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UNA VISIÓN GENERAL DEL DESARROLLO DE LAS SOCIEDADES PREHISPÁNICAS DEL VALLE DEL RÍMAC

José Joaquín Narváez Luna

Sumilla: Este artículo tiene como objetivo presentar una visión general del desarrollo de las sociedades que habitaron, antes de la conquista española, el valle del río Rímac ubicado en la costa central del Perú, y en cuya parte baja se encuentra emplazada en la actualidad la ciudad de Lima. Se presenta la información de acuerdo a los distintos períodos haciendo un análisis crítico del conocimiento acumulado.

Summary: This paper presents a general vision of the development of the societies who inhabited, before the Spanish conquest, the valley of the Rimac river, located in the central coast of Peru, and in which lower part it is situated at the present time the City of Lima. The information appears according to the different periods, making a critical analysis of the accumulated knowledge.

Palabras clave: Valle del Rímac, Lima, Nievería, Pachacámac, Ychsma.

El espacio geográfico

La costa peruana se caracteriza por ser árida, debido a que en ella, exceptuando la parte más septentrional, llueve muy poco, lo que provoca la existencia de extensos desiertos. Sin embargo, varios ríos bajan desde las partes más altas de la cordillera de los Andes hasta desembocar en el océano Pacífico. Estos ríos generan estrechos valles en donde se desarrollaron diversas sociedades desde tiempos remotos.


Fig. 1: Mapa parcial del vale del Rímac y alrededores mostrando la ubicación de los sitios arqueológicos mencionados en el artículo: Primeros pobladores: 1 Ancón, 2 Chivateros, 3 Cerro Babilonia, 13 Cerro Balcón, 36 Tablada de Lurín. Agricultores incipientes: 36 Tablada de Lurín. Inicios de la arquitectura monumental y la complejización social: 4 Geoglifos de Canto Grande, 6 15 de Enero, 38 Chira Villa. La tradición de los Templos en U: 7 Pampa de Cueva, 9 Garagay, 11 La Florida, 12 Azcarruns, 18 San Antonio, 17 Huachipa, 21 Ricardo Palma, 22 Yanacoto, 43 El Golf, 48 Huaca Huerto Santa Rosa, 49 Huaca Vázquez, 53 Feria del Pacífico, 54 Juan XXIII, 56 Bellavista. La Tradición Blanco sobre Rojo: 8 El Triunfo, 17 Huachipa, 36 Tablada de Lurín, 37 Villa El Salvador, 44 Pan de Azúcar, 53 Feria del Pacífico. Lima: 15 Nievería, 16 Cajamarquilla, 17 Huachipa, 19 Huaca Trujillo, 23 Huampaní Alto, 24 El Vallecito, 29 Catalina Huanca, 34 Granados y Melgarejo, 35 Pachacámac, 40 Bajada Balta, 41 Pucllana, 46 Túpac Amaru, 52 Maranga, 57 Makat Tampu. Huari: 16 Nievería (entierros), 17 Cajamarquilla (entierros), 41 Pucllana (entierros), 52 Maranga. Ychsma: 10 Palao, 35 Pachacámac, 39 Armatambo, 47 San Borja, 52 Maranga. Imperio del Tahuantinsuyu: 5 Canto Chico, 14 El Sauce, 15 Mangomarca, 25 Huaycán de Pariachi, 26 San Juan de Pariachi, 27 Huanchihuaylas, 28 Monterrey, 30 Huaquerones, 31 Puruchuco, 32 Puruchuca, 33 Rinconada, 35 Pachacámac, 39 Armatambo, 42 Santa Cruz, 45 Limatambo, 50 Mateo Salado, 51 Huaca La Luz, 52 Huaca Palomino, 53 Maranga, 55 Huantille, 57 Makat Tampu, 59 Chacra Puente.

El Rímac es uno de los ríos de la vertiente del Pacifico y nace en lagunas altoandinas, como la de Quillacocha, formadas por el deshielo del glaciar Ticlio a 4,900 msnm. Recorre una zona de altas cumbres nivales hasta encontrarse con el río Chicla, alimentándose también de otros afluentes más pequeños. A partir de este punto el río se va tornando pedregoso y turbulento, cruzando por entre altas paredes rocosas. Continuando su recorrido hacia el mar, el valle se profundiza formando cañones como en Viso y Matucana. A partir de Surco, el valle se amplía y en la localidad de Mama las aguas del Rímac reciben las del río Santa Eulalia por la margen derecha. En este lugar, el valle se va ampliando poco a poco. Atraviesa Chosica, Chaclacayo, Ate Vitarte y la altura de Puruchuco, ya alcanzando la llanura costeña, se abre un amplio valle de 30 km de ancho en donde se encuentra la ciudad de Lima. Finalmente, el río desemboca en el océano Pacífico a unos dos kilómetros al norte del puerto del Callao. La longitud del Rímac es, de más o menos, 140 km y su cuenca tiene una superficie aproximada de 3700 kilómetros cuadrados (Peñaherrera del Águila 1987: 113-115).

En su extenso recorrido el Rímac atraviesa por tres ecoregiones geográficas claramente diferenciadas que son, desde la parte más alta a la más baja: la Puna, la Serranía Esteparia y el Desierto del Pacífico, a las que se puede agregar la ecorregión del Mar Frío de la Corriente Peruana (Brack Egg 1987).

La Puna comprende las alturas andinas encima de los 3800 msnm El clima se caracteriza por la rarefacción de la atmósfera, debido a la altura. Las temperaturas son bajas con variaciones de hasta 30°C entre el día y la noche. Las precipitaciones son muy variables, con mayor concentración en el verano. Los vientos son fuertes y casi continuos, contribuyendo a enfriar y secar el ambiente. El relieve es variado, predominando las mesetas y zonas onduladas, no faltando las zonas altamente escarpadas, especialmente encima de los 5000 metros. Hay lagunas y sobre los 5200 metros existen glaciares (Ibíd.: 293-294).


Figura 2: Mapa parcial del valle del Rímac y alrededores mostrando los principales canales de irrigación.

La Serranía Esteparia se encuentra en las vertientes occidentales de los Andes desde 3800 msnm hasta los 1000 metros. La temperatura disminuye con la altura, siendo más fría a medida que se sube los Andes. Las precipitaciones, en cambio, disminuyen desde la parte más alta hacia la más baja, siendo la zona limítrofe con el Desierto del Pacífico de carácter más árido. Durante el invierno la Serranía Esteparia tiene sol todo el año. El relieve es abrupto con valles profundos y estrechos, laderas extremadamente empinadas. Los ríos que nacen en las alturas debido al fuerte desnivel forman cañones profundos. (Ibíd.: 287-288).

La Ecorregión del Desierto del Pacífico, tiene un clima que se caracteriza por ser cálido en verano (diciembre-marzo) y con neblinas en el invierno (mayo-setiembre), que cubren casi continuamente el desierto, por influencia de las aguas frías de la Corriente Peruana. Las neblinas empiezan mar adentro y se disipan entre los 700 y 1000 metros de altura por el fenómeno de la inversión térmica. El relieve es llano y ondulado, pero en las colinas y cerros expuestos hacia el sudoeste (dirección de los vientos) se produce el fenómeno de las “neblinas advectivas” que humedecen el desierto y dan origen a las “lomas”, zonas de vegetación en donde se recolectaban plantas y cazaban algunos animales como venados. La humedad relativa es alta en el invierno llegando hasta el 100% produciendo lloviznas conocidas como “garúas”. La temperatura media oscila entre 18°C y 19°C, con una variación anual de 6°. Durante el verano soplan vientos con una fuerte intensidad y que son conocidos como “Paracas” (Brack Egg 1987: 273-274). En el litoral había puquiales o manantiales de agua dulce, como el de Aznapuquio y los pantanos, hondonadas cenagosas donde se detienen naturalmente las aguas, como el de Villa.

La Ecoregión del Mar Frío de la Corriente Peruana está caracterizada por la afluencia de masas de agua fría desde el subantártico, a través de la Corriente Peruana (o de Humboldt), que ejerce enorme influencia tanto en el mar como en la costa. El afloramiento de aguas producida por la corriente fría enriquece el mar con sustancias nutritivas y produce una amplia riqueza de flora y fauna (Brack Egg 1987: 265-266).

Los primeros habitantes (10000 a.C. – 6000 a.C.)

Aunque no sabemos con exactitud en que momento arriban los primeros habitantes al continente americano, lo cierto es que estos habrían llegado desde Asia cruzando un puente terrestre a través del Estrecho de Bering, poblando primero Alaska, para paulatinamente irse desplazando hacia el sur. Actualmente existe poca evidencia sólida para confirmar que los humanos colonizaron el Nuevo Mundo con anterioridad a 12.000 a.p. (Dillehay 1997: 61).

En los Andes centrales se encuentran en mucha discusión hallazgos de gran antigüedad como las fases Pacaicasa (20000 a.C.) y Ayacucho (12000 a.C.) de la sierra central. Los hallazgos más sólidos provienen de Guitarrero en la sierra norte fechado en 9,700 a.C. (Lynch 1980) y Paiján en la costa norte con 8,250 a.C. (Chauchat 1988) donde aparecen industrias líticas y restos humanos. Se entiende que en esta fase la subsistencia de los distintos grupos sociales dependía de las actividades de caza, recolecta, pesca o de una combinación de ellas. Los grupos humanos eran pequeños con una organización social que pudo diferenciarse sólo a nivel de trabajo, sexo y edad. Habitaban temporalmente en refugios naturales, como grutas o cuevas y en campamentos al aire libre.


Figura 3: Preformas Chivateros. Colección: Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. (Foto Joaquín Narváez)

No se han descubierto aún vestigios que con claridad puedan corresponder a esta época en el valle del Rímac. El elevamiento del nivel de aguas marinas debido a la desglaciación al concluir el Pleistoceno, pudo cubrir los sitios ubicados en las playas. Asimismo, la moderna expansión urbana en la zona, también pudo destruir sitios de esta época. Sin embar go, exploraciones hechas en el fondo de la quebrada de Canto Grande en San Juan de Lurigancho han permitido definir la presencia de dos sitios que podrían corresponder a este período: Cerro Babilonia y Cerro Balcón. En el primero, se pudieron recolectar algunas puntas líticas. En Cerro Balcón se encontró un conjunto de estructuras de piedra de cerro canteadas toscamente y sin argamasa que definen terrazas y pequeñas estructuras circulares. En las proximidades se han detectado evidencias de pinturas rupestres realizadas con pigmento rojo. Se tratan de diseños sencillos de líneas rectas y curvas sobre superficie de un promontorio rocoso (Chamorro 2000: 21).

En el vecino valle del Chillón, inmediatamente al norte del Rímac, si se han podido encontrar sitios de este período que puede ilustrar las características culturales de los pobladores del valle del Rímac durante el mismo. Así tenemos a Chivateros, un sitio arqueológico que constituyó una cantera y quizás campamento-taller, en el que residían temporalmente individuos que extraían rocas y hacían instrumentos líticos. Sus descubridores pensaron inicialmente en una industria de “hachas de mano” (Lanning y Patterson 1967) pero Bonavía demostró que las supuestas hachas de mano eran en realidad “pre-formas”, es decir, una de las etapas de trabajo para elaborar las puntas de lanzas tipo Paiján de la costa norte, de las que se conoce perfectamente todo el proceso (Bonavia 1991: 107-108). Los mismos autores plantearon varias fases de ocupación, que también han sido bastante discutidas (Rick 1983: 20 - 27). Un fechado radiocarbónico arrojó 8430±160 años a.C. (Lanning 1967) lo que indicaría de manera aproximada el momento de ocupación de estos talleres.

Un poco más al norte en las Lomas de Ancón, Lanning y Patterson descubrieron 50 sitios próximos a los cerros, que dividieron en varias fases, los que habrían sido campamentos y talleres ocupados entre los 7,000 y 2,500 años a.C. Se tratarían de grupos dedicados a la explotación de los recursos de lomas. Para esta época son de resaltar las fases Arenal y Luz fechadas entre 7000 y 5000 a.C. (Laning 1963). Los artefactos de estas fases corresponden a puntas de proyectil muy similares a las descubiertas en Paiján, lo que afirma el planteamiento de Bonavia. Esto indicaría, además, un continuo cultural, al menos en parte, desde la costa norte hasta la costa central del Perú para esta época. Hay que señalar también que este tipo de puntas se han encontrado desde Chiclayo por el norte hasta Ica por el sur, aunque no llegan hasta las partes altas. (Bonavia 1991: 104).

Sin embargo, en la costa central no habría existido el paijanense típico. A juzgar por otros utensilios que se han encontrado, hay evidentes relaciones con las industrias serranas de Junín y Huánuco. Parece que se han producido una mezcla de por lo menos dos tradiciones, una que venía de la costa norte y otra de las tierras altas y que luego evolucionan en sentido local (Bonavía 1991: 108).

En el sitio Tablada de Lurín, un extenso arenal ubicado entre los valles del Rímac y Lurín, el Seminario de Arqueología de la Pontificia Universidad Católica del Perú descubrió en estratos profundos, el entierro de un niño de unos diez años de edad recostado en un óvalo excavado en la arena a 2.40 m de profundidad con las piernas algo flexionadas y cubierto con tres piedras. Un fechado radiocarbónico arrojó 9150±200 a.p. (González del Río y Gil 1969: 27). De ser correcto este fechado, sería el cuerpo humano más antiguo descubierto en la costa central y uno de los más antiguos del Perú.

Los agricultores incipientes (6000 a.C. – 3000 a.C.)

Un segundo período en la ocupación humana en el valle del Rímac es el de los agricultores incipientes. Al parecer las poblaciones de cazadores, pescadores y recolectores del período anterior se establecieron entre el litoral y las lomas de manera permanente. En el litoral aprovecharon los recursos marinos y en las lomas continuaron con la caza y la recolección. Sin embargo, muchos de esos grupos comenzaron a practicar cultivos incipientemente.

En la sierra los primeros cultivos aparecieron en el sitio Guitarrero en el Callejón de Huaylas hacia el 8,000 a.C. (Lynch 1980), mientras que en la costa los más antiguos provienen de Chilca y se fechan en el 6000 a.C. Entre los primeros cultígenos recuperados en la costa se pueden mencionar los de mate, maíz, palto, pacay, yuca, guayabo, ají, camote zapallo, lúcumo, algodón, fríjol. (Bonavía 1991: 130).

Hasta el momento no se han podido encontrar sitios arqueológicos de este período en el valle del Rímac. Sin embargo, en el sitio Tablada de Lurín, se encontraron dos entierros correspondientes a una mujer de unos 45 años con en posición decúbito dorsal con las piernas flexionadas y un hombre adulto de con las piernas flexionadas cubierto con piedras que formaban un montículo. Las piedras se encontraban calcinadas por lo que se plantea la existencia de “piras funerarias” para esta época en el lugar. Un fechado arrojó 7830±180 a.p. En un nivel superior, se encontraron evidencias de una industria de microlitos, lascas con restos de maíz con un fechado de 6450±140 a.p. que corresponderían a agricultores incipientes. (González del Río y Gil 1969).

El inicio de la arquitectura monumental y de la complejización social (3000 a.C. – 1800 a.C.)

A partir del 3000 a.C., las sociedades en los Andes centrales muestran una creciente complejización en su organización social sustentada en actividades agrícolas intensivas, ganadería y explotación a gran escala de los recursos marinos. En esta época en el valle de Supe, en la costa centro-norte, se establecen extensos complejos arquitectónicos como Caral y Los Ídolos con estructuras piramidales, plataformas y plazas circulares hundidas. Algunos autores como Ruth Shady han planteado la existencia en dicha época de estado y clases sociales (Shady 2001).


Figura 4: Sitio arqueológico de Caral. (Foto Lizardo Tavera)

En el valle del Rímac no existen complejos arquitectónicos de esa magnitud. Un solo sitio puede ser adjudicado con precisión a esta época: Chira Villa ubicado en la falda sur del cerro Chira en Chorrillos, en donde se han encontrado recintos pequeños, plataformas de barro y terrazas hechas con piedras partidas. Se fecha hacia los 2500 años a.C. y correspondería a una aldea de pescadores. (Bonavía, Matos y Caycho 1962-63).

Otro sitio que parece corresponder a este momento es una gran plataforma denominada 15 de Enero en la quebrada de Canto Grande actualmente desaparecida por la moderna ocupación humana en la zona. Se trató de una estructura de planta cuadrangular, la cual ocupó un área de 15000 m². Se compuso de una serie de plataformas que nivelaron el terreno sobre las cuales existieron dos plazas circulares hundidas, una de ellas encerrada por un vestíbulo que se conecta con la estructura piramidal central (Chamorro 2003: 2l). Su morfología recuerda a las edificaciones de la costa norte, aunque es sólo un edificio y no un conjunto de ellos como en Caral. En la misma zona de Canto Grande se encuentra un campo lleno de geoglifos: líneas, figuras trapezoidales, rectangulares y circulares hechos con piedras del cerro las cuales están alineadas y colocadas en la superficie del suelo. Estas figuras alcanzan hasta 200 m de longitud (Abanto 2003). Se cuenta con un fechado radiocarbónico de 2545 a.C. de un fogón ubicado al mismo nivel que la superficie donde se hicieron los geoglifos (Rosello, Huapaya y Mazzoti 1985: 57).

La tradición de los Templos en U (1800 a.C. – 200 a.C.)

La tradición arquitectónica más importante de esta periodo es la de los llamados «Templos en U» o “complejos de pirámides con planta en U” (Williams 1977-1978). Estos conjuntos están constituidos por una gran pirámide que puede alcanzar 25 m de alto, acompañada de dos pirámides menores que a manera de brazos se proyectan desde el cuerpo central, encerrando una plaza. Muchos de estos edificios tienen frisos multicolores en sus paredes que representan divinidades, como en Garagay (San Martín de Porres). Otros Templos en U son: La Florida (El Rímac), Las Salinas (El Agustino), Pampa de Cueva (Independencia), y los desaparecidos Ascarrunz (San Juan de Lurigancho), El Golf (San Isidro), San Antonio (Huachipa), Yanacoto y Ricardo Palma (Chosica). Los fechados para estos conjuntos en la costa central oscilan entre el 1810 ± 170 a.C. hasta el 900 ± 105 a.C. (Ravines 1984: 29).


Figura 5: Friso polícromo de Garagay. (Foto: Lizardo Tavera)

Es importante señalar que la tradición de las edificaciones con planta en U se extiende desde el valle de Chancay hasta el valle de Mala, pero también alcanzan la sierra norte, siendo el mismo Chavín de Huantar, especialmente el Templo Viejo, un Templo en U.

Aparte de las edificaciones en U, en el valle del Rímac existían otros sitios menores como Bellavista, un conchal ubicado cerca de un acantilado con vista al mar actualmente desaparecido por la expansión urbana. Aparentemente se trató de un asentamiento de pescadores y la cerámica asociada se vinculada a la tradición Colinas de Ancón. (Uhle 1998; Cornejo Maya 2001). Otros sitios menores de esta época fueron: un montículo existente en la actual Feria del Pacífico (Shady 1983), Juan XXIII (Ravines 1985: 62), Huaca Vásquez (Ibíd.: 68) y Huaca Huerto Santa Rosa (Ibíd.: 50) en donde se observa arquitectura sencilla de piedras canto rodados unidas con barro.

La tradición de los “Templos en U”, que duró más 1,000 años, debió atravesar por una serie de cambios que deben observarse en la morfología general de estos edificios y la cerámica, como reflejo de cambios sociales más profundos. Sin embargo, salvo algunos intentos como los de Williams (1977-1978) que han sido poco acogidos por la comunidad científica debido a la falta de sustentación estratigráfica, poco se ha avanzado al respecto. Lo mismo ocurre con la caracterización de la sociedad de ese tiempo. Richard Burger ha planteado que probablemente fueron sociedades débilmente estratificadas pero con instituciones religiosas sofisticadas; además, según este autor, dichos templos no habrían estado integrados en una estructura política compleja existiendo autonomía entre ellos (Burger 1993).


Figura 6: Friso polícromo de Garagay. (Foto: Lizardo Tavera)

Jorge Silva ha propuesto que estas sociedades debieron haber constituido jefaturas, en las cuales cada templo tuvo una población en su entorno compuesta por más de un asentamiento, que controló una pequeña sección del valle y llevó una vida relativamente autónoma. Además todos los templos habrían establecido vínculos fluidos entre si pero integrados en torno a los dos más grandes edificios, Garagay, que controlaría el litoral y La Florida, las partes altas (Silva 1997). Sin embargo, ningún planteamiento podrá quedar plenamente demostrado hasta que no se sepa con claridad si todos los templos en U fueron contemporáneos o no y que cambios específicos habrían atravesado durante sus sucesivas remodelaciones. También se ha señalado que La Florida se habría abandonado antes de la llegada de las influencias “Chavinoides” a Lima y en cambio Garagay sería construido después (Patterson y Moseley 1968: 125).

La cerámica más antigua de la costa central proviene de Ancón y está fechada en 1750 a.C. Los tipos más comunes son ollas sin cuello de superficie monócroma de color marrón oscuro. En el valle del Rímac, la más temprana proviene de La Florida y está fechada entre el 1700 y el 1600 a.C. Las formas más comunes en esta alfarería son las ollas sin cuello y grandes cuencos encurvados con base angulosa y base planas y algunos platos. La decoración consiste en líneas incisas y applique o decoración modelada. (Patterson y Moseley 1968: 119).

Posteriormente se desarrollan dos estilos: Curayacu y Colinas (Patterson y Moseley 1968). Curayacu se caracteriza por la presencia de vasijas como platos y cuencos y vasos, con diseños pintados en rojo delineados o no mediante líneas incisas. También hay puntos blancos sobre el engobe rojo (Ibíd.). Colinas tiene vasijas de pasta marrón bien pulida. Los motivos decorativos se lograron mediante a: zonas punzonadas; b. zonas con achurado cruzado e incisiones sobre superficies bruñidas, c. superficies contrastantes en que las texturas de una e ellos se han hecho mediante mecido o peinado. Cerámica vinculada a ambos estilos ha sido encontrada en Garagay (Ravines e Isbell 1975).

En el Horizonte Temprano (1,200 a.C.-200 a.C.), que se supone está caracterizado por la expansión de la cultura Chavín, la tradición alfarera más importante es la denominada Colinas, definida inicialmente en Ancón (Patterson y Moseley 1968). Se trata de vasijas pulidas decoradas fundamentalmente en su parte externa que incorporan en sus diseños elementos similares a los de Chavín y superficies contrastantes hechas mediante peinado, como técnica decorativa. Las formas predominantes son: botellas de asa estribo, botellas de un solo pico y escudillas. (Ravines et al. 1982: 136–138).

Sin embargo, Burger también señaló que recién a partir del 500 a.C. se produciría la expansión Chavín. Así, muchas representaciones iconográficas que se asumían como «chavinoides» como los frisos de Garagay o la iconografía de la cerámica Colinas serían más antiguas que Chavín. Ravines (1984) había señalado algo similar, planteando además que la costa central habría contribuido activamente a la formación de Chavín aportando el patrón arquitectónico en “U” y diversos elementos iconográficos. (Burguer 1992).


Figura 7: Friso polícromo de Garagay.

Sin embargo, la situación no está clara. Chavín de Huantar, ubicado en la sierra de Ancash, tradicionalmente se consideró como el difusor de las tradiciones “Chavinoides” en los Andes centrales, ya que en él existe una icnografía, plasmada especialmente en la litoescultura, que se entendió como lo más clásico del fenómeno “Chavín”. Y sin embargo, los edificios costeños con planta en “U”, guardan, en sus frisos de barro, una iconografía tan compleja como la de Chavín. Así también, las dimensiones del conjunto monumental de Chavín de Huantar, palidecen frente a los “Templos en U” costeños como Garagay y La Florida que son dos o tres veces más grandes.

Por ejemplo, Garagay está compuesto por un montículo principal denominado Montículo B, que tiene 385 por 155 por 23 m. de alto y dos brazos de menores dimensiones que encierran una gran plaza incluyendo una pequeña plaza cuadrangular abierta hacia el norte. Hacia la parte media aparecen al menos una plaza circular hundida. (Ravines e Isbell 1975: 257). En el cuerpo medio se encontró una escalinata y un atrio en la parte superior (estructura rectangular) de 24 m. de lado y hundido. Un muro de mampostería decorado con frisos polícromos rodea los lados del cuarto y al pie de cada figura principal hay pozos de ofrendas en donde se han encontrado muñecos modelados en yeso pintado. (Ibíd.)

En la parte baja de la quebrada de Jicamarca, en donde se encontraba el Templo en U de San Antonio, Silva y su equipo hicieron excavaciones que permitieron definir la presencia de una secuencia de ocupaciones asociadas a ocupaciones domésticas. La primera fase detectada fue denominada Jicamarca B, que se compone de una alfarería similar a la tradición Colinas que le sería contemporánea, aunque las similitudes son más en las formas ya que los elementos decorativos de esta fase no muestran diseños Chavín (Silva y García 1997: 207). Jonathan Palacios propuso otra secuencia para la misma zona en base a la recolección de material alfarero en las ladrilleras locales. Palacios detecta también la misma fase, aunque él la denomina Jicamarca (Palacios 1988).

La tradición “Blanco sobre Rojo” (200 a.C. – 200 d.C.)

En esta época se abandonaron los Templos en U y la iconografía “Chavinoide” apareciendo un tipo de alfarería peculiar que se caracterizó porque las vasijas que llevan diseños pintados de color blanco sobre la superficie roja de la vasija. Los principales asentamientos de esta época son: Villa el Salvador y El Ferroviario en Villa el Salvador, donde se han excavado extensos cementerios a los que se puede agregar el cercano Tablada de Lurín. Los cadáveres fueron colocados en cuclillas, acompañados de porras y vasijas. (Stothert y Ravines 1977; Delgado 1992) Asimismo, son de este período El Triunfo en San Juan de Lurigancho, al parecer un conjunto aldeano con terrazas en la ladera de un cerro (Abanto 1994).

La morfología y la iconografía de la cerámica muestran evidentes relaciones con la costa sur. Dorothy Menzel ya había reconocido estas conexiones planteando que fue Topará el agente portador de modalidades sureñas a la costa central y norte, coincidiendo este evento con el creciente desinterés por los Templos en U (Menzel1971).

Una de las construcciones más representativas en el valle del Rímac es la huaca Pan de Azúcar, conocida también como Huallamarca, pirámide trunca y aterrazada, que originalmente tuvo 125 m de longitud, 76 m de ancho y más de 20 m de alto (Ravines 1985: 74). Fue erigida con adobes grandes odontiformes y paniformes unidos con argamasa de barro. Estaba conformada por diversas plataformas, que soportaban recintos de todo tipo, interconectados por pasadizos remodelados en varias fases. Los muros presentaron enlucido externo y, en muchos casos, se encuentran pintados de color amarillo. Aunque hay discusión acerca de su posición cronológica, al parecer su construcción y uso se ubicaría entre fines de la tradición Blanco Sobre Rojo y la aparición de los edificios de adobitos del estilo Lima. Después de su abandono se convirtió en un extenso cementerio de las culturas Lima, Huaura, Ychsma e Inca (Valladolid 1992).

En la quebrada de Jicamarca, la secuencia detectada por Silva con tinúa con la fase Huachipa Jicamarca C, Huachipa Jicamarca D1 y Huachipa Jicamarca D2. En Jicamarca C, abundan las ollas sin cuello, las jarras y vasos altos de silueta “acampanulada” y bases planas Presenta decoración incisa con diseños geométricos, y en algunos casos, pintura post-cocción de color rojo (Silva y García 1997: 210-211). Esta fase se relaciona a las fases Cerro y Pinazo de Palacios (1988) de la misma zona. La fase Huachipa Jicamarca C es la que se vincula directamente a la tradición Blanco sobre Rojo. Las formas son ollas: sin cuello, jarras y botellas de doble pico-asa puente que pueden o no presentar engobe rojo (Silva y García 1997: 213). Esta fase se relaciona a las fases Huayco de la misma zona (Palacios 1988) y con la cerámica proveniente de los cementerios de Villa el Salvador y Tablada de Lurín.

Lima (200 d.C. – 650 d.C.)

A partir del 200 d.C. se da el desarrollo de la llamada cultura Lima, que se extendió desde Chancay por el norte hasta Lurín por el sur, con sus extensos asentamientos urbanos como Maranga (Ciudad Universitaria de San Marcos y alrededores), Cajamarquilla (quebrada de Jicamarca), las huacas Pucllana (Miraflores), Granados y Melgarejo (La Molina), Túpac Amaru A y B (San Luis) y los ya desaparecidos Macatampu (Lima) y Bajada Balta (Miraflores). Las pirámides Lima son de grandes dimensiones. La Huaca San Marcos de Maranga, por ejemplo, alcanza 33 m de alto y 370 m de longitud. La arquitectura se caracteriza por el uso pequeños adobes hechos a mano con continuas remodelaciones de sus espacios arquitectónicos, lo que llevó al crecimiento de las pirámides.


Figura 8: Botella de inicios del Intermedio Temprano. Museo de Sitio Huallamarca. (Foto: Lizardo Tavera)

Las profundas diferencias que presenta Lima con lo que existía previamente en el valle, como los entierros extendidos Lima frente a los sentados de Villa El Salvador, o la cerámica Lima con rasgos Recuay, Gallinazo y Moche frente a la de la tradición Blanco sobre Rojo con influencias sureñas, han hecho plantear la idea que élites procedentes del norte lograron imponerse para esta época en los valles del Rímac y Lurín (Makowski: 2001: 169).

La cultura Lima debió de atravesar también muchos cambios. Un indicador de esto es la cerámica, sobre la cual Patterson (1966) planteó 9 fases de desarrollo. Esta secuencia, aunque ha sido puesta en discusión en varias oportunidades (Lavalée 1965; Shady 1982; Guerrero y Palacios 1994; Segura 2001, 2004; Narváez 2006: 183 - 184) aún sigue siendo útil, por lo menos para identificar una etapa temprana (Lima 1-3), una media (Lima 4-6) y otra tardía (Lima 7-9).


Figura 9: Botella de inicios del Intermedio Temprano. Museo de Sitio Huallamarca. (Foto: Lizardo Tavera)

Otro elemento de diferenciación cronológica es la arquitectura. En la Huaca Middendorff, una de las pirámides del Complejo Maranga, hay una arquitectura temprana hecha con adobitos “odontiformes”, (Jijón y Caamaño 1949) que han sido encontrados también en rellenos arquitectónicos en la Huaca Pucllana asociados la II fase constructiva. En la misma Huaca, en la I fase constructiva se usan muros de tapias (Flores 2006: 54 -55). En una fase posterior, en la Huaca Middendorf, la arquitectura es de adobitos cúbicos colocados en hiladas sucesivas (Jijón y Caamaño 1949) y la cerámica asociada corresponde al Lima 4 – 5 de la secuencia Patterson, que sería la parte final del Intermedio Temprano. Este tipo de arquitectura ha sido detectada también en la Huaca San Marcos en la parte colindante con la Av. Venezuela, y en Huaca 20 de Maranga (Mac Kay y Santa Cruz 2000: 588) y en la Huaca Pucllana (Flores 2005: 54) lo que podría corresponder a una fase arquitectónica generalizada para todo el valle. Una fase posterior, con adobitos paralelepípedos rectangulares, correspondería al Lima 9 y Nievería de la época 1A del Horizonte Medio en la técnica constructiva denominada del “Librero”. Es la época de mayor complejidad y expansión arquitectónica en las pirámides Lima, tanto en Maranga como en Pucllana (Flores 2005: 54) lo cual se puede generalizar para las Huacas Túpac Amaru, Melgarejo, y Granados. En los casos de Cajamarquilla, Huaca Trujillo y Huaca Nievería en Huachipa, el tapial es el principal elemento constructivo, mientras que los adobitos son secundarios.


Figura 10: Fragmento de cántaro Lima Tardío procedente de Cajamarquilla. (Foto: Joaquín Narváez)

Se puede distinguir tentativamente una fuerte diferenciación social representada por una jerarquía de asentamientos, desde los de tipo aldeano (El Vallecito) pasando por edificios medianos (Túpac Amaru), agrupaciones de dos o tres edificios (Granados, Pucllana, Catalina Huanca) hasta extensos asentamientos con varias pirámides, plazas, etc. (Maranga y Cajamarquilla). Es posible que aun se mantenga el sistema de jefaturas pero a un nivel mucho más complejo que durante el periodo Inicial, aunque también se ha planteado la existencia del Estado para esta época (Goldhaussen 2001) con dos grandes capitales: Maranga en la margen izquierda del valle y Cajamarquilla en la margen derecha (Makowski 2001: 170) lo cual podría ser certero, al menos para la parte más tardía de Lima en la época 1A del Horizonte Medio.


Figura 11: Cántaro Lima Tardío procedente de Catalina Huanca. Colección: Museo de Sitio Arturo Jiménez Borja Puruchuco. (Foto: Lizardo Tavera)

Resulta evidente que una sociedad como la Lima debió tener una gran productividad agrícola en el valle del Rímac, lo cual queda evidenciada por la asociación que existe entre los canales de irrigación y los grandes complejos arquitectónicos Lima. Así, el canal de Ate se asocia a un edificio Lima de Catalina Huanca o Vista Alegre, el canal de Huachipa a Cajamarquilla, el Canal de Santa Clarita se vincula a Potrero Tenorio, el canal de Surco a Covima-Santa Felicia, el de Huatica a Pucllana, el de Maranga al complejo Maranga y el de La Legua a Makat-Tampu. El único canal que parece no tener en sus proximidades edificaciones Lima es el de La Magdalena.

Uno de los diseños más comunes en la iconografía Lima es el denominado entrelazado o interlocking, consistente en serpientes entrelazadas fuertemente geometrizadas. Adicionalmente, Escobedo y Goldhausen (1999), han identificado los siguientes diseños:


Figura 12: Arquitectura Lima de adobitos en técnica e Librero en la Hauca San Marcos en Maranga. (Foto: Joaquín Narváez)

-El Pulpo: Consiste en una figura cuya cabeza o cara es de color blanco sin un cuerpo adyacente. Tiene forma entre hexagonal y trapezoidal, ojos redondos y seis apéndices en la cabeza, que en algunos casos figuran serpientes.

-La Cara Sonriente: Es un rostro de forma hexagonal, compuesto por dos ojos, una nariz y una boca cuadrangular con dientes ostensibles. Como en el caso del pulpo, de la cara emergen apéndices serpentiformes.

-El rombo: Se trata de una figura geométrica en forma de rombo, engastado en serpientes.


Figura 13: Vista parcial de la Huaca San Marcos en Maranga. (Foto: Joaquín Narváez)

Para los mismos autores, en el Lima Tardío, dichos motivos iconográficos desaparecerán predominando en la decoración de las vasijas las figuras de espirales y triángulos concéntricos, ejecutados con líneas de colores. Asimismo se haría la simbolización de serpientes a través de los diseños en espirales (Ibíd.: 19). Por su parte, Isabel Flores, ha planteado que fue la ola, un símbolo marino, el elemento cohesionante de la población para las fases tardía de Lima (Flores 2006: 61). Asimismo, el tiburón sería un elemento religioso importante para las fases tardías de Lima. Pudo no ser una divinidad en sí, sino que era el símbolo de esta y debe representar al mar. Asimismo, se han encontrado evidencias en Pucllana de su consumo en ocasiones especiales, como las remodelaciones arquitectónicas, en donde también se ofrendaban mujeres, en algunos casos con las cabezas mutiladas (Ibíd.: 68 – 69).


Figura 14: Huaca Villar Córdova en Cajamarquilla. (Foto: Joaquín Narváez)

Los Lima tuvieron la costumbre de enterrar a sus muertos en posición extendida, con los brazos pegados a ambos lados del cuerpo, recostados en una cama de cañas, envueltos en tejidos llanos. En los lados de la cabeza colocaban como ofrendas vasijas y mates. En el valle del Rímac, destacan los hallazgos hechos en la Huaca Middenfdorff en Maranga por Jijón y Caamaño en donde los entierros son colocados extendidos sobre camillas de palos y asociados a tejidos finos, ceramios, instrumentos musicales como antaras, muñecos de hilos y trapos, canastos, perros y, en algunos casos, cabezas trofeo tipo “escalpes”. Estas fueron hechas con la piel de la cabeza que fue desprendida de los huesos (Jijón y Caamaño 1949: 34). Estos entierros corresponderían al Lima Medio (Goldhaussen 2001). Juan Paredes reporta también cuatro más de estas cabezas, pero del talud de la misma huaca, producido por el derrumbe y erosión de las estructuras. La piel de las cabezas había sido retirada completamente, la parte superior suturada con soguillas de totora formando una especie de bolsa en donde se ha introducido material vegetal. Los ojos y la boca fueron cosidos con hilos de algodón (Paredes 1999).

Entierros más sencillos fueron encontrados por Kroeber en Bajada Balta, un grupo de montículos pequeños ubicado al borde de un acantilado en Miraflores actualmente desaparecido (Kroeber 1954: 97-107) y en la Huaca 19 de Maranga donde los cuerpos aparecen extendidos dorsales, flexionados sentados o flexionados laterales. Sus asociaciones consisten en vasijas pequeñas, cántaros decorados ollas, antaras y ocarinas, miniaturas, piruros de piedra, cuentas de hueso y concha, batanes, manos de moler y, en algunos casos, conopas de piedra correspondientes al Lima Tardío (Mac Kay y Santa Cruz 2000: 587, 590). También se han encontrado entierros humanos en Pucllana, con los cadáveres extendidos acompañados de ollas, platos, cántaros, peines, figurinas antropomorfas, y cuentas de spondylus como ofrendas (Flores 2005: 77).


Figura 15: Botella Nievería con representación de mono procedente de Catalina Huanca. Colección: Museo de Sitio Arturo Jiménez Borja Puruchuco. (Foto: Lizardo Tavera)

Un aspecto interesante de los patrones funerarios Lima, es el hecho de que no se ha reportado hasta el momento entierros correspondientes a élites comparables a las detectadas para las contemporáneas Moche o Nasca. Puede ser que hasta ahora no se hayan encontrado, o hayan desaparecido frente a las destrucciones de monumentos con la expansión urbana moderna.

Hacia el final de la secuencia Lima, apareció en el valle del Rímac el estilo Nievería que se caracteriza por la fina calidad de la alfarería, la policromía y la forma escultórica, diferente al estilo Lima, con el cual comparte, asimismo, numerosos rasgos. Muestra representaciones de aves, peces, guerreros, mujeres, dignatarios y personajes fantásticos, propios de su mitología. (Menzel 1968; Shady 1982, Guerrero y Palacios 1994) Menzel planteó que Nievería apareció en la época 1B del Horizonte Medio, reemplazando a la tradición Lima. Ruth Shady afirmó que esta alfarería aparecería a fines del Intermedio Temprano (Shady 1982). Sin embargo, lo que parece certero es que no se dio en el Rímac un reemplazo brusco de Lima por Nievería. Es más, las investigaciones llevadas a cabo en Pucllana a cargo de la Dra. Isabel Flores, señalan que existió una contemporaneidad entre Lima tardío (que se extiende hasta la época 1A del Horizonte Medio) y Nievería, con mayor preponderancia del primero (Montoya 1995). Una situación similar es la que encontró Rafael Segura en Cajamarquilla (Segura 2001, 2004) y lo mismo ocurrió en la Huaca San Marcos, en donde, como señalamos, la alfarería Nievería aparece en fases de remodelación asociadas a Lima 9 y a la clásica técnica del librero.


Figura 16: Botella con representación del grifo Pachacámac. (Foto: Lizardo Tavera)

El impacto Huari (650 – 750 d.C.)

Hacia el 650 d.C. el estilo Lima desaparece en paralelo al creciente prestigio de otro estilo denominado Pachacámac que se ha detectado desde Lambayeque, por el norte, hasta Ica por el sur. Destacan en este estilo: cántaros, botellas con cuello, la mayoría de ellas cuello-efigie y algunos con elementos antropomorfos en el cuerpo de la vasija (Menzel 1968: 154), botellas con uno o dos picos (Ibíd.: 155), vasos y frascos (Ibíd.: 159). La figura más significativa del estilo Pachacámac es un grifo alado con cuerpo de felino y cabeza de águila (Ibíd.: 163). Asimismo, el estilo Nievería continúa durante la época 2B del Horizonte Medio, pero con una serie de variantes que llevaron a Menzel a calificar a esta cerámica como “Nievería Derivado” (Ibíd.: 94-95).

Se ha intentado explicar a este periodo planteando la existencia de un imperio, denominado Huari, que controlaría el territorio de los Andes Centrales y que habría tenido su capital, en el sitio del mismo nombre en Ayacucho. Huari habría sido responsable de la difusión de la iconografía altiplánica, similar a la de Pucara y Tiahuanaco y un tipo de cerámica polícroma en los Andes centrales (Larco Hoyle 1948; Menzel 1968; Lumbreras 1974).

Una hipótesis alternativa ha propuesto que durante este período lo que se dio fue una serie de “emporios regionales”, que resultaron del desarrollo y bienestar alcanzado por determinadas sociedades en sus respectivos territorios, los cuales interactuaron entre si y fomentaron el crecimiento de los centros urbanos basándose en el comercio (Shady 1982). En todo caso, es importante señalar que ciertos artefactos y la iconografía presente en los materiales de esta época en el Rímac señalan una evidente vinculación con lo que en ese momento se daba en Ayacucho.

Por mucho tiempo se consideró que al llegar el impacto Huari al Rímac, Maranga fue abandonada, concentrándose la población en el valle medio, en el gran sitio de Cajamarquilla. Incluso, se trató de explicar esto debido a ciertos trastornos climáticos en los Andes Centrales (Shimada et al. 1991). Sin embargo, las recientes investigaciones llevadas a cabo en la Huaca San Marcos y en Cajamarquilla han corregido esta idea.


Figura 17: Diseño de mate pirograbado de la época 2 del Horizonte Medio de la Huaca San Marcos con la representación de personajes ricamente ataviados en combate. (Tomado de: Narváez 2002).


Figura 18: Diseño de mate pirograbado de la época 2 del Horizonte Medio de la Huaca San Marcos con la representación de rostros felínicos y figuras geométricas. (Tomado de: Narváez 2002).

En realidad, la Huaca San Marcos tuvo una muy importante ocupación durante la época 2 del Horizonte Medio, con una arquitectura que combina la tapia, los adobitos reutilizados colocados de costado, y no en la técnica del librero, y el uso de adobes grandes, para formar plataformas y plazas interconectadas con pasadizos. En uno de ellos, se pudo encontrar cerámica del estilo Pachacámac, y entre otras cosas, un quipu pequeño (Shady et al. 2000). En el mismo contexto, aparecieron mates pirograbadas, cuya iconografía muestra conexiones con Ayacucho, por un lado, y con la costa norte por el otro (Narváez 2000).

En cambio, Cajamarquilla, para esta época, es un sitio abandonado y en donde las antiguas pirámides son utilizadas como cementerios. No hay arquitectura comparable a la de la Huaca San Marcos en Cajamarquilla, y no existe tampoco cerámica de la época 2 asociada a arquitectura alguna en ese sitio. La arquitectura que se estimaba Huari en Cajamarquilla, en realidad corresponde al período posterior, el Intermedio Tardío y vinculada a la cultura Ychsma (Narváez 2006).

Los entierros encontrados en la Huaca Tello de Cajamarquilla pertenecen a las épocas 1B y 2 del Horizonte Medio. Sestieri encontró siete entierros, en que los cuerpos eran colocados extendidos sobre literas hechas con cañas y el segundo expresado por un entierro que consistió en un fardo funerario cubierto de telas de algodón con el cadáver colocado en posición fetal y rodeado de vasos decorados. A sus pies apareció otro esqueleto que considera intrusivo y posterior al fardo. También, cerca a los pies del individuo se encontró el esqueleto de un mono con una perforación en el cráneo. Para Sestieri, la mayoría de las vasijas pueden asociarse al estilo Nievería con fuerte influencia Huari (Sestieri 1971). Las excavaciones efectuadas por Mogrovejo en el mismo lugar llevaron al descubrimiento de más contextos funerarios, en donde también hay entierros extendidos con materiales Huari, como platos con decoración Huamanga, cuencos Chakipampa, mates con decoración del estilo Atarco, tapices de la costa norte y una botella con rasgos Moche y entierros enfardelados colocados en cámaras funerarias, así como alfarería Nievería. (Mogrovejo y Segura 2000: 578-579). De manera hipotética, se puede afirmar que los entierros extendidos corresponderían a la época 1B del Horizonte Medio, cuando la pirámide estaba abandonada o a punto de serlo, mientras que los enfardelados a las épocas 2A y 2B del Horizonte Medio cuando ya la pirámide estaba en desuso.

En la Huaca Pucllana, también se han encontrado entierros de élitie de esta época, pero colocados intrusivamente en el edificio ya abandonado. Estos se presentan enfardelados y acompañados de finos tejidos. (Flores 2005: 86-89).

Huaura e Ychsma (750 d.C. – 1476 d.C.)

Hacia el 750 – 800 d.C. los estilos Pachacámac y Nievería desaparecen y se desarrollan nuevas tradiciones culturales en el valle. Para la época 3 del Horizonte Medio se dio en el Rímac la presencia del estilo Huaura, que tomo su nombre del valle del mismo nombre ubicado al norte de Lima. Piezas de este estilo aparecen distribuidas entre los valles de Pativilca y Supe, por el norte, hasta Lurín por el sur (Vallejo 2004: 603). Sin embargo, su presencia en el Rímac se reconoce más en entierros, como por ejemplo en Pan de Azúcar (Valladolid 1992: 133) que en arquitectura monumental. Esto llevó a pensar a Vallejo en una época de depresión económica y poblacional. Sin embargo, la influencia del estilo Huaura será tan notable, que de él surgirán los estilos Chancay e Ychsma (Vallejo 2004: 603-604).


Figura 19: Cántaro estilo Huaura. Colección: Museo de Sitio Huallamarca. (Foto: Lizardo Tavera).

A partir de la época 4 del Horizonte Medio desaparece Huaura y se desarrolla el estilo Ychsma que se difundió en la zonas costeras de los valles del Rímac, Lurín y la quebrada de Chilca (Vallejo 2004: 597). Este tipo de cerámica se caracteriza por su sencillez, destacando cántaros, ollas para cocinar, botellas y jarras. En algunos casos presenta decoración simple por medio de franjas pintadas de color blanco, crema o guinda sobre la superficie de los ceramios. Entre las vasijas ceremoniales destacan cántaros antropomorfos con representación de dignatarios ornamentados con orejeras y tembetá así como figurinas de aves, camélidos y mujeres desnudas.


Figura 20: Vista parcial de Cajamarquilla. (Foto: Lizardo Tavera).

Este estilo no cuenta con una secuencia detallada como, con sus fallas, existe para el estilo Lima. Hasta el momento, dos secuencias han sido presentadas para este estilo la de Francisco Bazán (Bazán 1990) y la de Francisco Vallejo (Vallejo 1998, 2004) la cual, recientemente, ha tenido importantes aportes de Peter Eeckhout. (Eeckhout 2004).


Figura 21: Acceso en “herradura” en Cajamarquilla. (Foto: Lizardo Tavera).

Bazán planteó una secuencia Ychsma, que se componía de dos estilos, el Ychsma y el Ychsma Fitomorfo, cada uno dividido en tres fases, Inicial, que aparecería asociado al estilo “Tricolor Geométrico” (Horizonte Medio 3 y 4), Medio (Intermedio Tardío) y Tardío (Horizonte Tardío) y que a su vez comprende varios tipos (Bazán 1990, 1992). Sin embrago, dicha secuencia ha sido muy criticada. Vallejo ha señalado que ciertas piezas que Bazán presentó como Tricolor Geométrico pertenecen a su fase Ychsma Medio A (Vallejo 2004: 614). En base a excavaciones efectuadas en tumbas y basurales de Armatambo, Vallejo (Ibíd.) replanteó la secuencia Ychsma proponiendo la siguiente: Ychsma Temprano, con dos subfases: A y B, Ychsma Medio también con dos subfases A y B y finalmente el Ychsma Tardío también con dos fases A y B, la última de las cuales tiene influencia Inca aunque respetando patrones decorativos y técnicas locales.


Figura 22: Figurina Ychsma de Cajamarquilla. Colección: Museo de Sitio Arturo Jiménez Borja Puruchuco. (Foto: Joaquín Narváez).

Recientemente ha entrado a debate un tipo particular de cerámica caracterizada por su monocromía, baja técnica de manufactura y cocción y ciertos elementos característicos como son los cuellos compuestos. Este tipo de vasijas, muy comunes en sitios arqueológicos tardíos de los valles del Rímac y Lurín han sido consideradas como proveniente de la sierra (Guerrero 2004), o propia de grupos lomeros (Vallejo 2004). En todo caso, es asignada a otro estilo denominado “Cuculí”, que fue definido por Engel en el valle medio del río Chilca al sur de Lima (Engel 1984). En lo personal pienso que las vasijas de este tipo no son en realidad serranas ni necesariamente pertenecientes a grupos lomeros. Y tampoco creo que puedan corresponder a una tradición diferente a la Ychsma (Narváez 2006: 165). Asimismo, vasijas de este tipo son muy comunes en las huacas de Pando (Ramos de Cox et al. 1974-75: 11), Canto Chico (Ravines 2000) y La Salina (Machacuay y Aramburu 1998)


Figura 23: Cántaro Ychsma de Cajamarquilla. Colección: Museo de Sitio Arturo Jiménez Borja Puruchuco. (Foto: Joaquín Narváez).

En Armatambo, La Rinconada y Cajamarquilla han aparecido numerosos entierros que corresponden a este período. En Cajamarquilla Sestieri encontró, en el conjunto que lleva su nombre, entierros en silos en forma de botella excavados en el suelo natural (Sestieri 1963). Tenían como ofrendas vasijas que fueron utilizadas de manera doméstica, mates pirograbados, objetos de metal, ruecas y piruros, así como otros instrumentos para la fabricación de textiles. Los tejidos aparecidos son de gran calidad técnica. Entre ellos destacan los paños y especialmente, las chuspas tejidas con fibras de camélidos (Sestieri 1963; Narváez 2006: 141-156).


Figura 24: Cántaro Ychsma de Cajamarquilla, considerado por algunos autores como “Cuculí”. Colección: Museo de Sitio Arturo Jiménez Borja Puruchuco. (Foto: Joaquín Narváez).

La arquitectura tardía del valle bajo de Rímac se caracteriza por el uso masivo de la tapia y sus grandes asentamientos urbanos, como Armatambo (Chorrillos), Maranga (Parque de Las Leyendas, San Miguel), Mateo Salado (Lima), Canto Chico (San Juan de Lurigancho) y Cajamarquilla, que constituye el asentamiento de mayor dimensión en el valle para esta época. También se encuentran grandes edificios individuales como Huantille (Magdalena del Mar), Santa Cruz (San Isidro), Palao (San Martín de Porras) o edificios menores como Palomino (Lima), La Luz (Pueblo Libre), etc. Destacan, para el Intermedio Tardío la construcción de grandes pirámides en el valle bajo que son una continuidad arquitectónica de las pirámides Lima. Entre las más importantes están las de Mateo Salado, Armatambo y Maranga (Huaca Tres Palos).


Figura 25: Canal de Surco en Santa Anita. (Foto: Joaquín Narváez).

En los valles medio y alto los asentamientos se ubican a los costados del valle pegados a la cadena de cerros probablemente para aprovechar al máximo la escasa tierra agrícola existente en la zona. En el valle medio, la arquitectura combina el uso del adobe y la tapia con piedras y en el valle alto se usa la piedra. Para este período también existe una relación importante entre los asentamientos y los grandes canales de irrigación, aspecto que queda aun más claro para el siguiente período.


Figura 26: Pirámide de Mangomarca. (Foto: Lizardo Tavera).

El Imperio del Tahuantinsuyu (1476 d.C. – 1532 d.C.)

El Horizonte Tardío (1476 – 1532 d.C.) resulta el periodo más conocido ya que además de las fuentes arqueológicas existen las etnohistóricas, es decir documentos coloniales de los siglos XVI-XVIII. En esta época se da una ocupación masiva del valle que se evidencia por la gran cantidad de sitios arqueológicos de este período. Al parecer, el valle bajo del Rímac y el del Lurín se integraron en un macroseñorío denominado Ychsma con su centro principal en la actual zona arqueológica de Pachacámac en el valle de Lurín. Ychsma estuvo compuesto por numerosos señoríos menores que se encontraban en torno a grandes canales de irrigación que existieron en el valle bajo del Rímac. Cada señorío contaba con su propio territorio, un asentamiento principal cabeza del señorío y pueblos menores en torno a los canales menores que se derivaban del principal («ayllus») y sus propios curacas. Los principales curacazgos del valle del Rímac serian: Lati, Sulco, Malanca, Lima, Huatca, Guala, Amancaes y Callao (Rostworowski, 1978).

Hay indicadores que cada curacazgo comprendía parcialidades menores. Rostworowski ha señalado la existencia de un tambo llamado Mayacatama en Maranga (Rostworowski 2002: 249). En el caso de Amancaes se menciona al ayllu de Pacán (Ibíd. 252). En Lima se hace referencia a Chuntay, en donde se ubicaría después la Iglesia de San Sebastián (Ibíd.: 238). Para Huatca se menciona a la parcialidad de Cacahuasi (Rostworwiski 1992: 91). En Surco, Armatambo habría comprendido cuatro cercados denominados Llapesco, Yolate, Guanupacse y Cuncacayca (Rostworowski 2002: 224). También se mencionan los siguientes “ayllus”: Calla, Ydcay, Centaulli y Cuncham. Ydcay estaría en donde ahora es el Pueblo Viejo de Surco, Chama en la Urbanización Chama, Cuncham o Cochan, denominado también Surquillo, en donde se encuentra ahora la iglesia parroquial de Miraflores (Varon Gabai 1997: 465) y Gualla, cerca de una “huaca grande” (Ibíd.: 454) que podría ser la Huaca Pucllana. A esto se debe agregar a los “Yaucas” ubicados cerca al monasterio Santo Domingo en Surco (Ibíd.: 494). Ciertos documentos también se mencionan a Comuco, Falana y Cala Gualca, barrios que durante la colonia conformaban la reducción indígena de Surco y que pudieron recoger sus nombres de antiguas parcialidades. (Rostworowski 2002: 225).


Figura 27: Palacio de Puruchuco (Foto: Lizardo Tavera).

Esta situación pudo ser un reflejo de lo que ocurría políticamente en el valle desde el Intermedio Tardío. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los documentos coloniales analizados por Rostworowski y Varón Gabai reflejan la situación política que se vivía a comienzos de la colonia, época en la cual estos señoríos se encontraban en plena desintegración y ya habían sufrido además grandes modificaciones por la administración cusqueña.

Según el cronista Bernabé Cobo, los incas dividieron la región en tres hunos o gobernaciones, compuestos por 10000 familias cada uno: Caraguayllo (en el valle del Chillón), Malanca y Sulco (en el valle del Rímac). Así, se podría plantear hipotéticamente, que la primera división se basó en la situación previa existente en el valle, y la segunda, a la administración cusqueña.


Figura28: Acceso en “herradura” de Puruchuco. (Foto: Joaquín Narváez).

Los documentos etnohistóricos también señalan la existencia de asentamientos «yungas», es decir pobladores costeños, en las partes altas y medias del valle que son desplazadas por grupos yauyos provenientes de las cabeceras de los ríos Cañete y Mala y que a su vez comprendían varios grupos. Tutayquiri, uno de los jefes Yauyos del grupo Checa, colocó un bastón de oro en el cerro Uncatupi Caparicaya que se encontraba en Pariacha (¿Huaycan de Pariachi?) señalando el límite de sus dominios (Taylor 1987: 219). Asimismo, los Yauyos fueron aliados de los Incas, lo que explicaría varios beneficios otorgados a los mismos, como la asignación de nuevas tierras en desmedro de los Ychsma (Rostworowski 1989: 57). ¿Por qué se movilizaron estos grupos y cuando exactamente?, ¿cual fue el impacto que ellos produjeron en los curacazgos tardíos de las partes altas del valle y como se refleja esto en los materiales arqueológicos?. Aún no hay respuestas para estas preguntas y son retos que la arqueología deberá asumir en el futuro.

Las evidencias arqueológicas señalan que en el valle del Rímac muchos asentamientos urbanos tardíos adquirieron grandes dimensiones durante esta época. Tal es el caso de Armatambo, ubicado en las faldas del Morro Solar de Chorrillos, próximo al camino entre Lima y el valle de Lurín, que habría sido convertido en un importante tambo, un lugar de descanso, aprovisionamiento y control administrativo del imperio. Otro tambo fue el de Limatambo, extenso complejo del cual sólo se conservan las huacas Santa Catalina y Balconcillo, ubicado cerca del actual cruce de las avenidas Javier Prado y Vía Expresa, caminos que desde antiguos tiempos fueron importantes (Cornejo 2004).


Figura 29: Pirámide con rampa La Palma en Maranga. (Foto: Lizardo Tavera).

Los canales de irrigación presentan una vinculación evidente entre su recorrido y la ubicación de los más importantes asentamientos del valle durante el Horizonte Tardío. Así, el canal de Vitarte en Ate, se relaciona a Huaquerones, el de Surco a Armatambo. El canal de Huatica se asocia a Limatambo. El canal de La Magdalena se vincula a Mateo Salado, el canal de Maranga, la parte tardía de Maranga en el Parque de las Leyendas, y La Legua a Makatampu, en su ocupación tardía, y a Chacra Puente una pirámide con rampa actualmente desaparecida (Tello 1999: 125).

En la margen derecha del valle el canal de Santa Clarita, en San Juan de Lurigancho, se vincula a tres extensos complejos: Mangomarca, Canto Chico y El Sauce. Aunque estos sitios pudieron tener ocupaciones previas, el gran desarrollo arquitectónico de los mismos corresponde a la época de ocupación Inca. Canto Chico ocupa un área de 10,000 m² (Ravines 1985: 30) aunque el área original debió ser mucho más grande. El Sauce, por su parte cubre un área de 250,000 m² (Ibíd.: 82). Gran parte de estos sitios, especialmente El Sauce, está destruido por la ocupación humana moderna.


Figura 30: Palacio de San Juan de Pariachi. (Foto: Joaquín Narváez).

Durante el dominio inca se construyeron complejos residenciales para aquellos curacas que ejercían autoridad sobre determinadas zonas del valle y se mantenían fieles a la autoridad del Estado cuzqueño. Éste sería el caso de Puruchuco, ubicado en Ate-Vitarte, una edificación hecha con tapias y adobe, pero que refleja características propias de la arquitectura cuzqueña como las puertas trapezoidales a doble jamba (Jiménez Borja 1973; Villacorta 2004: 546). Sin embargo, es un edificio inspirado en tradiciones arquitectónicas Ychsma. Así, es de notar la similitud entre Puruchuco y el Conjunto Laberinto de Cajamarquilla correspondiente al Intermedio Tardío. Ambos sitios son cercados y poseen un solo acceso que conduce a un gran patio con banquetas, que se conecta a una serie de recintos y patios menores ubicados al interior. Sin embargo, El Laberinto es mucho más grande y con mayor cantidad de recintos que Puruchuco.

Otra forma arquitectónica típica de esta época es la “pirámide con rampa”, tan común en Pachacámac y desde donde, al parecer, se difundió al Rímac durante la administración cusqueña. Así, hay pirámides con rampa en Armatambo (Díaz y Vallejo 2002: Fig. 5), Monterrey (Villacorta 2004: 547), Puruchuca y Huaquerones (Villacorta 2004: Fig. 3) en Ate-Vitarte, Chacra Puente, cerca al canal de La Legua (Tello 1999: 125) y en Maranga la Huaca La Palma. Villacorta señala que las pirámides con rampa del Rímac, son versiones simplificadas de las de Pachacámac y pudieron tener una función religiosa y/o administrativa (Villacorta 2004:547-549). Sin embargo, fueron de gran importancia para el Imperio en la costa central. Huaca La Palma fue, por ejemplo, el principal edificio de Maranga para esta época. El gran cercado de tapiales en la zona céntrica del complejo, parecen resguardar dicha pirámide del exterior. (Canziani 1987). Asimismo, las antiguas pirámides Ychsma son remodeladas, alcanzando mayores dimensiones con respecto al Intermedio Tardío. Este es el caso de las Huacas Tres Palos, San Borja y Mateo Salado.


Figura 31: Huaycán de Pariachi. (Foto: Joaquín Narváez).

Entierros correspondientes al Horizonte Tardío son muy comunes en el valle. Dos importantes cementerios son Rinconada Alta de La Molina y Huaquerones. En este último sitio, destaca el hallazgo de grandes fardos funerarios como el denominado “Rey del Algodón” un fardo en cuyo interior se encontraba un hombre adulto acompañado del cadáver de un bebé, una porra de piedra en forma de estrella, conchas de spondylus, una honda, sandalias, pinzas de plata, peines, hojas de coca y diversos vegetales, especialmente gran cantidad de algodón que formó el bulto y al cual el personaje debe su nombre. (Cock 2002).

En la Huaca Santa Cruz en San Isidro, también se han encontrado numerosos entierros de esta época. Destacan los de individuos acompañados de vasijas correspondientes a estilos foráneos como Chimú-Inca, Chincha, Lambayeque y Chanka y que podrían corresponder a grupos mitimaes (Cornejo 2004). Por supuesto, también existen entierros más sencillos de campesinos o dirigentes locales. Un cementerio con este tipo fue detectado en una de las plataformas bajas de la Huaca San Marcos intruyendo la arquitectura más temprana (Shady y Narváez 2000: 31).


Figura 32: Anexo N° 1 de Puruchuco. (Foto: Joaquín Narváez).

La cerámica de esta época corresponde a lo que se viene llamado el Ychsma Tardío B (Eeckhout 2005 412; Vallejo 2004: 630-636), que mantiene muchas características de las fases anteriores, pero con una serie de cambios influenciados por la presencia cuzqueña. Así por ejemplo, el tipo decorativo más característico es una serpiente en relieve que se ubica sobre el cuerpo de las ollas. Junto a esta cerámica, se introducen vasijas correspondientes a estilos de otras partes del país, como en el caso de la Huaca Santa Cruz, así como cerámica del estilo Inca Cuzqueño y del estilo Inca Regional. Este último resulta de una hibridación entre el Estilo Ychsma y el estilo Inca Cuzqueño y que a su vez recibe aportes importantes de Chimú o el Chimú-Inca (Vallejo 2004: 625).


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