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CUENTOS PARA NIÑOS


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LETRAS























EL ROBOT GUARDAESPALDAS

EL ROBOT GUARDAESPALDAS
Valores:
Marcelo era un niño muy aplicado al que le encantaba la robótica. Tanto le gustaba, que se pasaba todo el día inventando, diseñando y experimentando con sus juguetes y aparatos robóticos.

Pero como Marcelo se pasaba todo el día con la nariz en sus inventos y en sus libros de robótica los demás niños se metían mucho con él. Al principio a Marcelo le daba lo mismo, pero con el tiempo empezó a mosquearse, porque de las burlas los niños pasaron a cosas peores.

Harto de que le robaran las cosas, le tiraran la mochila o le dieran algún que otro empujón cuando estaba concentrado en sus cosas, Marcelo tomó una decisión: defenderse. Y la mejor idea que se le ocurrió fue inventar un robot que le sirviera de guardaespaldas.

Marcelo se puso a trabajar en su proyecto. En pocas semanas el robot guardaespaldas estaba listo. Todos alucinaron cuando Marcelo llegó con él al colegio. Y más aún cuando el robot consiguió frenar todos los intentos de molestar a Marcelo.

Cada día Marcelo añadía nuevas mejoras a su robot tras observar los problemas o deficiencias que encontraba. Mientras tanto, los demás niños encontraron que molestar a Marcelo burlando a su robot era todavía más divertido y estimulando. 

Así fue como, con el tiempo, a Marcelo se le olvidó que su robot era una máquina para defenderse y lo convirtió en una herramienta de venganza. 

-Estos se van a enterar -pensó Marcelo-. Antes mi robot solo recogía los objetos que me arrojabais y lo lanzaba a la papelera más cercana. Ahora os los tirará de nuevo, con tanta fuerza que más vale que os quitéis de su trayectoria. Y si antes solo se ponía delante de los que veníais a incordiar, ahora mi robot os asestará un buen empujón.

Aprovechando que era viernes, Marcelo se encerró en su cuarto a trabajar sobre las actualizaciones de su robot durante todo el fin de semana. 

El domingo por la tarde alguien llamó a la puerta y, sin esperar, la abrió. Era Toni, el primo pequeño de Marcelo, que entró corriendo para abrazar a Marcelo.

El robot reaccionó enseguida y le dio un empujón tan fuerte al niño que lo lanzó contra una estantería. Un montón de juguetes y libros le cayeron encima. El golpe fue tan fuera que tuvieron que llevarlo al hospital.

AEl robot guardaespaldasfortunadamente a Toni no le pasó nada grave. Marcelo, muy arrepentido, desmontó su robot. Cuando contó lo que había pasado a su padre, este le dijo:

-La ira te cegó.

-Solo quería defenderme -dijo Marcelo. A lo que su padre respondió:

-Una cosa es defenderse y otra muy distinta es querer vengarse. No lo olvides nunca. 

Cuando Marcelo volvió al colegio, para su sorpresa, nadie se metió con él más. Parece que ya no era tan divertido, sin ningún robot que los retara. Así fue como a Marcelo se le ocurrió una idea que le haría ganarse un montón de amigos, y creó un robot para jugar al que se podía retar de muchas maneras diferentes.

Ahora Marcelo es un chico popular al que todos admiran, exactamente por los mismos motivos por los que antes se metían con él.









AZULETE EL EXTRATERRESTRE
Valores:
Nicolás no podía creer lo que estaba viendo en el patio trasero de su casa. Allí mismo acababa de aterrizar una pequeña nave espacial. Todavía no había amanecido, pero la noche estaba tan estrellada que Nicolás pudo ver perfectamente que del interior de la nave salía algo caminando sobre dos pies.

La extraña criatura vio a Nicolás, pero no se asustó. Quien sí debió asustarse fue el conductor de la nave espacial, que enseguida salió volando, dejando a su compañero allí.

Cuando la criatura se dio cuenta de que le habían abandonado empezó a saltar y a chillar. Hacía mucho ruido. Nicolás tuvo miedo por él. Si le descubrían los mayores se lo llevarían y a saber qué cosas raras le harían. 

-Calla, que te van a oír -dijo Nicolás-. Ven conmigo, yo cuidaré de ti.

La criatura fue hasta donde estaba Nicolás.

-Vamos a mi habitación.

Ya dentro, Nicolás pudo observar bien a su nuevo amigo. Aquella criatura de color azul era como una cabeza con piernas. Apenas levantaba un palmo del suelo. Con sus ojos saltones, la criatura miraba todo mucho interés. Sus dos dientes le daban una curiosa ternura a su sonrisa.

-Me llamo Nicolás -dijo el niño.

-Yo no tengo nombre -dijo la criatura.

-¡Hablas! -dijo Nicolás-. ¡Esto es genial! Pues yo te pondré uno. ¿Te parece bien?

-Me encantaría -dijo la criatura.

-Te llamaré Azulete. ¿Qué te parece? -preguntó el niño.

-¡Me encanta! Gracias, Nicolás.

Durante los siguientes días Nicolás se llevó a Azulete consigo a todas partes para enseñarle el planeta Tierra. Como era tan pequeño y tan peculiar, todo el mundo pensaba que era un muñeco. Y así pasó inadvertido.

-Me gustaría volver a casa, Nicolás -le dijo Azulete a su amigo un día.

-¿No estás contento aquí, conmigo? -preguntó Nicolás.

-Sí, pero me gustaría volver con mi familia. Los echo de menos -dijo Azulete.

Azulete, el extraterrestre-Te entiendo -dijo Nicolás-. Te ayudaré.

Durante muchas noches, Nicolás estuvo haciendo señales con una linterna usando el código que Azulete le enseñó. Una de esas noches llegó una nave a buscar a Azulete.

-Adiós, amigo. Nunca te olvidaré -dijo Nicolás.

-Ni yo a ti -dijo Azulete-. Gracias por todo. Volveré a visitarte.

Nicolás se quedó triste por la marcha de su amigo, pero a la vez se sentía muy satisfecho, porque le había ayudado a volver a casa. Porque eso es la amistad, hacer lo que sea mejor para el otro, aunque eso signifique dejarlo marchar.









LA CIUDAD DE LAS BATERIAS DESCARGADAS
La ciudad de las baterías descargadasEl día amaneció soleado. La temperatura era ideal. Y, como era festivo, todos los habitantes de la ciudad salieron a la calle. Unos niños sacaron sus juguetes teledirigidos, otros sus juguetes que caminaban solos, otros sus vehículos con motor. Algunos niños sacaron sus videoconsolas. También había muchos adultos haciendo deporte con sus cascos puestos y mucha gente colgada de su móvil.

Entonces, pasó lo peor. De repente, todos los juguetes y aparatos que llevaban pilas o batería se apagaron. No funcionaba nada. Los gritos y los llantos no tardaron en aparecer. La desesperación pronto reinó en la ciudad. 

De repente, una luz iluminó el cielo y una nave espacial con forma redonda descendió lentamente, aterrizando suavemente en la plaza del pueblo. Poco a poco, los habitantes de la ciudad se reunieron en torno a la nave.

No tuvieron que esperar mucho para que un gran puerta se abriera en la nave y descendiera una gran rampa. Al poco, unos curiosos seres se asomaron a la puerta y se deslizaron por la rampa hasta llegar al suelo. 

-¡Son juguetes gigantes! -decía la gente.

-Pero, ¿quién los controla? -preguntaban. 

-No nos controla nadie -dijo, por fin, uno de los juguetes gigantes-. Llevamos siglos viajando por el Universo buscando un planeta donde hubiera la suficiente energía para cargar nuestras baterías. Desde hace unos años orbitamos la Tierra, pero nunca antes habíamos encontrado una ciudad donde poder conseguir toda la energía que necesitábamos de una sola vez. Hasta hoy. Gracias, amigos.

-¡¿Gracias?! -gritó un niño-. Nuestros juguetes están fritos.

-Y no funcionan los móviles, ni los reproductores de música -dijo alguien.

-Ni las baterías portátiles, ni los cargadores de red -dijo otra persona.

-Tendréis que iros de aquí -se oyó decir a alguien.

-¡Eso! ¡Iros! ¡Iros y no volváis! -coraba la muchedumbre.

-Pero con la energía que hemos absorbido apenas viviremos unos meses -dijo el líder de los juguetes gigantes.

-Es vuestro problema -decía la gente-. Iros ya.

Los juguetes gigantes, muy tristes, empezaron a subir por la rampa para marcharse, mientras todos los observaban en silencio. Estaban ya casi todos a bordo cuando un niño pequeño dijo:

-Podrían quedarse a jugar con nosotros. Sería muy divertido.

Todos los niños pequeños que había por allí empezaron a saltar de alegría por la idea. 

-La ciudad de las baterías descargadas¡Venga, vamos a jugar! -decían los niños.

Los juguetes, fieles a su naturaleza, se pusieron muy contentos, y volvieron a bajar de la nave para jugar con los niños. La alegría contagió a toda la ciudad y todos se unieron a los juegos. 

Al final del día cada niño escogió un juguete y se lo llevó a casa. Para sobrevivir, la ciudad tuvo que prescindir de todos los juguetes con pilas y con baterías, y se limitó el uso de los móviles, que desde entonces solo se usan para llamar. 

Así, los nuevos habitantes pudieron sobrevivir, absorbiendo la energía de todos esos aparatos. A cambio, hicieron felices a niños y adultos, les enseñaron a jugar con juguetes que no requerían energía de ningún tipo y les ayudaron a descubrir muchas cosas que antes se les pasaban por alto. Y todos fueron muy felices.







LOS ROBOTS DEL PROFESOR ALBERTSTEIN 
Los robots del profesor AlbertsteinEl profesor Albertstein estaba muy orgulloso de su invento. Tras años de investigación y experimentación había conseguido construir el primer robot inteligente del planeta. Lo hasta entonces había sido solo ciencia ficción se había convertido en realidad. Por fin, una máquina inteligente podría ayudar a solucionar los graves problemas que amenazaban el planeta y a la humanidad.

Filipo Tropencis, su ayudante, había estado a su lado durante todo el proceso. Había sido emocionante asistir al nacimiento de tan maravilloso invento. Pero Filipo Tropencis estaba disgustado. Muchos de los fallos habían sido resuelto por él y muchos los avances habían sido fruto de sus ideas y de su trabajo. Pero su nombre no aparecía por ningún sitio. Las noticias no hablaban de él y todo el mérito se lo atribuían al profesor Albertstein.

-Todo el mundo sabe que sin ti yo no hubiera podido acabar este invento, Filipo -le decía el profesor Albertstein-. Y sabes que compartiré las ganancias contigo, como te prometí.

Pero a Filipo el dinero le importaba poco. Él quería reconocimiento y fama. Él quería gloria, pasar a la historia. Y eso no iba a ser posible mientras el profesor Albertstein fuera el único reconocido por todos. Así que ideó un plan. 

Filipo Tropencis dejó que pasaran las semanas y que se construyera el primer ejército de robots para ponerlos a prueba en misiones terrestres. Cuando el ejército estuvo listo, Filipo Tropencis remotamente instaló un virus de origen indetectable en los robots para que hicieran lo que él les pedía.

Esa misma noche, mandó a los robots que salieran del almacén y que se dirigieran a la ciudad más próxima. Al mismo tiempo, alertó de manera anónima de que los robots se habían vuelto locos y que iban a atacar a la población.

En cuanto esto se supo toda la población huyó despavorida. Y cuando los robots rodeaban la ciudad, apareció Filipo Tropencis para arreglar el problema.

-En cuanto lo arregle seré un héroe -pensó Filipo Tropencis.

Pero algo salió mal. Filipo Tropencis no era capaz de acceder a los sistemas y controlar a los robots. 

-¡Oh, no! -exclamó-. El virus que he instalado debe de haber inutilizado el acceso que iba a emplear. 

El profesor Albertstein lo oyó y le preguntó:

-¿Se puede saber qué es lo que has hecho?

-Solo quería ser reconocido -dijo Filipo Tropencis-. Pensé que si salvaba a la población arreglando un pequeño fallo de los robots…

-¡Insensato! -dijo el profesor Albertstein-. ¡Dejaste una puerta trasera abierta en la programación para poder interferir! ¡Y si lo hubiera descubierto un hacker! Y, ¿mira lo que ha pasado? 

Los robots del profesor Albertstein-Nunca quise que atacaran, profesor -dijo el joven ayudante-. Pero el virus debe haber mutado o algo así.

Al final no quedó más remedio que acabar por la fuerza con los robots. Y cuando un análisis previo descubrió que los robots habían sido manipulados saltó el escándalo.

-Has tirado por la borda el trabajo de muchos años, Filipo -dijo el profesor Albertstein.

-Lo sé, profesor -dijo Filipo-. Contaré lo que ha pasado.

Filipo Tropencis confesó su artimaña y pidió perdón. Pero se comprometió a revisar los robots para que nadie pudiera volver a manipularlos jamás. 

Filipo Tropencis consiguió lo que quería y se hizo famoso, aunque no por los motivos que él hubiera deseado, lo cual no le hacía nada feliz. Ahora todo el mundo lo conocía por su error y su mala fe, a pesar de que estaba entregado en cuerpo y alma a solucionar el problema.











EL ASTRONAUTA ENAMORADO
El astronauta enamoradoHabía una vez un astronauta que viajaba por el espacio en su pequeña nave espacial. Llevaba tanto tiempo surcando el universo que ya no recordaba el camino a casa.

Un día, el astronauta encontró un planeta azul, como la Tierra, aunque muchísimo más pequeño. Cuál fue su sorpresa al descubrir que allí vivía alguien. Se trataba de una hermosa alienígena, de color rosa y oro, que cantaba junto a una fuente una hermosa canción. 

El astronauta se acercó con cuidado, se quitó el casco y, al ver que podía respirar, le dijo a la hermosa alienígena:

-Hola, no se asustes. ¿Entiendes mi idioma?

La alienígena le respondió haciendo una raros ruiditos. Sin embargo, el astronauta lo entendió perfectamente. 

-Tranquilo, veo en tu corazón que vienes en son de paz -dijo ella-. ¿Quieres agua de la fuente? 

-Por supuesto, gracias -dijo el astronauta-. ¿Puedes seguir cantanto? No sé por qué, oírte me llena de felicidad.

La alienígena siguió cantando mientras el astronauta bebía agua de la fuente. Tras varias horas, la alienígena le dijo:

-Tengo que irme. Gracias por tu compañía. Suerte en tu viaje.

El astronauta, que se había quedado embobado mirándola mientras cantaba, no acertó a decir más que “gracias”.

Cuando la alienígena se fue, el astronauta se subió a su nave dispuesta a volver a casa. Tenía que contarle a todos que había encontrado vida en un planeta en el había aire respirable y agua potable. 

Pero había algo que le oprimía el pecho y un extraño movimiento en su barriga que no le dejaron marchar.

-Dormiré un poco en este planeta, a ver si se me pasa -pensó el astronauta.

Horas después, el astronauta se despertó con el bello canto de la alienígena. Sin pensarlo, el astronauta salió corriendo de la nave y fue a verla.

-Creí que ya no te vería más -dijo él-. ¡Es tan grande la alegría que siento! 

Ella miró al astronauta a los ojos y, entonces, él comprendió lo que le pasaba. Se había enamorado perdidamente de ella.

-¡Cásate conmigo! -le dijo él-. Y no tendremos que estar solo nunca más.

-No es posible, joven humano -dijo ella.

-¿Por qué? -preguntó él-. ¿Es porque no somos iguales? ¿Por qué soy de otra especie?

-El astronauta enamoradoNo, no es por eso -dijo ella-. Es que yo no siento nada por ti. El amor es un camino de dos vías. Pero aprecio tu amistad y tu compañía.

El astronauta se marchó sin contestar, muy airado por la respuesta. Pero tras varias horas se dio cuenta de su error y volvió a ver a la alienígena.

-Perdona, he sido un grosero -dijo el astronauta-. Hace tanto tiempo que viajo solo…

-Te entiendo -dijo la alienígena-. Puedes quedarte el tiempo que quieras. Yo cantaré para ti. Es agradable tener a alguien que escuche y aprecie mi canto.

Y allí se quedó el astronauta, escuchando a la hermosa alienígena de color rosa y oro y bebiendo de la fuente el agua más pura y cristalina que jamás nadie ha visto. 

Y fueron felices, como amigos, para siempre.
EL MISTERIO DEL DESPERTADOR DEL SEÑOR MANOLO

EL MISTERIO DEL DESPERTADOR DEL SEÑOR MANOLO

RELOJ
Valores:
Actitud positiva, Alegria

Todas las mañanas el señor Manolo se despertaba muy temprano para salir a pasear. Tras asearse y tomar un ligero desayuno -ya tendría tiempo después para desayunar algo más contundente- el señor Manolo se calzaba sus zapatillas deportivas y salía a la calle.


El señor Manolo, al pasar, despertaba a todos los vecinos. Todos le saludaban afectuosamente desde la ventana al verlo pasar. Y así, con el paseo del señor Manolo, despertaba la vida en el pueblo.

Ni un solo día dejó el señor Manolo de pasear y de despertar a sus vecinos, que ya hacía mucho tiempo que habían renunciado a poner el despertador. Pues mucho más agradable eran el saludo y los cantares del señor Manolo que el ruido infernal de aquel aparato chillón.

Pero no todo el mundo disfrutaba de este despertar placentero. Había un joven, al que llamaban el Pringabotas, por trabajar de aprendiz en el taller del zapatero, al que no le gustaba nada madrugar.

Al Pringabotas le gustaba apurar todo lo que podía en al cama, y poco le importaba salir corriendo y sin desayunar, casi a medio vestir, porque llegaba tarde al trabajo. Pero con el señor Manolo despertando al pueblo y la gente amaneciendo con alegría lo de quedarse dormido era casi imposible. 

-A este le voy a dar yo una lección -dijo para sí el Pringabotas-. Voy a estropearle el despertador a ese señor Manolo. Ya verás cuando se quede dormido y todo el pueblo con él. Me voy a reir yo de tanta tontería cuando todos lleguen tarde a trabajar o al colegio.

Dicho y hecho. El Pringabotas se coló en casa del señor Manolo y le averió el despertador. No se le daban mal la electrónica, así que usó su maña para estropear el despertador sin que el reloj dejara de funcionar, de modo que no se notara nada.

Pero a la mañana siguiente el señor Manolo volvió a dar su paseo, como siempre. El Pringabotas, que se las había dado muy felices para aquel día, no cabía en sí de rabia. Ese mismo día volvió a casa del señor Manolo para comprobar que el despertador no funcionaba. Ajustó alguna cosa por si acaso y volvió a su casa.

Pero a la mañana siguiente todo volvió a ser igual, y el Pringabotas volvió a despertarse bien temprano, y bien enfadado. 
-Esta noche me colaré en su casa cuando esté dormido y le robaré el despertador -pensó el muchacho. Y eso hizo.

Empezaba a amanecer cuando el Pringabotas se metía en la cama, cuando de pronto oyó al señor Manolo, que salía a dar su habitual paseo.

-¡No! -gritó el Pringabotas-. ¿Cómo es posible? ¡Si no tiene despertador!

-Claro que no -dijo el señor Manolo, que lo escuchó. La ventana del Pringabotas estaba abierta y todo el pueblo escuchó sus chillidos-. No me hace falta. Mi cuerpo está acostumbrado a despertarse a la misma hora todos los días, sin necesidad de despertador. 

El misterio del despertador del señor Manolo-Pero, ¿para qué se levanta usted tan temprano, si está jubilado y no tiene nada que hacer? -le preguntó el Pringabotas.

-Me levanto para aprovechar la luz del sol, para disfrutar de un nuevo y maravilloso día -le dijo el señor Manolo.

-¿Por qué? -le preguntó el Pringabotas.

-¿Por qué no? -le respondió el señor Manolo-. La vida es maravillosa y hay que disfrutarla. Tengo muchas cosas por hacer, por ver, por aprender y por compartir. Y no podré hacer nada de eso dormido.

Al Pringabotas debieron de impresionarle aquellas palabras, porque desde entonces se levanta con alegría cuando oye al señor Manolo y le saluda con afecto y gratitud. Él también tenía mucho que hacer, que ver, que aprender y que compartir. Ahora lo sabía. Y tenía mucho tiempo para sacarle jugo a la vida.






LA GRAN HAZAÑA DEL PIRATA POCABARBA

PIRATA
Valores:
Valentia, Superacion, Confianza.
Había una vez un joven grumete que soñaba con convertirse en el más famoso capitán pirata de toda la historia de la piratería. Pero en lo que a leyendas piratas se refiere, poco se podía hacer si no se poseía una barba legendaria. Así de difícil lo tenía este joven grumete, al que no salían más de ocho o diez pelos en la cara. Y por más ungüentos que usase ni más remedios populares que se aplicase, nada le funcionaba. 

Pero el joven grumete estaba decidido a ser un famoso capitán pirata, de los de barba legendaria, uno cuyo nombre hiciera temblar hasta a las olas del mar, al punto que estas se apartasen para cederle el paso. La otra opción era tener una legendaria pata de palo, pero la idea de perder una pierna para sustituirla por un madero no le gustaba lo más mínimo.

Pero el tiempo pasaba y la barba no crecía. Cada año le salían alguno pelos más en la cara, que ya no se afeitaba con la esperanza de que, viéndose largos, aparentaran un poco en su cara. Pero esto, lejos de darle una apariencia más varonil, le otorgaban un aspecto entre ridículo y dantesco. 

Ajeno a las burlas de sus compañeros, el grumete, ya convertido en marinero, seguía preparándose para ser el temible pirata que soñaba ser. Así, leía historias de piratas, estudiaba para saber navegar y para aprender a manejar el timón y se formaba en la lucha con espada y cuerpo a cuerpo.

Un día, el capitán de su barco se puso gravemente enfermo, así como todos lo que sabían navegar y manejar el barco. Una tormenta se avecinaba y era preciso salir lo más rápido posible de aquella zona.

-Esta es mi oportunidad -pensó el aspirante a capitán pirata-. Demostraré de lo que soy capaz.

El capitán aceptó que el joven gobernara el barco, pues no había nadie más que se hubiera ofrecido. Cuando los demás se enteraron arrancaron a reír y a burlarse de él.

-Ahí va, el pirata Pocabarba, a salvarnos a todos con su gran conocimiento de la navegación -se reían.

HLa gran hazaña del pirata Pocabarbaaciendo caso omiso de los comentarios, el muchacho agarró el timón, estudió el cielo y cambió el rumbo. Al principio, cuando empezó a dar órdenes a diestro y siniestro, nadie le hacía caso, hasta que se plantó y les dijo:

-Si queréis vivir más o vale acatar las órdenes. Pues lo que me falta de barba me sobra de entendimiento. Así que manos a la obra, rufianes, o yo mismo os tiraré por la borda. 

Así fue como el joven marinero consiguió hacerse con el mando del barco y huir de la tormenta. El capitán, como agradecimiento, le nombró segundo de abordo. Y le rebautizó con el nombre de Pirata Pocabarba, que, aunque al principio no le gustó mucho, con el tiempo le sacó buen partido.







EL INSPECTOR TOLISTO Y EL CASO DE PLAYA VERDE.


INSPECTOR
Valores:
Astucia, Arrepentimiento, Respeto por el medio ambiente.
En Villamojada, un pequeño pueblecito costero famoso por su playa de fina y clara arena, había aterrizado la tragedia. Su hermosa y apreciada playa había amanecido de color verde. Pero no por algas o cualquier elemento natural, no. Lo que había ocurrido es que alguien había pintado la playa con un espray de color verde fosforito.

Los vecinos, al descubrirlo, se echaron las manos a la cabeza. La temporada estival iba a comenzar en breve y muchas familias dependían del turismo veraniego. 

Todos los vecinos se reunieron en la plaza del pueblo. Había que solucionar el problema. Entre todos decidieron retirar la arena pintada con palas. Trescientos vecinos del pueblo y veinte o treinta turistas que habían adelantado sus vacaciones se unieron a las labores de limpieza de la playa. Toda la arena se amontonó en el lugar más apartado posible de la playa.

Pero fue en vano, pues a la mañana siguiente la playa volvió a aparecer pintada con spray. Esta vez el gamberro había elegido un verde más oscuro, un verde botella. 

Los vecinos y turista volvieron a reunirse para limpiar la playa. Esta vez se unieron también habitantes de los pueblos vecinos. Toda la arena de color verde botella se amontonó junto a la arena verde manzana recogida el día anterior. 

Entre tanto, el alcalde, en secreto para no alertar al posible gamberro, se puso en contacto con el inspector Tolisto, amigo de la juventud que trabajaba en la comisaría de la capital. El inspector Tolisto llegó a Villamojada en pocas horas, cuando aún estaban limpiando la playa.

-Investigaré a fondo este caso -dijo el inspector Tolisto a su amigo el alcalde-. Me da en la nariz que este gamberro no va a parar de pintar la playa.

Y así fue. A la mañana siguiente la playa amaneció de color verde fosforito. Los vecinos, muy disgustados, volvieron a coger sus palas para retirar la arena pintada y amontonarla junto a la arena verde manzana y verde botella. 

Pero lo que no sabía el gamberro es que el inspector Tolisto había colocado unas potentes y diminutas cámaras en los accesos la playa y en los miradores. Así, el inspector Tolisto no solo pudo identificar al gamberro, sino que pudo seguirlo para descubrir dónde se escondía.

Esa misma mañana, mientras los vecinos retiraban la arena pintada, el inspector Tolisto fue a la casa del culpable y lo arrestó. El gamberro resultó ser un turista sin malas intenciones, pero un poco corto de mollera.

-Yo no quería hacer mal a nadie -dijo el detenido-. Pinté la arena para que la playa fuera más original. Estoy enamorado del color verde.

Y eso era verdad. Tanto le gustaba el verde a este hombre que llevaba medio cuerpo con tatuajes en tonos verdes. Además, llevaba el pelo teñido de verde y todas sus cosas era de color verde. ¡Incluso tenía los ojos verdes! Y, por si esto fuera poco, con los sprays había pintado toda la habitación del hotel en el que se alojaba de color verde. Paredes, muebles, lámparas, puertas…. todo. Los dueños iban a enloquecer cuando lo vieran. 

El inspector Tolisto y el caso de la playa verde-Pero, hombre, ¡no ve usted que esto no se puede hacer así! -le dijo el inspector Tolisto-. Salta a la vista que usted está obsesionado con el verde. Es enfermiza su obsesión, no cabe duda. Lo que no puede hacer es ir sembrando de verde todo lo que hay a su alrededor. Además, ¿no sabe usted que esos sprays pueden resultar tóxicos para el medio ambiente? 

El hombre se arrepintió y prometió compensar su mal haciendo una jugosa donación al pueblo, puesto que el mal ya estaba hecho y la arena pintada no se podía limpiar. Y como algo había que hacer con esa arena en tonos verdes, los vecinos decidieron convocar un concurso de arte para reciclar. Los cuadros, esculturas y otras obras de arte se utilizaron para hacer una exposición permanente. 

Ahora, Villamojada no es famosa solo por su hermosa playa, sino también por su exposición, única en el mundo.










 LA LEYENDA DEL HOMBRE ESTATUA

ESTATUA
Valores:
solidaridad, respeto.
Había una vez un hombre que se ganaba la vida haciendo de estatua por la calle. Así, el hombre estatua iba de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo haciendo su número a cambio de unas monedas.

El hombre estatua se vestía y maquillaba como si fuera de piedra y se quedaba quieto. Cuando alguien dejaba una moneda en el sombrero que dejaba a sus pies, el hombre estatua se movía como si fuera un robot y le daba las gracias. 

Se decía que el hombre estatua traía buena suerte, por lo que muchos le daban monedas, pensando que así la suerte les sonreiría. Llevase o no la buena suerte, el caso es que su llegada era motivo de alegría allá por dónde pasaba, y tras él quedaba una estela de felicidad que duraba semanas.

Pero un día el hombre estatua llegó a un pueblo habitado por unos vecinos a los que no le gustaban nada los artistas ambulantes, ni mucho menos las fábulas sobre la buena suerte.

Uno de los vecinos decidió que quería ver cómo reaccionaba el hombre estatua si alguien se metía con él. 

-Vamos a tentar a esa buena suerte de la que habla todo el mundo -pensó, burlón.

Y empezó a lanzarle bolitas de papel, primero pequeñas, luego más grandes. Esto divirtió mucho a los que lo vieron, que decidieron hacer lo mismo. 

El hombre estatua no se movió de su lugar. En cambio, una lágrima le caía cada vez que una bola de papel o cualquier otra cosa impactaba contra él. Y así se quedó hasta que todo el mundo se marchó y él pudo bajar de su pedestal para salir, a pie, de aquel pueblo. Sus lágrimas, que habían quedado en sus ropas, fueron cayendo al suelo a lo largo del camino. 

Cuentan que, al día siguiente, las zonas donde habían caído las lágrimas del hombre estatua habían aparecido abrasadas, inertes o quebradas. Así pudieron seguir el rastro del hombre estatua hasta un pueblo cercano, donde le recibieron con gran júbilo.

Muy apesadumbrados, semanas después, los vecinos del pueblo que vio llorar al hombre estatua formaron una patrulla para buscar para invitarlo a su pueblo, porque el daño que habían causado sus lágrimas se había extendido y solo había lodo, piedras y maleza donde antes había hermosos jardines, prósperos huertos y cuidadas calles adoquinadas. Pero, ¿cómo saber dónde había ido el hombre estatua? 

-Sigan ustedes las flores amarillas -les dijo un anciano que paseaba por los caminos que se percató de lo que buscaba aquel grupo de hombres.

-¿Cómo dice usted? -preguntaron.

-Por cada moneda que recibe el hombre estatua crece una docena de florecillas amarillas en el camino -dijo el anciano.

ALa leyenda del hombre estatuaunque incrédulos, los hombres decidieron seguir el consejo del anciano. Y así dieron con el hombre estatua. Pero durante horas no consiguieron hablar con él, pues este no se movía hasta que estaba completamente solo.

Entonces, uno de ellos decidió echarle una moneda. El hombre estatua se movió y le dedicó una sonrisa y una reverencia. Uno a uno, todos los demás hombres le fueron echando monedas en el sombrero. Para su sorpresa, varias flores amarillas brotaron a su alrededor, entre las grietas de los adoquines.

Así fue como los hombres comprendieron que no necesitaban que el hombre estatua regresara a su pueblo. Con energía renovada y una alegría y una paz que no habían experimentado, la patrulla regresó al pueblo para contar la historia. Admirados, todos sintieron gran pena y arrepentimiento por lo que habían hecho. 

A la mañana siguiente, todo amaneció como antes de la llegada del hombre estatua. Años después volvió a pasar por allí el hombre estatua, al que recibieron con gran alegría y festejo. Y cuando se fue dejó una estela de flores amarillas como nunca antes, y una alegría y una paz que nunca más desapareció del pueblo.









EL DIBUJO DE LA SINCERIDAD

NIÑA
Valores:

Sinceridad, Arrepentimiento, Perdonar.
El dibujo de la sinceridadClara tenía 10 años y ahora que se acababa el cole estaba muy contenta porque el colegio se volvía un sitio más divertido. Hacían más juegos, más deporte y los profes no les mandaban tantas fichas para hacer en casa. Un día la profesora de lengua les mandó que hicieran una redacción sobre lo que iban a hacer en verano y que después hicieran un dibujo como portada de esa pequeña historia. 

Clara hizo un dibujo de un sol y una playa, pues siempre se iba de vacaciones a Alicante con mamá y los abuelos. Era un sitio súper chulo, porque siempre hacía sol y en la playa conocía a un montón de niños. Ya solo quedaba un mes para poder ir. Pintó su fantástico sol, pero sin querer se salió con el amarillo. Luego quiso pintar la arena y no encontró un color que no fuera el marrón oscuro así que fue el lápiz que utilizó. Cuando acabó estaba contenta porque se había esforzado mucho en dejarlo bonito. Era su pequeña ventana al verano. 

Cuando el resto de niños acabaron la profesora les mandó ponerse de dos en dos y les dijo que tenían que explicarse entre ellos su redacción y enseñar el dibujo. A Clara le tocó con Jennifer, una niña muy simpática que no jugaba mucho con ellos en el patio porque solía estar cuidando de sus hermanos.

-¡Hola Jennifer! Mira te enseño mi dibu. Es una playa de Alicante. Me gusta mucho. Voy con mi madre y mis abuelos. El sol es amarillo muy fuerte y me encanta. ¿A ti? 

-Uhmmm. Hola Clara. Pues espero que no te enfades, pero me parece que el dibujo está mal hecho, te has salido un montón y has pintado el cielo de amarillo. La playa parece montaña porque el marrón es muy oscuro. Me gusta lo que cuentas. Lo tenéis que pasar muy bien todos juntos allí. 

Clara se sintió paralizada y no supo que decir. Le entraron unas ganas enormes de llorar que no pudo controlar y de repente por sus mejillas rodaron pequeñas gotas que fueron asomando unas detrás de otras. A Jennifer no le dio tiempo a decir nada. La profesora vino enseguida y ella asustada porque no sabía lo que había hecho tan malo se echó a llorar también. 

El dibujo de la sinceridadLas dos niñas contaron lo sucedido y se calmaron, pero cuando Clara llegó a casa le contó a su madre lo sucedido y le enseñó el dibujo. Su mamá le ayudó, le dijo que no tenía que enfadarse ni sentirse triste con Jennifer. Su compañera le había dicho lo que pensaba y además era cierto. Cuando el otro se toma un tiempo en decirnos lo que piensa y en enseñarnos en que podemos mejorar no tenemos que reaccionar mal hacía él o ella. 

Ana se tranquilizó y cuando llegó a clase habló con Jennifer, le pidió disculpas y las dos a partir de ahora fueron amigas.
LA CIGÜEÑA Y LA ZORRA

LA CIGÜEÑA Y LA ZORRA

ZORRA
Valores:
Bondad
Había una vez una cigüeña bonachona que se llamaba Picorrojo y vivía en la copa de un roble. En el tronco del mismo árbol vivía un anciano búho y un poco más abajo, entre las raíces del árbol, una zorra con muy mal genio a la que todos llamaban Malauva.

La zorra se portaba muy mal con la cigüeña y siempre estaba buscando la forma de burlarse de ella. Por ejemplo, un día que Malauva invitó a Picorrojo a comer:

- Baja Picorrojo, que te invito a comer conmigo unas gachas que acabo de preparar.

Pero el animal había puesto las gachas en una piedra muy llana formando una capa muy fina porque sabía que así la cigüeña no podría comérselas. Y eso fue precisamente lo que ocurrió. La cigüeña no pudo picar nada y la zorra se las comió todas. Pero eso no fue todo, porque encima tuvo la cara de decirle:

- ¡Cómo te has puesto cigüeña! Ahora estarás varios días sin comer, ¿eh?

La pobre cigüeña no dijo nada y se subió a su nido con el mismo hambre con el que había bajado. 

Un día el búho, que era amigo de la cigüeña y a quien no le gustaba nada la forma en que la zorra se burlaba de ella, tuvo una idea.

- Picorrojo, ve a buscar una caña en la que quepa tu pico y cuando la encuentras vuelve. Prepararemos unas migas y las meteremos dentro. Le dirás a la zorra que la invitas a comer y verás cómo nos reiremos de ella viendo cómo intenta comerlas. 

El plan del búho funcionó perfectamente. La cigüeña metía una y otra vez su pico en la caña y cogía una buena ración de migas, mientras que Malauva lo intentaba con su hocico y no sacaba nada. Pero llegó un momento en el que la zorra perdió la paciencia y de repente cogió la caña con los dientes, la destrozó y se comió todas las migas. 

El búho permaneció la noche entera pensando de qué forma podrían dar un escarmiento a la zorra y al final tuvo una idea. Al día siguiente el búho explicó a la cigüeña lo que debía hacer. Después fue Picorrojo y habló con Malauva:

- Comadre, vengo a contarle me han invitado a una boda en el cielo. Va a ser un festín. Habrá pavo relleno, gallina en pepitoria, pollitos dorados, queso, gorrinos al horno… Lástima que usted no pueda venir… a no ser que quiera subirse a mis espaldas. Yo podría llevarla si quiere venir.
- ¡Claro que quiero! - dijo Malauva relamiéndose sólo de pensar en toda esa comida

La cigüeña y la zorraAsí que se subió la zorra sobre las alas de la cigüeña y ésta echó a volar. Al rato dijo Picorrojo:

- ¡Ay! Creo que tiene pulgas
- ¿Yo? ¿Nada de eso! - dijo la zorra
- Yo sólo sé que me pica mucho la espalda así que agárrese bien que me voy a sacudir

Al sacudirse la zorra la cigüeña salió volando y por los aires. Menos mal que tuvo la suerte de caer encima de un arbusto y gracias a eso salió viva.

Cuando regresó a su madriguera hecha trizas y llena de heridas se encontró con el búho.

- ¿Qué? ¿Cómo ha ido la boda?
- Bien, pero si salgo de ésta ya le digo que no iré a mas bodas en el cielo












 GARBANCITO
GARBANCITO
Valores:
Superacion, Esfuerzo
Había una vez un matrimonio que quería tener hijos. Tras mucho tiempo esperándolo finalmente tuvieron uno pero cuando nació resultó ser un niño muy pequeño, tan pequeño como un granito de arroz, por eso decidieron llamarlo Garbancito. 

Fue pasando el tiempo y aunque Garbancito se hacía mayor, seguía siendo igual de pequeño. Sus padres estaban algo preocupados, pero en cambio a él eso no le importaba. A él le gustaba trabajar y ayudar a sus padres como hacían el resto de los niños.

Un día la madre de Garbancito estaba haciendo un riquísimo arroz con conejo cuando se quedó sin azafrán.
- ¡Madre mía! ¿Y ahora qué hago yo?

Garbancito, que estaba por allí cerca, le contestó de inmediato:

- Yo iré a comprarlo mamá. No te preocupes 
- ¿Pero cómo vas a ir tu? ¿Y si no te ven y te pisan? 
- Tranquila mamá
- No no hijo mío, ya voy yo.
- Por favor mamá, deja que vaya. Iré cantando una canción para que todos me oigan y así no me pisen y volveré a casa con tu azafrán. 

Aunque la mamá de Garbancito se quedó preocupada, al final acabó dejando a su hijo que fuera.

- Toma esta moneda y ve a “Ca la Rojals” Y ten mucho cuidado de que no te pisen

Garbancito se echó la moneda a la espalda y salió a la calle cantando:

Pachín, pachín, pachán, 
A Garbancito no lo piséis
Pachín, pachín, pachán, 
A Garbancito no lo piséis


Todo el mundo se daba la vuelta cuando oía a Garbancito, pero como era tan pequeño no se le veía debajo de la moneda y creían que era la moneda la que cantaba y andaba sola. 

Cuando el muchacho llegó a la tienda pidió el azafrán que le había encargado su madre.

- Buenos días señora, quería un poquito de azafrán para el arroz con conejo que está preparando mi madre.
- ¿Cómo? No le he oído - contestó la tendera sin saber de dónde venía aquella vocecilla - 
- Que quería un poquito de azafrán para el arroz con conejo que está preparando mi madre.
- Pero, ¿dónde está señor? No lo veo por ninguna parte...
- ¡Estoy aquí! - contestó Garbancito un poco enfadado
- ¡Ay! ¡Una moneda que habla!
- No soy una moneda, soy Garbancito y quería un poquito de azafrán para el arroz con conejo que está preparando mi madre.
- Uy si si claro, enseguida

Garbancito salió de la tienda con el azafrán y volvió a entonar fuertemente su canción para que todo el mundo pudiera oírle.

Pachín, pachín, pachán, 
A Garbancito no lo piséis
Pachín, pachín, pachán, 
A Garbancito no lo piséis


La madre de Garbancito se puso muy contenta al ver que su hijo había vuelto sano y salvo.

- Gracias hijo mío. Eres un niño muy bueno

Garbancito se sentía muy orgulloso de haber podido ayudar a su madre y quiso hacer lo mismo con su padre, que estaba trabajando en el huerto.

- Mamá, ¿me dejas que ayude también a papá? Puedo llevarle la cesta del almuerzo que siempre le llevas tu…
- Ay no sé hijo, es muy grande
- Déjame intentarlo, ya verás como puedo

Al final Garbancito, que era muy tozudo, se salió con la suya y salió empujando la cesta camino del huerto cantando su canción para evitar que lo pisasen.

Pachín, pachín, pachán, 
A Garbancito no lo piséis
Pachín, pachín, pachán, 
A Garbancito no lo piséis


Cuando le faltaba poco para llegar empezó a llover muy fuerte así que Garbancito se refugió debajo de una col que había ahí al lado. 

Entonces apareció por ahí un buey grande y pesado y muerto de hambre. El animal se había metido en el huerto buscando una col para comérsela. Pero no veía ninguna… hasta que dio con la de Garbancito. Abrió la boca y ¡aaaammm! Garbancito fue a parar a la tripa del buey.

El padre de Garbancito se cansó de esperar a que le llevara su mujer el almuerzo y acabó por regresar a casa enfadado.

Garbancito / El Patufet- ¿Se puede saber por qué nadie me ha llevado hoy mi almuerzo? - le dijo a su mujer cuando entró en casa
- ¡No me digas que no ha aparecido por allí Garbancito!

La mujer le explicó que Garbancito había salido con la cesta hacia allí y al no saber qué le habría ocurrido salieron los dos preocupadisimos a buscarlo. Los vecinos del pueblo se unieron a ellos en cuanto los oyeron llamar a su hijo:

- ¡Garbancito! ¿Dónde estás?
- ¡Garbancitoo!
- ¿Dónde estás Garbancito?
- ¡Garbancito!

Hasta que al final una voz a lo lejos contestó débilmente

- ¡Estoy aquí, en la tripa del buey donde no nieva ni llueve!

Todos siguieron aquella voz hasta el buey y decidieron que lo mejor era hacer cosquillas en la nariz al animal para conseguir que estornudara. Así que cogieron una pluma, el animal estornudó y al final Garbancito salió disparado. 

El pequeño se abrazó muy contento a sus padres y juntos volvieron a casa para comerse el arroz con conejo cantando:

Pachín, pachín, pachán, 
A Garbancito no lo piséis
Pachín, pachín, pachán, 
A Garbancito no lo piséis



EL ZURRON QUE CANTABA.
ZURRON
Valores:
Obediencia, Astucia.

Había una vez una niña a la que su padrino regaló por su cumpleaños un pequeño anillo de oro. La pequeña estaba encantada con él y lo miraba una y otra vez mientras que su madre le recordaba que debía tener mucho cuidado si no quería perderlo. 

Un día como otro cualquiera la madre mandó a la pequeña a la fuente a buscar agua y ésta se quiso lavar las manos antes así que quitó el anillo y lo apoyó con cuidado encima de una piedra. Cuando acabó llenó su cántaro y se fue a casa. Hasta que de repente a medio camino…

- ¡Ay el anillo! ¡Me lo he dejado en la fuente!

Pero como ya estaba cerca de casa, decidió llevar primero el agua a casa e ir corriendo después a la fuente. Pero cuando llegó allí todo lo que había era un mendigo con las ropas rotas y sucias con un gran zurrón en el suelo. 

- Oiga señor, ¿no habrá visto usted un anillo que estaba por aquí?...
- Está dentro de este zurrón. Entra y cógelo

Pero cuando la pequeña entró el hombre lo cerró rápidamente y se llevó el zurrón con él.

- Mas te vale que sepas cantar niñita, porque yo no voy a trabajar para mantenerte…

La pequeña oía desde el interior del zurrón la temible voz del mendigo pensando qué sería de ella. 

Al día siguiente el hombre llegó a un pueblo y empezó a gritar que tenía un zurrón que hablaba. Cuando las primeras personas se acercaron para verlo le dijo a la niña:

- Canta zurrón, o te doy con esta lanza en la panza
Y la niña empezó a cantar de improvisto:
- En un zurrón voy metida, en un zurrón moriré, por un anillo de oro que en la fuente me dejé

La gente del pueblo aplaudía encantada ante tal espectáculo e incluso le lanzaban monedas al hombre. Nadie imaginaba que dentro del zurrón lo que había era en realidad una niña.

Mientras tanto, la madre de la niña empezó a impacientarse al ver que su hija tardaba demasiado en volver de la fuente. Fue a buscarla pero allí sólo encontró su cántaro. Todos en el pueblo empezaron entonces a buscarla pero no había ni rastro de ella.

Al cabo de un tiempo, un vecino del pueblo fue al pueblo de al lado al que había feria y coincidió que en la plaza estaba el hombre del zurrón, quien de nuevo repetía su espectáculo.

- Canta zurrón, o te doy con esta lanza en la panza
Y la niña cantaba:
- En un zurrón voy metida, en un zurrón moriré, por un anillo de oro que en la fuente me dejé

Pero el vecino encontró algo raro en la voz de la niña, así que se acercó al mendigo.

- ¡Qué espectáculo más maravilloso!
- Gracias, gracias
- Debería usted venir a mi pueblo. Vería como le llenaban los bolsillos de monedas
- En ese caso no se preocupe, que mañana mismo iré por allí

En cuanto el vecino volvió a su pueblo fue rápidamente a contarle a los padres de la niña lo que le había dicho aquel hombre.

Al día siguiente el hombre del zurrón llegó a la plaza del pueblo. Allí estaban los padres de la niña que esperaban nerviosos el momento en que el zurrón cantara para saber si era o no su hija.

El hombre cogió su lanza y dijo:

- Canta zurrón, o te doy con esta lanza en la panza
Y la niña cantaba:
- En un zurrón voy metida, en un zurrón moriré, por un anillo de oro que en la fuente me dejé

Los padres supieron que estaban en lo cierto en cuanto oyeron la voz de la niña: era su hija la que cantaba. Esperaron a que acabara el espectáculo para hablar con el hombre e invitarlo a cenar a su casa.

- Suba a la cocina con mi marido y déme si quiere el zurrón que se lo guardo aquí - dijo la madre
- Ah si si, tenga muy amable

CEl zurrón que cantabauando la madre abrió el zurrón salió de dentro su hija muy asustada y contenta de volver a verla. Su madre le dio un abrazo y le mandó ir a buscar al perro y al gato para meterlos en su lugar y que el hombre no se diese cuenta de que no estaba.

- ¡Verás que sorpresa se dará cuando lo abra! - dijo la madre

Cuando al día siguiente el hombre llegó a otro pueblo dijo:

- Canta zurrón, o te doy con esta lanza en la panza

Pero el zurrón no cantó. Así que el hombre le dio con la lanza y volvió a decir lo mismo. Esta vez del zurrón salieron maullidos y ladridos. La gente empezó a abuchear al hombre, quien volvió a clavar la lanza en el zurrón. Dentro, el perro y el gato estaban cada vez más enfadados y no dejaban de pelearse.

El hombre furioso, abrió el zurrón pero entonces… el perro salió y le mordió la nariz y el gato le llenó la cara de arañazos. Y por si esto no fuera poco, la gente del pueblo estaba tan enfadada porque hubiese tratado de engañarlos que fueron a por palos para darle su merecido.

Dicen que el pobre hombre del zurrón quedó tan maltrecho que todavía no se ha recuperado. Y desde entonces todos los niños saben tal y como les dicen los mayores, que si se portan mal el hombre del zurrón vendrá a buscarlos.
Esta leyenda nos habla de la obediencia. El hecho de que la niña no siga la advertencia de su madre respecto al anillo es el desencadenante de toda la historia. Sirve entonces para que los niños entiendan la importancia de seguir las indicaciones de sus padres.

Por otro lado, también habla de la astucia como forma de encontrar una solución a los problemas. Lo hace cuando nos cuenta la idea de los padres de invitar al hombre a cenar para poder abrir el zurrón y sacar a la niña y también con la idea de la madre de meter al perro y al gato en el zurrón
para que el hombre no se de cuenta de que ya no está su hija.