Damaris Calderón

Los amores del mal

México: Ediciones El Billar de Lucrecia, 2006


 

Difícil es no aceptar que no haya quién no ha conocido el doble rostro del abandono, donde uno es siempre herida y, a la vez, presa del desquite, y estos contrarios que están en constante lucha serán poleas que inician nuevamente la vida.

 

En Los amores del mal, poemario escrito por la cubana Damaris Calderón (1967) y editado por El Billar de Lucrecia en el 2006 la autora se expone abiertamente a ser observada bajo el proceso descrito. Se descubre así aciaga  ante la pérdida, sin embargo no dejará de reprochar ese hecho: “no te veré morir ni tú tampoco a mí. Perderé los contornos de ese rostro… luego se borrará esta historia como el rastro de sangre después del crimen” y continúa “como en una tumba desconocida no habrá señales ni cruces y todo será enterrado discreta, militarmente… ni siquiera hay un cuervo para decirme nunca más nunca más mientras mis dedos raspan la única ventana”(65).

 

El abandono supone el olvido, pero no de quién lo hace, sino de lo que es objeto de ello, quien ha sido desterrado y no sabe qué puede sobrevenir, entonces, existe un alguien que es carencia pero que de inmediato se trastoca en recuerdo, por tanto, en presencia invisible, así lo carente es pedido a viva voz mediante el llamado de las experiencias: “Yo continúo esperando que envíes un destello, una señal” (49), puesto que no se acepta el estado de cosas: “no quiero otro aljibe cántaro jícara vaso donde beber sino tus piernas” (47) y nuevamente el reproche “… y te fuiste con otra, naturalmente, y me dejaste henchida de rencor de literatura”.

 

Sin embargo, pese al pathos es conciente que ésta no es exclusividad suya, no es única, está acompañada por la humanidad que ha experimentado, de igual manera, la pérdida del amante: “si te dicen que estos versos se parecen demasiado a otros versos diles que es cierto, que puse en ellos la pasión de todos los amantes…”, confirmando que la historia es sólo una repetición de lo mismo: “antes que yo muchos dijeron estas cosas. Después de mí otros habrá que las dirán mejores”, y aunque muchos han intentado plasmar de manera escrita el dolor, la angustia y la furia de haber sido víctima y victimario alguna vez, al sentirse abandonado, indefenso, pero a la vez producto de ello; luego lo que se diga no será suficiente, no representa en extremo lo vivido: “Pero yo no canto, yo no tengo otra cosa que esta mudez, este silencio bárbaro, esta tristeza donde no caen las hojas”.

 

Damaris Calderón nos retrotrae a la etapa siempre latente de quien ha vivido amores intensos, podríamos decir, también, pasiones que como huracán han devastado nuestro cuerpo probablemente, además, nuestra mente, con imágenes no solo del pasado, sino de lo venidero, por lo que hay que reconstruirse continuamente.

 

Lía Rebaza


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