Luis Benítez

El venenero y otros poemas

Buenos Aires: Ed. Nueva Generación, 2003



 

El poeta argentino Luis Benítez (Buenos Aires, 1956), quien además cultiva el ensayo y la novela nos plantea en “El venenero y otros poemas” (Ed. Nueva Generación, 2003), la posibilidad de una poesía que destile un veneno amable, dulce y a la vez amargo que nos seduzca con su cadencia libre y rítmica, su respiración recuerda lo mejor de la poesía hispánica y occidental con el añadido de sutilezas orientales. Una poesía que se permite contemplar como un catoblepas alucinante que reuniera en una misma mirada lo próximo y lo lejano del Río de la plata y de sí misma, que se nos descubre y se descubre para sí, descubriéndose, subsumiéndose en el ojo, en una experiencia que podríamos llamar agradable sino fuera porque hay llanos en llamas y fieras y silencios o conceptos nada románticos ni edulcorantes.

 

Interesante en alguien que ha logrado a través del tiempo un dominio, un espacio de conjunción de valores armónicos y de pretensión universal, que contraponiendo, contrastando, va encontrando imágenes que recuerdan ora un barroco de oro, hora de la muerte o la fatalidad ( La renga), de colores locales para lanzarse luego a la busca del instante en un parque zoológico o en un lugar cotidiano y aparentemente anodino, en un cuadro o en las noticias de las ocho, precisamente un infinito de posibilidades :

 

“El exudaba de los lomos/ unas cosas complicadísimas/ para que sus contemporáneos/ como hormigas pacientes/ penosamente subiendo por las ramas/ bebieran amargas sacarosas…refinados azúcares que envenenan el ánimo… El amasaba unos líquidos selectos…” (El venenero, p.7)

 

En esta suerte de declaración de principios el poeta extrae de su lira el elixir maligno y lo destila de la historia misma: “...Concentrado todo da pavor en el urgente fin de siglo/hay que terminarlo de un modo o de otro…” (En el arduo aniversario de una boda, p.8).

 

Poema que lleva un epígrafe de un poeta caro a Benítez, Dylan Thomas: “después de la primera muerte ya no hay otra”. Que es como una sordina de la música que tañe burlonamente el poeta que nos ocupa. Ocupante nada precario, dotado de un oído fino y un humor bien desarrollado, rico. Sintetizador de tradiciones, el poeta vuela, nos conduce, disfrazado de Ginsberg, ahora rockero:

 

 “Nuestra generación fue un puñado de hombres solos/ una pizca de mujeres destruidas/ un manojo de nada sin zapatos/ el racimo de las viñas de la ira…” (En el arduo…, p. 8).

 

Nos conduce y pregunta: ¿o no será acaso/ en lo profundo/ lo que nadie puede ver/ al revés/ el oscuro latín de lo real?...” (En el arduo…, p.8).

 

Y prosigue, se pregunta si no era ya en su mocedad “…sino lo ridículo y eterno donde lo llorado/ llora lo que no ve de sí/ ese sí mismo…” (En el arduo…, p.10)   

 

El yo se fragmenta y vuelve a integrarse como un rayo conformado por un millón de haces o más, una poesía que suma, divide, resta y nuevamente va integrando:

 

“… le rezas al instante como a un tótem/ porque sólo en la velocidad de tu mente/eres eso que está de pie ante el espejo/ sin la menor duda por lo contento/del corazón entonces:/ 250 km/h es el éxtasis que aterra/ porque es tu marca mejor Y LO REAL” (250 kilometros por hora, p.12)

 

Un yo poético que conforma varios, posibles, en el poema. Todos o casi, los posibles:

 

“…alguna vez afirmo o pregunto ayudado/por la trampa de la sintaxis que empleo/muñeco/muñequita que lees te acuerdas/de ese minuto donde tus huesos quedaron atrás…” (250 …, p.12)

 

Entonces, un corazón puede ser un cementerio donde caben animales, y algunos nazis sacrificados, algunos inocentes o

 

 “…donde la gran araña balancea sus patas delanteras/y la húmeda lagartija su lengua verde/tu corazón/ capital de la traición/sólido lugar de la mentira/es una charca donde el amor/ se disuelve incubado por las ranas/que le cantan a todo lo menguante…” (Tu corazón, cementerio de animales, p. 13)    

 

“…Conocí el pánico de vivir/ y la fobia de morir/ dos hermanos gemelos/Aprecié millones de gestos, muecas, rictus…/ Estoy inmóvil al borde mismo/como la piedra que una mano arroja/ para que otra mano la detenga…/ Porque también soy ese hombre/ El que, en un paisaje de espejos/ es devuelto a su única imagen/ por el reflejo de las olas/ para vivir – entonces y nunca antes-/ el instante donde todo acaba y se termina :/ es el rompecabezas, que se arma/ El sol, el poco pasto, el aire que también es azul/ y las exactas manchas del negro de las rocas… ” (En el balneario, p.24)

 

Partiendo del aquí da saltos hacia fuera, volviendo siempre con el hallazgo de su mirada, con su canto de primer hombre:

 

“ Este es el sitio donde se sabe/ que levantar un puñado del volátil suelo/ es arañar el vaso del reloj de arena/ Donde se interpreta que esas rápidas/ construcciones de agua/ esos vertiginosos lazos de plata que suben/ y pronto en lo muy hondo se sumergen/ son el mar que piensa/ y esas oscuras aves – que repentinamente allá se elevan-/ son sus mejores ideas/ esas que se marchan para siempre/ Estoy ante el Pacífico/ como el Hombre ante el Fuego.” (En el balneario, p.25)

 

“Yo soy el héroe, el héroe siempre necesario/ el que justifica la vida de los burócratas/ el que se prueba en los precipicios/ el que toma las decisiones duras/ Los hombres que vendrán conmigo, quién sabe, volverán/ a la ternura que sólo brinda la mujer/ a su desnudo tacto/ único bajo las sábanas/ a eso que la guerra sin duda no reemplaza/ al tibio cuerpo oculto y presentido en alguna parte/ de la oscura casa amistosa y a los hijos…” (La zamba, p. 21 )

 

Hay en muchos poemas como una melancólica ironía, de negro humor que se destila, a veces, en versos nada amables, bellos sin embargo en su centro de herida, de fuente, de saudade, de gravedad:

 

“… tú que perteneces al mundo de los que ordenan el mundo/ no me mates a mí que te amenazo/ porque el último regusto del Renacimiento se irá/ conmigo/ yo que soy tu posible asesino en el fotograma siguiente/ tengo la misma estatura que Benvenuto Cellini / cuando de veintitrés puñaladas liquidó a su rival…” (El chico del revolver apuntando a la cabeza del chico periodista, p. 15)

 

“… decías sólo se está solo en las grandes ciudades/ ¿te acuerdas, nickie, de la tarde del elefante?/ muchas lluvias y nieves y pisadas/ de zapatos italianos y de zapatos deportivos/ pasaron por esa esquina del village/ pero ella no ha olvidado todavía la tarde del elefante…” (La tarde del elefante, p.17)

 

“decías que la rutina es una vieja ciega/ que mendiga monedas por bond street y por harlem/ y que cada persona la recibe en su casa…” (idem, p. 18) 

 

A las reminiscencias beatniks, a los tonos extraídos del rock y otros géneros populares (como la milonga, zamba, bolero, tango, etc.), el autor añade una pizca de mítico ensueño, sazonando las palabras del sentimiento triste, que decía Santos Discépolo, se bailaba:

 

“… Alguien oyó el destino de unos acordes/ perdidos en los rumbos de otras armonías/ y los reunió convertidos en la primera milonga/ Ella acunó, madonna maleva, en sus brazos/ tu lágrima más joven, tango/ Nacido de mujer/ como los hombres.”

(Nacimiento del tango, p.26)                 

  

Y en esta banda ancha, elástica y resistente ( su poética) que ondula y cambia de frecuencia; si es que algo se mantiene y se renueva es la vocación por desentrañar algún oscuro secreto, Heráclito moderno, de todo lo humano y de lo que está más allá o más acá de la muerte. En esa persistente y contemplativa unción que se mueve mezclando, relacionalmente. Hay espacio aquí además para un bestiario ( nos recuerda por momentos al Rilke de La pantera) en el que más de un infierno tan temido cabe, una cantidad innúmera de personas, bendiciones que pueden ser ominosas: elefantes, leopardos, un insecto, un tigre dientes de sable, un gato atropellado, una garza que bella muere para volar por siempre en el poema.

 

“…Parece que para tu belleza, una luna es un charco/ el tiempo es una quimera, lo que seremos todos/ una época babosa, apenas, sin la claridad de su sentido…” (¿Quién eres tú para volver?, p.36 )

 

“…El que busca en las sombras de la imaginación/ se hermana al que rastrea entre los libros/ En ti se comprende que nada vale la voluntad/ la firmeza, lo propio./ Una manera hay de caminar entre las formas/ y esa es la tuya./ Inventar otra siempre estará de este lado… Empecinado capricho ser la cosa en el instante/ y la que fue, orgullosa, hace un instante.” (¿Quién eres tú para volver?, p.35, 36)

                  

“… si fuera como es y no parece/ así como es fácil perdonar a los que amamos/ en lo malvado y réprobo surgiría el mismo rostro/ el rostro más temido, lo más odiado/ traicionaría el fondo ardiente/ de lo igual y roto el límite de lo que amamos/ el cerco pisoteado por lo idiota que es santo/ humano al fin sería el mundo/ y entera es mi entrega a esa manera.” (Que fácil perdonar a los que amamos, p. 30)

 

“…ahora en la lejana calle/ sólo está hecho de tiempo detenido/ y lo buscan las hormigas/ que caminan siempre/ por un desierto infinito/ donde el agua escasea/ pero abunda la comida…” (Su pequeño tiempo detenido, p. 31)

 

“… el polvo que cubre toda la tierra/ como un segundo mar, en seco./ Una mancha en la ropa que continúa en la carne/ un grito y después un susurro y después el silencio/ que a duras penas se disfraza de resto de la tarde…” (El cotillón de las tinieblas, p. 34)

 

Así la muerte tan presente, metamorfosea y juega, el poeta inquisitivo sintetiza una joya de poema (La pregunta). La poesía de Luis Benítez es hoy por hoy una de las producciones más interesantes de nuestra tradición y que como fuente, manantial de agua, raya o línea horaria en los relojes de sol, origen y principio de donde procede algo, más un agregado de sustancias inorgánicas útiles, alimentase de otras raíces y sueña mientras nos despierta, en un instante.        

   

LA PREGUNTA

 

¿ Y el ocaso rompiéndose en oro rojo,

 inmutable, más allá de la historia de la poesía

 de Oriente y de Occidente,

 el ocaso de oro rojo,

 inalcanzable, el rojo de un astro roto

 fracturado contra el borde del mundo,

 eso que es lo único y lo primero, en lo que veo?

 Cuando, auténtico y entero,

aquí, aunque se haya vuelto casi noche,

aquí en los versos lo requiero”.   

 

Gustavo Reátegui Oliva


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