Sinfonía de destrucción

El impacto de la cinta en el suelo de terrazo marrón rompió el silencio de la amplia estancia cuyo mobiliario se componía principalmente en un puñado de pupitres y sillas. El profesor de música, un tipo calvito y barbudo, se extrañó de ello, pues estaba seguro de haberla dejado junto a su caja, más o menos en el centro de la mesa. Una joven llamada Sandra de largos cabellos castaños y turbadora mirada se agachó a recogerla. Pero cuando sus dedos entraron en contacto con el tibio plástico, percibió un torrente de imágenes que embotaron su mente, tan lejanas que se perdían en la noche de los tiempos. Un cementerio en penumbra. Tres hombres invocan a los espíritus Pero quien resulta emerger estruendosamente de las profundidades de la otra dimensión, es un horrendo y maligno espíritu. Los tres huyen despavoridos, sin saber que ya ha recalado en uno de ellos, concretamente en Claus, un compositor ya bien entrado en años. Días después, ya cercano a la muerte, se daba cuenta del despiadado ser que albergaba y trataba de quitarse la vida. Pero aquel demoníaco espíritu logró impedírselo, y haciéndose presa de la locura, obligarle a componer un demoníaca melodía que engendrara su ser cada vez que fuera interpretada.

Sandra volvió a la realidad soltando bruscamente la cinta sobre la mesa. Sólo habían pasado un par de segundos pero a ella le habían parecido una eternidad. Tal vez aquella innata capacidad de ver más allá de donde alcanza la vista, oír lo que nadie oye y ver lo que nadie ve, fuera la responsable de aquellas visiones. Miró a su alrededor, cerciorándose de que nadie hubiera prestado atención a la escena. Parecía que de entre las pocas personas que la rodeaban nadie parecía haberse fijado en ella. Tomó su mochila y se dirigió a su sitio.

Pero alguien si de había dado cuenta. Juan Antonio, 'Juanan' para los amigos, tan despeinado como siempre. con sus pantalones de pana. y sus botas de piel cuarteadas por el uso, apoyado en la pared del pasillo, había presenciado la escena. Y le había dado mala espina. No desvaries Juanan, no va a pasar nada, tus presentimientos suelen fallar , dijo una parte de su cerebro, la lógica y sensata. Eso esta por ver, replicó otra la más instintiva. macabra e irracional. Y normalmente tenía razón. La muerte flotaba en el ambiente.

Minutos después la clase se había llenado de un puñado de vociferantes alumnos, cuya máxima aspiración era que el timbre sonara, pues esta clase era el último obstáculo que les separaba del soñado puente. El profesor cerró la puerta y comenzó la clase con un monótono discurso sobre no se que de la métrica La verdad es que nadie prestaba demasiada atención. Era extraño, pero Juanan, que normalmente no perdía detalle de las explicaciones del profesor, tal vez porque era una de las pocas asignaturas en las que podía sacar sobresaliente en aquel descarriado primero de B.U.P, estaba nerviosísimo. No paraba de pasarse el bolígrafo de una a otra mano. Su rostro reflejaba desesperación. A Sandra le pasaba lo mismo. Ambos parecían tener la desagradable impresión de que una tragedia se cernía sobre ellos.

Para ilustrar sus palabras el profesor tomó la cinta, la colocó en el equipo de música, y lo puso en funcionamiento. Las notas que componían aquella extraña y aterradora melodía comenzaron a brotar por los altavoces situados en diferentes puntos de la sala. De inmediato los alumnos percibieron el mensaje de la obra, de muerte y devastación. Pero algo andaba mal. Tenían la desagradable sensación de que no estaban solos. La melodía parecía tener aparejada una presencia espectral. Sin quererlo se hallaban en tensión. Juanan temblaba como una hoja. Jamás se había hallado tan aterrado. Y lo peor era que no sabía por qué. No pasa nada. dentro de un rato esta maldita melodía habrá terminado, este pesado seguirá con su monótono parloteo y después podrás disfrutar del puente , se decía una y otra vez tratando de tranquilizarse. ¿De qué debía temer? Nada, se dijo. Pero seguía teniendo la desagradable sensación de que algo terrible iba a suceder.

A Sandra le sucedía lo mismo. Si sus percepciones eran ciertas y nunca le habían fallado el desastre era ineludible. Sólo podía salir chillando como una loca de allí, pero su orgullo no se lo permitía. Tal vez fuera momento de saber si sus percepciones servían para algo.

De repente, un petardeo procedente del equipo musical resonó en la estancia, haciendo estremecer a los ya de por sí aterrados alumnos. El profesor, que se había mantenido en un lado de la estancia, se dirigió al equipo preocupado. Lo observó detenidamente ante la atenta mirada de los asustados alumnos y no halló nada extranó. No se había percatado del brillante cordón de luz que adosado al cable del altavoz se había desplazado detrás del armario blindado que contenía el TV y el video.

La temperatura está bajando, se dijo Juanan al observar atónito como los cristales se desempañaban. ¿Cómo podía suceder aquello? Normalmente, en los días como aquel, cuando el frío arreciaba, la calefacción estaba a pleno rendimiento, tanto que había que abrir alguna ventana. Y sin embargo parecía hacer cada vez mas frío. Incluso podía sentir una corriente procedente del armario blindado acompañado de un penetrante sonido de entrechocar cristales. Este tintineo se hacía cada vez más fuerte, cada vez más fuerte. ¿Se estaría volviendo loco? Pero no era el único que lo oía. Y para colmo de males empezaba a escuchar una voz que le decía una y otra vez: "Métete debajo de la mesa" . Juanan al borde de la locura, hizo caso omiso a aquella voz. Pero instantes después percibió una extraña fuerza que le impulsaba violentamente bajo la mesa y quedaba seminconsciente al chocar con la pata.

De pronto el armario estalló siendo sus pedazos lanzados a tal velocidad que actuaban a modo de metralla acuchillando y destrozando todo lo que encontraba a su paso. Muchos de los alumnos, situados en las filas posteriores del aula, fueron golpeados por las vísceras y miembros mutilados de sus compañeros antes de perecer descuartizados por aquella lluvia de cristales y trozos de metal. Cuando no quedó un sólo trozo de metal o cristal que no estuviera incrustado en las paredes, del boquete originado por la explosión, del que emergían extrañas sombras y sonidos, pues no era otra cosa que una puerta dimensional, comenzó a surgir una tempestad de nieve y hielo.

Juanan despertó, confuso por el golpe. Sacó la mano de debajo de la mesa para aferrarse a su borde. De inmediato tuvo que retirarla en un alarido de dolor al ser acuchillada por cientos pequeños pedazos de hielo. Sujetó la mano herida mientras ahogaba sus quejidos. Pero ¿qué demonios está pasando? Atisbó a su alededor, y se estremeció al contemplarlo. Ante él se extendía una masa indefinida de mesas y sillas destrozadas cubiertas de sangre y restos humanos. Ahora sí que chilló. Lo hizo con todas sus fuerzas.

Esto llamó la atención de Sandra, que permanecía agazapada tras una mesa unos metros más adelante. Por encima de aquel ruido producido por la ventisca le hizo una seña para que fuera junto ella. Pero ¿cómo llegaría alli sin morir acribillado por aquellos pedazos de hielo?, se dijo mientras miraba la mano que aun sangraba. Ella le dio la respuesta: alzó los brazos cruzados a la derecha y la ventisca se desvió como la corriente de un río que se desvía al llegar a una piedra, dejando un pasillo para que pudiera pasar. Juanan gateó el trecho lo más rápidamente que pudo. Sandra bajó los brazos ensangrentados y le abrazó. Permanecieron así sollozando durante unos minutos. Por fin se separaron y Sandra dijo muy seria:

-Debemos hacer algo.

-Pero ¿qué? ¿Pueden tus poderes destruirle?

-Desgraciadamente no, espera, me dice algo.

Sandra cerró los ojos y se llevó las manos a las sienes. Permaneció unos segundos así.

-¿Qué dice?

-Dice que quiere mi cuerpo, por mis percepciones extrasensoriales. Pero debe eliminar mi conciencia.

Esto fue demasiado para Juanan. Haciendo acopio del poco valor y orgullo que le quedaba, se alzó y gritó con todas s fuerzas:

-¡Tendrás que pasar por encima de mi cadáver!

Esto enfureció aun mas al espíritu que redobló la fuerza de su tempestad. Sandra, que en otra ocasión se habría sentido halagada, dirigió una cariñosa mirada y le dijo:

-Ahora sí que debemos hacer algo, la mesa no aguantará mucho.

Juanan hizo trabajar, como tantas otras veces había hecho los exámenes, su mente, pero con un fin bien diferente: salvaría la vida de Sandra, la suya propia, y la de millones de personas, pues los fines del espíritu no eran precisamente buenos. Cuando estaba a punto de darse por vencido le llamó la atención un pedazo bastante grande de cristal.

-No hay tiempo. La mesa se desarma.

-Dame un par de segundos, tengo un idea.

Sandra volvió a adoptar la posición de brazos alzados y cruzados, mientras Juanan colocaba un trozo de papel de aluminio tras el cristal y lo sujetó con un trozo de celo, a modo de un rudimentario espejo.

-¡Apártate!

E irguiéndose entre la tempestad dirigió el espejo hacia el centro del boquete y gritó:

-¡Maldito seas!

Toda esa tempestad rebotó en el espejo, destruyendo el espíritu. Este, en el último suspiro de vida, lanzó todo su poder contra Juanan que saló violentamente despedido al otro lado de la estancia. La tempestad cesó como cortada por un cuchillo. Sandra se acercó a él y tomó su rostro entre sus manos. El le dijo en un último aliento de vida: no temas, ese ya ha pasado a mejor vida , y expiró.

Los restos de Juan Antonio Palomares Campos reposan en un sencillo nicho en el Cementerio de la Almudena. Cada primero de Noviembre una joven llena de cicatrices deja flores en él.

Madrid / Mayo de 1994

(Muchas gracias a Mayendar por las correciones)

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