MAESTRO ECKHART: IUSTUS IN PERPETUUM VIVET... (Sermón XXXIX)
En la Epístola de hoy leemos una palabrita, el sabio dice: "El justo vive eternamente" (Sab. 5, 16).
En alguna ocasión expliqué lo que es un hombre justo; mas, ahora digo otra cosa en sentido diferente. Un hombre justo es aquel que está formado en la justicia y transformado en su imagen. El justo vive en Dios y Dios en él; pues Dios nace en el justo y el justo en Dios, ya que Dios nace a causa de cualquier virtud del justo, y cualquier virtud del justo le da alegría. Y no sólo cualquier virtud del justo sino también cualquier obra del justo por insignificante que sea, siempre que la haga en justicia, con ella Dios se alegra y la alegría hasta penetra en Él; porque no queda nada en su fondo que no reciba cosquillas de alegría. Tal hecho lo deben creer las personas de mentalidad burda, mientras los iluminados han de saberlo.
El justo no intenta conseguir nada con sus obras; pues, quienes intentan conseguir algo con sus obras o también aquellos que obran a causa de un porqué, son siervos y mercenarios. Por eso, si quieres ser informado en la justicia y transformado en su imagen, no pretendas nada con tus obras y no te construyas ningún porqué, ni en el siglo ni en la eternidad ni con miras a una recompensa o a la bienaventuranza o a esto o a aquello; porque semejantes obras de veras están todas muertas. Ah sí, aun cuando configuras en tu interior la imagen de Dios, todas las obras que hagas con esa finalidad, están muertas, y las buenas obras las echas a perder. Y no sólo echas a perder las buenas obras, sino que cometes también un pecado; pues procedes exactamente como un jardinero que debía plantar un jardín y luego talaba los árboles y, para colmo, reclamaba su paga. De la misma manera echas a perder las obras buenas. Por eso, si quieres vivir y aspiras a que vivan tus obras, debes estar muerto y aniquilado para todas las cosas. Es propio de la criatura hacer algo de algo; mas es propio de Dios hacer algo de nada. Por eso, si Dios ha de hacer algo en tu interior o contigo, debes haberte aniquilado antes. Y por ende, entra en tu propio fondo y obra ahí; y las obras que haces ahí, serán todas vivas. Y por eso dice [= el sabio]: "El justo vive". Porque obra por ser justo y sus obras viven.
Ahora dice el sabio: "Su recompensa está con el Señor". Hablemos un poco de esto. Cuando dice "con" significa que la recompensa del justo está allí donde está Dios mismo; pues la bienaventuranza del justo y la bienaventuranza de Dios son una sola bienaventuranza, ya que el justo es bienaventurado allí donde lo es Dios. Dice San Juan: "El Verbo estaba con Dios" (Juan 1, 1). Él también dice "con" y por ello el justo se asemeja a Dios porque Dios es la justicia. Y por lo tanto: quien está en la justicia, está en Dios y es Dios.
Ahora seguiré hablando de la palabra "justo". No dice: "el hombre justo", ni tampoco: "el ángel justo", sino tan sólo: "el justo". El Padre engendra a su Hijo como el justo, y al justo como hijo suyo, porque toda virtud del justo y cualquier obra realizada a causa de la virtud del justo, no constituyen sino el hecho de que el Hijo es engendrado por el Padre. Y por eso, el Padre no descansa nunca; antes bien, acosa e invita en todo momento para que nazca en mí su Hijo, según se dice en un Escrito: "No me callo a causa de Sión ni descanso a causa de Jerusalén, hasta que se revele el justo y luzca como un relámpago" (Isaías 62, 1). "Sión" significa el apogeo de la vida y "Jerusalén" el apogeo de la paz. Ah sí, Dios no descansa jamás ni a causa del apogeo de la vida ni a causa del apogeo de la paz; sino que acosa e incita en todo momento para que se revele el justo. En el justo no ha de obrar ninguna cosa sino únicamente Dios. Pues, si algo fuera de ti te impele a obrar, de veras, todas esas obras están muertas; y aún en el caso de que Dios te estimule desde fuera para que obres, por cierto, todas esas obras están muertas. Mas, si tus obras han de vivir, Dios tiene que impelerte en tu interior, en lo más acendrado del alma, si han de vivir realmente porque allí se halla tu vida y sólo allí vives. Y yo digo: Si una virtud te parece mayor que otra, y si tú la estimas más que a otra, no la amas tal como es en la justicia, y Dios todavía no obra en ti. Pues, mientras el hombre aprecia o ama más a determinada virtud, no ama las virtudes ni las toma como son en la justicia, ni tampoco es justo; porque el justo toma o ama y obra todas las virtudes en la justicia así como son la justicia misma.
Dice un pasaje de un Escrito: "Antes del mundo creado soy Yo" (Eclesiástico 24, 14). Dice "antes soy Yo", esto significa: donde el hombre está elevado por encima del tiempo a la eternidad, ahí realiza una sola obra con Dios. Algunas personas preguntan cómo puede ser que el hombre haga las obras que Dios operó hace mil años y que va a hacer después de mil años, y no lo comprenden. En la eternidad no existe ni antes ni después. Por eso, lo que sucedió hace mil años y lo que será luego de mil años y lo que sucede ahora, no es sino una sola cosa en la eternidad. Por eso, lo que Dios hizo y creó hace mil años y lo que hará y creará luego de mil años y lo que hace ahora, no es nada más que una sola obra. Por ende, el hombre que ha sido elevado por encima del tiempo a la eternidad, opera con Dios aquello que Dios hizo hace mil años y que hará luego de mil años. También este hecho es para gente sabia un asunto para saberlo y para las mentes burdas un asunto para creer.
Dice San Pablo: "Nos eligió en la eternidad en el Hijo" (Cfr. Efesios 1, 4). Por eso no debemos descansar nunca hasta que lleguemos a ser lo que hemos sido en Él en la eternidad (Cfr. Romanos 8, 29), porque el Padre impele y acosa para que nazcamos en el Hijo y lleguemos a ser lo mismo que el Hijo. El Padre engendra a su Hijo, y de este acto de engendrar saca tanta tranquilidad y placer que consume en él toda su naturaleza. Porque cualquier cosa que hay en Dios lo mueve a engendrar; ah sí, el Padre es movido a engendrar por su fondo, por su esencia y por su ser.
Ahora ¡presta atención! Dios nace dentro de nosotros cuando todas las potencias de nuestra alma, que antes estaban atadas y presas, llegan a ser desatadas y libres y se realiza en nuestro fuero íntimo un silencio desprovisto de toda intención y nuestra conciencia ya no nos recrimina; entonces el Padre engendra en nosotros a su Hijo. Cuando esto sucede, debemos preservarnos desnudos y libres de todas las imágenes y formas, tal como es Dios, y debemos aceptarnos tan desnudos, sin semejanza, como Dios es desnudo y libre en Él mismo. Cuando el Padre engendra en nosotros a su Hijo, conocemos al Padre junto con el Hijo, y en los dos, al Espíritu Santo y el espejo de la Santa Trinidad y en él todas las cosas, como son pura nada en Dios... Ahí no existen ni número ni cantidad. El ser divino no sufre ni actúa; la naturaleza, en cambio, actúa mas no sufre.
A veces, se revela una luz en el alma, y el hombre se imagina que es el Hijo, pero no es sino una luz. Pues, donde el Hijo se revela en el alma, ahí se revela también el amor del Espíritu Santo. Por eso digo que la naturaleza del Padre consiste en engendrar al Hijo, y la naturaleza del Hijo en que yo nazca en Él y luego de Él; y la naturaleza del Espíritu Santo consiste en que yo sea quemado y completamente fundido en Él y que llegue a ser todo amor. Quien vive así en el amor, siendo todo amor, éste se imagina que Dios no ama a nadie fuera de él; y no sabe de nadie que ame o sea amado por nadie, fuera de Él.
Algunos profesores opinan que el espíritu consigue su bienaventuranza en el amor; otros afirman que la obtiene en la contemplación de Dios. Mas yo digo: No la consigue ni en el amor ni en el conocer ni en el contemplar. Podría preguntarse, pues: ¿El espíritu no tiene contemplación de Dios en la vida eterna? ¡Si y no! En cuanto ha nacido, ya no tiene la mirada elevada hacia Dios ni la contemplación de Él. Pero en cuanto habrá de nacer aún, tiene contemplación de Dios. Por eso, la bienaventuranza del espíritu reside allí donde ha nacido y no donde todavía está por nacer, porque vive donde vive el Padre, es decir, en la simpleza y en la desnudez del ser. Por eso, dales la espalda a todas las cosas y tómate puro en el ser; porque cuanto está fuera del ser, es "accidente"y todos los accidentes producen un porqué.
Que Dios nos ayude para que "vivamos eternamente". Amén.

 

Existe una versión en Maestro Eckhart. Obras alemanas. Tratados y sermones, trad. de Ilse M. de Brugger, Barcelona, Edhasa, 1983.

 

 

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