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Cintio Vitier: Premio
Juan Rulfo 2002

• Enrique Saínz

CINTIO VITIER (1921), el más importante escritor cubano vivo, obtuvo por unanimidad, en Guadalajara, México, el importante Premio de Literatura Iberoamericana y del Caribe Juan Rulfo, en su edición del año 2002. La cuantiosa y significativa obra de Vitier comenzó a hacerse pública hace más de seis décadas, en 1938, con la aparición de su primer cuaderno, Luz ya sueño, integrado por poemas escogidos por Juan Ramón Jiménez y por una breve semblanza del autor, de puño y letra del gran maestro andaluz. Esos textos, escritos a los dieciséis años de edad, poseen ya una plenitud que irá ahondándose y nutriéndose de vivencias de diverso orden para conformar sucesivos libros de poesía, un voluminoso corpus de extraordinaria fuerza y significación en la cultura cubana y en la literatura del idioma. En 1953 publica Vitier la compilación que tituló Vísperas, donde reúne varios cuadernos escritos entre 1938 y el propio año 1953: Luz ya sueño, 1938-1942 (una selección con añadidos de páginas posteriores); Palabras perdidas, 1941-1942; Sedienta cita, 1943; Extrañeza de estar, 1944; De mi provincia, 1945; La ráfaga, 1945-1946; Capricho y homenaje, 1946; El hogar y el olvido, 1946-1949; Sustancia, 1950; Conjeturas, 1951; Homenaje a Sor Juana, 1951; Pequeños poemas, 1950-1952; Cinco sonetos y dos canciones, 1952; y Palabras del hijo pródigo, 1952-1953.

Las subsiguientes entregas irán dando volumen a otra relevante compilación: Testimonios, 1953-1968 (1968), la segunda etapa en la evolución lírica del autor, la que se inicia con Canto llano, 1953-1955, y continúa con Escrito y cantado, 1954-1959; Testimonios, 1959-1964; Más, 1964; El día siguiente, 1965; Epitalamios, 1966; y Entrando en materia, 1967-1968. Dentro de esa misma línea de poesía de diálogo con el acontecer inmediato, de un estilo diáfano en sus alusiones a la realidad, publica en 1981 el poemario La fecha al pie, donde reúne poemas escritos entre 1968 y 1975. Esa manera de mirar y percibir que caracteriza a esta etapa de su quehacer poético culmina con Viaje a Nicaragua, de 1979, escrito con su esposa, la poetisa y ensayista Fina García Marruz, ella también una de las grandes voces de la poesía y de la prosa reflexiva del mundo hispano en estos momentos.

Con las páginas escritas con la experiencia nicaragüense se inicia la tercera compilación de la obra poética de Vitier: Nupcias, 1979-1992 (1993), aunque ese volumen cierra en realidad la segunda etapa de su evolución creadora como poeta. En este libro de 1993 encontramos varios títulos: Hojas perdidizas (de varia fecha, hasta 1987); Poemas de mayo y junio, 1988; Versos de la nueva casa, 1991-1992; y Dama Pobreza, 1992. En los últimos años han aparecido Cuaderno así (2000) y un breve conjunto titulado "La hoja y las palabras", dado a conocer primero en la revista La Isla infinita (La Habana, año 2, número 1, julio-diciembre de 1999) y más tarde en Antología de mis versos (México, Editorial Océano, 2002).

La que hemos llamado la primera etapa en la evolución lírica de Vitier -recogida en Vísperas- se caracteriza, como ya dijimos en nuestro libro La obra poética de Cintio Vitier (1998), "por una honda angustia ontológica de raíz historicista, existencial en un sentido inmanente y al mismo tiempo en una dimensión trascendentalista, con múltiples implicaciones conceptuales y vivenciales: extrañeza, imposible, destierro, vida clandestina, insuficiencia de la palabra, frustración, fidelidad [...]", rasgos que constituyen el núcleo de su cosmovisión de entonces, si bien el cuaderno inicial aún no nos deja ver esos conflictos y búsquedas y se detiene absorto ante el paisaje para contemplarlo en sus signos reveladores, los que más tarde habrían de manifestarse en toda la hondura de su impenetrabilidad y, por su parte, los textos posteriores a Sustancia poseen "una escritura más diáfana y menos densa en su búsqueda de un conocimiento que llegue a penetrar en las misteriosas y extrañas relaciones de la realidad [...]", tránsito hacia la primera entrega de la compilación posterior, la que tituló Testimonios.

En el centro de la poética de Vitier hay una incesante voluntad de adentramiento, de intelección del sentido último de la realidad, poesía como conocimiento, una tesis de la que se nutriría asimismo su obra ensayística y su narrativa. Si en Vísperas hallamos la conciencia del imposible del diálogo del poeta con los hechos, las cosas y el prójimo, experiencia que torna oscura y densa esta poesía plena de alusiones y tensa agonía, con su estilo sobreabundante y de cierto aire barroco, en Testimonios podemos ver que el creador se ha abierto a la realidad de un modo que antes le resultaba imposible, influido ahora por su conversión a la fe cristiana, apertura que le permite escribir una poesía de la cotidianidad, de la comunión, muy cerca del canto épico, jubiloso, propio de quien ha percibido la plenitud del ser en su inmediatez, en su inmanencia. De ahí que los textos de los cuadernos reunidos en el tomo de 1968, los de La fecha al pie y los de Viaje a Nicaragua, posean una diafanidad mayor, un estilo que brota desde la suficiencia misma del cuerpo real de la vida cotidiana. Son poemas en los que el discurso lírico brota de la sustancia misma de las hazañas heroicas del hombre y de los dones del mundo circundante, poesía directa en la que sin embargo hay una profunda agonía existencial: la batalla del poeta en medio de tensiones de naturaleza diversa, no menos desgarrantes que las que condicionaron su obra precedente.

En los poemarios de 1953 a 1968 quiere Vitier aprehender la totalidad, quiere adentrarse en el ser, anhela "más ser", como le dice Octavio Paz en carta al autor al comentarle Más. En algunos de sus ensayos capitales ("Experiencia de la poesía" [1944] y los cuatro que reunió en Poética. 1945-1958 [1961]) se detiene en espléndidas y esclarecedoras reflexiones acerca de su concepción de la poesía, expuesta en su poética de la transfiguración, la que opone a la poética aristotélica, clásica, de la mimesis, de la metamorfosis, tesis de ala que parten los testimonios de su lírica de entonces, los años que abarca el tomo aparecido en 1968.

En su tercera compilación (Nupcias), en Cuaderno así y en "La hoja y las palabras", asistimos a una reescritura de su vida desde la sabiduría que el poeta ha alcanzado con el decursar de los años, pletóricos de vivencias históricas, de hondos conflictos ontológicos y de decisivas lecturas, en las que siempre buscó lo que podríamos llamar las posibilidades de la vida del espíritu, desde las muy tempranas y fundamentales: su primer gran maestro de entonces, Juan Ramón Jiménez -cuya Segunda antología poética [1898-1918] (1933) ya conocía el adolescente poeta en la biblioteca de su padre, el educador y pensador Medardo Vitier, antes de la aparición de su cuaderno Luz ya sueño-; de José Lezama Lima; de César Vallejo -el descubrimiento de cuya obra tanto significó para Vitier, alrededor de sus veinte años, en la integración de su ética humanista-; de Rimbaud-Rivière-Claudel; de Maritain; de Simone Weil; de los ensayos de Charles Du Bos; de los clásicos del idioma -a quienes conocía bien ya cuando escribió Experiencia de la poesía, conferencia leída en La Habana en 1944-, y de otras muchas que fueron integrando su pensamiento y su obra, entre las que destacan sus continuos estudios de la obra de Martí, de la que es entre nosotros el mayor conocedor y divulgador y en la que descansa lo fundamental de su cosmovisión y lo más rico y perdurable de su quehacer como escritor y ciudadano.

Su ensayística, además de los trabajos mencionados, ha dado a la cultura cubana libros de extraordinaria calidad, como La luz del imposible (1957), reflexiones libres sobre diversos temas, escritos con una prosa de la más alta jerarquía dentro del género; Crítica sucesiva (1971), conjunto de acercamientos a figuras importantes de la literatura cubana y universal, como Mallarmé, Goethe, Hesse, Heine, Santa Teresa, Borges, Gabriela Mistral, Octavio Paz, Julián del Casal, Eliseo Diego, Fernández Retamar, Samuel Feijóo, Lezama, Ernesto Cardenal; Crítica cubana (1988), con acercamientos importantes a Lezama, la crítica literaria y estética en el siglo XIX cubano, Ballagas, Alfonso Reyes; Temas martianos, diversas valoraciones de José Martí, recogidas en su mayoría en esos tomos hechos con investigaciones que realizó con Fina García Marruz desde la Sala Martí de la Biblioteca Nacional primero y más tarde desde el Centro de Estudios Martianos, donde ambos trabajaron durante muchos años y del cual Vitier fue director y es hoy Presidente de Honor. Otros títulos ilustran su quehacer dentro de la ensayística: Ese sol del mundo moral. Para una historia de la eticidad cubana (México,1975, y La Habana, 1995) -obra esencial para el conocimiento de las ideas en el devenir de la historia de Cuba-, Prosas leves (1993), Para llegar a Orígenes (1994), Lecciones cubanas (1996), Resistencia y libertad (1999) y Martí en Lezama (2000). Su obra mayor dentro del género y todo un clásico es, sin duda, Lo cubano en la poesía (1958, 1970 y 1998), conferencias ofrecidas en 1957 en el Lyceum de La Habana, en las que se adentra en los poetas de la Isla, desde las alusiones del Diario de Colón a las bellezas naturales de la tierra recién descubierta hasta los creadores que en el año del curso estaban comenzando a integrar su obra. La crítica ha emitido los juicios más diversos en su valoración de estas páginas, desde insensateces inconcebibles hasta elogios justos y de merecida hondura. Es sin duda alguna Lo cubano en la poesía, cualesquiera que sean las observaciones que se le puedan hacer, un verdadero clásico de la literatura cubana, como afirmó un joven escritor recientemente.

Es Vitier además un singular narrador, autor de la trilogía novelística De Peña Pobre (integrada por tres novelas: De Peña Pobre, 1978; Los papeles de Jacinto Finalé, 1984, y Rajando la leña está, 1986, posteriormente publicadas en un solo tomo en Veracruz, México) y de Cuentos soñados (1992), una vertiente de su quehacer que se integra perfectamente a su poesía y su ensayística en esa búsqueda de la posibilidad de intelección de la realidad que caracteriza a sus libros de poemas y a sus novelas, identidad que vio Lezama cuando le observó que en cierta zona de su obra poética estaba ya la novela. La obra de Vitier cuenta además con importantes antologías: Diez poetas cubanos. 1937-1947 (1948), donde caracteriza a cada uno de los miembros del Grupo Orígenes, entre ellos el propio Vitier, y al grupo mismo como tal en sus búsquedas y preocupaciones esenciales, una obra canónica de suma importancia dentro de la poesía del idioma, como reconoció la crítica en su momento; Cincuenta años de poesía cubana (1902-1952) (1952), fundamental para el conocimiento de nuestra lírica en la primera mitad del siglo XX, y La crítica literaria y estética en el siglo XIX cubano, en tres tomos, con un extenso y esclarecedor estudio de introducción, entre otros títulos menos relevantes, como Los grandes románticos cubanos.

Su obra se extiende además a su labor como editor de la obra de Martí, conferenciante, profesor universitario, traductor (Claudel, Mallarmé, Rimbaud -cuya versión de Les Illuminations apareció en Orígenes en la década de 1950, precedida por un ensayo extraordinario que tituló "Imagen de Rimbaud", de hondura e intensidad ejemplares, trabajos ambos, el de traducción y caracterización, que se han vuelto a publicar numerosas veces a lo largo de los años, tanto en Cuba como en el extranjero, la más reciente de cuyas ediciones es la que realizó en 2002 la Pontificia Universidad Católica del Perú, en la Colección El Manantial Oculto-). Varias traducciones ha merecido a su vez la obra de Vitier, vertida a diversas lenguas a lo largo de los años. De obligada mención en este sucinto recuento de la obra de Vitier es la labor que realizó en la conformación de los Cuadernos martianos, destinados a las enseñanzas primaria, secundaria y universitaria, y la no menos significativa obra de coordinación y asesoramiento para la implantación de esos cuadernos en la enseñanza de los diversos niveles.

A lo largo de más de seis décadas de sostenida y ejemplar labor intelectual y cívica, ha contribuido Vitier al enriquecimiento espiritual de la nación con su escritura, de calidades que lo sitúan entre los más relevantes poetas y ensayistas de la lengua, y con su vida siempre regida por una ética intachable, lección de primer orden que aprendió bien temprano en su casa y que después ahondó con lecturas y cuestionamientos capitales en torno a su patria y su propio destino de hombre. Su obra perdurará como la de un humanista del que la cultura cubana no podrá prescindir. Ese esfuerzo a favor de una vida más plena se corona recientemente con dos distinciones muy merecidas: la Orden Nacional José Martí, la más alta condecoración que otorga la nación cubana, y el Premio de Literatura Iberoamericana y del Caribe Juan Rulfo.

     
     
   

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