Aguas confinadas (I)

Levantó la vista de la pantalla del ordenador y miró el reloj

Que tontería. Podía haber mirado la hora en el ordenador. ¡Es tardísimo! No imaginaba que fuera tan tarde.

La oficina estaba desierta. En silencio. Sólo se escuchaba el monótono zumbido del sistema de ventilación y sus dedos deslizándose veloces por el teclado. Sin el bullicio habitual, parecía distinta. Más fría. Menos humana. Pero era mucho más fácil concentrarse. Y tenía muchísmo trabajo atrasado.

Pero estaba cansada. Notaba como su rendimiento bajaba en picado. Le costaba concentarse. Arqueó su cuerpo sin levantarse de la silla, intentando relajar la espalda. Le dolía. Decidió hacer una pausa. Cinco minutos. Solo cinco minutos.

Cogió su bolso. Estaba en la mesa, en un extremo. Sacó un espejito y observo el reflejo de su rostro que le devolvía. Ojeras. Y algunas arrugas. Su boca se torció en una mueca de disgusto... Rebuscó de nuevo en el bolso hasta encontrar la cajita del maquillaje y con él trató de ocultar las huellas del cansancio en su rostro. También se recogió el pelo. Al llegar a casa, lo primero que haría es ducharse.

Pero ya habían pasado los cinco minutos de descanso y decidió volver al trabajo (qué remedio). Al dejar el espejo y el maquillaje en el bloso, no supo bien como, pero se le escurrió de las manos. El bolso acabó en el suelo y junto a él, desparramado, todo lo que contenía.

Soy un desastre.

Entonces escuchó esa melodía. La caja de música, con el golpe, se había abierto. Por suerte no se había roto.

No se atrevió a tocarla. Se quedó helada, en la silla, mirando la cája de música. Sin acertar comprender nada.

Aguas confinadas (II)

"En el lugar del que yo vengo, no hay música. Y en el lugar donde iré, solo existe el silencio infinito"

Dejó con delicadeza la caja de música sobre la mesa y contempló un instante a la balarina girando eternamente al compás de el lago de los cisnes. Después, unió los labios a los de ella, apenas un instante.

-¿Cómo dices que se llama esto?-Preguntó, mirándola a los ojos

Nerea se sonrojó y bajó la mirada

-Un beso...-

-En el lugar del que yo vengo, tampoco hay besos-

Nerea se quedó callada. Le costaba imaginar un mundo tan frió, sin caricias, sin mimos, sin besos.

Ella volvió al sofá, donde se tumbó hecha un ovillo, arropada con un chal. Nerea la observaba desde el centro de la habitación, donde estaba de pie, sin atreverse siquiera a moverse. Pequeña, con la piel blanquísima y el pelo cobrizo. Parecía frágil, pero después de conocer el viaje que había realizado, sabía que no lo era tanto.

Ella advirtió cómo cambiaba la luz de la tarde, se levantó del sofá y corrió al balcón con pasos livianos, casi imperceptibles.

-Oh! Va a empezar eso tan bonito. Todos los días se repite, pero nunca es igual. ¿Cómo dijiste que se llamaba?-

-Puesta de sol. O atardecer-

Se acercó tanto al ventanal que su respiración empañaba el cristal. Y en el vidrio también se reflejaban sus ojos, uno verde y el otro azul.

-¿Y esa bola de luz que desaparece poco a poco? ¿Cómo se llama?-

-Es el sol...-

-Sabes, Nerea, yo, como el sol, tampoco duraré para siempre. Pero volverás a encontrarme, con otro nombre y otro cuerpo-

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Al salir de la oficina era de noche y la humedad empapaba el suelo y los cristales de los coches. Nerea sabía que el sol saldría una vez más en unas pocas horas. Pero, después de un año sin ella, dudaba de que volviera a encontrarla...

Aguas confinadas (III)

Estaba a punto de darse por vencida. Si no podía soñar, nada tenía sentido. Y por mucho que durmiera, no descansaba. Y no podía regenerar su energía. Poco a poco su vitalidad se iba apagando, lo notaba. Se sentía cansada incluso al despetar. Su pliel, blanca y suave, se tornaba amarillenta. No podía asegurarlo sin un espejo, pero seguro que también el brillo de sus ojos se iba apagando poco a poco.

Rompió a llorar, en silencio. Se arrebujó en un rincón, tapándose la cara con las manos. Aun así, no estaba a salvo de los cientos de ojos electrónicos que la vigilaban.

Estaba a punto de quedarse dormida, de pura rabia y agotamiento, cuando se le ocurrió algo. Sonrió. Acarició la curvatura de sus labios en esa sonrisa. Hacía tanto tiempo que no sonreía. Le gustaba sonreir...

Si no podía tener sueños, porque no se lo permitían, tal vez pudiera tener pesadillas...

Aguas confinadas (IV)

El sonido grave y rítmico del rotor del helicóptero se escuchaba desde la soledad del pequeño valle. El rumor de las aspas cortando el aire se asemejaba a los latidos apresurados de un corazón encogido por el miedo y por la prisa. El olor a madera quemada lo inundaba todo. La luz del sol le deslumbró cuando alzó la mirada para ver la silueta del helicóptero. La misma luz que arrancaba destellos del fuselaje del aparato.

El paisaje sería idílico (una carretera serpenteante en medio de un frondoso bosque de pinos, junto a las aguas cristalinas de un embalse), de no ser por el calor, y por el incendio. La carretera estaba temporalmente cortada y una larga fila de coches esperaba a que se reabriera el tráfico. Con pasos lentos y pausados, llegó a la altura de uno de los coches, abrió la puerta del copiloto y entró en el interior.

-No se puede pasar. Me han dicho que hay un incendio y todavía lo están controlando. No dejan pasar a nadie-

-¡Si es que son todos unos inútiles! ¿Cortar una carretera por un fueguecito de nada. Siempre dando por culo y más en vacaciones.-

Miró a su marido, sin dar crédito a lo que escuchaba. Aquel ser hablaba y gesticulaba como el que fuera su marido, pero tenía la sensación de que no lo conocía. O de que lo conocía demasiado bien.

-¿Un fueguecito de nada? ¿Sabes cuanto ha quemado? ¿Sabes cuanto tardarán en volver a crecer esos árboles? ¿Sabes que ha estado a punto de morir gente?

Salió del coche, y cerró con un portazo, irritada. Con esa sensación descorazonadoramente familiar de "algo no va bien, no sé el qué, ni tampoco como remediarlo". Le estaba perdiendo.

Decidió dejar la carretera y adentrarse en el bosque de pinos a través de un pequeño sendero. Quizás allí hiciera menos calor. Quizás pasear le distrajera. Cualquier alternativa era mejor que quedarse en el coche discutiendo con su marido, desde luego.

El sendero le llevó a través del bosque de pinos. Recordó que en algún lugar había leído que se plantaban árboles, sobre todo pinos, en las márgenes de los embalses, para dificultar que la erosión arrastrara tierra al fondo del embalse, reduciendo su capacidad.

Al cabo de unos minutos de caminata llegó al borde del embalse. Era una extensión de agua realmente gigantesca, a pesar de la sequía.

Aguas confinadas (V)

Una playa de arena blanca. Noche cerrada, luna en cuarto menguante y aguas cristalinas. Sus pies rozaban el agua, apenas tibia. Una agradable sensación de calma, de satisfacción.

Entonces el sueño se tornaba en pesadilla. Un foco de luz blanca, cegadora, surgía de la nada, justo encima de ella. Intentaba escapar de la luz sumergiéndose en el agua, pero al contacto con la luz su suave caricia se convertía en dolorosa.

Todo cambiaba rápidamente. Ya no estaba en una playa. Continuaba en el agua, pero en una aséptica piscina de acero inoxidable. Notaba que cientos de ojos electrónicos la observaban, anotando todas sus reacciones, atentos a cada movimiento. Ni siquiera el contacto del agua en su piel desnuda le reconfortaba algo.

Entonces se despertaba, de nuevo en su celda blanca, donde los días eran idénticos a las noches y el tiempo comenzaba a desvanecerse.

En ocasiones, sus pesadillas se convertían en realidad. De algún modo que no acertaba a comprender, le sedaban y despertaba en el fondo de una piscina de frío acero. En cuanto empezaba a despertarse, comenzaban a llenar la piscina. Le encantaba nadar, pero no así, no para ellos.

Estaba agotada... a punto de darse por vencida. Pero entonces recordó algo que había imaginado o pensado, unas horas antes ¿o quizás fueron días?

Se tendió en un rincón y trato de dormir.

Esta vez su sueño fue diferente. Imagino que intentaba mantenerse en pie en una charca de fango. El agua estaba turbia y no había luna, le costaba adivinar donde pisaba. El fango era muy blando y cada vez se hundía más, primero hasta los tobillos y después hasta las rodillas. Intentaba salir de la charca pero era imposible. El hedor del fango era horrible y pronto le acompañó un nuevo hedor, el de su orín, de puro terror se orinó encima, cuando su cabeza se hundió en aquella agua turbia.

Pero, en aquélla marea de fango, imaginó una esfera de agua cristalina. Al principio apenas alcanzaba el tamaño de la cabeza de un alfiler, pero poco a poco fue creciendo hasta hacerse enorme, intento alcanzarla, casi lo había conseguido pero le faltaba el aire... apenas tenía fuerzas...

Aguas confinadas (VI)

No podía acercarse a la orilla, porque allá donde el agua se había retirado poco tiempo antes, todo estaba cubierto de barro. Viscoso, maloliente. Arrugó la nariz ante el hedor. Estaba a punto de volver sobre sus pasos cuando algo llamó su atención.

Una mano, una mano inequívocamente humana que emergía del fango, sus dedos agitándose pidiendo auxilio. No daba crédito a lo que veía, pero estaba ahí, delante de ella. Por un momento le recordó a aquellas películas de serie B sobre muertos vivientes y sintió pánico. A pesar de todo corrió hacia donde estaba la mano, se agachó y tiró de ella. Tiro con todas sus fuerzas y del fango surgió el cuerpo de una mujer. Parecía más joven que ella, era bellísima. Completamente cubierta de barro, tiritaba. El blanco de su piel contrastaba con el color del fango.

-No te muevas de aquí …. Voy a pedir ayuda-

Comenzó a correr en dirección al bosque. Cuando apenas había recorrido unos pocos pasos, se dio la vuelta. La mujer surgida del fango ya no estaba allí. Volvió sobre sus pasos. Sus pisadas continuaban allí, pero de la mujer no había rastro alguno, ni siquiera del agujero del que surgió su cuerpo …. Nada.

Se asustó mucho. Pensó que quizás estaba empezando a perder la cabeza.

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