Publicado en Orbe por A. González Arias,

Año X, No. 41, Marzo 14 2009

 

Capturando al incapturable

 

 

Actualmente en construcción y planificada su terminación para 2010, el Cubo de Hielo (Ice Cube) es un colosal detector de neutrinos, ubicado muy cerca de la base Amundsen-Scott en el Polo Sur.[1]  Allí se están colocando 4200 detectores de partículas elementales dentro de 70 pozos muy profundos, perforados en una región donde el hielo es compacto y uniforme.  Al finalizar el montaje, los sensores quedarán distribuidos en un volumen de un kilómetro cúbico, a una profundidad entre 1.5 y 2.5 kilómetros (ver figura).

 

 

 

(Izq) Taladrando el hielo. (Der). El cubo y los sensores.

 

     Los neutrinos no tienen carga eléctrica, poseen una masa ínfima, su interacción con la sustancia es casi nula y los contadores de partículas no los detectan directamente. Es por eso que el Ice Cube se diseñó para detectar partículas cargadas (electrones, muones) que se muevan hacia arriba, producto de las colisiones de los neutrinos con otras partículas después de atravesar el planeta. La gruesa capa de hielo de más de 1 km de espesor tiene la función de absorber los rayos cósmicos, -otras partículas cósmicas que también ‘bombardean’ la Tierra en todo momento, pero que interaccionan fuertemente con la sustancia-. Estas partículas serían detectadas adicionalmente por los sensores, alterando las mediciones.

Los rayos cósmicos tienen carga eléctrica, son afectados por los campos electromagnéticos y se desvían al viajar, lo que impide determinar su procedencia original. Los neutrinos, sin carga y casi sin masa, viajan en línea recta.  Mediante el Ice Cube se podrá conocer su dirección de procedencia y el lugar de origen. Sumando este conocimiento a los que se obtengan por otras vías, será posible comprender mejor el universo (aparición de supernovas, huecos negros, formación de estrellas) y profundizar sobre sus orígenes[2].

El Ice Cube no es el único observatorio concebido para detectar neutrinos.  Los otros son Antares, con los sensores inmersos en el mar en la costa de Tolón, Francia; el Gran Sasso de Italia, el Súper Kamiokande de Japón, y el Subterráneo de Canfranc en España.

Que son los neutrinos

Los escurridizos neutrinos se mueven a velocidades cercanas a la de la luz, son extremadamente pequeños y su interacción con la sustancia es mínima. Atraviesan con facilidad nuestro planeta y pueden provenir de los confines del  universo conocido. De ahí la necesidad de utilizar métodos muy complicados para detectarlos y contarlos.  Se pueden hacer estimados de su tamaño, unas diez mil millones de veces menor que un átomo, a partir de cómo interaccionan con otras partículas. Para que se tenga una idea: si el átomo tuviera un diámetro de 100 metros (1 cuadra o manzana) un electrón sería del tamaño de un guisante o una canica de ‘jugar a las bolas’ (0.5-1 cm) y el neutrino sería entonces un grano de polvo, invisible a simple vista (un millón de veces menor). Por otra parte, la cantidad de neutrinos en el universo es inmensa.  A partir del estudio de las reacciones nucleares en el sol, se ha calculado que cada uno de nosotros es atravesado por miles de miles de millones de estas diminutas partículas cada segundo, sin que nada ocurra.

La existencia del neutrino fue propuesta como hipótesis en 1930 para tratar de explicar la supuesta violación de las leyes de la física que tenía lugar en la desintegración β de los neutrones.  Aparentemente, no se conservaba la energía ni el momento lineal.  Para ajustarse a las leyes de conservación, la hipotética partícula no podría poseer carga eléctrica ni masa apreciable y moverse a gran velocidad. Éste tipo de neutrino se denominó más adelante neutrino electrónico (νe), porque posteriormente se encontraron los tipos muónico (ν­μ) y taúnico (ντ), provenientes de otros tipos de desintegraciones.

Su poca interacción con la sustancia hizo muy difícil verificar su existencia.  No fue hasta 1956 que su presencia se pudo demostrar experimentalmente, y sólo en 1967 se logró encontrar un procedimiento bastante confiable y eficaz para registrarlos. El método era complejo;  incluía un tanque de 380000 litros de disolución de cloro-37, que al interaccionar con los neutrinos genera partículas radiactivas detectables.  El tanque se enterró en una antigua mina de oro a gran profundidad para protegerlo de los rayos cósmicos, y el promedio de neutrinos registrados fue de uno cada dos días.  Posteriormente estos experimentos se repitieron en otros laboratorios, y se perfeccionaron hasta llegar al actual Ice Cube.

Pseudociencia neutrínica

Maravillan las fantasías sobre neutrinos que escriben en la Internet los pseudocientíficos contemporáneos. Y también en libros publicados por editoriales supuestamente ‘serias’.  Por ejemplo, se puede leer que las pirámides tienen propiedades inexplicables –digamos, desecan a los muertos, pero preservan frescos los alimentos- porque ‘atrapan’ neutrinos, que son ‘atraídos por la negatividad cuántica del vórtice piramidal...[3] (explicación que, desde luego, nada explica. Típico de la pseudociencia).

En el libro Radiestesia integral, de R.L. Gerula, p. 67, se expone la ‘teoría’ de que... ‘como los neutrinos se convierten fácilmente  en electrones (¿?) y los electrones son los responsables de codificar nuestros pensamientos (¿?) entonces, mediante los neutrinos, podemos recibir y emitir información codificada hacia el cosmos...’ ¡Hola! ¿Y entonces por qué la tal ‘transmisión’ no ocurre regularmente entre nosotros? En realidad, si en algún momento los neutrinos lograran interaccionar lo suficiente como para ‘codificar’ algo en nuestro cerebro, posiblemente no duraríamos vivos ni una fracción de segundo, literalmente cocinados por la radiación.


 

[1].  Participan en el proyecto Gran Bretaña, EE.UU., Alemania, Suecia, Bélgica, Holanda, Nueva Zelandia y Japón.

[2]. http://icecube.lbl.gov/index.html

[3]. http://www.piramicasa.com/