El espacio autobiográfico en la obra de Enrique Verástegui
por Alba Delia Fede

En “Escritores peruanos: El fenómeno Enrique Verástegui” (Segundo Congreso Internacional CELEHIS, Universidad Nacional de Mar del Plata, noviembre 2004), señalé la dificultad de ceñir cualquier análisis de una obra vastísima a los límites de una ponencia. Luego de ese primer contacto con casi todas las obras del escritor existentes en la Argentina -en copias xérox debidamente encuadernadas por la generosidad de Reynaldo Jiménez desde Tsé-Tsé, en Buenos Aires– mi impresión sigue siendo la misma.     

Sin embargo, creo que es la propia obra quien provee también una clave para su interpretación: el espacio de lo autobiográfico entendido como el lugar  fronterizo, donde se establece el pacto de lectura entre autor y lector. Me refiero, concretamente a la serie de paratextos (postfacios, post/data y palabras introductorias) que acompañan el ensayo El motor del deseo, y los libros de poesía Monte de goce  (Lima, 1991), II Taki Onqoy (Lima 1993) y IV Albus (Lima, 1995), estos tres últimos parte de una obra mayor: la Ética.

Estos textos, aparentemente “descentrados”, resultan el lugar donde se despliega el proceso de construcción  de un yo que busca legitimarse en  la memoria de una vida como  principio activo de una poiesis  auto conciente, deliberadamente construida. En este sentido, el proceso de escritura funciona no sólo como experiencia individual y privada de búsqueda de identidad, sino sobre todo como texto público y publicado con fines pragmáticos: recortarse en relación con  el / los contexto/s históricos y culturales asociados al momento de producción y de recepción. En palabras de Scierle (1977):

 

“La identidad del discurso (autobiográfico) depende esencialmente del  hecho de que no es un acto nacido de una posición subjetiva, sino que ella  procede de una praxis de la recepción que refrenda un consensus”. 

 

 La imposibilidad de definir acabadamente lo autobiográfico –de la misma forma que es imposible definir lo ficcional- no obsta de encontrar allí algunos rasgos de enorme utilidad para nuestro análisis.

En primer lugar, toda forma autobiográfica supone una identidad entre autor-narrador y personaje. La firma de autor, así como las referencias espacio temporales que establecen relación directa con la propia vida, lo sitúan en una posición que está al mismo tiempo fuera y dentro del texto.

En segundo lugar, toda forma autobiográfica tiene ese carácter bifronte como acto de conciencia (que “inventa” una identidad)  a la vez que  de comunicación (de diálogo y justificación frente a los otros: el lector, el público). La escritura funciona como momento de objetivación de la imagen de autor que se quiere prevalezca. Las lecturas deconstruccionistas (Derrida, De Man, Bruss) y las lecturas pragmáticas (Lejeune, Gusdorf) no hacen sino hacer prevalecer el “cronotopo” interno y externo, respectivamente, del fenómeno de escritura. Ambas lecturas no son excluyentes sino que, repito, delimitan el espacio de una frontera en la que se dirime el valor del texto como discurso social e histórico.

De hecho, en toda narración  conviven tres mundos: el real, sujeto a verificación, el mundo de representación (sistema social de valores)  sujeto a verosimilitud y el mundo narrado o mundo posible, sujeto a veridicción. El gesto autobiográfico obliga a la selección narrativa  pero implica asimismo un principio de veracidad sobre los hechos narrados; este principio es el que sustenta el gesto y el pacto con los demás. El tú del narratario es un tú textual pero que no se puede interpretar desde la semántica del texto, puesto que fundamenta la retórica persuasiva del discurso. En otras palabras, lo autobiográfico se sitúa en el horizonte no ficcional de su lectura, horizonte de “reglas intersubjetivas, supraindividuales, institucionales” (POZUELO YVANCOS, José María, cap. 4 :”La frontera autobiográfica”, en: Poética de la ficción), contexto desde donde entender los textos, que son al mismo tiempo su referente.  

Me atrevería a decir que el criterio de selección de los acontecimientos narrados en los paratextos anteriormente mencionados es un yo que insiste en  un circuito de recorrido vital que se origina en la lectura y se practica con/contra/en la escritura, entendida no como modo de representación, sino como práctica social transformadora. Esto es lo que proponía Hora Zero: la universalización de la Poesía como forma de resistencia y cambio. Ése fue su compromiso “político”.

 

“El mundo me llega a través del prisma de la lectura, aun cuando el mundo en sí mismo es un libro permanentemente abierto” (Monte de goce “Arte poética”)

        Antes de abordar las características de este proceso retórico-argumentativo sostenido en la narración de un yo que es a la vez  su propio tema, me parece pertinente dejar establecidas algunas cuestiones:  

a) El territorio de “práctica significante” en Verástegui es el lenguaje entendido como proposición gramatical y también como texto que se inscribe en un discurso social más amplio.

b) En este sentido construye, en el orden de la convención de ficcionalidad, distintas máscaras o variantes del yo: el poeta, el filósofo, el científico, el matemático, el místico, etc.

c) En el orden de la norma literaria, busca borrar los límites del género y lo considera un continuo lingüístico atravesado por los distintos discursos sociales entre los que la literatura se encuentra.

d) Los paratextos resultan de la tensión entre dos “tiempos” de sentido prospectivo y retrospectivo respectivamente: la reflexión hacia atrás sobre la propia obra ratifica su voluntad de funcionar como “proyecto” hacia adelante, como las etapas de un programa en el que se establecen correspondencias entre vida y obra (por eso es que el libro total se llama Ética).

Empleando un concepto ofrecido por Elizabeth Bruss en “Actos literarios” (ver lista bibliográfica), postfacio, postdata y palabras preliminares funcionarían como verdaderos actos elocucionarios que revelan su propósito frente a una audiencia implícita en la utilización de términos derivados de verbos representativos -que determinan la autoconciencia del texto- y de subjetivemas, que reflejan la relación afectiva del autor respecto de los hechos narrados. Veamos todo esto:

Monte de goce se abre con un “Arte poética a propósito del libro Monte de goce”  cuyas coordenadas espacio-temporales rezan al final: “Lima, marzo de 1976”. La posdata que sigue al texto central con las siglas P/D, lleva la firma de autor Enrique Verástegui y declara haber sido escrita en dos sitios: San Vicente de Cañete, 1972, San Isidro, (Lima) 1974. Es decir, la postdata puede ser leída, al menos en dos órdenes distintos. (Seguiré un orden cronológico ya que pretendo acompañar la verbalización de un proceso creativo auto conciente.) Por último el Postfacio de 1990 (Lima) también lleva el nombre de autor.

En la postdata Monte de goce se ofrece como el revés de En los extramuros del mundo, su trama gramatical, “el teatro de un inconsciente, el proceso de la elaboración simbólica en el laboratorio de una escritura”, la aceleración textual que intenta violentar los modos “burgueses” de significación.

“Esta realidad existe (se refiere a la burguesía) porque hay otra, simbólica, ideológica, que la sustenta. A su destrucción han de responder las prácticas simbólicas del arte y la literatura. La burguesía sacraliza la razón y comercia  con ella.” (P/D)

El campo semántico de este texto revela el contacto con las teorías estructuralistas  y el psicoanálisis, cuestiones que se verán aclaradas en los paratextos siguientes, cuando se las relacione con la experiencia juvenil en París. La propia obra es vivida como artefacto literario de transformación social

“(...) una vez más digo, enfático, que no he hecho ni erotismo (referencialidad) ni misticismo (simbolicidad). Sino que he tratado de contribuir a echar las bases científicas para una dinámica de producción serial, desublimada y  codificada del texto llamado literario.”(P/D)

En “Arte poética a propósito del libro Monte de goce” el yo de la enunciación da cuenta de un acontecimiento esencial: la “emigración”/ “reclusión” en el pueblo natal de San Vicente de Cañete a fin de “embarcarme en un libro más ambicioso” (que “Extramuros”). Cañete asume en el discurso la cualidad vanguardista de su hijo poeta y resulta un “suburbio anticipado” de Lima, un lugar no urbano al que sin embargo llega el ajetreo intelectual de Lima, aunque no la insalubre influencia de su bohemia. La mirada configura un cronotopo establecido desde el  margen, desde la periferia (leer/escribir fuera de Lima) hacia el centro (Lima, la ciudad, la capital).

“No dejé, pues, de respirar la actualidad cultural de Lima, por más que para  alguno yo no sea más que un provincianito de mierda.”(AP)

El yo se define como filmador de la crudeza urbana diaria;  propone el sexo como práctica revolucionaria (y por lo tanto anti-burguesa) de goce. Se lo enfoca en tanto trasgresión de un orden establecido “desde  fuera” y se lo propone como respuesta a la tecnología actual como fin supremo de la sociedad contemporánea “en la que estamos inmersos y perdidos sin remedio”.

Creo que podemos ver en esto último un ejemplo claro de la inscripción personal y cultural del yo autobiográfico que, a mi entender, se alinea detrás de la idea platónica del Eros dinámico por el que se accede a la contemplación de la belleza (a la teoría) pero para generarla, para producirla.  De modo que “desear” es “producir” y buscar la sabiduría apolínea (ideal, racional) pero también dionisíaca (material, fecunda).Esta es la máxima techné. Es indiscutible que en la llamada “modernidad” se produce una separación total de ese ideal.

Un poco más adelante en este “Arte poética” a propósito de Monte de goce, el libro es definido como un “reflejo opuesto al mundo”, es decir, el poema sería el resultado simbólico de una sociedad que se vería, en él, criticada. Destaco, asimismo, la autoconciencia del yo  acerca de la naturaleza de su tarea como “trabajo”.

“Cojudeces, hermano, escribir un poema o un párrafo narrativo es exactamente igual que barrenar una pista, reparar un automóvil, barrer un pesebre”(A/P)

Finalmente, el yo relata el proceso de ficcionalización de los acontecimientos de los que “no he escrito nada que no haya vivido originalmente”, proceso  sostenido en una “acumulación de informaciones “(otros textos),  en el que el propio yo está concientemente incluido, y, por supuesto, también el lector.

“Este libro es, pues, como un tratado de la experiencia pero a partir del lector.”(AP)

En el postfacio de 1990 nos enteramos de que el manuscrito del libro fue escrito entre los 22 y los 24 años en un clima de rica vida intelectual, que permaneció extraviado por 14 años y que -se nos dice- fue hallado por Jaime Campodónico.

También declara aquí su autor (lo inferimos del contrato que suscribe su firma) que debe ser leído como un “campo de intensa exploración de nuevas formas literarias y como exclusivamente literatura, sin ningún tipo de inserción biográfica ni anecdótica, como pura imaginación.” (Recuérdese que se ha admitido no haber escrito nada que no fuera previamente experiencia.)

La propuesta es difícil de llevar a cabo: por empezar, en el cuerpo del texto  Monte de goce  se habla de Enrique Verástegui, “escritor o poeta, semanalista y estudiante de economía”. La identificación autor-narrador-personaje se sostiene en las obras siguientes, casi siempre con variantes que evocan el nombre autoral (Por ejemplo, dentro de IV Albus en el “Método de la conciencia debida”, se habla del “Ángel Enrique” y en “Epistrophée” del “Cristo Enrique”).  Pero  antes de llegar a esta etapa mística y siempre dentro de la articulación de ese camino de pecado-purificación y redención  en  el  amor

que supone la estructura de la Ética, es imposible leer como no autobiográficas algunas páginas del II Taqi Onqoy (concretamente la página 161, de la línea 8 en adelante). Bellísimas páginas  que quisiera –de poder hacerlo en los límites de este trabajo- citar en su totalidad, pues hablan de los orígenes incas y vascos, de las raíces ancladas en la familia y en el campo, de ese orgullo de ser un pueblerino que de pronto se torna estudiante en la ciudad y estudiante, nada menos, que de la tan codiciada Universidad Mayor de San Marcos. Ése orgullo refuerza las experiencias de biblioteca y reafirma la decisión de continuar en el camino del conocimiento.

Pero debemos ceñirnos al paratexto, al postfacio del 23 de septiembre de 1992,  retomado más tarde en el propio postfacio para IV Albus, casi reproduciéndolo, pero modificando algunas frases a raíz de una nueva perspectiva otorgada a la significación de la propia obra, aquí en su última etapa, la de la poiesis como inspiración divina y “misión” sobre la Tierra. La comparación entre ambos textos resulta reveladora.

En el texto de 1992 se habla de “un proyecto de escribir un libro total” como idea surgida durante la adolescencia, pero cuya estructura fue concebida al comenzar los años 70. La fecha 22 de abril de 1982 está triplemente enfatizada: por ser el día de “concretización” absoluta del proyecto, por ser el día en que se ha decidido que el proyecto Ética está concluido (a pesar de sufrir correcciones hasta el 7 de octubre 1985), y porque la fecha está especialmente registrada en el Diario personal que el autor ha ido llevando “para testimoniar los avances de mi trabajo literario”.

Creo que la cita textual del epígrafe de la Ética, tomada de un texto de Wittgestein: En torno a la ética y el valor, es muy sugestiva,  y pone al descubierto el lugar “moral” en tanto “personal” que el propio Verástegui atribuye al “proyecto”, único lugar posible en la tropología de la primera persona:

“Lo ético no se puede enseñar. Si pudiera explicarle a otro la esencia de lo ético mediante una teoría lo ético no tendría absolutamente ningún valor. Al final de mi conferencia sobre ética hablé en primera persona. Creo que esto es algo esencial. Aquí nada más puede ser constatado; sólo puedo aparecer como una personalidad y hablar en primera persona”. 

 “este arremeter contra los límites del lenguaje es la ética” (3)

De allí concluye Verástegui la equivalencia ética/estética, así como identifica la destrucción de los límites del lenguaje como el fin de una época (la Modernidad), incluidas sus formas de leer.

De esta forma, y con IV Ángelus Novus  (1990), los libros que componen la Ética suponen un movimiento ascendente desde el “pecado” (Libro I), pasando por la purificación (Libro II) hasta la redención en la  superación “dialéctica” en el amor, en la vida de pareja (Libro IV). El derrotero reconoce su inspiración en el Dante y es nombrado como “aventura moderna” en el sentido de una interpretación pragmática de la lectura como camino hacia la felicidad, todo esto dicho desde un yo que a estas alturas lleva el ambicioso rostro de los “caballeros de las sociedades secretas europeas”, adalides de Cristo y hacedores –desde la “soledad” y la “clandestinidad” de las revoluciones políticas independentistas de América Latina. Sus ideales (en ese orden): la vida, la belleza, la  libertad y el  amor.

Repito: la matriz textual de este postfacio se encuentra reproducida y a la vez ligeramente modificada y, por supuesto , ampliada,  en el de IV Albus, postfacio que incluso reproduce la fecha de 23 de septiembre, aunque del año 1994. Creo que, si bien básicamente se insiste en el proyecto en sí como literatura programática para la felicidad del lector, enfoca ahora nuestra atención en definir también  la propia labor escrituraria como acción  textual en tanto fundamentación de un mundo espiritual superior que, en su publicación y divulgación, permite enfrentar las distorsiones de un  mundo “tecnologizado”.

Verástegui asume aquí la máscara del sabio comprometido en “trazar las líneas generatrices del futuro”.

A continuación de la cita de Wittgestein, añade un comentario acerca de la forma estructural de la  Ética, deudora por partes iguales de la música de Bach y de la estructura disipativa del físico-químico belga Ilya Prigogine. Se habla de una estructura “hignagógica” (“signagógica” en II Taqi Onqoy) en la que el texto es un universo en “continua interacción de energía”, producto de la estructura y de la ensoñación, correlato, por ejemplo, de la “telekinesis”. El Paraíso aquí es concebido como ciencia y gnosis, pero también como magia “que permite una conquista inmediata del poder sobre las cosas del mundo” ; el texto, una proyección gramatical de estas prácticas.

Creo, con todo, que lo más relevante de este postfacio que “fagocita” otro postfacio que lo precede es que la presencia de la primera persona se disemina deliberadamente, ya en  una tercera persona supraterrenal cuyo nombre propio es “el Ángel Enrique” (responsable de inspirar en el suscriptor del texto la propia Ética e inspirado a su vez por la sabiduría de un dios monoteísta), ya un monólogo auto-apologético en el que la juventud inusitada del propio rostro se toma como indicio de haber hallado el camino hacia la inmortalidad. El paso hacia otorgar a la propia obra una función didáctica e incluso salvífica la coloca, por su voluntad declarada, mucho más allá de la serie literaria. Es muy sugerente la relación semántica entre luz, literatura y sabiduría.

Por último, el yo  retoma la vía terrenal y se formula como “fundador de las matemáticas peruanas”, avalado por los siete teoremas en torno al número cero que se agregan al cuerpo de IV Albus.

Nuestro último paso recorre, esta vez, un ensayo: El modelo del teorema. Curso de matemáticas para  ciberpunks. Adoptando visualmente la organización en la página del Tractatus de Wittgestein, el texto se presenta como una demostración matemática. Nos interesan las dedicatorias y las palabras preliminares.

La primera de las dedicatorias: al padre y a la madre, con los que se establece una identidad  sustentada en el nombre propio. La segunda: las siglas F.B que, conjeturamos, se refieren a Francis Bacon, identificación que no es posible justificar aquí. Cito, en cambio, la primera de las frases del texto: 

“El placer de la lectura es la finalidad de una vida, que, escenificada en la sociedad tecnológica, no tiene otra opción que enriquecerse  a  sí misma, incluso si entra en contradicción con los antiguos modelos que primaron sobre el hombre y la sociedad, integrándolo a fórmulas academicistas que intentaban constreñir su libertad.”

El espacio de lo autobiográfico pide ser recorrido, así, como un elenco de lecturas,  y el rostro, esta vez, es el del hombre integral, casi prototipo renacentista (no olvidemos que allí está esa obra tan bella como es Leonardo (1988). Al yo le interesa declarar sus filiaciones intelectuales , principalmente filosóficas,  pero sin duda múltiples y reveladoras de un profundo deseo de conocimiento; Nietszche, Freud, el estructuralismo francés, es decir, la experiencia de una descentralización que en realidad significó formación, producción intensa y legitimación en el circuito europeo,  verdaderamente central para cualquier latinoamericano que, además, es peruano  (lo que equivale a decir  -a pesar de que Cañete pueda conservarse en el imaginario verasteguiano como un espacio aristocrático-, y si se me permite lo subjetivo de mi apreciación: un discriminado en su propio país).

Llegados a este punto, creo haber demostrado al menos la importancia del espacio autobiográfico en la obra de Enrique Verástegui en cuanto esculpe a lo largo del tiempo la figura de un hombre preocupado en inscribir su obra en relación con los sistema ideológicos que atraviesan los últimos quinientos años de la humanidad: en ese sentido denuncia la crisis de una  filosofía basada en la capacidad representativa del lenguaje (Wittgestein), pero se propone clasicista en la nostalgia de un Eros fundador como energía universal de la que la obra de arte y el artista forman parte.

Y, por supuesto, principalmente el lector, incluso y sobre todo ese lector que se quedó en En los extramuros del mundo

 

CORPUS

 

VERÁSTEGUI, Enrique, Monte de goce, Lima, Jaime Campodónico Editor,1991. “Arte poética a propósito del libro Monte de goce”, Lima, marzo de 1976.

----------------- II Taqi Onqoy, Lima, Lluvia Editores, 1993. “Postfacio del 23 de setiembre de 1992”, Lima, 23 de septiembre de 1992.

----------------- IV Albus, Lima, Gabriela, 1995. “Postfacio del 23 de setiembre de 1994”, Lima, 23 de septiembre de 1994.

----------------- Modelo del teorema. Curso de Matemáticas para Ciberpunks. Lima: Editorial Hispano Latinoamericana, 1997. (Palabras preliminares), Lima, 6/5/1996.

 

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