En esta época (1) había tres partidos
entre los judíos, que sostenían distintas opiniones sobre los negocios humanos.
Uno se llamaba el partido de los fariseos, el otro el de los saduceos y el
tercero el de los esenios. Los fariseos afirmaban que algunos sucesos, aunque
no todos, son obra del Hado (2), y por tanto el hombre no puede decidir que
ocurran o no. El partido de los esenios, en cambio, sostiene que el Hado domina
todas las cosas y que todo cuanto sucede a los hombres es por decisión suya.
Y los saduceos prescinden del Hado, sosteniendo que no existe. Niegan que
los acontecimientos humanos se produzcan según su disposición y afirman que
todo depende de nuestro propio poder, de forma que somos nosotros mismos los
que provocamos nuestra buena suerte y que sufrimos lo malo a causa de nuestra
imprevisión. Pero ya he dado más detalles sobre estos partidos en el libro
segundo sobre los asuntos de los judíos.
En general, la doctrina de los esenios
lo refiere todo a Dios. Dicen que las almas son inmortales y dan gran valor
a la recompensa del justo. Envían ofrendas al Templo, pero llevan a cabo sacrificios
con peculiares ritos purificadores, y por ello se mantienen apartados de los
recintos del santuario, que están abiertos a todos, y ofrendan por sí mismos
los sacrificios. En otros aspectos son hombres excelentísimos por su modo
de vida y se dedican por completo a la agricultura. Una de sus prácticas despierta
especialmente la admiración de los demás aspirantes a la virtud, puesto que
ni entre los griegos o los extranjeros ha existido algo semejante. Es la suya
una práctica muy antigua, que nunca se ha entorpecido, y es la de tener sus
bienes en común. El rico no obtiene de su propiedad mayor beneficio que el
que carece de todo. Y ésta es una práctica que respetan más
de cuatro mil hombres. Tampoco toman
esposa ni admiten esclavos, pues consideran que la esclavitud provoca la injusticia,
y el matrimonio es motivo de riñas. Por lo tanto, viven solos y se sirven
los unos a los otros. Eligen hombres buenos como administradores de sus ingresos
y de los productos de la tierra, y sacerdotes para la elaboración del pan
y de (otros) alimentos. Su forma de
vida no se diferencia o, mejor dicho,
está muy próxima a la de los dacios llamados "polistae".
2. Entre los judíos había tres sectas
filosóficas. Los secuaces de la primera son los fariseos, los de la segunda
lo saduceos y los de la tercera, que tienen la reputación de una mayor santidad,
reciben el nombre de esenios. Éstos son judíos de nacimiento, y los unen lazos
de afecto más fuertes que los de las otras sectas. Rechazan los placeres,
estiman la continencia y consideran como una virtud el dominio de las pasiones.
Permanecen célibes, y eligen los hijos de los demás, mientras son maleables
y están a punto para la enseñanza, los aprecian como si fuesen propios y los
instruyen en sus costumbres. No niegan la conveniencia del matrimonio ni pretenden
acabar la generación humana, pero se guardan de la lujuria femenina, convencidos
de que ninguna mujer es fiel a un solo hombre.
3. Desprecian las riquezas y su forma
de vida en comunidad es extraordinaria Entre ellos ninguno es más rico que
otro, puesto que, de acuerdo con su ley, los que ingresan en la secta deben
entregar su propiedad a fin de que sea común a toda la orden, tanto que en
ella no existe pobreza ni riqueza, sino que todo está mezclado como patrimonio
de hermanos. Consideran que el aceite es contaminador. Si alguno de ellos
lo toca, aunque sea accidentalmente, le frotan el cuerpo. Consideran conveniente
el conservar la piel seca y vestir siempre de blanco. Eligen administradores
encargados de sus propiedades comunes, y son tratados con absoluta igualdad
en cualquiera de sus necesidades.
4. No viven en una sola ciudad, pero
en cada una moran muchos de ellos. Cuando llega algún miembro de otro lugar,
le ofrecen cuanto tienen como si fuera de él, y le tratan como si fuese íntimo
aunque no le hayan visto jamás. Por esta razón cuando salen de viaje no llevan
nada encima, excepto sus armas como defensa contra los ladrones (3). En cada
ciudad hay un encargado de la orden para cuidar de los forasteros y proporcionarles
vestidos y todo lo necesario. Su circunspección y su porte corresponden al
de jóvenes educados bajo rigurosa disciplina. No renuevan la ropa ni el calzado
hasta que están rotos o desgastados por el uso; no compran ni venden nada
entre ellos, pero cada uno da lo que otro pueda necesitar, recibiendo a cambio
algo útil.
Independientemente de los trueques,
nada les impide aceptar de cualquiera aquello que puedan necesitar.
5. Su piedad es extraordinaria. No
hablan de materias profanas antes de que el sol nazca, sino que rezan ciertas
oraciones recibidas de sus padres, para rogarle que aparezca. Después sus
directores los despiden para que cada uno se dedique a su labor, trabajando
con ahínco hasta la hora quinta, después de la cual se reúnen en un lugar
y se bañan en agua fría cubiertos de velos blancos. Acabada la purificación,
se recogen en unos aposentos donde no pueden entrar individuos de otra secta;
acto seguido, libres de toda contaminación penetran en el comedor como si
fuera un santo templo y se sientan en silencio. Entonces el panadero dispone
los panes y el cocinero les coloca delante un plato con una sola comida. Un
sacerdote bendice la comida, porque sería una falta probar el alimento antes
de haber dado gracias a Dios. El mismo sacerdote, una vez han comido, repite
la oración de gracias. Tanto al principio como al final honran a Dios como
sostén de la vida. Luego se quitan los vestidos blancos y trabajan hasta la
noche; cenan de la misma forma, acompañados de los huéspedes, si los tienen.
Ningún grito ni disputa perturba la casa; todos hablan por turno. A los extraños
este silencio puede parecerles un tremendo misterio, pero tiene su justificación
en su templanza en el comer y el beber, en lo que nadie se excede.
6. No hacen nada sin consentimiento
de sus directores, excepto cuando se trata de ayudar al necesitado y compadecer
a los afligidos. En estos casos tienen permiso para proceder según su propia
voluntad en socorro de los que lo merecen y para dar de comer a los pobres.
Pero en cambio no pueden dar nada a sus parientes o deudos sin licencia de
sus jefes. Saben moderar su ira y dominar sus pasiones; son fieles y respetan
la paz. Cumplen cuanto han dicho como si lo hubieran jurado, porque aseguran
que está condenado quien no puede ser creído sin juramento. Estudian con entusiasmo
los escritos de los antiguos, sobre todo aquellos que convienen a sus almas
y cuerpos, y aprenden las virtudes medicinales de raíces y piedras.
7. A los que aspiran a entrar en
la secta, no los admiten inmediatamente, sino que les prescriben su modo de
vida durante un año, fuera de su comunidad, entregándoles una hachuela, una
túnica y una vestidura blanca. Cuando el candidato ha dado pruebas de su continencia
durante este tiempo, lo dejan asociar más a su modo de vida y participar de
las aguas de la purificación, pero todavía no es admitido en sus prácticas
de vida en común. Para ello necesita afirmar su carácter durante dos años
más; y si previo examen se muestran dignos de ello, los acogen en el seno
de la comunidad. Y antes de que puedan tocar la comida común, deben pronunciar
severos juramentos de que, ante todo, honrarán a Dios, y después que serán
justos, que no dañarán a nadie deliberadamente o por orden ajena, y que odiarán
al malvado y ayudarán al justo; que serán fieles a todos, y en especial a
los que mandan, porque nadie alcanza el gobierno sin la voluntad de Dios,
y que, si llegasen a ostentar autoridad,
no abusarían de ella, ni tratarían de rivalizar con sus subordinados en
vestidos ni en riquezas; que amarán la verdad y reprobarán a los mendaces;
que no mancillarán sus manos con el robo, ni su alma con ilícitos provechos;
y también que no ocultarán nada a los miembros de su secta, ni revelarán nada
de sus asuntos a los demás; aunque los amenacen con la muerte. Además, juran
que nadie establecerá sus doctrinas de otra manera
de cómo las han recibido, huirán del latrocinio (4), conservarán los
libros de sus leyes y honrarán los nombres de los ángeles Éstos son los juramentos
con los cuales ponen a prueba la fidelidad de los candidatos.
8. Expulsan de su orden a aquellos
que incurren en delito grave, y a menudo ocurre que el repudiado muere de
modo miserable, porque tanto por sus
juramentos como por su condición, no tiene libertad para recibir comida y
bebida de otros; se ve obligado a alimentarse de hierba, con lo cual su cuerpo
se va adelgazando hasta que, finalmente, muere. Por esta causa muchas veces
se
compadecen de ellos y los readmiten
cuando están al límite del agotamiento,
considerando que sus faltas han sido suficientemente castigadas con estos
sufrimientos casi fatales.
9. Son muy justos y equitativos en
sus juicios, en los que intervienen no menos de cien miembros, pero lo que
éstos deciden es inapelable. Después de Dios, honran el nombre de su legislador
(Moisés), y si alguno habla mal o blasfema contra él, es condenado a muerte.
Obedecen de inmediato a los ancianos y a la mayoría, de forma que, si diez
están reunidos, ninguno hablará en contra de los deseos de los otros nueve.
Evitan escupir enfrente o a la derecha de los demás. Su abstención de trabajar
en el séptimo día (de la semana) difiere notablemente de los demás judíos;
no sólo preparan la comida la víspera, por no encender fuego en día de fiesta,
sino que ni siquiera se atreven a levantar una vasija o ir a la letrina. Los
otros días cavan una pequeña fosa de un pie de hondo, con la hachuela (o azadilla)
que se da a los neófitos, y se cubren con sus túnicas para no ofender al resplandor
divino al aligerar sus vientres; después la cubren con la tierra que sacaron
antes, pero todo ello después de haber elegido para tal fin un lugar lo suficiente
apartado. Y aunque la evacuación sea una función natural, acostumbran a lavarse
después, como si considerasen que se habían mancillado.
10. Según sea su tiempo de vida ascética,
se dividen en cuatro grupos, y los más nuevos son hasta tal punto considerados
como inferiores que si por casualidad tocan a algunos de los antiguos, éstos
deben lavarse igual que si hubiesen sido tocados por algún extranjero. Viven
largo tiempo, y muchos de ellos llegan a centenarios, gracias a la sencillez
de su alimentación y también por su forma regular y moderada de vivir. Desprecian
las adversidades y dominan el dolor con la ayuda de sus principios, y consideran
que una muerte gloriosa es preferible a la inmortalidad. Su guerra contra
Roma demostró fuerza de alma en todos los aspectos, porque, aunque sus cuerpos
eran atormentados, dislocados, quemados o desgarrados, no se consiguió que
maldijesen a su legislador o que comiesen algo prohibido por su ley; tampoco
suplicaron a sus atormentadores ni derramaron una lágrima, antes sonreían
en medio del dolor, se burlaban de sus verdugos y perdían la vida valerosamente,
como si estuvieran convencidos de que tornarían a nacer.
11. Esta opinión la sostenían todos
ellos, es decir, los cuerpos son corruptibles y su materia no es permanente;
sus almas son inmortales, imperecederas, proceden de un aire sutilísimo y
entran en los cuerpos, donde se quedan como encarceladas, atraídas con halagos
naturales. Cuando se libran de las trabas de la carne se regocijan y ascienden
alborozadas como si escapasen de un cautiverio interminable. Las buenas almas,
y en esto coinciden con la opinión de los griegos, tienen sus moradas allende
el Océano, en una región exenta de lluvia, nieve y calor excesivo, porque
es refrescada de continuo por la suave caricia del viento occidental que llega
a través del Océano. Las almas malas van a un paraje oscuro y tempestuoso,
henchido de castigos eternos. Y en verdad se me antoja que los griegos tuvieron
la misma idea cuando señalaron las islas de los bienaventurados para los personajes
que denominan héroes y semidioses; y a los malos les han señalado el Hades,
donde, de acuerdo con sus fábulas, ciertas personas, tales como Sísifo, Tántalo,
Ixión y Titio, reciben su castigo, teniendo por cierto en principio que las
almas son inmortales. Esto es un incentivo para la virtud y una admonición
pata la maldad, porque los buenos mejoran su conducta con la esperanza de
la recompensa tras su muerte, y las inclinaciones viciosas de los malos se
refrenan con el miedo y la esperanza, pues, aunque se oculten en esta vida,
sufrirán castigo eterno en la otra. Éstas son, pues, las divinas doctrinas
de los esenios acerca del alma, que encierran un señuelo irresistible para
quienes han sido atraídos por su filosofía.
12. Hay entre ellos algunos que aseguran
saber las cosas futuras con la lectura de sus libros y varias clases de purificaciones,
amén de estar muy versados en los dichos de los profetas. Muy pocas veces
sus predicaciones resultan fallidas.
13. Existe además otra orden de esenios,
que están de acuerdo con los anteriores sobre conducta, costumbres y leyes,
pero difieren en la opinión del matrimonio. Dicen que el hombre ha nacido
para la sucesión y que, si todos los hombres la evitasen, se extinguiría la
raza humana.
Sin embargo, ponen a sus mujeres
a prueba durante tres años, y si hallan que sus purgaciones naturales son
idóneas y aptas para la procreación, se casan con ellas.
Pero ninguno se acerca a su esposa
mientras está embarazada, como en demostración de que no se casan por placer,
sino con vistas a la multiplicación. Las mujeres se bañan con las túnicas
puestas, lo mismo que los hombres. Éstas son las costumbres de esta orden
de esenios.
NOTAS:
(1) Durante la supremacía de
Jonathan (160-142 a. C.)
(2) En este caso Josefo acomoda su
léxico al de los lectores paganos; pero piensa en la omnipotente Providencia.
(3) Los pobres, sobre todo si no
llevan nada consigo, poco o nada han de temer de los ladrones; pero estos
pobres eran esenios que proclamaban la sumisión al poder romano y se
desentendían incluso de la fabricación de armamentos. Sostenían que toda
autoridad viene de Dios. Esta doctrina significaba la anatemización de los
zelotas, a los que Josefo suele llamar bandidos.
Defendían que era una traición a
la única realeza de Dios, el privilegio sagrado de Israel, y consideraban
derecho suyo, e incluso su deber, matar a los culpables de desobedecer la Ley
divina.
(4) Sorprenderá al lector el voto
de abstenerse del latrocinio o bandidaje, que parece desplazado en el caso de
individuos que profesaban la total pobreza individual. Ello indujo a Lagrange, Judaisme,
Pág. 314, n. 3, a considerar el texto corrupto. Mas Josefo emplea a menudo la
palabra "bandido", "ladrón", en el caso del partido cuyos
principios describe como los de la cuarta "filosofía" judía; se
llamaban a sí mismos "zelotas", porque les movía el celo por la
religión nacional, y en particular, por el único señorío de Dios. No admitían
como gobernantes a personas de origen extranjero; esta doctrina chocaba
abiertamente con la de los esenios, según la cual el hombre sólo recibe el
poder por voluntad de Dios y, por lo tanto, hay que obedecer a quienes lo
detentan; La lealtad a los gobernantes era una parte del juramento de los
candidatos. Los zelotas llevaban un puñal con el que castigaban inmediatamente
las infracciones de las leyes de Dios, en lo cual tomaban como ejemplo e
imitaban el acto del sacerdote Pinehas (Números 25, 7). Naturalmente, la
propiedad de los que discrepaban de esta opinión no quedaba inmune. Como se
comprenderá, el partido se engrosaba con personas cuyos fines distaban de ser
tan honestos, de ahí que llegara a ser llamado de los "bandidos" y
asimismo de los sicarios (de "sica", el puñal que portaban).
Lo del juramento puede ser una adición posterior, cuando las actividades de los
zelotas fueron notorias.
Publicado en Edmund Sutcliffe, Los
monjes de Qumrán, Garriga, Barcelona, 1962, (agotado).