Conclusiones

 

Recuperar a mediados de la década de los ochenta, la obra de la Escuela de Frankfurt en torno a la crisis de la cultura en especial en las voces de T. W. Adorno y Max Horkheimer, resulta una tarea inquietante y compleja. Más allá de las fisuras que en ella pueda existir (la virtual imposibilidad de mantener una tensión crítica permanente, el peligro de que el pensamiento, convertido en absoluto, se aísle prisionero de una negación rígida que cristalice también a la realidad que pretende negar, y el vacío de una síntesis que, al rechazar a la síntesis misma, condene a las contradicciones de la realidad a ser insuperables), esta línea de pensamiento abre un abanico interpretativo rico y sugerente sobre el cariz que está adoptando el mundo hoy en día.

 

Escrita, en su parte medular en las décadas de los treinta y los cuarenta, y enarbolada como guía teórica de los movimientos estudiantiles y contra-culturales que, en los sesenta cuestionaban y se oponían a los modos de vida y a la esencia de las sociedades industriales avanzadas supeditadas a las exigencias de la producción, el pensamiento de la Escuela de Frankfurt va más allá de sus condicionamientos y límites históricos. El grito de jóvenes, mujeres, negros y hippies –que intentaban desenmascara la hipocresía tras las fachadas y que exigía lo imposible- sacudió a la conciencia de una época, pero fue desprestigiado, acabado o “integrado”. Fue, en fin, vencido por esa realidad cuya negación y rechazo era el rasgo esencial de la Teoría Crítica. Las ilusiones y anhelos de los sesenta quedaron atrás. El reflujo de sus utopías, aunado a la tendencia al descalabro de los sistemas democráticos y a la centralización tecnoburocrática del Estado frente a la sociedad civil en el contexto de una crisis económica mundial, han provocado una vigorosa reacción conservadora y un fortalecimiento del autoritarismo. En el plano cultural, la marejada neo-conservadora – y en Estados Unidos, el renacimiento macartista- rememoran la violencia y el fanatismo de las tropas de asalto nazis.

 

Durante los últimos cuatro años y medio, en más de treinta Estados de la Unión Americana han sido sometidos a censura en la bibliotecas escolares unos 150 libros considerados “comunistas” o “disociadores”, como Romeo y Julieta, Las aventuras de Huckleberry Finn, El diario de Ana Frank, y Robinson Crusoe, las obras de Platón, Scott Fitzgerald, Joyce, Styron y Hemingway[1].

 

En los países desarrollados, la violencia, el aislamiento y el virtual clima de “fin de mundo” conducen a que los jóvenes no vean perspectivas, se reconozcan sólo en la irracionalidad que los anula como seres pensantes. En América Latina, de Cananea al Fondo Monetario Internacional no parece haber mucha diferencia. La disgregación, la desmovilización y el repliegue definen ahora a las fuerzas progresistas, en tanto que los trabajadores sufren desempleo, disminuciones salariales o recorte de beneficios sociales. El panorama en los países socialistas tampoco es alentador. La comunidad internacional está pasando por un momento extraordinariamente difícil, y el panorama económico mundial es incierto. Un horizonte sin alternativas parecería colorear a la realidad del presente.

 

La gran paradoja que planteaba la Escuela de Frankfurt sigue presente. José Luis Borges escribía recientemente:

 

He asistido, por primera y última vez, a un juicio oral. Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de cotidiana tortura. Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico. Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor. El réprobo había entrado enteramente en la rutina de su infierno. Hablaba con simplicidad, casi con indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha. No había odio en su voz. Bajo el suplicio, había delatado a sus camaradas; éstos lo acompañarían después y le dirían que no se hiciera mala sangre, porque al cabo de unas “sesiones” cualquier hombre declara cualquier cosa. Ante el fiscal y ante nosotros, enumeraba con valentía y con precisión los castigos corporales que fueron su pan nuestro de cada día. Doscientas personas lo oíamos, pero sentí que estaba en la cárcel. Lo más terrible de una cárcel es que quienes entraron en ella no pueden salir nunca. De éste o del otro lado de los barrotes siguen estando presos. El encarcelado y el carcelero acaban por ser uno. Stevenson creía que la crueldad es el pecado capital; ejercerlo o sufrirlo es alcanzar una suerte de horrible insensibilidad o inocencia. Los réprobos se confunden con sus demonios, el mártir con el que ha hecho la pira. La cárcel es, de hecho, infinita. De las muchas cosas que oí esta tarde y que espero olvidar, referiré la que más me marcó, para librarme de ella. Ocurrió un 24 de diciembre. Llevaron a todos los presos a una sala donde no habían estado nunca. No sin algún asombro vieron una larga mesa tendida. Vieron manteles, platos de porcelana, cubiertos y botellas de vino. Después llegaron los manjares. Era la cena de Nochebuena. Habían sido torturados y no ignoraban que los torturarían al día siguiente. Apareció el Señor de ese Infierno y les deseó Feliz Navidad. No era burla, no era una manifestación de sí mismo, no era remordimiento. Era, como ya dije, una suerte de inocencia del mal[2].

 

Quien quiera encontrar en la Escuela de Frankfurt guías iluminadoras de acción concretas y prácticas, habrá buscado el camino equivocado. Su reflexión es un grito de alerta acerca de lo que es hoy la realidad; es una implacable denuncia de las falsedades, mitos y represiones del orden existente; es un llamado para la toma de conciencia de la aniquilación que hoy amenaza al mundo y para estimular el surgimiento de una auténtica fuerza liberadora. En este sentido, creemos que la Escuela de Frankfurt podría hacer suya la reflexión de Julius Fuĉik al pie de la horca: “La historia no ha terminado todavía. Y eso aporta un tono de esperanza”[3].

 

Bibliografía

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[1] Uno más uno, 2 de septiembre de 1985.

[2] Excélsior, 16 de agosto de 1985.

[3] Fuĉik, Julius. Reportaje al pie de la horca, México, Fondo de Cultura Popular, 1971, p. 46.

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