Ciencia Ficción Perú

Editorial

Tire su televisor por la ventana


 



Creo necesario repetir lo siguiente: el nivel de lectoría de los peruanos ha descendido a niveles deplorables. Ya ni siquiera podemos compararnos con otros países y decir “pero al menos estamos mejor que”, puesto que estamos al final de la cola. Y si no es así, pues nos estamos acercando.

Esperar que el Estado considere como algo importante la promoción de la lectura, y por ende, la formación de nuevos lectores, es simplemente imposible. No esperemos que el Estado haga algo que no está capacitado para hacer.

Entonces, ¿en manos de quien está la responsabilidad de formar a los futuros lectores, quien debe crear los nuevos ejércitos de lectores? Pues nosotros, y nada más que nosotros.

Y cuando digo nosotros, hablo por nosotros padres, nosotros estudiantes, nosotros vendedores, nosotros artistas, nosotros cómicos, nosotros mayores, nosotros menores, nosotros civiles, nosotros militares. En fin, TODOS pues, sin medias tintas ni especulaciones inútiles sobre cómo debe ser la currícula en nuestros colegios, nacionales o particulares. El niño – principal objetivo de nuestro esfuerzo por crear nuevos lectores, aunque los demás no podemos hacernos los desentendidos - aprende por imitación. Y si en su casa no ve leer a nadie, ni mil discursos del Presidente de la República o del Ministro de Educación vá a convencerlo de que leer es algo maravilloso. Si no ve a nadie cerca disfrutando de la lectura, mal podrá inculcársele de que se trata de una actividad importante.

¿Y que tiene que ver la televisión con esto?

Pues que la televisión es la principal enemiga de la lectura. Aún teniendo buena programación (y que me perdonen aquellos que intentan proporcionar al público programación de calidad), el aparato es un medio que incluye estímulos visuales y auditivos que, además, encadenan la aparición de otros estímulos, aunque no esté ahí. La televisión, sea el programa que sea, capta toda la atención del espectador, lo absorbe, y eso lo podemos comprobar mejor que nunca ahora, en esta era del cable y del control remoto: ¿quien no se ha pasado HORAS cambiando de un canal a otro, sin ver nada? Es un hecho que hemos experimentado o hemos constatado. A nadie se le ocurre decir “bueno, no hay nada interesante, mejor apago la televisión y leo un libro”. No. Uno continúa pasando de un canal a otro, hasta ver algo que ocupa su interés por unos segundos o minutos, y luego vuelve a la rutina. Y así, por tiempo indefinido.

Y ni siquiera quienes no tenemos el servicio de cable nos libramos del embrujo de la televisión. A riesgo de aburrirlos y prefieran ver TV, les contaré una experiencia personal. Hace una semana, después de tomar mi ducha (diaria), pasé a mi habitación para secarme “en detalle”, ponerme el talco para pies, el desodorante, el antihongo, la crema antipapada, el Old Spice (en mi departamento hay un solo baño, por lo que hay que desocuparlo al toque). Bien, el hecho es que, mientras hacía todas estas cosas, encendí el televisor. ¿Qué programa estaban pasando? NO LO RECUERDO. Pero si recuerdo que estuve como media hora con la toalla, el talco y las demás tonteras (no, no soy un metrosexual, señora) a un lado, mientras tenía fija mi atención en la televisión. ¿Fija en qué? Hasta ahora no me lo explico, simplemente la televisión estaba encendida y yo le prestaba atención. De modo que el aseo personal pasó a un segundo plano… hasta que llegó la hora de ir a trabajar.

Había encendido el televisor por gusto, pues no había ningún programa que yo deseara ver. Simplemente, la había encendido por tenerla encendida, y mientras estuvo encendida, yo tenía la mente en blanco. El aparato lo hacía todo, emitía imagen, sonido, de vez en cuando un crujido interno, en fin. Podría decirse que, en ese momento, mi vida era el televisor, como objeto, como emisor de imagen y sonido.

Después de apagarlo, y mientras me dirigía en bus hacia mi trabajo, me puse a meditar acerca de la televisión, sobre lo ingenuos que somos creyendo que basta con librarnos de dos o tres programas que nos parecen escandalosos para que la televisión mejore. No. No se trata de que mejore. Se trata de que no exista, o de que no nos utilice.

Devolvámosle al televisor su lugar de aparato al servicio del ser humano, para proporcionarle entretenimiento, información y cultura. Utilicémoslo, y que no nos utilice a nosotros.

Y si a pesar de estos consejos, amable lector, no puede librarse de su embrujo, pues…

Tire su televisor por la ventana.



Daniel Salvo (C) setiembre 2004





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