Daniel Amayo

Serthea

Lima: Fondo Editorial de la Fac. de Letras y CC. HH.

de la UNMSM, 2006



 

Uno de los tópicos significativos que debe ser tomado en cuenta dentro de los debates sobre el proceso literario peruano es el concerniente al hipersurgimiento de jóvenes proyectos editoriales. Evaluar si esta primavera editorial ha modificado sustancialmente la percepción que se tiene sobre el fenómeno literario de los últimos seis años, o si a través de aquella podremos advertir los futuros derroteros, que tomará la literatura y el trabajo editorial, todavía es reflexión pendiente. .

 

Una importante propuesta editorial, valga decir, institucional, es la del renovado Fondo Editorial de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, que bajo su sello entrega ahora el poemario  Serthea, de Daniel Amayo (Lima, 1980). La contratapa del texto informa que el autor cofundó Coito ergo sum, grupo poético que en el 2000 animó el escenario lírico san marquino.

 

El poemario  se compone de diecisiete poemas cuyo centro articulador es Serthea,  personaje femenino por quien el hablante lírico vive, canta y, ciertamente, desfallece. De poema en poema, cabo a cabo, la dicción amorosa presenta un progresivo despliegue eufórico producido por los primeros momentos de relación amorosa, tiempo de rapto e idilio al que consecuentemente le seguirán los padecimientos disfóricos motivados por  el alejamiento y ausencia de la amada.

 

¿Pero cómo figura Serthea en  el universo poético?: ¿lejana y luminosa como los astros?,  ¿dulce y codiciada como el maduro higo?, o ¿pura y virginal como el rocío? Desde el primer poema Serthea aparece hecha carne. Ella es sobre todo cuerpo. El hablante lírico la modela luminosa, distinta a las demás, casi salvajemente natural: "Serthea fue creada/ de barro y aire/ como todos/ pero también de fuego/ alejándose/ de las mujercillas ambiguas", "Serthea:/ flor azul que se/ derrama/ espina a espina". El testimonio de los sentidos que la perciben, luego, registra los deseos de posesión y gozo: "Te deseo en rojo/ sobre la estimulante mecedora", "Mi lengua/ cubierta de uñas/ está preparada a marcarte el sexo/ con una pequeña plegaria en arabescos/ que incita a degustar/ la dulce frutilla oscura de tus pechos". Se despliega el cuerpo como lenguaje que rueda el amor, el ritual erótico es un hecho donde la lengua es falo y el cuerpo un lugar para escribir la primera palabra. Después del ritual amoroso, ocurre no el determinismo falocéntrico que esperamos: no es él quien se aleja, más bien es ella. La mayoría de poemas registra las afecciones posteriores al idilio amoroso. Imágenes diversas representan la situación dolorosa que embarga al hablante lírico cuando la amada se marcha, se borra: "No puedo pensar a/ Serthea/ disimulando las lágrimas"..."No importa ya ningún ruido/ de agua constante sobre la bañera/ de lapicero mudo sobre el papel/ nada es ni será desde hoy/ sino tristeza"..."Quién eres/ Serthea/ sino ausencia?". Sufrimiento, desamparo e incertidumbre como efecto de no tener más el cuerpo de la amada. Advertimos, entonces, tres momentos que signan esta historia amorosa. Primero: el encuentro con la amada. Segundo: el tiempo del idilio amoroso. Y tercero: la clausura amorosa. Indistintamente los poemas enfatizan los dos últimos,  sea simbolizando el gozo que  produce el cuerpo de Serthea, o ya sea codificando la nostalgia y el dolor por su ausencia.   

 

En una nota nos habíamos interrogado por la predilección hacia el cuerpo que tiene la poesía última. Nos preguntábamos aquella vez  por qué sólo aparecen cuerpos a punto de copular, descubriendo que pueden copular, copulando consigo mismos, o ya copulando y copulando sin cesar. Notábamos esta recurrencia para subrayar que aún esperamos una poesía somática que haga del cuerpo algo más que un surtidor de placer.   

 

La imagen del cuerpo amado que dibuja la poesía de Amayo se incorpora dentro de aquella lógica, dentro de aquel registro, dentro de aquel coro que ve y canta al cuerpo con el que se ha copulado. Su dicción es como una búsqueda, una exploración: "exploro el cuerpo del otro como si quisiera ver lo que tiene dentro, como si la causa mecánica de mi deseo estuviera en el cuerpo adverso". (cit. en Barthes 1982: 80)

 

Quizá no encontremos en la poesía de Amayo alguna ruptura estética con la tradición o alguna pirotecnia poética que le haga merecedor de calificativos tan de moda, esa no parece ser la intención; sus imágenes hacen lo que dicen y dicen lo que hacen: cantar el cuerpo del amor, cantar su alegría y su dolor, esa es su verdad, ese su valor.

 

Javier Morales Mena


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