Farsa
del hombre que voló
Donde
se cuenta la maravillosa historia de un hombre que lleva toda la vida intentando
volar.
(Farsa
de juego libre, para máscaras que miran de reojo a la comedia del
arte)
(Entra
Crispín. Crispín es pequeño y se mueve con nerviosa agilidad. Es, además,
inocente e ingenioso y tiene, sobre todo, buen corazón)
Crispín:
Yo soy Crispín, mi oficio es criado. Sirvo a un buen amor que es un
sabio, solo le gusta volar. Bueno, intenta volar, porque lo que se dice volar,
volar, aún no lo ha conseguido, aunque él dice que pronto lo hará. Ah, ahí
viene.
(Entra
el Vejete. Lleva unas enormes alas unidas a sus brazos. Los muchos años, la
mucha sabiduría y unos buenos gramos de locura son su otro
bagaje.)
Vejete:
¡Hermoso día! ¿Está preparada la banqueta de
despegue?
Crispín:
Sí, amo. ¿Es hoy el día que va a volar?
Vejete:
Sí, Crispín. Hoy lo conseguiré.
Crispín:
Bien, amo. Bien. Por fin. Vamos señor. ¡Upa! ¡Upa! ¡Más fuerte! ¡Arriba
señor! ¡Arriba! ¡Upa!
(Anima
Crispín. Aletea el Vejete sobre la banqueta. Cada vez con mayor ilusión. Hasta
que por fin, ¡salta!)
Crispín:
Qué pena. Cómo lo siento, señor. Le ha faltado un poco de fuerza. ¿O tal
vez de velocidad?
Vejete:
¿Cuánto ha sido?
Crispín:
Cuatro pies.
Vejete:
Una miseria. Teniendo en cuenta que cualquier mozo salta con toda
facilidad quince pies, esto es una miseria.
Crispín:
Ya, pero eso son quince pies de un salto, y esto cuatro de un vuelo. Son
diferentes.
Vejete:
Sí y no. El hombre en el aire, el hombre volando sea como sea, eso es lo
que me importa.
Crispín:
No se preocupe, señor, mañana lo conseguirá.
Vejete:
¿Y si mañana es igual que hoy? Porque hoy ha sido igual que ayer. Y que
el otro, y que el otro... y que siempre.
Crispín:
Mañana será diferente.
Vejete:
Me estoy haciendo demasiado viejo. Mis brazos se cansan muy pronto y mis
ojos ven con dificultad. Toda la vida, Crispín, intentando volar. Cuando sólo
era un niño descubrí lo que quería, fui hasta mi padre y le dije: “Padre, quiero
volar”. Él me respondió: “Adelante, hijo, me parece muy bien. Solo te daré un
consejo: cuídate de las veletas, son muy peligrosas”. Aquí está el resultado de
tantos años de trabajo, ¡cuatro pies!
Crispín:
Algo es algo.
Vejete:
Sí. Ya veremos mañana.
(Y
sale pensativo)
Crispín:
Los pájaros vuelan. Los gorriatos que son tontos lo hacen con toda
facilidad. Los pájaros vuelan, ¿pero las vacas?.. Las vacas no vuelan, ni los
caballos, ni los perros, ni... ni los hombres. Entonces, ¿por qué se le habrá
metido al amo en la cabeza querer hacer lo que no se puede? ¿Por
qué?
(Vuelve
a entrar el Vejete. Se repite la historia)
Crispín:
¡Upa! ¡Upa! ¡Arriba! Ahora, señor. ¡Ahora! Qué
pena.
Vejete:
Nada. ¿Cuánto?
Crispín:
Tres pies y medio.
(El
Vejete se va triste)
Crispín:
Interés pone y listo es; ¿qué es lo que le falta para volar? Los pájaros
vuelan..., ¿pero las vacas?... Las vacas no vuelan, ¡ni los hombres
tampoco!
(Entra
de nuevo el Vejete. Sube a la banqueta. Aletea. Anima Crispín. Salta, y... nada.
Cuando se va, decepcionado por su nuevo fracaso, se da un fuerte golpe en la
cabeza con..., con lo que se tercie, camino de la salida.)
Crispín:
Señor, señor, ¿se ha hecho daño?
Vejete:
No, no ha sido nada.
Crispín:
Ha de tener cuidado.
Vejete:
Sí. No me he dado cuenta.
(Y
sale.)
Crispín:
Se está quedando ciego. ¡Se está quedando ciego! Y sigue empeñado en
volar. Cualquiera le dice que deje las alas. Menudos humos tiene el viejo,
aunque cegato, sigue siendo un buen gallo. Aquí viene. Vamos a ver cómo está hoy
su vista.
(Crispín
cambia de lugar la banqueta de despegue. El Vejete, que esperaba encontrarla
donde siempre, se lleva un chasco. Ahora la busca, disimuladamente, a través de
la niebla de sus ojos.)
Vejete:
Buen día, Crispín.
Crispín:
Sí, amo. Un buen día para volar.
Vejete:
¿Todo preparado para el vuelo?
Crispín:
Sí, señor.
Vejete:
¿Ningún problema? ¿Todo correctamente en su sitio? Ah, sí,
sí.
(Ha
encontrado la banqueta. Sube. Aletea)
Crispín:
Amo, un momento. ¿Es hoy el día que volará?
Vejete:
Sí, Crispín.
Crispín:
¿De verdad, amo? ¿Hoy volará?
Vejete:
Seguro, seguro, Crispín. Mira.
(Aletea,
Anima Crispín. Salta... y nada. Crispín, rápido, coloca la banqueta más atrás.
El Vejete se vuelve y la busca como señal de lo que ha volado. La distingue más
lejos de lo que esperaba, al igual que a Crispín.)
Vejete:
¡Crispín!
Crispín:
¡Señor, señor, qué vuelo!
Vejete:
¡Qué vuelo! Mide, mide.
Crispín:
Veintiuno.
Vejete:
¡Veintiuno! Fantástico. He batido todos los récords. ¡Qué vuelo! Otro
intento, voy de nuevo, Crispín.
Crispín:
Como quiera...
Vejete:
Aún tengo fuerzas. Rápido, Crispín, la baca de despegue. Hoy estoy
inspirado. ¡Vamos!
Crispín:
¡Vamos!
(Después
del salto, Crispín, utilizando el mismo engaño llevará la banqueta más lejos que
la vez anterior).
Vejete:
¡Crispín, mide, rápido!
Crispín:
Treinta y cinco.
Vejete:
¡Treinta y cinco! ¡Estoy a punto! Un pequeño impulso más y me iré entre
las nubes. ¡Hoy es el día! El taburete, rápido.
Crispín:
Pero, señor, no...
Vejete:
Crispín, no protestes, ¿cómo eres capaz? Ahora que voy a
conseguirlo.
Crispín:
Sí, señor...
(Vuelve
el Vejete a su vuelo, a su salto y Crispín que se va muchísimo más
lejos).
Vejete:
¡Criiiiispín!
Crispín:
¡Señor! Ha sido un vuelo rasante precioso.
Vejete:
Quizá algo rápido. Casi no lo he sentido.
Crispín:
Han sido unos ciento cincuenta pies.
Vejete:
La banca. Será ahora.
Crispín:
Está cansado. Se le nota.
Vejete:
No. Me siento más joven que nunca. Otra vez.
Crispín:
Como quiera.
(Después
del salto, Crispín, harto de tanto correr de un lado a otro, no mueve el
taburete.)
Vejete:
¡Crispín!
Crispín:
Sí, amo.
Vejete:
¡Ah! ¿No he...?
Crispín:
Se lo dije, se le veía fatigado.
Vejete:
Sí, voy a descansar. Señala la fecha de hoy en el calendario. ¡He
empezado a volar!
(Y
sale feliz)
Crispín:
Los días van pasando y el pobre amo ya no ve nada, está ciego. Se ha
quedado ciego. Y aunque quiero quitarle esa idea de volar, es imposible, se le
ha metido aquí ente las cejas y eso es muy malo. Y es lo que yo digo, ¿para qué
quiere volar si no ve? Porque lo bonito de volar será ver las cosas desde el
cielo, pero estando ciego para qué andar volando por ahí.
(Entra
el Vejete. Se repite la escena conocida. Pero ahora, Crispín ya no tiene que ir
corriendo de un lado a otro, se queda a su lado e imita sonidos haciéndole creer
que ha llegado muy lejos en su vuelo.)
Vejete:
Crispín, ha sido un buen vuelo, peor esto no
progresa.
Crispín:
¿Qué es lo que pasa, señor?
Vejete:
Primero, vuelo demasiado rápido y no noto el placer de volar. Segundo y
básico, mi cuerpo permanece vertical, lo que va contra toda norma de vuelo. He
de conseguir que e ponga horizontal, o si no, de lo contrario nunca volaré. El
impulso tiene que ser mayor para llegar a la horizontalidad, tal y como vuelan
las aves. Crispín, voy a descansar, tengo que pensar en todo
esto.
(Sale.
Crispín se queda solo. Crispín se desespera por la perseverancia de su amo en el
vuelo. Piensa. Una idea. Salta de alegría. Crispín construye-aparece con una
extraña máquina. Maderas, cuerdas, poleas...)
(Entra
el Vejete dispuesto para su vuelo. Crispín lo pone bajo el artefacto y sin que
lo note le coloca unos ganchos en la espalda.)
Vejete:
¿Preparado, Crispín?
Crispín:
Señor, quisiera decirle que le he visto progresar mucho en sus vuelos. En
cualquier momento saldrá volando por los aires, como lo hacen las águilas, por
eso y para que no tenga ningún percance por su estado debe, señor dejarse guiar
por mi voz.
Vejete:
De acuerdo, Crispín, tú serás mi lazarillo en la tierra y yo seguiré tus
órdenes desde el cielo.
Crispín:
Señor, si se eleva, no debe volar sobre el pueblo.
Vejete:
¿Por qué no? A ellos les gustará verme volar.
Crispín:
A algunos, pero otros como el capitán, nada más veros pensará que sois un
espía enemigo y os disparará. El alcalde os lanzará a los escopeteros
municipales. El cura verá encarnado en vos al demonio, y lo mínimo serán un par
de excomuniones. Y por último, los niños os demostrarán su puntería con los
tirachinas.
Vejete:
Me estás sorprendiendo, Crispín, nunca pensé que fueras tan prudente.
Está bien, volaré solo siguiendo el camino de tu voz y no iré hacia el
pueblo.
(Aleteo.
A medida que aumenta la velocidad, Crispín tira de las cuerdas y el cuerpo del
Vejete va subiendo hasta ponerse horizontal).
Vejete:
¡Crispín! ¡Crispín! Me elevo.
Crispín:
Siga, señor, siga. Voy corriendo a su lado.
Vejete:
¡Me elevo! ¡Estoy volando! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!
Crispín:
Siga, ¡Está en el aire!
Vejete:
Vuelo. ¡Vuelo! ¡Vuelo! Estoy volando.
(Crispín
camufla la voz para que parezca lejana, mientras el Vejete grita a pleno
pulmón.)
Crispín:
Señor, ¿me oye?
Vejete:
Sí, Crispín. Esto es maravilloso. ¿Estoy muy alto?
Crispín:
Por encima de los álamos. Gire un poco a la
izquierda.
Vejete:
¿Así?
Crispín:
Sí, ahí va bien.
Vejete:
Crispín, buen criado, gracias, gracias y perdóname porque voy a subir
más.
Crispín:
¿Qué? No. Más no. No. Vuelva. Vue...
Vejete:
Adiós, Crispín. Regresaré pronto. Vuelo. Oh, placer. Esto es todo. Oh,
sensación de flotar en la nada.
(Crispín,
decidido a hacerle bajar de su sueño –sin despertarle-, imita el canto de los
pájaros, le salpica con agua y hasta le arrima fuego, para ver si la creencia de
altura le anima a dar la vuelta).
Vejete:
Pájaros. No os extrañéis, soy como uno de vosotros. Agua. Qué extraño.
¡Ah! Estoy atravesando las nubes. Más arriba. Por encima. ¡Qué calor! Es el Sol.
El Sol no me da miedo, mis alas no son como las de Ícaro.
¡Arriba!
(Crispín,
arriesgando, distorsiona la voz, a ver si lo consigue...)
Crispín:
Tú, mortal, ¿qué haces?
Vejete:
¿Eh? ¿Quién me habla?
Crispín:
Yo. ¿Es que no me ves?
Vejete:
No, soy ciego, señor. ¿Sois San Pedro?
Crispín:
No. Soy el ángel de la guardia que vigila los estados
celestes.
Vejete:
No quiero molestar.
Crispín:
Entonces, ¿qué haces aquí?
Vejete:
Me gustaría charlar con San Hisopio. Siempre le he tenido mucha devoción
y quisiera agradecerle algunos favores.
Crispín:
Es imposible. No están permitidos ni las visitas, ni los vuelos por estos
lugares. Así que ya está usted dando la vuelta.
Vejete:
¡Qué pena! Pero, ¿cómo llegaré a casa?
Crispín:
No se preocupe, siga tranquilamente hacia abajo, pronto oirá la voz de su
criado indicándole el camino.
Vejete:
Gracias. No olvide saludar de mi parte a San
Hisopio.
Crispín:
Buen viaje, señor.
Vejete:
¡Crispín! ¡¡Crispín!! Qué cansado. Ya no puedo...
Crispín:
¡Amo! ¡Amo! ¿Me oye?
Vejete:
¡Aquí! ¡Aquí, Crispín! Te oigo.
Crispín:
¡A la derecha! Más despacio. Planeando. Despacio...
(Lo
baja de la máquina).
Crispín:
Señor, ¿por qué me engañó y se marchó?
Vejete:
Crispín, Crispín, perdóname. Nunca volveré a separarme de tu voz, pero
créeme que lo necesitaba. Necesitaba estar solo allí arriba. Mi fiel Crispín,
nunca podrás comprender lo que se siente ahí arriba.
Crispín:
¿Qué es?
Vejete:
El sueño de todo hombre. Eso es la libertad.
Crispín:
¿La libertad?
Vejete:
La auténtica libertad.
FIN