León Plascencia Ñol |
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El árbol la orilla
Ángela es un estallido del pasado o Dios con un hacha de vidrio que daña dulcemente.
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Para nacer me hundo. Hay un abismo luminoso en el pico del colibrí, una ácida bandeja con el paisaje cayendo frente a los labios y una gran puente de plata salada.
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Sé que sólo frente a los ojos de Ángela puedo ser yo y no un alacrán nocturno. Sé que sólo frente a sus ojos podría existir como un cielo de mediodía.
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Durante la noche la lengua se entumece. Busco el rostro de Ángela y no está aquí: Tú fuiste mi muerte / sólo te tuve a ti / cuando todo se me iba.
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Qué extraña, qué demoledora costumbre saberse solos. En el ojo del mundo una piedra para lo disuelto. Si me acercará de nuevo a Ángela una legión de perros me impediría el paso. Afuera el bosque blanco es un cristal que enmudece.
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Tengo un mapa reluciente en mi cabeza. Enormes zancudos vagan por el bosque. Escucho la voz de Ángela desde el fondo del estanque. Entre el rayo de su sonrisa las palabras abrasan. Afeité mi cráneo y ahora veo las nubes de un rojo demasiado tenue.
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Julia viene por la noche. Busca en mis ojos el rastro del día. Una luz entre sus brazos, un lunar en sus pezones negros.
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La voz de mi madre me llama desde lejos: siento en mis piernas el peso del mundo. ¿Qué tan lejos el cielo y el astrolabio de mi madre? Lo miro a él bucear en el estanque: el agua se transparenta en la mirada del zorzal.
Dios se desvanece sobre el último rastro de la arena.
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Entre mis ojos el aceite de la muerte y doce años por el niño que vio a Julia adolescente. Una pausa en el desfile de lo blanco, dos ciruelos cubiertos por las alas del silencio. No es este el mundo. Julia se irá al desierto y cerraré los ojos para no verla más.
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Para nunca más volver Julia arroja mi pasado a una botella. Para nunca más volver me dice: Soy pasado y la frontera del aire es un oscuro rumor que no te pertenece.
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Acosada por los gavilanes la voz se hunde en el bosque. Mi madre canta y en el aguaje un alfiler es un eucalipto.
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El rostro de María reposa entre mis piernas. Abre su boca y nadie en la piel más de la cuenta. Respira y huele en la mata negra, traga con la precocidad de la caricia. Sube y baja delicada, con un jugo muy dulce entre los labios, luego se monta, y la luz de un nombre, y el signo del aire y una canción que lo recuerda todo.
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María viene del silencio y dos chacales comen del pecho de Julia una parte de mi vida que ya no me pertenece.
Mi oscuridad no es la de él.
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Sobre una cúspide la furia blanca. Los hilos de una respiración marcada por el fuego. Polvo, luego un desastre meticuloso y obsesivo. Para siempre la niña en mi recuerdo. Yo había dicho, pero fue mentira, una exclamación en el oficio de los días. Los pájaros en la oración: aire. El horizonte de nosotros dos se aleja en el alba.
¿Qué ibas a decir, madre?
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Un bisturí en mis ojos. Las alas del barco negro como una conversación en el verano. Voy a abrir de un tajo mi cabeza para encontrarlo a él. Mi vida ya no existe y las gaviotas arrojan de la escritura el humo de la tempestad.
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Toda sensación de herida es una flor de invierno.
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Cada instante como un rosario de palabras. Lejos de aquí está el Sahara. La
habitación arde.
No soy la sombra verde y el revólver.
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Asciende desde lo oscuro una esquirla. Prevalecemos sobre la piel y es media tarde.
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Cada fragmento de esta escritura me lleva a ti y me va alejando poco a poco. Cada ojo es invisible.
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En la barranca del cielo. En el no lugar está la piedra de mis ojos.
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Sólo quedan fantasmas corroídos por el pasado: veo una nube en la corteza del arce y camino por el bosque hacia la otra orilla; una isla de lo otro, un fracaso que niega la puerta al paraíso.
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Mi aliento a veces contigo –es la hora en el vacío: quizá algún día encontremos nuestros nombres.
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Escribir es deshacer:
De El árbol la orilla
POEMAS de ZOOM
Escritura entre los restos de café
todo ocurre así María Negroni
Es cierto: la noche retrocede o se alarga en tu pupila. Unos restos, en los restos de café. Harás un viaje, me dijeron. Harás un viaje para perderte en el cielo o en sus brazos. Escoge. Y escogí volver a un principio; escogí llamarme así como lo hago ahora. Ahoridad de aquí.
Estaba el rostro de mi flaca es eso: “su origen no lo sé, pues no lo tiene”, lo dijo el fraile que ya sabemos. Entre esos restos que extendí en el plato, entre esa negrura y grumos: restos de lo decible, y algo queda, algo que está aquí que se entumece, algo que es algo. Alguna cosa, algo.
Fueron pájaros los arrojados por la mano izquierda para saber del futuro. Una montaña en los dineros que pagué para saber lo adivinable. Algo falla: el rostro de mi flaca se parece al de mi flaca y yo quisiera que fuera un turbión o, al menos, sus labios en los míos.
“Harás un viaje” y no hay avance, sólo los pasos, las cuatro calles y llegaremos a lo no visto. Vi desde el equipal el mundo: no se asemeja a los pliegues de mi flaca. Vi una parvada de gallaretas formando el ojo herido, la mancha que recuerda su desierto.
Quería contarte algo, yo quería contarte algo. Alguna cosa al menos: algo.
Cuando vuelo, pienso en Juan de Yepes encerrado en una celda
He volado por el mundo, mi flaca lo sabe. Ayer por la tarde recibió una postal de la nube accidentada de Zimbabwe. Hace dos meses la mandé y lo había olvidado, como aquella otra de Lisboa que nunca llegó y tuve que describírsela. Mi flaca es una fiera que quiere saberlo todo. Por ahora voy y vengo entre aviones y aeropuertos, entre cielos de un color distinto y sé que prefiero sus ojos, el gris desnudo de la tarde.
Turbulencias aparte, al descender en Mazatlán creí ver a un ángel jugar con la hélice y en mi estómago; en Madrid llovía; en San Pedro Sula la pista era un río; en Bogotá vi una serpiente que parecía la cordillera de los Andes, aunque era de noche y los whiskys saben mejor para el sediento.
He visto montañas, ríos, planicies, volcanes y escojo sentarme en el pasillo. La claustrofobia, digo a quien me lo pregunta. Ya se sabe, nunca he visto un falcinelo pero sí las caderas de mi flaca que me espera ansiosa a mi regreso.
Cuando vuelo, pienso en Juan de Yepes encerrado en una celda y abrocho mi cinturón. Soy torpe y asimétrico mi vida, mas de física cuántica nada sé y de navegación aérea tampoco. Disfruto. Mira esa nube, se parece al rostro de mi flaca. Señorita, ¿cuánto falta para que lleguemos?
Dromomanía
Íbamos como volando, la flaca manejaba. Dramamine al lado. Un mar de cañas se extendía, a veces Tricky o Bill Evans rondaban ligerísimos. –Disminuya su velocidad, el letrero. Máximo ochenta y los pájaros aturden. La velocidad no es rapidez, es sobresalto y salto en copiloto. –Cuidado aquí, un bache, aquel auto se aproxima, rebasa ya. Cuánta violencia, Dios mío. El valle viene después de la subida y cambia la flaca de velocidad. Una nube olmos sauces huizaches fragilísimos margaritas en el borde autos que van quedando atrás. Hay negro y la lluvia se aproxima como ese pueblo que ahora estaba aquí y ya se aleja. Qué fiero asunto la fiereza de mi flaca manejando en el Grand Prix de la carretera de insectos de dos cabezas. Me equivoco, no son cabezas, así copulan. Una nube otra dos nubes nubes negras nubarrones plaga negra los insectos.
Nos aproximamos.
Llegaré algún día y veré la flor que brota frente al río.
Una mañana por Praga
Anduve por la calle buscando la huella paralela, la huella de lo oculto o al menos un bar en donde pudiera beber una cerveza. Oscura es la fachada, oscuro el cuerpo más oscuro de la gitana que decía la suerte en checo. No entendí el significado de los trazos, la estrella de David, el cauce del Moldau y la pantera negra de Hrabal. A veces Mozart, a veces Jan Neruda. Primero la música, luego la calle rumbo al castillo o el puente Karlos IV. Muchas las piernas, muchos los brazos que transcurren de un lado a otro. Voy y vengo sin encontrar salida, sin descansar mis pasos. Hubo consecuencias y rostros perfectos. Algo tan banal como el cansancio o las estatuas agotadas por el calor. Praga fue un espejismo que no supe explicarme.
A la carta
...transformados en currucas en mitad del aire (olmos) a su extrema fulguración. José Kozer
Dormido estabas. Un poco, sí, que quema mucho la dulzura de este turbión que proviene de mi flaca. Ayer –descuajeringado el aire y sin pájaros–, creí que moría el mundo en Trieste o San Petesburgo.
De desayuno tuvimos cuerpo blanco extendido a cuatro manos, las nalgas al garete –tienen un aire de familia renacentista– mientras Bach andaba de visita por la sala desnuda. No hay espías. En ocasiones –casi siempre– el que aletea se posa en uno y otro y platica con quien quiera, es decir, nosotros. Yo me entiendo en arameo, de yidish muy poco, pero dialogamos, que con eso es suficiente.
Hay olmos en extrema fulguración.
Casi a la mitad del aire un estornino estornuda. Desde esta ventana, y a mitad del insomnio, imagino que lo veo. Me regreso al desayuno, a la mañana en que mi flaca despertaba. Una botella, sin agua; un jarrón, sin flores; unas sábanas, con ella estirándose y tú me adamabas.
Retrato de Eva, apple y serpiente
Pero bien mirado, la mirada mira hacia el pezón que pesa un poco más que su suspiro. –Hablo de Eva delicuescente y frágil. Hay luz cayendo,/ una serpiente serpenteante, húmeda de tocar madera y cuerpo. Es el de Eva, estática, enmudecida, antes del paraíso,/ antes de hablar el lenguaje de los pájaros,/ antes de ser costilla de su costillar. Existió la luz ya nombrada, la cortina que dice: “Apple, Mac Intosh, modelo reciente pantalla líquida lista para...”. No lo planeó Daguerre, ni pertenece acaso a Las Escrituras. Sagradas las caderas, el ombligo, la boca a punto/ de estallar esta escritura, pura, non lo so, y eso es mucho: esto visibile parlare, novello a noi perché qui non si trova, o la respuesta de Eva: –Saldré por la tarde, espérame a la salida–.
Encontré un códice, ayer encontré un códice o un mensaje en el teléfono: ¿Por qué se enrosca, mi vida, tu vida en la mía? De Eva sé tan sólo un poco: le gusta posar desnuda por las tardes, entre serpiente y manzana,
lee el I Ching para salir conmigo y devora ensaladas con vinagreta en un tazón de épocas pasadas. Eva posa, y su mirada se posa en eso que los dos sabemos, abultará el mundo y será nombrado. Relámpago o revelación la palabra dicha. Hay nubarrones afuera, una lluvia anunciada: –Hoy no puedo, estoy posando, ¿podrías venir por mí mañana?
Boca de iguanas
Cuatro caballos en los ojos del caimán adormilado: mi flaca lo vio quemarse al mediodía. Un poco de agua y la instantánea para el recuerdo. Detengámonos un poco: la sonrisa de paloma, el cuerpo bronceado, las flores blancas sobre fondo negro.
Cuatro extranjeros por allá, un bar y la playa sola.
No había olas, sólo las caderas de mi flaca sumergidas en el agua.
Habité en el rojo, sentado sobre la arena. Nunca hubo castillos, viernes o lunes o toda la semana para repetir el aleteo de las gaviotas.
Lo que más veo es el aire y la espalda de mi flaca alejándose desnuda en nado mariposa. Fui mar y murmullo erecto a su regreso. Extendí la toalla para cubrirla de un frío inexistente. Olfato y lengua: olfato sólo y nube para estar en su párpado izquierdo.
Fiebre y largo sueño
el esplendor de pájaros es mucho
Si se miraran cara a cara las razones del pájaro excluido la nada iría a sábana cantora/ Juan Gelman
Una sombra entre el ojo y la sábana. Hay aire, y es demasiado sobre su rostro al mediodía.
Qué hubo de la luz, qué de su brillo si la posesa duerma anochecida.
Entre los álamos y las palmeras se dibuja el rostro de la posesa. Una muralla oculta este brazo. Mi posesa no canta, se agotó de rememorar lo sucedido.
A veces voy hacia las dunas y una estepa es lo que llega primero.
No hay nada y es la nada lo que nada a cuenta gotas en la esquirla de este dios que no se nombra.
Pensaría en cuatro pájaros que salen del búcaro a la alacena. Es mucho el nombre ya nombrado. Mi posesa no despierta.
La garota de la autopista
Quise ser bucólico. Ayer quise ser bucólico a mediodía, en medio del viaje con la brasileña (hija del brasileño que buscaba a la garota) cantando. Siempre viajo, mi amor. A veces tan lejos de mí que no me acuerdo. Ayer había vacas que parecían vacas blanquinegras y lluvia. También eucaliptos y milperío. Verdes, verdes de todos los colores, pueblos, riachuelos, largas extensiones abiertas a la brisa, vías para un tren inexistente y un árbol que se parecía a Giacometti.
Me faltó mencionarte los campos azules de agave. Ayer, te decía, mi amor, quise ser bucólico. Había tanta belleza en el paisaje que no pude repetirlo.
El toro de Osborne aparece cuando menos se le espera, como ahora, mi amor.
Qué verdes, qué verdes había a lo largo de, a lo ancho de. Quisiera volver un poco atrás, cuando te decía, por ejemplo, que quise ser bucólico, al menos por un rato. Pero en realidad, eso fue ayer, hoy quisiera ser neoplatónico, mi amor.
Hay flores para ti.
Recuento de una noche en que soñé lo mismo
Un andamiaje de álamos nocturnos. Washington Benavides
Pero bien mirado, de Tánger conozco casi todo, al menos en sueños. Estaba ese día en el zoco con un hombre que me hablaba de Mandelstam y oí el rumor de los álamos que se ausentaban. Un andamiaje de pájaros, un tren nocturno que iba hacia ningún lado. –Yo voy al este. Nicolás de Stael trazó un signo oscuro que supe era mi rostro transformado. Al regresar al hotel vi a Juliana de Norwich tener una revelación en lo profundo de las cajellas. Podría escapar de este sueño y no lo hago. Hay cielo para todos, hay un pasado que se adelanta a mis pasos.
Mi posesa se posa en este sueño para impedirme que huya. Una ráfaga entra hacia la tarde, voces que mi posesa transparenta en voces más cercanas, como esta luz que se vacía, y cae hacia su cuerpo. –Cuánto amor desperdiciado, Juan de la Cruz, cuánto aire basta para salir de aquí y volverse aire, polvo que cubre las chilabas.
Estuve en Tánger y había cielo y desierto. Quise regresar en ferry a Algeciras o a cualquier lado para tomar un tren rumbo a Lisboa.
Mi posesa nunca ha viajado conmigo, no le gustan los aviones, prefiere hablar de Miguel de Molinos durante las tardes amarillas, prefiere una Guía espiritual para que vuelva a tiempo. Ella abre su cuerpo, ella, mi posesa, abre su cuerpo, estira los huesos. –Aquí hay algo, dice el hombre que habla de Mandelstam. Aquí hay algo, sí, pero esta costilla navega en otra herida.
POEMAS INÉDITOS
La voz es la raíz del cielo
A veces la música es puro dolor pero al fin y al cabo eso no parece tener importancia. (Sánchez Mejías).
Le dije: esta realidad es otra pero eso no parece tener importancia.
Ella: un bel morir tutta la vita…, ¿sabes de dónde proviene?
A veces la música es puro dolor, etcétera.
Leía en ese entonces Praga mágica de Ripellino. Quería ver el Moldava, un poco de gris
un poco de gris
no los rostros, no el perfil de la extrañeza. ...pero al fin y al cabo, etcétera ↓ hay un tiempo transparente.
Fue un vuelo Madrid-Lyon-Praga.
Los pasajeros de un costado beben como enfermos. Todo es una representación. Pensemos es un código y en una mujer escribiendo una carta: “Un bel morir tutta la vita…”, ¿sabes de dónde proviene?, etcétera.
una nube, las montañas blancas
Hrabal hablaba de gatos y usaba una camisa a rayas. Blanca y verde. El paisaje es verde.
Hubo una historia trunca, la voz es la raíz del cielo.
A veces la música ↓ puro dolor
Le dije: esta realidad i. Deberías leer el libro de Sebald que cargaba en la maleta. ii. Un poco de aire. iii. Ferdidurke te recuerda algo? iv. Un cuchillo no es una moneda v. Quisiera mencionarte un poema de Ovidio vi. …las montañas (shan) y los ríos (shui) son el paisaje espiritual del hombre, un espacio sagrado que permite reencontrar una supuesta armonía originaria y el propio yo. El hombre, el minúsculo, ha de afrontar los picos sobre los que se sostiene el cielo (wu yue), superar una serie de pruebas y de seres mitológicos para acceder a un estadio superior, a otro nivel de sabiduría. (Octavi Martí, Babelia). vii. Ellos: la playa viii. Porque la realidad podría ser. ix. Ella escribía hermosas cartas. Beijos, decía. x. Una noche pasó eso.
Era Alina. Arvo Part y la noche.
Ellos: Sí, Arvo Part. ¿Tú qué crees? ↓ la música es blanca, puro dolor, pero al fin y al cabo.
Todos amanecerán a merced de la felicidad, Un poco adrede, sí, la calle Karlova.
Le dije: ¿Dónde habré de cruzar si este cielo es medio río?
Revólver rojo
“Parece que perder no es un arte difícil: los muertos de verdad de uno son víctimas amadas de los vivos.” Parece / dijo “Perder”, dijo “un arte difícil” / parece entonces que el caracol, la anémona, son víctimas “amadas”, la mujer sentada en el borde de la banqueta, este aire nocturno y helado / “víctimas” de no sé qué situación, de qué carencia. Carezco de mis muertos amados. / Hay esquirlas, una sensación de pesadumbre. / Parece que los ojos se vacían de uno o de simple ausencia / y dices que es un “arte difícil” la trayectoria / el vaivén de las hojas fue un cambio ya planteado desde antes: los muertos, la secoya, la letra de ese dolor en el costado. / No sé qué prefieras, si el aturdimiento, o el fulgor de las cosas que son alas / un descenso individual en las extensiones del hielo, el amarillo digno de una sola antena que sobresale desde la ventana─ Tenuemente lo perdiste todo, dices, el oro y el instante, el viento en el boulevard. De qué sirve / “es difícil” / “perder” / tan sólo equívocos. Podemos hablar más de la luz del sol que del lenguaje, pero el lenguaje y la luz se ayudan mutuamente… Hay un efecto ante las pérdidas: el pensamiento sucumbe, y quizá no importe / pero el pájaro emigra a otra tierra de un cielo parecido a este cielo. Todo podría ser igual: la pérdida, el arte difícil de nombrar y poco importa la garra de esa ave detenida en el olmo / “amadas víctimas”, el nivel del agua del estanque, una garza extraviada en el lenguaje ajeno. “Parece que perder no es un arte difícil.” / Toda catástrofe es piedra─ Una avenida, un patio solar, la mesa en la casa de tu madre para tomar el té, el gorjeo herido del gorrión y las verduras, dice, son “amadas víctimas” / el auto que asciende es una mañana y arrayanes y olvido, dice, aunque es difícil encontrar una frazada frente a mi cuerpo repleto de anestesia. / “La luz del sol”, “el lenguaje”; la luz del sol en el acantilado y en mi espalda podría ser otro cielo, una ”víctima amada”: sí se desvanece el aliento y hay perdigones en la pérdida, dice. Hay un símbolo en el muelle, en ese pozo de caballos y de sombras. / Perder significa un revólver rojo en la respiración del hundimiento.
Luis Hernández mucho antes de llegar a Santos Lugares
Fue en una entrevista: ─En tu poesía hay una referencia al mar y al sol como elementos que priman… ─Ah, ya, por no pensar en otras palabras. Con eso basta. Es un material cromático. Nada más. O sea como siete colores, que son: el mar, el azul, el sol, el cielo, la neblina… ─La neblina también? ─Claro. Esos los uso para hacer todos los poemas[1].
Por no pensar, todo sucede desde una esquina. Así pasa el mundo y El elefante asado, que “fue una época de mi vida aburrida”. Y hablo del gato frente al piano. ─Nunca estuve loco, sabes?, lo inventaron ellos, cualquiera de ellos. Y amé en lo oscuro. Lo recordaría, como al viejo de Sábato, como la velocidad del tren que me espera o aquel gendarme de azul y esos loqueros. Lo mío es otra cosa. Podría ser un cartero o ser feliz. Lo único que fui: médico. Pero no me interesa recordarlo. Hoy el día es amarillo, como algunos seres.
─Pero no te gusta la música como te gustan las esquinas? ─No. De hecho, la cosa, la respuesta –eso es lo único de médico que tengo- es vivir, o sea no importa lo demás. Hay una película japonesa –dicen que es una de las mejores del mundo-, se llama Vivir. Lo único que me gusta es el título. Es el título más hermoso que he leído en mi vida.[2]
Están chillando las aves. Quisiera que dijeran Perú, o Chopin, o Chanson, o Amor, pero sólo chillan y hay en tus ojos algo demasiado firme, quizá una niebla solitaria, o el cielo de las sábanas tendidas frente al mar, o algo así como una nube verdadera en un campo ruso, o mi barrio de Lima, mi ciudad, mi Sol, o La playa inexistente y los cuadernos comprados antes de ayer.
Soy aquel que dobla solitariamente las esquinas. (Luis Hernández).
etc.
Canción de Tokio
Medio cuerpo, tan solo medio
cuerpo y alguna flor de loto o un estanque.
(Hay caballos frente al aeropuerto):
una película de Ozu. ─Blanco y negro, pálidos animales,
nubes del último otoño a la salida del bosque.
Hay un grupo de comensales entre los arbustos:
la nieve prolifera. ─El viento:
la escritura es un muro.
Alguna vez me recliné a recolectar arroz del sembradío:
largas planicies por donde cruza el tren:
─una película de Ozu:
sólo quietud. Ellos comen pescado de una bandeja.
(Cojines de satín y pies descalzos):
esta es una escritura visible del otoño, Tokio y los cerezos. La casa
de papel podría derrumbarse.
Es largo el aliento, Kuong, sobre el sol y las cosas:
caliento para ti el sake. Una cerilla encendida es mi amor:
una película de Ozu, Tokio Story. (Nada sucede en la familia).
─Caminé entre luces y vértigo. Podrías volver con el mensaje: “la bóveda del cielo tiene
una escritura fracturada”. [1] Fragmento de una entrevista realizada al poeta peruano Luis Hernández por Alex Zisman, publicada por Correo de Lima. 5 de junio de 1975. [2] Ibid
Leòn Plascencia Ñol (Jalisco, México. 1968). Poeta y editor. Es director de filodecaballos, editores. Fue director de la revista Parque Nandino. Colaborador de periódicos y revistas de México, Brasil, España, Estados Unidos, Colombia y Nicaragua. Becario del Fonca en dos períodos y de la residencia artística otorgada por el Ministerio de Cultura colombiano y el Fonca. Entre sus premios se encuentra el Nacional de Literatura Gilberto Owen 2005 y el Álvaro Mutis (México-Colombia) 1996. Entre sus libros están Enjambres, F.C.E, 1998; El árbol la orilla, Canadá-México, Ecrit des forges-filodecaballos, editores, 2003, Apuntes de un anatomista de ciudades, 2006 y Zoom, Aldus, 2006. Realizó con Rocío Cerón y Julián Herbert la antología El decir y el vértigo. Panorama de poesía Hispanoamérica 1965-1979, filodecaballos, editores, 2005. Fue director editorial de la revista México Design. Ha traducido a poetas de lengua francesa y portuguesa. |