertical). Los números representados dependían de cada ala:
Esto da lugar a un total de 342 valores numéricos (la suma de los valores de las tres alas), y cada uno tenía un significado de acuerdo con el Código de Señales del Mástil de Depillon.
Depillon falleció en 1805 a los 37 años de edad, y fue el entonces capitán de navío francés Louis Léon Jacob (1768-1854) quien lleva adelante el proyecto de Depillon, desarrollando una primera red de comunicaciones francesa mediante semáforos de litoral. Esta red estaba pensada sólo para la comunicación entre semáforos, por lo que, igual que en el sistema de Chappé, cada semáforo debía ser visible por al menos dos semáforos más (uno anterior y otro posterior). El primer prototipo fue instalado en la Pointe du Roc, en la localidad normanda de Granville, donde actualmente sigue habiendo un semáforo en servicio.
A partir del segundo semestre de 1806 fueron entrando en servicio los primeros semáforos litorales en las costas francesas de Normandía y de Bretaña, las más expuestas a la acción de la marina de guerra británica. Para estos semáforos se construyeron unas casetas de apenas 4×3 metros de una única sala donde se alojaba el operador del semáforo (estaban equipadas con algunos muebles, típicamente una cama, una mesa, dos bancos y un escritorio, y útiles de mantenimiento y uso del semáforo), y adosado a ella, un pequeño habitáculo, al que se accedía directamente desde la caseta, donde se encontraba el mástil con sus ruedas de accionamiento de las alas. Los mástiles eran de madera, fijados al suelo, y periódicamente (en abril y septiembre) recibían una mano de pintura negra, y se realizaban otras actuaciones de mantenimiento (sobre todo con las cuerdas).
Estos semáforos sólo podían operar en horas diurnas, y estaban a cargo de dos vigías, que solían ser antiguos marinos, con estatus civil y un sueldo mensual de 50 francos de la época. Tenían como misión la de avisar del tipo, nacionalidad y número de los navíos que tuvieran a la vista. Las informaciones llegaban a los puntos claves (en ciudades, puertos y plazas) pasando de semáforo en semáforo, ya que cada uno de ellos podía ver al menos tanto al semáforo anterior como al posterior.
En 1814 es derrotado finalmente Napoleón, el 23 de abril se firma el armisticio, y el 30 de mayo el Tratado de París, cesando las hostilidades entre Francia y Reino Unido y otras potencias en guerra. Con ello este sistema de supervisión costera dejó de tener sentido, y sólo quedaron en servicio algunos semáforos asociados a puertos importantes.
Posteriormente, a partir de la mitad del siglo XIX el gobierno francés recupera el uso de los semáforos marítimos y comienza a establecer una nueva red semafórica, empleando una versión mejorada del semáforo de Depillon. Los mástiles ya eran de hierro y no de madera, eran giratorios (y no fijos anclados en el suelo) fijados a una estructura móvil, lo que permitía poder comunicarse con buques y navíos en el mar además de con otros semáforos costeros, y además de las tres alas, se añadió, primero un disco de 70 cm de diámetro por encima de las alas, y posteriormente un segundo disco por debajo del ala inferior. Estos discos podían adoptar dos posiciones: pegados al mástil o extendidos a un lado del mástil. Con ello, cada disco permitía doblar el número de señales que podía utilizar el semáforo (el número total de señales semafóricas fue recogido en un Código de Señales Semafóricas, cuya primera edición se publicó en 1861, con un total de 684 señales posibles, clasificadas en grupos según diversas temáticas).
Estos semáforos de segunda generación fueron instalados tanto en las costas francesas atlántica y mediterránea como en colonias y posesiones de ultramar francesas. Otros países, entre ellos España, también instalaron semáforos costeros. También se instalaron en ellas un mástil para señalización con banderas para comunicación con los navíos, adoptando Francia en 1865 el Código Internacional de Señales mediante banderas creado por el Reino Unido, el cual utilizaba un alfabeto de manera que cada bandera correspondía a una letra. Y con la llegada primero del telégrafo eléctrico, y después del teléfono, estas estaciones semafóricas fueron conectadas a líneas telegráficas y telefónicas, constituyendo las redes electro-semafóricas, algunas de las cuales a principios del siglo XXI, muy modernizadas, aún seguían activas. Y en 1927, se introdujo, en una conferencia internacional, el actual “Código Internacional de Señales” mediante banderas, de la Organización Marítima Internacional (OMI), el que rige actualmente.
Estados Unidos no adoptó el telégrafo óptico hasta el año 1800, construyendo una línea entre Martha's Vineyard y Boston, con una longitud de 104 Km, y siendo usada preferentemente para transmitir noticias referentes al movimiento de barcos.
De la rapidez que se asoció al telégrafo, da idea que a inicios del siglo XIX algunas empresas comerciales usaron el término "Telegraph" para convencer al público de la rapidez de sus diligencias. Un ejemplo está en el nombre del conocido periódico "Dayly Telegraph".
En Estados Unidos, aunque comenzó a establecerse una red de telegrafía óptica a principios del siglo XIX en la costa Este, esta red no llegaría a tener relevancia con el tiempo, ya que nunca llegó a abarcar una parte apreciable del territorio de Estados Unidos de la época.
Mientras Francia y España otorgaron a la telegrafía óptica un carácter gubernamental, y otros países como Prusia uno militar, Estados Unidos, igual que en Inglaterra tras la derrota de Napoleón, el telégrafo pasó a ser un elemento vinculado a la actividad económica y al mundo de los negocios.
Hay que citar que anteriormente a todo lo explicado, en 1787, el húngaro Josef Chudy, propuso un sistema telegráfico, que no se llegó a emplear, que contemplaba tres versiones, con tambores, con campanas y con señales ópticas, y las tres versiones usaban una moderna codificación de tipo binario de los signos transmitidos, mediante el uso de cinco elementos que pueden adoptar dos estados posibles.
En la versión óptica de Chudy, el telégrafo propuesto constaba de 7 paneles que pueden tomar dos posiciones, una posición baja y una posición alta. Dos de los paneles se empleaban para enviar señales de servicio (entre las cuales se indicaba si el signo transmitido era una cifra o una letra), y los cinco restantes, alineados horizontalmente, codificaban las señales de información. El operador telegrafista, mediante unas cuerdas y poleas, podía mover verticalmente cada uno de los paneles entre su posiciones alta y baja.
La versión óptica de Chudy permitía su funcionamiento nocturno, ya que el movimiento vertical de los paneles podía tapar o dejar visible una luz situada detrás de cada panel. Para eso los paneles se colgaban de una de las caras de una gran caja en la que se practicaban unas ventanas, una por panel, que eran tapadas por los paneles en su posición baja. Introduciendo una luz en la caja, sólo los paneles colocados en posición baja tapaban las correspondientes ventanas, las cuales dejaban de verse iluminadas.
A España llegaron las primeras noticias del telégrafo óptico de Chappé a cargo de La Gazeta de Madrid, la cual en su número del 14 de octubre de 1794 publicó los resultados de las pruebas de Chappé. Igualmente, el 4 de noviembre se da cuenta de las pruebas realizadas por el equipo del profesor del Real Observatorio de Madrid, don Salvador Ximénez Colorado en las que se corroboraron los excelentes resultados obtenidos con catalejos de lentes acromáticas. Se trataba de comprobar la utilidad de los catalejos acromáticos para su uso en algún sistema de envío de mensajes, y para ello se usaron emplazamientos en el Observatorio del Retiro, el cerro de los Ángeles, y La cuesta del Arenal (cerca de Valdemoro), todos ellos en la provincia de Madrid. Estos ensayos, apoyados y subvencionados por el gobierno, no tuvieron continuidad a efectos prácticos, por lo que quedaron como algo anecdótico.
En 1799 se presentan ante Carlos IV varias propuestas de modelos de telégrafo. De todas ellas, cabe destacar la de Josef Fornell, consistente en 11 bolas de día, o faroles de noche, que conformarían los diferentes símbolos a transmitir. Se encomendó el estudio detallado de esta propuesta al canario Agustín de Betancourt y Molina, que la desestimó por considerarla demasiado compleja y propensa a fallos mecánicos. Poco después, el propio Agustín de Betancourt, el cual gracias a sus viajes de estudios conocía los sistemas francés (Chappe) y británico (Murray), y sus defectos y carencias, el que diseñaría el primer sistema de telegrafía óptica español, que sería superior incluso al de Chappé, ya que era mejor en velocidad, seguridad, fiabilidad y facilidad de lectura y manejo.
El canario Agustín de Betancourt y Molina (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1758 - San Petersburgo, Rusia 1824) fue un ingeniero y uno de los científicos más relevantes de la época, posiblemente era el español de mayor nivel científico de su época. Fue el fundador de la Escuela de Caminos, Canales y Puertos de Madrid. De familia acomodada, era hijo de Agustín de Betancourt y Castro, que era caballero de la Orden de Calatrava, capitán de milicias provinciales y asiduo participante en la Tertulia de Nava y miembro fundador de la Sociedad Económica de La Laguna. Su madre fue Leonor de Molina y Briones, hija de los marqueses de Villafuerte.
Precisamente en la recién creada Sociedad presentó Agustín de Betancourt en 1778 su primer diseño, una máquina epicilíndrica para entorchar seda, realizada en colaboración con sus hermanos José de Betancourt y Castro y María de Betancourt y Molina, esta última de la que parece había surgido la idea. María de Betancourt presentaría también a la Sociedad Económica de la Laguna una "Memoria de sobre la forma de obtener el color carmesí", muy probablemente la primera memoria científica firmada por una mujer en Canarias.
En 1777 Betancourt ingresó como cadete en el regimiento de milicias provinciales, alcanzando el grado de teniente en 1778. En octubre de ese año (1778) marchó a Madrid a estudiar en los Reales Estudios de San Isidro, con una beca conseguida probablemente por influencia de su primo, Estanislao de Lugo y Molina, director de los Reales Estudios de San Isidro. En este centro Betancourt estudió análisis matemático, cálculo diferencial e integral, teoría de las curvas y mecánica analítica, así como física durante el período 1779-1780. También cursó estudios en la Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Favorecido económicamente por el Secretario de Estado José Moñino, Conde de Floridablanca, amplió sus estudios de ingeniería en París entre 1781 y 1784, donde estuvo becado por el rey Carlos III de España. Sus primeros encargos para la Corona, en 1783, son la inspección del Canal Imperial de Aragón y el estudio de las minas de Almadén, sobre cuyo estado redactó tres detalladas memorias. El 29 de noviembre de 1783 consiguió elevar por primera vez en España, y ante la Corte congregada en El Escorial, un globo aerostático de aire caliente, de siete pies de diámetro y confeccionado con tafetán barnizado.
Betancourt fue enviado a recorrer Europa por Carlos III para recabar información de los progresos de la ciencia. Betancourt copió máquinas con la intención de crear un gabinete de máquinas en Madrid, proyecto aprobado en 1788 por el Conde de Floridablanca. En Londres pudo ver en funcionamiento una máquina de vapor de doble efecto (patentada por Matthew Boulton y James Watt en 1789) y pudo deducir su funcionamiento. En cierta manera, la labor de Betancourt estaba a mitad de camino entre la investigación científica y el espionaje industrial.
En 1792 se inauguró el Real Gabinete de Máquinas de El Retiro (Madrid), del que Betancourt fue nombrado director, y se hizo público el primer catálogo de modelos, planos y manuscritos del Gabinete que incluía 270 máquinas, 358 planos y más de 100 memorias con 92 gráficos, todos los cuales habían recogido o diseñado durante su estancia en París, en colaboración con Juan López Peñalver.
Todo ello hizo que Betancourt adquiriera un gran nivel científico y se pusiera en contacto con muchos investigadores y científicos de toda Europa (pero también sirvió para que Chappé le acusara de espía y que se apoderara de los inventos de otros).
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Abraham Louis Bréguet |
Durante su estancia en París de 1781-84, Betancourt hizo amistad con el relojero suizo-francés Abraham Louis Bréguet, que había sido colaborador de Chappé en el diseño del mecanismo del telégrafo óptico. Esta circunstancia hizo que Betancourt conociera muy de cerca los trabajos en el telégrafo óptico, tanto la versión francesa de Chappé, por su amistad con Bréguet, como posteriormente la versión inglesa, por haber residido en Londres (comisionado por Carlos IV para adquirir aparatos para el Gabinete de Máquinas de El Retiro) entre 1793 y 1796, años éstos en los que Murray construía su versión particular del telégrafo óptico en Inglaterra como respuesta rápida al telégrafo francés. Las dudas que se le plantearon sobre la efectividad de los dos sistemas le indujeron a idear un nuevo tipo de telégrafo, que enseñó a Bréguet en París tras su salida de Londres en 1796, salida forzada por la ruptura de relaciones entre España e Inglaterra como consecuencia de la firma del tratado de San Ildefonso entre Francia y España.
En París Betancourt y Bréguet perfeccionaron juntos el invento, logrando unos avances considerables respecto al telégrafo de Chappé, tanto en velocidad de transmisión como en seguridad a la hora de captar los mensajes de una torre a otra. Betancourt consideraba el sistema de Chappé complicado y poco eficaz.
El sistema ideado por Betancourt en 1796, y desarrollado en su mecánica por su amigo Bréguet, era bastante diferente del sistema de tres brazos de Chappé, y su mecánica era aparentemente mucho más sencilla. Principalmente consta de un mástil en cuyo extremo superior podía girar una pieza móvil, que los autores llamaron aguja, y que era una especie de flecha de perfiles muy marcados y regular tamaño, que podía girar alrededor de su centro de gravedad en lo alto del mástil una vuelta completa (como si de la aguja de un reloj se tratara), y que estaba preparada para adoptar 36 posiciones diferentes, separadas 10 grados una de otra, posiciones que estaban convenientemente señalizadas. A esas 36 posiciones se podían asignar 26 letras y 10 cifras. En 1797 la aguja con forma de flecha fue sustituida por un largo travesaño en forma de T al disponer de una pequeña barra perpendicular en un extremo del travesaño, lo que permitía diferenciar desde la distancia ambos extremos del travesaño y reducir las posibilidades de ambigüedad al reconocer las señales telegráficas transmitidas.
La aguja era manejada desde la base del mástil mediante un manubrio o volante y un sencillo mecanismo de transmisión a correa y poleas. La polea principal, que está fijada al manubrio que manejaba el operador telegrafista, tenía su circunferencia dividida por tantas ranuras como ángulos diferentes adoptaba la flecha (36). Un resorte, que lleva en su extremo una rueda (o punta), se apoyaba contra la circunferencia de la polea, y en el instante en que el operador interrumpía el movimiento del manubrio, la rueda o punta entraba en una de las muescas, trabando mecánicamente el manubrio y dejando por tanto la aguja fijada en la posición a la que ha sido llevada. Cada muesca llevaba la indicación de la cifra o letra que tenía asignada la posición adoptada por la aguja del telégrafo.
Las torres de la línea, que podían estar separadas entre sí a distancias de hasta 12 Km, disponían de dos catalejos, uno apuntando a la torre anterior y otro hacia la siguiente torre, con los que ver las posiciones de las respectivas agujas.
La aparente simplicidad del sistema de Betancourt se complementaba con la mayor complejidad del sistema de catalejos, que operaban sincronizados con la aguja de la estación, y que es el verdadero adelanto del telégrafo de Betancourt con respecto al de Chappé, y que introdujo el concepto de sincronización entre estaciones.
Ambos catalejos estaban previstos de un tubo ocular que podían girar sobre su eje si se actuaba sobre ellos. Ambos catalejos disponían en su punto focal una línea con punta de flecha que divide diametralmente el campo visual en dos partes iguales (como las miras telescópicas de los rifles de precisión, pero con una línea en lugar de la cruz), y en el ocular había grabada una figura circular con un signo cada 10 grados. Los tubos oculares de los dos catalejos de cada torre estaban acoplados mecánicamente mediante una cadena de transmisión (correas y poleas) al manubrio o volante con el que el operador de la estación movía la aguja de la torre, de manera que al actuar sobre ésta, los tubos oculares de ambos catalejos giraban sincronizadamente el mismo ángulo que la aguja de la torre. Con ello, la posición de la línea de punta de flecha del ocular de ambos catalejos era paralela en todo momento a la posición real de la aguja de la torre, y en la figura circular del ocular, fija, se podía entonces leer el símbolo correspondiente al que apuntaba la flecha.
Los catalejos de cada estación debían ser ajustados con precisión (dirección de apuntamiento y mirillas; la flecha interna de cada catalejo debía posicionarse paralela a la aguja de la estación), y una vez ajustados, no debían de ser ya tocados.
La torre origen del mensaje simplemente manejaba el manubrio para poner su aguja en la posición correspondiente al signo a transmitir. Después, mirando por el catalejo (cuyo ocular había quedado "sincronizado" con la aguja de la torre gracias al mecanismo descrito) se observaba la repetición del mismo signo en la torre intermedia. En una torre intermedia, cuando la torre anterior transmitía una señal, el operador simplemente giraba el manubrio de señales observando a través del ocular del catalejo correspondiente que la flecha del catalejo se alineaba paralelamente a la aguja de la torre transmisora, pero ello conducía también a que la aguja de la torre se posicionara en el mismo signo recibido. Ello era advertido por la torre transmisora, que así comprobaba que la torre intermedia había recibido bien el signo transmitido, pero también era advertido por la siguiente torre de la línea, que al ver la señal de la torre intermedia, repetía la misma operativa. Y así operaba toda la cadena de torres de la línea. En caso de error en la transmisión de un signo bastaba hacer oscilar la aguja de la torre de izquierda a derecha un par de veces y volver a fijarla en el signo a transmitir, hasta que la siguiente torre repitiese el signo correcto. Los errores eran casi inexistentes, dada la precisión del mecanismo utilizado (que había sido desarrollado por Bréguet).
Este sistema era tan perfecto que prácticamente no hacía falta que los telegrafistas "intermedios" supieran el código de señales. La transmisión era fácil porque los signos estaban grabados en el manubrio principal de la torre así como en los oculares de los catalejos. Incluso si la imagen percibida por el catalejo era borrosa, era descifrable por simple paralelismo de la grabada en el ocular del catalejo. Y por otro lado el sistema se podía usar de noche, simplemente colocando lámparas de aceite en las puntas de la aguja, lo que permitía un servicio permanente de 24 horas.
No obstante cada estación anotaba el mensaje retransmitido por dos razones: tener constancia del mensaje, y poder enviar una persona a caballo con el mensaje hasta la siguiente torre en caso de no haberlo podido transmitir por dificultades como niebla densa u otro impedimento.
Con todo, el sistema de Betancourt era rápido, ya que se estimaba que la transmisión efectiva de cada signo necesitaba de 6 a 8 segundos, entendiendo por "transmisión efectiva" comprobar que el receptor había recibido correctamente un signo viendo que su aparato repetía la señal adecuada.
Incluso el sistema de Betancourt tenía previsto un método para imprimir en papel automáticamente los mensajes transmitidos, cosa que Betancourt finalmente no implementó "para no complicar el sistema". Para ello bastaba asignar a cada una de las 36 posiciones del manubrio o volante de mando un signo o letra, y acoplar a dicho manubrio una rueda con tipos de imprenta, de manera que los signos correspondientes a cada ranura de la polea se imprimieran en una franja de papel en el mismo orden y a medida que se fueran transmitiendo. El sistema alfanumérico de Betancourt permitía asignar 26 letras y 10 cifras a las 36 posiciones que podía adoptar la aguja.
Gracias al prestigio que tenía Betancourt en Francia, su invento tuvo interés en las altas esferas francesas, y el Ministro del Interior encargó a la Academia de Ciencias del Instituto de Francia en 1797 un informe sobre el invento, comparándolo con el telégrafo de Chappé. Chappé, que en esa época ya ostentaba la Jefatura de los Telégrafos Franceses, se opuso incluso furiosamente (hubo incluso campaña periodística, con insultos incluidos) a realizar pruebas comparativas. Chappé rechazaba la idea de que se pudieran distinguir bien a distancia ángulos de 10 grados, y de hecho su telégrafo usaba posiciones separadas 45 grados, que era el menor ángulo posible que consideraba que podía percibirse a distancia sin errores. Chappé ni se molestó en informarse del mecanismo del telégrafo que proponía Betancourt.
Hubo polémicas en los periódicos franceses, y finalmente la Academia de las Ciencias de Francia nombró un deslumbrante comité de sabios que preparó una prueba para comparar los sistemas de Betancourt y Chappé. Pero como Chappé no se prestó a colaborar, la prueba quedó reducida a una exhibición del telégrafo de Betancourt.
El sistema de Betancourt-Bréguet fue muy elogiado y respaldado por la gran mayoría de los miembros de la Academia, entre los cuales habían importantes científicos como Charles de Borda, Laplace, Coulomb o Lagrange, pero el sistema de Betancourt finalmente no fué adoptado por Francia, por la gran (y lógica) oposición de Chappé, jefe de los Telégrafos Franceses, que ni siquiera se molestó en informarse del funcionamiento del telégrafo de Betancourt. Además, como el sistema de Chappe ya estaba funcionando y con éxito, el Gobierno francés no consideró conveniente sustituirlo por el que ofrecía Betancourt, a pesar de los elogios recibidos por éste de todas las comisiones de sabios a las que fue sometido, y de que el coste de instalación de una línea con este sistema telegráfico era inferior a una equivalente de Chappé. Incluso el propio Napoleón estuvo muy interesado en que en Francia se implantara el sistema telegráfico de Betancourt, al que veía superior al de Chappé.
Chappé tuvo el mérito de idear un sistema telegráfico útil para Francia y gestionó la creación de una buena red de telegrafía óptica, pero no se esforzó demasiado en racionalizar y mejorar su invento, dando la sensación de que éste era un hallazgo feliz de su ingenio. Por contra, Betancourt y otros buscaron mejoras de este nuevo sistema de comunicaciones, tanto en la codificación de las señales como en las sincronizaciones entre estaciones transmisoras y receptoras.
Vuelto Betancourt a España en diciembre de 1798, fue nombrado Inspector General de Puertos y Caminos, y con el apoyo de Luis Mariano de Urquijo, Ministro de Estado entre 1797 y 1800, y los informes favorables de la Academia de Ciencias Francesa proporcionados por el embajador de Francia en Madrid, obtuvo de Carlos IV una Real Orden (del 17 de febrero de 1799) por la cual se aprobaba el proyecto de instalación de la telegrafía en España. En este proyecto se debía construir una línea telegráfica entre Madrid y Cádiz, que se inició en 1799. Este telégrafo era de tipo óptico. La línea debía constar de unas 60 ó 70 estaciones, espaciadas de 10 a 12 km, estaba dotada con un presupuesto de un millón y medio de reales, tenía un plazo de ejecución de 20 meses, y fue dirigida directamente por el propio Betancourt, contando con la colaboración de Bréguet.
El primer tramo de la línea quedó terminada en agosto de 1800, entrando en funcionamiento, aunque prácticamente a efectos de pruebas. Llegó a funcionar aceptablemente. Pero al querer ampliar la línea hasta Cádiz se encontró con numerosas dificultades, y por motivos aún no esclarecidos, pero seguramente por problemas presupuestarios (España atravesaba una grave crisis económica que atravesaba España, y Hacienda estaba pasando por muchos agobios), dicha línea nunca se acabó, y parece ser que sólo se pudo utilizar el tramo Madrid-Aranjuez. No hay documentación ni pruebas físicas que indiquen que esta línea se extendiera más allá de Aranjuez.
En este punto hay que decir que unos años antes Betancourt también experimentó con la transmisión de señales eléctricas a distancia a través de conductores electricos, llegando a desarrollar un muy primitivo telégrafo eléctrico. Dicho telégrafo se probó en una línea de telegrafía eléctrica (realizada con cable de 9 alambres conductores) que fue tendida para ello sobre postes entre Madrid y Aranjuez en 1787 (no se sabe con certeza si fue este año), y que le mostró los grandes problemas que planteaba entonces el uso de la electricidad estática (la única que se conocía) para este fin, por lo que el telégrafo eléctrico se mostró poco fiable y práctico, y por ello posteriormente Betancourt se decantaría por la telegrafía óptica. Se hablará de esto en el capítulo dedicado a los antecedentes del telégrafo eléctrico.
En 1802 Betancourt fundó la Escuela de Caminos y Canales, cuya dirección asumió hasta 1807, siendo clausurada en 1808 al estallar la guerra de la Independencia.
Agustín de Betancourt se vió perseguido por el primer ministro (desde 1792) Manuel Godoy (un envidioso afrancesado, que fue conocido como "El Príncipe de la Paz" por la firma de la Paz de Basilea que puso fin a la guerra entre España y la Francia revolucionaria de 1793-1795), por la Santa Inquisición (denunciado por Godoy al afirmar Betancourt que podía enviar palabras por un cable electrizado) e incluso por los franceses, por lo que debió huir fuera de España en 1807, siendo invitado por el ministro ruso Rumiánstsev a recorrer las principales industrias del Imperio ruso, y siendo muy bien acogido por el zar Alejandro I de Rusia en 1807.
Tras un breve regreso a París en 1808 para presentar con José Lanz un "Ensayo sobre la composición de las máquina", Betancourt regresó a Rusia, residiendo en la capital rusa de entonces, San Petesburgo, y pronto el zar Alejandro I lo nombró Mayor General en el Departamento de Vías de Comunicación para ejecutar "misiones especiales de su Majestad Imperial". En 1809 Betancourt fue ascendido a Teniente General del Ejército ruso y designado Inspector del nuevo Instituto del Cuerpo de Vías de Comunicación creado bajo sus auspicios.
Betancourt ya no volvería a España. En Rusia, al servicio del zar, realizó importantes obras de ingeniería, muchas de las cuales aún perduran, y alcanzó puestos de gran relevancia (llegó a ser incluso capitán de los ejércitos del zar).
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Agustín de Betancourt, en su época rusa. (Clic en la imagen para ampliarla). |
Con la invasión de los franceses de España en 1808, y gobernada España de hecho por Godoy, el sistema de Betancourt comenzó a ser desinstalado. Cabe decir que el sistema de Betancourt tuvo muy buena opinión del propio Napoleón (según comentó en verano de 1808) al verlo superior al de Chappé (al que veía imperfecto), y quiso instalarlo en Francia, cosa que no se llevó a cabo por la oposición frontal del propio Chappé, entonces Director General de los telégrafos franceses, como se ha explicado anteriormente.
Residiendo en Rusia, Betancourt fue nombrado mariscal del ejército ruso, quedó adscrito al Consejo Asesor del Departamento de Vías de Comunicación. Posteriormente fue nombrado Inspector del Instituto del Cuerpo de Ingenieros y, en 1819, Director del Departamento de Vías de Comunicación. A lo largo de los 16 años de su estancia en Rusia alternó la dirección académica del Instituto de Ingenieros con la realización de numerosas obras públicas, como el puente sobre el Nevka, la modernización de la fábrica de armas de Tula o la fábrica de cañones de Kazan, la draga de Kronstadt, los andamiajes para la Catedral de San Isaac o la Columna de Alejandro I, el canal Betancourt de San Petersburgo, la feria de Nizhni Novgorod, la fábrica de papel moneda, el picadero de Moscú, la navegación a vapor en el río Volga, sistemas de abastecimiento de aguas, ferrocarriles, etc. Pero a partir de 1822 comenzó a tener problemas con el zar (por culpa de las irregularidades de algunos de sus subordinados), perdió la confianza del zar, y fue apartado y sustituido en la dirección del Instituto, quedando relegado hasta su muerte en 1824.
Betancourt pidió audiencia al zar Alejandro I, que se la concedió el día 27 de enero de 1824, y Betancourt le expuso su deseo de jubilarse, cosa que le fue concedido el 4 de febrero. Pocos meses después, el 14 de julio, murió en San Petesburgo a la edad de 66 años, añorando volver a España, siendo enterrado en el cementerio-museo de Lazarevkoye, donde reposan los restos de célebres ciudadanos rusos.
Pero antes de su muerte, Betancourt ya había proyectado un telégrafo óptico capaz de transmitir señales binarias con 1024 códigos diferentes, que se usaban para transmitir letras, números, palabras de control y frases predefinidas. Dicho telégrafo se empezó a instalar en Rusia tras su muerte.
Este telégrafo se basaba en el uso de los números binarios. En cinco filas superpuestas, con dos elementos cada una (es decir, con un total de diez elementos) que pueden adquirir múltiples configuraciones según cada elemento sea visible o no, al cambiar su posición. Con ello la torre podía enviar hasta 1024 señales diferentes, cuya codificación no conocemos actualmente, pero se puede suponer que los distintos signos podían corresponder a letras (incluso de distintos alfabetos: latino, cirílico, sueco...), números, "palabras de control" (fin transmisión, principio transmisión, repetir, etc), palabras usuales y frases hechas (salúdale atentamente, espero sus noticias, etc). Puede decirse que este telégrafo fue un antecesor mecánico de los modernos sistemas de transmisión digitales.
El telégrafo óptico de Betancourt-Bréguet se implementó rápidamente por toda Europa, en detrimento del de Chappé, tras la muerte de Betancourt.
Por la brillante trayectoria de este canario, Betancourt está considerado como el "Leonardo Da Vinci español".
Agustín de Betancourt debió abandonar España al ser perseguido por el ministro Godoy, y su sistema telegráfico comenzó a ser desinstalado cuando sobrevino la invasión francesa. La telegrafía óptica sufrió un parón en España en los siguientes años, y sólo hubo ciertos intentos en el ámbito militar para crear líneas telegráficas ópticas (que no tuvieron repercusión en el ámbito civil), como las llevadas a cabo primero por el teniente coronel de ingenieros Francisco Hurtado y más posteriormente por el oficial de marina Juan José Lerena.
En 1805, por encargo particular del general Solano (capitán general de Andalucía), el teniente coronel de Ingenieros Francisco Hurtado desarrolló una red militar consistente en cuatro líneas que unían Cádiz (concretamente desde la Torre del Gobierno Militar o Pabellón de Ingenieros) con sendas ciudades de la bahía de Cádiz, a saber: Sanlúcar de Barrameda, Medina Sidonia, Chiclana de la Frontera y Jerez de la Frontera, siendo esta última ampliada posteriormente con un tramo desde esta última localidad hasta Sevilla, que funcionó temporalmente. Esta red estaría en funcionamiento (en su totalidad o en parte) hasta 1820. La red era de uso eminentemente militar, sin apenas repercusión el el ámbito civil, y ya prestó servicio durante la batalla de Trafalgar, en 1805, en que se pudo, gracias a sus mensajes, organizar rápidamente los auxilios en los naufragios y desastres de la derrota de la armada francoespañola ante la armada inglesa.
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El telégrafo óptico de Hurtado. Dibujo realizado para un estudio histórico del Cuerpo de Ingenieros del Ejército publicado en 1911. (Clic en la imagen para ampliarla). |
Pero a partir del año 1808 España entró en una época convulsiva y agitada (ese año estalló la Guerra de la Independencia como respuesta a la invasión francesa), en la que no hubo ningún signo de progreso, hasta el año 1844, que es cuando se establecería un Sistema Nacional de Telegrafía Optica. Cabe decir que durante la Guerra de la Independencia, sitiado Cádiz por las tropas francesas, se suprimieron en 1808 tres de las líneas telegráficas, manteniéndose en funcionamiento la línea Cádiz - Torregorda - Santi Petri (Chiclana). Una vez finalizada la guerra, se restablecieron las líneas de Chiclana y Jerez, y lo que quedó de la red telegráfica de Hurtado estuvo en servicio hasta 1822.
El sistema ideado por el teniente coronel Hurtado era del tipo semafórico. La máquina del telégrafo podría considerarse una versión simplificada del telégrafo de Chappé, y consistía, simplemente, en un asta o mástil con dos paletas que podían girar en un plano vertical, movidas por medio de poleas, para adoptar las combinaciones del código empleado. Este sistema proporcionaba 24 combinaciones, que eran asignadas a las cinco vocales, quince consonantes (total, 20 letras) y cuatro combinaciones de servicio. Además, una de las combinaciones de servicio se utilizaba para cambiar el significado de las 20 letras en números o viceversa para las combinaciones que siguieran a continuación (hasta que se enviara de nuevo dicha combinación de servicio, que volvía a intercambiar los significados para las siguientes combinaciones). Esta innovación técnica permitía aumentar el número de signos que podía transmitir el telégrafo, y algo similar a esto se empleó casi un siglo después en los teleimpresores eléctricos (en el caso del código telegráfico CCITT nº 2).
Como en los demás sistemas ópticos, el código alfabético resultó demasiado lento y, como en otros telégrafos ópticos, finalmente se adoptó también un código basado en un repertorio cifrado de frases y expresiones más usuales. El diccionario correspondiente contenía predominantemente expresiones militares pero, si era necesario, se podía construir cualquier frase pasando al procedimiento de codificación de letra a letra. El código se componía de grupos de tres señales, pero en cada grupo no se admitía la repetición de ninguna señal, ni podían intervenir las cuatro combinaciones de servicio. El total de grupos útiles de tres señales era de 812.
El material de cada estación se reducía a la máquina señalizadora, un anteojo, un reloj y los códigos. El personal necesario era militar, del Cuerpo de Ingenieros, y se reducía a dos técnicos o vigías y tres auxiliares o sirvientes. Los vigías eran los encargados de la preparación de los avisos, cifrándolos de acuerdo con los diccionarios, variando su redacción, sin alterar el concepto, si era necesario para el cifrado. Los sirvientes se encargaban de manejar la máquina uno de ellos, y otro de llevar a caballo los avisos al siguiente puesto cuando la niebla o alguna avería impedía la transmisión, y el tercero era el ranchero.
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Código alfabético del telégrafo de Hurtado. Tomado del Estudio histórico del Cuerpo de Ingenieros del Ejército. (Clic en la imagen para ampliarla). |
El telégrafo de Hurtado fue la primera aplicación práctica en España de la telegrafía en el ámbito militar. El telégrafo de Hurtado funcionó hasta 1822, sin embargo, posteriormente, diversas versiones modificadas del telégrafo de Hurtado se utilizaron en algunas circunstancias. En 1825 el Ingeniero General don Ambrosio de la Cuadra desarrolló un telégrafo portátil de dos aspas, que posteriormente, en 1829, fue perfeccionado por el Teniente Coronel de Ingenieros Hurtado (que curiosamente coincide en rango y apellido con Francisco Hurtado) para su instalación en un carruaje. Y en la primera guerra carlista (1833-1840), se utilizó en campaña una variante del telégrafo de Hurtado.
Desde la primera línea de telegrafía óptica inaugurada en España en 1800, hasta 1846, la red no experimentó una gran expansión debido fundamentalmente a las crisis de Gobierno y a las guerras internas en nuestro país.
El sistema de Betancourt-Bréguet comenzó a ser desinstalado en España durante la Guerra de la Independencia contra la invasión francesa, y sólo el telégrafo militar del teniente coronel Hurtado estuvo en funcionamiento en la provincia de Cádiz hasta 1820.
Durante la Guerra de la Independencia hubo alguna propuesta de establecer alguna red de telegrafía óptica presentada a la Junta Suprema Central que dirigía desde Cádiz la lucha contra la invasión francesa, aunque no fueron aprobadas. Destaca la presentada por Josef Chaix Isniel (nacido en la actual Xátiva, antiguamente San Felipe, en 1765), científico matemático y astrónomo español que participó comisionado por el Gobierno Español en los trabajos de medición del arco de meridiano terrestre que daría origen al nacimiento del metro como unidad de longitud, llevados por el francés Méchain y otros, antes de estallar la Guerra de la Independencia. Su propuesta de telégrafo de Chaix se presentó en julio de 1809, estaba basado en una reciente propuesta anterior de un telégrafo ideado por el franciscano Fray Juan Soler, que no obtuvo un dictamen favorable por la Junta Suprema Central, y era un telégrafo inspirado en el telégrafo británico de Murray, el cual había conocido durante una estancia de Saix en Inglaterra. El hecho de que el telégrafo del coronel Hurtado estuviera en funcionamiento en las costas de la provincia de Cádiz posiblemente fue la causa de que el telégrafo de Chaix no fuera aceptado.
En estos años parece un personaje casi olvidado por la Historia, el alférez de navío Bonifacio de Tosta y Montaño (1781-1829), el cual sería conocido por desarrollar un telégrafo marino para la Armada Española, que adoptó en 1810, y por su intento de construir una línea de telegrafía óptica en Méjico, entre Jalapa y Veracruz, que resultó inconclusa debido a la guerra de independencia de Méjico. Criollo hijo de funcionario español y madre guatemalteca, De Tosta hizo carrera en la Armada Española y fue nombrado alférez de fragata en 1800, fue ascendido a alférez de navío en 1809, durante la Guerra de Independencia contra la ocupación francesa de España.
Interesado por las comunicaciones terrestres y marítimas, desarrolló primero un sistema de comunicación a distancia marítimo que fue adoptado en 1810 por la Marina Española y puesto en práctica en la escuadra de Cádiz, ciudad por entonces rodeada por las tropas francesas, y que estaría vigente hasta 1819, cuando fue sustituido por el "telégrafo marino" de Martínez Tacón.
El "telégrafo marino" de De Tosta se basaba en el uso de 8 banderas distintas, cuyas drizas (cuerdas para izarlas) estaban posicionadas en paralelo o en abanico, suspendidas desde un travesaño elevado (en algún mástil del barco), de manera que vista esta estructura de costado, daba la impresión que todas las banderas estaban en una única driza. Cada bandera correspondía a una cifra decimal, 1 a 8, y para transmitir un mensajes, se izaban tres de las 8 banderas, a distintas alturas. El código numérico transmitido, de tres cifras, correspondía a las banderas izadas, siendo la primera cifra la correspondiente a la bandera izada más alta, la seguna cifra a la siguiente bandera, y la tercera cifra, a la bandera izada más baja. Cada código correspondía a dos palabras o frases de un diccionario, el cual constaba de 7448 palabras, muy superior al diccionario del código de Popham de 3000 palabras (El almirante inglés Sir Home Popham, 1762-1820, fue el primero en desarrollar el primer "telégrafo marino", empleado por la armada inglesa desde 1800, y cuyo código de banderas también se conoce como "Código de Trafalgar" ya que fue utilizado en 1805 en la batalla naval de Trafalgar contra la flota franco-española).
Destinado desde 1810 en Nueva España, actual Méjico, De Tosta propuso en 1811 al virrey la construcción de una línea de telegrafía óptica que uniera las ciudades de Méjico y Veracruz (sobre una distancia de unos 370 km), no obteniendo respuesta. Dicha ruta solía tener importantes problemas con insurgentes, y muchas veces el tráfico de mercancías desde Méjico a Veracruz quedaba detenido en la población de Jalapa (a unos 70 km de Veracruz). Finalmente en 1817, tras el cambio de virrey en Nueva España, acomete la construcción de una línea de telegrafía óptica entre Veracruz y Jalapa (ciudad donde estaba destinado). En Méjico ya habían luchas por la independencia, y el ritmo de construcción de la línea se hizo lento, y aunque llegaron a construirse unas pocas torres (torres de base cuadrada y unos 10-12 m de altura), la línea telegráfica nunca llegó a funcionar, ya que en 1821 Méjico alcanza la independencia y el nuevo gobierno mejicano cancela la construcción de esta línea.
Actualmente no se conocen las características del equipo telegráfico que se iba a instalar en las torres del telégrafo de De Tosta. Actualmente, perviven las torres construidas, algunas en estado de ruina y alguna otra restaurada.
Bonifacio de Tosta es poco conocido en España, y en Méjico apenas se le recuerda por ser el padre de la segunda esposa del general y dictador mejicano general Antonio López de Santa Anna (1791-1876). Sin embargo, uno de sus hermanos, José María de Tosta, que también hizo carrera en la Armada Española, es más conocido en Méjico ya que se pasó en 1821 a los independentistas mejicanos, fue el primer comandante del puerto de Veracruz tras la independencia de Méjico, y fue fundador de la escuela de la Armada Mexicana.
Volvemos a la España peninsular. Juan José Lerena y Barry (Juan Jose María Antonio Ramón Lucio de Lerena y Barry ; Cádiz, 1796 – Madrid, 1863) fue un oficial de Marina que ingresó muy joven en la Escuela Naval de Isla de León (Cádiz) y que sirvió en los mares de Europa y América desde 1809, y participó activamente en la defensa de los liberales constitucionalistas de Cádiz en 1823 contra los Cien Mil Hijos de San Luis que Francia envió a España en apoyo del rey absolutista Fernando VII y, como consecuencia de la derrota de los liberales y de la nueva implantación del absolutismo, se exilió, marchando a los pocos días de la caída de Cádiz a los Estados Unidos de Norteamérica (residiendo en Nueva York), donde permaneció exiliado hasta el año 1829.
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Juan José Lerena y Barry. |
Durante su estancia en Nueva York se vio obligado a desarrollar varios trabajos relacionados con la docencia del español y en 1825 publicó en EEUU uno de los primeros manuales de enseñanza de castellano "Spanish Telegraph", y en 1826 fundó uno de los primeros diarios en español que aparecieron en Nueva York, "El redactor".
También se dedicó al estudio de la telegrafía óptica, ideando en 1829 un nuevo sistema de telegrafía óptica. Pero ese año pasó a Cuba, y el 20 de febrero de 1830, se reunieron en el navío "Soberano", atracado en el puerto de la La Habana, varios oficiales de Marina comisionados por la Marina Real española, sus antiguos compañeros, a los que presentó un telégrafo de día y de noche, de mar y tierra, con el propósito de interesarles en el tema.
Aunque la Marina española tenía su propio sistema de señales mediante el uso de banderas y faroles, del que incluso se había publicado un diccionario de claves telegráficas en 1819, el telégrafo de Lerena obtuvo un informe favorable esta presentación en La Habana, y fue enviado a Madrid. Lerena además presentaba, no sólo un proyecto de sistema telegráfico, sino también un plan general de líneas telegráficas para la Península. A raíz de todo ello se le encargó la construcción de su sistema telegráfico en España. Por ello regresó a España en julio de 1830, y después de pasar por la purificación política correspondiente, fue repuesto en su empleo y se dedicó de lleno a efectuar demostraciones de su aparato.
De resultas de tras una presentación de su proyecto ante la Corte Real, en febrero de 1831, Juan José Lerena recibió el encargo (publicado en la Real Orden del 8 de febrero de 1831) de construir y poner en marcha una red telegráfica entre Madrid y los Reales Sitios (esto es, Aranjuez, La Granja de San Ildefonso, y San Lorenzo del Escorial). Tres meses después (en mayo 1831) concluyó la construcción de las 4 estaciones de la línea entre Madrid y Aranjuez : Torre de los Lujanes (en la Plaza de la Villa de Madrid), la ermita del Cerro de Los Ángeles, el cerro de Espartinas (cerca de Valdemoro), y el Monte Parnaso (cerca del palacio real de Aranjuez). Esta línea, de unos 45 km de longitud, muy probablemente estaba basada en la anterior de Betancourt.
El 24 de julio de 1832 entró en funcionamiento la línea Madrid-San Ildefonso, de 102 kilómetros, con estaciones intermedias en el alto del Puerto de Navacerrada y en la sierra de Colmenar, próxima a Hoyo de Manzanares. En marzo de 1834 comenzó a funcionar la línea Madrid-Carabanchel Alto (donde había un Lazareto en el que se recluían los enfermos del cólera que atacaba a la capital), en julio de 1834 la de San Ildefonso al palacio de Riofrío (con una estación intermedia en el cerro de Matabueyes), y el 28 de agosto de 1834 comenzó la construcción de la línea Madrid-El Pardo. Esta última línea fue de uso privado de la Familia Real, que la empleó para mantenerse al tanto de las noticias que llegan a Madrid cuando la Familia Real se había trasladado al palacio de El Pardo, en las afueras de Madrid, a causa del cólera que asolaba la capital.
En total, se construyeron 4 líneas servidas por estaciones telegráficas capaces de operar de día y de noche, cuyas comunicaciones quedaron restringidas al ámbito de la Corte y del gobierno, comunicaciones que se establecían principalmente durante las estancias de los Reyes en las residencias reales (Aranjuez, La Granja de San Ildefonso, Riofrío y El Pardo). Fueron instalaciones provisionales para cubrir las necesidades del momento.
Aunque no se conoce al detalle el sistema de Lerena, por los grabados de sus torres se deduce que no aportó nada relevante con respecto a anteriores sistemas de telegrafía óptica. El telégrafo de Lerena tenía dos partes: un mástil, que permitía elevar una bola y situarla en distintas posiciones, y un panel que cambiaba de color, y además incorporaba faroles para poder transmitir señales de noche. Lerena informó en una revista que su sistema empleaba un código de cuatro signos, pero no revela más detalles, e incluso tiene interés en no darlos, ni siquiera los facilitaría al que le sucedería más tarde al frente del telégrafo óptico. El establecimiento de cada signo exigía dos segundos. Las torres que soportaban el telégrafo podían encontrarse a una distancia máxima de dos leguas y media (unos 12 km), y el coste de cada torre se calcula en unos 25.000 reales.
Sin embargo, gracias a un informe elevado por el propio Lerena al Consejo de Ministros, se conoce con bastante detalle no sólo las torres que construyó y su coste, sino el número de despachos que por ellas se cursaron y el ahorro que ello supuso para el Estado. Por ejemplo, en 1831 se cursaron diversas comunicaciones y se realizaron ejercicios de instrucción, en 1832 se efectuaron 335 comunicaciones entre Madrid y Aranjuez y 361 entre Madrid y San Ildefonso, pero en 1833 no se cursó ningún despacho oficial. Ese año de 1833 se gastaron, pues, inútilmente, 151.219 reales en sueldos del personal que operaba el sistema (que estaba perfectamente operativo) y en gastos de mantenimiento de las torres. Y con el agravante de que ese año comenzó la primera guerra carlista. Todo ello demuestra el desconocimiento que tenían la Corte y los gobernantes sobre la utilidad que podía tener el telégrafo y explica también el poco apoyo que su implantación obtenía.
Ese año de 1833 muere tras una enfermedad el rey Fernando VII en San Ildefonso, dejando como heredera al trono su hija la infanta Isabel (nacida en 1830, y que no sería mayor de edad hasta 1843), algo que fue rechazado por Carlos Isidro (hermano de Fernando VII) y sus partidarios, que se creía con más derechos al trono. El país se divide entre los carlistas y los liberales o isabelinos, y la pugna dinástica da lugar a que estalle en España la Primera Guerra Carlista (1833-1840). En esta guerra jugó un importante papel la telegrafía óptica como medio de comunicación por parte de las tropas isabelinas (o liberales) entre Pamplona y Logroño.
Durante 1834, poco después de comenzar la Primera Guerra Carlista, el ejército liberal construyó una red propia de 13 a 15 estaciones telegráficas que partiendo de Pamplona, pasaba por Logroño y terminaba en Vitoria, rodeando de este modo el territorio entre la llanura de Alava y las sierras que se interponen entre esta llanura y el Ebro, ya que esta zona estaba ocupada por las tropas carlistas, las cuales dificultaban sobremanera la comunicación entre las capitales citadas. El artífice de esta red fue el general don Manuel Santa Cruz, director de Telégrafos del Ejército de Operaciones del Norte. A él se debe la organización de dos líneas estables de comunicaciones (Logroño-Pamplona y Logroño-Vitoria), un sistema original de telégrafo y el correspondiente diccionario de claves. Las dos líneas se unían en Logroño y proporcionaban un enlace entre Vitoria y Pamplona, mediante 13 estaciones intermedias que eran torres fortificadas y guarnecidas permanentemente, y ambas líneas trazaban un semicírculo que rodeaba Estella (Navarra), punto fuerte y capital de los carlistas, y objetivo supuestamente final de la guerra.
Parte de la línea Logroño-Navarra era: Lerín - Andosilla - Lodosa - Ausejo. En los boletines de Logroño de estos años de guerra fue frecuente encontrar noticias que empezaban por "Según el telégrafo de Ausejo se ha recibido del de Lodosa...". Por esta línea llegó al campo isabelino la primera noticia de la herida mortal recibida por el general carlista Zumalacárregui en junio 1835 durante el asedio de Bilbao por los carlistas. Si bien es digna de mención por la celeridad con que esta línea fue trazada y construida, y la eficacia con que fue empleada durante la guerra, una vez finalizada la guerra carlista en 1840, esta red telegráfica no se utilizó posteriormente (ni siquiera en las siguientes guerras carlistas) y se abandonó, debido al mal estado en que quedaron muchas de sus torres (que estaban ubicadas en edificios militares fortificados) tras los combates y porque el recorrido, trazado expresamente con un cometido militar, tenía poco encaje en la fututa red nacional de telegrafía, la cual no empezaría a construirse hasta 1844.
El sistema ideado por el General Santa Cruz consistía en un mástil de madera, con dos travesaños horizontales fijos a diferentes alturas y dos indicadores (dos discos o bolas huecas de madera de tres pies de diámetro), uno a cada lado del mástil central, que podían variar su posición respecto a los dos travesaños fijos. Cada indicador podía moverse verticalmente (mediante el uso de tornos con cigüeñales metálicos y poleas) y adoptar 7 posiciones diferentes. Los dos indicadores y los travesaños de referencia podían iluminarse mediante faroles y ello permitía mandar mensajes nocturnos. Probablemente se intentó, inicialmente, el funcionamiento por un sistema de codigo alfabético, lo que podía realizarse fácilmente ya que los dos indicadores proporcionaban 7 × 7 = 49 signos, más que suficiente para las letras, cifras y signos complementarios.
La lentitud del procedimiento alfabético obligó a cambiar el código, y se utilizó entonces una codificación de frases según un diccionario telegráfico. Este diccionario comprendía varias secciones en cada una de las cuales va aumentando la complejidad del significado de los signos. Los códigos más sencillos constan de un solo dígito y los más complejos de ocho. La notación se hace asignando a uno de los indicadores una cifra y al otro la cifra en forma de índice. Las frases codificadas eran eminentemente militares, aunque existían también palabras y voces sueltas, así como frases e incluso medias frases con variaciones prolijas. Tenía expresiones para varios pesos, medidas, monedas, meses, estaciones, vientos y nombres propios. Durante los 4 años de vida de este sistema telegráfico, se transmitieron 2.136 partes, es decir, menos de dos partes diarios.
Este sistema telegráfico fue descrito por Navarro Villoslada en el "Semanario Pintoresco Español" en 1841, poniéndolo por las nubes, pero a los pocos días en otro periódico se decía que el sistema no era original de Santa Cruz, sino del teniente de navío José María Mathé, el cual sería pocos años después el desarrollador de la red nacional española de telegrafía óptica (y que veremos a continuación).
Durante este periodo de guerra, y volviendo a Lerena, éste tenía previsto seguir ampliando su sistema telegráfico, y en 1835 propuso al Gobierno, que aceptó, la construcción de una línea de torres telegráficas entre Madrid y la frontera francesa en Irún. En marzo-abril de 1835 se iniciaron los trabajos de construcción de una línea telegráfica entre Madrid y Burgos, pasando por Valladolid, y que requeriría 17 torres intermedias. Pero pronto surgieron los problemas económicos para obtener fondos del gobierno para proseguir con las obras, y como consecuencia de ello en octubre se suspendieron las obras tras elaborar y presentar un informe un supervisor enviado por el Gobierno que evaluó la obra realizada hasta entonces. El informe idicaba que el sistema de Lerena era costoso e incluso se llegó a acusar a Lerena de que que había gastado dineros públicos sin control. Lerena fue cesado en el segundo semestre de 1835, a la vez que la construcción de la línea proyectada por Lerena quedó detenida en el Cristo del Caloco, en la sierra de Guadarrama.
Lerena se pasó polemizando con el Gobierno sobre la utilidad del telégrafo y defendiéndose de estas acusaciones justificando sus cuentas como responsable de estas líneas telegráficas durante el resto de 1835 y todo 1836, y finalmente el Tribunal de Cuentas le dio la razón en el terreno del manejo de fondos, aunque ello no sirvió para que se reanudaran las obras de la línea telegráfica entre Madrid y Burgos. Lerena, que incluso había creado una sociedad para explotar el telégrafo (con lo que aparece el espíritu de negocio en el telégrafo), se negó a seguir con su red de telegrafía vistas las trabas burocráticas que sufrió, y desapareció del escenario precisamente cuando se estaban construyendo las líneas telegráficas militares en Logroño, Navarra y Alava a consecuencia de la guerra carlista. Ese año de 1836 ya sólo funcionaba la línea de San Ildefonso, y se cursaron por ella 114 comunicaciones. Finalmente, la línea fue suprimida y desmantelada por real orden de 18 de mayo de 1838.
Lerena demostró ser un técnico en la materia: Al plantear la línea Madrid-Burgos sugirió el cambio de trayecto para cruzar la sierra de Guadarrama, evitando el alto de Siete Picos y optando por el puerto de los Leones; optó por una línea Madrid-Valladolid-Burgos y no Madrid-Burgos con una derivación a Valladolid, y aconsejó también la construcción de torres fortificadas, requiriendo la intervención de los ingenieros militares. Su amigo, el entonces teniente de navío José María Mathé emplearía diez años más tarde algunas de las ideas de Lerena para desarrollar la primera gran red nacional de telegrafía óptica.
Tras este período dedicado por entero a las innovaciones telegráficas, Juan José Lerena regresó a la escena militar sin haber perdido nunca su condición militar. Se convirtió en el comandante del bergantín Nervión, y participó muy activamente en la colonización para España de la isla de Fernando Poo (en 1843), otras islas del golfo de Guinea, y la Guinea Ecuatorial continental. En 1849 solicitó el retiro del Ejército, pero por sus servicios a la reina Isabel II fue nombrado brigadier honorífico.
Quebrantada su salud, Lerena se retiró a Chiclana, donde inició un proyecto de un canal navegable que comunicara la Bahía de Cádiz con Chiclana, atravesando el término municipal de San Fernando. El proyecto fracasa y le lleva a su ruina económica al fallarle el presupuesto y sus accionistas. Lerena fallecería en Madrid en 1866, estando en posesión de las Encomiendas de Isabel la Católica y Carlos III.
Volviendo de nuevo a este periodo de la historia de España, también durante este tiempo surgió algún proyecto de telegrafía óptica que no llegó a llevarse a llevarse a efecto, como fue el caso de la propuesta del barcelonés Francisco Vila, presentada a través de la prensa barcelonesa (en el periódico "El Guardia Nacional") el 24 de mayo de 1838, y que no tuvo eco alguno en las autoridades del momento. El telégrafo óptico de Vila consistía de un conjunto de paneles verticales montado en lo alto de la torre telegráfica, constituido por 15 cuadriláteros paralelogramos rectángulos. El conjunto formaba 5 columnas verticales escalonadas (siendo la más alta la central), y en la parte superior de cada una de las 5 columnas se disponía un panel de señalización. Estos paneles de señalización podían ser de tres colores distintos, y al estar distribuidos estos paneles en escalera, su identificación en la distancia era mejor que si hubieran estado alineados al mismo nivel. A cada color se les daba un valor numérico, y el valor numérico correspondiente a todo el conjunto correspondía a un carácter del alfabeto telegráfico o alfabeto común que se empleara. El número total de las combinaciones del telégrafo de Vila serían de 243 (1024, si se admitía la ausencia de color como un color más), aunque Vila no mencionó nada acerca de alguna señalización de control que reduciría el número de combinaciones posibles, ni de cómo sería la versión nocturna de dicho telégrafo.
Si bien los telégrafos de Hurtado, Lerena y Santa Cruz habían tenido un funcionamiento exitoso e incluso alguno de ellos había gozado de buena prensa, ello no fue suficiente para que los dirigentes de la nación consideraran un asunto de estado el establecimiento de una red nacional de telegrafía. España vivía situaciones políticamente convulsas, y no entró en una etapa de mayor normalidad hasta la finalización de la primera guerra carlista (con el Convenio de Vergara, en 1840) y la proclamación de la mayoría de edad de la reina Isabel II en 1843. El Gobierno decidió entonces modernizar la Administración, pasando de un estado absolutista administrado por el rey y sus secretarios, a un estado más moderno, con la Administración organizada por departamentos en manos de funcionarios profesionales, bajo la dirección del Poder Ejecutivo. Esta transición duró unos 10 años, de 1843 a 1854, se conoce como la Década moderada, periodo de relativa estabilidad desde el punto de vista político, aunque tuvo tanto periodos convulsos como periodos sosegados, con más de catorce gobiernos moderados, cuyo ideario político emanaba del liberalismo francés, y defendieron un modelo de Estado centralista asentado en el orden administrativo y en el orden público.
Fue entonces cuando el gobierno decidió dotar a la nación de una verdadera red nacional de telegrafía, la cual debía ser un elemento al servicio del Estado destinado a cubrir las necesidades de información del aparato político-administrativo del gobierno, de la Corte, del Ejército y de las autoridades encargadas de mantener el orden público. Es, pues, el Estado quien tomó la iniciativa técnica y quien asumiría el esfuerzo financiero en la construcción de las líneas telegráficas.
Se debatió si la red telegráfica nacional debía ser una red de telegrafía óptica, muy consolidada en Francia y otros países, o de telegrafía eléctrica, la cual ya comenzaba a despuntar en otros países, si bien aún estaba en sus primeras etapas de desarrollo. El hecho de que la telegrafía eléctrica aún estuviera en desarrollo, que las líneas eléctricas fueran muy vulnerables en zonas de España donde operaban bandoleros y guerrilleros carlistas (que podían sabotear fácilmente las líneas), y que la telegrafía óptica funcionaba bien y podían establecerse líneas ópticas más seguras basadas en torres fortificadas, decantaron al Gobierno finalmente hacia la telegrafía óptica. También pesó en esta decisión el hecho de que la complicada orografía española dificultaría notablemente el tendido de líneas telegráficas eléctricas soportadas por postes.
Sin embargo, ya desde 1837 el Ministerio de la Gobernación se había preocupado por el establecimiento de un servicio de telegrafía pública y encargó por Real Orden de primero de junio al Director General de Caminos la organización del servicio telegráfico, porque consideraba que el existente (es decir, se admitía que subsistía el de Lerena a los Reales Sitios) era imperfecto "por carecer desde su origen de una organización bien calculada", y consideraba que el medio más seguro para organizarlo mejor era "confiar su dirección al Cuerpo científico con quien tiene una conocida analogía; tal es el de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos". Y probablemente, gracias a ello, se iniciaron algunos trabajos en tal sentido, o al menos se habló de ello, hasta 1843-44. Quizá la falta de recursos o una falta de voluntad dejó este encargo sin mucho éxito.
Pero en 1843 el Ministro de la Gobernación recordó al por entonces recién nombrado Director General de Caminos, Canales y Puertos Manuel Varela y Limia (1796-1853, brigadier del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, senador por la provincia de Lugo en 1843, y persona muy ilustrada e interesada por el progreso), la existencia de aquellas reales órdenes, y que el proyecto debía llevarse adelante, ya que fue considerado urgente. Manuel Varela se tomó muy en serio el asunto, y así, en 1844, salió el Real Decreto de 1 de marzo, publicado en La Gaceta de Madrid, en el cual se estableció el marco para el nuevo trazado de una red de telegrafía óptica en España a cargo de la Dirección General de Caminos. Convocado el concurso de ideas para escoger el sistema telegráfico, de los cuatro proyectos que se presentaron (tres proyectos españoles y uno extranjero) fue elegido el del entonces coronel de Estado Mayor José María Mathé Aragua, amigo de Valera, y el cual había colaborado con Lerena y Santa Cruz en sus proyectos de telégrafo. El fallo de este concurso se produjo por Real Orden el 29 de septiembre de 1844 y publicado el La Gaceta el 2 de octubre. Ganó el proyecto de Mathé al presentar un modelo diferente del clásico de Chappé que ofrecía notables ventajas sobre los de sus competidores en cuanto a la rapidez en la transmisión, mayor visibilidad, incluso lateral, no alcanzada en otros sistemas.
El proyecto encargado por el gobierno era de titánicas dimensiones, pretendía unir Madrid con todas las capitales de provincia del territorio peninsular, así como con los puntos notables de la costa y las fronteras. Este Real Decreto establecía las condiciones que debían cumplir los trazados de las líneas ópticas, distancias entre torres, se definían las tres primeras líneas que debían construirse, etc... Como esta época era una etapa especialmente convulsa de la Historia de España, esta medida pretendía dotar al Estado de un instrumento para el mantenimiento del orden, como reza el preámbulo del citado Real Decreto (por lo que no se contemplaba el uso de la red telegráfica para usos civiles). El proyecto de Mathé contemplaba la construcción de gran número de líneas, sin embargo sólo se llegarían a construir tres.
José María Mathé Aragua había nacido en San Sebastián en 1800, ingresó en el Cuerpo de Ingenieros de la Armada, y aunque sirvió como oficial de Marina, en 1844 era brigadier de Caballería y coronel de Estado Mayor. Tenía interés y conocimiento sobre el telégrafo, de hecho había colaborado con Lerena en el proyecto de telégrafo de este último. Mathé también formó parte de la Comisión encargada de levantar el mapa topográfico de España y tenía experiencia al frente de obras de fortificación (en 1833 fortificó Castro Urdiales). Por tanto, conocía directamente el terreno y, además, era capaz de pensar en unas torres mitad fortaleza, mitad habitación, en las que tendrían que permanecer casi aislados durante bastante tiempo unos torreros, en su mayoría de extracción militar, en unas condiciones muy duras. Todo ello hacía de Mathé una persona muy idónea para emprender semejante tarea.
Desde el primer momento Mathé, dirigido por Varela Limia, asumió todos los asuntos referentes a la construcción de la red de telegrafía óptica : la búsqueda de los emplazamientos más adecuados para las torres y dar soluciones a los problemas que fueron surgiendo sobre el terreno, la organización de la red, la redacción del Reglamento y las normas para la transmisión, confección de códigos que se iban a emplear en las transmisiones, etc.
En febrero de 1847 Varela Limia presentó voluntariamente la renuncia de su cargo de Director general de caminos, puertos, faros y telégrafos al haberse creado el nuevo Ministerio de Obras Públicas (posteriormente, Ministerio de Fomento). Es Mathé quien continúa con gran tesón con la implantación de la red de telegrafía óptica nacional, y en 1851 sería nombrado Director Jefe de las líneas telegráficas.
El proyecto de la red nacional de telegrafía óptica contemplaba un total de ocho líneas telegráficas que, con una estructura radial que partía de Madrid (en consonancia con la concepción centralista del Estado), cubrirían gran parte del territorio peninsular, uniendo Madrid con todas las capitales de provincia, con lo que se buscaba conseguir la comunicación entre el Ministerio de Gobernación y los gobernadores civiles de todas las provincias. Para ello se construirían cuatro líneas principales y posteriormente, mediante ramales de éstas, otras líneas conectarían con otras capitales de provincia, completando la red de telegrafía óptica.
En el transcurso de diez años, a partir de 1844, Mathé logró una red telegráfica en España tan extensa como la que logró Francia en más de cincuenta años. Estuvo constituida por tres grandes líneas, que llegaron a funcionar con cierta regularidad, y fueron la línea Madrid-Irún o "Línea Castilla", la línea Madrid-Cádiz o "Línea Andalucía" y la línea Madrid-Barcelona pasando por Valencia o "línea Cataluña", esta última con una prolongación hasta la frontera francesa en la Junquera (Gerona). Había prevista una cuarta línea principal, otra línea Madrid-Barcelona pero que pasaba por Zaragoza, pero no se llegaron a iniciar trabajos de construcción de esta línea. Las tres líneas en servicio, y los ramales de éstas que llegaron a funcionar, sumaban un total de unos 2050 km de recorrido.
Mathé había sido elegido para llevar a cabo la construcción de la primera de las líneas, la línea Madrid-Irún, que adoptó la denominación de "Línea Castilla", aprobada por Real Orden el 29 de septiembre de 1844, y en la cual instalaría su propia versión del telégrafo óptico. Mathé era una persona decidida y enérgica, que había colaborado con Lerena en el telégrafo óptico de este último, y no le gustaba perder el tiempo, y resultó ser un gran gestor para todo el trabajo que se avecinaba, el cual supervisaba personalmente con frecuencia. En cuanto se tuvieron los presupuestos aprobados en junio de 1845, inició la construcción de la línea Castilla, basándose en la línea Madrid-San Ildefonso, y entró en funcionamiento el 2 de octubre de 1846 con la transmisión del primer despacho por el comandante de la línea en Irún al Ministro de la Gobernación en Madrid.
Esta línea unía, a través de 52 torres, Madrid con la frontera francesa en Irún pasando por La Granja, Segovia, Valladolid, Palencia, Burgos, Miranda de Ebro, Vitoria, Tolosa y San Sebastián. El proyecto original de 1844 contemplaba un ramal de Valladolid a Tordesillas, y desde Tordesillas, dos líneas, una a Zamora por Toro y otra a Medina de Rioseco, donde se dividiría para alcanzar Galicia y Asturias. Otro ramal desde Burgos saldría hacia Santanter, y otro desde Vitoria iría a Bilbao. Todos estos ramales previstos no llegaron a iniciarse su construcción.
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Torre del sistema Mathé, versión más empleada. |
La línea sirvió de modelo para las otras dos, y se iniciaba en Madrid en el Cuartel de la Guardia de Corps (después llamado Cuartel del Conde Duque). Posteriormente se trasladó al edificio de la Casa de Correos sito en la Puerta del Sol, edificio que albergaba la sede del Ministerio de la Gobernación, ministerio del que dependía el servicio telegráfico y al que estaban destinados la mayoría de los mensajes cursados.
La línea estaba dividida en 9 secciones de 6 torres cada una (excepto la sección 4, de 5 torres), y se establecieron Comandancias (donde se cifraban y descifraban los despachos) en Madrid, Valladolid, Burgos, Vitoria y Tolosa, esta última plaza importante por los conflictos aún vigentes tras la primera guerra carlista. También dio servicio al Real Sitio de La Granja (Segovia) mediante un ramal de tres torres que partiendo de la torre de Monterredondo (torre número 5, cercana a Moralzarzal), enlazaba con el Real Sitio de La Granja (en San Ildefonso, Segovia).
Tras el cese de su superior, el Director General de Caminos Varela Límia en 1847, Mathé solicita el cargo de Director General de Telégrafos, que entendía que debía ser autónomo de otras Direcciones generales y que el servicio telegráfico debía ser independiente del Servicio de Correos, y doce días después de su solicitud, por la Real Orden de 14 de junio de 1847, se le comisionó para que se ocupara de todo lo relativo a la organización del servicio telegráfico, dentro del Ministerio de la Gobernación, pero con cierta autonomía. En enero de 1851 fue nombrado Director General, con el título de Director Jefe de las Líneas.La rapidez mostrada por la transmisión de noticias en la línea Castilla (Madrid-Irún) alentó la construcción de las otras dos líneas. La segunda línea, proyectada entre Madrid y Barcelona, comenzó a construirse en 1848, y no llegaría a funcionar en su totalidad. La línea proyectada pasaba por Aranjuez, Ocaña, Tarancón, Albacete, Almansa, Valencia, Castellón, Peñíscola, Vinaroz, Tarragona y Barcelona, prolongándose con un ramal desde Barcelona hacia la frontera francesa en La Junquera pasando por Gerona y Figueras. Esta línea tenía proyectado un ramal desde Albacete hacia Murcia, Alicante y Cartagena. El tramo de la línea entre Madrid y Valencia se modificó para pasar por Motilla del Palancar y Requena en lugar de por Albacete y Almansa, y este tramo entró en funcionamiento a finales de 1849, con 30 torres y dividida en 5 secciones, y su funcionamiento fue bastante regular.
En 1850 se construyó un ramal entre Tarancón y Cuenca (servido por 8 torres, inaugurado en agosto), y se continuó con el trazado Valencia-La Junquera. El ramal a Cuenca se construyó, parece ser, a instancias de la Reina Madre, que se había casado casi en secreto con el duque de Riánsares, el cual tenía propiedades por la zona y solía ir con frecuencia por la zona.
La línea, con sus ramales, contaba con un total de 9 comandancias, situadas en Madrid, Cuenca, Motilla del Palancar, Valencia, Castellón, Tarragona, Barcelona, Gerona y La Junquera.
El tramo Valencia-Barcelona (proyectado con 30 torres) no se completó totalmente y por ello no llegó a cursar servicio, y en diversos momentos funcionaron de forma no oficial los tramos Valencia-Castellón, Barcelona-Tarragona, y Barcelona-La Junquera (ramal de 17 torres). El trayecto Castellón-Tarragona no llegó a construirse totalmente ni llegó a funcionar, ya que en algunas zonas que atravesaba aún operaban a sus anchas las guerrillas carlistas del general Cabrera, y no se podía garantizar la seguridad de las torres en la zona del delta del Ebro, que era prácticamente terreno carlista. La falta de funcionalidad de este tramo hizo que en 1853 se abandonara este tramo y se desmontaron los equipamientos de las torres.
La "Línea Andalucía" fue la tercera en iniciarse su construcción, en 1850, y ésta duró 3 años. Contaba con 59 torres que unieron Madrid con San Fernando de Cádiz. Fue la heredera de aquella proyectada por Betancourt casi medio siglo antes. La línea fue entrando en servicio por tramos. Estaba dividida en 11 secciones, y disponía de comandancias en Madrid, Toledo, Ciudad Real, Córdoba, Sevilla y Cádiz, y en algunos periodos, se estableció una comandancia provisional en Aranjuez.
El primer tramo construido, Madrid-Puertollano, comenzó a funcionar en 1850, funcionando muy bien el tramo Madrid-Aranjuez, por las frecuentes visitas de los reyes al real sitio de Aranjuez. La línea llegó a Cádiz en 1851, y se amplió en 1853 con una última torre en San Fernando (Cádiz). Tenía estaciones en Aranjuez, Toledo (en el Alcázar), Consuegra, Ciudad Real, Puertollano, Santa Cruz de Mudela, Bailén, Montoro, Córdoba, Écija, Sevilla (en la Real Fábrica de Tabaco), Jerez de la Frontera, Cádiz (en las murallas de Puerta de Tierra) y San Fernando. Estaba previsto un ramal desde Bailén hacia Jaén, Granada y Málaga, y otro ramal desde Sevilla a Huelva, que no se llegaron a construir.En la Línea Andalucía hubieron tramos especialmente conflictivos, como fueron la travesía de Sierra Morena, las zonas pantanosas de la Mancha, y las zonas de Sevilla y Cádiz debido a las nieblas y las malas condiciones de vida.
Además había proyectada una cuarta línea, que uniría Madrid con Barcelona pasando por Zaragoza. En cualquier caso, las cuatro líneas proyectadas se habían planeado sobre una mesa de gabinete y sin ningún estudio sobre el terreno, y sólo se construyeron las tres citadas (Líneas Castilla, Andalucía y La Junquera) parcialmente y con algunas modificaciones.
El sistema de Marthé funcionó hasta 1857, debiendo dejar paso a la telegrafía eléctrica, ya muy avanzada en otros países, y que empezó a instalarse en España en 1853 (también impulsada por Mathé). En 1854 se acabó de construir la línea de telegrafía eléctrica Madrid-Irún y ello motivó el cierre de la Línea Castilla a mediados de 1855 (en servicio desde 1846). En abril de 1856 se cierra la línea de Cataluña (en servicio desde 1849), y en agosto de 1857 se ordenó el abandono de las últimas torres en servicio, de la Línea Andalucía (en servicio desde 1850), disponiendo el cuidado de las torres de esta línea a la Guardia Civil. De hecho, el sistema de telegrafía óptica de Mathé se implantó cuando ya era demasiado tarde, debido a la aparición y rápida evolución del telégrafo eléctrico, algo de lo que el propio Mathé era consciente ya desde el principio. Por ello el sistema telegráfico óptico de Mathé fue más bien efímero, con no más de 11 años de servicio entre sus tres líneas).
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Mapa de las líneas ópticas de Mathé, con la posición de las torres que las constituían. (Clic en la imagen para ampliarla). |
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Sello de Correos de 1996, conmemorativo del 150 aniversario de la línea óptica de Madrid-Irún, mostrando un grabado de un telégrafo óptico junto a la efigie de su creador, José María Mathé. |
El telégrafo de Mathé, ubicado sobre la azotea de cada torre, constaba fundamentalmente de dos bastidores fijos verticales iguales, cada uno de ellos con tres franjas horizontales negras alternadas con otras blancas más anchas, o simplemente tres franjas horizontales oscuras claramente separadas entre sí. Ambos bastidores estaban emplazados uno al lado del otro separados por un canal vertical en el cual se podía mover verticalmente una pieza cilíndrica llamada Indicador, que podía adoptar doce posiciones diferentes desplazándose verticalmente entre las franjas horizontales fijas de los dos paneles verticales. Las posiciones se correspondían con los signos 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, M, X. El signo M se usaba para indicar signo erróneo (se informaba a la siguiente torre que ésta ha copiado mal el signo recibido, por lo que debe anularlo), y el signo X para indicar a la torre anterior la repetición del signo recibido. Una decimotercera posición, consistente en esconder el indicador a la vista, se empleaba para separar dos signos (que se denominaban por ello signos absolutos), o dos frases. Por tanto, el sistema de Mathé utilizaba un código decimal con su correspondiente diccionario.
El movimiento del indicador era accionado desde el interior de la torre por una cadena movida por una polea o torno accionado por una manivela, denominado volante, y de cuyo eje era solidaria una rueda dentada con 12 divisiones, cada una de ellas identificada con el correspondiente signo.
Las doce posiciones se obtenían colocando el indicador tangente a alguna de las franjas oscuras por la parte inferior o superior, poniéndolo en línea con ellas o colocándolo en el espacio intermedio entre franjas.
El canal por donde se movía el indicador era coronado en su parte superior por una especie de corona ornamental hueca, pero que tenía su función : La operación para separar dos signos o frases, denominada arriada, consistía en ocultar el indicador a la vista, alojándolo en la corona de la parte superior del dispositivo.
Lateralmente a uno de los bastidores había un cable vertical por la que podía desplazarse verticalmente una bola de cierto tamaño. Esta bola es un señalizador auxiliar para el control e incidencias de las comunicaciones, pues su posición informaba del estado de la línea o incidencias en ésta, esto es, si la torre estaba lista para transmitir mensajes, o si por el contrario había alguna incidencia del servicio por avería, niebla, ausencia de respuesta de una torre a otra, etc. E igual que el indicador, esta bola era accionada desde el interior de la torre mediante otro volante.
Esta bola señalizadora podía adoptar 6 posiciones, correspondientes a los centros de las franjas oscuras del bastidor y los centros de los espacios entre franjas oscuras. Estas posiciones eran las siguientes y tenían los siguientes significados:
Posición 1 : a la altura de la franja superior: Interrupción por niebla a vanguardia (hacia la siguiente torre), es decir, indicando que no se podía seguir enviando el despacho hacia la siguiente torre. Se usaba también cuando se reanudaba la transmisión interrumpida.
Posición 2 : a la altura central del espacio superior: Interrupción por llegada de un despacho de mayor categoría, ante el que había que interrumpir la transmisión que se estaba cursando.
Posición 3 : a la altura central de la franja del medio: Interrupción por ausencia a vanguardia. Significaba que el torrero de la torre siguiente no había izado la señal de inicio del mensaje pasado un tiempo prudencial de espera (unos 2 minutos). Calificar de ausencia a un torrero le suponía una multa, porque retrasaba el curso del mensaje. Su empleo dio lugar a rencillas entre torreros de torres colaterales, por si se esperaba más o menos tiempo con tolerancia o mala fe.
Posición 4 : a la altura central del segundo espacio: Señal de prioridad por despacho urgente. Cuando coincidían dos despachos de igual categoría, esta señal desempataba, si uno de ellos iba hacia Madrid (o hacia el punto en el que residiera el Gobierno en aquel momento).
Posición 5 : a la altura de la franja inferior: Interrupción por funcionamiento de la vanguardia. Esta señal indicaba que está funcionando la vanguardia y el mensaje no puede seguir hacia adelante de momento.
Posición 6 : a la altura central del espacio inferior: Señal de avería de la vanguardia o en la torre propia (según se continuara o no con el movimiento del indicador), lo que implica interrupción del servicio.
El aparato de Mathé tuvo una primera versión, en la que el telégrafo estaba constituido por bastidores fijos verticales iguales dispuestos en forma de cruz, por lo que podía divisarse desde cualquier dirección, algo que no se podía conseguir con otros modelos de telégrafo óptico (como el de Chappé). Esta versión se empleó sólo en algunas ubicaciones concretas (en torres donde la línea se ramificaba), y las torres de línea sólo tenían los dos bastidores verticales en el mismo plano, de forma que pudieran verse desde la torre anterior y la posterior. Incluso hubo una tercera versión en la que la torre fuera capaz de proporcionar más señales, y para ello las franjas oscuras de los dos bastidores verticales estarían constituidas por persianas, divididas en dos partes, de manera que para cada franja cada mitad se pudiera hacer transparente u opaca )persiana abierta o cerrada). Esto multiplicaba en número de señales posible, pero este tipo de torre, pensada para la torre final de línea, no se llegó a utilizar.
Esta primera versión de la torre de Mathé fue descrita en el famoso Diccionario geográfico de Pascual Madoz, extenso trabajo donde se recogen y describen todos los pueblos de España, publicado en 1848 (y por tanto, con la línea Castilla ya construida y en funcionamiento). La descripción que da del aparato telégráfico nos da una idea del tamaño de éste (entre paréntesis, notas añadidas):
"Consiste en 8 barras de hierro, 4 de ellas de 19 pies de altura (5,7 m) y las otras de 24 (7,2 m), plantadas verticalmente de cuatro en cuatro en los ángulos de dos cuadrados, el uno exterior, cuyos lados son de 11 pies (3,30 m) y el otro interior y paralelo de 2, 2/3 pies (0,8 m) de lado. Dentro del espacio que forman las cuatro barras interiores, se pone también en el sentido vertical por medio de un sencillo mecanismo, un cilindro hueco o corona, llamado indicador, de tres pies de diámetro (90 cm) y 58 pulgadas de altura (147,3 cm), cuyas diversas posiciones con relación a tres fajas que se proyectan horizontalmente sobre las barras exteriores y cubren sus espacios intermedios dividiendo en tres claros o secciones iguales la altura de la maquina, suministran cuantos signos pueden ser necesarios para la transmisión de toda clase de comunicaciones."
Por tanto, los bastidores verticales del aparato deberían tener un ancho horizontal total próximo a 4,67 m (diagonal del cuadrado externo), y de de 1,13 m para el canal para el indicador (diagonal del cuadrado interno). La altura del indicador de 58 pulgadas, esto es, 147,3 cm , parece exagerada y errónea, ya que sería mucho mayor al tamaño vertical asignado a cada una de las 11 ó 12 posiciones que puede adoptar el indicador a lo largo de los 5,7 metros de altura de los bastidores verticales.
El funcionamiento de la red comenzaba en la estación desde la que se emitía el mensaje. Se colocaba el telégrafo en una posición prefijada de "alerta" o de "atención". Cuando la estación siguiente avistaba esta señal, colocaba su telégrafo en posición "listo" o "preparado" y el primer telégrafo sabía que podía comenzar a transmitir. Una vez que se comenzaba a transmitir, cada símbolo debía estar unos 20 segundos como mínimo en la posición para que la siguiente estación lo leyese correctamente y colocase su telégrafo en la misma posición, lo cual indicaba a la estación precedente que podía transmitir el siguiente símbolo del mensaje. A su vez, la tercera estación de la línea leía el símbolo en que quedaba colocado el telégrafo de la segunda estación, y procedía a colocar su telégrafo en dicho símbolo, transmitiéndose así cada símbolo transmitido hacia adelante a lo largo de la línea telegráfica.
Las torres actuaban, pues, como repetidoras de signos, y los torreros no solían conocer el significado de los signos transmitidos, se limitaban a repetir hacia la siguiente torre el signo que observaban en la torre anterior. La velocidad de transmisión de los signos o símbolos era muy variable, y, por ejemplo, con buenas condiciones atmosféricas, en menos de una hora podía transitar un mensaje a lo largo de la línea Madrid a Valencia, constituida por 30 torres, lo que equivale a una velocidad media superior a los 300 km/hora (lo que fue toda una revolución, ya que enviar los mismos mensajes mediante el correo tradicional soportado por postas a caballo, podía emplear hasta 3 o 4 días en hacer el mismo recorrido).
Los telégrafos de Mathé, como en el caso de los anteriores telégrafos ópticos, estaban instalados en lo alto de torres construidas para ello. El Real Decreto de 1844 fue especialmente cuidadoso en la ubicación de las torres. Dispuso que las líneas telegráficas siguieran preferiblemente las carreteras y caminos existentes, para facilitar el avituallamiento de las estaciones telegráficas, y a ser posible, lo más cerca de pueblos y localidades, por la misma razón.
Debían utilizarse estructuras preexistentes para ahorrar recursos, en la medida de lo posible, y así se emplearon castillos, atalayas, y en núcleos urbanos, dependencias de las autoridades civiles, o en su defecto, militares, así como edificaciones singulares por su altura y visibilidad, e incluso las torres de iglesias cuando fue posible (si bien se desaconsejaría la instalación en las torres de las iglesias ya que el tañido de las campanas llegaba a perturbar el funcionamiento del aparato telegráfico).
Cuando esto no fuera viable, habrían de construirse torres en el lugar, todas idénticas y según el estándar que fijó el propio Mathé. Los emplazamientos de las torres debían localizarse en lugares elevados (aunque evitando en lo posible zonas de alta montaña, escarpadas y de difícil acceso), siguiendo el trazado de las carreteras y próximos a poblaciones, evitando en la medida de lo posible parajes deshabitados.
Además, las torres debían estar cada una a una distancia mínima de 2 leguas y máxima de 3, de la siguiente torre (esto es, entre 11,5 y 16,7 km), y manteniendo una alineación entre ellas, procurando que el radio visual de la línea fuese perpendicular al frente de cada torre. Una distancia menor entre torres suponía construir más torres, lo que implicaba un mayor coste, mientras que una distancia mayor suponía mayor dificultad para divisar el sistema de señalización de la torre anterior o posterior con los medios ópticos de la época. Para establecer las distancias entre torres se debía considerar las condiciones geográficas determinadas por la topografía del terreno o las atmosféricas por la frecuencia de nieblas.
(Nota: Una legua castellana, tal como se dicta en una orden de 1801, es: "para que … corresponda próximamente a lo que en toda España se ha llamado y llama legua (que es el camino que regularmente se anda en una hora) será dicha legua de veinte mil pies, la que se usará en todos los casos que se trate de ella, sean caminos Reales, en los Tribunales y fuera de ellos.", lo que corresponde a una distancia de 5,5727 km)
En la práctica, las distancias entre torres fueron muy variables, ajustándose parcialmente al criterio previo antes citado de entre dos y tres leguas. La mayor distancia fue en la línea Andalucía entre la torre 29 (Fuencaliente) y la 30 (Cardeña), la primera en una zona muy elevada mientras que la segunda ubicada en un área llana, con una distancia de 19,77 km. Pero también habían torres separadas por distancias cortas, como los 3,6 km que separaban en el ramal de La Junquera de la línea de Cataluña las torres 207 (Sant Miquel) y 208 (Girona), o las torres localizadas dentro de la ciudad de Madrid. Globalmente, la distancia media entre torres es de 10,3 km, cifra que no se ajusta a las 2 a 3 leguas recomendadas (de 11,15 a 16,7 km).
Muy posiblemente la distancia entre las torres estaba en relación con su ubicación, puesto que las torres que están en ubicaciones altas (en montes cerros) tienen una mejor visibilidad, y podían estar separadas entre sí a distancias mayores que las que estaban en terrenos llanos y en valles. Quizá en zonas de montaña se buscaba que el aparato telegráfico se recortase contra el cielo, para evitar que quedase confundido con el monte.
Las torres diseñadas por Mathé eran torres sencillas, construidas según el diseño del propio Mathé, que contemplaba torres de planta cuadrada de tres plantas cubiertas, de 7,3 metros de lado en su base y y 6,5 en la parte superior, y 10,5 m de alto, aunque el tamaño de las torres osciló entre los 5,5 y los 8,5 m de lado, y alturas en torno a los 10-12 metros, lo suficiente para destacar sobre el entorno. Las que tenían alturas más reducidas lo eran porque o bien o se encontraban en ubicaciones muy prominentes, o estaban construidas sobre otra edificación (como podía ser un castillo).
La mayoría de las torres estaban construidas en mampostería o ladrillo, con mortero de cal, y en ocasiones estaban encaladas (de blanco) o enfoscadas (rebozadas en mortero) y pintadas de ocre. Estaban pensadas como pequeñas fortalezas militares, de modo que en caso de bandolerismo o de guerra el enemigo (los carlistas) tuviese una mayor dificultad para interrumpir el sistema de comunicaciones (a ello hay que sumar la formación militar que solían tener los torreros, lo que hacía que fueran fáciles de defender en caso de necesidad). Por ello tenían cierto aspecto de fortificación, eran torres realizadas con fuertes y gruesos muros de piedra o ladrillo, y se accedía a ellas a través de una puerta en la segunda planta, siendo necesario el uso de una escalera de mano de de madera de 4 metros de altura para acceder a ella. Esta escalera se podía retirar y guardar en el interior, quedando la torre inaccesible desde el exterior. Una escalera de caracol comunicaba internamente las tres plantas. Las torres también disponían de aspilleras, y en algunos casos estaban rodeadas para su defensa por un foso o un muro.
No obstante, si bien todas las torres son prácticamente idénticas, se aprecian diferencias en las técnicas de construcción en las que quedan en pie, seguramente sujetas a la disponibilidad o carencia de los distintos materiales en la zona de construcción, o al criterio de las cuadrillas encargadas de alzar el edificio. Así, en el País Vasco, las torres se construían principalmente con piedra, mientras que en la Mesera castellana predominaba el uso del ladrillo. Algunas torres (muy pocas) estuvieron rodeadas por fosos o muros para su mejor defensa.
El enfoscado (guarnecer los muros con mortero) de las paredes de las torres parece que fue un rasgo generalizado. Se ha podido documentar este rasgo en casi 60 torres, pero la ausencia de enfoscado en el resto de las que aún se conservan, posiblemente sea achacable al deterioro del edificio o a posibles alteraciones posteriores en éstos. El enfoscado de los muros permitía que la torre tuviera una mayor visibilidad en la distancia, puesto que de otra manera podrían confundirse con el entorno. El posterior encalado de la torre o pintar los muros de ocre (según las circunstancias) aumentaba aún más la visibilidad de la torre (operación que debía realizarse periódicamente).
El diseño de Mathé establecía que las torres fueran de planta cuadrada y tres pisos de altura: La planta baja (ataludada, con troneras y gruesos muros), el segundo piso con la puerta de acceso, y el tercero denominado observatorio, dotado de los catalejos de observación y los volantes que manejaban el aparato telegráfico situado en la azotea. La mayoría de las torres estuvieron dotadas de un zócalo, con la clara funcionalidad de dar mayor estabilidad a la torre facilitando la nivelación del terreno, requisito indispensable sobre todo en aquellas zonas con mayor desnivel. Sólo algunas torres ubicadas en llano o sobre otro tipo de construcción carecieron de este elemento.
En la primera planta de cada torre (la planta baja) parece ser que estaba la cocina y también servía de almacén, y presenta en sus cuatro paredes de dos a cuatro ventanucos abocinados o troneras (típicamente tres) de finalidad discutida, pero que muy posiblemente eran aspilleras para la defensa de la torre. Los muros exteriores de esta planta eran gruesos (por el carácter defensivo de esta planta), y en la mayoría de las torres, estaban ligeramente ataludados (ligeramente inclinados respecto a la vertical). El tamaño típico de esta planta era de 7 metros de lado en la base y 6,5 en la parte superior (si estaba ataludada) y 2 metros de altura.
En la segunda planta había una ventana en tres de sus lados y en la cuarta pared estaba la puerta de acceso desde el exterior, accesible a través de una sencilla escalera de madera retirable. La puerta estaba a una altura de unos 3-4 metros respecto al suelo (típicamente 3 metros), y cuando era retirada la escalera, impedía el acceso al interior de la torre desde el exterior. Muy pocas torres tuvieron la entrada a nivel de suelo. La altura de la planta era de 3 metros típicamente.Y en la tercera planta estaban los controles del telégrafo, el cual estaba situado encima (sobre la cubierta superior, en la terraza o azotea), y disponía de una ventana por lado, idénticas a la de la planta inferior. Esta planta servía como observatorio, y de hecho esta planta se conoce como observatorio. En ella estaban los dos catalejos que se utilizaban para mirar las torres anterior y posterior, normalmente colocados en sendos huecos practicados en los correspondientes muros de esta planta. Esta planta s de características similares a la segunda planta, con la salvedad de que dispone de ventana en los cuatro lados.
Sobre la tercera planta estaba la cubierta horizontal, a modo de terraza, donde se instalaba el señalizador telegráfico. Normalmente disponía de un antepecho de anchas piedras labradas, de casi medio metro de alto, a lo largo de todo el perímetro de la cubierta, con dos agujeros de desagüe en cada lado.
El gobierno del telégrafo situado en la terraza superior de la torre se realizaba mediante un mecanismo de transmisión que se accionaba desde la tercera planta, consistente en un sistema de engranajes, los volantes, poleas y cables que hacen subir y bajar los dos indicadores del telégrafo (el cilindro central que señala el código a transmitir, y la esfera lateral que avisa de incidencias en el servicio). Para facilitar el movimiento de los indicadores, el mecanismo contaba con dos contrapesos colgados de sendas cuerdas que a través de una trampilla en el suelo de la tercera planta asomaban en la segunda planta.
Estas torres aún pueden verse por numerosos lugares de la geografía española, y algunas han sido restauradas, como es el caso de la torre Martín Muñoz, del municipio de Adanero (Avila), que era la torre número 11 de la línea Castilla (Línea Madrid-Irún), o la torre de Moralzarzal (Madrid), que era la torre número 5 de la línea Castilla. Éstas torres restauradas recuperaron el aspecto original que tenía a mediados del siglo XIX, al incluir el telégrafo en su parte superior. Merece mención especial la torre de Adanero (torre de Arévalo para otros), torre número 11 de la línea Madrid-Irún (Línea Castilla) que fue restaurada en 2002 por una conocida empresa española de telefonía móvil (Movistar), colocando además, un telégrafo en su parte superior, con lo que recuperó el aspecto original que tenía a mediados del siglo XIX. Incluso alguna torre está habilitada como vivienda particular, como es el caso de la torre existente en Torrelodones (Madrid), y otras están aprovechadas para otros fines (palomares, soportes de antenas de telecomunicaciones, etc...).
Otras torres están en la ruina y abandono (en mayor o menos grado) y muchas de ellas desaparecieron tras su abandono por parte de la Administración en el siglo XIX al ser empleadas por los lugareños como cantera o fuente de materiales para construcción. Incluso en la toponimia española se encuentran a lo largo de toda la geografía nacional numerosos cerros o montes que se llaman "Cerro del Telégrafo", "Monte del Telégrafo", "Calle del Telégrafo", "El Telégrafo", o "La Torre", eco inequívoco de que en su cumbre se alzó algún día un telégrafo óptico, o que aún conserva alguna torre, en mejor o peor estado de conservación.
Hay que destacar el interés de algunas asociaciones y profesionales, como la Asociación de Amigos del Telégrafo, en mantener viva la memoria de esta etapa de las comunicaciones españolas. Y hacer una mención especial a Sebastià Olivé Roig (La Canonja -Tarragona 1932 - Madrid 2013), telegrafista y técnico del Cuerpo de Telégrafos (desde 1948), ingeniero de telecomunicación, y posteriormente profesor universitario en la Escuela Oficial de Telecomunicación de Madrid y después en la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica de Telecomunicación de la Universidad Politécnica de Madrid. Se jubiló en 1997 tanto en el Cuerpo de Telégrafos como en la Universidad. Muy interesado la conservación y divulgación del patrimonio de las telecomunicaciones, hizo ya en la década de 1990 una gran labor en la investigación y recuperación de la memoria de la telegrafía óptica en España, catalogando y documentando las torres telegráficas del sistema Mathé. En 2004 contribuyó a la creación de la Asociación de Amigos del Telégrafo, de la que fue presidente desde el primer momento hasta su fallecimiento en 2013.
(Relación de torres del sistema Mathé aquí).
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Detalle de la azotea de la torre restaurada de Moralzarzal, donde se observan los detalles del mecanismo de señalización de la torre. (Fotografía de Antonio López Hurtado, de Moralzarzal, Madrid). |
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Torre del sistema Mathé en Adanero, cerca de Arévalo (Ávila), restaurada en 2002, también de la línea Castilla (torre nº 11). (Clic en la imagen para ampliarla). |
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Torre de Arganda del Rey (Madrid), la nº4 de la línea de Cataluña. Restaurada y musealizada en 2009. Foto: Archivo del ayuntamiento de Arganda del Rey. (Clic en la imagen para ampliarla). |
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Animación del funcionamiento de una torre de Mathé. Fuente: Archivo del ayuntamiento de Arganda del Rey. |
Mathé dotó al Cuerpo de Telégrafos (que dependía principalmente del Ministerio de Gobernación) de una organización eficaz estructurada en varias categorías, que se podían agrupar en dos niveles generales según sus funciones y la procedencia. El primer nivel era el del personal facultativo, nivel superior constituido por inspectores de línea (de primera y de segunda categoría, responsables del servicio de cada línea), comandantes de línea (cuatro o cinco por línea, con comandancias en capitales de provincia o ciudades de impotancia estratégica o política), y comandantes ayudantes o segundo, de apoyo a los anteriores. El personal de este nivel tenía entre otras funciones, el cifrado y descifrado de los mensajes.
El nivel inferior era el nivel operativo al que pertenecían el personal operativo que hacía funcionar las líneas telegráficas, que manejaban los telégrafos. Este nivel estaba constituido por los oficiales de sección (encargados del funcionamiento de las torres que formaban cada sección de la línea), los torreros (que manejaban el aparato telegráfico de cada torre), y ordenanzas o auxiliares (encargados de llevar los mensajes por escrito cuando éstos no podían proseguir adelante por las condiciones de la línea, y como ayudantes y aprendices de los torreros). Cerca de 1000 personas ocuparon estos puestos en los 10 años que duró el servicio de telegrafía óptica, y muchos acabarían después en el telégrafo eléctrico.
Gran parte de las dotaciones de las torres telegráficas, que se componía de tres o cuatro personas, procedían de los escalones bajos del ejército (soldados, cabos y sargentos), de los cuales hubo un excedente tras finalizar la primera guerra carlista, y que habían sido licenciados. A raíz de ello la organización de todo el sistema telegráfico adoptó una estructura de tipo militar, y los torreros formaban un escalón medio dentro de esta organización.
Emplear personal licenciado del ejército fue considerada una decisión acertada, no sólo porque "se daba un acomodo digno a los veteranos, sino porque no hay ningún servicio más análogo al militar que el telegráfico, por los hábitos de subordinación y disciplina que exige, y por las fatigas y privaciones que le son inherentes" (Pascual Madoz, en el artículo 'Madrid' de su Diccionario Geográfico). Sin embargo, las condiciones de trabajo de los torreros serían especialmente duras.Debido al carácter militar de las torres ópticas, los torreros y sus familias no podían vivir en éstas, y tenían su domicilio en la localidad más cercana a la torre. Estaba totalmente prohibido la presencia en las torres cualquier otra persona que no fueran el personal operativo de la torre. Los torreros tenían que desplazarse a las torres donde estaban destinados a diario con las primeras luces del día, disponiendo normalmente para ello de algún tipo de caballería. Debían estar en sus puestos al menos un cuarto de hora antes de salir el sol. Para evitar frecuentes trasiegos del personal asignado a cada torre, los torreros solían hacer turnos completos de 24 horas, que debían pasarlas en el interior del reducido espacio que proporcionaban las torres, muchas de ellas solitarias en medio del campo.
El personal operativo en cada torre solía consistir en dos torreros que se turnaban en el servicio durante la jormada laboral, y un ordenanza, que, según el reglamento, tenía entre sus obligaciones llevar en mano los mensajes urgentes hasta la siguiente torre en caso de interrupción de la línea entre torres (por falta de visibilidad), normalmente realizando una buena caminata y llevando consigo el fusil reglamentario.
Durante su jornada laboral, que se extendía de sol a sol, mientras hubiese luz suficiente para divisar una torre, los torreros debían mirar regularmente a las torres anterior y posterior de la línea para comprobar si alguna de ellas se encontraba en posición de atención. Los torreros desconocían la naturaleza de los mensajes y simplemente se limitaban a reproducir el símbolo que veían en la torre anterior, para que fuese copiado por la posterior. Pero además de reproducir escrupulosamente todos los signos que veían, debían mantener en buen estado de funcionamiento su torre, responsabilizándose del orden, aseo interior, cuidado de las máquinas, limpieza y conservación de los anteojos y relojes, buen estado del armamento y municiones, utensilios y demás enseres.
Además de la dureza de los factores antes mencionados, la vida de los torreros era durísima. Al adusto clima peninsular había que añadir que las torres solían estar en lugares elevados y con buena visibilidad, donde las condiciones se recrudecen, sobre todo en invierno a causa del frío. Los torreros prácticamente trabajaban en muchos casos en condiciones de intemperie. Todas estas penosas condiciones produjeron un gran número de fallecimientos entre los torreros. Se tiene constancia, por ejemplo, de la muerte de un torrero de la torre nº 31 de la línea de Andalucía, la torre de Loma del Carril (en la Sierra Morena, en Montoro), debido a la penosidad ambiental de esta torre, que afectaba bastante a la salud de sus torreros. O el fallecimiento del torrero José Ferrat, en la torre óptica de Fuentidueña de Tajo (torre nº8 de la línea de Barcelona), en abril de 1854, fulminado por un rayo que fue atraído y descargó en el catalejo de observación que estaba utilizando el torrero (los catalejos empleados eran de cuerpo metálico).
A todo esto se unía además el bajo sueldo de los torreros y el hecho de que las deficiencias presupuestarias (en una época de continuos cambios de gobierno) hacían que en demasiadas ocasiones muchas torres fuesen abastecidas por la buena voluntad de los habitantes de las localidades próximas mientras se esperaba a recibir los sueldos de los torreros. El bajo sueldo de los torreros motivó que muchos de ellos ejercieran algún otro tipo de actividad laboral cuando no estaban de servicio.
Ante la situación de miseria en que quedaban las familias de los torreros fallecidos, en julio de 1852 se creó la Asociación de Auxilios Mutuos, que socorría a viudas, huérfanos y a torreros que quedaban inútiles para el servicio. Aunque la asociación era voluntaria, en 1852 casi la totalidad de los torreros y oficiales formaban parte de ella, a la que contribuían con medio día de haber para cada ayuda y en la que en caso de accidente o fallecimiento no había diferencia de cantidades por la categoría que ocupara el telegrafista.
El sistema de funcionamiento de una línea permitía la casi simultánea operación de todas sus torres. Cada torrero tenía la obligación de observar constantemente a las torres colaterales ("observar a vanguardia y retaguardia constante y alternativamente", decía la correspondiente instrucción). El torrero, cuando veía una señal en una de las torres colaterales, debía observar que el otro colateral estaba disponible, es decir, que había visibilidad y no había signo de avería, y entonces repetía en su máquina la señal que veía y la escribía en su cuaderno.
Para este torrero, la torre en la que había aparecido la señal era la 'retaguardia' y la torre siguiente a la suya la 'vanguardia'. Los despachos debían avanzar, pues, de retaguardia a vanguardia. Izado el signo de su máquina, observaba cómo su vanguardia también lo repetía y "repetido que sea por su vanguardia volverá a observar la retaguardia, copiando fielmente el signo que ésta tendrá elevado, escribiéndolo en el cuaderno después de rectificarse como en el anterior, procediendo del mismo modo en el curso de todo el trabajo hasta su terminación". De esta forma los signos que iba izando cada estación eran vigilados por su retaguardia para asegurarse de que eran correctos, y en caso de error, lo indicaban a la torre de vanguardia mediante la repetición del signo correcto precedido del signo de error "M". Transmitido correctamente el signo hacia la torre de retaguardia, el torrero debía volver a observar la torre de vanguardia, para comprobar si transmitía un nuevo signo, volviendo a repetir el proceso.
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Simulación de señales entre torres del sistema Mathé, entre las torres 3, 4 y 5 de la línea de Cataluña. Fuente: Archivo del ayuntamiento de Arganda del Rey. |
Este modo de operar suponía que el despacho avanzaba simultáneamente por toda la línea, pero la falta de un torrero en su puesto podía impedir el funcionamiento del conjunto. Por ello, una vez izada la primera señal, el torrero esperaba un tiempo a que su vanguardia lo repitiera (parece ser que hasta dos minutos), y si aquélla no lo repetía, daba por supuesto que el torrero de vanguardia estaba ausente, ponía la bola señalizadora de su telégrafo en la posición correspondiente (posición 3) y se desentendía de la vanguardia, procediendo entonces a recibir el despacho completo, anotarlo, y repitiendo todos los signos que iba izando para su retaguardia sólo como confirmación. En este caso el despacho quedaba en poder de la estación que había detectado la ausencia del torrero en la siguiente. Esta torre mantenía izada la señal de calificación del despacho hasta que su vanguardia contestaba. Si ésta había contestado durante el curso del telegrama, esperaba a que finalizara la recepción completa y, a continuación, se iniciaba la nueva transmisión hacia la vanguardia.
Para indicar que esta nueva transmisión no implicaba a las torres de retaguardia, la torre que la efectuaba colocaba su bola señalizadora en la 1ª posición e iniciaba la transmisión, colocando con el indicador el número absoluto 171, si la comunicación se dirigía hacia el extremo de la línea, o el 191 , si la comunicación se dirigía hacia Madrid y, a continuación, iniciaba el telegrama que estaba detenido.
El mismo procedimiento se empleaba cuando, en mitad de una transmisión, se perdía contacto visual con la torre de vanguardia, por niebla, por ejemplo. Cuando volvía la visibilidad, la torre reanudaba el mensaje en el mismo punto en que había sido interrumpido, iniciando la transmisión con la cifra absoluta 151 (que se llamaba, por ello, 'signo absoluto de continuación').
El torrero debía estar siempre atento a las torres anterior y posterior, no teniendo momentos de descanso a lo largo de su jormada laboral. No podían distraerse. Cada minuto de retraso en la transmisión de un mensaje les suponía un descuento de real y medio en el salario, que ya de por sí era bajo. Además, periódicamente desde las jefaturas se enviaban cortos 'mensajes de vigilancia', para comprobar la disponibilidad de las líneas ópticas. La ausencia de un torrero en su puesto, aún cuando sólo fuese de unos minutos, paraba el funcionamiento de la línea, y una leve distracción del torreo podía dar lugar a graves errores en la transmisión de los signos transmitidos.
En cada torre existía un "cuaderno de volante", cuaderno donde el torrero anotaba los signos recibidos de la retaguardia y que, según la Instrucción, "estará precisamente pautado y dividido en veintisiete casillas, y cada nueve de éstas, separadas clara y distintamente por una línea de tinta, para evitar la confusión de los períodos", en el cual se anotaban los despachos (así como la hora a la que eran recibidos). También se anotaba en el mismo cuaderno la posición de la bola señalizadora de las torres colaterales y, si la comunicación se interrumpía, se indicaba también. Para diferenciar las anotaciones que correspondían a vanguardia y a retaguardia, se consideraba que la parte superior del renglón era la vanguardia y la parte inferior la retaguardia. En el mismo cuaderno se indicaba, con números menores, la tardanza en repetir la señal la torre de vanguardia.
Según la Instrucción debían darse, por término medio, cuatro signos por minuto (cada operación, como se ha comentado anteriormente, consistía en ver el signo de la torre precedente, identificarlo claramente, anotarlo en el cuaderno de volante de la torre, y repetirlo en la propia máquina de la torre). Operando a este ritmo, un mensaje corto, de los llamados 'de vigilancia', podía tardar un promedio de un minuto por torre, lo que entre Valencia y Madrid suponía tardar unos 30 minutos.
El sistema de Mathé se basaba en torres que debían estar bien a la vista unas de otras, y con ello, no eran nada discretas, y el uso de las redes ópticas era para transmitir informaciones relacionadas con el orden público o la seguridad del estado, siendo los usuarios habituales el Ejército, la Corte y el Gobierno. Por tanto, se requería un sistema de codificación o cifrado de los mensajes, para ocultar la posible interceptación de éstos por usuarios ajenos al sistema o por guerrilleros carlistas y enemigos de España. Además, debía ser un sistema de cifrado lo más robusto posible para que fuera a prueba de atacantes.
Hasta entonces, los principales sistemas de cifrado empleados en los sistemas de telegrafía óptica se basaban en utilizar libros de códigos, que podían incluir centenares o miles de términos. Palabras o frases completas podían ser codificadas con muy pocos signos telegráficos (por ejemplo, un código numérico de tres o cuatro cifras), los cuales debían ser transmitidos símbolo a símbolo. Ello es mucho más rápido de transmitir y más sencillo que realizar una codificación del mensaje letra a letra (sustituyendo unas letras por otras) y enviar éstas signo a signo por la línea telegráfica.
En cualquier caso se requiere de algún método que codifique y cifre eficazmente los mensajes, entendiendo aquí por "eficazmente" no sólo que el cifrado sea robusto y a prueba de atacantes, sino que el mensaje cifrado sea lo más corto posible para que sea más rápido de enviar. Hay que tener en cuenta que cada mensaje había de ser retransmitido por docenas de torres repetidoras, en cada una de las cuales el operador tendrá que manipular mecanismos como palancas o ruedas, lo que impone un límite a la velocidad con que se pueden transmitir señales. Por tanto se ganaba velocidad haciendo una especie de "compresión de datos" al acortar la longitud de los mensajes codificados. Los libros de código son especialmente útiles en ese sentido, ya que permite convertir palabras o frases enteras en signos de longitud más corta.
Esta codificación era importante para aumentar la velocidad de transmisión de los mensajes en una época en que se llevaban las formas ampulosas de expresión. Por ejemplo, para decir que la reina estaba embarazada, había que deir: "El Excmo Sr. Secretario del Despacho del Estado ha notificado de real orden a los Cuerpos Colegisladores y altas dependencias del Estado, para que por tales conductos llegue a conocimiento de la nación, la pausible noticia de hallarse la Reina N.S (Q.D.G.) en los primeros meses de embarazo." Codificando las frases más usuales (y el embarazo de la reina fue una noticia bastante habitual en aquellos años), el mensaje se podría transmitir codificado con tres o cuatro grupos de cifras.
Como se ha dicho anteriormente, las distintas posiciones que podía adoptar el indicador del aparato telegráfico de las torres de las líneas telegráficas ópticas de Mathé se correspondían con las 10 cifras decimales, y el sistema de codificación empleado empleaba tanto palabras como frases completas, que estaban recogidas en un diccionario fraseológico oficial (es un código de tipo vocabulario). El diccionario de Mathé era decimal y abierto, ya que cada frase podía tener un número variable de cifras (había un signo para la separacion de cada grupo de cifras). Cada mensaje constaba de una cabecera y de un número de "periodos" variable. En la cabecera se incluía la fecha, hora, número de registro, número de periodos que componían el mensaje, etc...
El diccionario fraseológico o libro de códigos estaba en posesión del comandante de la línea, que era el único que estaba autorizado para la codificación y decodificación de los mensajes (además del personal facultativo habilitado para ello). La codificación de mensaje se realizaba en dos etapas: Cada palabra o frase completa, e incluso letras sueltas, tenían asignada una ubicación concreta en el libro o diccionario de códigos. La codificación debía basarse en en número de página del libro donde está la frase o palabra, y en la posición que ocupa en ésta o en el código alfanumérico correspondiente a dicha palabra o frase. Este código alfanumérico es el que debía transmitirse por la línea telegráfica empleando los signos telegráficos correspondientes.
Dado el carácter gubernamental de la red de telegrafía óptica, los códigos recogidos en el Diccionario fraseológico oficial correspondían a a frases y expresiones de carácter gubernamental. Contemplaban diversos asuntos como viajes de miembros de la Familia Real, estado de salud de los miembros de la Familia Real, correos con noticias conocidas a través de periódicos, capitanes de barco y viajeros, viajes de personal diplomático, etc, así como de situaciones de mayor trascendencia como movimiento de buques de guerra, movimiento de tropas en tiempos de paz, asuntos aprobados por las Cortes, revueltas y acontecimientos populares, dimisiones, destituciones o nombramientos de altos funcionarios, etc.
Los torreros no conocían el significado de los mensajes que se enviaban por la línea telegráfica, y sólo se limitaban a reproducir en el mecanismo de la torre los símbolos que veían en la torre de retaguardia y comprobar que la torre de vanguardia los recibía (repetía) correctamente. Y aunque estaba totalmente prohibido, se dieron casos en los que las torres vecinas se llegaban a enviar mensajes previamente pactados avisando, por ejemplo, de la imprevista llegada de un inspector de línea.
Cuando en 1844 se dio el impulso necesario a la telegrafía óptica civil en España, ya se conocía la telegrafía eléctrica y se experimentaba en Europa desde hacía 4 años. La dura orografía de la península Ibérica fue, una vez más, un obstáculo cuasi insalvable (como había de ocurrir más adelante con el tendido del ferrocarril) para este avance en las comunicaciones.
El propio Mathé, que se esforzó mucho en la constitución de la red de telegrafía óptica civil española, era muy consciente desde el principio de que la red estaba condenada a muerte a corto plazo. Francia ya había apostado por la telegrafía eléctrica en 1849, e incluso ese mismo año una compañía alemana hizo una oferta al gobierno español para construir telégrafos eléctricos. Pero en aquellos años, aunque la telegrafía óptica ya se percibía como anticuada, la nueva telegrafía eléctrica no contaba aún con las suficientes garantías para cubrir un territorio tan amplio. Además, España vivía un periodo especialmente convulso por los conflictos dinásticos, y un cable telegráfico podía ser saboteado fácilmente, por lo que Mathé valoró la telegrafía óptica como el sistema telegráfico más seguro y fiable.
En 1852 comenzó la construcción de la primera línea de telegrafía eléctrica en España, que uniría Madrid con la frontera francesa en Irún pasando por Guadalajara, Zaragoza, Pamplona y Vitoria. Esta línea eléctrica quedó completada en febrero de 1855 al llegar a Irún, y aunque su servicio coexistió durante unos meses con el de la línea óptica equivalente, la línea Castilla, esta última dejó de funcionar a mediados de 1855. Algunos de los torreros de la línea Castilla fueron trasladados a la línea de Andalucía.
Ese año de 1855 se promulgó una ley por la que se propuso el establecimiento de una red de telegrafía eléctrica por toda España. La línea de Valencia dejó de funcionar en abril de 1856, y finalmente, en agosto de 1857 dejó de funcionar la última línea óptica en servicio de la red nacional, la línea Andalucía (Madrid-Cádiz), abandonándose las torres que estaban en servicio, y confiándose el cuidado de los edificios a la Guardia Civil. El personal técnico del telégrafo óptico sería reciclado para operar las nuevas líneas de telegrafía eléctrica.
El telégrafo óptico civil permanecería en España en servicio durante más de medio siglo, ya que su sustitución por el telégrafo eléctrico en 1857 no fue total y persistió durante mucho tiempo en líneas para aplicaciones secundarias como avisos forestales, usos militares o transmisiones de campaña y en la comunicación desde la costa con los barcos próximos. Persistieron sobre todo en el ámbito militar, ya que las líneas telegráficas eléctricas eran fáciles de sabotear e interrumpirlas, y por ello ya con la telegrafía eléctrica extendiéndose en España, se crearon y mantuvieron redes telegráficas ópticas militares, incluso hasta casi finales del siglo XIX.
Dentro de las redes militares de telegrafía óptica se pueden citar la extensa red militar catalana de telegrafía óptica, creada por el especial cariz que tomó la cuestión carlista en Cataluña por entonces, y cuyas últimas torres dejaron de funcionar a finales del siglo XIX. O las líneas de telegrafía óptica del general Salamanca en el levante español, extendidas en la zona comprendida entre Valencia y el delta del Ebro, también instaladas por la cuestión carlista en esa zona. O el telégrafo óptico militar de Baleares, línea de telégrafos ópticos de tipo semafórico que unía la ciudad de Palma de Mallorca, donde estaba la comandancia naval de Baleares, con Mahón, en la vecina isla de Menorca, donde estaba la base naval, y que debía salvar el brazo de mar que separa ambas islas.
También permaneció la telegrafía óptica como medio de señalización entre barcos y torres costeras, mediante señalización con banderas. En 1873 comenzaron a instalarse varias estaciones costeras oficiales de tipo semafóricas por la Marina (militar) española en fuertes y castillos costeros, y en 1884, por acuerdo con Telégrafos (estamento civil), se conectaron a la red telegráfica eléctrica civil terrestre, constituyendo las estaciones electro-semafóricas. Estas estaciones permitieron el acceso de los barcos a la red telegráfica eléctrica, y se mantuvieron en servicio hasta que a principios del siglo XX la aparición de la radio y su extensión al mundo naval como sistema de comunicación a distancia, las hizo innecesarias.
La red telegráfica óptica ideada y desarrollada por Mathé se considera una red de servicio civil (para diferenciarla de las redes militares), si bien estaba únicamente en manos del gobierno y para el servicio del gobierno, de la Corte y del ejército. Realmente nunca fue usada como instrumento de comunicación para la articulación económica del mercado nacional o para uso de la sociedad civil. Una real orden de 26 de noviembre de 1846 dejaba claro el uso del telégrafo: "Únicamente los Capitanes Generales y los Jefes Políticos, podrán dirigir por el telégrafo comunicaciones ya sea a las Secretarías del Despacho o a las Autoridades Superiores de las Provincias."
La red telegráfica militar catalana fue una densa red de telegrafía óptica que se construyó en Cataluña desde mediados del siglo XIX debido al especial cariz que tomó la cuestión carlista en Cataluña por entonces. Como se ha dicho anteriormente, la segunda línea civil de telegrafía óptica de Mathé, que debía unir Madrid con la frontera francesa en La Junquera (Gerona) pasando por Valencia y Barcelona, no se pudo constituir totalmente ya que el tramo Castellón-Tarragona pasaba por amplias zonas dominadas por los gerrilleros carlistas, al mando del general Cabrera.
Las primeras refriegas carlistas tuvieron lugar en Catalunya a principios del mes de septiembre de 1846 cuando el caudillo carlista Benet Tristany se alzó en Solsona (Lleida) para reivindicar la pretensión al trono de España de Carlos Luis de Borbón y Braganza (conde de Montemolín) tras adbicar y ceder en él sus derechos Carlos María Isidro de Borbón en mayo de 1845, alzamiento que fue bien visto por parte de la población catalana debido a ciertas decisiones dictadas por el gobierno liberal español que no cayeron bien en parte de la población catalana. Pero Tristany murió al cabo de poco tiempo sin conseguir extender la lucha al resto de Cataluña, aunque la aparición de grupos armados carlistas fue una constante en la vida catalana durante los años 1846 y 1847.
Pero el 23 de junio de 1848 llegó el general Cabrera a Cataluña al mando de 10.000 soldados carlistas que se ubicaron principalmente en las zonas pirenaicas, sobre todo en la cuenca del río Ter (en Girona). Cabrera, en lugar de presentar batalla con su ejército, organizó una pertinaz táctica de desgaste y acoso (una guerra de guerrillas, la Guerra dels Matiners, 1847-1849). El ejército gubernamental no pudo combatir con eficacia esta guerra de guerrillas, y tras unos cuantos fracasos, fue nombrado Capitán General de Cataluña al general Manuel Gutiérrez de la Concha (Marqués del Duero), el cual, al ver la imposibilidad de la ocupación militar del amplio y montañoso territorio catalán y la perserverancia de los guerrilleros carlistas de cortar las comunicaciones del ejército gubernamental, vertebró el ejército gubernamental en Cataluña a vertebrarse en torno a fuerzas militares rápidas en sus desplazamientos y permanentemente comunicadas entre ellas. Para conseguirlo, además de relanzar la construcción de caminos y carreteras, de la Concha proyectó la creación de una red telegráfica óptica propia en Cataluña, de carácter eminentemente militar, además de una pequeña red urbana para Barcelona.
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Telégrafo óptico de la red militar urbana de Barcelona. (Clic en la imagen para ampliarla). |
La red de telegrafía óptica urbana de Barcelona se creó en 1848 con el fin de mantener constantemente comunicados los fuertes y acuartelamientos de la ciudad de Barcelona (Castillo de Montjuïc, Ciudadela, Atarazanas, Marqués de la Mina y Palacio de la Capitanía General), encargada por el entonces capitán general de Cataluña, el general Manuel Pavía y Laci, al coronel Leonardo de Santiago (que más tarde llegaría a ser inspector de línea de primera clase de los telégrafos civiles). El sistema ideado por Leonardo de Santiago consistía en un mástil en el que se izaba una bandera que indicaba el destino del mensaje: española, mensaje general; amarilla, para el fuerte de Ciudadela; blanca, para Marqués de la Mina; listada azul y blanca, para Atarazanas; azul, para el castillo de Montjuic, y roja, llamada de atención. Al mismo tiempo, una columna vertical dividida con seis teleras (travesaños) de situación era recorrida por un tambor de señalización que podía adoptar once posiciones. Las teleras de situación ennumeraban empezando a contar por la primera inferior, que sería la primera, y acabando en la sexta. Las posiciones que toma el tambor de señales y su significado en cifras son las siguientes:
Los mensajes se transmitían codificados con cifras, utilizando para ello un diccionario que se componía de un cierto número de palabras ordenadas alfabéticamente. Las hojas del diccionario estaban numeradas por páginas y cada página contenía dos columnas de palabras. Cada palabra era codificada por el número de página y el número de renglón en esa página donde aparece dicha palabra.
En cuanto a la red militar catalana, debía permitir la rápida comunicación de noticias y despachos para combatir la pertinaz guerra de guerrillas que el ejército del pretendiente carlista, mandado por el general Cabrera, realizaba desde el Pirineo gerundense hacia todo el territorio catalán. La red catalana de esta época distó mucho de ser homogénea, y de hecho parte de la red utiliza el sistema de Mathé, mientras que otros tramos empleaban otros sistemas propios. El propio Mathé fue encargado en 1848 por el Capitán General de Cataluña (que era el Marqués del Duero), de la construcción de algunas de las líneas de la red militar catalana, como las que enlazaran Barcelona con Lérida, Manresa, Vic y otros pueblos del interior. En ese año, Mathé estaba trabajando en el trazado de las líneas de Cataluña y de Andalucía de la red nacional.
El proyecto inicial de la red se articulaba tomando como centro Barcelona (concretamente partían desde el Palacio de Capitanía de Barcelona, pasando por el castillo de Montjuïc). Desde allí salían las líneas en dirección a la Jonquera (pasando por Calella, Blanes, Hostalric y Girona), Lleida (pasando por Martorell, Esparraguera, Igualada, Cervera, Mollerussa), y una tercera, circular, que compartía parte de la línea de Lleida y pasando por Manresa llegaba hasta Vic y volvía por Tona y Granollers a la capital catalana. La construcción de esta red militar, con un total de unas 80 torres y unos 800 km de recorrido, se realizaría en un breve periodo de tiempo (entre 1848 y 1849). El papel relevante dado al telégrafo por el general De la Concha (Marqués del Duero) y las vicisitudes bélicas fueron determinantes en su construcción. El interés del general De la Concha en una comunicación rápida y constante queda manifiesto en medidas como la de duplicar los mensajes enviándolos tanto por el telégrafo como mediante correos a caballo. Las vicisitudes de la guerra convirtieron a Vic en un punto estratégico (por su proximidad a la zona donde se acantonaban las guerrillas carlistas), que acabó como base de operaciones del general De la Concha y como centro neurálgico de la red telegráfica, ya que se construyeron diversas líneas transversales y ramales a las proyectadas en un principio.
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Torre típica de la red militar catalana, con su telégrafo distinto al telégrafo empleado en las torres de la red civil de Mathé. No representado, posiblemente el poste central estaba pintado con 6 franjas de colores claro y oscuro alternados para indicar las posiciones que podía adoptar la bola vertical. |
Las torres de la red militar catalana fueron proyectadas por el coronel Manuel Ramón García, el cual estaba al mando de una comisión auxiliar telegráfica formada por miembros del cuerpo de ingenieros del ejército creada para el desarrollo de esta red. Las torres estaban basadas en el modelo de Mathé para las líneas civiles, y se proyectaron tres modelos. En el modelo más usado, los tres pisos de que constaba la torre, incluyendo la planta baja con los muros en talud, tenían aspilleras en lugar de ventanas y el terrado estaba almenado. Estas torres tenían más apariencia de pequeño fortín defensivo militar, y de hecho estas torres estaban ocupadas, además de por los torreros, por una guarnición de quince soldados.
Como en el caso de las líneas civiles de Mathé, si era posible, se preferían torres, edificios y estructuras elevadas ya existentes (muchos telégrafos se intalaron en las torres de los campanarios de iglesias) o fortificaciones situadas en el interior de pueblos o ciudades. Esto era importante para finalizar cuanto antes la construcción de la red. En algunos casos coinciden en el mismo emplazamiento el telégrafo civil y el militar, construyéndose dos torres (una civil y otra militar) muy juntas o aprovechando algún edificio o fortificación sobre el que se colocaron los aparatos. La construcción y/o adaptación de las torres fue financiada por los pueblos de alrededor y más tarde, a través de los fondos de quintas atrasadas, el ejército devolvió el importe de su construcción.
Mathé ideó para esta red un sistema de señalización distinto al empleado en la red civil, que era más rápido y sencillo en su manejo. Básicamente constaba de un mástil o poste vertical dividido en seis franjas iguales, franjas que podían estar pintadas alternadas en colores claro y oscuro (blanco y negro, por ejemplo) para su fácil visualización en la distancia. Sobre la cuarta franja se situaba una polea a la que se acoplada una verga o percha, en cuyos dos extremos se colocaban dos platillos circulares. Gracias a la polea, la percha podía girar en el plano vertical 360º (una vuelta completa). En la parte superior del poste vertical había un pescante (saliente) con una polea en su extremo que mediante una cuerda permitía subir y bajar verticalmente una bola del mismo diámetro que los platillos de la verga. Por la noche se sustituían los platillos y la bola por faroles.
Para transmitir, la verga adoptaba cuatro posiciones respecto al poste vertical: vertical, horizontal, inclinada 45º a la derecha (tomando como referencia la cuerda vertical con la bola) e inclinada 45º a la izquierda. En cuanto a la bola, ésta podía ser posicionada en las cinco primeras franjas del poste vertical. Esto hacía que el número de posiciones diferentes que podía adoptar el telégrafo (signos del telégrafo) fueran 20, usadas para los mensajes. La sexta posición de la bola (la inferior) permitía definir 4 señales de servicio.
Y para la codificación de los mensajes, Mathé compuso en 1849 un "Diccionario y tablas de transmisión para el telégrafo de noche y de día". Este diccionario era un libro de código con más de 23.000 términos de tipo militar que estaban agrupados en varios capítulos: el primero era un diccionario general que incluía voces comunes y términos generales; el segundo dedicado a palabras y frases militares; un tercero que recogía un nomenclator de geografía general y otro de geografía catalana, y un cuarto capítulo con temas diversos como la hidrografía, la Historia Sagrada, la Mitología, etc. En cada uno de ellos, los términos estaban ordenados alfabéticamente en páginas de varias columnas de 50 líneas o filas.
Este diccionario también incluía un amplio anexo con todas las fórmulas posibles de transmisión, las Tablas de transmisión. El hecho de que los registros de los modelos de transmisión fueran variables y los cambios de clave fueran diarios, salvaguardaban el secreto de las transmisiones, incluso aunque algún diccionario cayera en manos de los carlistas. El propio Mathé da a entender que la protección de los mensajes va más allá, ya que, aunque rehusó explicar el método concreto de cifrado de los mensajes, deja entrever que dicho método existe, aunque su conocimiento quedaría restringido a los telegrafistas militares y aquellos con "necesidad de saber".
Por ejemplo, la palabra Montjuic (nombre del monte que domina la ciudad de Barcelona, junto al puerto, en cuya cima hay una importante fortaleza militar típica del siglo XVIII, en la que se instalaron dos torres de telegrafía óptica) aparece en este diccionario en la página 41, columna 15, línea 43. Se podría sugerir que el cifrado de esta palabra podría ser 411543, pero también como 414315, 431541 o cualquier otra combinación posible con dichas cifras. Incluso es posible que se considerase la posibilidad de recifrar el código, de forma que el resultado sea totalmente diferente (añadir una segunda etapa de cifrado a los mensajes fue norma habitual en los libros de código diplomáticos de años posteriores). Pero como se ha dicho, Mathé no explicó cuál fue el sistema de cifrado empleado, aunque dejó entrever la tendencia que seguiría la criptografía diplomática y civil de finales del siglo XIX, impulsadas por la extensión de la telegrafía eléctrica Morse.
Parece ser que el cifrado de los mensajes seguía el siguiente procedimiento: Cada palabra del mensaje (también se incluían pequeños grupos de palabras con sentido) debía ser buscada en el diccionario, y se tomaba nota de en qué página, columna y línea estaba localizada. A continuación se buscaba en la misma posición (página, columna y fila) pero de las Tablas de transmisión. El código encontrado en esa posición era el código correspondiente a la palabra a transmitir, constituido por dos a 4 signos del telégrafo. Estos códigos de transmisión también estaban formando grupos y ordenados alfabéticamente, para su fácil localización en las Tablas para la decodificación de los mensajes recibidos. En esta explicación se muestra de forma resumida cómo funcionaba este cifrado de los mensajes.
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Foto anterior a restauración de la torre de Montornes (finalizada en 2013), torre de dos plantas que permanecía en estado ruinoso y completamente abandonada (fotografía de Emilio Borque). |
El conjunto de la red óptica militar catalana estuvo en funcionamiento hasta 1862, convirtiéndose en el entramado óptico telegráfico de más duración en España, y esto hace que esta red sea más especial que la red civil de Mathé. En la tercera y última de las guerras carlistas (1872-1875) el ejército utilizó la red de telegráfica eléctrica construida hasta entonces por el Estado, además de las empleadas por las compañías de ferrocarril. Pero en lugares como la montaña central catalana y en comarcas como la Ribera d'Ebre y el Baix Ebre (Tarragona), utilizaron redes alternativas de telegrafía óptica con la finalidad de reforzar o sustituir la red de telegrafía eléctrica, la cual frecuentemente era saboteada por los guerrilleros carlistas (y que por otro lado no estaba tendida en grandes áreas de Cataluña). Y es aquí donde interviene el general Salamanca, con su propia red militar de telegrafía óptica (ver a continuación).
En total, se llegaron a construir en Catalunya más de 150 estaciones de telegrafía óptica militar, algunas de las cuales aún se conservan y han sido restauradas, y buena parte de ellas están ya desaparecidas o apenas quedan restos de ellas. Este gran número de torres estaba justificado por la especial orografía de Cataluña. Y aunque fue una red de telegrafía eminentemente militar, también fue empleada para usos civiles.
Como ejemplo, en el castillo de Montjuic (mencionado anteriormente), que se alza sobre el puerto de Barcelona, en su torre atalaya aún se conservan los restos de un antiguo telégrafo óptico formado por un mástil vertical y dos travesaños horizontales en distintas orientaciones, que recuerdan vagamente el mástil de un barco antiguo, y que se siguió utilizando para dar aviso e información de los buques que se aproximaban a la ciudad, usando para ello un código aprobado en 1858. El castillo de Montjuic fue punto de acceso y paso por Barcelona de la línea civil de Madrid a la Junquera (línea Cataluña), así como punto central de la red de telegrafía óptica militar catalana.
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Torre del Castillo de Montjuich con la instalación del telégrafo óptico, y algunas de las señales del código del telégrafo de Montjuich aprobado en 1858. |
Nota: Lista de torres de la red militar catalana
La proliferación de acciones armadas por parte de los carlistas en el levante español impedían el establecimiento de líneas de telegrafía eléctrica, fácilmente saboteables. En el caso de Cataluña, estas incursiones con frecuencia dejaban ambos lados del río Ebro incomunicados al hundir las barcazas que lo cruzaban, y la falta de soldados en el ejército liberal para controlar los pasos del río y las zonas de actividad carlista, motivaron que el general Manuel de Salamanca y Negrete (nombrado gobernador militar de Tarragona en noviembre de 1863) ordenara construir entre los años 1863 y 1865 una extensa red de telegrafía óptica que se extendía por las provincias de Tarragona, Teruel, Zaragoza, Valencia y Castellón. Siguiendo la orilla derecha del Ebro, mediante una línea de 45 torres ópticas, se proyectó unir Zaragoza con Amposta (con un ramal desde Mora de Ebro a Gandesa).
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Telégrafo del general Manuel de Salamanca. |
La red del general Salamanca fue bastante extensa y eficaz, y contribuyó a pacificar la zona. Para su constitución colaboraron funcionarios del ya formado Cuerpo de Telégrafos, constituyendo una colaboración exitosa de las organizaciones civil y militar de telegrafía, y que permitió que la red se constituyera rápidamente, se mantuviera en buen estado de conservación, y fuera rápida al transmitir noticias sobre la situación del enemigo carlista. Algunas de las torres de esta red tomaron forma de verdaderos castillos fortificados, como es el caso de la torre-castillo de Caspe (Zaragoza). En otras líneas aprovechó las abandonadas torres del sistema de Mathé, como en el caso de la línea de Valencia al límite con la provincia de Cuenca.
El sistema ideado por el general Salamanca para esta última red de telegrafía óptica militar buscaba la sencillez, pensando tanto en su utilización como en el aprendizaje. El aparato telegráfico estaba compuesto de un árbol de madera, y muy cerca de su extremo superior giraban dos aspas o brazos. Las diferentes posiciones de las aspas, similares a los movimientos de los brazos de una persona formando ángulos con su cuerpo, componían las diferentes señales. Éstas consistían en 10 señales de tráfico (codificaban los 10 dígitos decimales) y dos de servicio, según el código desarrollado por el propio general Salamanca. Para la transmisión nocturna se colocaban dos faroles en los extremos de las aspas y el eje sobre el que giraban.
Las distintas líneas que constituyeron la red de telegrafía óptica del general Salamanca fueron las siguientes:
Posteriormente el general Salamanca trató de establecer otra red similar en Vizcaya, otra zona de conflicto con los carlistas, pero no tuvo éxito. En 1874 fue el general De la Concha, creador de la red militar catalana casi 30 años antes, estableció una red militar óptica (con la colaboración de Mathé, ya jubilado) en Navarra y zonas limítrofes, donde también había bastante actividad carlista, con tres líneas (Logroño - La Guardia, Tafalla - Pamplona y Miranda de Ebro - Vitoria), que prácticamente tenían los mismos trayectos que las líneas que estableció el general Santacruz en 1837.
Después de estas redes militares de telegrafía óptica prácticamente ya no se volvió a instalar ninguna otra red de telegrafía óptica, por lo que son las últimas redes terrestres instaladas en España de telegrafía óptica.
Otro de los telégrafos ópticos que pervivió bastantes años tras la implementación de la telegrafía eléctrica en España fue la línea de telegrafía óptica militar de Baleares, que unió desde 1852 la comandancia de Palma de Mallorca con la base naval de Mahón (Menorca), y que debía salvar algo más de 40 km de distancia sobre el mar, distancia que separa las islas de Mallorca y Menorca.
Las islas Baleares, por su carácter insular, siempre han tenido la necesidad de preservar sus costas de la llegada y desembarco de barcos piratas (epecialmente procedentes del norte de África) o de enemigos (en tiempos de conflictos), por lo que ya desde la Edad Media se construyeron en muchos puntos de la costa torres de vigilancia para vigilar las costas y dar la alarma en caso de llegada de barcos piratas o enemigos. Esto también se dio en la costa mediterranea peninsular, también expuesta a peligros similares.
Estas torres de vigilancia costera o "atalayas" ("talaia" en lengua balear), llegaron a estructurarse a finales del siglo XVI en un efectivo sistema de vigilancia a propuesta de D. Juan Benimelis (médico, historiador y astrónomo), con un procedimiento por el cual las torres se comunicaban por las noches mediante hogueras para avisar de los navíos avistados y su número, transmitiéndose de una torre a otra hasta llegar a Palma de Mallorca. El procedimiento se reformaría en 1719, y con algunos perfeccionamientos posteriores, estuvo vigente hasta el siglo XIX.
La idea del telégrado óptico militar la propuso en 1848 el capitán general de las islas Baleares, el mariscal de campo D. Fernando Cotoner, para el cual era una situación de riesgo en caso de conflicto que la capitanía estuviera en Palma de Mallorca (isla de Mallorca) y la base naval en Mahón (o Maò), en la isla de Menorca. A finales de julio de 1848 se hicieron pruebas instalando sendas estaciones de telegrafía óptica a ambos lados del brazo de mar que separa las islas de Mallorca y de Menorca, una en el monte de Son Jaumell (cercano a Capdepera) en la isla de Mallorca, y el otro en el monte Bajoli (en el cabo de Menorca, cercano a Ciutadella) en la isla de Menorca, con una distancia de 43 km sobre el mar. Comprobado que el enlace era posible, una real orden permitió que se instalara la línea de telegrafía óptica solicitada, entre capitanía naval en Palma de Mallorca (ubicada en el Palacio de la Almudaina o Almudena) y la base naval de Mahón (terminando la línea en la fortaleza de Isabel II, por entonces en construcción).
En la construcción de esta línea fue de inestimable ayuda el entonces teniente de navío D. Ramón Trujillo y Celani, que había sido antiguo colaborador de Juan José de Lerena en la construcción de la red telegráfica a los Reales Sitios la década anterior, y también colaborador de Jose María Mathé. La línea comenzó a funcionar oficialmente en junio de 1852, y estaba constituida por 5 torres ópticas en la isla de Mallorca y 6 en la isla de Menorca, salvando el brazo de mar que separa las islas con las torres de Son Jaumell y del monte Bartoli.
En 1860 la telegrafía eléctrica uniría ambas islas con un cable submarino, pero debido a las muchas averías que éste sufría, se autorizó que el telégrafo óptico, de uso militar, sirviera como reserva en caso de avería del cable submarino, de uso civil. Esta situación duró hasta 1880, cuando se desactivó la línea militar óptica. Pero como el cable submarino seguía dando bastantes problemas, en 1882 se reactivaron las dos estaciones de Son Jaumell y Bartoli, que tenían conexión con la red telegráfica eléctrica, y permanecieron en servicio hasta 1889, cuando se desmontaron definitivamente ambas estaciones ópticas.
Apenas hay bibliografía sobre esta línea telegráfica óptica, y apenas ha dejado algún recuerdo en la toponimia de ambas islas, por lo que se desconoce bastantes aspectos de esta línea. Parte de las estaciones telegráficas se instalaron en atalayas costeras ya existentes, y las estaciones eran atendidas por un cabo y dos o tres soldados que manejaban el aparato telegráfico. El aparato telegráfico de cada estación consistía en un mástil que soportaba dos grandes brazos pintados que podían adoptar diferentes ángulos para transmitir los diferentes signos telegráficos. Era bastante similar al telégrafo del teniente coronel Hurtado, pero de un tamaño mayor, ya que debía ser visto desde distancias de más de 40 km, como la que separa ambas islas. En cuanto al código empleado, no ha quedado constancia alguna.
Un total de 10 torres constituían la línea, 5 en Mallorca y 5 en Menorca (6 según otras fuentes). A título informativo, las torres conocidas son las siguientes:
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Telégrafo del Santuario de Cura, en el Puig de Randa, cercano a Llucmajor. Grabado del archiduque alemán Luwding Salvator, en su obra "Die Balearen" (Las Baleares). |
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Mapa con el trazado del telégrafo óptico militar de Baleares. (Clic en la imagen para ampliarla). |
A pesar del imparable avance de la telegrafía eléctrica, la telegrafía óptica se modernizó, y en el año 1856 un ingeniero francés, funcionario del servicio telegráfico de Argel, llamado M. Lescurre, inventó el heliógrafo. Con el heliógrafo se podían transmitir señales en código Morse (código usado en los ya existentes telégrafos eléctricos), mediante el uso de la brillante luz del Sol, y ello lo constituyó en un sencillo pero muy efectivo instrumento para comunicaciones ópticas instantáneas a largas distancias.
No obstante, ya los griegos habían empleado en el año 405 a.c escudos pulidos para comunicar incidencias durante la guerra mediante el uso de la luz solar. Hacia el año 35 d.c. el impopular emperador romano Tiberio rigió los destinos de su imperio desde su residencia en la isla de Capri, transmitiendo órdenes codificadas a tierra a una distancia de unos 12 km mediante el uso de un primitivo sistema de heliógrafo. Y ya en 1810 el profesor alemán Johan Carl Friedrich Gauss (1777-1855), de la Universidad Georg-August de Göttingen, realizó el heliotropo, un predecesor del heliógrafo, con un funcionamiento similar en lo básico.
En el heliógrafo los rayos solares son captados y dirigidos hacia un espejo móvil incorporado en el aparato, espejo de 20 centímetros de diámetro, y que por reflexión, podían enviarse las señales en forma de intensos destellos de luz del Sol hacia donde fuera apuntado el heliógrafo. La posición del espejo móvil era controlada por el operador telegrafista, que actuando sobre una palanca, podía enviar los destellos hacia la dirección donde apuntaba el heliógrafo, o no enviarlos (girando algo el espejo, la luz solar reflejada quedaba dentro del aparato, o se enviaba al cielo). Un sistema de apuntamiento permitía orientar el espejo reflector en la dirección correcta según la posición del sol. También hubieron modelos que empleaban un espejo reflector fijo y una especie de persiana o cortinillas accionadas con una palanca que colocada delante del espejo reflector, dejaba pasar o no el haz reflejado de rayos solares.
Si el sol estaba de frente al espejo reflector, éste podía reflejar los rayos solares directamente hacia el observador distante. Sin embargo, cuando el sol estaba en sentido opuesto (de espaldas) o en una dirección muy desviada respecto al observador distante, se disponía de un segundo espejo reflector fijo que se empleaba para capturar el haz reflejado por el espejo reflector principal y dirigirlo hacia el observador distante.
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Sello de Malí de 1965 conmemorativo del centenario de la UIT, con la representación del heliógrafo de Lescurre. |
El heliógrafo ideado por Lescurre era de dos espejos, y se adaptaba automáticamente al movimiento del Sol en el cielo. Para ello, el primer espejo era móvil y giraba accionado por un mecanismo de relojería alrededor de un eje de giro paralelo al eje geográfico de la Tierra, girando al rededor de este eje con un movimiento uniforme y exactamente igual al movimiento de rotacion de la Tierra sobre sí misma. Esto permitía que el primer espejo, una vez ajustada su posición, siguiera automáticamente el movimiento del Sol, no debiendo de retocarse manualmente su orientación posteriormente. El segundo espejo es fijo, y recibe el rayo luminoso reflejado por el espejo movible, reflejándolo en la dirección de apuntamiento del heliógrafo, dirección que se regulaba con la orientación del espejo fijo. Este segundo espejo está conectado mecánicamente a un pequeño resorte de acero que era actuado manualmente por el operador del aparato, resorte con el que se imprime al reflector un movimiento mas ó menos brusco, desviando la dirección de los rayos solares reflejados, lo que permite generar los destellos en la dirección correcta siguiendo el código telegráfico Morse, empleándose destellos cortos y largos equivalentes a las señales de punto y raya de la telegrafía Morse.
El segundo espejo podía ser girado manualmente alrededor de un eje de giro vertical, para poder proyectar el rayo solar relejado sobre el horizonte, barriendo con el giro del espejo una zona horizontal más o menos amplia (según el ángulo de giro del espejo) y de medio grado de altura, lo que se emplea para llamar la atención al corresponsal con el que se desea comunicar, operador de otro heliógrafo, allí donde esté. Éste, al percibir los destellos del primero, le llama y señala su posición de manera similar, y ambas estaciones orientan su segundo espejo (el fijo) para dirigir los destellos solares hacia la posición de la otra estación, pudiendo ya iniciarse ela comunicación entre ambos.
El heliógrafo de Lescurre pesaba unos 8 Kg, se colocaba sobre un trípode de madera, y se orientaba con la ayuda de una brújula y de un nivel, incorporados en el propio aparato. Además incorporaba un anteojo para poder percibir mejor los destellos de las estaciones distantes.
Los destellos transmitidos por los heliógrafos, al ser muy brillantes, se pueden percibir a distancias de hasta 50 Km o más, dependiendo del tamaño y la claridad de los espejos usados, y de la claridad de la atmósfera. A simple vista se pueden ver los destellos a distancias de hasta 50 Km, y a mucha mayor distancia se pueden observar utilizando la estación receptora un anteojo. El récord está en 295 Km, obtenido el 17 de septiembre de 1894 por el cuerpo de comunicaciones del ejército norteamericano empleando heliógrafos con espejos de 8 pulgadas cuadradas de superficie, enlazando dos estaciones, una en el monte Ellen (Utah), y la otra en el monte Uncompahgre (Colorado). Se considera que el alcance a simple vista es de unas 10 millas (15-16 Km) por cada pulgada (2,54 cm) de diámetro del espejo reflector.
Los destellos se envían en un haz estrecho, bastante directivo, por lo que no son visibles para observadores que estuvieran fuera del haz, aunque pueden ser interceptados por observadores que se encuentren dentro de la dirección del haz o muy próxima a ella. Algunos heliógrafos de aplicación militar incluyeron tubos por los que se hacía pasar el haz reflejado para disminuir la dispersión del haz y hacerlos más directivos.
Los heliógrafos proporcionan un sistema de comunicación óptica a largas distancias, difíciles de interceptar (sólo si se está situado en la dirección del haz reflejado), y son aparatos sencillos y fáciles de transportar, y por ello los heliógrafos fueron utilizados preferentemente en comunicaciones militares desde finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. El primer heliógrafo para uso militar fue desarrollado por Sir Henry Christopher Mance (1840-1926), del cuerpo de comunicaciones del ejército británico, mientras estaba destinado en Bombay (India). Basándose en los heliotropos, desarrolló un heliógrafo de muy poco peso, que podía transportarse fácilmente junto con un trípode, y que podía ser manejado por un solo hombre. El heliógrafo de Mance fue muy efectivo, y formó parte del equipamiento del ejército británico durante más de 60 años. De hecho, el heliógrafo estuvo catalogado como equipo de comunicaciones estándard de los ejércitos de Gran Bretaña y Australia hasta los años 1960's, siendo considerado un equipo de comunicaciones con baja posibilidad de ser interceptado. También se empleó bastante en vigilancia forestal y en trabajos de cartografía.
Así, por ejemplo, a finales del siglo XIX, en la guerra de los anglo-boers en Sudáfrica ambos bandos emplearon el heliógrafo. En Estados Unidos durante la campaña contra el indio Gerónimo, el ejército norteamericano estableció una red de comunicaciones entre fuertes mediante heliógrafos que se extendió cientos de millas.
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Heliógrafos del servicio de comunicaciones del ejército norteamericano, año 1898. |
Un sistema parecido, de telégrafo óptico por emisión de luz, fue empleado durante muchos años en el siglo XX en el ámbito militar para comunicarse entre sí barcos con visibilidad óptica entre ellos, y era una especie de foco luminoso que incluyen su propia generación de luz, dotados de unas tablillas frontales plegables (como una pequeña persiana) que al ser accionadas mediante una palanca, dejan pasar o no el haz de luz. Se trata de los dióptricos, y aunque son menos manejables que los heliógrafos, tienen la ventaja de poder emplearse en cualquier momento, tanto de día como de noche. Su uso evitaba usar comunicaciones de radio entre barcos, que podían ser interceptadas por el enemigo, y aún se usan en los barcos de guerra por este motivo.
Actualmente estos dispositivos señalizadores se conocen como sistema ALDIS (Lámpara Aldis, en inglés Signal Lamp), en honor a su probable inventor, Arthur C. W. Aldis. Con el tiempo, fueron fabricándose modelos más sofisticados, con activación de impulsos luminosos en forma automática.
El telégrafo eléctrico constituye una de las primeras aplicaciones industriales de la electricidad. Con el descubrimiento de las pilas eléctricas y de los fenómenos electromagnéticos, el sistema de comunicaciones a distancia recibió un gran impulso. Se puede decir que el telégrafo eléctrico nació en la primera mitad del siglo XIX para poder transmitir noticias a mayor velocidad que la del ferrocarril (que comenzó a desarrollarse por entonces), y de hecho, tuvo su primera aplicación en las primeras líneas ferroviarias.
La electricidad electrostática ya era conocida hacía tiempo, pero su uso era muy limitado, ya que no este tipo de electricidad no podía ser generada y manejada en cantidades suficientes para aplicaciones prácticas, y era un fenómeno casi circunscrito a la experimentación en laboratorio. Durante los siglos XVII y XVIII se habían ideado máquinas generadoras de electricidad electrostática basadas en el frotamiento de determinadas materias electrizables como el vidrio o el azufre, y en 1768 el inglés Jesse Ramsden había conseguido mejorar los generadores electrostáticos existentes diseñando una máquina generadora de electricidad estática capaz de ofrecer a los experimentadores una fuente de electricidad satisfactoria, aunque de poca potencia.
Pero con la invención de la botella de Leyden en 1746 por Ewald Georg Kleist y Pieter van Musscheubroek en la ciudad holandesa de Leyden, que constituye la primera versión de un condensador eléctrico, se permitió almacenar mayores cantidades de electricidad estática, y con ello aparecieron los primeros prototipos de telegrafía eléctrica empleando la electricidad electrostática, pensados para transmitir mensajes a distancia. Y todo ello años antes de que Volta inventase la primera pila eléctrica en 1800 (y dada a conocer al mundo científico en 1802).
El 17 de febrero de 1753 apareció en la revista escocesa The Scot's Magazine un artículo firmado por un anónimo colaborador C.M., posiblemente Charles Marshall (o Charles Morrison), desde Reufrew (Escocia), en el que describe con minuciosidad el primer aparato telegráfico electrostático. El sistema se componía de tantos pares de hilos metálicos, aislados entre sí, como letras del alfabeto, esto es, 26 pares de hilos. Cada uno de ellos acababa en las puntas de un extremo en una bolita de médula de saúco, que atraía electrostáticamente un papelito con la letra correspondiente cuando se aplicaba en el otro extremo del par la electricidad estática generada por una máquina electrostática de tipo Wimshurst.
El telégrafo de C.M. no dejó de ser un experimento de laboratorio interesante, pues sólo consiguió comunicar dos habitaciones contiguas de su casa, todo ello debido a la poca potencia y manejabilidad de la electricidad estática, y su realización práctica no se llevó a cabo. Pero habría que esperar hasta 1774 para ver construido y funcionando el primer prototipo de telegrafía electrostática fabricado en Ginebra por el físico ginebrino George Louis Lesage. Se trataba de un sistema similar al descrito por C.M., pero con algunas modificaciones para mejorar su funcionamiento: Usaba 24 alambres conductores, cada uno de los cuales tenía en su extremo receptor
una bolita de médula de saúco marcada con una letra. Los hilos iban dentro de un tubo de cerámica con divisiones interiores para cada uno de los hilos (esto permitía proteger los hilos de la electricidad atmosférica). Cuando en el extremo emisor
de uno de los alambres se aplicaba la electricidad estática generada por una barra de lacre que había sido frotada, la bolita de saúco en el otro extremo del alambre oscilaba al recibir la electricidad transmitida por el alambre.
El telégrafo de Lesage también se probó sin que se le diera más importancia que un experimento de laboratorio y también fue olvidado. Existía por aquella época la opinión de que la electricidad estática (la única conocida), por su pequeña potencia y su dificultad de uso, era más una curiosidad científica sin aplicaciones prácticas, y sus fenómenos eran simples experimentos de física recreativa. Sin embargo, unos pocos físicos europeos estudiaron la electricidad con método y rigor científico. Es el caso del italiano Alejandro Volta (1745-1827), el cual inventó el electroforo en 1775 para producir electricidad y el electroscopio en 1782 para medirla, y finalmente la pila eléctrica en 1800, la que permitiría entonces obtener grandes cantidades de energía eléctrica. O en España, el doctor barcelonés Francisco Salvá y Campillo, cuyos trabajos de investigación fueron muy avanzados en su época y que le llevaron a ser el primero en ver, con claridad de detalles, la aplicación de la electricidad en la telegrafía eléctrica, llegando a desarrollar algunos telégrafos eléctricos.
El canario Agustín de Betancourt (ya citado anteriormente) también estudió la transmisión de señales electrostáticas a distancia, y en 1787 (aunque este año es incierto) utilizó botellas de Leyden en sus experimentos, capaces de almacenar mayores cantidades de electricidad estática generada por una máquina Wimshurst, y logró enviar señales telegráficas entre Madrid y Aranjuez a través de una línea realizada con un cable de 9 hilos, tendida sobre postes que se instaló para ello. Los hilos estaban aislados entre sí con papel y una especie de laca o gutapercha. Sin embargo, el uso de la electricidad estática presentaba numerosos inconvenientes (se requerían muchas estaciones intermedias con potentes máquinas electrostáticas y baterías de botellas de Leyden para reenviar los mensajes, y los medios de aislamiento de los conductores en aquella época no eran aptos para tan largas tiradas de cable), y ello hacía que el telégrafo eléctrico de Betancourt fuera poco fiable y práctico, por lo que Betancourt desistió del uso de la telegrafía eléctrica, quedando sin uso dicha línea.El telégrafo eléctrico de Betancourt presentaba algunas características interesantes: La línea estaba constituida por 8 alambres de señal y uno de retorno, por lo que cualquier carácter transmitido era codificado como la transmisión de electricidad estática por unos hilos y por otros no, usando el hilo de retorno como hilo común para cerrar los circuitos eléctricos de los hilos de señal: Este esquema de transmisión de señales modernamente se podría decir que equivale a la transmisión de los caracteres alfanuméricos en forma de bytes (8 bits) por la línea: Podía enviar hasta 255 códigos diferentes por la línea, según se enviara señal eléctrica simultáneamente por unos hilos y por otros no.
Y volvemos al ya mencionado doctor barcelonés Francisco Salvá y Campillo (1751-1828), el cual fue un muy afamado médico (impulsor de la vacuna contra la viruela en España), físico de primer nivel que experimentó con rigor científico con la electricidad, fue uno de los primeros meteorológos científicos y un hombre de curiosidad insaciable. En 1788 el Dr. Salvá leyó en la Academia de Ciencias de Barcelona la ponencia "Memoria sobre la electricidad positiva y negativa", cuya contribución ampliaría posteriormente, en 1800, con la "Disertación sobre el galvanismo", en la que analizaba las teorías de Galvani, Volta y Humboldt sobre la naturaleza de la electricidad.
Y el El 16 de diciembre de 1795, Salvá dio a conocer en la Academia de Ciencias de Barcelona sus resultados sobre electricidad aplicada a la telegrafía, en una memoria titulada "La electricidad aplicada a la telegrafía", y en la que se contemplaba la posibilidad de utilizar la electricidad en telegrafía. En ella ya habla de la construcción de algún tipo de telégrafo: "... el pequeño telégrafo que acabo de montar, a fin de demostrar solamente la posibilidad de hablar por medio de la electricidad...". En cuanto a la descripción de este telégrafo, en la memoria decía que disponía de 17 letras comunicadas mediante otros tantos pares de "hilos de alambre vestidos de papel, juntados en forma de cuerda". En los extremos de cada par hay un botoncito redondo "para que la materia eléctrica haga ruido al pasar" y unos contactos hechos con cintas de estaño con los que "se ve pasar la descarga eléctrica". La única fuente de energía era la electricidad estática y la forma de visualizarla era las chispas que producía en las descargas. No obstante, dispuso de "botoncitos" a modo de primitivos zumbadores que avisaban acústicamente de la recepción de cada letra, lo que cumplía la exigencia de Salvà de que "es preciso que la electricidad pueda hablar".
En dicha memoria Salvá anticipa algunos aspectos sobre la telegrafía, como la fabricación y tendido de las (futuras) líneas telegráficas: Aislar los hilos con papel barnizado, formar cuerdas (cables) con ellos y "hacerlos sostener por mástiles muy altos (......) La cuerda de alambre podría correr por caños subterráneos, dividiéndolos para mayor precaución con una o dos líneas de alguna resina aislante.". Es decir, Salvá anticipa el empleo de cables colgados entre postes o enterrados para las transmisiones telegráficas terrestres.
Salvá también intuye ya la ley de Ohm (aun cuando no se conocía la corriente eléctrica continua), y con ello, la posibilidad de enlazar con líneas telegráficas ciudades bastante distantes entre sí: "Multiplicando las botellas (de Leyden) es probable que su fuerza llegaría a hacer pasar el golpe eléctrico a 100 leguas de distancia (unos 600 km) ...... En consecuencia, no es imposible establecer de Barcelona a Madrid un telégrafo eléctrico.". Con ello también muestra las ventajas del telégrafo eléctrico sobre el telégrafo óptico (que por entonces Chappé se estaba desplegando en Francia), el cual necesitaba una torre con operadores cada cierta distancia, y la línea quedaba inutilizada si una única torre de la línea estuviera cubierta por la niebla.
También, en la memoria Salvá propone establecer un enlace entre Barcelona y Mataró con 44 alambres y "que hubiere allá 22 hombres que tuviesen los cabos de ellos, y en Barcelona 22 botellas de Leyden cargadas de electricidad", de modo que cada hombre tuviera asignada una letra. También llegó a plantear la existencia de cables submarinos para la transmisión de señales eléctricas a través del mar, con la idea de enlazar la península con Mallorca: "Luego para que una isla puesta a 40 ó 50 leguas del continente son inútiles los telégrafos ópticos, pero no así los eléctricos. No es imposible vestir las cuerdad de los 22 alambres, de modo que queden impenetrables a la humedad del agua. Dejándolas hundir en el mar, tienen ya construido su lecho.". También intuye una telegrafía sin hilos, ello un siglo antes de la primeras transmisiones a distancia mediante la radiotelegrafía: "... no se necesitará cuerda (conductor) alguna para hacer correr por la mar un aviso sobre cosa acordada. Los físicos eléctricos (técnicos) podrán disponer en Mallorca una superficie o cuadro grande, cargado de electricidad, y otro en Alicante privado de ella,, con un alambre que desde la orilla del mar llegue cerca de tal superficie. Otro alambre que desde la orilla de la mar de Mallorca se extienda y haga tocar el cuadro, que se supone allí cargado de electricidad, podrá completar la comunicación entre las dos superficies.".
A raíz de esta ponencia, fue en 1796 invitado a hacer una demostración práctica en Aranjuez ante la Familia Real. En esta demostración, Salvá empleó un aparato de gabinete con el que transmitió señales a una distancia de unos doce metros y medio. El sistema telegráfico empleado estaba constituido por 22 pares de alambres de hierro cubiertos con cinta de papel, agrupados en dos cables de 22 alambres. Cada par estaba asignado a una letra del alfabeto español, y formaba un circuito interrumpido por explosores (contactos abiertos muy próximos) entre los que saltaban chispas al aplicar tensión electrostática. Para facilitar la observación de las descargas, en los explosores se habían intercalado unos trozos de vidrio con unas cintas de papel de estaño, en donde se hacía visible la descarga. Para producir las descargas, y por tanto las chispas, se conectaba el par que se deseaba activar en cada momento con las armaduras de una botella de Leyden (que es un condensador eléctrico), por lo que la electricidad acumulada en la botella se descargaba sobre el par y provocaba el salto de una chispa en el explosor del otro extremo del par. Las distintas botellas de Leyden empleadas eran era cargadas constantemente por una máquina electrostática adecuada. La estación transmisora era un cuadro terminal de los alambres en los que se provocaba las descargas eléctricas sobre éstos. La estación receptora era otro cuadro terminal. Esta demostración fue descrita en la Gaceta de Madrid del 29 de noviembre de 1796.
Salvá consiguió unir en 1798 Madrid con Aranjuez, usando para ello la misma línea que había instalado Betancourt para su línea de telegrafía electrostática unos años antes. Pero las transmisiones seguían empleando la electricidad estática, por lo que el sistema de Salvá tenía los mismos problemas que el telégrafo eléctrico de Betancourt para las largas distancias, y por ello tampoco prosperó. Pero aportó otras dos novedades interesantes: se podría transmitir señales por un solo alambre, usando la tierra como camino de retorno (algo que el alemán Steinheil aplicaría en 1838), y el uso de códigos para transmitir la información sobre un sólo hilo (algo similar a lo que Samuel Morse realizaría posteriormente con su código Morse).
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Francisco Salvá y Campillo |
Salvá conocía el fenómeno del galvanismo, por el cual los músculos de seres vivos, o que lleven muy poco tiempo muerto, reaccionan con un movimiento por efecto de la tensión eléctrica que se forma al poner en contacto dos metales diferentes (efecto que posteriormente Volta utilizó para crear la primera pila eléctrica). Este efecto fue descubierto por el doctor Luigi Galvani (1737-1798) en 1794, y Salvá lo emplearía para poner de manifiesto la presencia de señales eléctricas, haciendo varias pruebas con este efecto, e ideando un telégrafo que nunca se aplicó, pero que describió en otra memoria que leyó el 14 de mayo de 1800 ante la Academia de Ciencias en Barcelona, titulada "El Galvanismo aplicado a la Telegrafía", en la que detallaba los experimentos realizados con un aparato de su construcción entre la azotea y el jardín de su casa, cubriendo una distancia de unos 310 metros, en el que se utilizaba como receptor de la descarga en los diversos circuitos, cadáveres o músculos de rana. Fueron las primeras señales transmitidas a distancia sin el empleo de la engorrosa y fugaz electricidad estática.
En estas experiencias se trataba básicamente de provocar el movimiento (contracciones) de las ancas (patas) de rana mediante descargas galvánicas a través de hilos conductores aislados. Salvá había sustituido la botella de Leyden y el generador de electricidad estática por dos trozos de metal distintos, a moso de rudimentaria pila como generador de corriente continua, y las cintas de estaño por ancas de rana para poder ver las señales recibidas. Salvá aún no conocía la pila eléctrica, que Alejandro Volta había desarrollado ese mismo año (pero que no dio a conocer hasta 1802).
La memoria presentada también describía multitud de experiencias tanto de la instalación como de las condiciones que debían de tener las ancas de rana diseccionadas, las veces que podían ser utilizadas, y explicaba la seguridad y ventajas que ofrecía el telégrafo galvánico por su sencillez y sensibilidad: "Las ranas son animales de bajo precio, que se mantienen vivas en cualquier recipiente más de dos meses, de manera que en el caso de que tuviesen que cambiarse las ancas cada dos horas de transmisión, el coste sería bajo, y el trabajo de hacerlo, de poca consideración". También comentaba que ya algún científico se había dedicado a galvanizar al hombre y a otros animales vivos, y seguramente se encontrarían otros animales más apropiados para el telégrafo que las ranas.
También volvía a incidir en esta memoria la posibilidad de transmitir las señales a grandes distancias ("...quizá otro verificará que se extiende a muchas leguas"), y concluyó también que las transmisiones eléctricas necesitarían de un lenguaje codificado para reducir el número de hilos de los circuitos telegráficos a dos (algo que se haría realidad 38 años despues con el código Morse, ideado por el norteamericano Samuel Morse).
El 2 de febrero de 1804, en el mismo foro catalán, Salvá presentó su tercera y última memoria sobre telegrafía (memoria que desde ese día ocupa un lugar de honor en la historia de la telegrafía) con novedades importantes, ya que ya incluye la aplicación de la pila de Volta. Además plantea la sustitución de las ancas de rana como detector de señales eléctricas por un receptor de tipo electroquímico. Fue la "Memoria segunda sobre el galvanismo aplicado a la telegrafía", y en ella resaltó las ventajas del telégrafo eléctrico sobre el óptico, por los inconvenientes de este último en caso de mal tiempo, la noche, y otras circunstancias desfavorables.
La aparición de la pila eléctrica de Volta en 1800, descubierta y desarrollada por el físico italiano Alessandro Giuseppe Antonio Anastasio Volta (Alejandro Volta, 1745-1827), y dada a conocer en 1802, dio un nuevo impulso a la telegrafía eléctrica, pues era una fuente de electricidad en cantidades mucho mayores, de forma continua, y mucho más manejable que con la electricidad estática. Y cuando la noticia de su descubrimiento apenas se había divulgado por Europa, Salvá y Campillo ya planteaba su uso para la telegrafía eléctrica. Volta había desarrollado la pila eléctrica en base a las experiencias del Dr. Galvani, y consistía en un apilamiento de discos alternados de dos metales distintos, separados por tela o papel empapado en ácido. Entre cada dos discos de metal distinto, se creaba una pequeña diferencia de potencial eléctrico (voltaje), potenciales que se van sumando a lo largo del apilamiento.
En su tercera memoria, Salvá indica que empleó pilas de "200 pares de duros de plata y de zinc" para sus telégrafos anteriormente presentados, mejorando la eficacia de éstos. Y propone un nuevo tipo de telégrafo, el telégrafo electroquímico de 6 hilos, basado en la descomposición del agua por la circulación de la corriente eléctrica (fenómeno conocido como electrolisis, descubierto poco después de la aparición de la pila de Volta), y lo presenta en la memoria de este modo:
"Dicha descomposición del agua se obtiene obligando a pasar la descarga de la columna (pila eléctrica) entre dos alambres metidos en un cañuto de cristal lleno de agua... Estos alambres pasan a través de tapones de corcho, cubierto de lacre, y fijados a los extremos del cañuto... y al pasar la descarga de la columna por ellos se podrá observar un surtidor de ampollitas, que sale del alambre que tiene comunicación con el disco de plata (uno de los extremos de la pila)... Como con la diversidad indicada de señales que resultan, según dicho alambre toque con la plata o con el zinc, yo puedo saber a larga distancia cuál parte metálica tocan,.... seis alambres solo, bastarían para montar el telégrafo, con lo que estaría muy reducido el gasto de su primera construcción.".
Tras presentar la memoria citada ante la Academia de Ciencias en Barcelona, Salvá ensayó ese año un telégrafo electroquímico similar al que describe en su memoria, cuyo elemento receptor se basaba en la descomposición de una solución acuosa salina cuando por ella circula electricidad (electrolisis). Esto da lugar al desprendimiento de burbujas de hidrógeno que surgen del electrodo negativo sumergido en la solución salina, y este desprendimiento fue la base para la creación de su nuevo telégrafo, ya que ponía en evidencia la circulación o no circulación de corriente eléctrica por un circuito eléctrico. El sistema telegráfico utilizaba una pila de Volta y los conductores iban soportados sobre aisladores de vidrio, uniendo éstos el local de la Academia de Ciencias de Barcelona con las Atarazanas de Barcelona, cubriendo una distancia de un kilómetro. De este invento se informó en el Memorial Literario, periódico que se publicaba en aquella época, pero el invento no tuvo repercusión, por lo que sería olvidado.
Las experiencias de Salvá hoy dentro de la actual era espacial y de las telecomunicaciones nos harían sonreír, pero hay que recordar que la técnica de aquellos tiempos, antes de la electricidad, se basaba en la transmisión óptica de señales, como podían ser el fuego, el humo, las banderas o brazos articulados colocados en lo alto de torreones. Sin embargo, lo más importante del pensamiento de Salvá quizá fue la visión anticipada de los problemas de instalación que plantearía la telegrafía eléctrica. Salvá y Campillo había descrito y construido los primeros cables de varios conductores, indicando varios sistemas de aislamiento de los conductores, describió los cables submarinos, utilizó las pilas de Volta, e incluso percibió e intentó resolver los problemas de las trasmisiones eléctricas a largas distancias: reducir el número de hilos conductores de los cables (preveyendo para ello el uso de códigos de señales), el problema de la atenuación de las señales eléctricas con la distancia (que se podía salvar apilando las pilas Volta para generar potencias eléctricas más altas), etc...
Salvá y Campillo fue un importante predecesor de la telegrafía eléctrica (si no su inventor), pero sus experiencias cayeron en el más profundo de los olvidos y no se difundieron por Europa. El 30 de diciembre de 1900 se le rindió un homenaje en la Real Academia de Medicina y Cirugía de Barcelona, en el cual se reconocía que "Si Salvá hubiese nacido en Gran Bretaña, sus descubrimientos se hubieran esculpido en letras de oro."
Salvá fue además un gran médico y catedrático de medicina. La meteorología fue otra de sus pasiones. En este campo construyó barómetros e higrómetros, y realizó observaciones meteorológicas de forma sistemática durante aproximadamente cuarenta años. También desarrolló otros inventos, tales como una máquina agramadora para extraer la fibra textil del tallo del cáñamo y el lino (desarrollada en colaboración con Francisco Sanponts Roca), o un "un barco-pez" destinado a la navegación submarina, que no tuvo excesivo éxito ya que tras realizar diferentes pruebas se comprobaron las dificultades para poder respirar correctamente.
Salvá fue miembro de un buen número de asociaciones académicas, científicas y culturales españolas y francesas. Falleció en Barcelona el 13 de febrero de 1828, y en su testamento destinó su biblioteca a la que hoy es la Real Academia de Medicina, Cirujía y Ciencias de Barcelona, su dinero lo legó para beneficiencia, y su cuerpo para investigación médica (si bien su tumba está en la iglesia de Santa Maria del Pi, en Barcelona).
Basándose en el método de Salvá, otros científicos presentaron posteriormente nuevos y perfeccionados telégrafos electroquímicos. Así, en 1809, el profesor bábaro Dr. Samuel Thomas von Sömmerring (1755-1830) también ensayó con telégrafos electroquímicos, pero sus ensayos no fueron mas allá de las prácticas de laboratorio. Sömmerring ensayó un telégrafo electroquímico que empleaba 35 hilos aislados entre sí y conectados a electrodos individuales de oro sumergidos en contenedores de vidrio, uno por cada hilo, llenos con agua acidificada y empleó las pilas de Volta para la transmisión de señales eléctricas por dichos hilos, señales que provocaban el burbujeo de hidrógeno de los electrodos sumergidos en la solución ácida. El operador iba anotando secuencialmente los tubos que borboteaban, con lo que, uno tras otros, aparecían los caracteres de los mensajes (un caracter distinto por cada hilo y tubo).
El telégrafo electroquimico de Sömmerring funcionaba, pero no era práctico, ya que cada kilómetro de circuito requería un total de 35 km de hilos, y ello hacía que su costo fuera prohibitivo. No obstante, Sömmerring es reconocido como inventor del telégrafo electroquímico, si bien fue Salvá y Campillo el primero en idear y hacer funcionar un telégrafo de este tipo. Sömmerring es conocido también por ser un prestigioso doctor que realizó diversos estudios sobre la anatomía humana. Análogamente, otro científico, Coxe, empleó en 1810 el efecto de la descomposición de sales metálicas en disolución por el paso de la electricidad para realizar otro telégrafo electroquímico.
El receptor electroquímico puede parecer poco práctico o elegante, pero sin duda era algo ingenioso. En aquellos tiempos aún no había bombillas ni electroimanes, ni galvanómetros, todo ello estaba por inventar, así que un receptor electroquímico era lo más adecuado en aquella época como indicador del paso de circulación de corriente eléctrica por un circuito eléctrico.
Y en Inglaterra, un tal Francis Ronalds también construyó en Londres un práctico modelo de telégrafo eléctrico, pero inexplicablemente, cuando presentó su idea a las autoridades, la misma fue rechazada, por lo que su telégrafo eléctrico no progresó. Tuvieron que pasar dos décadas para que en Inglaterra se entendiera las bondades del servicio telegráfico, y se iniciara la comercialización de los telégrafos eléctricos.
Con la disponibilidad de energía eléctrica en grandes cantidades (comparado con la electricidad estática) que proporcionaban las pilas electroquímicas de Volta, ya a lo largo de la primera mitad del siglo XIX numerosos científicos experimentaron con las corrientes eléctricas estableciendo las principales leyes de las corrientes eléctricas, y con ello contribuyeron al avance de los telégrafos eléctricos. El físico y químico danés Hans Christian Øersted (1777-1851) descubrió en 1820 los efectos magnéticos que creaban las corrientes eléctricas al descubrir que el paso de una corriente por un conductor desviaba la aguja de una brújula próxima al conductor; el alemán Johann Schweiger basado en el descubrimiento de Øersted creó el primer medidor de corrientes eléctricas al que llamó galvanómetro en honor a Luigi Galvani; el matemáticvo y físico francés André-Marie Ampère (1775-1836) realizó importantes estudios sistemáticos sobre la relación entre corrientes eléctricas y el magnetismo, tomando como base las investigaciones de Øersted; el científico inglés Michael Faraday (1791-1867) descubrió en 1831 la inducción electromagnética entre conductores recorridos por corrientes eléctricas; el matematico y fisico aleman Georg Simon Alfred Ohm (1789-1854) experimentó con la conductividad relativa de los metales, y en 1827 enunció la relacion fundamental entre la tension, corriente y resistencia electrica (conocida actualmente como Ley de Ohm); el físico e inventor inglés William Sturgeon (1783-1850) construyó el primer electroimán, realizado con un trozo de hierro en forma de herradura sobre la cual colocó una bobina de hilo conductor, basándose en el descubrimiento de Øersted, electroimán que sería muy mejorado por el científico estadounidense Joseph Henry (1797-1878), el cual descubrió en 1832 el fenómeno electromagnético conocido como autoinducción.
Los denominados telégrafos de aguja se basan en el descubrimiento que realizó el físico danés Oersted en 1820 sobre electromagnetismo al observar el movimiento de una aguja imantada al paso de corriente eléctrica por un conductor situado en sus proximidades. Este efecto es bien conocido actualmente: el paso de una corriente eléctrica por un conductor da lugar a un campo magnético capaz de afectar a una aguja imantada o brújula puesta muy cerca del conductor, la cual cambia de orientación (mientras se mantiene la circulación de corriente eléctrica por el conductor). Este método permitió, pues, poner de manifiesto la circulación de corriente eléctrica por un conductor de una manera sencilla y rápida.
A raíz de este descubrimiento, también en 1820, el físico francés Ampère propuso los reveladores telegráficos formados por agujas imantadas, para detectar señales eléctricas transmitidas por un hilo o alambre conductor telegráfico.
En 1832 el diplomático de la Germania Báltica Paul L'vovitch Schilling-Cannstadt, también conocido como Pavel Schilling (5-04-1786 Tallin, Estonia – 25-07-1837 San Petersburgo, Rusia), aplicó sobre el telégrafo electroquímico de Sömmerring (que como se ha dicho, está basado en el de Salvá) el descubrimiento de Oested para recibir las señales eléctricas del telégrafo, construyendo en su propio apartamento un telégrafo electromagnético que usaba seis galvanómetros como receptores cuyas agujas señalaban el carácter enviado de acuerdo con una tabla de códigos de tipo binario que desarrolló. Hizo una demostración comunicando sendos aparatos telegráficos situados en diferentes habitaciones de su apartamento. Schilling fue un científico ruso, ingeniero eléctrico y orientalista (fue recolector de manuscritos chinos y tibetanos), fue Barón al servicio del Ministerio de Asuntos Externos ruso en Alemania desde 1832, fue pionero en la historia del telégrafo electromagnético, siendo el primero en poner en práctica la idea de un sistema binario de transmisión de señales a largas distancias.
En 1833, en la antigua ciudad hanseática de Gotinga, los científicos alemanes Wilhelm Eduard Weber (1804-1891) y Carl Friedrich Gauss (1777-1855) construyeron el primer telégrafo de aguja electromagnética que unió el laboratorio de física de la Universidad y el Observatorio Astronómico de la ciudad (donde ambos trabajaban), distantes 3 Km entre sí.
Este primer telégrafo consistía fundamentalmente en introducir o extraer una barra imantada de una bobina, lo cual originaba variaciones de corriente en la bobina por el fenómeno de inducción. En el otro extremo las corrientes eran detectadas al provocar el movimiento de una aguja imantada montada como galvanómetro, y establecieron un alfabeto por las combinaciones de los desplazamientos a derecha e izquierda de la aguja (se desarrolló un código de 5 movimientos de la aguja por cada caracter alfabético).
El circuito telegráfico empleado estaba constituido por dos alambres de cobre, parte de ellos tendidos por los tejados de la ciudad, pero posteriormente Carl August von Steinheil, un alumno de Gauss residente en Munich (Alemania), dio un nuevo paso adelante al descubrir casualmente, ensayando con un telégrafo entre Nuremberg y Fürth, que un circuito telegráfico podía realizarse con un solo alambre conductor, usando la tierra como hilo de vuelta: se descubrió la conductividad eléctrica de la tierra, e introdujo la "toma de tierra" en los circuitos telegráficos, que pasaron a ser de un sólo hilo (algo que el Dr, Salvá y Campillo ya había intuido en su memoria de 1795).
El británico William Fothergill Cooke (1806-1879), militar retirado por razones de salud, pasó a trabajar en el recién instalado ferrocarril de Liverpool a Manchester (en 1830), y tuvo ocasión de conocer el telégrafo de Schilling. En 1837 se asoció con el también británico Charles Wheatstone, profesor de Física del Kings College de Londres, y construyeron y patentaron un telégrafo de cinco agujas semejante al de Schilling. En julio de ese año hicieron una demostración de su invento entre la estaciones de Euston y Camden Town. Este telégrafo fue ofrecido a la compañía de ferrocarriles Londres-Birmingham, pero fue rechazado, y posteriormente fue la compañía ferroviaria 'Great Western Railway' quien les encargó la instalación en 1839 de este telégrado entre las estaciones ferroviarias de Paddington (en Londres), y West Drayton. Ambas estaciones estaban situadas a 21 km de distancia, y el telégrafo comenzó a funcionar el 9 de julio de 1839, fecha que se puede considerar como la fecha de la puesta en marcha del primer telégrafo eléctrico realmente operativo (aunque este telégrafo aún era algo próximo a un aparato de laboratorio más que un auténtico equipo de comunicaciones).
Como ejemplo de funcionamiento de un telégrafo de agujas, se describirá brevemente el mencionado telégrafo de 5 agujas de Cooke-Wheatstone. Este telégrafo usaba una línea de 6 alambres, usándose uno de ellos como hilo de retorno (aunque puede ser sustituido por la toma de tierra). El transmisor era un teclado constituido por varias teclas, que permitía cerrar la batería sobre uno o dos de los hilos de la línea. El operador, al pulsar las teclas, enviaba, pues, impulsos de corriente por uno o dos de los hilos de la línea, pudiendo enviarlos con una polaridad o con otra.
El equipo receptor está en serie con los cinco o seis hilos de la línea en ambas estaciones (por lo que también el receptor de la estación transmisora es también monitor de las señales enviadas), y básicamente es un panel vertical con forma de rombo, en cuya diagonal horizontal se disponen 6 agujas magnéticas paralelas con igual espaciamiento entre ellas. Por detrás de cada aguja (detrás del panel) pasa paralelo a ésta uno de los 5 hilos de la línea.
Cuando el operador transmite una señal, envía corriente por uno o dos de los cinco hilos de línea, lo que provoca en los equipos receptores (propio y distante) que una o dos de las agujas se desvíen de su posición vertical, a derecha o a izquierda según la polaridad de la corriente enviada. El caracter transmitido dependerá de las dos agujas que se desvíen, y del sentido en que se desvíen, y para facilitar la lectura del caracter recibido, en el panel están dibujados los distintos caracteres del alfabeto utilizado, de manera que cuando dos agujas se desvían, apuntan a uno de los caracteres dibujados en el panel.
El telégrafo de 5 agujas de Cookes-Wheatstone podía transmitir hasta 20 letras o caracteres distintos, pero no se puede hablar de transmisión de señales codificadas (como ocurrirá con la telegrafía Morse), y sí dependía bastante el funcionamiento de este telégrafo de la habilidad de los operadores para hacer coincidir el movimiento de las agujas adecuadas en la estación receptora para apuntar al carácter que se desea transmitir.
En 1845 Cooke y Wheatstone patentaron otro modelo de sólo dos agujas, y también otro modelo de una aguja, cuyos funcionamientos eran idénticos. En el modelo de una sola aguja, el receptor era un simple galvanómetro (en términos modernos, un miliamperímetro de aguja con posición de reposo de la aguja central), que registraba el paso de la corriente, desviándose la aguja del galvanómetro hacia la derecha o hacia la izquierda según el sentido de circulación de la corriente eléctrica. El transmisor era simplemente una manivela que podía enviar corriente eléctrica positiva o negativa girando la manivela hacia la derecha o hacia la izquierda. Transmisor (manivela) y receptor (aguja galvanométrica) estaban alojados en un mismo mueble de madera.
El telégrafo de una aguja ya empleaba el concepto de códigos para transmitir los caracteres, empleándose un código de un máximo de 4 impulsos para codificar un carácter. Por ejemplo:
a: + + ; b: - - + + ; c: + - - ; d: - + + - ; e: - ; etc...
donde + y - indican el sentido de la corriente eléctrica para cada impulso, y por tanto, indican si la aguja del galvanómetro receptor se desvía a la derecha (+) o a la izquierda (-).
La versión de dos agujas del telégrafo de Cooke y Wheatstone era un aparato similar, pero con dos agujas y dos manivelas, y obligaba a utilizar una línea de dos conductores (con retorno por tierra). Este telégrafo permitía aumentar algo la velocidad de transmisión de los caracteres al emplear ambas agujas para cualquier combinación, pero obligaba al operador a transmitir simultáneamente con ambas manos, una para cada manivela. Precisamente el aparato de dos agujas sería el que se empleó pocos años después en la primera línea de telegrafía eléctrica pública española, aunque duró poco tiempo.
Finalmente, tras conseguir reducir el número de agujas de su invento a una sola, en 1846 Cooke y Wheatstone fundaron la "Electric Telegraph Company", percursora de la primera empresa de telecomunicaciones (la British Telecom), y para 1852 ya había instalada en Inglaterra una red de 6500 Km de líneas telegráficas. Fueron nombrados por la reina Victoria de Inglaterra caballeros por ser dos grandes precursores del telégrafo. El invento se extendió a lo largo de Europa y se instalaron líneas en diversos países como Francia (1845), Austria-Hungría y Bélgica (1846), Italia (1847), Suiza (1852) o Rusia (1853).
Los telégrafos de Cooke-Wheatstone fueron los primeros sistemas prácticos de telegrafía eléctrica y sirvieron no sólo para auxiliar al ferrocarril facilitando la maniobra de los trenes, sino que demostró ser muy útil para transmitir noticias con rapidez. Uno de los hechos que hizo llegar al gran público la utilidad del telégrafo fue la detención de un asesino que tras cometer un crimen, huyó montándose en un tren, pero gracias al telégrafo ferroviario se pudo avisar a la estación de destino, lo que permitió que cuando llegó el tren, varios policías le estaban esperando.
También sirvió para demostrar que se podían transmitir caracteres alfabéticos de una manera mucho más rápida que con los telégrafos ópticos, los cuales al ser de operación mucho más lento, usaban diccionarios de claves para transmitir frases previamente convenidas. Sin embargo el telégrafo de Cooke-Wheatstone tenía un inconveniente aún por resolver: no podía dejar constancia escrita de las señales que recibía, y ello iba a ser un importante inconveniente para este tipo de telégrafo.
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Telegrafo de Cookle-Wheatstone de dos agujas (del Catálogo mostra Communication - Bologna, Italia, año 2000). |
En Francia funcionaba ya una extensa red de telegrafía óptica del sistema de Chappé, y la introducción de la telegrafía eléctrica, una vez que Cooke y Wheatstone habían demostrado su eficacia, sufrió una cierta resistencia inicial. Por un lado se desconfiaba de la electricidad, y por otro lado los torreros temían por sus puestos de trabajo. Muy seguramente por ello en Francia se produjo una transición híbrida de la telegrafía óptica a la eléctrica, gracias a Antoine Bréguet (1804-1883), inventor francés nieto de Louis Bréguet (el colaborador de Chappé y de Betancourt).
Bréguet desarrolló lo que se conocerían como telégrafos de cuadrante, un tipo de telégrafo en el que el receptor una o dos agujas indicadoras (según modelo) podían girar sobre un cuadrante de varias posiciones. Las agujas eran impulsadas por un mecanismo de relojería acoplado a un electroimán que era actuado y avanzaba por los impulsos que el transmisor enviaba por la línea telegráfica. Cada transmisor era una manivela que podía girar sobre un disco que disponía de varias ranuras, estableciendo contacto eléctrico y enviando un impulso eléctrico a línea cada vez que la manivela pasaba por una ranura. Las ranuras del disco transmisor se correspondían con las posiciones de los cuadrantes de los equipos receptores.
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Telégrafo de Foy-Bréguet, año 1844. A cada lado del equipo receptor de dos agujas, que simula un teléegrafo óptico de Chappé, se hayan sendas manivelas transmisoras de impulsos. |
El primer modelo de Bréguet, el telégrafo de Foy-Bréguet, fue un telégrafo de dos cuadrantes, donde las dos agujas indicadoras representaban los dos indicadores de un telégrafo óptico de Chappé. El regulador, que era la barra más larga del telégrafo óptico de Chappé en cuyos extremos se disponían los indicadores, era una barra horizontal pintada en el frontal del aparato, y en cuyos extremos estaban las agujas indicadoras. Por tanto, el telégrafo de Foy-Bréguet representaba eléctricamente el telégrafo óptico de Chappé.
El transmisor del telégrafo de Foy-Bréguet estaba constituido por dos manivelas, cada una asociada a una de las agujas indicadoras del equipo receptor, y la línea telegráfica requería dos conductores. Al girar cada manivela, se generaban impulsos que se transmitían por el correspondiente hilo de la línea telegráfica hacia el equipo receptor distante, actuando sobre el mecanismo que movía la correspondiente aguja indicadora. También enviaba los impulsos sobre la correspondiente aguja del equipo receptor propio, por lo que el operador telegrafista podía monitorizar en su equipo receptor los signos transmitidos.
La codificación empleada para las transmisiones ya era alfabética, no por un código de frases hechas, y por ello los indicadores sólo tomaban ocho posiciones, correspondientes a ángulos de 45, 90 y 135 grados por encima del regulador (pintado en la caja del receptor), 45, 90 y 135 grados por debajo del regulador, y dos posiciones de cero grados (en línea con el indicador), estas últimas equivalentes. Con ello disponían de 49 combinaciones distintas (7 × 7), lo que permitía asignarlas a las distintas letras del alfabeto, las diez cifras 0-9, y algunas indicaciones de servicio.
El telégrafo de Foy-Bréguet fue el primer telégrafo eléctrico que se utilizó en Francia, en 1844-45, y su uso sirvió para reciclar a los torreros del sistema de telegrafía óptica de Chappé. Curiosamente, por su semejanza aparente con el telégrafo óptico de Chappé, los torreros reciclados siguieron empleando el mismo argot profesional al utilizar este telégrafo eléctrico. Por ejemplo, a las posiciones de cada aguja indicadora de 45, 90 y 135 grados las denominaban cinco, diez y quince, siendo posiciones de "cielo" o de "tierra" según la aguja indicadora apuntara por encima o por debajo respectivamente de la barra del regulador. Por ejemplo, una combinación podía ser "quince cielo, diez tierra".
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Telégrafo de cuadrante de Foy-Breguet, equipo receptor. (Clic en la imagen para ampliarla). | Telégrafo de cuadrante de Foy-Breguet, manivela transmisora en detalle. (Clic en la imagen para ampliarla). |
El uso del telégrafo de Foy-Bréguet se abandonó al poco tiempo, ya que Antoine Bréguet perfeccionó el mismo año de 1845 su telégrafo de dos agujas, que se transformó en otro, de una sola aguja, y cuyo funcionamiento era muy simple, similar al telégrafo de dos agujas. Su transmisor constaba de un disco circular en el que estaban grabadas las letras y cifras y dotado de 26 ranuras o muescas, una por cada letra/cifra. Sobre este disco había dispuesta una manivela o manubrio que podía girar sobre el disco, y que disponía de un indice para señalar qué letra apuntaba en cada momento la manivela. Al operar manualmente esta manivela, haciéndola girar sobre el disco, cada vez que pasaba sobre un signo (sobre la ranura correspondiente), se establecía un contacto eléctrico en esa posición del disco, enviando un impulso de corriente eléctrica a la línea. Por tanto, al hacer girar la manivela para ir de un signo a otro, se generaba una serie de impulsos eléctricos que se enviaban hacia la línea.
En el receptor, de forma semejante, una aguja indicadora situada sobre un cuadrante circular donde estaban impresas las 26 posiciones (indicando la letra asignada a cada una de ellas), era movida por una especie de motor eléctrico "paso a paso" formado por un mecanismo de relojería actuado por un electroimán conectado a la línea telegráfica, el cual era accionado por los impulsos recibidos. Este motor básicamente es un electroimán a cuya armadura está unida una horquilla que actúa sobre los dientes de una rueda dentada, cuyo eje sostiene la aguja indicadora. Con cada impulso recibido de la línea telegráfica, el electroimán actuaba y transmitía un movimiento de vaivén a la horquilla, que es transmitido a la rueda dentada, haciéndola avanzar un paso, con lo que la aguja indicadora avanzaba una posición sobre el cuadrante circular.
Para conseguir que la aguja receptora señalara la letra o cifra transmitida sin error, había una posición inicial (posición "cero") tanto en el disco del transmisor como sobre el cuadrante del receptor que servía de punto de partida de cualquier transmisión, Normalmente era la posición anterior a la de la letra A y solía estar marcada con una cruz. Esto permitía sincronizar antes de enviar un mensaje la posición de la manivela del disco transmisor con la posición de la aguja sobre el cuadrante del receptor.
El telégrafo de una aguja de Bréguet en cierta manera es la versión eléctrica del telégrafo óptico de Betancourt-Bréguet, sustituyendo el enlace óptico por un enlace de un hilo de cobre (usando la tierra como hilo de retorno). Aunque posteriormente sería reemplazado por el telégrafo de Morse, su gran sencillez hizo que fuera adoptado por muchas compañías ferroviarias, estando en uso durante muchos años. Así, por ejemplo, en España se estuvo utilizando hasta 1935-1936 en los ferrocarriles españoles.
Otros sistemas de cuadrante construidos por Garnier, Siemens y Halske, Wheastone, etc., fueron muy utilizados en la época, basándose todos ellos en los mismos principios. Como curiosidad, los telégrafos de Siemens-Halske y de Wheastone utilizaban corrientes de doble polaridad.
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Telégrafo de cuadrante de Breguet utilizado en Francia (reproducción) |
El principal inconveniente de los telégrafos de cuadrante para ser usados en un servicio público es que no permiten dejar constancia escrita de los mensajes transmitidos. Esto tampoco permitía poder asignar responsabilidades al empleado telegrafista que hubiera cometido errores (voluntarios o no) en la transmisión o recepción de mensajes telegráficos. Por ello surgió la necesidad de desarrollar aparatos telegráficos que permitieran registrar los textos transmitidos y recibidos sobre una cinta de papel. Son los denominados telégrafos inscriptores o escritores.
La aparición de un nuevo método simplificó considerablemente la transmisión y la recepción, permitiendo el desarrollo del primer telégrafo escritor: el sistema Morse.
Samuel Finley Breeze Morse (Charlestown, Massachusetts 1791- Nueva York 1872), fue un joven norteamericano del estado de Massachussets, que en sus años de estudiante (en la actual Universidad de Yale) descubrió en él cierta vocación para la pintura y decidió dedicarse a ella, pero también estaba atraído por los recientes descubrimientos y experimentos respecto a la electricidad. Por una temporada, trabajó en Boston para un editor y luego viajó a Inglaterra para estudiar pintura en la ciudad de Londres, y se convirtió en un retratista y escultor de éxito. Su cuadro más conocido es el retrato de La Fayette que pintó en 1825, y se convirtió en pintor de escenas históricas (alguna de las cuales adorna el Capitolio de Washington). Cuando regresó a su país notó que las pinturas de escenas históricas no gustaban entre sus paisanos, por lo que dio un giro especializándose como retratista. Ya en 1825 en Nueva York era uno de los retratistas más importantes del país y era parte de los grupos intelectuales más distinguidos. En 1826 fue uno de los fundadores y primer presidente de la Academia Nacional de Dibujo. En 1835 fue nombrado profesor de literatura del Arte y Dibujo en la Universidad de Nueva York. Morse se convirtió, de hecho, en un extraordinario pintor.
Cuando estudiaba en Yale observó que si se interrumpía un circuito recorrido por una corriente eléctrica se producían unas chispas en el interruptor, y se le ocurrió que esas interrupciones podían llegar a usarse como un medio de comunicación. Esta posibilidad lo obsesionó desde entonces.
Morse viajó a Europa en dos ocasiones, en 1811-1815 y en 1829-1832, y en este último viaje se puso al día en el campo de la telegrafía eléctrica del momento. Se le ocurrió que podría usar los electroimanes para construir algún sistema de telegrafía eléctrica y que éstos pudieran hacer mover un lapicero que registrase un mensaje enviado en un papel. Con esta base ideó su sistema de telegrafía eléctrica cuando regresaba de Londres a Nueva York en 1832 en el barco de vapor Sully, pero no sería hasta 1837 cuando haría público su invento.
Al llegar a tierra de aquel viaje en 1832 ya había diseñado un incipiente telégrafo y comenzó a desarrollar la idea de un sistema telegráfico de alambres con un electroimán incorporado. A la edad de cuarenta y un años, se internó en la tarea de construir un telégrafo práctico y despertar el interés del público y del gobierno en el aparato para luego ponerlo en marcha. En 1835 apareció el primer modelo telegráfico que desarrolló Morse. Nombrado ese año profesor de literatura del Arte y Dibujo en la Universidad de Nueva York, tuvo tiempo para desarrollar su invento y construir su primer prototipo, y dos años más tarde abandonó la pintura para dedicarse completamente a sus experimentos, lo cual oscurecería rotundamente sus méritos como pintor.
El prototipo de 1835 ideado por Morse era difícilmente adaptable a una explotación telegráfica, ya que se asemejaba más a un ensayo de laboratorio, pero ya tenía los elementos que harían al sistema telegráfico de Morse distinto a los sistemas telegráficos eléctricos ya existentes. El aparato transmisor era un transmisor automático, para el cual el mensaje tenía que ser preparado previamente sobre una plantilla sobre la que pasaba un rodillo, el cual actuaba un interruptor eléctrico que convertía lo codificado en la plantilla en impulsos eléctricos. Era algo similar a una caja de música.
Morse se asoció con Alfred Lewis Vail, hombre de gran pericia mecánica e inventor, que le ayudó decisivamente a desarrollar sus aparatos, dando como resultado un gran equipo telegráfico, que sería adoptado por todo el mundo por su sencillez y simplicidad de manejo. En 1837 Samuel Morse y Alfred Vail consiguieron realizar un prototipo de aparato telegráfico totalmente operativo, cuyo transmisor era una palanca simple operada manualmente, la cual actuaba un contacto eléctrico.
Un tal Charles Thomas Jackson, experto en electromagnetismo y conocido y paisano de Morse, quiso reivindicar la paternidad del invento, alegando haber confiado los detalles de sus investigaciones a Morse a bordo del barco Sully en el viaje que hicieron ambos de regreso de Europa en 1832. Posteriormente (según Jackson), invitó a Samuel Morse a su taller/laboratorio y le demostró el principio de funcionamiento del mismo, que luego Morse, supuestamente, copió.
Según algunos historiadores, el Dr. David Alter, un destacado inventor, médico y científico estadounidense, fue quien inventó el primer telégrafo eléctrico en suelo americano un año antes (1836) que Morse realizara su primer aparato telegráfico. Le llamó telégrafo Elderton, en honor a su ciudad natal, en el estado de Pensilvania. Sin embargo, parece ser que el telégrafo Elderton nunca se convirtió en un sistema funcional, ya que, el Dr. Alter sólo habría hecho algunas pruebas demostrativas de sus características.
Las tres características principales del sistema ideado por Morse son: el empleo de señales eléctricas de distinta duración para definir las letras y los números, llamado código Morse; la posibilidad de utilización de un solo conductor de línea, con retorno de la corriente por tierra; y, sobre todo, la gran simplicidad de los elementos de transmisión y recepción, con su característico zumbido, que, por su duración, se traduce en señales cortas y largas: Los códigos de señales ideados por Morse consistían en la transmisión sucesiva de uno o varias señales eléctricas de distinta duración, si bien el sistema actual de señales constituidas por impulsos eléctricos de muy corta duración, denominadas "puntos", y de duración algo mayor, denominadas "rayas" (de duración equivalente a tres puntos), es posterior y de origen europeo, y poco tiene que ver con el código que ideó Samuel Morse, como se explicará más adelante.
En 1838 Morse había perfeccionado ya su código de señales. Intentó implantar líneas telegráficas primero en Estados Unidos y luego en Europa pero ambos intentos fracasaron. Por fin, Morse consiguió en 1843 que ante el Congreso de su país se presentara un proyecto de ley para proporcionarle 30.000 dólares designados a construir una línea telegráfica de 60 km de longitud. Varios meses después el proyecto fue aprobado, y la línea se extendería a lo largo de 37 millas entre las ciudades de Baltimore y Washington.
El 24 de mayo de 1844 Morse transmitió desde la Corte Suprema de los Estados Unidos en Washington a su asistente Alfred Vail en Baltimore (Maryland) el primer mensaje que se hizo tan famoso: "What that God wrought" ("¡Lo que Dios ha hecho!", una cita bíblica en Números 23:23 ). El manipulador telegráfico que empleó había sido diseñado por su socio Alfred Vail. El 1 de enero de 1845, tras haber recibido una subvención del Senado norteamericano, se inauguró la línea telegráfica instalada entre el Capitolio de Washington y Baltimore. Poco tiempo después la transmisión de una noticia política y de importancia transcendental fue la que determinó la adopción definitiva por el gobierno norteamericano del telégrafo Morse.
Hay que decir que el telégrafo de Morse no fue el primer telégrafo eléctrico en funcionar en estados Unidos. Unos 18 años antes de que Morse transmitiera su primer mensaje, el estadounidense Harrison Gray Dyar Alfred Monroe inventó, instaló e hizo funcionar el primer telégrafo eléctrico, y transmitió el primer mensaje telegráfico en los Estados Unidos. El telégrafo de Dyar funcionó años antes incluso de de que se registrara la patente conjunta de Hooke y Wheatstone en Inglaterra para su telégrafo de agujas.
Con su telégrafo, Morse debió enfrentarse a la oposición de supersticiosos que culpaban a su invento de todos los males del mundo. Además, este tipo de telégrafo estaba siendo desarrollado simultáneamente en otros países y por otros científicos, por lo que Morse se vio envuelto en largos litigios para obtener los derechos de su sistema, derechos que le serían reconocidos en 1854 por la Corte Suprema de los Estados Unidos.
Con su invento, Morse ganó una gran fortuna con la que compró una extensa propiedad, y en sus últimos años se dedicó a hacer obras filantrópicas, aportando sumas considerables a escuelas como Vassar College y la Universidad de Yale además de otras asociaciones misioneras y de caridad. Sin embargo, aunque fue quien obtuvo todos los derechos sobre el telégrafo eléctrico (en Estados Unidos) por la sentencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos de 1854, Morse muy egoístamente jamás reconoció derecho ni crédito alguno a las personas que colaboraron con él en el desarrollo de su sistema telegráfico, siempre se esforzó por que la notoriedad, el prestigio y la patente de la invención del telégrafo se le reconociera a él solo.
Morse ignoró la contribución de Joseph Henry (1797-1878), científico norteamericano que desarrolló electroimanes más sensibles, sin los cuales las transmisiones del telégrafo hubiesen tenido un alcance muy limitado. O la de Leonard Gale, amigo de Joseph Henry, quien consiguió lograr extender el alcance de las comunicaciones telegráficas intercalando relés en las líneas telegráficas (dispositivos que actuaban como repetidores de las señales telegráficas). O más sangrante aún, ignoró a quien había sido su socio Alfred Lewis Vail, quien había financiado sus primeras investigaciones y que realizó importantes mejoras tanto en los equipos telegráficos como en el código de Morse, y de hecho Vail murió pobre en 1859. Morse se llevó injustamente todo el crédito histórico sobre el aparato y el código que lleva su nombre (y que en justicia deberían llamarse Vail-Morse).
Algunos historiadores sostienen que las obras filantrópicas y de caridad de Morse en sus últimos años de vida no compensarían el lamentable y censurable egoísmo que mostró como persona, investigador e inventor. Ello iba con la personalidad de Samuel Morse. Durante toda su vida defendió la esclavitud porque según él “la esclavitud está aprobada por Dios”, y por tanto “la esclavitud, por sí misma, no es un pecado”. En política, siempre fue un acérrimo defensor del anti-catolicismo y de la inmigración, especialmente si ésta provenía de países católicos. Sus modales dejaban mucho que desear y se cuenta que, en un viaje suyo a Roma, rehusó sacarse el sombrero en presencia del Papa.
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Retrato de Samuel Morse por Mathew Brady, entre 1855-1865 | Morse con un prototipo de su invención | |
(Clic en las imágenes para ampliarlas) |
El aparato telegráfico de Morse constaba de dos órganos de trabajo: El manipulador y el receptor.
El manipulador (Keyer en inglés, también llamado llave telegráfica) consiste en esencia de una palanca metálica de primer género que tiene su punto de apoyo conectado a uno de los hilos de la línea. Esta palanca puede ser basculada entre dos topes o contactos, uno de los cuales está conectado a través de la batería de corriente continua al otro hilo de la línea, y el otro está conectado al órgano receptor de la propia estación. Mediante un resorte flexible (que inicialmente fue una lámina metálica flexible) se mantiene levantada la empuñadura de esta palanca del manipulador, quedando la palanca apoyada en el tope posterior, de modo que la línea quedaba conectada al equipo receptor, y sólo cuando era accionada la palanca por el operador (bajándola), se abre el circuito del receptor propio, quedando éste excluido de la línea, y se cierra el circuito por el otro contacto, enviando a la estación distante un impulso de corriente eléctrica, que será registrado por el órgano receptor de la estación distante. El manipulador es, pues, un simple interruptor de corriente eléctrica.
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Manipulador telegráfico típico del sistema de telegrafía eléctrica Morse. En M se conecta uno de los hilos de línea, que queda conectado a la palanca metálica. R es el contacto que cierra el circuito sobre el equipo receptor (sobre el otro hilo de línea), y A es el contacto que envía los impulsos de corriente eléctrica hacia la línea. S es el muelle o resorte que mantiene la palanca en posición de reposo cuando no es usada, cerrando la línea sobre el equipo receptor. |
El receptor era otra palanca de primer género, uno de cuyos brazos es la armadura de un electroimán de dos bobinas, y cuyo otro brazo tiene un estilete que en reposo se mantiene separado (gracias a unos resortes de tensión) pero enfrentado a muy corta distancia a una cinta de papel que va desenrollándose de un tambor que es accionado por un mecanismo de relojería. Cuando el electroimán (conectado a línea a través de la posición de reposo del manipulador) recibe un impulso de corriente, atrae su armadura, y esto hace bascular la posición del estilete, el cual llega a apoyarse sobre la cinta de papel y presionarla sobre un cilindro entintado: Esto da lugar a que en la cinta quede reflejado un trazo cuya longitud dependerá de la duración del impulso recibido: Los "puntos" y "rayas" aparecen claramente diferenciados por la longitud de los trazos (así como la separación entre éstos).
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Esquema de funcionamiento del telégrafo eléctrico de Morse. En reposo, la palanca del manipulador (metálica, y por tanto conductora de la corriente eléctrica) cierra la línea telegráfica sobre el dispositivo receptor. Al actuar el manipulador, la palanca bascula de posición, y desconecta el receptor de la línea, a la vez que por su otro contacto, que se cierra, conecta la batería a la línea, circulando por ésta un impulso de corriente (mientras esté actuado el manipulador) que será recibido en la estación del otro extremo de la línea (que será similar a ésta) y hará actuar su receptor (siempre que el manipulador de la estación esté en posición de reposo). |
El electroimán del receptor podía funcionar conectado directamente a la línea telegráfica si ésta era corta, pero en líneas telegráficas más largas éstas ya presentan una resistencia eléctrica alta, y la corriente que circulaba por ellas correspondientes a las señales transmitidas era insuficiente para actuar los electroimanes de los equipos receptores, que eran relativamente poco sensibles. Este inconveniente se resolvió conectando a la línea en la estación receptora un electroimán muy sensible en lugar del electroimán del receptor, electroimán que actuaba una armadura dotada de un contacto asociado cuando recibía los débiles impulsos telegráficos. A través de este contacto se establecía un circuito eléctrico que excitaba el electroimán del equipo receptor mediante el uso de una batería local. Como este dispositivo de electroimán más sensible que operaba un contacto eléctrico tenía como funcion repetir los impulsos recibidos (para aplicarlos en este caso al equipo receptor), se denominó relay (relevador) o relé, dispositivo repetidor de señales. La idea del relay fue del físico británico Charles Wheatstone (ya mencionado en los telégrafos de aguja).
El electroimán del relay tiene un elevado número de espiras (de 7.000 a 10.000), y ello hace que sea un electroimán mucho más sensible que el electroimán del equipo receptor, por lo que se puede excitar con corrientes mucho menores (como las recibidas por una línea telegráfica larga).
Análogamente, cuando se trataba de líneas muy largas, la resistencia de la línea es ya muy elevada y las señales enviadas desde un extremo eran muy debilitadas por la alta resistencia de la línea y no tenían potencia suficiente para excitar los relés de los equipos receptores. Este gran inconveniente se solucionó fraccionando la línea en tramos más cortos. Los tramos se unían con estaciones repetidoras constituidas por muy sensibles relés, donde cada relé, al recibir los impulsos telegráficos, al excitarse operaban por su contacto el siguiente tramo de línea, repitiendo y transmitiendo sobre este tramo los impulsos recibidos del tramo anterior. Está claro en estos casos la función de los relés como dispositivos repetidores de señales. Esta idea de utilizar sensibles relés como repetidores de línea se debe a Leonard Gale.
En una estación repetidora o relé hacían falta dos baterías: Una de mayor tensión para el envío de los impulsos telegráficos a la línea (a mayor tensión de la batería, mayor alcance tenían los impulsos), y una batería de menor tensión para los circuitos locales de la estación, básicamente para operar el receptor telegráfico.
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Conjunto de telégrafo impresor de Morse, empleado en los años 1890-1915 en las estaciones telegráficas: A la derecha, el manipulador, a la izquierda el receptor escritor. |
En cuanto al alfabeto ideado por Morse, basado en combinaciones de puntos ("dots") y rayas ("dashs") concretas para codificar cada caracter alfabético y numérico, Morse realizó un estudio largo, cuidado e inteligente de la lengua inglesa, a partir del cual dedujo cuáles eran las letras de uso más frecuente en este idioma, y asignó a éstas los códigos más breves, mientras que a las letras menos usadas asignó los códigos más largos. Este alfabeto, introducido en 1844, fue inmediatamente adoptado, al contrario de lo que había ocurrido con su equipo transmisor-receptor.
En realidad, el primer código desarrollado por Samuel Morse usaba señales eléctricas y pausas entre señales de distintas duraciones, y los puntos y rayas así transmitidos tenían asignados valores numéricos, que debían ser consultados en un libro de códigos para obtener el mensaje transmitido. Este sistema era complejo, engorroso, lento y poco práctico, por lo que fue Alfred Vail, socio de Samuel Morse, el que modificó este primer código, obteniendo un código alfabético simple, que permitió incrementar la velocidad de transmisión de los mensajes.
El código Morse mejorado por Vail se impuso rápidamente y es conocido como American Morse y Land Line Morse, esto es, Morse Americano y Morse del Ferrocarril. Este código es más parecido al actual, y con las modificaciones y expansiones que introdujo Vail en el código Morse original, permitieron extender éste para incorporar las letras, los dígitos (cifras 0 a 9) y algunos símbolos de escritura, pero aún presentaban importantes inconvenientes, como distintas longitudes de las pausas (silencios) entre señales y de las rayas, y algunos códigos bastante largos. Dado el carácter egoísta de Morse, Morse posteriormente no reconoció la muy importante aportación de Alfred Vail en la mejora del código telegráfico, que debería haberse conocido como “código Vail & Morse”.
El código Morse usado actualmente difiere bastante del ideado por Samuel Morse y el mejorado por Alfred Vail, ya que el código evolucionó a lo largo del tiempo. En el siglo XIX incluso eran distintos el código telegráfico empleado por los operadores americanos (el realmente ideado por Morse y Vail, el American Morse), y los empleados por los operadores europeos, que encontraban el código American Morse americano bastante propenso a errores. En efecto, en el primer sistema telegráfico de Morse el receptor era un simple electroimán con muelle de retroceso, que actuaba con los impulsos eléctricos recibidos por la línea, por lo que sólo se escuchaban acústicamente sonidos de golpeteo o cliqueo ("toc") cuando el receptor recibía un impulso. Puesto que ello no diferenciaba los impulsos largos de los impulsos cortos (rayas y puntos), la raya se realizaba transmitiendo un punto seguido de un espaciamiento más largo de lo normal hasta el siguiente punto del carácter. Así, por ejemplo, las letras "o" e "i" se codificaban con dos puntos, y se diferenciaban en el espaciado entre ambos puntos, más largo en la letra"o" y más breve en la letra "i". Pero además, el tiempo de duración de las rayas no era uniforme. Había rayas cortas, medianas y largas. También habían letras formadas con espacios de silencio variables, y ello también era un inconveniente serio. Los silencios en la trasmisión de algunas letras eran inconsistentes.
Fue el alemán Friedrich Clemens Gercke, en Europa, el que estudió en profundidad del código American Morse (o código de Vail y Morse), detectando los principales inconvenientes de éste, y lo modificó corrigiendo todos estos inconvenientes, aunque el código fue adaptado al idioma alemán (incluyendo los símbolos telegráficos necesarios para los caracteres propios de la lengua alemana). Ello ocurría en 1848, fue el código que se adoptó y empleó en el imperio prusiano a partir de 1851 (siendo usado en la línea entre Hamburgo y Cuxhaven). Gercke cambió casi la mitad del código American Morse (de Morse y Vail) y fijó la duración de los puntos, las rayas y los silencios, estableciendo un sistema de puntos y rayas como señales cortas y largas respectivamente, más adecuado para los receptores telegráficos de impresión en cinta de papel. Las rayas tenían una duración única equivalente a la de tres puntos, y los silencios dentro de un caracter (separaciones entre puntos y/o rayas) eran equivalentes a la duración de un punto. Este sistema de puntos y rayas se extendió a los códigos telegráficos empleados en otros países europeos que implementaron la telegrafía eléctrica Morse (algunos países, como Reino Unido, seguían empleando telégrafos eléctricos de agujas).
En base al código prusiano de Friedrich Gercke, en 1859 se instituyó el "Código Europeo" o "Código Continental", que se aproxima bastante al actual. Posteriormente, en 1865, por convención de muchos países y respetando las patentes de Samuel Morse, el código telegráfico de Gercke fue modificado ligeramente y adoptado como Código Telegráfico Internacional, ya muy próximo al actual. A pesar de ello, el American Morse, empleado en Estados Unidos, se seguiría utilizando en este país hasta finales del siglo XIX.
Las variaciones que siguieron a éste código afectó principalmente a las señales que representan los diez dígitos (cifras 0 a 9). Antes del Código Europeo ningún código telegráfico tipo Morse de los empleados representaban las distintas cifras de manera parecida al Código Telegráfico actual, salvo el código Bain, derivado del código Davy de 1839, y que fue empleado en muchas líneas telegráficas de Estados Unidos antes de 1848. En el código Bain las cifras 1 a 5 se codifican igual que las actuales, no así las cifras 6 a 0. Finalmente en 1912 se unificaron los códigos telegráficos Morse en el actual Código Telegráfico Internacional (el empleado actualmente), y las cifras 6 a 0 se codificaron invirtiendo los códigos Bain de las cifras 1 a 5. Además se modificaron algunas señales para avisos del servicio telegráfico (señales tales como la de invitación al corresponsal para que empiece a transmitir, otra para indicarle que espere, etc...). Lo que actualmente conocemos como “Código Morse”, en realidad no es tal.
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Código Telegráfico Internacional, año 1912 Es el código Morse actualmente empleado, establece los códigos actuales de los distintos caracteres, así como la duración de los distintos signos: 1- Una raya equivale a tres puntos, 2- El espacio entre signos de un mismo carácter es igual a un punto, 3- El espacio entre dos caracteres es igual a tres puntos (una raya), 4- El espacio entre dos palabras es de cinco puntos (casi dos rayas). |
Finalmente hay que indicar que el Código Telegráfico Internacional está pensado para los caracteres alfabéticos latinos, y hay muchos países que usan alfabetos con caracteres no latinos, como son los alfabetos árabe, chino, cirílico, coreano, hebreo, japonés, persa y tailandés. En estos países se tuvieron que desarrollar para sus redes telegráficas sus propios códigos telegráficos, aunque se buscó adaptarlos lo más posible al Código Telegráfico Internacional. Para para realizar tales adaptaciones, en unos casos se utiliza un sistema de equivalencias con el Código Telegráfico Internacional; en otros casos se utilizan unas tablas de conversión o series de números, que son compilados en una especie de libro de códigos para que los caracteres del Alfabeto Telegráfico Internacional se conviertan en los caracteres de cada idioma. En algunos casos, la equivalencia se realiza por el parecido gráfico de los caracteres de un alfabeto no latino con las letras del alfabeto latino, y en otros casos la equivalencia se realiza por la aproximación de la pronunciación de los caracteres no latinos a la de las letras latinas. Y por supuesto, en algunos idiomas, incluidos los latinos, se tuvieron que introducir nuevos códigos telegráficos para representar caracteres propios de un idioma (como el caso de la letra “ñ” de los idiomas español y gallego, o la letra “ß” de la lengua alemana).
Sobre la base del telégrafo original desarrollado por Morse, investigadores y técnicos de mediados del siglo XIX, y siempre con el propósito de conseguir una mayor velocidad en la transmisión, introducieron diversas modificaciones que tuvieron diferente acogida y éxito, en razón de la complejidad mecánica añadida. La transmisión múltiple y un elevado nivel de automatización lo han hecho pervivir hasta nuestros días.
Una de ellas fue desarrollada por el propio Alfred Vail, socio de Morse, que desarrolló en 1856 el sonajero o "Sounder" para sustituir el relé del receptor telegráfico. El sounder permitía la recepción del código Morse a oído, y ello fue desarrollado por el hecho de que pronto los operadores bien entrenados, y con muchas horas de escucha de los ruidos mecánicos (cliqueos) que generaban el electro de los receptores al funcionar, pronto aprendieron a identificar las señales telegráficas a oído, y a convertir las mismas en letras y palabras, sin necesidad de mirar la cinta de papel. Aunque esto al principio no satisfajo a sus jefes, estos operadores continuaron prefiriendo la escucha acústica a la impresión en cinta de los telegramas, y finalmente sus jefes reconocieron que la recepción humana (acústica) era superior a la impresión en cinta, ya que esta última debía ser leída e interpretada posteriormente, proceso mucho más lento y engorroso que la recepción y decodificación a oído de los telegramas recibidos. La cinta de papel cayó rápidamente en desuso, y los operadores mayormente recibían los mensajes sólo escuchando los cliqueos de los receptores.
El sounder se utilizó durante casi 130 años de forma profesional, a pesar de los avances técnológicos del siglo XIX y XX. Básicamente un sounder es un equipo receptor en el que el electroimán doble actúa sobre la armadura de una palanca metálica ligera que bascula entre dos topes situados uno en cada extremo de la palanca. Al recibir un impulso, el electroimán actúa sobre la armadura de la palanca atrayéndola, lo que hace que el extremo de ésta golpee primero a uno de sus dos topes, generando un "clic" audible, a a vez que este movimiento almacena energía en un pequeño muelle. Al cesar el impulso cesa la atracción de la palanca y este muelle hace retroceder ésta a su posición de reposo, golpeando el otro extremo el segundo tope y generando así un nuevo "clic" audible.
El nivel sonoro de ambos clics debía ser similar para conseguir una recepción efectiva a oído, y el volumen de los clics se regulaba ajustando la tensión del muelle así como el espaciado entre los topes y el extremo de la palanca (que también afecta a la velocidad máxima de transmisión). El sounder estaba montado sobre una base de madera, que actuaba como amplificador mecánico del sonido.
Tal golpeteo de los receptores telegráficos, y el sonido que lo caracterizaba, comenzaron a ser tarareados por los operadores telegrafístas, tal vez como una forma divertida de pasar el tiempo. Los pulsos cortos (los puntos), y los pulsos largos (las rayas), comenzaron a identificarse como “dit” y “dah” (“di” y “da” en castellano) respectivamente. De hecho, hoy en día en los distintos métodos de enseñanza del código Morse, lo que se enseña es a reconocer a oído los distintos caracteres telegráficos, cómo suenan, típicamente tarareándolos como combinaciones de “dit” y “dah”: Letra A : dit-dah ; Letra B : dah-dit-dit-dit ; etc...
El rápido desarrollo de la telegrafía en aquella época hizo que los operadores telegrafistas de la época debieran de transmitir gran cantidad de mensajes, y pronto aparecería una enfermedad profesional lamada "Telegrapher's Paralysis" (Parálisis del telegrafista) o "Brazo de cristal", hoy llamada "Síndrome del tunel carpiano" o "Síndrome del carpiano rígido" ("Carpal Tunnel Syndrome", CTS en siglas inglesas). Este síndrome es una especie de parálisis de las articulaciones de la muñeca, y que creaba una invalidez total para desarrollar el oficio. El síndrome se produce cuando el nervio mediano, que abarca desde el antebrazo hasta la mano, distribuyéndose por los dedos, se presiona o atrapa dentro del túnel carpiano, situado entre los huesos de la muñeca. Da lugar a síntomas como dolor, adormecimiento y hormigueos de los dedos, y suele producirse bien por una dislocación de la muñeca o en el ámbito profesional por movimientos muy repetitivos en el tiempo que afectan a la muñeca.
Este problema surgió en la Norteamérica de los años 1850-1860's, años en los que se crearon en Estados Unidos muchas pequeñas ciudades como consecuencia del crecimiento de las redes de ferrocarril al extenderse éstas por todo el país, desde el este hacia el oeste. Cada red de ferrocarril incorporaba su propia red telegráfica, que además servía de red de comunicaciones pública, y sustituían con ventaja a los Pony Express (la famosa red de mensajería a caballo que se instauró por aquellos años para enlazar el este con el oeste norteamericano).
Desde principios de la invención del telégrafo eléctrico por Samuel Morse en 1836 (patentado en 1840) y sus primeras transmisiones en 1844, los operadores de las líneas telegráficas operaban con una llave telegráfica manual o manipulador, que se operaba empujándola verticalmente (operando sobre un pomo unido a la barra de la llave). Dado que un operador telegrafista podía llegar a enviar entre 20 y 25 ppm (palabras por minuto) de modo continuo durante tiempos del orden de media hora, tras el cual debía hacer un descanso, era normal que el brazo y la muñeca se resintieran de ello, y con el tiempo, podía causar daños temporales o permanentes a los cartílagos, tendones, músculos y nervios de la mano con que operaba la llave, que conducían al síndrome del túnel carpiano sin cura alguna, y que sufrieron la gran mayoría de los miles de telegrafistas de las oficinas de telégrafos de Estados Unidos durante esos años.
Ello motivó que se buscaran nuevos diseños de los manipuladores telegráficos para paliar este grave inconveniente. Los primeros fueron los manipuladores conocidos como "camelback" o de giba de camello, que se caracterizan por tener una especie de joroba en su barra principal en la zona donde pivota ésta, característica que los distingue claramente. No fue tanto una innovación decorativa, sino que se buscaba una mayor comodidad y practicidad en su operación, reduciendo el cansancio del operador, e intentando con ello suprimir la aparición del citado síndrome. En términos modernos, era un tipo de manipulador más “ergonómico”.
Pero no fue hasta 1888 cuando el ingeniero norteamericano Jesse H. Bunnell inventó un manipulador de barra que pivotava horizontalmente (y no verticalmente), que era operada lateralmente mediante una empuñadura. Fue el inicio de los manipuladores horizontales, los cuales sí evitaban el síndrome del túnel carpal.
Este tipo de telégrafos se caracteriza porque al transmitir se imprime el mensaje en caracteres tipográficos, lo que ocurre al mismo tiempo en el receptor. Es un resultado de la evolución y consolidación del telégrafo eléctrico en sus primeros años.
Este sistema fue patentado en 1855 por el profesor David Edwin Hughes, es conocido como de "Telégrafo de tipos" o "Teleimpresor". Hughes fue un genio de su época, era de nacionalidad inglesa (nacido en Londres en 1831), pero su familia emigró a EE.UU. cuando aún era niño, estableciéndose en Virginia en 1838 y después en Kentucky desde 1850, donde empezó su carrera académica ese año a la edad de 19 años. Su teleimpresor fue su gran aportación a la ciencia y las telecomunicaciones. En 1876 Graham Bell patentaba el teléfono y se iniciaba la telefonía, a la que en esos primeros años de la incipiente telefonía el profesor Hughes aportó algunos importantes avances que mejoraron los primeros aparatos telefónicos.
El teleimpresor de Hughes estaba dotado de un teclado similar al de un piano, cada tecla estaba asignada a una o varias letras, y podía transmitir e imprimir hasta 45-60 palabras por minuto en una cinta de papel en la estación receptora, frente a las 25 por minuto del sistema Morse. Fue adoptado por compañías telegráficas de Estados Unidos (1857), Francia (1862), Inglaterra (1863), Prusia (1865) y España (1875). Es el tipo más perfecto de los aparatos impresores de movimiento sincrónico que se empleó en líneas de tráfico medio.
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Telégrafo impresor o teleimpresor de Hughes. Pieza del Museo de Tecnología de Varsovia (Polonia). |
Los teleimpresores fueron los primeros que imprimieron los despachos telegráficos en caracteres claros, es decir, caracteres alfanuméricos ordinarios y por tanto legibles, no siendo por tanto necesaria su posterior traducción, como ocurría con los despachos telegráficos en código Morse.
Cada aparato teleimpresor disponía de una rueda o disco de tipos (caracteres alfanuméricos), esto es, un disco en cuyo borde están marcadas en relieve los distintos tipos, y por encima del cual hay dispuesta una cinta de papel. El giro de la rueda de tipos es accionado y controlado mediante un mecanismo de relojería. En una línea con teletipos, en los teleimpresores de cada extremo sus ruedas de tipos giran con velocidades absolutamente iguales entre sí, accionadas por el mecanismo de relojería. Por ello, si las dos ruedas tienen el mismo punto de partida en el mismo momento, ambas presentarán siempre la misma letra en el mismo punto del espacio, esto es, giran totalmente sincronizadas: Cuando en la estación de origen se encuentra una letra o tipo en el punto más bajo de la rueda, la misma letra se halla igualmente en el punto más bajo en la rueda de la estación de llegada y, si en este mismo momento la estación de origen envía un impulso de corriente por la línea, a través de un electroimán receptor, actúa un resorte que provoca la proyección de la cinta de papel contra el borde de la rueda (cuyos tipos están entintados), y esta letra es la que se imprime en la cinta. Al cesar el impulso de corriente, el electroimán desactúa y adicionalmente provoca el avance en una posición de la cinta de papel, quedando lista para imprimir el siguiente tipo a continuación del anterior cuando el electroimán receptor vuelva a recibir un nuevo impulso procedente de la estación emisora.
Tal como se ha indicado anteriormente, en el teleimpresor de Hughes el transmisor consistía en una especie de teclado con aspecto de piano, cuyas teclas están asignadas a las distintas letras y números. Cuando es accionada una de las teclas, a través de una varilla metálica cierra el circuito de línea, dando lugar al envío de un impulso de corriente. El equipo teleimpresor también incluye el receptor telegráfico, el cual al recibir los impulsos transmitidos por la línea, su electroimán receptor al actuar provocaba la impresión de la correspondiente letra o tipo en la cinta de papel. Manteniendo conectado a línea el receptor en el teleimpresor que enviaba un mensaje, éste no sólo se imprimía en el teleimpresor distante, sino también en el teleimpresor local, con lo que el mensaje enviado era imprimido en ambos teleimpresores, lo que permitía la comprobación de los mensajes transmitidos si fuera necesario.
Aunque parezca más fácil de utilizar que un telégrafo Morse ordinario, ya que no habría que aprender el código Morse de puntos y rayas, las dificultades para sincronizar emisor y receptor hicieron que el telégrafo impresor de Hughes no tuviera un recorrido tan largo como el telégrafo Morse convencional, aunque sí se emplearía en líneas telegráficas con mucho servicio, por su mayor velocidad de envío de los mensajes que con el telégrafo Morse.
Otro telégrafo impresor fue desarrollado por Wheatstone, era un telégrafo automático, basado en una cinta perforada en la cual los puntos estaban representados por dos perforaciones hechas en perpendicular (una sobre otra) y las rayas por dos perforaciones pero puestas en diagonal, es decir, con "un espacio" de diferencia.
En definitiva, los teleimpresores eran telégrafos mucho más complicados y costosos que el de Morse, pero ofrecían a cambio una mayor velocidad de transmisión, casi el triple, y además tenían una particularidad: Cuando se transmitía, el receptor de la estación transmisora también imprimía el mensaje en la cinta de papel, por lo que servía de comprobación del mensaje transmitido.
La telegrafía eléctrica permitió al hombre la capacidad de enviar mensajes de texto a distancia por medios eléctricos, soportados por las líneas telegráficas, pero también sirvió para transmitir imágenes (o más estrictamente dibujos y gráficos) a distancia. Para ello se desarrollaron los denominados genéricamente Telégrafos de imágenes
, cuyos fundamentos de funcionamiento fueron posteriormente la base de los sistemas de facsímil (fax) y de televisión.
Las primeras experiencias de transmisión de imagenes a distancia parten del año 1843, cuando el relojero escocés radicado en Edimburgo Alexander Bain (1811-1877) desarrolló una máquina experimental de fax, basada en el uso de dos péndulos electromagnéticos sincronizados al milímetro a través de la línea telegráfica. Bain postuló muy correctamente que cualquier imagen puede ser descompuesta en numerosos puntos de luz (pixels
en terminología actual) y que éstos podrían transmitirse secuencialmente a distancia a través de líneas eléctricas, pudiendo ser reconstruida la imagen en el destino con el equipo adecuado.
Bain había desarrollado y patentado en Londres en enero de 1841 el primer reloj eléctrico, el cual funcionaba con un péndulo electromagnético (cuya oscilación mecánica es controlada eléctricamente con electroimanes). Posteriormente consiguió sincronizar dos de estos relojes distantes conectados entre sí mediante de una línea telegráfica, por la que se enviaban impulsos eléctricos generados por uno de los péndulos, y que llegaban al control del péndulo electromagnético del reloj distante. Así consiguió que ambos relojes oscilaran a la misma frecuencia y permanecieran en fase. Es decir, sincrónizó el funcionamiento del segundo reloj con el primero.
En 1842 Bain propone un telégrafo basado en péndulos electromagnéticos, en el que en el emisor un estilete metálico asociado al péndulo exploraba superficialmente durante su oscilación un mensaje constituido por letras de metal en relieve (similares a los tipos usados en las imprentas) conectadas al circuito telegráfico, de manera que cada vez que el estilete del péndulo tocaba el metal, cerraba el circuito telegráfico enviando corriente eléctrica por éste, y cuando no tocaba las letras metálicas, cesaba el envío de corriente. Mediante mecanismos de relojería, el péndulo emisor barría de lado a lado el mensaje constituido por letras metálicas, a la vez que éste se desplazaba ligeramente con cada oscilación del péndulo, consiguiendo con ello que el mensaje fuera explorado completamente en muchas líneas horizontales sucesivas.
En la estación receptora, un sistema similar hacía que su péndulo, cuyo movimiento estaba sincronizado con el del péndulo emisor gracias a un reloj eléctrico, barriera un papel impregnado en solución conductora de yoduro de potasio, dispuesto sobre una plancha conectada a tierra. Cuando se recibía corriente eléctrica a través de la línea telegráfica, en el punto de contacto del estilete metálico con el papel electroquímico se producía la descomposición electroquímica del yoduro potásico, dejando un punto oscuro de yodo. Con ello se conseguía finalmente imprimir en el papel electroquímico las letras transmitidas por el telégrafo emisor.
Bain patentó este telégrafo electroquímico en 1843. Bain también pensó que en lugar de letras metálicas, los mensajes y dibujos se podían grabar en relieve en una plancha de cobre, que sería explorada por el estilete del péndulo transmisor. A pesar de todas sus propuestas e ideas, Bain nunca realizó una transmisión práctica de su primitivo equipo de fascímil, pero dejó claro en su solicitud de patente que esta forma de transmisión era completamente factible. Y hasta diciembre de 1846, Bain presentó otras dos patentes de telégrafos electroquímicos en los cuales, a diferencia del telégrafo de Morse, los mensajes se imprimían en un papel electroquímico. La última patente entraría en conflicto de infracción de patentes presentada por Samuel Morse, que fue desestimada.
Sería el físico inglés Frederick Collier Bakewell quien optimizó el diseño de Bain en 1847, probándolo con éxito en septiembre con una transmisión entre la calle Seymour de Londres y la ciudad periférica de Slough, y que presentó posteriormente al público bajo la denominación de telégrafo de imágenes
en la Exposición Universal de Londres de 1851.
El equipo emisor consistía en un cilindro sobre el que se enrollaba una hoja de metal conectada a la línea telegráfica. En dicha hoja metálica se grababa con tinta de barniz aislante el mensaje o dibujo a transmitir. Una rueda dentada asociada a un tornillo sin fin hacía girar muy lentamente el tambor con la hoja metálica, a la vez que un estilete metálico recorría mucho más rápidamene la hoja de lado a lado. Cada vez que el estilete tocaba el metal de la hoja, cerraba el circuito telegráfico, enviando corriente eléctrica a la línea, mientras que cuando tocaba la tinta aislante, cesaba el envío de corriente. En el equipo receptor había otro cilindro similar, en giro sincrónico con el cilindro emisor, pero sobre él se arrollaba una hoja de papel electroquímico (impregnado de ferrocianuro de potasio), en el cual el estilete grababa las señales recibidas en forma de puntos y trazos de color azul, formando la imagen transmitida.
Sin embargo el equipo de Bakewell tenía problemas de sincronismo entre el emisor y el receptor, a pesar de disponer de mecanismos de ajuste automático y manual del sincronismo, y los tiempos de transmisión eran demasiado largos, por lo que su telégrafo de imágenes tuvo un mínimo uso práctico.
La primera versión práctica basada en las ideas de Bain y Bakewell capaz de utilizar las líneas existentes de telegrafía fue el Pantelégrafo del religioso y profesor de física de la universidad de Florencia (Siena, Italia) Giovanni Caselli (1815-1891), patentado en 1855. En 1857 se estableció en París, y su invento interesó al emperador Napoleón III, siendo posteriormente adoptado por la administración francesa de telégrafos.
El pantelégrafo (que signica telégrafo universal
) funcionó durante un tiempo soportado por líneas telegráficas de la época. Básicamente era un equipo telegráfico en el que la imagen a transmitir (un caselligrama
) se imprimía o dibujaba con tinta no conductora sobre una fina hoja de estaño que se disponía sobre una tableta metálica curvada en el pantelégrafo emisor, conectada a tierra. Una aguja metálica de platino acoplada mecánicamente a un largo péndulo electromagnético, y conectada a una línea telegráfica alimentada eléctricamente, tocaba y recorría la tableta curvada con la hoja de estaño de arriba a abajo y más lentamente de derecha a izquierda. El movimiento de la aguja exploradora (tanto de arriba a abajo, como lateral) estaba controlado por el movimiento de vaivén del péndulo electromagnético, el cual a su vez, estaba controlado mediante dos electroimanes por un reloj eléctrico de péndulo asociado al equipo. Con ello se conseguía explorar totalmente la imagen grabada en la hoja metálica en movimiento de zig-zag, descomponiéndola en muchas líneas de barrido (una de ida y otra de vuelta por cada oscilación del péndulo electromagnético). Dado que la aguja exploradora tocaba la lámina con el dibujo, cuando la aguja tocaba la superficie metálica de la hoja cerraba el circuito de la línea telegráfica asociada, permitiendo la circulación de corriente eléctrica, y cuando tocaba la tinta no conductora, abría el circuito de línea, dejando de circular corriente por ésta.
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Pantelégrafo de Caselli y detalles de las tabletas emisora y receptora y del mecanismo de lectura y escritura. (Clic en la imagen para ampliarla). |
En la estación receptora, un equipo idéntico recibía estas corrientes de línea y las aplicaba a la aguja conductora del péndulo electromagnético que se podía mover sobre una segunda tableta metálica curvada (tableta receptora). Solo que ahora, sobre esta segunda tableta metálica se disponía una hoja de papel blanca impregnada en una solución conductora de ferrocianuro de potasio, el cual es incoloro, pero que al ser sometido a la acción de la corriente eléctrica, se vuelve de color azul (es decir, era un papel de impresión electroquímica). Dado que los pantelégrafos emisor y receptor se movían exactamente igual, y sincronizando el receptor con el emisor al inicio de la transmisión, se conseguía imprimir fielmente en el pantelégrafo receptor la imagen transmitida. Evidentemente, esta telegrafía de imágenes no era instantánea, sino que requería un cierto tiempo para la transmisión completa de la imagen, y las imágenes transmitidas eran sólo en dos tonos: blanco y azul, no habían tonos intermedios.
El pantelégrafo de Caselli tuvo aplicación práctica y se usó entre 1865 y 1870 en la línea telegráfica de París-Lyón como servicio público de transmisión de imágenes, y aunque envió cerca de cinco mil documentos durante su primer año de operación, fue abandonado tras la derrota francesa en Sedán en la guerra Franco-prusiana en 1870. El hecho de tener que imprimir el documento en la plancha cilíndrica de metal lo hacía muy poco práctico. Además, muchas de las imágenes recibidas solían ser ilegibles. Caselli mejoraría su sistema obteniendo una segunda patente en 1861, y el equipo sería expuesto en las Exposiciones Universales de Londres en 1862, y de París en 1867. El pantelégrafo también tuvo algún interés en Inglaterra, donde se experimentó en la línea telegráfica Londres-Liverpool.
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Giovanni Caselli | Caselligrama de pruebas, año 1857. |
Al pantelégrafo seguirían pronto otros telégrafos de imágenes
desarrollados por otros investigadores, y todos se basaban en la exploración de la imagen mediante diversos métodos, transformando puntos de imagen en señales eléctricas para su transmisión por líneas telegráficas. Cada inventor le puso un nombre distinto. Los más conocidos fueron, por orden cronológico (hasta principios del siglo XX), los siguientes:
El Typo-telegraph (1860) del profesor italiano Gaetano Bonelli, uno de los pioneros de las comunicaciones telegráficas en Italia en los años 1840-50's. Su telégrafo de imágenes era más bien una evolución del sistema de Bain, que exploraba letras metálicas con un conjunto de palpadores colocados en un grupo de raíles de sopote. La recepción se realizaba sobre papel electroquímico. Fue probado en una línea experimental entre Liverpool y Manchester en 1863, no teniendo uso práctico posterior.
El Autographic telegraph (o Telégrafo de Firmas, 1864), del operador de telégrafos francés Bernard Meyer (1830-1884). Este equipo era una simplificación del pantelégrafo de Caselli, estuvo más enfocado en el envío de letras escritas, las cuales se grababan en una cinta continua. La cinta era explorada por varias plumillas colocadas en paralelo (como en el aparato de Bonelli), que a su vez eran exploradas secuencialmente por una helicoide (que estaba montada en un tambor cilíndrico). Así, al avanzar la cinta y girar el helicoide se enviaba, mediante un único hilo, la presencia o no de marcas de escritura en la cinta. Con ello se duplicaba la velocidad de envío respecto al pantelégrafo. El equipo receptor era similar, e imprimía las señales recibidas en una cinta de papel. Para su funcionamiento el sistema necesitaba una perfecta sincronización en los movimientos del tambor que soporta la helicoide y la velocidad de la cinta. Para ello utilizó sendos péndulos eléctricos sincronizados entre sí.
Este sistema sustituyó al pantelégrafo de Caselli en la línea París-Lyón, y estuvo funcionando en varias líneas francesas desde principios de 1871, tras la guerra franco-prusiana. Fue expuesto en la Exposición de Electricidad de París de 1881.
El sistema de Ludovic d´Arlingcourt (1868), basado en el sistema de Bain, en el cual mejoró el sistema de sincronización propuesto por Bain, utilizando sendos diapasones para sincronizar las máquinas transmisora y receptora. Fue patentado en 1869, y fue utilizado de forma general por el Post Office británico en Londres (a pesar de que ya existían otros muchos sistemas disponibles por entonces).
El Telautograph (1888) del norteamericano Elisha Gray. Elisha Gray es mucho más conocido por haber presentado la solicitud de patente del teléfono en 1876, y que finalmente no le fue concedida ya que otro inventor norteamericano, Graham Bell, presentó la solicitud de una patente similar del teléfono el mismo día en otra oficina de patentes, sólo dos horas antes que Elisha Gray (esto último en realidad parece no fue así). Su Telautograph se caracterizó porque ya podía recibir las imágenes en una hoja inmóvil de papel normal y no sobre un cilindro giratorio. Su sistema de exploración era diferente, se basaba en un sistema de referencia de dos ejes perpendiculares X/Y, en los que se desplazaba un puntero, tal como lo realizan actualmente los punteros de los registradores gráficos (plotters), siendo el telautograph el predecesor de éstos.
Básicamente, el transmisor constaba de un único estilete que estaba mecánicamente unido mediante dos conjuntos de palancas y juntas giratorias, a los brazos del contacto móvil de dos reóstatos (resistencias variables). Uno de los reóstatos era accionado por el movimiento en el eje X del estilete, y el otro por el movimiento en el eje Y. El estilete era manejado manualmente por el operador para escribir un texto o dibujar un gráfico o dibujo, y las componentes horizontal y vertical del movimiento del estilete se traducían en variaciones de corriente proporcionales, a través de cada uno de los dos reóstatos. Estos últimos estaban conectados a sendas líneas telegráficas independientes, que estaban conectadas al equipo receptor distante. En el receptor, las dos líneas estaban conectadas a sendas bobinas electroimanes cuyas armaduras movían un sistema mecánico, similar al del equipo transmisor, en función de la corriente recibida. Este sistema mecánico estaba unido a una pluma y permitía reproducir en la estación receptora aquello que el remitente estaba dibujando en el equipo transmisor.
Elisha Gray fue mejorando su telautograph y finalmente fue presentado públicamente en la Feria Mundial de Chicago de 1893. Tuvo mucho éxito como sistema de transmisión de firmas a distancia, siendo usado por bancos para el reconocimiento de firmas, y en los grandes hospitales con el objeto de asegurar de que las órdenes de los médicos y las informaciones de los pacientes eran transmitidas precisa y rápidamente a la administración de los hospitales. Una mejora del sistema de Elisha Gray fue realizada por el norteamericano George S. Tiffany en 1896.
El Telediagraph (1895) del norteamericano Ernest A. Hummel, joven relojero de St. Paul (Minnesota). Prácticamente fue el primer sistema de fax realmente práctico y que una vez mejorado, a partir de 1898-99, sería instalado en oficinas de diversos periódicos estadounidenses.
Sus equipos transmisor y receptor usaban tambores que giraban sincronizados entre sí. En la estación emisora, el mensaje o dibujo se dibujaba con tinta no conductora en una fina hoja metálica de papel de estaño de 8×6 cm, que se colocaba a continuación en el cilindro o tambor emisor, y que era explorada por una aguja de platino, y que transmitía las señales a la línea. En el equipo receptor, la imagen se recibía mediante un papel carbón envuelto entre dos hojas de papel en blanco, arrolladas en el cilindro receptor. Una aguja móvil sobre el cilindro receptor presionaba los papeles cuando recibía impulsos eléctricos, lo que ocurría cuando en el emisor, la aguja tocaba el estaño de la hoja con el dibujo, y se retiraba del papel cuando la aguja transmisora tocaba la tinta no conductora. Ello provocaba la impresión (gracias al papel carbón) en uno de los dos papeles en blanco de la imagen transmitida.
El modo de exploración de la imagen difería del utilizado habitualmente con sistemas de rodillo giratorio o planchas curvadas como el pantelégrafo, en los que se explora la imagen desplazando la aguja exploradora de derecha a izquierda y viceversa a lo largo del rodillo, a la vez que éste gira lentamente (exploración en zig-zag). En este equipo, la exploración mantenía fija la aguja exploradora mientras giraba el cilindro. Cada vez que se completaba una vuelta completa del cilindro emisor, se generaba y enviaba una señal de sincronización que provocaba que las agujas en ambas máquinas (emisora y receptora) se desplazara durante 1/56 segundos hacia la izquierda, antes de realizar la exploración la línea siguiente (correspondiente al siguiente giro completo del tambor), y así sucesivamente, hasta barrer toda la hoja metálica con el dibujo. Se realizaba así una exploración de las imágenes mediante líneas paralelas de exploración, y no en zig-zag. Este sistema de transmisión de imágenes fue exitoso, y convenientemente adaptado fue la base de las copiadoras de documentos hasta la década de 1970.
El Telewriter (1900) del británico Foster Ritchie, que fue una mejora del sistema de Elisha Gray, en la cual cambió el tipo de señal transmitida por las líneas telegráficas, que fueron sustituidas por el envío de impulsos de polaridad opuesta en función de la amplitud de las desviaciones del puntero en el equipo transmisor. Estos impulsos eran generados mediante los contactos de unos relés en el transmisor, y se detectaban mediante motores paso a paso en el equipo receptor. El uso de impulsos de polaridades opuestas mejoró la calidad de las transmisiones (al ser menos sensible a los ruidos en línea) y aumentó notablemente el alcance de las transmisiones (anteriormente limitadas a unos 8 km con el sistema de Elisha Gray). Fue el precedente de las máquinas de teletipo.
Los telégrafos de imágenes, y principalmente el pantelégrafo de Giovanni Caselli, fueron los que establecieron los fundamentos del fax moderno (fascímil), y también de la televisión, al establecer los conceptos de exploración de las imágenes en líneas, transmitir secuencialmente los puntos de luz detectados en cada línea de exploración, reconstituir la imagen en el receptor con los puntos recibidos, y la sincronización entre emisor y receptor para la correcta reconstrucción de las imagenes.
En España los primeros ensayos de telegrafía eléctrica práctica se realizaron en 1849 en varios puntos de España, normalmente en tramos cortos, y parelelos al desarrollo del ferrocarril. Uno de ellos fue en el puente de Bilbao, llevando a establecer en 1852 una línea de 13 km entre Bilbao y Portugalete para el envío de avisos de servicio. También en 1852 se autorizó al ferrocarril Madrid-Aranjuez el funcionamiento de una línea telegráfica que ya fue empleada para el servicio convencional de telegramas público (inaugurada en verano de 1851), pero no acabó de prosperar ya que tenía pocas perspectivas de ser ampliada dicha línea al no haber líneas ferreas en las que apoyarse.
Por entonces en España todavía se estaba intentando terminar la red telegráfica óptica desarrollada por Mathé, y el Gobierno encomendó el 7 de mayo de 1852 a Mathé el estudio de los sistemas de telegrafía eléctrica en uso existentes en el extranjero para la adopción del más adecuado en España. Cinco meses después, Mathé entregó al Gobierno una memoria en la que exponía las ventajas de la telegrafía eléctrica sobre la óptica y se decantaba por el sistema de Wheatstone de dos agujas, que sólo necesitaba dos alambres como línea de comunicación.
El gobierno español depositó en Mathé su confianza para establecer una línea general de telegrafía eléctrica de Madrid a Irún, pasando por Guadalajara, Zaragoza, Pamplona y San Sebastián, con un ramal de Zaragoza a Barcelona y otro desde Alsasua a Bilbao. El 6 de octubre de 1852 se creó la Escuela de Telégrafos, que sería el origen del Cuerpo de Telégrafos, un cuerpo especial facultativo para atender este nuevo servicio de telegrafía eléctrica. Un mes después se dio vía libre a la construcción de la línea general telegráfica, de 605 km de recorrido. El presupuesto de Mathé para las obras de la línea ascendía a 1.544.720 reales. El 5 de junio de 1854 se cursó el primer telegrama por telegrafía eléctrica desde Guadalajara a Madrid, por la nueva línea que se estaba construyendo hasta Irún, siendo enviado por la reina Isabel II. El 11 de agosto se cursó el primer telegrama con la estación de Zaragoza, el 18 de octubre con Pamplona, el 19 de octubre con Bilbao, el 22 de octubre con San Sebastián, y el 27 de octubre, con Irún, recién finalizada la construcción de la línea.
La construcción de la línea de Irún fue un ensayo general de la telegrafía eléctrica en España, pero se había tenido en cuenta las experiencias en la construcción de líneas telegráficas en otros países, que Mathé había recogido tras un viaje por Europa, por lo que se evitó tener que realizar nuevos ensayos que hubiera requerido tiempo y dinero. El ensayo resultó un éxito, y además la llegada del telégrafo eléctrico a Irún, junto a la frontera con Francia, posibilitó la conexión internacional de esta primera línea nacional de telegrafía eléctrica, enlazando con las líneas francesas, ya que en Francia telegrafía eléctrica ya había desplazado al sistema óptico de Chappé. Y así, el 8 de noviembre se transmitió el primer telegrama entre Madrid y París, el discurso de la apertura de las Cortes Constituyentes españolas por la reina Isabel II. Y por deseo expreso de Isabel II, la red de telegrafía eléctrica española fue de carácter público, a diferencia de la red de telegrafía óptica, que estuvo al servicio exclusivo del estado. La Real Orden del 25 de febrero de 1855 establecía el carácter público de la nueva red de telegrafía eléctrica. En abril de 1855 la línea se abrió al servicio público.
El enlace internacional con Francia presentaba un problema, y es que los sistemas telegráficos eléctricos empleados por España y por Francia eran diferentes, ya que España usaba el telégrafo de dos agujas de Wheatstone y Francia estaba usando entonces el telégrafo Foy-Bréguet, y ambos sistemas eran totalmente incompatibles entre sí. Por ello en Irún, donde la línea española enlazaba con la francesa, el intercambio de mensajes se debía realizar a mano. Esto se resolvería más adelante cuando se estandarizó el sistema de telegrafía Morse.
El buen resultado de esta primera línea de telegrafía eléctrica española (Madrid-Irún) aconsejó al Gobierno español para extender la telegrafía eléctrica a todo el estado español, y el 24 de abril de 1855 la Gazeta de Madrid publicaba una ley, aprobada y sancionada por Isabel II dos días antes, para la construcción de una red telegráfica que enlazara todas las capitales de provincia peninsulares con Madrid. La ley decía que "Se autoriza al Gobierno para plantear un sistema completo de líneas electro-telegráficas que pongan en comunicación a la Corte con todas las capitales de provincia y departamentos marítimos, y que lleguen a las fronteras de Francia y Portugal..." . Este proyecto además establecía la construcción de cinco líneas radiales que partían de Madrid: Nordeste (a Zaragoza e Irún, con ramal a Barcelona y la frontera francesa), Este (a Valencia y Cartagena), Sur (a Málaga y Cádiz), Oeste (a Cáceres y Badajoz) y Noroeste (a Galicia y Asturias). Para el proyecto se concedió un crédito de 15 millones de reales, a hacer efectivos en dos años. El proyecto también establecía los medios técnicos que debían utilizarse para realizar los tendidos de las líneas telegráficas (referidos a postes, conductores eléctricos, aisladores, etc...).
Esta ley ya hablaba del reglamento del Cuerpo de Telégrafos. Este cuerpo se creó prácticamente al mismo tiempo que se aprobó esta ley. El reglamento del Cuerpo de Telégrafos se aprobaría posteriormente mediante la Real Orden del 31 de marzo de 1856. Y el 31 de junio de 1856 José María Mathé fue nombrado Director General de Telégrafos, cargo que ocupó hasta su jubilación el 13 de agosto de 1864. En este cuerpo ingresarían muchos de los antiguos torreros cuando las líneas ópticas dejaron de prestar servicio.
Esta red radial se pretendía que tuviera una extensión de 6.280 km. La decisión de desarrollarla no debió ser fácil, ya que se tenía a la telegrafía eléctrica como un subproducto del ferrocarril, y por entonces en España habían pocos kilómetros de vías férreas, y sin continuidad entre ellas. A diferencia de lo que ocurría en otros países, en España, al no estar desarrollado el ferrocarril, las líneas telegráficas no seguirían el curso de las vías ferroviarias, sino que discurrían por caminos atravesando los campos y las montañas. En algunos casos coincidieron las instalaciones del telégrafo eléctrico con la del telégrafo óptico.
Por otro lado, cuando comenzó a construirse la red ya se había llegado a un acuerdo entre los países europeos para adoptar el telégrafo Morse para las comunicaciones internacionales, por lo que éste se expandió rápidamente por toda Europa. Ello hizo que la Administración Española cambiase de sistema telegráfico (se había establecido en el pliego de condiciones iniciales que fuera el telégrafo Wheatstone de dos agujas) y adoptase el telégrafo de Morse y el código Morse a instancias de Mathé, entonces director general de Telégrafos.
La telegrafía eléctrica se impuso rápidamente a la telegrafía óptica. En 1854 había quedado completada la línea de telegrafía eléctrica entre Madrid e Irún, y un año después, en 1855 dejó de funcionar la línea equivalente de telegrafía óptica (Línea Castilla). En 1857 el gobierno español abandonó definitivamente el sistema de telegrafía óptica de Mathé, al desmantelarse la última línea óptica en servicio de la red nacional, la línea Andalucía (Madrid-Cádiz), y sólo quedaron en servicio algunas líneas de carácter secundario, y a finales de ese año prácticamente estaban ya constituidas todas las líneas de telegrafía eléctrica proyectadas en la ley del 22 de abril de 1855, entregándose las líneas pendientes en los siguientes meses. Así, el 1 de mayo de 1858 quedaron establecidas 34 líneas telegráficas con 6.500 kms de recorrido, y 117 estaciones fueron abiertas al servicio público, ascendiendo el coste total de las líneas telegráficas a 17.562.469,95 reales.
Establecida esta primera red nacional de telegrafía eléctrica en 1858, que era de tipo radial ya que todas las líneas partían de Madrid, el estado inició los trabajos para ampliar la red nacional con nuevas líneas telegráficas transversales que unieran las líneas telegráficas principales para dar caminos alternativos a éstas, con lo que la red telegráfica se fue ampliando en años sucesivos adoptando una estructura en malla, cuyo foco estaba en Madrid. La primera línea transversal enlazaba Badajoz (línea del oeste) con Sevilla (línea del sur), la siguiente enlazaba Santander con Ferrol, y así sucesivamente. En los diez años que median entre 1854 y 1863 quedó constituida la primera red de telegrafía eléctrica nacional completa, sobre la base de una red de estructura radial que, partiendo de Madrid, enlazaba con todas las capitales de provincia y principales ciudades incluyendo a Baleares y Ceuta mediante el empleo de cables submarinos (ver más adelante), pero dejando fuera a Canarias y a Melilla. En total, más de 11.000 km de líneas, de los cuales unos 300 km eran de cables submarinos entre la península y Baleares, y un total de 184 estaciones. Ampliaciones posteriores hicieron que al terminar el siglo XIX ya se había alcanzado la cifra de 32.494 km de líneas telegráficas.
La telegrafía óptica, a la que tantos esfuerzos dedicó Mathé, no desapareció en España inmediatamente tras la establecerse la red de telegrafía eléctrica. Algunas redes ópticas siguieron siendo usadas en las regiones montañosas catalanas y en el Bajo Ebro, zonas donde la actividad de la guerrilla carlista hacía estragos en las líneas telegráficas eléctricas. Incluso la última línea de telegrafía óptica, que se extendía por las provincias de Tarragona, Teruel, Zaragoza, Valencia y Castellón, fue terminada en 1875, año en que falleció José María Mathé.
En cuanto a la organización del servicio de la red de telegrafía eléctrica, Mathé pretendió mantener una organización paramilitar semejante a la de la red de telegrafía óptica, pero pronto se vio que la amplitud del nuevo servicio desbordaba en mucho la organización pretendida por Mathé. La explotación del servicio se asignó inicialmente al Ministerio de la Gobernación, ya que se consideraba al telégrafo un instrumento de orden público, pero la construcción de las líneas que se establecieron al amparo de la ley de 1855 se encargó al Ministerio de Fomento y fue dirigida por Ingenieros de Caminos, a pesar que en el pliego de condiciones lo habían redactado los telegrafistas de Mathé y se establecía que el modelo a seguir sería el de la línea eléctrica de Madrid a Irún, construida por ellos. También, a raíz de todo esto, surgió la profesión de Ingeniero de Telégrafos, que sería el antecedente de los actuales Ingenieros de Telecomunicaciones.
La telegrafía eléctrica fue vista por el Estado como un instrumento de la centralización del poder, pero al ser una red pública, tuvo otros importantes usuarios, como los periodistas de la época, que vieron en ella un medio para difundir más rápidamente las noticias, y por los empresarios y políticos, ya que les permitía conocer con bastante rapidez las cotizaciones de la Bolsa nacional y extranjera, así como los acontecimientos políticos. La recaudación por los telegramas en diciembre de 1858 ya fue de 300.000 reales.
Desde los primeros tiempos de la telegrafía eléctrica se tuvo que desarrollar todos los elementos necesarios para enlazar las ciudades de un país, y pasar posteriormente a enlazar países. Al principio en cada país las comunicaciones eran punto a punto, donde cada línea telegráfica enlazaba una estación A con otra estación B. La línea podía tener estaciones intermedias. Esta forma de operar era viable con muy pocas líneas telegráficas y con bajo tráfico de mensajes. Pero al desarrollarse las redes nacionales, y al aumentar el tráfico de mensajes, este modelo se hizo inviable y se pasó a una comunicación de todos contra todos ("punto a multipunto" en términos modernos). Se tuvieron que crear estaciones telegráficas que actuaban como centros colectores, que permitían conectar varias líneas entre sí y permitían concentrar y distribuir los mensajes.
Los centros colectores eran estaciones que tenían acceso a varias líneas de la red, y disponían de aparatos de interconexión que permitían conectar manualmente líneas entre sí. Se diseñaron aparatos de interconexión de líneas o conmutadores más o menos complicados. Por ejemplo, un tipo de conmutador era un panel con terminales donde se conectaban las distintas líneas telegráficas, y la conexión entre dos líneas se realizaba con un hilo de puente dotados de clavijas de conexión en sus extremos.
Uno de los conmutadores más usados fue el conmutador suizo, ideado por Thomas Alva Edison en 1879, y que básicamente es un cuadro en el que había cierto número de barras metálicas planas horizontales paralelas (aisladas entre ellas), y detrás de ellas, sin tocarlas, había otro número de barras planas metálicas verticales paralelas (también aisladas entre sí). Esta disposición se conoce también como cuadro de barras cruzadas. En los puntos de cruce de ambos juegos de barras había un agujero en cada barra. Lo normal es que cada línea telegráfica estuviera conectada a una barra horizontal y a una barra vertical. Para conectar una línea telegráfica con otra, se insertaba una clavija metálica en el agujero correspondiente del punto de cruce de la barra horizontal asignada a una de las líneas con la barra vertical asignada a la otra línea. La clavija metálica insertada establecía la continuidad eléctrica entre ambas barras, y por tanto, entre las dos líneas telegráficas. Cuadros conmutadores similares se emplearían posteriormente en la constitución de las primeras centrales telefónicas tras la aparición del teléfono en 1876.
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Conmutador ordinario, para muy pocas líneas. (Clic en la imagen para ampliarla). | Conmutador suizo o de barras cruzadas y clavija de conexión. (Clic en la imagen para ampliarla. |
También se tuvieron que diseñar otros elementos auxiliares necesarios para establecer las comunicaciones, como fueron las pilas para hacer funcionar los telégrafos. La generación de corrientes eléctricas continuas sólo era posible entonces mediante pilas electroquímicas que derivaron de la pila de Volta. Hubieron diversos modelos de pilas electroquímicas, normalmente constituidas por dos electrodos, uno de zinc y otro de cobre, introducidos en un electrolito ácido contenido en un vaso de cristal (en el caso de la pila de Volta el electrolito impregnaba un material poroso que separaba físicamente aros de cobre y de zinc apilados alternativamente unos sobre otros), pero estas pilas tenían el problema de que cuando funcionaban, sufrían el proceso denominado polarización de los electrodos. Este proceso daba lugar a que la pila cuando era usada, perdiera potencia y tensión temporalmente por la formación de gases alrededor de uno de los electrodos, que lo aislaba un poco del electrolito.
Uno de los primeros modelos de pila que intentaban evitar el problema de la polarización fue la pila Wollastron (se llegó a emplear en las estaciones de la primera línea eléctrica a Irún, en la red española). Esta pila estaba constituida por un vaso con agua acidulada y electrodos de cobre y de zinc, pero el electrodo de cobre era mucho mayor y rodeaba al electrodo de zinc, con objeto de presentar una gran superficie que dificultara la polarización. Normalmente se agrupaban de 18 a 24 vasos para formar una batería con suficiente tensión para alimentar líneas y equipos telegráficos.
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Pila de Wollaston, un primer tipo de pila electroquímica que minimizaba el perjudicial proceso de la polarización. |
Pero la solución al problema de la polarización ya la había proporcionado años antes el químico británico John Frederic Daniell (1790-1846) al idear en 1836 la pila que lleva su nombre. Constituida con electrodos de zinc y cobre, empleaba como electrolito una disolución de sulfato de cobre, el cual, además de su función como electrolito, absorbía los gases desprendidos durante el uso de la pila, por lo que evitaba el efecto de la polarización. La pila Daniell proporcionaba una fuerza electromotriz de entre 1,0 y 1,25 V por vaso, tensión que es bastante constante durante su uso, por lo que, con pocas variantes, se han utilizado en las redes telegráficas durante más de cien años. Uniendo varios vasos en serie se aumentaba la tensión hasta el valor necesario para hacer funcionar correctamente los equipos telegráficos.
Normalmente en una estación telegráfica se empleaban dos baterías o conjuntos de pilas: Uno para alimentar los aparatos telegráficos de la estación (batería local), y otra para la transmisión de señales telegráficas a línea (batería de línea). El número de vasos que constituían estas últimas dependían de la longitud de la línea telegráfica. En España, una instrucción sobre el manejo de las pilas Daniell firmado por el propio Director general de Telégrafos, José María Mathé, de enero de 1857, recomendaba para líneas de hasta 100 km el empleo de baterías de 15 a 30 vasos ; de 30 a 50 vasos para 100 a 200 km ; de 50 a 70 vasos para 200 a 300 km, y de 70 a 100 vasos para 300 a 500 km.
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Pilas de Daniell, pila muy empleada en las redes telegráficas que evitaban el perjudicial proceso de la polarización. |
Las líneas telegráficas solían estar constituidas por alambres de hierro galvanizado (hierro recubierto de una capa de cinc para evitar su oxidación) o de broce silíceo (y más posteriormente serían de cobre desnudo), sin ningún tipo de aislamiento eléctrico, típicamente de 4 milímetros de diámetro (para disminuir su resistencia eléctrica, algo importante para líneas largas, en las cuales se utilizó también hilo de 5 mm) que eran tendidos en el aire soportados por postes de madera, dotados de crucetas de madera (brazos horizontales) en su parte superior. Los postes de madera, de varios metros de alto, solían ser colocados a distancias regulares (p.ej, 50 metros entre sí). Este tipo de línea se conoce como línea aérea de hilo desnudo, para diferenciarla de otros tipos de líneas que se emplearon (normalmente con poco éxito) en entornos urbanos, de alambres metálicos aislados eléctricamente con goma de gutapercha y enterrados, o líneas de hilos aislados con gutapercha tendidas en determinados ambientes.
El empleo de las líneas de hilo desnudo obligó a desarrollar otros elementos como son los aisladores eléctricos, empleados para soportar y afianzar los alambres de la línea telegráfica en los postes telegráficos o en sus crucetas. Aunque la madera seca es un buen aislante, en condiciones de fuerte humedad, en ambientes costeros donde hay una elevada salinidad en el aire, o bajo el agua de lluvia, disminuye la resistencia eléctrica de la madera, provocando faltas de aislamiento entre sí de las líneas telegráficas soportadas por el poste y también de éstas con respecto a tierra, de ahí la necesidad del uso de los soportes aislantes o aisladores. Normalmente los aisladores eran de porcelana (muy posteriormente serían también de vidrio, en pleno siglo XX), y eran fijados mediante algún tipo de atonillamiento a las crucetas del poste (incluso al propio poste si éste soportaba sólo uno o dos alambres conductores, para lo cual no se equipaba cruceta alguna).
Cada aislador soportaba un alambre telegráfico (los aisladores, que los habían de diversas formas, disponían de algún tipo de acanalamiento para pasar el hilo de línea), que era normalmente fijado al propio aislador con un trozo de alambre galvanizado de menor diámetro (atándolo al aislador). Los aisladores garantizaban un buen aislamiento del conductor telegráfico respecto al poste, incluso en condiciones de lluvia. Los postes también eran tratados (bañados y cocidos) con productos químicos para conseguir expulsar la savia de la madera, impermeabilizarlos (uso de breas impermeabilizadoras), y protegerlos de las condiciones ambientales adversas y de los insectos devoradores de la madera.
El uso del hilo desnudo obligó a desarrollar procedimientos para empalmar los alambres en caso de rotura de éstos o para prolongar una línea cuando se está construyendo (los alambres telegráficos se suministraban en rollos con una longitud de alambre limitada, por lo que se debían ir empalmando los distintos tramos de alambre a medida que se va constuyendo la línea), etc... Además, los empalmes podían provocar puntos de alta resistencia eléctrica en la línea telegráfica si se oxidaban los conductores por efectos de la intemperie como consecuencia de un fallo del galvanizado de los conductores en el empalme, lo que podía imposibilitar las comunicaciones, inutilizando la línea. Una solución que se dio a este problema fue finalizar la realización de los empalmes con una soldadura con estaño.
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Empalme Britania, uno de los tipos de empalmes más empleados en las líneas telegráficas de hilo desnudo. Mediante el empleo de un alambre galvanizado de menor diámetro, se conseguía empalmar los extremos enfrentados de dos alambres telegráficos (de mayor grosor y rigidez), proporcionando continuidad eléctrica y resistencia mecánica. |
Otros elementos auxiliares necesarios en las estaciones telegráficas que también hubo que diseñar fueron los timbres de corriente continua, necesarios para avisar de una llamada (conectando uno en cada línea) ; los reveladores o relés (relays), que se empleaban para repetir los impulsos transmitidos en un tramo de una larga línea telegráfica al siguiente tramo, posibilitando así las comunicaciones a largas distancias (pues los impulsos eléctricos se debilitan con la distancia por la resistencia óhmica de la línea) ; o los descargadores de punta, que eran dispositivos conectados a los hilos de cada línea y a una toma de tierra en la entrada de cada estación, y que actuaban frente a las elevadas sobretensiones originadas en las líneas por la electricidad estática atmosférica (las líneas aéreas de hilo desnudo se comportaban como colectores de electricidad atmosférica) o por la caída de un rayo, descargando gran parte de los excesos de tensión a tierra (por el efecto electrostático de las puntas) cuando éstos se producían, y protegiendo así tanto a los equipos telegráficos como a los operadores que la estación telegráfica. También se solían incluir en las estaciones telegráficas fusibles en los hilos de línea, como medida de protección adicional.
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Timbre electromecánico de corriente continua, utilizado para avisar de llamadas en las líneas telegráficas. Mediante un conmutador, es conectado en el extremo de la línea telegráfica en lugar del equipo telegráfico cuando no se está usando éste. |
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Primitivo relé telegráfico de la marca Siemens, empleado para retransmitir los impulsos telegráficos que recibía en el extremo de un tramo de la línea telegráfica, ya debilitados por la distancia, al siguiente tramo de la línea o al receptor telegráfico (a la derecha) como es el caso en esta ilustración. O.B es la batería local de la estación empleada para operar el receptor telegráfico (gobernado por el contacto del relé telegráfico). |
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Descargador de puntas para líneas telegráficas, dispositivo que gracias al "efecto de las puntas" (similar al que opera en los pararrayos) permitían decargar a tierra las altas sobretensiones eléctricas que podían generarse en la línea telegráfica por la electricidad estática atmosférica o por la caída de un rayo en la línea o próximo a ella. |
Hacia mitad de la década de 1850 el dentista ambulante norteamericano Dr. Mahlon Loomis (1826-1886) se interesó por la electricidad y ensayó incrementar el crecimiento de las plantas en placas de metal enterradas conectadas a una corriente eléctrica suministrada por baterías. Al mismo tiempo, ensayó también utilizar las cargas eléctricas naturales obtenidas de la atmósfera alzando en el aire cometas sujetados con cuerdas dotadas de hilos metálicos, y por tanto, conductoras de la electricidad. La electricidad atmosférica generaba cargas eléctricas en los cometas que se desplazaban por las cuerdas conductoras hacia tierra, donde descargaban.
Con esta idea realizó un circuito telegráfico que empleaba esta fuente natural de energía eléctrica estática atmosférica en lugar de baterías. Conectando un manipulador telegráfico a la cuerda conductora de uno de los cometas, consiguió transmitir señales telegráficas (que denominó "pulsaciones") con la electricidad estática natural, según varias referencias de la época, en una línea telegráfica de 600 km de longitud.
En octubre de 1866 Mahlon Loomis realizó una serie de experimentos en la zona montañosa de las Blue Ridge Mountains, en Virginia, en algunos de los cuales estuvieron presentes miembros del Congreso norteamericano y eminentes científicos, en los que demostró la posibilidad de realizar comunicaciones telegráficas sin hilos gracias a la electricidad atmosférica natural. Para estos experimentos utilizó un cometa alzado en el aire, dotado de una pequeña gasa de fino hilo de cobre, sostenido con una cuerda de hilo de cobre de unos 180 metros (600 pies) de longitud y conectado a la gasa metálica. Cada vez que la cuerda del cometa era conectada a tierra mediante un interruptor adecuado, la descarga de las cargas eléctricas atmosféricas por la cuerda conductora a tierra afectaba a la circulación de las corrientes eléctricas de origen atmosférico que se producían en otro cometa similar situado unos 29 km (18-20 millas) de distancia del primero, cuya cuerda conductora había sido conectada a tierra a través de un galvanómetro. Cada vez que la cuerda del cometa "transmisor" era conectada a tierra, el galvanómetro asociado al cometa "receptor" acusaba una variación significativa en las corrientes que circulaban por su cuerda.
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Esquema básico del sistema de transmisión inalámbrico de Loomis. |
Esto ocurría cuando las ondas electromagnéticas aún eran una hipótesis. Sólo tres años antes, en 1865, el físico inglés Clerk Maxwell había presentado ante la Real Sociedad de Londres su Teoría de las ondas electromagnéticas, y que no sería publicada hasta 1873 en su en su obra Tratado de Electricidad y Magnetismo
. La teoría de Maxwell fue comprobada como correcta en 1888 por el físico alemán Heinrich Hertz, y daría lugar al nacimiento de la radio (en forma de radiotelegrafía sin hilos
) en la siguiente década gracias a investigadores como Marconi, Tesla, Popov y otros.
Por lo que la demostración inalámbrica del Dr. Loomis de 1868 nada tenían que ver con la aún hipotética existencia de las ondas electromagnéticas, y esta experiencia se podía explicar por las perturbaciones que los cometas alzados en el aire con cuerdas conductoras conectadas a tierra provocaban en los campos eléctricos naturales atmosféricos, perturbaciones que podían propagarse y ser detectadas a cierta distancia.
Estas demostraciones de Loomis motivó el desarrollo de telégrafos sin hilos experimentales por otros para comunicaciones a largas distancias, aunque no tuvieron resultados prácticos. El mismo Loomis se dio cuenta pronto que para un desarrollo comercial de este tipo de telégrafo inalámbrico se debía desarrollar algún tipo de detector más sensible que el galvanómetro (si no se quería aumentar el tamaño de los cometas y su gasa metálica captadora de cargas electrostáticas). También se dio cuenta que en algunas ocasiones, si alguno de los cometas no estaba a una altura adecuada, el sistema no funcionaba, lo que le hizo pensar que la baja atmósfera estaba constituida por diferentes áreas, y dependiendo de en qué áreas estuvieran alzados los cometas, las comunicaciones podían tener lugar o no.
Loomis siguió experimentando intentando perfeccionar su descubrimiento, y llegó a sugerir que podría servir para establecer comunicaciones a través del océano Atlántico a un precio bastante inferior que empleando el cable telegráfico trasatlántico ya existente (ver siguiente apartado). Incluso llegó a contar en 1869 con el apoyo de Charles Sumner, senador en el Congreso por Massachusetts, al solicitar al Congreso una cuenta de 50.000 dólares para apoyar sus trabajos. Sin embargo, posiblemente por la oposición de las compañías telegráficas existentes que veían en el telégrafo inalámbrico de Loomis una competencia, tras dos años de estar parada, esta cuenta finalmente no fue aprobada. Y aunque Loomis obtuvo varias patentes relaccionadas con la transmisión telegráfica experimental sin hilos, fallecería en octubre de 1886 sin ver desarrollos posteriores de su descubrimiento.
El telégrafo llegó a ser algo habitual para la sociedad de mediados del siglo XIX, pero quedaba todavía un obstáculo que salvar por la telegrafía: el mar.
Entre las islas y los continentes se seguía recurriendo al mensaje transportado por barco, necesitando unos días o varios semanas (según distancia) para llevar cartas y mensajes.
Como en tantos logros conseguidos por la ciencia, una vez más se puso de manifiesto que los investigadores españoles han sido pioneros en muchos de dichos logros, y en las comunicaciones telegráficas a través del mar también hubieron pioneros españoles.
La primera referencia escrita que se conoce sobre cables submarinos para transmisión de señales telegráficas se debe al español Francisco Salvá y Campillo. El 16 de diciembre de 1795 Salvá, en la Memoria presentada en la Academia de Ciencias de Barcelona, resaltó las ventajas del telégrafo eléctrico sobre el óptico para comunicar a dos pueblos separados por el mar, y escribió:
"En ninguna parte pueden establecerse mejor los telégrafos eléctricos. No es imposible construir o vestir las cuerdas de los 22 alambres de modo que queden impenetrables a la humedad del agua. Dejándolas bien hundir en el mar, tienen ya construido su lecho, y sería una casualidad bien rara que alguno llegase a encontrarlas y descomponerlas, en su consecuencia, conduciendo los cabos hasta los parajes o casas donde se establezcan las máquinas eléctricas y sus respectivos instrumentos, podrán comunicarse todas las noticias del mismo modo y con mayor prontitud que se hace por tierra con los repetidos telégrafos. Los ingleses Watson, Bewis y otros hicieron, en 1747, entrar parte del Támesis en la cadena por la que debía pasar la descarga de la botella de Leyden, y el haberse experimentado que sirvió perfectamente el intento, hace pensar si bastaría para el telégrafo que la sola cuerda de 22 alambres corriese todo el trayecto de la mar, y si el agua de ésta supliría por la segunda mitad".
Los primeros experimentos de transmisión de señales telegráficas mediante líneas acuáticas se realizaron inicialmente a través de ríos y mares. Así, en 1811 el médico alemán Dr. Samuel T. von Sömmerring (1755-1830), el cual ya realizó ensayos con un telégrafo electroquímico, desarrolló el primer cable acuático, con el que consiguió transmitir señales telegráficas a través del Río Isar, en Munich. Posteriormente, en Estados Unidos, el propio Samuel Morse tendió otro cable acuático en el puerto de Nueva York en 1842, utilizando un cable con una cubierta aislante de algodón, asfalto y caucho, que se inutilizó rápidamente.
El tipo de aislamiento empleado en los cables no era óptimo y no aguantaba mucho tiempo el agua del mar, pero a partir de 1845 se empezó a ensayar la guapercha como aislante. La gutapercha es un tipo de goma parecida al caucho, translúcida, sólida y flexible, fabricada a base del látex proveniente de árboles del género Palaquium, originario del archipélago malayo. Químicamente es un polímero del isopreno (el caucho también lo es). Utilizando este aislante para recubrir los hilos telegráficos, en Europa y en América se hicieron entonces varios intentos casi simultáneos para tender cables acuáticos. Así, en Estados Unidos E. Cornell tendió en 1845 el primer cable acuático a través del Río Hudson, entre Nueva York y Puerto Lee. Con una longitud de dos millas, este cable estuvo funcionando durante varios meses. Otros cables se tendieron posteriormente a través del río Mississippi. En Europa se tendió otro cable acuático en el puerto de Kiel (Alemania) en 1848, y en 1849 en Inglaterra se estableció un circuito telegráfico entre un barco situado cerca del puerto de Folkstone (en la costa inglesa del Canal de la Mancha) y Londres, con un trayecto submarino de dos millas de longitud para conectar con una línea convencional terrestre con Londres.
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Jacob Brett, uno de los dos hermanos que tendieron el primer cable submarino operativo en 1851 |
Pero no es hasta 1850, ya con la telegrafía eléctrica en plena expansión, cuando se registraron varios intentos fallidos de establecer cables telegráficos submarinos. La gutapercha resultó ser un aislante eléctrico muy eficaz que soportaba bien ser sumergido en agua, yello animó en Inglaterra a que los hermanos Brett (John Watkins Brett, mercader de antigüedades británico jubilado, y Jacob Watkins Brett, ingeniero) constituyeran en Inglaterra una compañía para tender un cable entre Inglaterra y Francia a través del Canal de La Mancha. Tuvieron que vencer dificultades administrativas (en Inglaterra la telegrafía eléctrica estaba en manos privadas y en Francia era monopolio estatal) y técnicas (en Inglaterra se empleaba el telégrafo de agujas de Wheatstone y en Francia el de Foy-Bréguet), y fabricaron un cable de 25 millas de longitud constituido por dos conductores de cobre de 2 mm de diámetro aislados con un recubrimiento de gutapercha. El cable fue tendido por el remolcador Goliat en 28 de agosto de 1850, lástrándolo con pesos de 8 a 10 kg cada 100 metros para que se sumergiera bien, ya que resultó ser un cable bastante ligero. Se partió desde la costa inglesa y mientras era tendido se mantuvo la comunicación eléctrica entre el remolcador y la costa inglesa, llegando a la costa francesa, pero la comunicación se perdió de repente. No duró ni un día en servicio. Parece ser que un pescador lo había atrapado en sus redes y cortó un trozo pensando que se trataba de una desconocida especie de alga marina que tenía su parte central de oro.
Esto puso de manifiesto otro problema, la protección mecánica de los cables submarinos. El fracaso no desanimó a los hermanos Brett y el año siguiente lo intentaron de nuevo. Tendieron un nuevo cable submarino mecánicamente reforzado el 25 de septiembre de 1851 entre Dover (Inglaterra) y el cabo Gris-Nez (cerca de Calais, Francia) con una longitud de unos 46 km, y el cable funcionó perfectamente durante varios años.
El cable, diseñado expresamente a tal fin por un ingeniero ferroviario, Thomas Crampton, estaba formado por cuatro conductores de cobre de 1,65 mm de diámetro, cada uno aislado con un recubrimiento de dos capas de gutapercha. Los cuatro conductores con sus recubrimientos de gutapercha formaban un haz sobre el cual se enrolló a modo de recubrimiento un hilo de cáñamo embreado e impermeabilizado con alquitrán. Los espacios vacíos se rellenaron con hilo de cáñamo. Todo ello se recubrió con una armadura metálica constituida por 10 alambres de hierro galvanizado de 7 mm de diámetro arrollados helicoidalmente sobre el haz de 4 conductores. Esta armadura protegía el interior del cable del roce de las rocas submarinas, y además proporcionaba al cable un peso de 7 toneladas por milla, por lo que ya no fue necesario proporcionarle pesos adicionales para hundirlo en el lecho submarino, cuya profundidad no superó en ningún punto los 75 metros.
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Primer cable submarino operativo (1851), con cuatro conductores centrales aislados cada uno con una cubierta de gutapercha, formando un haz que es envuelto con una capa realizada con hilo enrollado de cáñamo embreado, y protegido por una cubierta externa realizada con 10 alambres de hierro galvanizado. |
Este cable demostró que la conexión a través del mar era posible, y que a pesar de ser un cable caro, podía ser rentable económicamente si tenía suficiente tráfico, cosa que sí ocurrió con este cable, ya que pronto fue empleado para transmitir noticias de los periódicos y las cotizaciones de las Bolsas París a Londres. Ello animó a realizar otras tentativas similares y pronto muchas islas se unieron telegráficamente con sus continentes. En 1852 se tendió un cable submarino de 120 km entre Inglaterra e Irlanda constituido por un único conductor recubierto de gutapercha y con una cubierta de 12 alambres de hierro galvanizado de 12 mm de diámetro, pero sin la capa de protección de cáñamo entre la gutapercha y la cubierta de hierro. El cable sólo funcionó durante dos o tres días. En 1853 se tendió un cable submarino de 130 km entre Ramsgate (Inglaterra) y Ostende (Bélgica) constituido por 6 conductores recubiertos con gutapercha y cáñamo, y una cubierta de 12 alambres de acero galvanizado de 7 mm de diámetro, y que funcionó perfectamente durante varios años. Entre 1853 y 1860 se tendieron otros cables entre Inglaterra con Francia y Holanda, así como cables entre islas danesas.
A pesar de los éxitos con los cables submarinos en el entorno europeo, quedó pendiente el grave problema de los océanos para unir continentes, y por entonces se planteó si no sería mejor y más barato unir Europa con América a través de Alaska y Siberia en lugar de enlazar ambos continentes con un frágil cable submarino que atravesara el Atlántico.
Los adelantos científicos y tecnológicos contribuyeron decisivamente al rápido desarrollo de la red telegráfica submarina. Para que esto se hiciera realidad, los científicos que trabajaron en este campo hubieron de superar tres grandes obstáculos que no se daban en las líneas terrestres: Por un lado el aislamiento de los cables, ya que debían ser sumergidos en agua marina, la cual es muy conductora y además corrosiva. El aislamiento debía ser eléctricamente perfecto, y constituido por un material que soportara sin deteriorarse la salinidad del agua. La gutapercha solucionó este problema.
Por otro lado, debían ser cables mecánicamente reforzados, ya que debían soportar la gran presión hidrostática del fondo marino, la fuerza de las corrientes marítimas, mordeduras de tiburones, y posibles rozamientos y erosiones debidos a diversos agentes mecánicos del fondo marino, sobre todo si éste era rocoso e irregular. Además, el principal peligro de rotura de un cable submarino estaba cerca de las costas, por acción de las anclas de los barcos, las redes de arrastre de los pescadores, las dragas, la acción de las olas, etc... El uso de cubiertas robustas constituidas por alambres de acero fue la solución.
Y por último, otro gran obstáculo era que en las líneas de gran longitud (como podían ser las líneas que tuvieran que atravesar el océano) la resistencia eléctrica de éstas era muy alta y las señales eléctricas transmitidas se debilitarían mucho, y no se podían equipar estaciones repetidoras en puntos intermedios del cable submarino. Este problema se solventaría en parte utilizando conductores gruesos para disminuir su resistencia eléctrica, y operando con tensiones eléctricas de valor más alto.
Estos aspectos se fueron mejorando, y con ello el tendido de cables submarinos fue aumentando. Cuando en Europa se hicieron las primeras tentativas de tender cables a través del Mediterráneo, se pusieron de manifiesto varios problemas a resolver. Los primeros cables se tendieron entre La Specia (Italia) y la isla de Córcega, y entre las islas de Córcega y Cerdeña, y eran cables idénticos, constituidos por 6 conductores aislados con una cubierta de 12 alambres de hierro galvanizado de 8 mm de diámetro. La cubierta presentaba una gran protección mecánica del cable, pero le confería un peso de 5.000 kilos por km. Los cables se tendieron sin problemas en 1854, pero cuando intentaron tender un cable del mismo tipo entre Cagliari (sur de Italia) y Bona (Argelia) atravesando unos 200 km a través del Mediterráneo y con profundidades máximas de más de 3.000 metros, el peso del cable se hizo excesivo al tenderlo en sitios profundos y acabó yéndose al fondo sin que las máquinas de tendido del barco pudieran retenerlo.
Este problema se resolvió utilizando dos tipos de cable submarinos: Uno para los primeros kilómetros de tendido cercanos a las costa, o cable de costa (shore-end), con una armadura más robusta y pesada que ofrecía una mayor protección mecánica, y otro tipo para profundidades, el cable de fondo (deep-sea-end), con una cubierta menos robusta pero más liviana, que reducía el peso del cable. Con esta solución, en 1857 se repitió la operación de tendido de un cable submarino entre Cagliari (Italia) y Bona (Argelia), constituido por cuatro conductores de cobre (a su vez cada uno constituido por 4 hilos más finos de cobre arrollados helicoidalmente para constituir un único conductor), aislados con gutapercha y rodeado todo el haz con cuerda de cáñamo. Pero los primeros kilómetros cercanos a la costas usaban una cubierta de 12 alambres de hierro galvanizado de 5 mm de diámetro (cable de costa), mientras que para el trayecto en alta mar la cubierta estaba formada por 18 alambres de hierro galvanizado de 3 mm de diámetro (cable de fondo). Esta vez se consiguió tender este cable submarino.
Los cables de costa se emplearon para profundidades de hasta unos 80 metros, y tenían un peso de entre 4.000 a 6.000 kilogramos por kilómetro, mientras que los cables de fondo eran más livianos, llegando a pesar menos de 1.000 kilogramos por kilómetro. En ocasiones se emplearían unos cables intermedios entre el cable de costa y el de fondo, para salvar profundidades entre los 80 y los 200 metros, y que tenían un peso entre 2.000 y 3.000 kg por km.
El tendido de cables submarinos presentó otros problemas a resolver: La gran longitud de estos cables y su gran peso provocaban problemas de almacenamiento en los barcos cableros, así como problemas de tracción y de frenado cuando se estaban tendiendo, por lo que se tuvieron que diseñar máquinas de tendido que gobernaran estas operaciones. Además, cambiar de velocidad o parar el barco cablero, e incluso el propio balanceo del barco en caso de oleajes fuertes, provocaba tensiones en el cable que se estaba tendiendo, que podían provocar su deterioro e incluso su rotura. Si el lecho del mar era irregular y accidentado con importantes variaciones de profundidad, cosa que pasaba en el mar Mediterráneo, perjudicaba el asentamiento del cable e introducía tensiones mecánicas en éste. Se perfeccionaron las sondas marinas para conocer bien el fondo marino sobre el que se tendería posteriormente un cable submarino. También se diseñaron garfios para repescar cables ya tendidos que hubieran sufrido alguna avería e izarlos a la superficie para repararlos.
Con toda esta experiencia acumulada, en 1855 se aprobó el proyecto para tender el primer cable trasatlántico, y se acometió su tendido en 1858, promovido por experto en telégrafos Cyrus Field y el físico irlandés William Thomson (Primer Barón Kelvin). El año anterior se había fundado la New York Newfoundland and London Telegraph Company para realizar este proyecto. Un primer ensayo se realizó en 1857, pero terminó con la ruptura del cable a unas 70 millas de la costa de Irlanda. En 1858 se inició el tendido de un segundo cable, de unos 3240 km de longitud. Se acometió el tendido de este cable entre Foilhommerum Bay, en el oeste de Irlanda, hasta Heart's Content, en el este de la isla de Terranova (Canadá), sin saber muy bien cómo depositarlo en el fondo marino, ni si iba a funcionar el cable, y para ello dos barcos cargados de cable, los buques Agamemnón y Niágara, se encontraron a medio camino en pleno océano. Conectaron uno de los extremos de cada cable entre ellos y a continuación procedieron a tender los dos cables, cada uno hacia cada lado del Atlántico. Se había elegido los puntos de llegada en Irlanda y en Terranova porque tenían el fondo marino muy llano, y no había grandes fosas en el trayecto que pudieran hacer gastar mucha cantidad de cable. Finalmente el 5 de agosto de 1858, cuando prácticamente se había acabado el presupuesto para esta obra, los buques Agamemnón y Niágara completaron el tendido del cable a través del Océano Atlántico, de 3.240 km de longitud, que unió directamente Irlanda con Terranova (Canadá), sin puntos de apoyo terrestres intermedios (no habían islas que pudieran realizar esta función), y que iba a permitir las comunicaciones telegráficas entre Londres y Nueva York.
El cable estaba alimentado en ambos extremos por unas baterías de 600 voltios para asegurar su funcionamiento. Y aunque el cable parecía funcionar bien, tanta distancia sin puntos de apoyo intermedios hizo que la sensibilidad a las señales telegráficas fuera muy baja, y las transmisiones telegráficas debían realizarse a una velocidad muy baja para poder reconocer en los extremos las muy débiles señales recibidas. Así, el primer telegrama transmitido fue de la reina Victoria de Inglaterra al presidente de Estados Unidos James Buchanan. En el mensaje de la reina Victoria mostraba su esperanza de que las comunicaciones por cable pudieran crear "un enlace adicional para aquella amistad entre países fundamentada en su interés común". Buchanan no fue tan escueto e incluyó en el mensaje que se trataba de "un triunfo todavía más glorioso que cualquier conquista en el campo de batalla", además de otras cinco o seis líneas de pomposo contenido. En total, este primer mensaje tardó 17 horas y 40 minutos en transmitirse, ya que se tardaba en transmitir (y reconocerse con seguridad en el otro extremo) cada carácter telegráfico un promedio de dos minutos y cinco segundos.
El cable quedaría fuera de servicio al cabo de 27 días, y no dio tiempo a transmitir mas que unos pocos mensajes, pero uno de ellos mostró la importancia de un cable transoceánico: Coincidió con la inauguración de este cable una rebelión en la India, todavía colonia británica, que el Imperio debía apresurarse a aplacar. Para ello decidió movilizar a todas las tropas de sus colonias, incluidas las canadienses, a pesar de estar a meses de distancia de la India por ruta marítima. Un día antes de la partida de los soldados, llegó un telegrama urgente para los responsables canadienses: la revuelta ya estaba sofocada y no hacía falta enviar las tropas. Posteriormente, el Gobierno británico calculó que la inversión total que habría costado la construcción y tendido de un cable trasatlántico similar hubiera sido menor a lo que le hubiera costado mandar todos los buques con las tropas hasta la India.
La falta de sensibilidad del cable motivó que Cyrus Field, que era el jefe del proyecto, decidiera aumentar la potencia de las señales transmitidas (en contra del consejo de Thomson, que abogaba por mejorar la sensibilidad de la conexión), y aumentó las tensiones enviadas por el cable de 600 a 2.000 voltios, algo que funcionaba sin problemas en las líneas telegráficas terrestres de gran longitud, pero que el rudimentario cable submarino no pudo soportar, quedando dañado y definitivamente fuera de servicio tras 27 días de servicio.
Un año después (1859) se intentó con otro tipo de cable, y una vez tendido a través del océano Atlántico, la reina de Inglaterra envió por medio de él un mensaje de saludo al presidente de los Estados Unidos, que lo recibió y lo contestó. Sin embargo pronto se vio que algo no funcionaba, quedando el cable fuera de servicio tras unos cuantos días de estar operativo. Se sacaron a flote algunos pedazos del cable y se dieron cuenta que la salinidad del mar corroía el cable con gran rapidez. El tipo de aislante que habían empleado para recubrir el cable telegráfico no fue el adecuado para soportar la salinidad del mar.
En España en 1859 comenzaron los trabajos para tender una red de cables submarinos entre la península y las Islas Baleares, estando proyectado un cable submarino entre Barcelona y Menorca, con una longitud de 335 Km. Pero debido al inicio de la guerra con Marruecos, en octubre de ese año se aprovechó ese cable para tender el primer cable submarino español entre Tarifa (Cádiz) y Ceuta. Pero dicho cable sólo llegó a funcionar 20 días, dejando de funcionar el 8 de enero de 1860 al quedar dañado y quedar irrecuperable a causa de los fuertes temporales que tuvieron lugar en la zona marítima del Estrecho.
En 1860 la reina Isabel II, con motivo de un viaje a las islas Baleares, ordenó acelerar el proyecto del establecimiento de cables entre las islas de éstas con la Península, reemprendiéndose en mayo de 1860 los trabajos de tendido de cables submarinos con las Islas Baleares. Cuatro cables submarinos (Valencia-Jávea-Ibiza, Ibiza-Mallorca, Mallorca-Menorca, y Menorca-Barcelona) constaban este tendido submarino, al que hay que añadir unos 270 Km de líneas terrestres complementarias. El tendido se completó el 16 de enero de 1861, al finalizar el tendido del cable entre Mahón (Menorca) y Barcelona.
A partir de ese momento quedó constituida una gran red entre la Península y las diferentes islas españolas, completando la red nacional de telegrafía eléctrica, e incluso algunas de estas islas servirían posteriormente como amarres de cables submarinos procedentes de otros países (conectados a rutas extranjeras). Incluso en 1861 se llegó a proyectar un cable submarino con Cuba, la cual aún era una provincia española, pero la compañía inglesa a la que se encargó el tendido del cable no cumplió sus compromisos. El cable debería haber pasado por Cádiz, Islas Canarias, Cabo Verde, San Fernando de Nohonha, la costa de Brasil, las Guayanas, Pequeñas Antillas, Puerto Rico, Santo Domingo y Cuba. Se pretendía que La Habana fuera una estación telegráfica para todo el tráfico telegráfico trasatlántico.
Volviendo al enlace trasatlántico, en 1865, y con la experiencia del anterior y fallido cable trasatlántico de 1859, se consiguió tender un nuevo cable entre Irlanda y Terranova, empleándose para ello el mayor barco existente en ese entonces, el Great Eastern (barco trasatlántico de pasajeros botado en enero de 1858, de más de 200 metros de eslora, pero muy caro de mantener, fue reconvertido en barco para tender cables submarinos). Esta vez el cable funcionó satisfactoriamente, entró en funcionamiento en 1866, y estuvo funcionando hasta la década de 1960, prácticamente durante un siglo. Cuatro años más tarde los franceses unieron Brest con la isla de Saint Pierre et Miquelon (junto a Terranova, Canadá). En 1867 se enlazó Cuba con el continente americano, con el tendido de un cable desde Punta Rosa (Florida) a La Habana. Otros cables submarinos fueron tendidos por británicos, franceses y norteamericanos, que trabajaron parcialmente.
Con estos cables submarinos, en 1870 el hilo del telégrafo ya unía todo el mundo, y en 1903 el presidente norteamericano Theodore Rooselvet lanzó su primer mensaje alrededor del mundo, mensaje que volvió a Washington 9 minutos más tarde tras dar la vuelta al mundo.
Mientras, en Canadá, Sir Sandford Fleming (1827-1915) propuso en 1879 la instalación de una línea telegráfica "enteramente británica" mediante un cable submarino que enlazara la isla de Vancouver (en la costa oeste de Canadá) con Southport (Australia), así como con Auckland (Nueva Zelanda). Dicha línea se realizó y se inauguró el 31-10-1902, enviándose al día siguiente el primer mensaje desde Australia al Gobernador general de Canadá, siendo el primer mensaje enviado por este cable de 13.000 Km de longitud a través del Océano Pacífico.
En España en la última década del siglo XIX y la primera del siglo XX se consiguió unir por cable la Península y Canarias, las islas de Canarias entre sí, y el norte de Africa (protectorado español por entonces), Ceuta y Melilla, con Almería y Estepona (Málaga).
Con la telegrafía óptica, cada país tenía su propia red nacional, con su propio sistema de telegrafía óptica, que además era considerado un secreto de estado. Aunque las redes ópticas podían llegar a las fronteras y se podían pasar noticias e informaciones de un país a otro, se debía de intercambiar a mano cada mensaje en lenguaje corriente entre los puestos fronterizos de ambos países para pasarlo de una red nacional a otra. Por tanto, no se puede decir que entonces las redes nacionales constituyeran en conjunto una red internacional.
En los inicios de la telegrafía eléctrica pasó lo mismo. Incluso cuando alguna línea telegráfica servía a un ferrocarril internacional, y que por tanto tenía que pasar por alguna frontera, ambas naciones tenían su puesto terminal fronterizo donde se intercambiaban los mensajes mano a mano
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Pronto se dieron cuenta que estos intercambios fronterizos retrasaban la transmisión de los mensajes y pronto comenzaron a establecese acuerdos entre naciones vecinas. Es decir, casi desde los orígenes de las primeras redes telegráficas eléctricas ya se establecieron acuerdos internacionales. Acuerdos que por otro lado supuso un espíritu de colaboración entre países. Estos acuerdos establecieron que las redes nacionales utilizaran un mismo aparato telegráfico, un mismo código, mismas reglas y protocolos de uso (reglas de establecimiento de llamadas, etc), con el fin de facilitar las comunicaciones internacionales. En Europa, por ejemplo, tras algunas pruebas, los países pronto adoptaron por acuerdo el sistema Morse para las conexiones internacionales.
Inglaterra fue el primer país que tuvo su propia red nacional, que empleaba el telégrafo de agujas de Wheatstone. En 1852 ya tenía 6500 km de líneas telegráficas eléctricas. La red estaba operada por la Electric Telegraph Company, fundada en 1846 por Cooke y Wheatstone. En Francia la primera línea eléctrica se puso en funcionamiento en 1845, empleando inicialmente el telégrafo Foy-Bréguet, sustituido pronto por el telégrafo de cuadrante de Bréguet, pero no se abrió al público en general hasta 1850. En 1851 se tendió un cable submarino a través del canal de la Mancha, con lo que quedaron enlazadas Francia e Inglaterra. Otras redes nacionales se extendieron en Austria-Hungría y en Bélgica (1846), Italia (1847), Suiza (1852) o Rusia (1853).
En el caso de España, cuando en 1855 el Gobierno decidió la creación de la red nacional de telegrafía eléctrica, inicialmente se estipuló que los aparatos telegráficos fueran telégrafos de dos agujas de Cooke y Wheatstone, pero pronto se rectificó y se adoptó el telégrafo Morse, al ser muy reciente el acuerdo europeo por el telégrafo Morse.
En el caso de Estados Unidos, la primera línea de telegrafía eléctrica se inauguró oficialmente el 1 de enero de 1845 entre Washington y Baltimore, utilizando el telégrafo de Morse, y pronto se fue extendiendo y consolidando el telégrafo eléctrico por toda la nación. El servicio telegráfico se unificaría con la constitución de la Western Union Telegraph Company al asociarse varias compañías privadas que proporcinaban el servicio telegráfico en Estados Unidos, y en 1866 esta empresa ya tenía más de 2.250 oficinas y 120.000 kilómetros de líneas, ofreciendo servicios tanto personales como profesionales (como el servicio de noticias de Associated Press).
Exceptuando Inglaterra (que usaba el sistema telegráfico de de agujas de Wheatstone), en Europa la primera línea telegráfica Morse se construyó en 1848 y pronto comenzó a extenserse por Europa la telegrafía Morse. Ya en 1849 se creó la primera convención en Europa para armonizar las comunicaciones telegráficas, en este caso entre Prusia (uno de los estados gérmenes de la actual Alemania) y Austria.
Los acuerdos entre países condujeron en pocos años a que las comunicaciones telegráficas constituyeran ya una verdadera red internacional. Así, en 1860 se consiguió establecer un enlace telegráfico terrestre entre Londres (Inglaterra) y Karachi (Pakistán, por entonces colonia británica). Mientras, en 1858 es creada en Berna (Suiza) la Convención de Berna por la Unión Telegráfica Austro-Germana (UTAG), la Convención de Berlín, y la Unión Telegráfica de Europa Occidental, para armonizar las comunicaciones internacionales entre los miembros firmantes. Poco después aparecería una segunda convención internacional europea, fundada en Bruselas (Bélgica), por lo que en 1864 habían dos convenciones internacionales europeas (Berna y Bruselas), que no eran totalmente compatibles entre sí. Y dado la extensión progresiva de las líneas telegráficas, y para tratar de armonizarlas a nivel internacional, Francia propuso a todos los países europeos (y no sólo a los miembros de las dos convenciones europeas) a una nueva convención, a la cual no fue invitada Gran Bretaña ya que el servicio telegráfico británico estaba en manos de compañías privadas.
Y así en primavera de 1865 tuvo lugar (entre el 1 de marzo y el 17 de mayo) en París (Francia) una nueva Convención Telegráfica Internacional para tratar de regular y estandarizar la industria telegráfica y las comunicaciones telegráficas a nivel internacional. El resultado fue la creación de la Unión Internacional Telegráfica, UIT, o ITU en acrónimo inglés (International Telegraph Union), formada inicialmente por 20 miembros. El memorable documento de su fundación fue firmado por Napoleón III (Emperador de Francia), el primer ministro suizo, y por un representante de cada país fundador. Y en 1868 se dotó a al ITU de un director y un secretario, y se estableció su sede en Berna (Suiza), quedando bajo control del gobierno suizo.
La Conferencia de París de 1865 estableció entre otras cosas la adopción del sistema Morse para las líneas telegráficas internacionales. Ese año el total de líneas telegráficas de los miembros fundadores de la Unión Telegráfica Internacional, todos países europeos más Turquía, era de 500.000 kilómetros y se enviaron unos 30 millones de mensajes.
Sin embargo faltaba un eslabón para constituir una auténtica red telegráfica mundial: conectar América con Europa. Y no sería hasta 1866 cuando se pudo enlazar Irlanda y Terranova al conseguir tender con éxito un cable submarino trasatlántico realmente operativo (ver apartado anterior). Entonces sí se consiguió una red telegráfica mundial, o algo parecido, ya que se podían enlazar puntos de todas partes del mundo.
Conforme el uso del telégrafo se iba consolidando se les fueron añadiendo nuevas mejoras y funcionalidades. Además del telégrafo teleimpresor que patentó David Edward Hughes en 1855, otro gran avance fue el que introdujo el francés Émile Baudot en 1874, quien invento un tipo de multiplexación por división de tiempo que permitía varias comunicaciones simultáneas usando la misma línea ; o el genial inventor norteamericano Thomas Alva Edison, quien había trabajado desde los quince años como telegrafista e inventó en 1874 un sistema de comunicaciones cuádruplex con el que enviar cuatro telegramas simultáneos por el mismo hilo.
En 1903, la UIT recomendó en la Conferencia de Londres el uso del sistema teleimpresor de Hughes para las líneas de mayor actividad y el sistema de Baudot para los servicios con más de 500 telegramas diarios. En 1913 el total de líneas telegráficas de sus miembros sería 7 millones de kilómetros, y se transmitirían 500 millones de telegramas. Y como se ha dicho anteriormente, ese año el presidente norteamericano Theodore Rooselvet lanzó su primer mensaje alrededor del mundo, mensaje que volvió a Washington 9 minutos más tarde tras dar la vuelta al mundo.
En cuanto a la UIT (Unión Internacional Telegráfica), es la organización intergubernamental más antigua del mundo, y se creó para controlar la interconexión internacional de estos primeros sistemas de telecomunicación. Posteriormente tomaría la regulación y desarrollo de las comunicaciones telefónicas desde 1885 (el teléfono fue patentado por Graham Bell en Estados Unidos sólo 9 años antes), de las comunicaciones por radio desde 1906 (Marconi comenzó las primeras experiencias de radiocomunicaciones telegráficas en 1894-95), y de los posteriores y más modernos sistemas de telecomunicaciones. En 1932 la UIT se transformaría en la actual Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT o ITU, los mismos acrónimos), la cual desde 1947 se convertiría en una agencia especial de la ONU para proveer prácticas y procedimientos estandarizados en todas las ramas de las telecomunicaciones. Su sede fue trasladada a Ginebra (Suiza), donde continua actualmente.
Fernando Fernández de Villegas - EB3EMD (Barcelona, España)
Trabajo iniciado a partir del libro "Colección Histórico-Tecnológica de Telefónica" (1994)
y complementado con artículos sobre el tema de Fco. José Dávila Dorta (EA8EX),
del libro "Del semáforo al satélite" (de la U.I.T.- Ginebra 1965),
de la Wiki de la telegrafía óptica (sitio ya desaparecido)
de la web de Amigos del telégrafo
del Archivo del ayuntamiento de Arganda del Rey
y de diversos otros artículos encontrados en Internet.
Actualizado: 12-10-2022