Independencia de México

 

CONSPIRACIÓN

 

Mientras tanto, al igual que sucedía en otros países de Hispanoamérica, algunos criollos comenzaron a reunirse en secreto para planear la forma de cambiar el gobierno del Virreinato. En 1809, una de esas conspiraciones fue descubierta en la ciudad de Valladolid, que ahora se llama Morelia.

 

El año siguiente, Miguel Domínguez que era el corregidor (una clase de juez) de Querétaro, y su esposa Josefa Ortíz de Domínguez, empezaron a reunirse con algunos militares, como Ignacio Allende y Juan Aldama. A esas juntas también asistía el párroco de Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla.

La conspiración fue descubierta, pero antes de que las autoridades pudieran apresar a los participantes, doña Josefa lo supo y consiguió avisarle a Allende. Este cabalgó toda la noche para ir de Querétaro a Dolores sin que lo vieran y prevenir a Hidalgo: sus planes habían sido delatados.

GRITO DE DOLORES

Hidalgo y Allende adelantaron la fecha en que debían levantarse en armas. De inmediato, en la madrugada del domingo 16 de septiembre, Hidalgo mandó tocar las campanas de la iglesia para reunir a la gente. Les recordó las injusticias que sufrían y los animó a luchar contra el mal gobierno.

La campaña de Hidalgo comenzó en Atotonilco. Allí, Hidalgo tomó un estandarte con la Vírgen de Guadalupe. Cuando los insurgentes llegaron a Guanajuato, el intendente quiso defender la ciudad y se encerró, junto con los españoles ricos, en la Alhóndiga de Granaditas. Según se cuenta, un minero apodado el Pípila, se echó a la espalda una losa de piedra, llegó a la puerta de la alhóndiga y le prendió fuego. La tropa tomó el edificio, mató a sus ocupantes y saqueó la ciudad, hecho que Hidalgo y Allende no pudieron evitar. Días después siguieron a Valladolid, que se rindió sin luchar pues sus habitantes estaban atemorizados por lo que había sucedido en Guanajuato.

Cerca de Valladolid, José María Morelos, fue a hablar con Hidalgo, que había sido su maestro. Este le encargó que levantara en armas el sur de la Nueva España y se apoderara de Acapulco, el puerto más activo en el Pacífico. Dominar un puerto era importante para comunicarse con el exterior.

Hidalgo tomó Zitácuaro y Toluca, y avanzó hacia la ciudad de México. En las cercanías de la capital, en la batalla del Monte de las Cruces, logró una victoria total contra el ejército realista, el de los españoles.

Tras ese triunfo, Allende propuso que fueran sobre la capital, pero Hidalgo se opuso. Tal vez consideró que no tenía hombres y armas suficientes, o temió que la ciudad fuera saqueada como Guanajuato. El caso es que prefirió regresar a Valladolid; desalentados por esa decisión, muchos de sus seguidores abandonaron el ejército.

Poco después los insurgentes fueron atacados por Félix María Calleja en Aculco, en el hoy Estado de México, y sufrieron una terrible derrota. Quedaron casi aniquilados y perdieron muchas armas y provisiones. Hidalgo se retiró a Guadalajara, donde se suprimió la esclavitud y los tributos (impuestos debidos en productos) que pagaban los indios. Mientras tanto, en otras partes del país habían estallado revueltas que seguían su ejemplo.

Finalmente, el 16 de enero de 1811, los insurgentes fueron vencidos de nuevo, de manera definitiva, por Calleja, en Puente de Calderón, cerca de Guadalajara.

Con unos cuantos soldados, Hidalgo y Allende marcharon al norte para comprar armas en la frontera. En Coahuila, fueron traicionados y apresados, junto con Aldama y José Mariano Jiménez. En la ciudad de Chihuahua se les sometió a juicio y se les condenó a muerte. Hidalgo fue ejecutado el 30 de julio de 1811. Su cabeza, y las de Allende, Aldama y Jiménez, fueron puestas en jaulas de hierro, en las esquinas de la alhóndiga, en Guanajuato, como advertencia a la población.

La campaña de Morelos

Mientras tanto, José María Morelos había levantado un ejército no muy numeroso pero bien organizado y animado de fervor patriótico, que iba sumando triunfos.

 

La campaña de Morelos comenzó bien organizada. Morelos se apoderó de Cuautla en febrero de 1812. Calleja no pudo arrebatarle la ciudad y entonces la sitió. Sin embargo, los habitantes de Cuautla la defendieron con heroísmo. Después de unos meses Morelos logró salir de esa ciudad. Después reorganizó su ejército y tomó Orizaba, Oaxaca y Acapulco. Morelos llegó a la conclusión de que hacía falta un gobierno que unificara el movimiento de independencia, y decidió organizar un Congreso para que redactara una constitución. El Congreso de Anáhuac se reunió durante cuatro meses en Chilpancingo.

Ante el Congreso, Morelos presentó un documento titulado Sentimientos de la Nación. Allí declaró que el país debía ser independiente, y propuso la abolición de la esclavitud y la igualdad de todos los hombres ante la ley. El Congreso le concedió el título de Alteza, pero Morelos lo rechazó y adoptó el de Siervo de la Nación.

 

En 1814, el Congreso elaboró la Constitución de Apatzingán, el primer conjunto de leyes mexicanas. Nunca entró en vigor, porque los insurgentes comenzaron a sufrir una derrota tras otra. Morelos fue hecho prisionero cuando escoltaba al Congreso camino a Tehuacán. Fue fusilado en San Cristobal Ecatepec, en el ahora Estado de México, el 22 de diciembre de 1815.

 

El gobierno virreinal intentó tranquilizar al país, pero el descontento continuaba. Habían muerto los primeros caudillos de la independencia, pero nuevos jefes insurgentes continuaron en pie de guerra. Entre otros, Nicolás Bravo, Pedro Moreno y Guadalupe Victoria. Vicente Guerrero mantuvo viva la llama de la rebelión en las montañas del sur.

 

Mientras Hidalgo y Morelos combatían por la independencia, en España el pueblo luchaba para expulsar a los franceses, que los había invadido en 1808. El gobierno provisional que habían formado los españoles convocó a una junta de representantes de todo el imperio, incluyendo las colonias, que se reuniría en el puerto de Cádiz.

En los dominios españoles de América hubo gran interés, pues era la primera vez que se tomaba en cuenta a los criollos. A las Cortes de Cádiz (nombre que se dio al congreso de representantes de todo el imperio español) acudieron diecisiete representantes de la Nueva España. Estos diputados exigieron que los españoles y los hispanoamericanos fueran iguales ante la ley; que se suprimieran las castas (la discriminación a quienes eran hijos de las mezclas entre españoles, indios y negros); se abrieran más caminos, escuelas e industrias; que los habitantes de la Nueva España pudieran participar en su gobierno; que hubiera libertad de imprenta y se declarara que la soberanía (el derecho a mandar, la autoridad para gobernar) reside en el pueblo.

La Constitución Política de la Monarquía Española, como se llamó el documento que produjeron las Cortes, se promulgó en marzo de 1812. El documento limitó los poderes del rey y estableció que todos los habitantes del imperio, nacidos en España o en América, eran iguales; también eliminó el tributo (impuesto debido en productos) que pagaban los indígenas.

Muchos diputados americanos y españoles estaban de acuerdo con que la situación cambiara; querían libertad y un gobierno apegado a las leyes. Eran liberales. Muchos otros no querían que las cosas cambiaran; pensaban que era mejor conservarlas como estaban. Eran conservadores.

Con la Constitución de Cádiz en vigor, los territorios de América tenían derecho a enviar representantes a España para defender sus intereses. Sin embargo, cuando las tropas de Napoleón fueron expulsadas de España, en 1814, subió al trono Fernando VII y se negó a gobernar conforme a la Constitución.

En España muchos liberales fueron perseguidos y encarcelados por el gobierno del rey Fernando VII. En 1820 lograron el apoyo de una parte del ejército y obligaron a Fernando VII a que gobernara de acuerdo con la Constitución de Cádiz. Aunque el rey no tardó en deshacerse de ella y volvió a mandar como déspota, ese breve tiempo en que se vió obligado a aceptar la Constitución tuvo consecuencias muy importantes en la Nueva España

La consumación de la independencia

 

En abril de 1817, el liberal español Francisco Javier Mina llegó a la Nueva España para luchar del lado de los insurgentes. Lo acompañaba el sacerdote mexicano Fray Servando Teresa de Mier.

Cuando Napoleón invadió España, Mina dejó sus estudios para combatir a los franceses pero fue capturado y estuvo prisionero en Francia hasta que Fernando VII recuperó su trono. Mina regresó a España, y al saber que el monarca traicionaba la Constitución se levantó en armas. Derrotado, huyó a Inglatera, donde conoció a ray Servando, quien lo convenció de que peleando por la independencia de México cabatiría mejor contra el rey español.

Mina llegó a Soto la Marina, en el Golfo de México, con tres barcos y poco más de trescientos hombres, con el apoyo económico de Inglaterra y de los Estados Unidos de América, ya que a estos países les interesaba debilitar a España. Mina ganó algunas batallas, ayudó al insurgente Pedro Moreno, recorrió el Bajío e intentó tomar Guanajuato.

 

Al llegar 1820, muchos de los insurgentes habían sido derrotados, pero algunos se mantenían en pie de lucha. Los dirigían, entre otros Juan Alvarez, Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero.

 

Los españoles y los criollos ricos habían estado en contra de Hidalgo y de Morelos, y en contra de las Cortes de Cádiz. Sin embargo, en 1820 también ellos creyeron llegado el momento de que la Nueva España se independizara. No estaban de acuerdo con las ideas de igualdad y de soberanía popular, ni les interesaba mucho mejorar las condiciones en que vivía la gente. Pero no querían obedecer la Constitución de Cádiz, que en España acababa de ser puesta nuevamente en vigor, así que decidieron apoyar la independencia. Si la Nueva España se hacía independiente, ellos podrían controlar la situación y mantener sus privilegios.

Ahora fueron los criollos ricos y los españoles quienes empezaron a conspirar, en la iglesia de La Profesa, en la ciudad de México. En esas reuniones se decidieron por la independencia; pero antes necesitaban pacificar el Virreinato. Para conseguirlo, lograron que el virrey enviara al coronel criollo Agustín de Iturbide a combatir contra Vicente Guerrero.

Iturbide intentó derrotar a Guerrero, pero el insurgente conocía tan bien las serranías del sur que no hubo manera de vencerlo. El virrey convenció al padre de Guerrero de que le ofreciera el perdón a su hijo y le pidiera que dejase la lucha; el caudillo contestó: "La patria es primero".

 

Entonces, en enero de 1821 Iturbide le escribió a Guerrero pidiéndole que se reunieran para hablar sobre la independencia. Lo hicieron primero en Acatempan y después en Iguala, donde Guerrero aceptó apoyar a Iturbide, pues con eso ya no habría obstáculos para alcanzar la libertad de la nación.

 

A los dos les interesaba completar la independencia. Guerrero era el continuador del movimiento iniciado por Hidalgo y por Morelos; Iturbide representaba los intereses de los criollos ricos y de los propios españoles que vivían en América y no querían ya depender de España.

 

El 24 de febrero de 1821, con el respaldo de Guerrero, Iturbide firmó un documento en que invitaba a todos los habitantes de la Nueva España a olvidar sus divisiones y a unirse para alcanzar la independencia. A este documento se le llamó Plan de Iguala o de las Tres Garantías.

Las tres garantías eran los motivos que los unían: religión única (la católica), unión de todos los grupos sociales, e independencia de México, que sería una monarquía constitucional.


 

A mediados de 1821 llegó a la Nueva España Juan O´Donojú, el último español enviado para gobernarla. O´Donojú se dio cuenta de que los mexicanos querían la independencia. Convencido de que no podría gobernar y de que era imposible cambiar lo que se había avanzado para la liberación del país, O´ Donojú firmó con Iturbide los Tratados de Córdoba, mediante los cuales reconoció la Independencia de México.

El 27 de septiembre de 1821, al frente del Ejército Trigarante, o de las Tres Garantías, Iturbide entró triunfante a la ciudad de México. Todo el país celebró la consumación de la independencia.

La rebelión que había comenzado en 1810 terminaba por fin. La nueva nación comenzaba su propia vida. Todos insistían en las riquezas de México y le profetizaban una vida esplendorosa. Pocos se daban cuenta de que la guerra lo había empobrecido; faltaban caminos y había grandes territorios deshabitados. La sociedad había quedado desorganizada y el desorden político era abrumador, se tenía que organizar un gobierno propio.

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