Armando Roa |
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El regreso a la literatura. Roa es el tejido de las intertextualidades, que no son esos torpes juegos de citas a la moda, sino las prolongaciones de modos de un mismo hacer, manifestados en sutiles texturas.
Vuelve a Pound, y a través de él, a un gesto que recorre nuestra historia: no existe el plagio en poesía: poesía es eco y resonancia, contigüidad.
Viaja, abstrae y nos lanza —desde sus propios brillos e intensidades— a aquello que atraviesa todo arte: eso: los hondos, los últimos reductos humanos (J.I.P.)
de el apocalipsis de las palabras / la dicha de enmudecer (santiago: Beuvedrais editores, 1998-2007) de el apocalipsis de las palabras (a la manera de maese old bob browning)
maese old bob browning en meditación (centon)
Sepultado tan hondo entre polvo de tinieblas, cuando los días se vuelven áridos e inexpugnables, yo, old Bob Browning, con el ánimo firme a pesar de la vicisitudes, mientras yazgo en esta cámara mortuoria pudriéndome a pedazos, lejos de las envidiosas multitudes, voy dejando que extraños pensamientos susurren en mi oído, pensamientos acerca de la vida como una noche que llena un largo sueño.
¡Ay, mis hermanos! ¿Es que vivo aún sin que nada pueda torcer los aciagos mandatos de la fortuna? Inmemoriales máscaras han habitado mi rostro en un festín interminable: Gandolfo, Sordello, Paracelso o Juan el Agrícola. Ahora descansan junto a mí por los siglos de los siglos, en este nicho de basalto que cobija mi carroña. ¿Mi carroña? ¿Serán de ella “todos mis ayeres”? Pues la muerte, lejos de vendar mis ojos, a duras penas me ha clavado a la Eternidad simulándose indulgente y cautelosa. El Agrícola lo dijo “pensamiento y obra de Dios se reúnen para henchir su dolor por mí, que fui creado porque ese dolor necesitaba de algo irreversible, comprometido solamente en contenerlo”. ¿Los designios de Dios? Fue Él quien postró mi alma en este hosco baile de la muerte, donde he buscado sin fortuna perseverar en mi fin. Ignorante de mí: la muerte es también encadenarse a un presente que no nos deja morir gozosamente. ¡Gozosamente, mis hermanos! Y si ahora me dejo amortajar por estas monótonas palabras, ¡tanto mejor! Aun cuando sólo sea para trazar con ellas los ademanes de una máscara en la que vanamente intento esconderme. ¡Una astuta maquinación, habría dicho Fra Pandolfo! ¡Cuando las viejas esperanzas caen al suelo!
A la manera de Vasko Popa
De par en par nos abrieron las palabras. Las palabras, con sus torpes ademanes, gastándonos de boca en boca, dejándonos a la intemperie, cambiándonos de soledad. Nada cede su sitio a este frío, a esta vasta sombra, a esta noche irremontable de palabras viciando las cosas.
Lo sonoro nos invade por todas partes.
Ahora que las palabras nos han arrebatado la dicha de enmudecer.
A la manera de Eliseo Diego
¿Adónde? ¿A qué pudrideros fuimos a parar? ¿Para nombrar a quién?
El hombre, palabra menoscaba por el destino del hombre: el silencio la bautiza con su espasmo final.
De la palabra sótano
De tanto jugar con el lenguaje olvidé cerrar la puerta de la palabra sótano y la noche se desbarrancó escaleras abajo entre paredes que se ajaban en silencio y estertores de relojes y baúles polvorientos y un vago tumulto de pensamientos muertos. Todo se volvió subterráneo hasta perder sus raíces en medio de la oscuridad. Y entonces sentí que algo se despeñaba en la profundidad devoradora de mi boca hasta convertirse en forma sombría, en opresión de tierra y en proximidad de huesos.
De la palabra decaer
Compañera mía, aquí, entremedio de las sábanas, con tu carne adormecida, mientras mi silencio va cambiando de postura sobre la escuálida almohada del hastío.
Inhumados el uno en el otro. Mancillados en una misma tentación. Estamos solos. Con el corazón agotado. Sin ningún rastro de sueños. Sobreviviéndonos entre resacas y estertores. Entre disoluciones.
Atrás ha quedado la vida, como una sombra desvaída en un muro derrumbado.
El brusco despertar de nuestros miedos nos sacude y nos madruga.
Decaemos. Nos apagamos. Porfiamos un desfiladero final a ese “polvo enamorado” que aún ríe enloquecido después de consumar el velorio amenazante del gusano.
post scriptum
Una palabra, ya sabes, un cadáver Paul Celan
La tentativa de la palabra se rompe ante el mutismo desolador de la realidad. La gran aventura del lenguaje es, a lo sumo, una exhortación desde el silencio, un salto a la desposesión. Robert Browning (Maese Old Bob Browning) fue el verdadero precursor de la protesta contra la idolatría de la palabra.
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«Toda mi vida he deseado la existencia de algo más que palabras. Sólo he vivido para eso».
(Piotr Kirilov, de Los posesos de Dostoiewski)
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Verbalizar el mundo es, hasta cierto punto, una forma de maquillarlo, de disfrazarlo. Aun cuando la vida busque cincelarse en imágenes, las palabras, como escuálidos soportes, son incapaces de bruñir a plenitud el contenido afectivo de nuestras vivencias.
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Hacer de la poesía un acto de cercenamiento de la palabra. “Sabotear el pensamiento”, privarlo de sus lascivos tentáculos.
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El silencio, después de todo, es una liberación solitaria. “Incendiados los nombres” y desbautizadas las cosas: el apocalipsis de las palabras.
de zarabanda de la muerte oscura (santiago: be-uve-dráis, 2000-2005)
trenos de phillipus de arimatea: canon
i
Es el viejo Phillipus empañado en el espejo, ensayando en el silencio el sendero más estrecho, cuando razones y palabras ya no arden de su boca. ¿Para qué? ¿Para quién? Apenas un jadeo. La noche como un río que se curva. El húmedo cuchillo de la luna raspando las tinieblas. La escritura sin rostro de la muerte. La “espesa neblina de la sangre”. Saturada la esperanza, Phillipus de Arimatea emerge de un sueño entrecortado sin desplomarse todavía, como un fúnebre acróbata, en la cuerda más frágil del corazón, donde sólo se auscultan para él vanos estertores. El hombre, según Phillipus, es un pensamiento nihilista en la mente de Dios.
ii
Phillipus de Arimatea del otro lado de las “opacas vidrieras del mundo”, sin que nadie lo espere ni lo siga, con sus propósitos desmantelados sobre una mesa cuya sombra tambaleante se alarga en la pared, rehusando el alboroto matinal de la luz, imaginando que en tiempos oscuros los dioses no huyen, que sólo se esconden en las cosas pequeñas.
iii
Y dijo Phillipus: Al vino la sangre. Al pan el cadáver. Nada de trigo, padre, sino los muertos.
Desde la áspera tristeza de la carne mi sombra se encoge: no puede ver lo que tú ves con mis ojos.
Mis palabras, que nada sabes de mí, desmontan el poema y lo arrojan al desagüe.
Pronto caerá el telón.
Mis formas más oscuras se agolparán sobre umbrales extraños.
El pensamiento se disolverá ante el sollozo brutal de la pistola.
Seremos testigos, padre, de nuestra íntima pobreza. La verdad es una interminable agonía.
Entre el nacimiento y la muerte ocurre lo de siempre: la violencia de la vida en su inútil juego por aplazar el fin.
pavana lachrimae (incisos)
In memoriam Paul Celan
Es war erde in ihnen, und sie gruben.
v
Esa imagen tuya que devuelven los espejos. A solas te va menguando. Sin demasiados preámbulos. Te sorprenden tus gestos encaminándose hacia ti, desenvainando tu roñosa intimidad de enfermo. El cristal te sostiene con su fúnebre velamen, prolongándose y gastándote. ¿Testigo insobornable de ti mismo? ¿Has vaciado en él todas tus sombras? ¿Te has zambullido en tus latidos con tu corazón aún blindado por el odio? ¿Huésped? ¿Anfitrión? ¿Simiente? ¿Carcoma? Desde su fondo sin fondo emerges una y otra vez, sin saber adónde llegas. La vida te parece una frase demasiado larga. Ignoras quién es ese otro que se tiende a morir en la penumbra hueca de tu rostro.
zarabanda de la muerte oscura
i
Si te tocan, desgarra. Si te acogen, destierra Si te poseen, destruye.
No dejes que te hiera la maraña oscura de la noche, el torcido cauce de sus aguas buscando el nacimiento de la luz.
si te hermanan, disgrega. Si te cercan, disipa. Si te eligen, dimite.
No dejes que el amor fermente en ti su gran amargura de fantasma embalsamado que hurga en lo imposible sin saciarse jamás.
¿Para quién esta vida? ¿Acaso un error? ¿Un ejercicio de soledad? ¿La muerte que se agolpa a quemarropa, como un viento cortante, entre crepúsculo y crepúsculo? ¿La insidia de los dioses?
Los poetas advierten (sic maese Holan) al ordenar los elementos de la noche: «Vas abierto de par en par y, sin embargo, eres de pronto abatido por la gigantesca realidad de las cosas que fueron soñadas».
Porfía tu nada en los desfiladeros. Porfíala cuanto antes. Encerrada e inmóvil. Que te hiera y te cave. Báilate en ella sin esfuerzo. Cuando ya no te queden palabras en la boca. Cuando piernas y brazos y ademanes se disuelvan en un solo estallido de desesperanza y de miedo.
ii
El aire viciado de tu cuarto: la frontera que no salvarás.
Las palabras, como voraces alimañas, han ido clausurando todas las salidas.
El poeta, dices, es un malabarista de la muerte.
Por eso siéntate y espera. Ahora que la felicidad ha dejado de amenazarte.
kyrie (recreación a partir de David Gascoyne)
Duerme, Orfeo, duerme con la lira rota entre las manos. Bajo el regazo de la tierra te has encontrado contigo mismo. Ya no sabes por qué las cosas ascienden y caen, por qué giran y se vuelven a cerrar. No hay molinos que se afanen con tus aguas, con aquel mar distante que se escucha débilmente desde tus labios entreabiertos por los que alguna vez escaparon palabras perplejas, elevados vuelos del pensamiento bajo el sol. Todo se ha consumado: el vacío se obstina en tu perfecta oscuridad.
de estancias en homenaje a gregorio samsa (santiago: editorial universitaria, 2001)
rito de metamorfosis[1]
Kafka, old pal John Berryman
La oscuridad lo arañaba con su sorda telegrafía El miedo a ser aplastado cuando los ritos de la muerte ya se insinuaban sin desmayos ni tropiezos, saliendo de su cuerpo tras unas cuantas horas de tibia excavación. Las cosas habían cambiado. Gregorio Samsa se transformaba en una amarga metáfora de sí mismo, escindido entre la hoz y la siega, como un surtidor de furtivos hormigueos, con su rostro descaminado de su voz, con su sombra dilatada en la pared. Aún así, después de arrastrar culpas y deserciones, como túmulos de hojarasca, conjugando capitulaciones y despedidas, rendido a la rapiña de un escalofrío que lo envuelve por entero, pugna por erguirse, por acercarse a al puerta, aunque pronto se agazape aventando la soledad con el zumbido del insecto
* * *
El desconcierto se va angostando sobre la ruinosa anatomía que Gregorio Samsa no puede purgar. Es él y es otro. Pero no pertenece a ninguno de los dos. Albergando alientos extraños, movimientos ajenos, se repliega exhausto bajo el lodazal de su vientre. Nada se ciñe al dibujo que se pudre en el espejo. Sus gestos ya no pueden remontarlo. De la retama agreste de su cuerpo nadie sale a recibirlo. Con sus palabras estancadas como coágulos al torrente sanguíneo, Gregorio Samsa enmudece. ¿Un desenlace largamente previsto? ¿Un ir y venir desde mundos abyectos, fraguados en el horror, apuntalados en la carne como una enredadera asfixiante que se estrecha poco a poco? Por más que grite, arañe o aúlle. Lo han malquistado entre huesos y tendones, una máscara de nada, una voz que se reseca, el febril acoso del destierro bajo esa caparazón donde hombres y dioses lo aprisionan. Son las ascuas de Gregorio que consiente la batalla con su desolado escuadrón de fracasos
* * *
Franz Kafka ensayó la parábola. Su silueta de impostor lo había sobornado con la magnífica hospitalidad de la derrota. Los naipes ya estaban jugados. Sobre un rostro apenas visible dibujó la figura. Sobre una hoja desgarrada insinuó la palabra, fiel al coloquio del gusano, encerrado en el laberinto de una frase imposible de rehacer. Por eso la suya fue una suposición tardía No quiso creer en aquel rostro debajo de la máscara, en aquellos rumores descolgándose de su cuerpo como de una polvorienta estantería. Nadie le había enseñado los preceptos de la metamorfosis, la caricatura que arrastraba detrás de la representación: apenas un fantasma reptando entre encrucijadas de sombras, desarticulando vanas tinieblas, luchando por desenvainarse de la herrumbre que emergía de la piel
* * *
Ajeno al pensamiento, más allá de todo deseo humano, cuando las palabras no alcanzan los movimientos de la boca, cuando todos los ríos “afluyen al revés”, Gregorio Samsa, malabarista y prestidigitador, palpa y se retrae ofrendando al destino su cara de esperpento, ese saco mortuorio en el que los tedios se cargan y descargan. El detrito es su ritual. Entre visiones descompuestas, entre astillas de sonidos que zarpan desde las insolentes vociferaciones del silencio, saborea su alimento de animal insurgente eyaculado por el despojo.
Nada se oye. Una criatura muerta a merced de la carroña y sus arteras maquinaciones. Gregorio Samsa se despide del murmullo obsceno de la vida poniendo en marcha su lascivia de alimaña, succionando a ese otro que se ha desprendido de él.
gregorio samsa confinado en una pintura de francis bacon[2]
de francis bacon a gregorio samsa
i
Dejas que tu muerte se tienda a morir cuando te asomas al espejo. Sin yelmos ni corazas. Succionando ese cuerpo que se descompone entre la zarza y el espino, que “mastica un poco de aire y luego lo vomita”. Nada se esconde bajo el cuadro ni nada me borra de tus ojos, Gregorio Samsa. La vida es arrogante, tú lo sabes: hace de la nada una palabra sin traducción posible.
ii
El sudor que mana del cadáver te lo llevas a la boca: deseas que la muerte bese tus labios. Y repites con el poeta: «La marea de los hombres se seca aquí».
iii
La voz delgada del sueño resopla entre los escombros, mendigando en cada cuadro aquello que soy y que mañana se quedará sin mí. Aun así amo estas caras descompuestas, estas voces que siegan los pasadizos del museo donde yo mismo algún día habré de exhibirme, ya sin más que decir, abrazado a la tempestad de la muerte como un marinero que ha sorteado la última costa.
iv
A ciegas me encamino al lugar de la cita. Con mis cenizas aferradas al puño impaciente del tiempo. Cuando Gregorio acabe la putrefacción. Cuando la tarde le vaya cerrando la última ventana. Él y yo seremos parte de una misma simetrías, en este juego incestuoso del uno en el otro: un mensaje en el vacío, un dolor que nos fabrica y nos deshace, la oleada esquiva de un sueño que jamás soñaremos.
La realidad no ha sido demasiado cortés con nosotros. Por eso no estamos obligados a las buenas maneras.
de gregorio samsa a francis bacon
Aprisionado y solo en este, mi descenso, el itinerario final de mi alma, agotadas las libaciones —agua, vino y miel—, sin otro punto de llegada que la agonía perturbadora de mi sombra, cuando ya las palabras se hunden en la baldía madriguera del lenguaje, ensartadas a los mismos deseos que traman el destino con sus caprichosos tatuajes.
Es entonces cuando el engañoso pincel hurga mis heridas más secretas con su viscosa saliva que ondula colores aquí o allá, resumideros de estiércol sobre la superficie de mi rostro, desorbitando mejillas, labios y quijada, sumergiendo mi cuerpo en la tenaz neblina de lo irremediable.
Consumidas las apuestas, desbordadas las imágenes, sin nada ni nadie a quien salvar, el corazón humano bebe prodigiosamente con su maquinaria turbulenta.
All thou lovest well remian, the rest is dross.
Remontarse a uno mismo cuando se han esquivado las mordeduras del pensamiento, cuando no encontramos más eco que aquel que nos devuelve un espejo que borra y borra nuestra cara, perdida la fe en la vida después de la vida, con la Santísima Trinidad del deseo, el hastío y la muerte desgarrándose en el furtivo rincón del amor. He padecido la oscuridad de ese Dios que cierra los ojos cuando todas las luces se apagan en el lento atardecer de los hombres. Hago mías sus culpas, las agolpo contra mi alma —agua arremolinada en el estanque— aunque nadie venga en mi ayuda. Un corazón sin saldo. El sopor afiebrado que invade los sentidos. El hedor que mana del cadáver. La fragancia viciada de esa sábana con la que nos cubrimos de los muertos que cruzan sus miradas en nuestras noches de insomnio. Desertamos del paraíso. Nadie provee. Ni siquiera el Nazareno con aquella sonrisa desmedida que balancea en la cruz.
del cuaderno de gregorio samsa apuntes para un expediente del misántropo [selección]
In memoriam Elías Cannetti
La historia de las ideas es un museo fascinante de cómo el hombre ha ido decorando sus miedos.
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Desesperanza de Dios o de Satán, no importa. La revelación puede consentir cualquier dirección.
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Se evita demasiado a la muerte. Los perdedores, más que afirmarla, gustan de disfrazarla. Su hedor les repele. Su amenaza los asfixia. A menor grado de vitalidad, mayor es el temor a la muerte. Cuando el corazón está seco para la muerte también está seco para la vida. No hay vida verdadera cuando se niega la presencia de una fuerza capaz de desbordarla.
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¿El menos malo de los mundos posibles? ¿Cuál es el punto de comparación? ¿Una fantasía? ¿Una sombría especulación? ¿No sería mejor contentarse con que el mundo sea lo que es, sin exigirle atributos, sin necesidad de demasiadas revelaciones? ¿De dónde nos viene aquello del modelo, la necesidad espectral de un deber ser? ¿Estamos hechos de un solo trazo o estamos escindidos? ¿Soy yo realmente el que soy o soy acaso el que debo ser bajo la apariencia de un «no soy» que es en verdad «otro»? Lo que llamamos moral nace, supongo, de esta incómoda, inexplicable y hasta irritante dualidad.
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El lenguaje enferma demasiado al espíritu. Las palabras no son pinturas del mundo, ni mucho menos su frontera. La palabra es sólo testimonio del infranqueable abismo que se cierne entre el pensamiento y la vida.
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A veces nos sentimos habitantes de un paraíso repleto de manzanas podridas. No nos atraen los seres humanos en sí mismos, sino sólo su infelicidad.
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¿Por qué escribimos con metáforas? ¿Será porque existe una íntima comunión de lo creado, o bien porque repudiamos la individualidad última de las cosas?
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El enfermo es un privilegiado: nadie tiene más claro el territorio fronterizo entre la vida y la muerte. Cuando se pierde el control del cuerpo, se gana soberanía sobre el espíritu.
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Llevar consigo este magnífico diagnóstico de Bernhard (traducido Miguel Sanz) para no prestarse a equívocos: «Llegarán a muy viejos, me dijo una vez, esa gente llegará a muy vieja, su estupidez los protege como una coraza contra el paso de los años, no mueren de pronto como nosotros. Se equivocaba. Tienen enfermedades que duran toda la vida, que prolongan más aún su vida en lugar de acortarla, por penosos que sean, no enfermedades mortales que aparecen y derriban a los hombres. Sus intereses no los consumen, sus pasiones no los enloquecen, porque no las tienen. Su calma y, en definitiva, su indiferencia, regulan a diario su digestión, de forma que pueden contar con llegar a la ancianidad. En el fondo no hay nada en el mundo que los atraiga ni nada que los repela. No llevan nada tan lejos como para que pueda debilitarlos en lo más mínimo».
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Una vida sin fracasos es, en el fondo, una vida sin convicciones. Los fracasos son los meandros de un pensamiento que desea verdaderamente ahondar.
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La ineptitud para la sensatez es la primera condición de la imaginación creadora. El así llamado hombre higiénico —ese que finge equilibrio y compostura— no hace más que consumar la degradación de la especie.
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A la manera de Louis Zukofsky, fragmento de A-18: Quién imaginaría que aferrado al diccionario podría embalsamar el lenguaje, o que está en su poder cambiar la naturaleza terrena. Los sonidos son demasiado volátiles para restricciones legales. Encadenar sílabas o amarrar el viento son empresas nacidas del orgullo que se resisten a ser medidas por la fuerza. ¿Podrían los signos ser permanentes como las cosas? Para entender esto se requiere de expresiones menos abstrusas que aquellas que deben ser explicadas; no siempre son fáciles de encontrar. Las palabras cambian a cada hora; hay nombres que poseen numerosas ideas así como existen pocas ideas que contienen demasiados nombres.
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Escribir no por buscar cierta verdad, sino para reivindicar el sonido de ciertas palabras.
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Para quienes insisten en el mito del progreso, estas dos advertencias de Rene Char: 1. “La fauna cadavérica es omnipresente, incluso en los pañales del recién nacido”. 2. “Al morir hemos de devolver cuanto se nos prestó”.
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No hay nada más ofensivo que la verdad. Por eso, al tratar con ella, se debe olvidar la delicadeza y el comedimiento.
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Si hay algo admirable de Dios —de suponer que exista— es su falta de delicadeza para con el género humano. Cuanto más se piensa en la creación del hombres, menos útil se la encuentra.
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De Juan Luis Martínez, para un suicidario: «Lo real es sólo la base, pero es la base».
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El sosiego, esa modesta forma de cortesía al silencio. La pureza del lenguaje radica en la contención; la descarga lo anula. La palabra es sólo una fase desordenada del silencio.
De “Ejercicios de Filiación” (todavía inédito)
COLERIDGE
Yo, marinero victorioso de un sueño, ahora encallo en la náufraga pesadilla del poema: el rastro sin rostro de la música en el agua, la estela de los tripulantes moribundos, la palabra hielo afilada como el hielo, el pájaro hundido como plomo en mis labios, pesadilla con alas de gigante, verso inmóvil, sin latitudes ni brisas, sol escarchado en el corazón del horror, ay el horror, el horror, la palabra grito atascada en mi garganta fría, la cubierta del poema –pudridero, leprosario- abismándose en la interminable soledad de un océano sin océano en ésta, mi voz expurgada de todo morador.
GOTTFRIED BENN DESCIENDE A LA PALABRA MORGUE
Como en un escenario algo borroso la palabra morgue fantaseaba con un cuerpo macerado, - vientre verde botella distendido, comprimiendo el diafragma y el corazón, con un hongo de espuma en la nariz- sobre las manos yertas y terrosas del poema. La piel de los versos estaría fría. La posición de adjetivos y pronombres sería en decúbito ventral; algunas livideces se evidenciarían en los verbos y sus conjugaciones: Y la voz del poeta sería zona en declive: músculos mandibulares rígidos, jirones de epidermis desprendidos. desde un labio hinchado, edematoso: territorio familiar para una soledad menos definitiva.
HERMAN MELVILLE II: EL SERMON, CAPITULO 9.
Ballena en celo, obstinado arrecife de los suburbios marinos, ballena enclavada en la popa de mi corazón arponero, náufraga palabra alborotando mi garganta. Ballena en celo, nudo apretándose contra la nada: la nada es una parturienta que muerde, deletreándonos.
Ballena en celo, islote desgarrado al mar, criatura sin hogar: ven a mi barco y enjáulate a su travesía: o húndete como una pedrada que se ahueca en el vacío, gemido en retirada, fisura en la fisura, tajo sin atajo, voraz latido en deshielo.
Ballena en celo: tus miedos ceden terreno ante el gesto huraño de tus perseguidores: vaya tu inventario: escarpado corazón en declive; atardecer ulcerado por gaviotas sin rumbo; hervidero de orines marinos; osario en trasbordo; muerte en remojo. [1] Contrapunto a Agujero llamado nevermore de Leopoldo María Panero y a la Metamorfosis de Franz Kafka [2] Confróntese a Zarabanda de la muerte oscura, donde a su vez se ensayaban los siguientes contrapuntos: a Miserere de David Gascoyne; a El jardín de Proserpina de Swinburne; a Topografías de Heissenbüttel y Al dios del lugar de José Ángel Valente.
Armando Roa (Santiago, 1966). Ha publicado, en poesía, El Apocalipsis de las Palabras/La Dicha de Enmudecer (1998-2007), Los Hipocondríacos no se mueren de miedo (2006), Zarabanda de la Muerte Oscura (2005), Hotel Celine (2003), Estancias en Homenaje a Gregorio Samsa (2002), Fundación Mítica del Reino de Chile (2001), El hombre de papel y otros poemas (1994). Ha traducido la obra de Ezra Pound, Robert Browning, Kenneth Rexroth, Shakespeare y la poesía medieval anglosajona, incluyendo "El Navegante" y el “Beowulf”. Como ensayista ha editado Elogio de la Melancolía (2007) y La Invención de Chile, junto a Jorge Teillier. Ha recibido el Premio Nacional de la Crítica y el Premio Pablo Neruda.
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