Luis Alberto Carro |
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preguntas al que regresa
1
una opinión de viejo
a la muerte hay que mirarla a los ojos bien a los ojos justo allí en ese punto exacto donde guarda su brillo más débil es cuestión de ganarle de mano no dejar que imponga condiciones como es su costumbre desde que trabaja de muerte quién es ella para echarse a bailar en la esfera de tu reloj a los ojos allí tendrás que apuntarle la mirada sostenerla sin que te tiemble el miedo te lo dice la voz de la experiencia muchacho esa es la única oportunidad que tienes de hacerla recular que se enrede en su propia telaraña no darle ni un segundo para que pueda pensar qué me pasa cómo salgo de este atolladero a los ojos perdona mi insistencia pero los viejos somos de repetir a los ojos o trata de recordar al menos cómo comienza el padrenuestro
2
cuentas
johnny weismuller me dijo anoche que se acordaba bien de mi lo dijo mientras alzaba su brazo izquierdo y hundía el derecho en el agua marrón de la madrugada eras dijo el que ocupaba una butaca en la segunda fila del cine el que iniciaba batallas de papel en el preciso instante en que yo hacía el ridículo colgado de una liana aullando como bestia idiota después de veinte veces de repetir la toma en las selvas de hollywood sin otra pretensión que hacer más leve tu hastío de domingo pueblerino tenías siguió diciendo johnny que flotaba aferrado a mi cama novia primera trueque de besos y maníes calientes sin importante que yo luchara con serpiente o pantera pero has visto cómo todo llega cómo no fue en vano nadar tanto tiempo para encontrarte así cara a cara sin pantalla con telón verde que pueda protegerte sin linterna que se encienda en la sala ni puerta que te ayude a escapar no te parece que llegó el momento dijo johnny weismuller de considerar cuentas pendientes
3
entre dos luces al caer...
entre dos luces al caer la tarde el viajero desciende del autobús en ese pueblo insomne esa escenografía suspendida del aire después de haber cruzado carreteras desiertas de polvo acre quemándole la garganta camina pocas cuadras y se detiene frente a una puerta igual a la puerta de calle de su casa de infancia imagina a su madre en la honda sombra de los dormitorios un revuelo de gatos déspotas entre malvones presiona el picaporte se dispone a entrar y de pronto retroceden los relojes la luz las casas todo se vuelve
pozo de neblina
y ahí va otra vez viajero atornillado a ese asiento de autobús que pasa como flecha perdida por carreteras fugadas de los mapas sólo va en ese inacabable tránsito nadie al volante la radio encendida con la misma música por horas la voz del locutor que anuncia el nombre del próximo pueblo
4
cuaderno del desmemoriado
Sobre esta hoja desierta como un cementerio a medianoche de qué luna escribir en cuál de todos los techos del desvelo. Cómo saber si fue verdad el aire, si el jazmín nada más que un simulacro, si la palabra fuego ardió cuando hizo falta. Dónde anotar los pájaros del horizonte roto, la voz de una mujer fugada del espejo. Tengo miedo de leer despedidas detrás de cada lluvia, de creer una tregua entre banderas, mientras la soledad –gusano endemoniado-nos perfora la sombra. O acaso es necesario pertrecharse contra el roído muro de la infancia, contra el primer silencio, esa frontera incierta con papeles de prófugo. Si es así, aquí me tienen, desarmado, desnudo peregrino de la duda, pidiéndole al primero que camine esta calle que me responda qué hago en el borde de la nostalgia en blanco.
PecadoresI
yo pecador cimiento y cúpula de una ciudad edificada en la pausa del beso en los silencios entre abrazo y gemido en la gota de saliva de sangre sobre sábanas yo culpable confeso sin arrepentimiento cadáver voy ceniza a anunciar otra vez y todas las que sean necesarias la buena nueva el reino de la carne y el vino y la mujer y el hombre y todas sus posibles combinaciones como la eternidad sobre la cama astral del universo yo testigo yo juez fiscal de bailes de máscaras de citas clandestinas en jardines y baños digo a todo el que quiera perecer conmigo derrumbarse igual que esa ciudad que vuelva a hacerlo que celebre su infinita homilía de semen entre ruinas
II
bienaventurados los que hacen de la cópula un paradigma superior los audaces amantes de parque o sacristía los curiosos del hueco en la pared y el ojo de la puerta porque de ellos fue y será el edén del pubis con su bosque incendiado de las uñas que escriben su testamento agónico en el cuello en la espalda en la piedra pizarra de la noche porque no hay ni habrá jamás para ellos juicio final corte de santos salvoconductos a la mansedumbre
advertencia
Estar solo a esta hora duele más que morirse. Pero la fila es larga, demasiado larga. Hoy no es tu día, sabes? No eres el próximo en subir a ese tren condenado. (Ya volverá por ti, no te preocupes...) Ahora es preciso darle cuerda al reloj, escarbar en la tierra más oscura de la memoria para saber si aún están, si estuvieron alguna vez, al cabo de tanto vendaval y baile, la silla en la cocina, la camisa escolar, la madre –o al menos una rosa de ceniza-, un nombre, un día cualquiera, otro olor que no sea el de las mismas deudas pendientes, para seguir el viaje.
La noche al sur
Cruje la noche al sur, buscando puertos. Su vasija de leche descalabra la luna en los tejados...No hay palabra que pueda andar en paz sobre mis muertos.
Rondan sobre las plazas y los huertos, fiscales , gatillando su macabra burla de eternidad...Nadie les abra la camisa, el jazmín, los ojos yertos.
Y es padre y madre el aire que me ronda, y hermanos que no tuve, y casa lejos, simpleza del amor, lámpara y sopa,
barrilete perdido entre la fronda... La noche cubre todos sus espejos, y en las piedras del sur quiebra su copa.
El hombre que cierra el ojo izquierdo...
El hombre que cierra el ojo izquierdo y apoya
el derecho contra su pasado es incapaz de confirmar si es suyo ese rostro infantil al fondo de la foto. Camina a tientas por un laberinto de espejos arrasados. Se hunde en aguas perdidas treinta y siete años más abajo Emerge y halla un duende peinado a la gomina, que le sonríe por misericordia. Intuye fechas: por el abrigo debe ser invierno, ese telón que cuelga su mala magia no puede ser otro que el del cine del pueblo. En el ángulo inferior derecho se presiente una guitarra en cuarto menguante. Por imágenes que ha visto en otros viajes y relatos de sobrevivientes, le pertenecería cada porción de aquella escena en sepia. Pero él sabe que la duda es la única certeza disponible, y aparta la pupila. Despavorido. Urgente. Sin regreso.
Los recuerdos no existen
El tiempo, perro estúpido, da vueltas sobre su propia sombra, mordiéndose la nuca. Aquí sobre esta mesa que hace cuarenta años era pájaro, hoy pulso una cuchara de sopa, la que usaba mi madre, y vuelvo a oir su voz, su paso de gaviota picoteando en las rocas, su risa de lentejas, señalándome que si ella sigue allí no es un recuerdo -los recuerdos no existen- sino, apenas, otra vuelta de perro sobre su propia sombra.
Cada palabra...
Cada palabra que toco está en su sitio desde antes de nacer. Una no se sostiene sin la otra. No alumbra sin su igual o su enemiga. No es nadie si no acepta sus espejos. El único terror será el cristal vacío, pero también la ausencia está prevista con su palabra exacta. Luis Alberto Carro. (Colonia del Sacramento, Uruguay, 1952). Periodista, poeta, historiador. Cuenta en su haber los poemarios Instrucciones en caso de alegría y Perro de Balcón. Escribe para el diario La República, Semanario Vamos y revistas La Voz de la Arena y Estampas Colonienses. En la emisora de radio Claridad FM de Colonia del Sacramento conduce diariamente el programa periodístico De ida y vuelta. Es integrante del movimiento cultural Poetas del Mundo y en Colonia forma parte del consejo de redacción de la publicación cultural Revista “U”, ahora en formato digital: “prohibidodoblarenu”. |