Burbuja

-Yo solo quiero irme a casa- acertó a decir entre sollozos...

"Un deseo tan pequeño... " pensó "tan fácil de lograr. menos en un día como este". No sabía a ciencia cierta por qué, pero todo el centro de la ciudad parecía estar colapsado.....

Apartó la vista un instante del coche que le precedía y clavó su mirada en el muchacho que ocupaba el asiento del copiloto. Lloraba en silencio, de forma apenas perceptible. La lluvia se había cebado en sus ropas, en su cuerpo. Estaba completamente empapado. Tiritaba. Gracias a la calefacción un agradable calorcito inundaba el interior del coche, pero no parecía notarlo, como si el frió brotara de lo más profundo de su ser..

Le tendió un pañuelo, sonriendo...

-Ten un poco mas de paciencia. No todo esta perdido. -

Le dedicó un gesto de complicidad mientras, con una ágil maniobra, se coló por el pequeño hueco que había entre un autobús y una furgoneta de reparto. Luego giró a la derecha, adentrándose en una estrecha calle. En la siguiente esquina aparcó el coche, sobre la acera...

-Pronto estaremos en casa-

El chico no entendía nada. Se sentía confuso y febril, pero de todas maneras aun acertaba a recordar que su destino estaba en el extremo opuesto de la ciudad... ¿Cómo demonios iban a llegar hasta allí?

-Ven, sígueme- Ella tomó una de sus manos entre las suyas y le arrastró fuera del coche, de nuevo bajo la lluvia. A regañadientes comenzó a andar detrás de ella. El agua mojaba sus largos cabellos rubios, aplastándolos contra su rostro. Con una mano, se los apartaba de la cara, con la otra tiraba de él. No acertaba a comprender que pretendía. Constantemente miraba a un lado y a otro, observándolo todo, con un leve gesto de contrariedad en el rostro. Volvió rápidamente la cabeza hacía él, mirándole con una mezcla de prisa y de ansiedad, como si quisiera asegurarse de que aun estaba allí. Al toparse con sus ojos marrones, el chico bajó la mirada, ruborizándose.

Apenas habían avanzado unos cuantos pasos más cuando ella se detuvo en seco. Se dio la vuelta y volvió a mirarle. Creyó leer una pizca de desesperación en sus ojos.

-Concéntrate, por favor. Es muy importante-

Sin apenas darse cuenta colocó las palmas de sus manos sobre os hombros del chico.

-¿Puedes recordar mi nombre?-

-Claro... no sé a que viene esa pregunta. Te llamas Miriam-

En el rostro de Miriam se dibujó una sonrisa amplia, luminosa...

-Es todo lo que necesitaba saber... Muchas gracias, Diego-

Meses después, Miriam le explicó por qué ese detalle, en apariencia trivial, era tan importante. Pero en aquel momento, se le antojó la mayor de las estupideces.

Sin saber por qué sintió ganas de abrazarla. Miriam era una mujer muy atractiva. Quizás podría haber sido su madre... pero no acertaba a calcular bien su edad. pensándolo mejor no era posible, era demasiado joven para tener un hijo de su edad...

Volvió a mirarla detenidamente, alargo el brazo y le acarició el pelo mojado. Aquel gesto no pareció desagradarle, pero de todas maneras enseguida apartó la mano. En ese momento se dio cuenta. El día era muy oscuro. Si alzaba la mirada, entre las fachadas de los edificios, allá arriba, podía contemplar un pedazo de cielo gris, completamente cubierto de nubes. Seguía lloviendo con fuerza, es verdad..... Pero ella brillaba. No brotaban haces de luz de su cuerpo, no. Pero irradiaba una calidez especial que todo lo impregnaba... Todo brillaba: las aceras saturadas de lluvia, el asfalto encharcado, las carrocerías de los coches aparcados junto a la acera, las gotas de lluvia deslizándose por el aire hasta chocar con el suelo. Todo brillaba, pero sobre todas las cosas, ella

Sin apenas darse cuenta, Miriam le condujo al interior de un portal, amplio pero aún más oscuro que afuera...

-Lo que vas a ver ahora puede que te asuste, pero no debes tener miedo. No voy a hacerte ningún daño. -

Suspiró y le atrajo hacia sí... En cualquier momento alguien podía sorprenderles allí... Le abrazó dulcemente, mientras notaba como la energía comenzaba a bullir en su interior, presta a emerger de su cuerpo...

Diego no daba crédito a lo que veía. Una burbuja dorada, brillante, surgió de la nada y creció y creció hasta envolverles a los dos...

-No tengas miedo-

Sintió como el suelo se tambaleaba bajo sus pies. Cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, no se encontraban en el portal sino en una acogedora sala de estar. Miriam estaba frente a él, en cuclillas. Jadeaba como si acabara de hacer un gran esfuerzo. Diego no se atrevió a mover un músculo hasta que ella levantó la cabeza, le miró y sonrió...

-¿Ves como tenía razón?-

Se puso en pie lentamente y volvió a sonreírle.

-Traeré unas toallas para que podamos secarnos. -

Quiso decir algo, preguntarle que había pasado, como habían llegado allí, exigirle una explicación. Pero Miriam colocó el dedo índice de su mano derecha sobre sus labios.

-No digas nada. No es el momento. Más tarde saciaré tus inquietudes. -

 

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