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Renan y sus Bebidas
Clara Nava Reyes



--No soy borracho. Prefiero tomar café. Algo tranquilo.

            Así se presentó el maestro Raúl Renán al inicio del taller Formación del poema desde el verso único. Aunque, meses después, él nos propuso ir a la Treinta-treinta, por algunas cervecitas, a celebrar... creo que el fin del taller, "la minúscula escuela de escritores".

            En ese primer encuentro también nos explicó cómo trabajaríamos: una hora de teoría y, la otra, para tallerear nuestros poemas. Hablaba de distintos poetas, no sé si los citaba o pensaba en voz alta: La gracia de un poema equivale a la gracia de bailar en un ladrillo; los personajes de un poema se pintan por lo que son; lo insignificante en prosa, no lo es en poesía; la poesía admite e invita a hacer omisiones contextuales; la riqueza del poema es la riqueza del dibujo...

            Mientras hablaba, entre frase y frase, jugaba con su vaso o su taza, se humedecía los labios con agua y, otras pocas veces, con café (será que no le gustaba del que había). En una de esas ocasiones, afirmó que el poeta maduro es capaz de hacerle un poema a su vaso y nombrar a cada una de sus partes, como lo hace en un poema para su amante.

            Yo no soy poeta, llegué allí por curiosidad; sin embargo, con Renán descubrí "la otra lectura": leer los poemas al revés; de fin a principio. Fue algo fantástico, porque aun no hallando el poema en alguno de nuestros textos, desde su propuesta (y, quizá, con unos pequeños ajustes) encontrábamos poesía. También me era muy divertido escucharlo y seguirlo en sus gesticulaciones: asía las palabras para jugar con ellas; a los puntos, a las comas, los aparecía o desaparecía. Habló de los neosonetos, de perderle el miedo a las palabras, de la plasticidad de éstas...

            Nuestra reunión se daba en un salón blanco, que bien podría estar exhibiendo arte surrealista contemporáneo o guadalupano (previamente inaugurado por el Cardenal Norberto Rivera). Se evitaban los comentarios al respecto, era una regla implícita.  La mayoría de mis compañeros eran un poco raros: La psicoanalista, mayor de 50 años, brincadora de aceras y jardineras, visiblemente desesperada cuando el burócrata jubilado, Jung, hablaba de su pueblo bonito o del árbol que sembró con su esposa cuando ella aún era joven y con vida; Inti, el adolescente, serio, impenetrable, con movimientos casi robóticos; Dimitri, el músico, ganador del premio de Poesía Experimental, cargado de violines y bolsas, de corbatas exóticas: con estampados de libros y rojas manzanas; Hugo y Oliver, parecían los más "normales"; sin embargo, escribían cosas tan extrañas. Había otros poetas, sólo que no los recuerdo demasiado, se hacían invisibles. Ah, siempre aparecía una mujer de negro, muy importante en la dinámica del taller, encargada de perseguirnos para cobrarnos los adeudos, era la secretaria o la contadora de Casa de Cultura Andrés Quintana Roo. Es difícil olvidarme de ella.

            En fin, en la Treinta-treinta, bebimos y comimos con todo el ánimo que requieren las celebraciones.

 


Clara Nava Reyes nació en Ocotlán de Morelos, Oaxaca, en 1980. Estudia Antropología Social en la Universidad Autónoma Metropolitana  Iztapalapa. Ha sido integrante de los talleres literarios de la Biblioteca Pública Central de Oaxaca, y de los coordinados por los maestros Raúl Renán, Guillermo Samperio y Carlos Martínez Rentaría, en la ciudad de México. Ha publicado en Cantera Verde y en revistas universitarias. Es becaria del CIESAS-Conacyt.
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