14. Teo. Revelación. La revelación en el Nuevo Testamento
14. Teología de la Revelación  

LA REVELACIÓN EN EL NUEVO TESTAMENTO

La revelación presentada en el AT llega a su plenitud, a su culmen en Jesucristo, que es el eje central de todo el NT. En los Evangelios Sinópticos la revelación es presentada por los hechos y palabras de Cristo. El mensaje principal sería la llegada del Reino, el anuncio de la paternidad universal de Dios y la fraternidad de los hombres.

Jesús, con palabras, con el anuncio explícito y con los gestos manifiesta su misión. Está presente en gestos proféticos: cura enfermos, anuncia la buena nueva a los pobres y perdona los pecados. Es el aviso insistente, el Reino ya ha llegado. Jesús muestra una actitud ante los desfavorables y desposeídos, que es la forma de acercarse Dios a los hombres. Por eso el Reino está ya actuando en Jesús frente a los pecadores, que se hace presente en gestos, signos, palabras, milagros y acciones. El centro de esa revelación, el gran gesto y la palabra principal será su muerte y resurrección. Jesús de Nazaret hace presente el reino de Dios como forma histórica de la presencia de Dios en medio de los hombres.

En el Evangelio de San Juan la presencia de Dios se hace presencia concreta en la historia real, el verbo se hace carne, es un hombre. Esto está presente en el himno inicial del Evangelio de Juan, donde se pone de manifiesto el interés encarnacionista. La experiencia de Juan es que viendo a Jesús hemos visto el rostro del Padre. Utilizará expresiones muy propias: manifestar, signo, gloria, luz, verdad, palabra,...

Los textos de san Juan muestran una Cristología profunda, que indaga y muestra progresivamente quién es verdaderamente Jesús de Nazaret. En este sentido, por ejemplo, el relato del encuentro con la samaritana en el capítulo 4, 7, presenta una evolución teológica en el diálogo. La mujer samaritana conoce primero a un hombre, va detectando en su lenguaje que no es un hombre cualquiera, sino que es un profeta, para descubrir al final que está ante el Mesías, "soy yo el que está hablando contigo". El Salvador viene de los Judíos, pero es el salvador del mundo.

Algo parecido está en el texto del ciego de Jn 5, 1-13, donde se afianza una expresión: "el hombre que me ha curado". San Juan pone de manifiesto que es un hombre entre los hombres. El ciego de nacimiento del capítulo nueve mantiene una evolución similar al de la samaritana, primero es el descubrimiento del hombre, más tarde del profeta y finalmente del que realmente es: el Cristo, el que tenía que venir. La expresión "antropos", que significa "hombre" en griego, es presentada como la muestra de un Dios en medio de los hombres. La palabra "ecce homo", he aquí al hombre, indica que el hombre Jesús es el lugar teológico de la presencia de Dios en medio de los hombres.

Juan usa también la expresión "luz" (phos). Dios es la luz y expresa la inteligibilidad suprema respecto a la divinidad de Cristo. En el prologo Jesús es la luz que ilumina a todos, la luz del mundo. En el ciego de nacimiento se expresa el símbolo tiniebla-luz. También empleará la expresión "verdad" (aletheia), cuando la tradición judía usaba el término "verdad" se estaba refiriendo a la comunicación del misterio, a la revelación de secretos divinos. San Juan lo aplica en sentido cristológico, así Jesús será la verdad, el camino para ir al Padre, la manifestación más clara de Dios entre los hombres. De hecho la vinculación con el Padre es muy sólida, "yo y el padre somos uno". Jesús puede conducirnos al Padre porque es la verdad, el camino y la vida, Jn 14, 6.

Jesús es la "palabra" (logos) revelada del Padre. A menudo habla de permanecer en mi palabra. Esta expresión tiene una función liberadora, la Palabra penetra en el hombre, lo transforma. Aquí la Palabra es algo activo, eficaz, dinámico. Jesús es la Palabra del Padre. De hecho en el prólogo de San Juan se pone de manifiesto que Jesucristo es el logos, la Palabra. La revelación nos muestra a un Dios Trinitario, comunitario.

En la continuidad de la vida comunitaria y pospascual, durante esas primeras décadas, y hasta la muerte del último de los apóstoles, considerado como el momento del final de la revelación, los apóstoles son los encargados de interpretar, recordar el acontecimiento. Lo hacen desde la ayuda del Espíritu Santo, desde su intervención que se hace presente en la vida de la comunidad cristiana. La comunidad recibe la fuerza del Espíritu Santo en Pentecostés, la plenitud de la revelación con Cristo, su interpretación constitutiva está llegando a su fin.

Esta plenitud de revelación está invitando a la conversión, a la opción inmediata. Es decir, el creyente debe implicarse en esa revelación y salvación ofrecida, debe comenzar por apropiarse progresivamente y bajo el Espíritu, del misterio descubierto. El conocimiento de la revelación por parte del hombre implica necesariamente un compromiso, una misión, una entrega, una vida distinta. Esto es evidente en San Pablo, y las exhortaciones constantes a las comunidades cristianas por el fundadas, de la acción consecuente con la fe recibida.

El Concilio Vaticano II, en el número 4 de la DV, emplea el lenguaje de la carta a los Hebreos, en sus primeras palabras. "En diversas ocasiones y de muchas maneras habló Dios a nuestros padres, por medio de los profetas, en estos días, que son los últimos, nos ha hablado por el Hijo", Hbr 1, 1-2. Este texto es la bisagra que une el Antiguo con el Nuevo Testamento, pero además muestra la conciencia nueva de los cristianos. Dios ha vuelto hablar, y ahora lo ha hecho en la persona de su hijo, en Jesucristo. Supone una ruptura con la tradición Judía, y una plenitud ante la Palabra que es el Hijo. La manifestación de Jesús es tal, que no debemos atender a ninguna otra revelación pública hasta el final de los tiempos. Viendo a Jesús, vemos al Padre; conociendo a Cristo conocemos al Padre; creyendo en El, creemos en el Padre y lo abordamos con todas las posibilidades que nos ofrece nuestra naturaleza inmanente.

El texto del Concilio continúa así: "Pues envió a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios. Jesucristo, Palabra hecha carne, "hombre, enviado a los hombres", habla las palabras de Dios y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó. Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre; Él, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino; a saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna".

El texto abunda en la persona de Jesús, luz para los hombres, puerta de la intimidad con Dios, palabra encarnada. Entra en la economía salvífica, no es sólo quien es Jesús sino su manifestación, sus palabras y obras y su entrega en la muerte y resurrección. Finalmente el texto alude el envío del Paráclito, el Espíritu que lleva al revelación a plenitud.

Hay un ultimo párrafo de la DV 4, dice así: "La economía cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor". Está cerrando la puerta a otras revelaciones particulares y dando un carácter eterno y absoluto a la obra y manifestación de Jesús. Si la revelación de Jesús es plena, como hemos indicado, no es lógico esperar algo más. Lo que podamos añadir a la revelación ya estará dicho antes. Esto nos puede servir para fenómenos como apariciones de la Virgen, o la lectura de los Santos. No son nuevas revelaciones, si no contradicen el mensaje ya revelado en Cristo, no hay porqué oponerse, pero seguramente no añadirán nada nuevo a la Gran Revelación que es Cristo. En las obras literarias de los santos, por ejemplo Santa Teresa, no las añadimos a los libros sagrados de la Biblia. La revelación ha terminado. Pueden ser obras significativas y buenas para los creyentes, pero no añaden nada a Palabra de Dios revelada a los hombres.

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