Diego Maquieira



 

Tal vez los textos que continúan sean los únicos en nuestra muestra con referentes geográficos concretos: diversos lugares del Perú. Las alusiones culturales y coyunturales son un pretexto en este gran vuelo, en esta aventura desde el cielo.

 

Los poemas constituyen una sola secuencia en la que también hay espacio para los aspectos más difíciles de abordar, los que son inevitablemente eternos: la muerte y el fin. «como el día va hacia la noche / Esta vida / llegará al final para todos». (E.S.)


 

 

de los sea-harrier en el firmamento de eclipses

  

 

i. volábamos como un mar mareado

 

 

El cielo salió de noche como un contraeclipse

dejando de no creer a los espíritus insomnes

a las pocas mentes que aún soñaban

con parar la matanza en los enormes despachos

del convento de la Catedral de la Moneda

Mientras, los prisioneros de la luz, los celtas,

los boy george, los druidas y los hunos

levantábamos el vuelo y subíamos la luz

desde nuestros hangares fondeados

en el cañón del Urubamba, mama Perú

Volábamos en nuestros acojonantes Harrier,

volábamos como un mar mareado

jubilosos de perpetuar el ataque

a los Mig franceses de los milenaristas

que ni con todo el sopor de sus profecías

intuían esta vez la que les esperaba

Los íbamos a devolver a Dios a estos pendencieros.


 

ii. en un cielo con dos mil años de vacío

 

 

Ya los Harrier fuera de pantalla

en un cielo con dos mil años de vacío,

parados esperando la consagración de las utopías

con nuestros abrigos de astracán puestos

y nuestros gorros de Rembrandt

recibí la venida a ver de un olvidado amor

La Sor clona Cósima que me zampó su belleza

y que ahora venía a incendiarme mi Harrier

acusándome de besar a Judas Iscariote

abandonado a su muerte por el Mesías,

de hacer cundir el desaliento en la florería

y de pasarme al bautizo de Gaetano Stampa

La dejé ir imaginándomela como un polvo perdido

sobre mi asiento descapotado, aunque sabía

que el tocarla haría reventar la cabina

y que el amor podría significar la muerte

arruinando el sueño de la guerra infinita

Pero como un inflado émulo de Garcilaso

apenas un momento antes de sucumbir

Me sobrepuse y le recité conmovido a sus ojos:

Estoy continuo en lágrimas bañado

Rompiendo el aire siempre con suspiros;

Y más me duele nunca osar deciros

Que he llegado por vos a tal estado

Que viéndome donde estoy y lo que he andado

Por el camino estrecho de seguiros,

Si me quiero tornar para huiros,

Desmayo viendo atrás lo que he dejado;

Si a subir pruebo en la difícil cumbre,

A cada paso espántanme en la vía

Ejemplos tristes de los que han caído.

Y sobre todo, fáltame la lumbre

De la esperanza, con que andar solía

Por la oscura región de vuestro olvido.


 

iii. con nuestra lengua adversa de reggio calabria

 

 

Ya ahí

mientras yendo en Harrier por estas cabronas

y mamándonos el pedazo chupado a Garcilaso

con nuestra lengua adversa de Reggio Calabria

y nuestro malogrado medio hablar español,

seguíamos levantando vuelo como nubes a remezones

y armando un toldo de recepción acá arriba,

ma mientras esperábamos la llegada de Lacunza

aunque nuevos zarpazos nos devolvían la calma

Abajo se estaba armando una guerra de sórdidos

y ya no era cosa de salir del asombro

Capellanes fantásticos apegados a sus vírgenes

patronas se encontraban viéndoselas ahora

con unos dos mil Senderos Luminosos

que les salían por todos lados allá

en esos rayones del desierto de Nasca

De no creer que esos meandros desfachatados

intentaran levantarnos el botín sagrario

Decidimos ma mientras excitados darles puntada

Les enviarnos unos Harrier con bombas de racimo

y unos cuadros de exposición de Mussorgsky

como regalo previo a la masacre, al año nuevo

que les íbamos a dar a nuestros hermanos de luz,

aunque la luz se la íbamos a llenar de humo

Cuando nuestro radar se fue copado en sombras

dándonos la señal para la emboscada del cielo

Ataque jamás pensado antes allá en Chile

por ninguna raerte de espíritu de esta centuria

Ma mientras dejamos caer nuestros cuarenta cables

lanzados desde los flaps de los Harrier

atravesando los cinturones de Van Allen

y ahorcando a los Mirage escoltas milenaristas

no caídos, no bombardeados, no redimidos

sino subidos para acá arriba como Pentecostés,

como claraboyas para no perderse el vacío eterno.


 

nuestro portaaviones a vela

el atolón luciferino

 

 

Después de haber dejado sollozos a los milenaristas

columpiándolos por un rato sobre los decorados

enfriamos los Harrier rumbo a guardarlos

a nuestro lujoso paquebote en medio del mar

El Atolón Luciferino con sus novecientos

metros redondos de telones

abrían los ojos a la belleza

Fue una recepción sin atentados y sin represalias

Llegamos con atados de clonas y con sacos de alcohol

Yo traía mi reposacabeza y mi sillón ampliado

para regalárselo al ministro Coritani

que nos esperaba con animales salvajes sueltos

en cubierta que parecía un desfile de abrigos

de pieles. Fue una gentilidad del Premier

habernos puesto un coche con capota de seda

tirado por cañones españoles que los druidas

usaban como monopatines.

Nada raro seguíamos chupando como feligreses

y bajábamos a abrazar a nuestros aliados

Entramos besando y festejando a las nobles familias

Genovese, Gambino, Lucchese, Colombo, Bonanno

Los alojados estrella a bordo del Luciferino

y de una alegría que los bolas milenaristas

desconocían y le temían como a sus demonios

Ma mientras nos venían rastreando unos buzos

que entonces interceptamos con esparcimiento

y les dejamos ver el momento en que saltamos

en mulas por los lados del portaaviones al mar

a bautizar a las clonas y a llenarlas de gozo

Nos quedamos ahí montándolas en medio del mar

hasta que subimos a echarnos a los toldos

de la privacidad.


 

el purpurado de charol

 

 

No parábamos nuestra alegría de bacanal,

nuestro delirante cortejo de matanzas

y desórdenes continuos

allá abajo en el hoyo del mundo

Veníamos saliendo del Les Assassins

del restaurant Les Assassins en Chile

muy curados, curados como frambuesas,

veníamos los Giorgio Armani, los Gianni Versace

y los también Gianfranco Feltrinelli,

ya de regreso a subirnos a los Harrier

parados afuera frente a La Merced

cuando nos topamos con la abadía falsaria

Demonios,

Demonios, pero si es Georgie Boy otra vez

trayendo a sus fiambres devotos del Ayuntamiento

No sé qué infinita mala raja

lo traería hasta nosotros

pero fue precioso verlo paseándose de noche

con su sotana que parecía el acantilado.


 

muerte en el cielo de phillip rastelli sobre un mármol remolcado por los harrier

 

 

Despegamos del portaaviones Ninguna Esperanza

con los Harrier flameando

Por primera vez los hacíamos flamear

y navegábamos con el ancla abajo

para enterrar al mar hasta secarlo

Fue la impiedad

Subimos la poca vida que le quedaba a Rastelli

a un tablón de mármol y lo amarramos

Maluego amarramos el mármol a cuatro Harrier

y remolcamos a otros nueve que iban de escolta

subiendo para atrás frenados y dando elipses

en largos relevos taciturnos y eclipsando

Porque ya eclipsados desaparecían del cielo

y el mármol se movía como la marea,

mientras las Burroughs metían mente

en la coordenada subida de los Harrier

No era el momento de empezar a funerarlo

y arruinar su sueño de morir en el cielo,

pero ahí iba Rastelli despachado en el mármol

y con la mama alcohol en el abrigo

hiriendo de muerte a los poco intensos

que se quedaban ahí sollozando como

el infinito escarnio que les sacaba

Rastelli        ya casi debajo del mármol

Más al cielo nos esperaban unos Harrier‑Cargo

montando unos cortinajes rojos gigantes

que le habíamos pedido al coreógrafo Toesca

y que hacían entrar al cielo en penumbras

En ese parqueadero le untamos la pasta macabra

mantenida en celo por los iniciados celtas

dejándolo embalsamado en estado de explosión

Porque Rastelli iba a volar como una bandada

cuando se desmoronó sangrando en el mármol

Pero el búho infausto intuyó que venía el eclipse

y se desbandó del cortejo y apartándose zumbado

hizo cavar su alma en el tablón de mármol

para hacerles un radar a los milenaristas

y esbozarles un sueño que a sus demonios

no se les daba ni en pesadillas.


 

sermón dado a phillip rastelli antes de morir

 

A la balada de Cable Hogue

A Sam Peckinpah

 

Predícame un sermón de muerte, Luchino

No me hagan un santo

Pero no me arrojen tan profundo

 

Estamos reunidos aquí

Ante la vista de Dios

Y de toda su gloria

Para que descanse Phillip Rastelli

Nuestra oración es por este hombre

Compáralo con los ángeles

Si lo invitas a un buen bautizo

Pero tú sabes Señor que aun así

Podría ser uno de ellos

 

Como todos

Phillip Rastelli vino al mundo

Nadie sabe cuándo ni dónde

El vino tropezando en Calabria

Como un profeta antiguo

Qué bien suena eso

Pero sería mucho peor

Si no acogieras con bondad

A Phillip Rastelli

 

Mataba demasiado

Era codicioso como pocos

Tal vez no respetó a nadie

Pero era impecable en eso

Ricos o pobres

Recibieron sus atentados

 

Cuando Phillip Rastelli murió

No hubo un restaurant en Calabria

Que él no cerrara

No hubo una estrella en el firmamento

Que él no financiara

No había un hombre

A quien él temiera

 

Ahora la sangre que él venció y amó

Lo ha cubierto finalmente

Ya se ha ido hacia el gran torrente

De los años

De las almas que pasan

Y jamás se detienen

En varias formas él fue uno de tus reflejos, Señor

Pero si piensas que no lo es

Debes recordar que Rastelli

Vivió y murió aquí en Calabria

Y estoy seguro de que el infierno

No es tan caliente para él

 

Jamás fue a la cárcel de Champ Dollon

No pudiendo hacerle eso

Todo Reggio Calabria fue su mamá

 

Levantó su cabrón Imperio

Pero fue bastante hombre

Para abandonarlo

Por el amor

Cuando llegó el momento

 

Señor, como el día va hacia la noche

Esta vida llegará al final para todos

Decimos adiós a nuestro amigo

Y como dice la familia

Encontró a Dios donde no lo había

Pero conociendo a Phillip

Te sugiero, Señor

Que no lo tomes a la ligera.


 

Diego Maquieira (1951). Upsilon (Santiago: Printer Ltda, 1975), Bombardo (Santiago: Laboratorio fotográfico, 1977), La tirana (Santiago: Tempus Tacendi, 1983) y Los sea-harrier en el firmamento de eclipses (Santiago: editorial Universitaria, 2004).

 


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