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Ay Pablo, Reyes, Neruda, Pablito, Neftalí, Pablo Neruda, Ay Pablito

Rafael Ramírez Heredia



Ay niño de la calva hirsuta, ay niño de Parral y de Temuco, ay Ricardito del mundo, de las islas negras que son soleadas, tengo que escribir tu nombre y darle de vueltas a las palabras que forman martillos y corazones y leprosarios y jardines azules, rojinegros campos donde van tus odas, donde habita tu voz salida de fraseo gangoso que nada dice de la realidad de tu otra voz, la que se escucha y anda rabiosa o juguetona en todos los puertos del mundo de donde sus calaveras mascarones se fueron flotando por las nubes, viajaron en largas procesiones untadas de cantos y veladoras para refugiarse junto a ti en la orilla de las olas del Pacífico de tu patria chilena en nuestro Chile del alma de nuestras siempre nostalgias.

    Ay, se oyen por el viento las voces de los gitanos que entonan tu nombre en medio de fogatas y rondanas de abalorios, el silabeo de las vendedoras de magia que tienen por consigna regalar tus poemas entre la gente que entra como castañuela en los burdeles, la que no boca abajo, sino ojo abajo, entra de rodillas a las iglesias, centelleante y afiebrada parte plaza en las calles anteriores a los cosos taurinos, desfila rumorosa por los puentes de Praga a donde les regalaste tu nombre a cambio de otro que en realidad era de tu propiedad desde antes de saberlo; esa gente de arriba abajo, del sur hasta el diciembre que bebió tus manos hechas poesía y canto y ramas y olores de lo que llega del sur que es el fin o el inicio y los juegos nevados y las fiebres umbrosas construidas por tus viajes y tu varonía.

    Perdón te pido por hablarte de tú, pero así es esto, a los crucificados se les habla de tú mientras se les reza, a los sagrados se les habla de tú mientras se les ama, a los dadores del verbo y la pasión se les habla de tú mientras se les festeja, a los creadores se les habla de tú mientras se les envuelve en envidia sacra, se les habla de tú a los que se les admira y se les quiere y se les trastorna de tanto pedirles una y otra vez la milagrería de tu palabra, la que llena y sube, y ama y da pautas de sol en las sombras y luminosidades en los alberos de la luna.

    Y digo ay con tonos de cante jondo, con suspiros de alpargata gallega, con traspiés de charrería brava y de cueca y sabor de curanto, yerbabuena y tequilas mariacheros, digo ay ay no por tu ausencia que no existe, sino por mirar tus ojos si los tuvieras aquí en este mundo, en este siglo, en este instante en que las rabias de los perros mordieron la lengua de los pastores y desde un cercano once de septiembre, menos carajo del otro, el del 73 que es el verdadero, se han dado a llenar de sarna los confines del país global al que tú cantaste desde tus días de niño poeta en la frialdad de Santiago cuando llegaste a vivir a la zona del centro y las construcciones y la gente semejaban ramas inertes de tus bosques del sur.

    Ay cómo pesa no tenerte, ay porque deberías de estar aquí, niño poeta, y armarnos de valor para rechazar a la imbecilidad asesina y reconstruir los cánticos que por los llanos y cañadas vienen rebotando los ayes mapuches, los clamores indígenas, los serranos de miseria eterna, los campesinos de muerte entre los surcos, los pescadores ahítos de crustáceos petrolizados, de beberle las babas a un Poseidón crucificado de babas aceiteras, mientras van brillando las lanzas de fuego de los desheredados del globo, y sus sufrires se van enroscando en tu boina española, en tu perfil de águila sureña, en tus vestidos negros con que cubrías tu disfraz para no decirle al universo que tu poesía estaba y está llena de bravíos giros, de amorosos sones, de profundidades saturadas de olas, de caracolas que le cantan al latir de los astros y de los corazones y de las ciudades y en contra de las guerras, como la de hoy que lastima, trasmite la desazón de no saber que ya no existe el otro mundo al que defendiste para dar un equilibrio que ahora no se conoce por estar aturdido de bombas y dólares mascados por las hienas.

    Pablo, Pablito, don Pablo, te cuento un viejo chiste: un negro es castigado por las huestes del K.K.K. y lo hacen luchar contra feroz tigre, el negro previamente es metido en un hoyo sólo con la cabeza sobresaliendo de la tierra, y cuando el animal se apresta a dar la primera tarascada, el hombre inmóvil e impotente lanza una desesperada mordida a los testículos del tigre y todos los espectadores blancos, al unísono, gritan enfurecidos:

    pelea limpio, jijo de puta negro.

    Así ha signado sus rutas esta maldita guerra de la que nadie quiere saber pero ahí estuvo, sucedida en este planeta, en la aldea cuya globalidad permite que un solo hombre, de dudosa salud mental, desde lo bizco de sus ojos, desde la revancha fomentada por su padre y azuzada por los enormes intereses que conforman el neoliberalismo y las doctrinas del dinero como única religión, truene con toda su cauda de males, de injusticias, de malignidad cuyos resultados nadie puede prever y los muertos han sido miles y la contaminación terrible y la desesperanza moral oscura y los latigazos de la depresión y las turbulencias económicas batirán como siempre con mayor rudeza a las naciones pobres y por más que en las calles de todas las ciudades la gente muestre su rechazo a esta pesadilla que nos envuelve porque unos cuantos individuos, trepados en su egoísmo y en su malignidad, ciegos de poder, nulos de inteligencia, faltos de visión humanista, decreten la masacre que nadie puede calificar de necesaria por más que se hable de perversidad, atribuyendo hechos que si se comparan con lo que la parte acusadora hace, resultan menos que iguales porque son inferiores, muy inferiores.

    Debes saber, amado Pablo, que en este siglo donde ya no vemos tu figura, por primera vez el Papa global, Juan Pablo II, alza la voz en contra de sus viejos aliados, los intelectuales del mundo inútilmente rechazaron la guerra, odiaron la invasión, abominaron que la gestapo del mundo siga clavada en las calles y plazas y oratorios y ríos de la ciudad del sultán y Scherezada, y la gente del pueblo también odia eso, los ricos y los pobres, los miserables y los estudiosos, todos contra esta maldita guerra hecha hoy ocupación que se da porque este mundo no es libre ni santo ni feliz, le han robado el alma y la han metido en un tablero cuyos mandos manipulan seres en la cúspide del poder, del nacimiento de un feudo cuyos simples habitantes son datos estadísticos, rayas en el aire, perros de laboratorio, bocas sin dientes frente a fusiles con la inteligencia lista a matar a todos aquellos que no quieran ser vasallos de ese reino oscuro cuyo líder no tiene rostro sino una máscara, una calavera, la misma que ostentan sus banderas, las que ahora recorren el desierto del oriente y que una vez terminada allá su faena, mirarán hacia otras partes del mundo.

    Por eso, Pablo, Pablito, don Pablo, te recuerdo al hombre negro del viejo chiste, sólo que tu poesía lo ha transformado en árabe de ojeras en forma de palmera, míralo, está con el cuerpo aprisionado por la tierra que lo apelmaza, tira mordidas al aire y desde la Casa Blanca los enfurecidos guerreros demandan que ese sacrificado, mal armado en comparación a la máquina de guerra que enfrente tienen, combatan con limpieza por el bien del mundo libre, carajo, don, pero es que a uno también le gana la rabia, que se hizo eléctrica al ver a un segundo 11 de septiembre cuyas llamas el mundo hizo suyas como si la mano de la historia tratara de echar paletas de humo al primer 11 de septiembre en donde cayeron más seres humanos, en donde algo más que almas se desplomara, porque allá, en aquel 1973, se trastocó la historia, la de nuestros pueblos, los nuestros don Pablo, no los ajenos, aquellos que tienen como show las alas negras de la televisión que todo cambia, la vida cambia, los aires se trastocan, no digamos la realidad de aquellos países que no tienen a alguien como tú a quien rezarle y si lo tienen, se los han tratado de cambiar con imágenes de seres de nula calidad, cuando tú, Pablo, Pablito, don Pablo, eres el más sagrado de los verbos, el más adorado de las verbas.

    Lugar común sería decir de la falta que nos haces en estos tiempos en que sólo tu poesía nos da ánimo y al mismo tiempo nos obliga a no refugiarnos en ella sino a usarla como bala, como puño apretado, como desinfectante a los malos olores del planeta que sucio y reptando ve como la amenaza puede hacer pequeño el primer once de septiembre para incendiar las fronteras, las mismas y otras que tú recorriste cargando nubes y dibujando más anillos a los astros.

    Lugar común pero necesario cuando nos inunda la basura, las letras se hacen de vasallaje, los intereses se conjugan antes que el amor a la vida, a nuestros cerros, a nuestros valles, a nuestra esencia libertaria, la misma que tú, Pablito, don Pablo, anduviste regalando en jolgorios luminosos y que nunca han cesado por más que los gorilas y las gorras intentaron poner un alto jamás respetado por ti ni siquiera en el momento de decirnos, con la gorra en la mano, un adiós que no era más que una momentánea despedida de la que no creemos que la apliques en su totalidad, y no porque alguien o muchos no lo quieran, sino porque tú y nosotros estamos inmersos en un contubernio de amor y ganas de mandar al carajo a todo aquel que no se incline cuando hablas, no reniegue de los Kisingeres y Busches y Blairs del mundo, esos individuos que aplauden la muerte mientas se echan toneladas de plata y petróleo en los bolsillos antes y después llenos de mierda mientras tú canto sigue y sigue, sin detenerse sigue, Pablo, Pablito, don Pablo.






Rafael Ramírez Heredia nació en la ciudad de Tampico, Tamaulipas, en 1942. Con 33 libros publicados, en diferentes géneros, ha dedicado su vida a la literatura. Maestro de varias generaciones de escritores; periodista, corresponsal de prensa, conductor de programas de radio y televisión, promotor cultural, director de talleres literarios, es miembro de la Sociedad General de Escritores de México y del Sistema Nacional de Creadores. En 1976 ganó el Premio Nacional de Teatro; en 1978, el Nacional de Novela; en 1983, el Nacional de Cuento Policiaco; en 1997, el Nacional de Literatura IMPAC, entre otros. En el extranjero, en 1984, gana el Premio Internacional Juan Rulfo por El rayo Macoy, que entrega el gobierno de Francia al mejor cuento del mundo en lengua española; y, en 1990, el Internacional de Literatura que entregaba la Asociación de Escritores Soviéticos, en Moscú, Rusia, en la ex Unión Soviética. Su obra ha sido publicada en estados Unidos, Honduras, Colombia, Argentina, Chile, cuba, España, Francia, Alemania, Rusia y Bulgaria, y traducida al alemán, francés, inglés, búlgaro y ruso.


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