Gonzalo Muñoz |
|
|||
«Príncipes venidos de las alturas a perder la piel», «franja de carne abierta por la sal», «cabezas chorreantes»: pedazos de textos escogidos al azar, podrían dar testimonio de una poesía que a su vez es testimonio del hombre. La faz y la máscara juzgan de manera distinta. No ceden los textos al lirismo ni al coloquialismo narrativo, ni escapan al discurso político. El verso tradicional prácticamente no existe —lo que se da ya en sus libros anteriores—. Los textos son fragmentos que mutuamente se alimentan, pero son al mismo tiempo yuxtaposiciones, mutilaciones y fragmentaciones que responden a la naturaleza de la Historia misma: instantáneas, visiones congeladas y montajes en los que desfilan cinturas mutiladas, torturas, muertes o ceremonias macabras. (E.S.)
fragmentos de este
desde que se encendieron las luces vaga abandonado, seguido de cerca por su propia sombra reflejada en los paredones al paso, que entran y cortan sus miembros: columnas, grandes fotografías del paisaje, primeros planos, voces desmesuradas al fondo, grabaciones dobles, ecos de galerías de arte, consignas, murales cayendo a pedazos, recorridos, callejeados, lamidas sus manchas, grietas, sus agujeros acariciados por manos sudorosas, innumerables dichosas caras bañadas de sombras. que el cuerpo adopta como suyas. TRAZA CAMINOS con las uñas que afiló a lo largo de las vitrinas como afiló sus lamentos, para dejarlos derramarse a través de bocas sin dueño, desde su blanco cerebro presionado enflorado de rosas como sus uñas marfileñas que aprietan las hojas arrancadas del dia- rio común (cruza el telón con la memoria disparada) y aún resuena en sus oídos la pasada de la película que lo llena de fulgores
/...bajo las rocas pastan los olvidados animales, muertos, se siguen silenciosos, apretados contra el muro, emiten voces (sobre ellos ha caído alguna culpa pues los buscan a todos) y alucinados se escabullen con sus lanas manchadas de rojo seco. son marcas en la distancia, deambulando entre las piedras atravesadas del viento seco del este. esos príncipes venidos de las alturas a perder la piel en las alambradas, cercados por reflectores, ahora miran hacia los montes que adoraron y descubren: blanco, el lugar perdido. antes los dirigieron a los caminos y ahora ya sin dirección ese tránsito, ese vagabundeo, ese extravío es lo que amenaza los sueños. según informes: creyeron que se habían ido a lo largo de los valles escapando, fugados o asolados por la duda, caídos a las aguas correntosas, estrellados en los desfiladeros. otros repitieron estas narraciones, hicieron circular escritos falsos. sorpresiva ahora esa presencia muerta, creciendo, multiplicándose en su última reunión callada, desplazándose en silencio, pisoteando la yerba pobre. sólo sus respiros entrecortados, AH, AH, AH sus exhalaciones enfermas (esa piel de otra piel que roza toda manta rota)
AL ARRANCARLAS DESCUBRIERON QUE TENÍAN VOLUMEN, LAS TIRARON AL SUELO, SE LAS TIRARON CARA A CARA PARA TENER ALGO QUE CONTAR MÁS TARDE, Y AHÍ DESCUBRIERON LAS INSCRIPCIONES EN CADA UNA DE LAS CUATRO (HECHAS EN LA OBSCURIDAD). REGISTRADAS SUS FACCIONES MÁS OCULTAS. PARA SABER DÓNDE TIRAR.
1. anteriores cadenas de quebrantos, la memoria. desastres contra escarpadas en esas costas como espadones, quiebres. así de rasgadas se liberan concéntricas alcanzando la página granulada de la duna —ésas— las ondas del naufragio, salpicaduras de luz insana en el fervor de la salada lengua que recorta —y cosmética loca— de profundas algas esos besos, dibujan los muslos guerreros de la salvada de las aguas (hijas del pueblo) rodeada por su descendencia del chorreo, su piel conserva el brillo de la tela en sus puntos de anudamiento, acorazada y desnuda esa amante en pose de relajo yogui y a esa nueva hora en que su tensa nalga refleja el cobre como en su anillo hundido —franja de carne abierta por la sal— asaltada por el neón del cielo, en el paisaje de la inmolación, suelta como sus velos dejados descender de la carne en el rasguño ultimado que surca la granulada cama de su humedad, prefigurada la espesura o el lento peso de esos miembros. y bajo arenas —el santuario interior— latido de la rabia oculta, pues asumida la violencia, todo es material de trabajo. sus rodillas como la nieve en alto, el cuchillo suspendido
2. descubrimos la luna multiplicada también en los adornos que le clausuran todas las entradas del cuerpo —perlas falsas del este— su rostro vuelto hacia dentro, lanzado al primero plano por el ardor de los nuevos tambores. ya no la paran, no su propia carne disparada. ahora de la calle al culto, a la reunión pornográfica, donde en obscuros anfiteatros embaldosados nuestros vicios comunes, solidarios, se muestran las rayas —sin ley— rajándose entre apretones que empapen las piernas ya desatadas, escribiendo su lujo en las banderas, aplastando a su paso la hierba larga, los juncos nuevos, erectos, del futuro.
3. abiertas columnas que su fiebre extiende paralelas, reflejando el ascenso de la línea de su vientre hasta su pequeño diente. y desliza en esa pérdida del equilibrio, un hilillo de plata bordado desde la boca encarnada hasta la voz perdida en el laberinto de su gruta más oscura, que ruge cuando el cuerpo la abandona a su suerte de conquista por otros cuerpos, que vienen a caer en esas molduras vacías, rodeadas de serpientes veladoras como fantasmas que se arrastraran más allá de sus cuerpos por la arena, atravesados de lanzas cazadoras sus pliegues y arcadas, así cuelgan de las cabezas chorreantes de los lamedores, inundadas de cremosa espuma que salpica su faz oculta, latigan lechazos su temblorosa grupa, su máscara de dorada muerta que volverá a gritar con más fuerza
4. amanecen atadas a los troncos que se les meten, sacrificadas al sol helado de otros contornos: sus senos, sus vientres, sus muslos bañados, separadas las nalgas en torno a las ramas que sí las hunden en esos anillos. ellas separadas en cruz espejeando contra el mar, sueñan con la inversión del volumen que las rodea. en el interior de sus almas —susurran— se autoestimulan, prisioneras de los reflejos más externos, la caída es el acceso y recorridas por dentro, son otras. (me acerqué a acariciarlas, a lamerlas impune) no cesan mientras tanto sus temblorosas oscilaciones, la columna trizada de su goce, el nervio tensado que las hace desgarrarse aferradas a la sudorosa que las toma con fuerza, hasta abrir ese llanterío en imprecaciones, justo al momento de saber que lo de adentro se sale, se escapa, se viene, se corre, se acaba (primeras actrices todas)
SE DICEN: PINTURA, PINTURA. EN LA GALERÍA HUECA DE LAS CABEZAS SUSPENDIDAS ALLÍ, POR EL SOPLO DEL CUERPO DE BAILE QUE BEBE DE ELLAS. VOLTEADAS, TODAS LAS CIUDADES TIENEN SU REVÉS COMO LA PIEL VIVA —A TRAVÉS DE TANTAS BATALLAS PERDIDAS— BAILADA EN CUATRO PIES, ADORNADO SU OSCURO SURCO CON CÍRCULOS AMARILLOS (Y EL VIENTO CALIENTE LEVANTA LA TIERRA ROJA COMO TODO ESCENARIO DEL GOZO DEL ARTE)
QUIÉN SINO, ME VA A LEER DE ADELANTE/ATRÁS
1.
LAS MANCHAS SE DESLIZABAN DE ARRIBA ABAJO EN SILENCIO
tiñeron los grandes planos de papel colgante, blancos vendajes, ondeando sobre los obscuros rincones de la pintura interior, donde pintan de leche también sus extremidades, goteantes, danzan y las albas orillas de río embaldosado reciben gotas de blanco seminal de lo que viene (arrastradas por la carne de cuerpos que flotan). el papel de la piel multiplicado de manchas, recorrido por blanco amarillo, blanco azulado, aplastado hueso sobre cenizas, polvo sobre polvo, la blanca tela surcada por islotes que van quedando en la retorcida, el sueño, la utopía
—yacer en la blancura—
PINTAR UNA SOLA LÍNEA SIEMPRE
frente al muro encalado, pegoteada contra sus bordes, abierta de aristas, quebrado el cuerpo todo vendado, su mano escarchada se pierde en el corte, sólo la guía el olfato de clase en la noche vacía —yo sé cuál es mi enemigo— y el brochazo de cal separa su carne, la divide hasta perderse donde ella gozosa quiere que los reflejos la bañen frente a la multitud que a gritos apoya sus golpes, y mientras encala la muralista, ora por su línea. perspectiva islámica —dice
—la blanca túnica rajada atrás—
TOMÓ EL PINCEL CON AMBAS MANOS REALIZÓ DOS MOVIMIENTOS CERCENANTES
ritual del corte, empuña muda el arma enemiga frente a la foto de los blancos vestidos caídos en escena, arrancadas sus ropas interiores, banderas a la orilla de los ríos, así el agua las desmancha en la ventolera, las borra de suturas tras el paso, tras la abertura de la alba mejilla donde todo el ataque es goteo que llueve —donde tu único gesto es arrancar la tela— gritó, si esa mordedura que arrastró tus labios por el callejeo, si castañetearon tus dientes por la ropa blanca tendida en las marginales, si se arrastraron así, no habrá más nieve
—cercenaste tu interior herido—
EL CAMINO ES LA DECAPITACIÓN —SE DICE
atravesando el amanecer rojo, después de la noche quebrada en el lecho revuelto por los voluntarios de oriente —encendida de fuego— grita la consigna de su espalda surcada por la caída de la cabeza, muestra los dientes entre movidas de pubis y se acerca al tronco del viejo poder —estrella de sus ojos— a dejar caer uno tras otro, sus velos y así, entrecortada en la danza —provocadora más allá del desnudo: número de agitación dedicado a los hermanos atletas por los sudores de sus brazos levantados sostenes del antiguo cuerpo en el patíbulo— irrumpe donde arrodillados se inclinan dispuestos a chorrear desde sus cercenados cuellos
rodeada de graffitis en las avenidas, se acaricia, la clandestina líder de los pintores del porno
ABANDONÓ SU CUERPO AL COLOR
alejada de los centros de la acción pudo ver el fulgor de las hogueras, como la hoguera de su carne desplazándose de punto en punto —ese fuego redentor— florecido el territorio de su cuerpo, saltó los límites en esa fiesta roja, quedando a disposición del desorden: hueco el que antes volumen, allí fue volteada, deshecha, la arrastraron a adorar ídolos a besarlos arrodillada, y llorando abrazados los barriobajeros leyeron en la historia de ese cuerpo obsequiado, su propio porvenir: ella desbordó la piel y el marco. ríos de lava desenfrenados a esa hora, bajaron de sus hoyos atravesados de jóvenes cuerpos combatientes y pintada la cara, pintadas las manos, no hubo identidad que la contuviera: dejó que su carne tomara la forma de turno
—han derramado sobre mí, pues soy su mejor bandera—
TODO ÉL, LA FILIGRANA AZUL DE LA MIRADA
en el otro momento de su avance se cierran tras él las puertas, las mismas aguas que se abrieran a su impulso en sueños. una forma de avanzar que borra su rastro. dice: quemar etapas sólo resta la débil sombra, la espuma del roce, no voltea, dirige la mirada al fondo y se niega a la salvación impávido en la textura ahora de su cara muerta. y desde la profundidad obscura emergen sus últimas palabras —cadáveres esas fonologías repetidas— a la exterioridad del brillo solar que las reconstruye y recuerda desde ellas la configuración de sus labios, sin freno ni aliento
—perdí toda distancia—
X
EXCITADO POR LO QUE NO SABE
—atado al tronco— aún cruzado por el viento, está erguido suma y resta a esa cifra que lo corona la cicatriz de su propia angustia repetida 2 veces no hay otra búsqueda que el pago de esa caída por la caída: el poder y el centro de sus giros está en la fuerza que sus pasos ponen en ello su poderoso cuerpo, el logro, como homenaje la aventura de sus desplazamientos en torno al poste —columna del centro—
éste ha crecido para provocar la caída que ya inevitable, llene de nuevo sus ojos en esos desiertos, para vivir, de su brazo poderoso como héroe en línea perdida
ése es su peregrinaje desde el momento mismo en que vio caer la cabeza: doble corte en el punto más fino del cuello rodeado de los hilos de su cabellera, y estiró inútilmente la mano, para darle apoyo, pues lejos de él, rodó entre las piedras y pequeños matorrales ásperos.
comprendió la ronda y cruzado por el viento allí pasó la noche programando sus días
AL ALBA SU SEGURIDAD VOLVIÓ A NACER DEL ENIGMA
1. con los primeros temblores que atravesaron sus miembros en movimiento, productos del viento que arrasa, caliente tierra, vaho de fauces y carnívoros perdidos / adivinó el síntoma, la cercanía del parto de nuevo pelaje — frente a su piel brillando tras la arremetida, el rastro de la piel pasada en la piel es aureola y corte / de ahí nació
desde su cuerpo desnudo de raptada por la violencia de la épica olvida toda infancia / descifrando por esos dolores el nombre propio / allí regada a lo largo de sus piernas la baba de sus letras, hilillos
se desgarra de la penumbra como del velo que la antecede y frota frota sus ojos desde esa posición caída, evocando su fuga / donde ninguna ligadura ya cruza x sus carnes, ni el ruido de rapiñas en la fiebre nocturna
(se alejan entre tambores las pisadas de los asesinos)
3. CUBIERTA DE ORO CORRE ARRASTRANDO SU PROPIA SOMBRA. LA DE LA MUERTE
ornamentada ha entrado a las noches de juego sin más ropaje prestando su aventura al relato su arte propio desde donde por la sombra empezó a conformar su torsión allí se jugó ella toda la rabia de muerte en sus quejidos por su primera carne —envainada desde atrás— despojada ofreciendo el recorrido a cualquiera del accidentado desate de su piel abierta allí en ese regreso del día luminoso la gruta aún tenebrosa junto al matorral arrasado de la otra ribera sacra — y ésta, ahora atacada, antes fue prohibida — acceso de la condenación donde lustrosos se enterraron en la materia los extraños que enloquecidos quisieron beber de su cerebro, aplastándola boca abajo contra el paredón donde ella yace incursionada ya, estallada por la dureza del túmulo vivo estatua bajo la que ella cumple —insertada— su condena dientes apretado — ella altar de ese tensado que la empuja a entrar en el anilleo del ardor donde pierde el hilo cae a tierra no entra en el juego pues la flecha rígida la atraviesa mortal y doblada, desde su barro se vuelve para sentir que la han partido de la grupa al ocaso y sin embargo se sabe de alguna manera gloriosa
5. VUELVES LA VISTA AL ESTE A LA CIUDAD AMURALLADA
pastos largos mecidos por el viento son el cabello de la meseta donde te quieres encontrar con sus restos para arrastrarte junto a la sepultura, rastro de millones a su paso aplastan otra vez ese tejido del enigma de tus pasos siguiendo los fantasmas de los anteriores que han pasado — cuerpos de la historia — aplastando el gesto individual conquistado el primer paso y superado por la entrada del conjunto — no hay muerte que los desanime — Este sigue su camino en pos de los otros que vengan a sumarse a su caída aventura la del futuro tu herida sangrante no puede ser sólo la bandera que cubra una carne, sino un punto entre otros de una tierra embanderada que ondula al viento como el largo pasto, como los millones que pasan aplastándolo tu decaído llanto propio repite a los otros en su dolor —el coro de voces— aunque sólo el viento te silba en la cara, aún en tus ojos brillan fuegos pasados / por quemar/ y tus lágrimas arrasan las huellas del sendero y los otros se tapan la cara al verte, pues en una mano — cráneo y en la otra — entraña
TODOS BUSCAN A SU AMANTE MUERTA EN LOS PAREDONES MÁS ALLÁ DEL DOLOR EL CUERPO NUEVO RESCATADO
6. SUS ÚLTIMOS INSTANTES LOS OCUPA EN TRANSFORMARSE
la muerte vestida de llanto, arrasada la carne navega ahora por ese océano del cual se dice — muerte de la amada / viaje sin regreso — muerte que excede toda vigilia de costas que se alejan en la distancia repetidas en todos los bordes de esa profundidad sin medida donde se está cerca de la más completa obscuridad — sabe que volverá a vivir— dibujadas las siluetas simples ecos de lo sabido — eso creímos — pero el nuevo saber vino de su boca muerta de todo lo dicho en torno al pliegue de su viaje fijado desde antes del encuentro, en la letra de la canción releída, ese sueño repetido todas las noches, a ella la tempestad le acaricia la cabellera hilos en torno al cuello fino, como otra mano — traición del amor / rotura de muerte — viene a decir yo separé este tronco de sus labios como la voz de Dios irreconocible sobre la espuma seduciéndola a ella temblorosa — no le temo y como miles seré su amante — aferrada a la espalda de ese gran animal que ondula entre sus piernas,
entra al nuevo conocimiento de perder la noción de su sueño arrastrada por las fuerzas vivas
ABANDONA SUS PROMESAS A SÍ MISMA SE HACE NÚMERO
10. EX.
sumamos entonces a la lectura anterior un nuevo eco, doblado, que recuerda a la tumba de sus desvelos / una lámina volteada sobre las pasadas manteniendo al cuerpo sellado en su interior, series son el resto de inviernos mudos
las paredes superpuestas del lecho blanco sepultura
Ex-citación del cuerpo en su papel de muerto recorrido del pozo sin fondo
PUES NO FUE UN CRIMEN PERFECTO EL QUE NOS COMETIERON
NI EN LA ORILLA —IT
11. EX.
— no fue así — no fue aunque en la obscuridad pudo haberse perdido del todo en su cara escrita — estrecharla — nunca más se supo no supo siquiera si leía / no la inscripción, pensó / ese enigma — el párrafo — pues en voz baja el susurro a , sus notas porque asido, tomado ni los ropajes, ni el collar esquela pues se encontró con el rostro vivo de la mujer muerta para hacer el amor sobre el libro derramado en el duro mármol el calor de esquinas que lo reciben
constelación de entre sus muslos EXHUMACIONES/EXHALACIONES citado por el hueso —trenzado— se vacía su recipiente fósil a como corre goteando entre su polvo el semen nuevo de la estrechada sus hilos de plata
torrente de estrellas EXCAVAN UN NUEVO CIELO
EN LA ORILLA — ELLO
Gonzalo Muñoz (1956). Exit (Santiago: Archivo, 1981), Este (Santiago: Talleres de la editorial Universitaria, 1983) y La estrella negra (Santiago: Francisco Zegers, 1985).
|