En el laberinto de hombres sin rostro y agujas de hormigón

(Un relato... o algo así)

(I) Febrero, 2006

Al principio, nada, solo oscuridad. Sus sentidos eran incapaces de percibir ningún estímulo. Su mente tampoco era capaz de recordar nada y sus pensamientos eran solo madejas de hilos amontonadas, en el más absoluto de los caos.
Poco a poco fue sintiendo cosas y su cuerpo se fue dibujando de nuevo a medida que le llegaban más sensaciones. Un paso, y otro, y luego otro, y luego otro. La acera bajo sus zapatos, a pesar de todo era capaz de caminar, a pesar de todo, aun estaba vivo y era capaz de sentir cosas. Que fueran sensaciones agradables era otro cantar...
El suelo estaba helado y el frío se colaba desde las suelas de sus zapatos. No era una sensación agradable, pero a la vez que el frío iba trepando por su cuerpo, se iban dibujando piernas, tronco, brazos, manos... cabeza.
Sus pensamientos todavía eran confusos, pero al menos tenía algo en lo que concentrarse, poner un pié delante del otro y seguir caminando, sin perder el equilibrio.
Todo era silencio y penumbra. Apenas escuchaba sus pasos resonando contra la acera, su respiración agitada y los latidos de su corazón. Tal era el silencio que podía escuchar incluso el rumor de sus pensamientos y eso le asustó, porque tenía entendido que pensar era algo silencioso.
Se detuvo un instante y miró hacia arriba. Entonces descubrió el azul oscuro del cielo del anochecer (aunque no recordara todavía lo que era el cielo ni tampoco un anochecer). Y un puntito de luz allá arriba –la luna- y con el brillo de aquella cosa desapareció la penumbra y el silencio y comenzó a sentir más cosas, tantas que le abrumaron.
Se deslizaba en una marea de hombres sin rostro, al atardecer. En realidad, aquellos hombres y mujeres si que tenían rostro, pero no conocía a ninguno de ellos, por lo que todos los rostros se le antojaban iguales. En torno a ellos, un laberinto de agujas de hormigón que acariciaban aquella inmensidad azul oscuro que estaba sobre sus cabezas. Agujas de hormigón acero y cristal, miles de ventanas de cristal espejado que parecían ojos, desde los que seguro otra marea de hombres sin rostro le observaban, cientos de miradas clavadas en él, intentando adivinar quién era, donde se dirigía e incluso lo que pensaba...
Sintió que necesitaba un abrazo y pensó que él podría abrazar a casi cualquiera de aquellos seres sin rostro que le rodeaban, pero no estaba seguro de que ni uno solo de esos seres estuviera dispuesto a abrazarle a él. Y se sintió solo y pequeño, le costó seguir caminando, el peso de su cuerpo parecía haberse multiplicado por dos. Se dio cuenta de que llevaba colgado en bandolera su preciado saco de los recuerdos y lo apretó con fuerza contra su cuerpo, buscando en aquel objeto inerte el calor de un abrazo que nadie quería darle.
Y en aquel instante tuvo un déjà-vu tremendo. Supo que lo que sentía ya lo había vivido, aunque entonces su saco de los recuerdos estuviera cargado de regalos y las ganas de llorar fueran más fuertes. De ese momento le separaban ya algunas lunas (con gran esfuerzo había recordado ese puntito de luz era la luna) y entonces se alejaba de otro lugar distinto y a la vez semejante, a los mandos de aquella nave que tanto le costaba pilotar, intentando que las lágrimas le dejaran ver los mapas estelares.
Y se dio cuenta de que, todo aquello cuanto había sentido y vivido, no tenía sentido alguno, es más, no servía para nada.
Seguía caminando, sin rumbo fijo, temeroso de detenerse, porque quizás si se quedaba parado sería blanco de las miradas de aquellos hombres sin rostro, mientras se dejara arrastrar por la corriente sería uno más. Aunque, por mucho que caminara, quizás nunca sería capaz de encontrar su lugar en aquel extraño planeta. Y quizás nunca encontrara descanso.
Aquel laberinto era muy ruidoso, aquellos sonidos horribles apenas le dejaban concentrarse en sus pensamientos. Recordó que en su preciado saco de los recuerdos llevaba una ciber-caja de música. Le bastó pensar en ella para que aquel prodigio de la tecnología pusiera en sus oídos melodías conocidas, acordes con su estado de ánimo.
La luz había menguado, pero pronto se encendieron falsos soles, su luz era fría y aséptica, pero al menos podía ver donde pisaba, caminar sin tropezar con ninguno de aquellos seres sin rostro. Aquellos falsos soles arrancaban destellos igualmente falsos en los ojos de cristal de las agujas de hormigón que le rodeaban. Recordó el frío tacto del vidrio en sus manos. Después de unos pocos segundos, se dio cuenta que lo que sentía solo podía compararse a una cosa que pudiera imaginar: estar desnudo sobre una cama de cristal helado.....

(II) Diciembre, 2005

El ciclo se acababa. El visado que le permitía residir en aquel pequeño planeta estaba a punto de expirar y tenía que marcharse.
Sentía ganas de huir. De poner muchos años luz de por medio entre él y aquel lugar. Pero, también se sentía a gusto en aquel planeta. Había cogido cariño a sus habitantes. Ya no eran criaturas sin rostro. Había aprendido muchas cosas.

Pero también sentía que no era lo suficientemente bueno como para permanecer en aquel planeta. Solo los mejores se quedaban allí. Y estaba claro que él no era el mejor, que en todo el universo podían encontrarse cientos, miles de humanos mejores que él, en todos los sentidos.
Se sentía confuso. La pena y el alivio se mezclaban en su interior hasta extremos que creía incapaces de concebir.
La mayor parte de los habitantes de aquel pequeño planeta acababan sus tareas diarias y se disponían a celebrar fechas muy señaladas en aquel lugar, cuando trece planetas se alineaban. Tres soles iluminaban su superficie, pero durante aquel alineamiento, uno de los soles quedaba oculto y la luz era muy especial... casi mágica...
Mientras los más altos cargos del planeta se mezclaban, por una vez, con el pueblo llano, algunos se afanaban en acabar su trabajo, en una escena totalmente surrealista, que el contemplaba... Desde su burbuja de pena, sintiéndose pequeño, deseando a cada instante marcharse de allí, aunque nada tuviera que hacer lejos de aquel planeta, temiendo a cada instante que alguno de sus actos o de sus palabras pudiera revelar como se sentía o romper el estricto protocolo de aquel lugar, mientras acababa de recoger las cosas que había dejado a lo largo de los meses en aquel lugar, pequeñas cosas, banales, pero... acostumbraba a encariñarse de cosas pequeñas...
A punto de marcharse, como había ocurrido el día anterior, le entregaron algunos regalos, preciosos... Sentía que no los merecía.
Una vez dentro de su nave espacial (que ni siquiera era suya), pensaba en lo que había vivido, sentido, aprendido durante aquellos meses y las sensaciones y recuerdos se mezclaban en su interior haciendo casi imposible la ya de por sí complicada maniobra del despegue. Cualquier pequeño error podía ser fatal...
Pero qué importaba eso, cuando pesaba más esa sensación... ningún sitio a donde ir... nadie que le esperara, en ningún lugar del universo..

(III) Octubre, 2006

Estaba delante del ordenador, escribiendo. Aquella mañana los pensamientos no fuían, de su mente a los dedos y de ahí a las teclas, con la suavidad acostumbrada. Se sentía pequeño y vacío. Estaba triste. En su interior bullían muchas emociones, sensaciones, algunas opuestas. Le costaba pensar con claridad.

En un extremo de la pantalla parpadeaba un pequeño icono naranja. Debía estar allí muchos minutos antes de que se percatara de su existencia. Lentamente, alargo la mano derecha y su dedo ínidice rozó la pantalla táctil en el lugar donde parpadeaba el icono.

Tenía un nuevo mensaje. Buenas noticias (¿o no?). Le habían concedido el visado interestelar que le permitía residir y trabajar en aquel minúsculo planeta de un extremo lejano de la galaxia.

Manipuló la pantalla para que le mostrara el calendario galáctico. Sonrió. Aún medía el tiempo utilizando unidades terrestres (segundos ... días ... meses ... años) unidades que tenían poco sentido en el espacio. Pero tras nacer y vivir varias decenas de años en La Tierra, le tenía cariño a cualquier cosa que le recordara a su planeta natal.

Casi dos años antes, según el calendario terrestre, también le había sido concedido ese mismo visado. Volver allí ...

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