Llegaron a través del mar
buscando la libertad; cerca de 200 años después se han
convertido en el grupo étnico más numeroso y mejor
organizado del país. Su lengua está viva y sus costumbres
no sólo se preservan intactas, sino que además se han
popularizado y traspasado las fronteras nacionales. La mayoría
los llama garífunas, ellos prefieren llamarse Garinagú.
De acuerdo al investigador Santos
Centeno García, los garífunas “descienden de las
etnias africanas Efik, Ibo, Fons, Ashanti, Yoruba y Congo
(correspondiendo a los estados modernos de Costa de Marfil, Ghana,
Nigeria, Camerún y Congo) capturados por barcos esclavistas
españoles, portugueses, holandeses e ingleses”. La
historia nos señala que algunos de estos barcos naufragaron
frente a la isla Yarumei (ahora San Vicente) allá por el siglo
XVII. Los náufragos lograron salvar sus vidas en la isla y con
el paso del tiempo se fusionaron con los indios arawakos, para crear un
pueblo nuevo. En el siglo XVI, la expresión Kalinagu se
utilizaba en la isla para identificar negros radicados en ese espacio
caribeño; negros caribes.
Del Kalinagu se derivó en el
siglo XVII, el término Gainagu-gaifuna. El nuevo pueblo se
fortaleció y creció a lo largo del siguiente siglo,
convirtiéndose en un enclave de hombres libres; una seria
amenaza para los países esclavistas. Durante buena parte del
siglo XVIII, los garífunas sufrieron continuos ataques de
españoles, franceses e ingleses, logrando resistir hasta el
año de 1783, cuando fueron derrotados por los ingleses. En 1797, los británicos
deportaron a los garífunas a la isla de Roatán en donde
lograron acomodarse con muchas privaciones. Poco tiempo después,
con el permiso de las autoridades españolas, muchas familias se
trasladaron a la Bahía de Trujillo y pronto se dispersaron por
toda la costa norte del país. En la actualidad, el pueblo
garífuna habita desde Masca, en el extremo occidental del
litoral atlántico, hasta la comunidad de Plaplaya, en el
departamento de Gracias a Dios. De acuerdo al censo del año
2001, existen alrededor de 100,000 garífunas en el país,
sin tomar en cuenta la población que reside afuera,
principalmente en los Estados Unidos, en donde se considera que viven
otros cien mil más. La gran mayoría de ellos,
provenientes de Honduras y el resto de Guatemala y Belice.
La fidelidad al mar de los
garífunas se ha mantenido a lo largo de todos estos siglos.
Pescadores ya por naturaleza, son los hombres quienes realizan la
actividad que produce el complemento de la dieta diaria y un excedente
para la venta. Calale, lisa, tiburón, jurel, robalo, jaibas y
langostas, son parte de la cosecha del mar, capturados en forma
individual o colectiva, utilizando anzuelos (guwi), cordeles (fitaru),
plomos (balu) y un buen cayuco (guriyara). Las mujeres preparan el
pescado para su consumo; son ellas también las que se encargan
de la siembra, cuidado y recolección de la yuca, el principal
cultivo del pueblo garífuna. Y aunque existe una marcada
división en el trabajo, en las danzas y la música, las
diferencias parecen olvidarse. Son a través de estas narraciones
musicales, donde los garífunas aprenden sobre sus raíces
africanas, su génesis en San Vicente y el posterior éxodo
hacia Roatán y tierra firme. Acompañados de instrumentos
de percusión y viento, la música garífuna vibra
hoy más que nunca, mostrando la fortaleza y alegría de un
pueblo que jamás se ha rendido.