Andrés Anwandter



 

 

La poesía de Anwandter oscila entre el mundo y el lenguaje, y en ella avanza la conciencia de la materialidad de este último. A las presencias sensibles de los "paisajes" afectivos se oponen las presencias de papel, vueltas del lenguaje sobre sí mismo.

 

Paisajes de la memoria, tránsito de lo sensible al lenguaje, poesía autoreflexiva, refleja y opaca: todos pliegues, intensos.

 

Pero también hay en Especies intencionales ciertos despliegues que no hemos incluido aquí: preocupación por la memoria nacional, obsesión por extender la historia y descubrir sus recovecos, ocultos o ignorados: el digno afán de limpiarse.

 

El transvase de lo real a la escritura; el recorrido de la escritura a lo real (J.I.P.)


 

 

especie de arte poética

 

 

Proporcional el vértigo de la palabra
a la altura de la torre de papel: marfil
de unos cuernos que soplo y no suenan
desconsuelo de un mareo que me ocupa
y me obliga a cierta noche: la boca
profiere en la sombra, aficionada
se desfonda por esta figura muda
vana, una proposición: proporcional
el vértigo de la palabra, etcétera


 

 

de especies intencionales (2001)

 

  

embarcaciones

 

De un audífono al otro: canciones

y promesas que atraviesan tu memoria

como un yate con las velas desplegadas.

 

 

Haces sombra con la mano, para ver

aplanarse —brevemente— el horizonte

de tus ondas cerebrales.

                           Son los temas

que recibes de la radio en las mañanas

y devuelves, arrugados, al bolsillo

cada tarde.

               De un audífono al otro

por azar, entre estaciones, te recobras

a la orilla de un recuerdo.

                                  Estribillos

de las olas que envuelven a diario

todo el éter, y la gente memoriza

en la impaciencia del Metro.


 

 

evento

 

Sucede que el toldo del cielo

 

se rasgue y entonces derrame

 

la lluvia de meses. Tensa

se muestra la tela del cielo

 

entonces. Ahora los labios

resecos me indican que el toldo

 

del cielo, estirado por sobre

la línea de nuestras cabezas

 

desciende. Estriado de blanco

y azul, como nylon que cede

 

ante el peso del agua cautiva

el toldo del cielo se rasga

 

y derrama la lluvia de meses.

 

 

método

 

Esta lengua, tan poco propicia

 

a los meses que corren, arena

 

tan blanda a los pasos del tiempo

que siguen mis huellas, tan tenue

 

materia, que encoge su forma

y escurre por entre los dedos,

 

compone los versos que empuño

con fuerza y arrojo a la mesa:

 

veloces palabras. Se estrellan

y esparcen sus granos, que ordeno

 

más tarde en estrofas saltadas

de dos en dos. Cuento las horas.


 

cráneo

 

Si comienzo a caminar por ese espacio cuya forma
es la forma de un espacio que recuerdo y no conozco
conozco y no recuerdo: en esos casos
el eco —en esos casos, espantoso— de mis pasos me despierta
todavía ante la puerta de esa forma: abierta.


intermedio

 

Alguien aplaude en mi sueño y despierto

súbitamente.

                     Clarea ya tras las cortinas

mientras las últimas tramas de imagen

se desvanecen.

                        Bajo los párpados: alguien

abre la puerta y asoma su rostro fugaz

como neblina.

                       Descalza y en puntas de pie

recorre la pieza, recoge su ropa a tientas.

 


 

bar

 

                   Dejadme llorar — orillas del bar.

E. Mejía Sánchez

  

No sabe lo que gana aquel que pierde una mujer

recita mi comparsa entre unas copas.

                                                            Me pregunto

qué pierdo yo al saber —mientras relleno

su copa- lo que gano.

                                  Qué sabor

me dejan en la boca sus palabras

y el vino que desborda las orillas de la noche.

 

No sabe lo que pierde me repito, copa en mano

(un sorbo) aquel que gana una mujer.

 

Y así hasta que amanece: otra botella.


 

tablados

 

Sobran las medidas, mientras somos

recorridos por millares de procesos

interiores, cada día.

                                Los contagios

del negocio por el ocio y el reflujo

provechoso de los medios en la gente

que se mece entre la gente, sin pancartas

ni estandartes.

                        Basta el tiempo que se ocupa

largamente en disculpar a los que faltan

en la mesa, con aplausos.

                                         Mientras somos

recorridos por millares de procesos

interiores, las pantallas nos irrigan

de impaciencias específicas los ojos

como cauces turbulentos.

                                          Incapaces

de absolver entre sus aguas la medida

cotidiana del horror, los cortinajes

se descorren solamente en escenarios

de pequeñas dimensiones:

                                           faltan sillas

para el público que pide el momento.


 

cordillera 

Congelado en las orejas, el bramido

de la nieve me parece más azul

 

ahora que la tarde desciende

por otras laderas y enfrento

 

un muro de roca que engendra

la noche en sus vetas heladas.

 

Aquí hallé la muerte: entre pliegues

que el tiempo no alisa, nevados

 

bajo el peso impasible de enormes

montañas de memoria. Los siglos

 

conservan mis huesos aún, congelados

y el bramido de la nieve en las orejas.


 

entrevista 

Sin más salario que el sol

sobre mi espalda, recorro

 

—mapa y carpetas en mano—

una manzana tras otra

 

llenas de breves pasajes

al otro mundo. Trazados

 

como pedazos de letras

sobre los planos sin sombra

 

de la ciudad. De este modo

escrita para aves y aviones

 

medianos, la prosa dispersa

y fuera de foco, que pueblo

 

de pasos fortuitos. La calle

que busco carece de números.

 

La plaza cercana no existe.

Me siento a observar los dibujos

 

de polvo que el viento deshace

y anoto entre mis formularios:

 

la calle ha cambiado de nombre.


 

rotisería 

Si la patria estaba cruda

todavía cuando advino

 

y devino, como dicen

una sobra más visible

 

en el mapa y en la mesa

de los grandes mercaderes

 

se comprende que este postre

indigesto, que tragamos

 

tantos años de consuelo

se repita una vez más.


 

charla 

Porque ya no queda mucho

que ocultar, somos secretos

cuando hablamos.

                              Las orejas

bien abiertas y los dientes

asomados, en señal

de confianza.

                      Allanamos

las cuestiones, los caminos

con cautela.

                    Y encontramos

el fracaso, donde todos

los demás han fracasado.

 

Nuestra charla lleva voces

camufladas, que en el humo

las narices no disciernen.

 

Y contamos las estrellas, todavía

con los dedos de la mano.


 

otro de borrachos 

Un horizonte de vasos

y ceniceros repletos.

 

Mientras alguno contiene

una sonrisa, los más

ya la consienten:

                            asoma

como una curva arrugada

entre los labios.

                          Entonces

por un momento, se enciende

la madrugada en los rostros

de los amigos.

                        Borrachos

mientras aclaran en los cerros.


 

especies intencionales 

Mientras estos ojos envejecen

el mundo permanece como nuevo.

 

Reluce en las mañanas, sobre todo

y difunde por la tarde su brillo

 

en todas direcciones. Mientras esta

mirada se curva hacia dentro

 

y forma una cuenca y recoge

la lluvia constante de escenas

 

el mundo permanece como un plano

inclinado y las imágenes resbalan

 

al abismo de la historia. Mientras estos

ojos se licúan a nivel de las pantallas

 

y se agitan y remansan bajo el cielo

estrellado de los párpados, el mundo

 

es un mar donde las luces tranquilas

se mecen y migran en círculos

 

concéntricos sin rumbo. Mientras esta

mirada abandona las órbitas

 

fijas del globo ocular, el mundo

recorre una elipse a la inversa.

 

Y retorna a su centro en el sueño.


 

Andrés Anwandter (Valdivia, 1974). El árbol del lenguaje en otoño (Santiago: DAEX, 1996), Especies intencionales (Santiago: Quid, 2001), Square Poems (Londres: Writers Forum Press, 2002) y Banda Sonora (Santiago: La Calabaza del Diablo, 2006).

 


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