La cárcel del crepúsculo

(I)

-¡Ayúdame!-

Despertó envuelto en sudor, con el corazón martilleandole las sienes y un horrible dolor de cabeza. Dando tumbos se arrastró hasta el baño. Inclinado sobre el vater, vomito...
Ningún pensamiento en su mente, solo nauseas, confusión y dolor....
Salvo uno..
Un grito.
Una súplica desesperada....

-¡Ayúdame!-

(II)

Un puñado de pastillas y un trago de cerveza para intentar acallar el dragón que se agitaba en su cabeza. Cada movimiento de su cola creaba destellos de dolor....

Algo malo debe ocurrirle pensó de lo contrario me habría llamado de otra forma

Tan solo mantenerse en pie, consiente, requería un gran esfuerzo. Pero ahora no, no podía venirse abajo, no, no en ese momento, no... Ella le necesitaba...
Debía estar cerca, no lejos de allí, apenas unos cuantos kilómetros. Pero.... ¿dónde? En estado lúcido su intuición era pésima, tan y como se encontraba, bastante tenía con seguir el hilo de sus pensamientos....
Entonces la llamada se repitió y todo se volvió negro.

(III)

Tan clara como la luz del sol, como el canto de los pájaros, como la brisa acariciando las hojas de los árboles, percibía aquella íntima sensación de peligro. Acarició las crines de Lucía, su yegua, mientras le susurraba que se apresurara.
Tras un par de recodos, el camino abandonó el bosque. La profunda cicatriz de la vía del tren era perfectamente visible...
Tendido en el suelo, en el paso a nivel, un joven. Hecho un ovillo, sin sentido. ¿Cómo podía saber aquello sin siquiera acercarse a él? Simplemente lo sabía. Había dejado de preguntarse cómo...
Recorrió al trote los últimos metros que le separaban del paso a nivel, con el corazón encogido... En cualquier momento podía llegar el tren...
Rápidamente bajó del caballo.

-Vamos, Lucía, sé que todo esto te gusta tan poco como a mí, pero tranquilízate. Y, sobre todo, no te acerques a la vía.-

Se agacho junto a él: respiraba. Era más grande de lo que había pensado. Tomo uno de sus brazos e intentó arrastrarlo. Pequeña, menuda, no iba a ser fácil. Pero centímetro a centímetro lograba apartarle de la vía, del peligro.
Entonces llegó el tren. Quería quedarse a su lado hasta que despertara, pero el tren estaba a punto de llegar, lleno de gente... lleno de gente. No podía escuchar sus pensamientos, le horrorizaba... ¿cómo iba a soportarlo?
Tan solo había perdido el sentido, en el lugar menos oportuno, eso sí. Así que le dejó apoyado en una cerca, montó a Lucía y se perdió de nuevo en el bosque...

(IV)

Cuando volvió a la luz ni siquiera sabía donde se encontraba. Permaneció unos instantes tendido en el suelo de la cocina, tratando de tranquilizar los apresurados latidos de su corazón y al dragón enfurecido que amenazaba con hacer estallar su cabeza. Pero aquel ruido infernal apenas le dejaba pensar. ¿De donde venía? Desperdició algunos preciosos segundos en percatarse de que procedía de su cabeza... Un bramido aterrador... pero no lograba relacionarlo con nada.....
Aviones. Enormes pájaros de acero aterrizando y despegando en medio del estruendo de sus motoros. Eso explicaba el aroma a queroseno que inundaba el ambiente...
Regusto metálico en el paladar. Ella estaba confinado en un lugar angosto, caluroso, oscuro, tal vez algún tipo de vehículo, una furgoneta o un camión quizás...
Podría saberlo todo sobre el lugar donde se encontraba, todo, hasta el último detalle, con mayor precisón que la de un moderno GPS. Pero eso sería su fin, su muerte. No estaba preparado, eran tan diferentes como lija y terciopelo.
Todavía estaba un poco mareado, pero la prisa le azuzaba. Cerca del aeropuerto, allí estaba, era todo lo que le hacía falta. Moviendose con toda la rapidez de que era capaz, entro en el dormitorio y cogió el casco y las llaves de la moto. Dejó la casa rápidamenta, bajando los peldaños de 3 en 3, prontó alcanzó la calle.

(V)

No me falles, corazón pensaba mientras introduciá la llave en el contacto. Por suerte su montura le correspondió con un rugido del motor al pulsar el botón de arranque. Se puso al casco y partió con chirrido de neumáticos....
El dragón continuaba agitandose dentro de su cabeza. Eso dificultaba enormemente la tarea de volar bajo, en la noche, ignorando los semáforos, esquivando cada coche. El aire de la noche era cálido, compacto, su caricia resultaba repugnante. Que más daba, olvidando el dolor se concentraba en girar el puño de gas. Se internó en una autovía de circunvalación, agachado tras el carenado, con su mente trabajando todo lo rápido que podía. El aeropuerto era un lugar enorme y aquel misterioso vehículo podía estar en cualquier parte. Como buscar una aguja en un pajar, para volverse loco...
Inés si que podría ayudarme pensó pero eso no es posible.
Como quien contempla una película, se vio a sí mismo inclinado junto al cuerpo inerte de Inés, clavando su mirada por última vez en sus ojos color miel, antes de cerrarlos para siempre.
-Ellos nunca dejan cabos sueltos- murmuró, mientras acariciaba su pelo rubio. Ignorando el disparo en la nuca, Inés parecía tan solo dormida.
Sirenas lejanas le sacaron de su ensimismamiento. Se puso en pie y trato de recordar que había tocado, para así poder borrar sus huellas. Solo le faltaba ser acusado de asesinato. Enfrascado en esa tarea, recordó haber visto un andamio en la parte trasera del edificio. Una buena vía de escape.
Pero ese simple pensamiento le encogió el corazón. Desde pequeño tenía mucho miedo a las alturas. Y esta vez no tenía a Inés a su lado para tranquilizarle, no. Temblando abrió la ventana. La plataforma metálica del andamio le parecía increiblemente pequeña y frágil, el vacío, enorme y amenazador, envuelto en la oscuridad de la noche.
Con movimientos lentos, torpes, temblorosos, logró alcanzar el suelo. Se adentró en la noche, sin mirar atrás.

(VI)

Aparcamiento para larga estancia

El nombre le llamó la atención. Además, a su mente adormecida por el malestar, por el dolor, le pareció que era un buen lugar para comenzar la búsqueda. Cogió algunas herramientas de la moto que podían serle útiles. La valla metálica se le antojó un muro infranqueable. Así que no le quedó más remedio que aparcar la moto justo junto a ella, trepar al asiento para poder salvar la valla.
Se sintió muy pequeño ante semejante marea de coches, furgonetas, pequeños camiones. Moviéndose con sigilo, se preguntaba si sería capaz de encontrar el ojo de la aguja... era tan difícil.
No le dio tiempo a nada más. Ni siquiera escuchó unos sutiles pasos a su espalda. Algo duro y metálico le golpeó en la nuca, arrastrándole de nuevo hacia la oscuridad.

-No hay mal que por bien no venga. También nos lo llevaremos. Puede sernos útil, ella lo atrajo hasta aquí. Deben estar unidos por algún tipo de vínculo-
-El avión ya está listo-
-Perfecto. Ayúdame a subirlo a la furgoneta.-
Abrieron las puertas traseras del furgón. En el interior estaba ella, cansada, desesperada, atada y amordazada.
Mientras cargaban el cuerpo inconsciente, se dieron cuenta de que habían comentido un tremendo error. Pero ya era demasiado tarde...
Que aguien te grite al oído no es agradable... Imagina por un momento que en vez de eso, te gritan directamente en el interior de tu mente....
Los hombres armados se desplomaron como fardos, sin sentido.
Ella se arrastró hasta donde estaba el cuerpo del joven. Dentro de lo que le permitían sus ataduras, comenzó a zarandearle suavemente, tratando de que despertara. Tras unos minutos eternos, el joven comenzó a moverse levemente.

De nuevo le dolía terriblemente la cabeza. Ni la más remota idea de donde se encontraba. Pero entonces Rosa volvió a golpearle suavemente. Se acercó a ella y la desató.
-¡Deprisa! Pueden despertar en cualquier momento-
Rosa estaba demasiado débil para caminar, así que, llevándola en brazos, salió de la furgoneta y echó a andar por el aparcamiento. Su mente trabajaba frenéticamente, mientras paseaba su mirada por cada uno de los coches. Descartaba los más modernos, los más lujosos, cargados de dispositivos electrónicos para evitar su robo. Hasta que tropezó un viejo Kadett GSI. En un coche como aquel había aprendido a conducir, lo conocía perfectamente. Dejando a Rosa en el suelo, comenzó a forzar la puerta. Apenas unos segundos después, la acomodaba en el asiento trasero. Pese a la bruma de su mente, hacer el puente le resultó soprenedentemente fácil. Instantes después se perdían en la noche los dos...

(VII)

El abrasador calor del sol le devolvió a la conciencia. Sudores, nauseas, dolor de cabeza y un sabor metálico en el paladar. La simple idea de tratar de ponerse en pie le pareció una locura, así que optó por un paso intermedio entre el suelo y la verticalidad. Arrodillado en el duro suelo de hormigón, sacudió la cabeza. La pasarela tembló al paso de un tren. ¿Como demonios había llegado allí? Se levantó despacio. Recordaba lejanamente ir en un tren de cercanías, sentado, contemplando ensimismado el paisaje que se abría tras las ventanillas.
Decidió continuar hurgando en sus recuerdos difusos en un lugar resguardado del maldito sol. Comenzó a caminar lentamente, muy lentamente, como si su cuerpo fuera de cristal y pudiera romperse en mil pedazos con el más leve movimiento.
Comenzó a sentir algo muy extraño. Alguien pensaba por él. Bajó la rampa de la pasarela y se internó en un polígono industrial cercano a las vías. Almacenes, naves, edificios de oficinas. Nada tenía de especial: en el extrarradio se ocultaban decenas de lugares como ese. Pero algo, escondido, le atraía como un imán. Cual coche teledirigido, fue culebreando por esas calles solitarias y polvorientas hasta llegar al pie de aquel edificio, de aquella fachada cubierta por andamios.
No, no iba a trepar por aquella estructura metálica. Desde pequeño temía a las alturas, un miedo brutal que le impedía siquiera subirse a una silla...
Pero de nuevo le asaltó la sensación de que alguien pensaba por él, que le indicaba como trepar por aquella maraña de tubos y estrechas planchas metálicas. Y a la vez le tranquilizaba, impidiendo que el terror se apoderara de él, que el vacío copara todos sus pensamientos, ese vacío que se abría bajo sus pasos y que no dejaba de llamarle con un suave arrullo, el arrullo del viento acariciando el andamio, mensaje de altura, de caída y de final.

Desde ese momento mis recuerdos se volvían brumosos. Apenas recordaba como Inés –aunque entonces yo no sabía nada de ella, ni siquiera su nombre- se encaramó a mi espalda, con sus brazos en torno a mi cuello, sus cabellos rubios rozándome las mejillas. Comencé a correr todo lo que podía, pero pronto me di cuenda de que no sabía por donde ir. Eso me aterró terriblemente, pues escuchaba a mi espalda los ladridos de los perros, los pasos acelerados, los gritos... Entonces ella comenzó a indicarme el camino. En la primera ocasión no despegó los labios. Como si de un pensamiento más se tratara escuché su voz en mi mente. Pero se dio cuenta de que aquello me desagradaba profundamente. En el siguiente recodo me susurro dulcemente al oído que hacer, hacia donde ir...
No pesaba nada. Apenas me había dado tiempo a fijarme en ella, pero me asombró la palidez de su rostro y su enfermiza delgadez. ¿Quién podía haberle hecho eso a una criatura tan dulce como aquella?...

Mucho tiempo después, en medio de ninguna parte, un camino de tierra en un lugar sin nombre, contemplaba amanecer con su hermana Rosa dormitando en el asiento trasero del Kadett robado. Pensaba en Inés, en cuanto la echaba de menos..

(VIII)

Rosa e Inés alcanzaron este mundo en el mismo instante, pero no fue hasta cuatro lustros después de nacer cuando se conocieron. Idénticas como dos gotas de agua y sin embargo tan diferentes. La historia de su vida me fue llegando en pequeños pedazos, cual puzzle y yo fui el encargado de unirlas, para así poder encontrarle algún sentido a lo que me estaba pasando.
Un cable de acero y una gastroenteritis permitieron que me topara con Rosa, o más bien que Rosa se topara conmigo. Como tantas otras veces recorría un atajo en coche, para llegar al pueblo de al lado, donde si que había médico. Era verano, hacía calor, tenía fiebre y cada poco tenía que parar para vomitar. Hasta que el maldito cable del acelerador se partió, dejándome tirado a dos kilómetros de mi destino. Me arrastré durante algunos cientos de metros hasta que perdí el conocimiento, al llegar al paso a nivel, justo sobre las vías. De no haber aparecido Rosa ahora no estaría vivo.
Por aquel entonces Rosa vivía aislada. Una pequeña casa en lo más recóndito del campo, algunos animales y su fiel yegua Lucía. Lo que para algunos humanos era un sueño, la telepatía, para ella se había convertido en una pesadilla. Por eso aborrecía la cercanía de otros seres humanos. Por eso vivía sola.
Con la serenidad que da el paso del tiempo, ahora lo veo todo claro. Un plan perfecto, maquinado por ellos. De algún modo se percataron de mi presencia. De mi único don: la intuición. Que me permitía percibir la presencia de telépatas. No es una sensación agradable: afiladas agujas arañando mi cara, o, simplemente, dolor de cabeza enloquecedor.
Lo que entonces me pareció una casualidad, un heroico rescate, ahora se me antoja un plan minuciosamente calculado. Rosa había escapado de su control y si había alguien capaz de encontrarla era su hermana Inés.
Pero sucedió algo que no estaba en sus planes. Inés le enseñó a Rosa como controlar su poder. Y con mi ayuda, se desvanecieron en direcciones opuestas, lejos de sus garras. No pude o no supe huir y me atraparon. En contra de lo que pensaba no me aniquilaron, sino que se limitaron a arrebatarme mi don. Tampoco yo podría encontrarlas, así dejaría de interferir en sus planes.
Pero no quiero recordar eso, solo me apetece recrearme en el recuerdo de Inés, de los días que pasé junto a ella, de su voz de terciopelo y las cosas que me contó.
-Ni siquiera nuestro nacimiento fue casual- me dijo-Ellos se encargaron de volver estéril a mi padre (aunque nunca le conoció siempre le llamaba padre) de conducirles a la clínica de reproducción asistida adecuada, de unir los ovarios de mi madre con semen modificado genéticamente y de asegurarse de que fueran dos hermas gemelas las que nacieran.. Convencieron a mis padres de que una de nosotras -yo- había muerto al poco de nacer para así poder estudiarme a su antojo, para así comprobar como evolucionaba mi poder en un ambiente controlado. En el caso de mi hermana Rosa, dejaron que la naturaleza siguiera su curso.-
Su infancia no debió ser demasiado agradable, sometida a constantes pruebas, habitando lugares fríos y asépticos, rodeada de médicos y de guardianes que impedían su huída.
Al menos pudo compartir algunos días de su existencia con su hermana Rosa. Externamente idénticas como dos gotas de agua, pero con un carácter tan diferente.
Ahora ella estaba muerta y mi recientemente recuperada intuición me indicaba que tanto Rosa como yo íbamos a acompañarla muy pronto, demasiado pronto.....

(IX y final)

La imágen holográfica se interrumpió. Con una mueca de contrariedad, Sofía desconecto el rudimentario proyector holográfico. El relato de aquel hombre de mediana edad le había mantenido con el corazón en un puño durante horas. Pero, desgraciadamente, el archivo estaba dañado, por lo que jamás iba a conocer el final de la historia. ¿Que les habría pasado a Miguel y a Rosa?. Daba igual. Le había costado 18 años, pero por fin había averiguado quienes eran sus padres. Y en cierto modo, conocía perfectamente el final del relato. Sus padres ya no estaba junto a ell, habían fallecido al poco de nacer ella...
Ahora todo comenzaba a estar claro, todo encajaba. Sus intuiciones, esa capacidad de adivinar el estado de ánimo de los que le rodeaban sin tan siquiera necesitar mirarles...
Todo encajaba....

Madrid - Cuenca, Agosto - Septiembre de 2004

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