Una llave para todas las puertas

I

Era el primer día en su nuevo trabajo. Al contrario que en otras ocasiones, en otros comienzos, no estaba nervioso (o más que nervioso). Algo inquieto, sí. Tareas nuevas, personas nuevas, procedimientos nuevos... en fin... Al menos conocía el edificio, porque había trabajado allí unos meses atrás. Algunas caras le eran familiares... o más que familiares.

A media mañana fue a tomar un café con sus nuevos compañeros. Esperando el ascensor decidieron donde ir

-Hay una cafetería en la planta baja, pero mejor salimos fuera a un bar, que así nos da el aire-

-Buena idea... así vemos el sol-

-¿Salir a la calle con éste frío? ¿Estáis locos?-

-Bueno, mientras lo pensáis voy a por el abrigo, por si vamos fuera.-

Volvió sobre sus pasos hasta su nueva mesa y cogió el abrigo del perchero. Pesaba. En los bolsillos llevaba la cartera, unos guantes, pañuelos, las llaves y...

La cajita de la suerte. La llave para todas las puertas

No tardó ni un minuto y cuando regresó a donde estaban los demás, todavía seguían intentando ponerse de acuerdo sobre donde ir a desayunar.

En medio de la conversación llegó el ascensor y entraron en él charlando animadamente. Al llegar a la 5ª planta, sin saber por qué, el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron.

Se acordó que Patricia trabajaba en esa planta y pensó en ir a saludarla.

-Id bajando, que voy a saludar a una antigua compañera-

El lugar estaba tal y como lo recordaba, pero sin embargo parecía distinto. El tiempo... las sensaciones... todo había cambiado. Pensó que quizás esa era la diferencia, que él había cambiado. Caminó hasta un extremo de la planta, buscando el familiar rostro de Patricia entre una maraña de mesas, ordenadores, armarios...

Estaba en un extremo de la sala, junto a un ventanal. La vista atenta a la pantalla de un portátil, su mano derecha sobre el ratón y la izquierda jugueteando nerviosa con sus rizos rubios.

Al oír sus pasos, levantó la vista y sonrió.

-¡Cuánto tiempo! ¿Cómo es que estás aquí?-

-Vuelvo a trabajar aquí. Dos plantas más arriba.-

-¿Llevas mucho tiempo?-

-Empecé hoy-

Patricia se puso en pie e intercambiaron besos en sus mejillas.

-¿Qué tal te va todo? ¿Mucho curro?-

-Si... como siempre, ya sabes como es esto. Estaba terminando de preparar una reunión.-

-¿Es importante?

-Si... bastante- se quedó un instante pensando, y miró – ¡Qué tarde es! Es dentro de 5 minutos, voy a ver si la sala que reservé esta vacía... ya sabes-

-Te acompaño-

Al llegar a la sala, la puerta estaba cerrada con llave. Normalmente siempre estaban abiertas, salvo los fines de semana, entonces los guardias de seguridad del edificio se encargaban de cerrarlas.

Observó la preocupación en el rostro de Patricia.

-Mierda. Tendré que llamar a seguridad-

-Espera, quizás pueda hacer algo para ayudarte. Pero tienes que darte la vuelta y prometerme que serás discreta. No puedes contarle esto a nadie.-

-¿Darme la vuelta? No entiendo... -

-Confía en mi-

Cuando comprobó que Patricia no miraba, buscó la cajita de la suerte en los bolsillos del abrigo. En realidad era una pequeña funda de piel, un poco más grande que un monedero de hombre. En su interior se ocultaba un juego de ganzúas. Miró la cerradura, era bastante sencilla. Escogió la ganzúa más adecuada y en apenas unos segundos, la puerta estaba abierta

-¡Gracias! ¿Cómo lo has hecho?-

-Shhhh, es secreto, recuerda.-

Al verla sonreír, pensó que su cajita de la suerte estaba incompleta. No era la llave que abre todas las puertas, puesto que faltaba la llave del corazón de Patricia.

volver al índice de relatos

Página principal

1